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Volvió en busca de venganza, pero la encontró a ella Un accidente de tráfico fatal le robó diez años de vida a la heredera Rory Gilbert. Cuando despertó del coma, necesitó que un hombre guapísimo y sexy como Kit Palmer le enseñara exactamente todo lo que se había perdido. Por su parte, Kit estaba soñando con vengarse de los Gilbert, pero, rápidamente, Rory se convirtió en el talón de Aquiles de su plan. Y empezó a enamorarse de ella…
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Seitenzahl: 178
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
© 2023 Katherine Garbera
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Enamorada de mi enemigo, n.º 2190 - diciembre 2024
Título original: Falling for the Enemy
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410740310
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Si te ha gustado este libro…
La hermana Gilbert era la clave.
Cuando Kit Palmer se refirió a su amor de adolescencia, cuya vida habían destrozado su hermano mayor y un rencor familiar, fue más fácil pensar en ella como en una extraña. Como si hubiera distancia entre ellos, a pesar de que tenían trágicas conexiones.
Para ser completamente sincero, sabía que no podía poner distancia entre Aurora Gilbert y sí mismo. Cuando su hermano, su primo y ella habían ido a vivir a Gilbert Manor y la había visto por primera vez, se había enamorado perdidamente. A su yo de ocho años no le había importado que su familia y él viviesen en las casas de la vieja fábrica a las afueras de Gilbert Corners, ni que su padre fuera el encargado en la fábrica. De pequeño, él no había visto que fueran distintos y en aquella fiesta de verano donde todas los niños de las familias de Gilbert Manufacturing jugaban juntos, se había encontrado a solas con Rory por primera vez.
Ella era valiente y, cuando los niños mayores, incluido su hermano, habían cruzado el río que rodeaba Gilbert Manor y discurría por el pueblo, él había vacilado. No sabía nadar, pero no quería quedarse atrás. Entonces, Rory lo había tomado de la mano y le había dicho:
–Podemos hacerlo juntos.
Y lo habían hecho. En aquel momento, su vida había cambiado.
Por eso se refería a ella como la hermana de Dash y no como la heroína de su infancia. Ella era la llave de la reconciliación con su pasado. Mientras fuera una Gilbert, lo demás no tenía importancia.
Su familia no se había quedado mucho tiempo en las casas de la fábrica. Su padre y su hermano eran ambiciosos y comenzaron a ascender en Gilbert Manufacturing hasta que el viejo Lance Gilbert le prometió a su hermano Declan Orr el puesto de consejero delegado de la fábrica.
Al final, habían llegado a ser gente importante en Gilbert Corners. Pero el accidente de tráfico había cambiado todo eso. La fábrica había cerrado y, en medio del dolor, su padre había comprado acciones de Gilbert Manufacturing, para lo que había hipotecado su casa y vendido bienes, con intención de hacerse con la compañía y con el puesto que le habían prometido a Declan. Dash Gilbert se había enterado y había aprovechado la situación para endeudar aún más a su padre hasta que todo lo que les quedó fue la escritura del dúplex ruinoso que les había proporcionado la fábrica.
En aquel momento, estaba sentado delante de la casa que le traía tantos recuerdos, observando a su nueva vecina, Rory Gilbert, que estaba mudándose. Sin poder evitarlo, pensó que por fin tenía todo lo que necesitaba para destruir a Dash Gilbert, borrar el mal karma que los Gilbert le habían transmitido a su familia y, de una vez por todas, olvidar a la mujer que estaba en el centro de su plan.
Alguien llamó a la ventanilla de su coche y, al ver que era Rory Gilbert, se quedó sorprendido. Se le había oscurecido el pelo con los años. Ya no lo tenía rubio, casi blanco, como de niña, sino de un color parecido al de la miel oscura. Tenía la cara ovalada y los ojos azules, muy bonitos. Tenía una boca carnosa y la nariz delicada. Ladeó la cabeza a la espera de que él bajara la ventanilla.
Pero él apagó el motor y bajó del coche.
