3,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €
El gran magnate de los videojuegos Kell Montrose debía estar eufórico tras haberse apropiado de la compañía de los rivales de su familia y haber hecho rodar la cabeza de su presidenta, Emma Chandler. Pero había algo en aquella madre viuda que le estaba haciendo descubrir un lado tierno que no sabía que tuviera y una pasión que no podía contener. Emma no quería ser un mal ejemplo para su hijo ni perder el legado de su familia. No iba a llegar a lo más alto doblegándose ante alguien tan avasallador como Kell, aunque la gran pregunta era: ¿por qué no podía contener el deseo de acostarse con él?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 205
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Katherine Garbera
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Juegos prohibidos, n.º 157 - septiembre 2018
Título original: For Her Son’s Sake
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-695-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Si te ha gustado este libro…
Con una sonrisa forzada, Emma Chandler recogió su bolso Louis Vuitton y salió de la sala de reuniones con la cabeza bien alta. Bastante difícil le resultaba estar en la guarida de Kell Montrose, el rival de su familia desde hacía mucho tiempo. Por si eso no fuera suficientemente desagradable, ver a sus hermanas pequeñas felizmente enamoradas de los primos de Kell, Dec y Allan, era otra puñalada en el corazón.
Una sensación de soledad la invadió. Debería olvidarse de mantener su puesto en la junta directiva de Playtone-Infinity Games y cederle la victoria a Kell. Claro que ese no era su estilo, aunque por mucho que tratara de evitarlo, parecía estar a punto de salir de la compañía a la que había entregado su vida durante los últimos cuatro años.
La toma hostil había sido toda una sorpresa, a pesar de que hacía tiempo que sabía que Kell Montrose estaba buscando la manera de hacerse con Infinity Games y echarla abajo. Daba igual que su abuelo, el hombre al que Kell tanto odiaba, estuviera muerto y enterrado o que la compañía no fuera tan bien desde que estaba bajo su dirección. Había tenido la esperanza de encontrar el alma y el corazón de Kell bajo su férrea fachada. En su lugar, había encontrado a un hombre sediento de venganza y sus dos hermanas, a pesar de sus buenas intenciones, habían acabado enamorándose del enemigo. También habían demostrado que eran indispensables, por lo que habían asegurado sus puestos de trabajo en la nueva compañía resultante de la fusión. Las dos habían encontrado su lugar excepto ella. Al igual que sus hermanas, tenía la oportunidad de demostrar su valía, pero sabía que era a ella a quien más odiaban Chandler y Kell.
Había sido testigo de la humillación que había sufrido a manos de su abuelo y no le cabía duda de que Kell no iba a permitir que se quedara más de lo necesario. Le había dado cuarenta y ocho horas exactas para que se le ocurriera una idea rompedora o le enseñaría la salida. Estaba convencida de que se le ocurriría algo, aunque no confiaba en que fuera a darle un trato justo.
Cuando llegó el ascensor, se metió y fue a darle al botón de cerrar puertas. Quería estar sola. Justo cuando las puertas empezaron a cerrarse, una gran mano masculina se interpuso para impedirlo.
Al ver a Kell entrar en el ascensor gruñó para sus adentros. Confió en poder seguir forzando la sonrisa. Después de todo, ¿cuánto tardarían en llegar al vestíbulo, cinco minutos?
–¿Te sientes como el Llanero Solitario, verdad? –preguntó.
Sus ojos eran de un tono gris plateado que siempre le había fascinado. Eran muy bonitos, pensó, pero también fríos y penetrantes.
–En absoluto, ¿por qué iba a ser así?
Siempre había sido capaz de mantenerse imperturbable y eso era precisamente lo que pretendía en aquel momento.
–Tus hermanas se han pasado al lado oscuro. En breve, los últimos vestigios de Infinity Games quedarán bajo el paraguas de Playtone.
Se merecía su minuto de gloria, pero eso no significaba que estuviera dispuesta a quedarse y escucharlo. Volvió a alargar la mano para tocar el botón de apertura de puerta para bajarse, pero ya era demasiado tarde. El ascensor se puso en marcha.
