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Amantes nada más El escándalo había estallado pese a todos sus esfuerzos… Mary Duvall había regresado a Eastwick a reclamar su herencia... no a retomar su relación con el millonario Kane Brentwood. Años atrás, no le había importado ser la amante de aquel lord inglés. Pero cuando él se casó con otra mujer, Mary juró no volver a caer rendida en sus brazos nunca más. Ahora no tenía otra opción que resistirse a su poder de seducción; para hacerse con el dinero de la herencia, debía evitar cualquier tipo de escándalo. Kane estaba acostumbrado a conseguir todo lo que deseaba, pero Mary no tenía la menor intención de claudicar y enfrentarse a la verdad sobre el pasado… ni a las mentiras que ella misma había dicho entonces… Entre el deber y el amor ¿Qué secretos ocultaba su marido? Cuando su marido, Luke Talbot, se la llevaba a casa para protegerla después de haberla sacado precipitadamente de una fiesta de la alta sociedad, Abby se dio cuenta de que él tenía una doble vida. Sus secretos, por muy necesarios que fueran, hicieron que se sintiera insegura. ¿Cómo había podido casarse con aquel hombre, acostarse con él y entregarle su corazón sin saber quién era realmente? Sus mentiras no le dejaron otra opción que pedir el divorcio. Pero entonces descubrió que Luke no estaba dispuesto a dejarla marchar fácilmente... Negocios de placer ¿Qué era más grande, su sed de venganza o el deseo que sentía por ella? El millonario empresario hotelero Evan Tyler no se detendría ante nada hasta conseguir vengarse. Por eso, cuando surgió la oportunidad de seducir a Elena Royal, hija de su principal rival, Evan no se lo pensó dos veces. No sólo tenía intención de sonsacarle todos los secretos de su familia mediante la seducción, sino que pretendía disfrutar al máximo cada segundo que pasara con ella. Pero cuando la aventura llegó a su fin, Evan se vio obligado a elegir entre la venganza y el placer. ¿Encontraría el modo de conseguir ambas cosas?
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Seitenzahl: 407
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 551 - noviembre 2024
© 2006 Harlequin Books S.A.
Amantes nada más
Título original: The Once-A-Mistress Wife
© 2006 Harlequin Books S.A.
Entre el deber y el amor
Título original: The Part-Time Wife
© 2008 Charlene Swink
Negocios de placer
Título original: The Corporate Raider's Revenge
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007, 2007 y 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-095-2
Créditos
Amantes nada más
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Entre el deber y el amor
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Negocios de placer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Si te ha gustado este libro…
Mary Duvall, de pie frente al ataúd abierto de su abuelo, David Duvall, intentaba controlar las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos. Y lo hizo, muy consciente de que su abuelo había querido siempre que se comportase en público. Por eso cerró las puertas y entró sola en la habitación.
La antigua Mary habría llorado y sollozado de pena, sin temor a mostrar sus emociones. Pero ya no. Ya no era la misma. Y lo único que se permitió fue acariciar la cara de su abuelo por última vez.
Tocó su piel, fría y maquillada, y sintió un escalofrío. Se sentía tan sola… Estaba sola. Sus padres, que nunca fueron cariñosos con ella, habían muerto años antes en un accidente de tráfico. Y su hermano pequeño, el niño perfecto, también iba en el coche con ellos.
Le gustaba su nueva vida en Eastwick, Connecticut. Había vuelto de París cuando supo que la salud de su abuelo empezaba a fallar. Y él le había ofrecido hacerla su heredera si demostraba que ya no era la niña rebelde de siempre.
–Voy a hacer que te sientas orgulloso de mí, abuelo –dijo en voz baja–. No volverás a avergonzarte de mi comportamiento.
Mary se inclinó para rozar su frente con los labios, deseando que pudiera abrazarla por última vez. Su infancia había sido difícil, por decir algo, y su abuelo David era tan estricto como todos los demás, pero siempre le daba abrazos y besos.
Era el único que hacía eso. Y lo echaría de menos más de lo que nadie pudiera imaginar.
Un golpecito en la puerta interrumpió la despedida.
Mary miró su reloj. Era casi la hora para que entrase el público y, sin duda, sus primos estarían ahí fuera exigiendo estar a solas con el cadáver de un hombre del que sólo les importaba su dinero.
Mary quería usar el dinero de su abuelo para beneficiar a otros. Pensaba establecer un fideicomiso que se usaría para crear unidades de neonatos en los hospitales de zonas más depauperadas. También esperaba patrocinar un campamento de verano dedicado al arte para niños necesitados…
Nunca la habían animado a pintar cuando era niña, aunque en sus primeros recuerdos siempre estaba con una pincel en la mano. Le encantaba crear nuevos mundos sobre una tela blanca.