–¿Puedo ayudarte en algo? –le preguntó.
–Sí, para eso te he contratado –respondió ella.
Contratarlo.
–Creo que te has equivocado. Yo no soy un mozo de mudanzas.
–Eso ya lo sé –murmuró ella, con su voz ligera, dulce, melódica–. Pero has venido para hacer eso por lo que te contraté, ¿no?
No tenía ni idea de qué estaba hablando, pero antes de que pudiera decírselo, su hermano Dash salió de la casa con una expresión amarga.
Rory lo tomó del brazo.
–Tú solo finge que somos viejos amigos y no menciones lo que estás haciendo aquí. Detesto las mentiras, pero no puedo soportar que mi hermano y mi primo sigan diciéndome que estoy demasiado frágil para hacer cualquier cosa.
El mero roce de su brazo fue eléctrico y le causó una atracción que él reprimió. No sabía a qué se refería Rory, pero si con eso iba a molestar a Dash, lo haría encantado.
–Claro. Me llamo Kit, a propósito.
–Kit. Estupendo. Sigue mi ejemplo.
Tenía intención de hacerlo. Llevaba años intentando encontrar algo que pudiera servirle de arma contra Dash Gilbert y, en el fondo, sabía que su hermana era la munición perfecta, pero no había conseguido nada. Rory estaba en coma y, después de que su compromiso se rompiera, Dash se había convertido en un recluso.
–Dash, ¿te vas ya?
–No, todavía, no. ¿Quién es él?
–Es un viejo amigo, Kit –le dijo ella–. Kit, este tipo autoritario es Dash, mi hermano.
Kit no conocía a Dash Gilbert personalmente. Tenía dieciocho años la noche del baile, cuando su hermano había muerto en un accidente de tráfico. Le tendió la mano al hombre al que llevaba una década queriendo destruir. Sin embargo, cuando sus miradas se encontraron, no vio en él la pura maldad que esperaba, sino una sonrisa relajada y una expresión algo exasperada.
–No soy autoritario –respondió Dash–. Bueno, no demasiado. Lo que pasa es que ella cree que después de seis meses de despertarse de un coma ya puede escalar el Everest.
–No, el Everest todavía, no –replicó Rory.
–Entonces, ¿qué?
–Bueno, vamos a conformarnos con estar sola e intentar hacer todas las cosas que me he perdido durante estos diez años.
Dash se puso tenso.
–He accedido a que vivieras aquí, pero lo demás…
–Demasiado tarde –dijo Rory–. Kit está aquí para eso.
–¿Por qué estoy aquí?
–Para ayudarme a experimentar todas las cosas que me he perdido durante estos diez años –le explicó Rory.
–Ni hablar –dijo Dash.
Rory no iba a discutir con su hermano delante de Kit. No era en absoluto lo que esperaba, pero lo había contratado en una página web que ofrecía ayuda discreta para las personas que experimentaban una ansiedad extrema o tenían problemas para salir de casa. Todo, desde el estrés diario de pedir un café hasta el sexo.
Ella no sabía con exactitud lo que necesitaba, así que había marcado todas las casillas. Sinceramente, después de pasar diez años en coma, había muchas cosas que no sabía. Como, por ejemplo, ¿seguían juntos Lizzie y Gordo? Pero, también, desconocía cosas como las redes sociales. Las soluciones, según lo que había leído, estaban diseñadas para sacarla de su zona de confort, y eso era lo que necesitaba.
Por mucho que hubiera dicho que quería que Dash y su primo Conrad, que era como otro hermano, dejaran de tratarla como si fuera de cristal, había una parte de sí misma que no sabía cómo hacer las cosas. Físicamente, todavía estaba intentando recuperar toda su fuerza. Si se excedía y se mantenía en pie demasiado tiempo, tenía que utilizar un bastón. Sin embargo, esas limitaciones eran más llevaderas que las limitaciones mentales. Para ella había sido demasiado fácil quedarse encerrada en su suite de Gilbert Manor, con un personal dispuesto a satisfacer todas sus necesidades. Había sido como entrar en un segundo coma, más o menos.