–¿Estás bien? –preguntó.
Su rostro era angular, con un mentón marcado y una barbilla prominente. Tenía el pelo frondoso y de un color castaño oscuro, casi como las castañas. Llevaba la raya a un lado y algo más largo en la parte superior. Era denso y rizado, y casi deseó acariciarle los rizos.
Lo miró a los ojos y adivinó en ellos un rastro de humanidad.
–Estoy bien, es solo que no me gustan los ascensores. Debería haber tomado las escaleras.
–Así habrías podido evitarme.
–Eso habría sido una ventaja. Sé que tienes en tu mano todas las cartas, pero todavía no te has deshecho de mí.
–¿Así que es eso lo que estoy haciendo? –preguntó él.
Tenía una voz profunda que siempre le gustaba escuchar. Era una completa estúpida, pensó. Habían pasado casi cuatro años desde la muerte de Helio, su marido, y desde entonces no se había sentido atraída por ningún hombre. En aquel momento estaba en un ascensor, muy cerca de uno, y sentía una punzada de deseo.
¿Qué demonios le pasaba? ¿Acaso quería seguir llevando una vida miserable el resto de su vida?
–¿Emma?
Se dio cuenta de que Kell estaba esperando una respuesta y lo miró. Había bajado la guardia unos segundos.
–Estás siendo un impertinente.
Él rio.
–Recuerdo esa pasión de los viejos tiempos cuando ambos éramos becarios en Infinity Games y siempre te esforzabas en ser la mejor. ¿Qué ha pasado con eso?
De jóvenes, el departamento de Recursos Humanos había convencido al abuelo de ella para que contratara en prácticas a Kell después de que su familia amenazara con demandarlo si no lo hacía.
–Nada.
No estaba dispuesta a reconocer ninguna emoción ante aquel hombre. Además, tenía que ser un idiota para no haberse dado cuenta de lo mucho que le había afectado perder a su marido estando embarazada. Se había volcado en aquella compañía y que se la estuviera arrebatando no le era de ayuda.
–¿Nada?
Un segundo antes de permitir que se saliera con la suya, Emma le dio la espalda. Luego se preguntó por qué lo estaba aguantando. Sabía que en aquel momento no tenía nada que perder y, por la expresión de Kell, él también lo sabía.
–¿Quieres saber lo que realmente me molesta? –preguntó ella, dando un paso al frente y obligándolo a apartarse.
–Estoy harta de pasarlas canutas para dar con buenas ideas y luego tener que venir aquí a que las apruebes tú y tu comité directivo. Sé que diga lo que diga, nunca te va a aparecer lo suficientemente bien como para compensar cómo te trató mi abuelo. También soy consciente de que si no mantengo este trabajo, no tendré otras opciones. Toda mi experiencia laboral está en una compañía que he permitido que me arrebataran.
Él permaneció donde estaba, con sus ojos grises entornados y los brazos cruzados sobre el pecho. Emma sabía que no le gustaba que le recordara el hecho de que la había arrinconado ni que, a pesar de todo, no iba permitirle continuar en su cargo.
–¿Qué, ningún comentario más? ¿No quieres seguir regodeándote?
El ascensor se detuvo bruscamente y Emma se preparó para salir.
–Será mejor que lo estudies bien, Montrose. No me gustaría ver cómo tu imperio se desmorona desde dentro.
Él se irguió, apretó el botón, pero no pasó nada. Estaban atrapados en el ascensor. Apretó todos los botones y luego se volvió para mirarla.
–Parece que nos hemos quedado atrapados.
–Estupendo.
Podía haber dicho cualquier otra palabra malsonante, pero su hijo Sammy estaba llegando a una edad en la que repetía todo, así que últimamente era más cuidadosa con su vocabulario. Aun así, era difícil que su día fuera a peor.
Al menos estaba viva y tenía un techo bajo el que cobijarse. Vaya. No quería oír la voz de su madre en su cabeza, no en aquel momento, pero ya que había empezado, no pudo evitar pensar en todas las cosas por las que tenía que sentirse agradecida.