Su trabajo había despertado atención en Europa y había ganado dinero vendiendo los derechos de algunas de sus piezas para una serie de grabados. Por eso se marchó a Londres y luego a París.
Pero, por ahora, tenía que soportar el funeral. Antes de abrir la puerta, guardó la nota que había escrito por la noche en el bolsillo de la chaqueta, cerca de su corazón.
Luego se pasó una mano por los ojos para enfrentarse a sus primos, Channing y Lorette Moorehead, hijos de la hermana de su abuelo.
–Qué emocionante. Casi puedo creer que el viejo te importaba –fue el saludo irónico de Channing, que empujaba a su hermana Lorette hacia el ataúd.
–Es que me importaba de verdad.
–¿Entonces por qué le rompiste tantas veces el corazón? –le espetó Lorette.
Mary se mordió la lengua para no replicar.
–El abuelo y yo hicimos las paces antes de que muriese.
–Puede que hubieras engañado al tío David, pero nosotros no estamos convencidos de que hayas cambiado. Pienso vigilarte –le advirtió Channing.
Tenía casi diez años más que ella y siempre había sido un engreído y un idiota. No le gustaba Channing, pero Lorette, que sólo tenía dos años más que ella, había sido su amiga durante la infancia. Corrían por la mansión de su abuelo jugando a mil cosas y metiéndose siempre en líos. Pero todo terminó cuando Lorette cumplió diez años y decidió que era demasiado mayor para esos juegos.
–Os dejo solos para que podáis llorarle en privado.
La antesala estaba casi vacía, salvo por algunas amigas de Mary. Su larga historia y sus comidas habituales las habían convertido casi en un club. Pero todas parecían estar prometidas o a punto de casarse, algo que Mary no tenía ningún deseo de hacer.
Había estado profundamente enamorada una vez y, cuando él la dejó para casarse con otra, se prometió a sí misma que jamás volvería a pasar por eso.
Gracias a su estilo de vida rebelde, que no había sido tan rebelde en realidad, había terminado sola. El problema era que Mary nunca había querido seguir las normas que seguían los demás. Casi en contradicción con el nombre que sus padres le habían dado al nacer, Mary había salido del útero siendo una rebelde.
Pero ya no. Había pagado un alto precio por su rebeldía y, en su lecho de muerte, le había prometido a su abuelo que a partir de aquel momento iba a comportarse.
Mary se dirigió hacia sus amigas, suspirando. Todas iban de negro y les agradeció el gesto. Quizá no estaba completamente sola, pensó entonces. Al fin y al cabo, tenía a sus amigas, que siempre habían sido un sólido apoyo para ella.
Pero en ese momento se abrió la otra puerta y Mary se volvió para darle la bienvenida al recién llegado. Y su corazón se detuvo durante una décima de segundo al reconocer al hombre al que no había esperado volver a ver jamás.
Sir Kane Brentwood, lord inglés… y su ex amante.
–¿Kane?
–Mary –dijo él. Sólo su nombre, con esa voz tan masculina, tan ronca, que siempre la hacía sentir escalofríos.
No podía enfrentarse con él aquel día. No aquel día cuando estaba intentando mantener la compostura… y a punto de perderla.
Al verlo, se sintió abrumada por el peso de los secretos que había entre los dos. Secretos que, de ser revelados, le costarían… todo. La herencia de su abuelo, el respeto de Kane y su propia paz emocional.
Mary intentó calmarse, pero empezó a ver estrellas bailando delante de sus ojos mientras Kane se acercaba. Y, de pronto, todo se volvió negro.
Kane Brentwood la sujetó justo antes de que cayera al suelo desmayada. Oyó murmullos detrás de él, pero no prestó atención a nadie más que a la mujer que tenía en los brazos. Su Mary. No estaba cuidándose, pensó. Había perdido peso y estaba muy pálida. Se preguntó entonces si habría hecho las paces con su abuelo y cuánto le habría costado eso…
–Mary.
Ella parpadeó un par de veces, y Kane miró aquel azul caribeño tan familiar; un color que le recordaba el mes de vacaciones que habían pasado en su casa de las islas Vírgenes.
–Mary-Belle, ¿se te ha pasado?
–¿Kane?
–Sí, cariño, soy yo.
Mary arrugó el ceño, confusa.
–Ya no puedes llamarme «cariño».
Kane sintió una punzada de rabia y tuvo que hacer un esfuerzo para contener el deseo de tomarla entre sus brazos y demostrarle que seguía siendo suya. Demostrarle que seguía respondiendo como lo había hecho siempre desde que se conocieron.