Pero eso había terminado. Había invertido parte de su herencia en comprar la mitad de aquel dúplex y estaba decidida a arreglarlo y convertirlo en algo suyo. Y, como parte de su plan, había contratado a Kit. Pero él era un poco más guapo de lo que esperaba.
Bueno, mucho más guapo. Tenía el pelo negro y lo llevaba corto, y una barba incipiente que hacía que pareciera severo hasta que sonreía. A ella se le escapó un suspiro mientras continuaba observándolo. Tenía la boca firme y carnosa, lo cual indicaba que besarlo no iba a ser ningún problema.
De hecho, no podía dejar de preguntarse cómo sería el roce de sus labios, algo que le provocó sentimientos que una mujer de veintiocho años debería ser capaz de gestionar. Sin embargo, aunque aquella fuese su edad, en realidad se sentía como si tuviera dieciocho. Ella nunca había mantenido relaciones sexuales antes del accidente y tenía que ponerse al día en muchas cosas.
Así que había contratado a Kit.
Él iba a enseñarle todo lo que necesitaba saber sobre la manera moderna de salir con alguien y superar su miedo a que la tocaran. La ayudaría a hacer las cosas que le daban miedo, como ir a una cafetería llena de gente y pedir un café, o ir al centro de la ciudad a comer a un restaurante lujoso como Conrad's.
Había intentado hacerlo sola, pero se había quedado paralizada, en parte porque tenía que llevar un bastón. Era difícil no darse cuenta de que todo el mundo la miraba. Era un Gilbert y, en Gilbert Corners, todo el mundo sabía que había estado diez años en coma.
Era consciente de que el miedo la había dominado durante demasiado tiempo, así que cuando Dash dejó claro que no estaba de acuerdo con sus planes con Kit, Rory se irritó.
Se soltó del brazo de Kit, se cuadró de hombros y miró a su hermano de frente.
–Dash, sé que, a tus ojos, sigo siendo la hermana pequeña que ha estado dormida durante demasiado tiempo. Entiendo que lo que quieres es protegerme, pero me estás asfixiando poco a poco. Necesito a alguien que me ayude a hacer las cosas que me causan temor, pero que tengo que hacer de todos modos.
–¿Y crees que este hombre es el adecuado? –le preguntó Dash con tirantez.
–Sí –dijo Rory–. No es un extraño. Como te dije, somos amigos.
Se giró hacia Kit. Él tenía los labios apretados, pero, cuando lo miró, él asintió y le guiñó un ojo. Después, se dirigió a Dash.
–Te doy mi palabra de que no voy a permitir que le ocurra nada malo –prometió.
–Eso no es necesario –dijo Rory.
Las mujeres no necesitaban que los hombres las respaldaran, aunque sería agradable tener a Kit cerca en aquellos momentos de pánico que iban a surgir.
–Está bien, pero os estaré vigilando –les advirtió Dash–. Y, Kit, necesito que me digas tu apellido.
–¡No, claro que no! –protestó Rory–. No tiene nada que ver contigo.
Dash sonrió a Kit con tirantez mientras tomaba a su hermana del brazo y se la llevaba aparte.
–Eres una Gilbert y una mujer muy rica –le susurró–. Es una irresponsabilidad que pases tiempo con alguien a quien no conocemos. Deja que lo investigue.
–No, Dash, te lo digo en serio. Sabes que quería venir a vivir al campo para verme obligada a arreglármelas yo sola. Sin embargo, me he quedado aquí, en Gilbert Corners, porque te quiero y quiero que seamos la familia que recuerdo. Pero tienes que dejar que haga esto a mi manera.
–Odio esto –le dijo Dash.
Ella le dio un abrazo a su hermano mayor. Sabía que, por mucho que no quisiera dejarla sola en medio de todo aquello, iba a hacerlo.
–Gracias.
Él dio un gruñido y correspondió a su abrazo. Cuando se alejaba, le dijo algo a Kit, pero ella no lo oyó. Después, entró en su coche y se marchó.