Volvió a gruñir.
–¿Te duele algo? No dejas de hacer ese sonido –dijo Kell.
Parecía un poco nervioso ante la idea de que pudiera dolerle algo.
–Estoy bien. Es solo que estaba oyendo la voz de mi madre en la cabeza.
Kell frunció el ceño y la miró.
–Ya sabes cómo son las madres con los consejos. Cada vez que me quejaba por algo, me hacía escribir una lista de agradecimientos. Justo estaba pensando en el mal día que llevo y he empezado a hacer la lista de manera automática. Ya sé que es una tontería. ¿Tu madre era así también?
–No.
–Me lo imaginaba. ¿Te hacía galletas y te mimaba? Recuerdo que solía decirle a mi madre que había algunas así.
–No. Kristi Keller Montrose nunca hizo nada de eso. Me dejó con mi abuelo cuando tenía tres años y nunca se molestó en volver la vista atrás.
Emma se quedó mirándolo durante largos segundos. Aquello explicaba mucho de Kell y lo vio un poco más humano de lo que le habría gustado. Prefería tenerlo de enemigo, imaginárselo como el caballero malvado del cuento favorito de Sammy, pero acababa de ver la primera grieta en su armadura. Kell había sido el mejor de los empleados en prácticas y todo el mundo había dado por sentado que Gregory Chandler le ofrecería un puesto directivo en la compañía. Pero su abuelo había llamado a Kell a su despacho y, después de dejarlo un buen rato esperando, le había dicho que nunca tendría un trabajo en Infinity Games por mucho que lo amenazara con demandarlo.
No, había visto la primera grieta de su armadura en el despacho de su abuelo.
–Lo siento, Kell.
Estaba triste por el muchacho que había sido y por el hombre en que se había convertido.
–No puedes echar de menos lo que nunca has tenido –admitió él, apretando el botón de emergencias.
De todas las cosas que Kell quería hablar con Emma, ninguna tenía que ver con sus padres. Llevaban trabajando juntos los últimos seis meses y tenía que reconocer que su papel había sido muy valioso en el proceso de fusión de ambas compañías. Pero había llegado el momento de que desempeñara otra función o se marchara, algo que acababa de comentar en la junta directiva con sus primos y las hermanas de ella. Todos lo habían mirado como si fuera el malo de la película, pero era la realidad.
Después de que Emma abandonara precipitadamente la reunión, todos se habían quedado observándola con una expresión acusadora en sus ojos, y había decidido finalmente salir tras ella. Claro que eso no cambiaría nada. En aquel momento estaban atrapados en el ascensor, como si fueran rehenes de la antigua enemistad de sus familias.
Habían transcurrido seis meses desde que había iniciado la toma de poder de la compañía familiar de ella, Infinity Games. Era enero en el sur de California, donde vivían, y aunque la temperatura era fresca, no nevaba. No tenía ningún inconveniente en admitir lo frío e impertérrito que se mostraba con Emma y con el resto de Chandler. Incluso era consciente de que era un mecanismo de subsistencia.
En ese tiempo, sus primos se habían vuelto más blandos y se habían enamorado de dos hermanas Chandler. Pero a Kell no se le había olvidado el sufrimiento con el que habían crecido bajo la amarga tutela de su abuelo, Thomas Montrose. Solo había habido una cosa que su abuelo había deseado por encima de todas las cosas y era ver a todos los Chandler sufriendo tanto como él había sufrido cuando le habían negado los beneficios y le habían impedido hacer realidad sus sueños. Aquel mensaje había calado hondo en Kell, el nieto mayor y el que más tiempo había pasado con el viejo. El padre de Kell había formado parte del cuerpo de élite de la Marina y había muerto en combate. Su madre había huido en busca de una vida mejor.
–Supongo que tendrás que buscar a alguien para que se ocupe del mantenimiento del edificio.
Él se rio.
–Sería una lástima desperdiciar tu talento en algo así.