Pero ahora era una mujer casada.
–Podemos discutir eso después.
Kane vio el brillo fiero de sus ojos; ese brillo que en el pasado siempre había dado lugar a una apasionada discusión y luego, al dormitorio.
–¿Y tu mujer tomará parte en la discusión? –le preguntó Mary.
–Estoy divorciado. ¿Y tu marido?
Ella negó con la cabeza.
–No tengo marido.
«No tengo marido».
Era libre. Libre para ser suya de nuevo. Y ahora que la tenía entre sus brazos, no pensaba dejarla escapar otra vez. Había cumplido con su deber por su familia, por su apellido. Y eso le había costado… más de lo que quería que Mary supiera nunca.
Pero los dos eran libres de nuevo y estaba decidido a no volver a estropearlo como había hecho la primera vez. No volvería a perderla.
–¿Mary? ¿Te encuentras bien?
Kane miró por encima del hombro y vio a cuatro mujeres dirigiéndose hacia ellos.
–Estoy bien, Emma. Es que anoche no dormí nada.
Kane se preguntó si su hijo no la habría dejado dormir. Sí, debía de ser eso. Tenía ojeras y deseó tener derecho a sacarla de allí en brazos para estar a solas. Sin embargo, no lo hizo. La dejó de pie, torturándose a sí mismo mientras se rozaba con ella.
Había demasiada gente en la habitación como para mantener la discusión que debían mantener. Y él quería… no, necesitaba sencillamente abrazar a aquella mujer que parecía tan frágil.
Mary dio un paso atrás, pero Kane apretó su mano.
–¿Qué haces?
–Tomar lo que es mío –contestó él.
Y era la verdad, ésa era la razón por la que estaba en Eastwick. Especialmente ahora que sabía que era libre. Cuando leyó el obituario de David Duvall en el Wall Street Journal apenas se había fijado… hasta que vio el nombre de Mary en la lista de parientes cercanos.
Llevaba un año buscándola. Sus hombres no habían podido encontrarla en el apartamento de París donde solía vivir…
–Ya no soy tuya –replicó ella, tirando de su mano.
–Ven conmigo.
–¿Por qué?
–Quiero hablar contigo –contestó Kane, olvidándose de los testigos, olvidándose de todo.
–Estamos hablando, señor Brentwood.
–A solas –insistió Kane, tirando de ella.
Mary siempre había logrado hacerle olvidar las reglas del buen comportamiento. Ella lo hacía reaccionar como un hombre… y en aquel momento sentía el deseo de portarse como un cavernícola.
–No creo que sea buena idea.
No debería haberla soltado. Debería habérsela echado al hombro…
–No discutas conmigo. No estoy de humor, Mary-Belle.
Kane inclinó la cabeza para rozar sus labios… y se excitó de inmediato al notar que ella abría la boca… como hacía siempre. Introdujo la lengua entre sus labios, hambriento de ella. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se sació de Mary.
Alguien se aclaró la garganta entonces, y ella se apartó. Kane mantuvo las manos en su cintura y fulminó con la mirada al hombre que había carraspeado.
–¿Quién es? –preguntó el tipo, señalándolo a él. Estaba perdiendo pelo y tenía una expresión antipática. Miraba a Mary con una expresión tan odiosa, que Kane la acercó a él como para ofrecerle su protección.
Cuando ella le dio un codazo en las costillas, Kane arrugó el ceño, pero no la soltó. Mary siempre había sido tan etérea… entrando y saliendo de su vida de tal manera que siempre sospechó que no podría retenerla. Pero no perdería aquella oportunidad.
–Channing, te presento a Kane Brentwood. Nos conocimos cuando vivía en Londres. Kane, te presento a mi primo Channing Moorehead y su hermana Lorette.
Kane estrechó la mano de los dos.
–Reciban mi más sentido pésame.
–Queríamos muchos al tío David –dijo Lorette, sin que nadie le hubiera preguntado–. Hemos vivido nuestras vidas de manera ejemplar… para mostrarle nuestro respeto.
–Estamos impresionados, Lorette –replicó Emma, la amiga de Mary, sarcástica.
Mary sonrió, agradecida, y Kane se dio cuenta de que había llegado en un momento poco oportuno. Había mucha tensión entre Mary y sus primos… como entre él y su familia.
–¿Qué les pasa? –le preguntó al oído cuando Lorette se volvió hacia Emma.
–No te preocupes. No tiene nada que ver contigo.
–No sé si eso es verdad, Mary-Belle. No pienso marcharme ahora que sé que lo dos somos libres.