Y ella se quedó a solas con aquel extraño que, esperaba, la ayudaría a encontrarse a sí misma.
Kit sonrió a Rory mientras Dash pasaba entre ellos y se detenía un segundo para advertirle que, si le hacía daño a su hermana, iría por él. Después, Dash se marchó.
Y, ahora, ¿qué? No sabía qué tenía que hacer la persona a la que había contratado Rory y, por mucho que quisiera destruir a Dash, había empezado a parecerle mal el hecho de utilizarla. Ella dejó de sonreír en cuanto su hermano se marchó y comenzó a respirar agitadamente, como si tuviera un ataque de ansiedad. En aquel momento, supo con certeza que no iba a usar a Rory. A pesar de la desafortunada historia que había entre sus dos familias, ella le agradaba todavía. Además, tuvo ganas de ayudarla a recuperar su fuerza y convertirse de nuevo en la chica intrépida que había sido…
Se le escapó un suspiro de frustración. Parecía que, cada vez que estaba decidido a vengarse de los Gilbert por lo que habían hecho, había alguna clase de intervención universal que le demostraba que ellos mismos ya se habían destruido.
–Eh, tranquila –le dijo, y se acercó a ella.
La rodeó con un brazo y ella cerró los ojos, como si no sintiera su contacto. Entonces, él la estrechó aún más contra la curva de su cuerpo y trató de no pensar en su propia reacción. Al cabo de unos segundos, el ritmo de la respiración de Rory comenzó a bajar. Alzó la cabeza y abrió los ojos, azules y claros, pero con algunas sombras. Y él, que había ha pensado que Rory era la clave para destruir a Dash.
No, en realidad, era la clave para que él pudiera dejar atrás un pasado lleno de ira y de deseos de venganza. Sabía que lo que necesitaba su familia era la venganza, pero él siempre había sido el hermano más blando, el más parecido a su madre. El hecho de perder a su hermano y ver cómo su padre se hundía lentamente en el alcoholismo le había hecho cambiar. O le había obligado a dejar de ser el hijo que, a ojos de su padre, nunca había estado a la altura. No era como su hermano y su padre. Se había cambiado legalmente el apellido después de que Dash los arruinara y había elegido Palmer.
No podía utilizar a otra persona para conseguir lo que quería. Ahora estaba seguro de ello.
–¿Estás bien? –le preguntó a Rory en voz baja.
–No, pero me encuentro mejor. Gracias –susurró ella–. No sé si sabías que te había contratado para esto, pero me da la sensación de que va a haber más momentos así.
–No pasa nada –dijo él–. Pero tengo que decirte que yo no soy la persona a la que has contratado.
Ella abrió mucho los ojos.
–¿No?
–No. Pero creo que podemos ayudarnos el uno al otro, y ese es el motivo por el que yo he venido hoy –dijo él.
–Bueno, la persona a la que contraté es un desconocido. Pensé que sería más fácil que con alguien que me conociera y conociera toda la historia de mi familia.
–Lo entiendo –dijo él.
Tenía remordimientos de conciencia, pero decidió que no iba a contarle que se conocían desde jóvenes ni que su hermano había estado involucrado en el accidente de tráfico por el que ella había quedado en coma. Si lo hacía, ella se alejaría de él. ¿Y haría bien? No tenía ni idea.
–La mudanza está a punto de terminar y se supone que yo tengo que intentar salir más de casa –dijo ella, titubeando, nerviosa de repente–. ¿Por qué no vamos a Java y tomamos un café y charlamos? Pero… si tú no eres el hombre al que contraté, ¿por qué estás aquí?
–Voy a vivir en la cabaña que hay junto a la tuya –dijo el.
En parte, era cierto. Había planeado volver al hogar de su infancia, donde había sido feliz. Aunque tuviera motivos ocultos para hacerlo, ahora que se había reencontrado con Rory Gilbert, sabía que iba a cambiar sus planes y tenía la esperanza de descubrir qué sería lo siguiente.