–Lo sería, pero si yo estuviera al mando, no estaríamos ahora aquí.
–¿Has pensado en algo que puedas hacer en Playtone-Infinity Games?
Emma se frotó la nuca y lo miró.
Kell siempre había pensado que tenía una mirada bonita. Sus ojos eran del color del cielo de California en un día otoñal e intensamente azules.
Su larga melena castaña con reflejos cobrizos estaba recogida en un moño, pero un mechón había escapado cerca de su oreja. No quería fijarse, pero no pudo evitarlo. Tampoco podía apartar la vista de sus labios. Tenía una boca muy tentadora. Su labio inferior era carnoso y solo de mirarlo despertaba su apetito.
Llevaba un vestido negro de Chanel con detalles dorados en el escote, lo que hacía que su cuello se viera fino y esbelto. Había reconocido la marca porque su última novia trabajaba en los lujosos almacenes Neiman Marcus y siempre llevaba ropa de alta costura.
–La única idea viable que se me ocurre para seguir manteniendo un puesto en la compañía es impulsar las obras benéficas mediante la creación de una fundación. Hay unas cuantas cosas que siempre he querido implementar, pero nunca he encontrado el momento.
–¿Como qué? –preguntó él.
Con una fundación obtendrían importantes ventajas fiscales. Estaban a punto de conseguir grandes beneficios de la compañía resultante de la fusión y no quería que se fuera todo en impuestos.
–¿No debería reservarlo cuarenta y ocho horas más hasta la reunión en la que se decidirá mi futuro?
–Adelántame algo.
–He estado trabajando en casa en el prototipo de un juego para tabletas que estimulará a los niños con la lectura. Sé que hay más aplicaciones de lectura, pero no funcionan con Sammy. Así que he empezado a centrarme en lo que le gusta y lo que le puede ayudar a desarrollar sus habilidades.
–Eso requiere mucho trabajo para adaptarlo a cada persona –dijo él, aunque ya empezaba a ver potencial en la idea.
Si creaban un juego de aprendizaje a través de una fundación, podían conseguir que su software llegara a manos de niños que estaban empezando a jugar. Una vez fueran creciendo esos niños, se moverían hacia la gama de consolas de Playtone-Infinity y sus juegos.
–Sí, pero he estado hablando con algunos profesores de la guardería y dicen que la mayoría de los niños se pueden agrupar en cuatro o cinco patrones de aprendizaje. Así que podemos crear diferentes versiones basadas en esas categorías y luego desarrollarlas en grupos de prueba. ¿Qué te parece?
–Me gusta. Me gusta mucho. Pero vas a necesitar más de un juego para mantener tu puesto.
–Me lo imagino. Tengo algunas ideas de cómo debería ser la fundación benéfica y qué características debería reunir su presidente.
–Me parece bien. ¿Qué te parece si tras esta primera reunión de dentro de dos días me reúno contigo la semana que viene en tu despacho? Podrás explicarme tu prototipo y las ideas que tengas para la estructura de la fundación. Si es viable, buscaremos la manera de sacarlo adelante.
–¿De veras? –preguntó.
Era demasiado bueno para ser realidad.
–Acabo de decirlo –contestó con ironía.
–Pensé que tu manera de vengarte de los Chandler era despidiéndome.
–Bueno, si sigues repitiéndolo, no me va a quedar más remedio que hacerlo –le espetó–. Pero ahora somos familia. Tenemos un sobrino en común y una sobrina adoptada. Siempre me ha movido la venganza, pero ahora que he conseguido lo que quería, creo que debería mirar el futuro con otros ojos.
Su hermana más pequeña, Cari, tenía un hijo con Dec, el primo de Kell, e iban a casarse, lo que significaba que en breve Emma y Kell formarían parte de la misma familia. También su hermana mediana, Jessi, y el otro primo de Kell, Allan, estaban comprometidos y se habían hecho cargo de la tutela de la hija de sus amigos fallecidos, Hannah.
–No estoy segura de que pueda confiar en ti –dijo Emma.
–Dada la historia de nuestras familias, a mí me pasa lo mismo. Pero sería un canalla si aprobara tus ideas y te hiciera trabajar duro para mantener tu puesto, y luego te despidiera.
–Sería la venganza perfecta. Escucha, no puedo negar que tienes derecho a hacerlo en tu posición. Seguiré esforzándome, pero solo si me das la oportunidad de mantener mi trabajo.
–Va a ser muy difícil hacerme cambiar de opinión para no despedirte, pero no es imposible.
Ella ladeó la cabeza y dio unos pasos al frente. Luego puso las manos en su pecho y se inclinó sobre él.
–Eso suena a desafío, Kell Montrose, y estoy más que dispuesta a aceptarlo. Sé que no me has hecho ninguna promesa y de que tendré que trabajar el doble para conseguir que me aceptes, pero si lo hago, y puedo asegurarte que lo haré, tendrás que mantenerme en mi puesto no porque sea una Chandler, sino porque eres un hombre de palabra y hemos hecho un trato.
En eso no se equivocaba. Era un hombre de palabra e iba a tener que mantener el compromiso que acababa de hacer.
–¿Estás segura de que quieres seguir adelante? –preguntó Kell–. Si te vas de Playtone-Infinity Games, no lo harás con las manos vacías. Estoy dispuesto a ofrecerte una indemnización muy generosa que te convertirá en una mujer muy rica. No tendrás que volver a trabajar en tu vida.
Emma buscó su mirada y Kell encontró en sus ojos una férrea determinación.
–Estoy segura. Tengo un hijo y Playtone-Infinity es también su legado. ¿Qué clase de ejemplo estaría dándole si me marcho sin más?
Kell tenía que admitir que se estaba ganando su respeto. Ella era su enemigo, eso no había cambiado, pero había algo en su actitud que le hacía desear que se quedara.
Y, siendo honesto, sería el golpe de gracia en su guerra contra su abuelo, Gregory Chandler. Aunque el hombre estuviera muerto, Kell no podía evitar pensar en lo mucho que le fastidiaría que su nieta estuviera haciendo tratos con un Montrose para mantener no solo su puesto de trabajo sino su orgullo.
El ascensor se puso en marcha de nuevo repentinamente y Emma dio un traspié. Dejó que su bolso cayera al suelo y extendió un brazo para evitar perder el equilibrio. Kell la sujetó para que recuperara la estabilidad.
Una chispa surgió entre ellos. Kell quiso negarlo, pero era demasiado evidente. Apenas los separaban unos centímetros. Su perfume era dulce y floral, muy diferente a lo que esperaba.
«Es el enemigo», se dijo, pero ya era demasiado tarde.
Deseaba besarla. Lo llevaba deseando desde que se había quedado mirando sus labios.
Aprovecharse de sus sentimientos y de la incertidumbre de su futuro no parecía lo más prudente, pero se trataba tan solo de un beso. Podía tenerlo. Era el premio que se había ganado por derrotar a los Chandler.
Acercó lentamente la cabeza a la suya, atento a ver qué hacía. Emma no se apartó. En vez de eso, ladeó la cabeza un poco y se inclinó hacia delante. Sus labios rozaron suavemente los de ella. Eran suaves, más suaves de lo que esperaba, y evitó fundirse en un abrazo con ella mientras buscaba explicación a la atracción que sentía por su enemigo acérrimo.
El sabor de Kell no era el que imaginaba en un enemigo. De hecho, la forma de besarla era dulce, suave y delicada, y la hizo sentirse deseada mientras sus labios se movían sobre los de ella y sus manos la sujetaban.
Tenía la impresión de que él se había sorprendido tanto como ella por aquel repentino deseo, y su mente se quedó en blanco cuando sintió que separaba los labios y su cálido aliento invadía su boca, seguido de su lengua.