–¿De verdad? Vaya, entonces, somos vecinos. Me alegro –dijo ella, y arrugó la frente–. Bueno, ¿te apetece un café?
–Sí, podemos tomar un café si quieres. ¿A qué te referías con lo de que se supone que tienes que salir de casa?
–Yo… he estado en coma diez años. Qué trágico, ¿verdad? –preguntó, tratando de reírse, pero su incomodidad era evidente–. Bueno, me dieron el alta hace seis meses, pero me veo incapaz de empezar a vivir otra vez. Al principio, necesitaba recuperar la fuerza física, pero, como acabas de ver… no estoy en mi mejor momento –dijo.
–Yo no he visto nada de eso. Te has manejado maravillosamente con tu hermano y has defendido tu postura. Después, cuando ha terminado, solo necesitabas un minuto para recuperarte.
Ella exhaló un suspiro y, después, sonrió ligeramente.
–Creo que me va a gustar tenerte de vecino, Kit –dijo.
–Creo que a mí también me va a gustar que seamos vecinos –dijo él.
Quedaron para tomar un café aquella tarde y, mientras la veía alejarse caminando hacia los mozos de la mudanza, tuvo un sentimiento de agobio. Sabía que tendría que decirle quién era, pero sabía que eso no iba a ser de ayuda para ella en aquel momento.
Y, por supuesto, para él, tampoco.
Indy Belmont iba a convertirse pronto en la cuñada de Rory. Además, había contribuido decisivamente en la revitalización de Gilbert Corners desde que había ido a vivir allí hacía dos años para rodar su célebre programa de televisión, Hometown, Home Again.
Cuando ella había decidido marcharse de Gilbert Manor, Indy y Elle la habían apoyado. Indy había sugerido que la familia comprara uno de los dúplex victorianos y lo rehabilitara para que ella pudiera adaptarse de nuevo al mundo real.
Así que, como Indy le había demostrado mucho amor y respeto, tenía la tentación de llamarla en cuanto se marcharan los encargados de la mudanza y se quedara a solas en su nuevo hogar. Quería que le diera consejo sobre Kit.
Kit.
Tenía unos preciosos ojos castaños y, cuando la había abrazado para calmarla, no le había provocado pánico…
Ella había temido el momento en que un hombre la abrazara porque lo último que recordaba de la noche fatídica era que Declan Orr, el hombre que había muerto en el mismo accidente en el que ella había quedado en coma, la estaba besando a la fuerza e inmovilizándola contra la pared.
Sin embargo, en brazos de Kit no había sentido miedo. Tal vez, por su voz suave o el olor a madera de su loción de afeitado. O, quizá, por el sonido constante de su corazón, que latía bajo su mejilla. Fuera cual fuera el motivo, no podía dejar de pensar en él.
¿Qué iba a hacer? Tal vez aquella idea de quedar con Kit para tomar café y hablar fuera una equivocación. Pero Elle, que también era su médica, le había dicho que era probable que cometiera errores, y que tendría que aprender de ellos.
Empezó a vestirse. Tenía una cicatriz larga e irregular en la pierna. Estaba intentando aceptar el cuerpo con el que había despertado. Aunque las cicatrices eran de esperar, aún no las había asimilado por completo. Ella se recordaba a sí misma con unas piernas largas, esbeltas. Ahora, por el contrario, las tenía llenas de celulitis, aunque Indy le había asegurado que a todo el mundo le pasaba lo mismo.
Se miró al espejo con el vestido que acababa de ponerse, cuya falda terminaba a la altura de las rodillas. Vio sus imperfecciones pero agitó la cabeza y se apartó aquellos pensamientos de la mente. No podía odiar sus defectos porque la convertían en lo que era y, si Kit los odiaba, entonces no era el hombre que ella esperaba.
Tomó su bolso, se puso las gafas de sol y salió a la calle. Su nueva vida empezaba aquel mismo día, y estaba dispuesta a aprovechar todas las oportunidades que se le presentaran.
Ya no iba a esconderse más en la cama por miedo al mundo real.