Emma se aferró a sus hombros cuando el beso se volvió más apasionado. Tomando la iniciativa, Kell la empujó contra la pared del ascensor y la acorraló con su cuerpo, haciéndola sentirse aprisionada por su cercanía y su propio deseo. Luego, tomó su rostro con una mano y la sujetó con sus largos dedos mientras devoraba su boca. Ella se revolvió entre sus brazos y hundió las manos en su frondoso pelo. Era tan suave como había imaginado, y acariciarlo le resultaba ridículamente sensual.
Kell fue bajando las manos por sus costados hasta tomarla con fuerza por la cintura. Luego, separó la cabeza.
Emma abrió los ojos y por primera vez vio confusión y un cierto brillo de sincera emoción en su mirada gris. Tiró de su corbata para atraerlo hacia ella, se puso de puntillas y le robó el beso que desde hacía tanto tiempo llevaba deseando.
Él soltó un gruñido, la tomó por las caderas y se estrechó contra ella. Emma sintió su erección y quiso más, pero la puerta del ascensor se abrió. Muy a su pesar, soltó la corbata.
Recogió su bolso del suelo y salió al pasillo alfombrado, antes de percatarse de que no habían llegado al vestíbulo. No podía volver al ascensor con él. En aquel momento, no. Sentía que había perdido el control.
Volvió la cabeza por encima del hombro y al ver que la seguía, gruñó.
–¿Qué, haciendo la lista de cosas por las que estar agradecida? –preguntó Kell.
Emma negó con la cabeza. Era incapaz de pensar con claridad en aquel momento.
–¿Dónde están las escaleras?
No podía pretender que aquel abrazo había sido solo fruto de la curiosidad. Si pudiera, sería perfecto. Pero había sido algo más que eso, algo más que una atracción efímera por la que se habían dejado arrastrar.
Lo que necesitaba era irse a casa, meterse en la cama y fingir que ese día nunca había pasado.
–Por aquí –contestó él.
La precedió por el pasillo hacia las escaleras de emergencia y le sostuvo la puerta después de abrirla.
–No tienes por qué acompañarme hasta abajo.
–Claro que sí. Tenemos algo que discutir –afirmó Kell.
–Tenemos una reunión en menos de cuarenta y ocho horas. Entonces hablaremos.
–¿De verdad quieres que hablemos delante de nuestras familias y del comité directivo de cómo un beso me ha puesto más cachondo que a un adolescente salido?
Ella se paró en seco y se dio media vuelta para mirarlo a la cara.
–De eso no vamos a hablar nunca.
–¿Acaso pretendes negarlo ahora? –preguntó–. No debería sorprenderme. Así es como perdiste Infinity Games.
Emma dejó caer el bolso y subió hacia él dos escalones con actitud agresiva. Kell se quedó donde estaba. Su furia no lo intimidaba, pero ella tampoco se dejó amilanar.
–Tienes razón. Me negué a admitir que tuviéramos problemas, pero eso es un asunto de negocios. Te estás entrometiendo en mi vida privada en un momento en el que todo se está viniendo abajo y no tengo a qué aferrarme. No puedo volver a mi trabajo si corro el riesgo de mantener un apasionado encuentro contigo. Además, me juego mucho. Tengo un hijo y no puedo complicarme la vida. Así que créeme cuando te digo que no estoy dispuesta a perder el tiempo hablando de esto y que voy a hacer todo lo posible por simular que esto nunca ha pasado.
Él ladeó la cabeza y se cruzó de brazos.
–Yo no soy así, no puedo hacer eso. A mí no se me olvida nada.
–Bueno, pues esta vez sí vas a hacerlo. Porque aunque eso sirviera para que me dieras la oportunidad de ganarme un puesto en la empresa resultante de la fusión, ambos sabemos que lo único que conseguiría es que me rompieras el corazón. Sería una masoquista si creyera otra cosa.
Se había cansado de juegos. Era consciente de que había tocado fondo, y el hecho de que hubiera tenido con aquel hombre la experiencia íntima más intensa de sus últimos años no tenía sentido.
–Está bien, tampoco creo que sea una buena idea tener una aventura. Y para que lo sepas, no soy ningún monstruo. No me gusta ir por ahí rompiendo el corazón a las mujeres.