–Ahora soy una mujer diferente, Kane. Tengo una imagen que mantener –contestó ella, mirando por encima del hombro para comprobar que nadie los estaba escuchando–. Ya no puedo ser tu amante.
–¿Qué imagen? Vi tu trabajo en la galería de Londres la primavera pasada. Tus cuadros siempre han sido fantásticos… pero había algo especial en éstos.
–Gracias, Kane. Pero no es mi imagen como artista de la que estoy preocupada. Aquí nadie sabe nada de esa parte de mi vida.
Kane no podía creer que hubiera mantenido en secreto algo tan importante. Mary vivía y respiraba esos cuadros mientras estuvieron juntos… casi diez años. Incluso había tenido que ser su modelo un par de veces para poder tener toda su atención.
–¿De qué imagen estás preocupada, de tu imagen como madre?
–No, mi hijo… nació muerto –suspiró ella. Había un mundo de dolor en esas palabras, y Kane hubiera querido consolarla, pero ella negó con la cabeza–. Hablo de la imagen de la familia Duvall. Volví a casa para recuperar mi herencia, Kane. Una herencia que no es tan antigua como la tuya, pero sí igualmente exigente. Y ahora tengo que irme. Gracias por venir.
Kane la dejó ir. No entendía a la nueva Mary, pero una cosa estaba clara: ahora que la había encontrado no pensaba irse de Eastwick sin hacerla suya. Suya como debería haber hecho cuando se conocieron, cuando su arrogancia los forzó a hacer unos papeles de los que no habían podido escapar.
El funeral no fue muy largo pero, para Mary, duró una eternidad. Después, todos fueron a la mansión de la familia Duvall para la recepción, algo típico de Connecticut.
En medio de las condolencias, Mary se retiró un momento al estudio de su abuelo para estar sola y se sentó en su sillón de cuero que olía ligeramente al tabaco que solía fumar. Respiró profundamente, recordándolo…
Pero alguien llamó a la puerta poco después, y Mary supo que debía volver con los demás. Cuando abrió la puerta, se encontró con Emma, Caroline y Lily en el pasillo.
–Sabíamos que estarías escondida aquí –dijo Emma, cerrando la puerta.
–No estoy escondida –replicó ella.
Aunque era mentira sabía que sus amigas no dirían nada. Necesitaba un momento de descanso después de tener que poner buena cara a tanta gente. Estaba empezando a hartarse y le apetecía hacer algo… no sabía qué. Y no entendía cómo sus amigas podían soportar aquella vida día tras día.
–¿Ni siquiera de Channing? Jo, qué hombre más insoportable –dijo Caroline.
–¿Está buscándome?
–No, Felicity y Vanessa se encargan de él, y Abby tiene acorralada a Lorette. Hemos venido para que nos cuentes quién es ese hombre tan guapo con acento británico.
Lo último de lo que Mary quería hablar era de Kane. Ni siquiera sabría cómo empezar.
–¿Eso no puede esperar hasta una de nuestras comidas?
–¿Quién sabe cuándo podremos comer juntas con todo el mundo planeando bodas? –rió Caroline, con esa efervescencia que le ponía a todo.
–La verdad es que no hay mucho que decir. Nos conocimos cuando vivía en Londres…
–¿Cuándo? –preguntó Emma.
–Durante mi segunda semana allí. Yo trabajaba en Harrods –contestó Mary.
Recordaba que él se había quedado parado delante del mostrador de los pañuelos durante media hora. Sin intentar ni por un momento fingir que iba a comprar uno; sencillamente, coqueteando con ella.
–¿Y ya está? –exclamó Caroline, incrédula–. Eso fue hace diez años, guapa. Y ese hombre parecía mucho más que un cliente para ti.
–Es que… en fin, tuvimos una aventura –contestó Mary, porque pensó que sus amigas entenderían mejor eso que la verdad: que había vivido en un apartamento que pagaba él y que se acostaban juntos siempre que él lo deseaba. Que había sido una mujer mantenida.
–Ya sabía yo que había algo más –suspiró Lily–. Te miraba de una forma. Y ese beso…
Mary lo seguía sintiendo en los labios, pero intentaba olvidarlo. Olvidarlo todo sobre Kane salvo el hecho de que ya no era parte de su vida.
–Hace tres años que no lo veía.
Para ser sincera, no quería recordar la última vez que vio a Kane Brentwood.
Entonces estaba tan dolida, que le dijo algo que jamás debería haber dicho. Cuando volvió a Eastwick, su abuelo le recordó que su comportamiento había sido dañino para ella y para los demás, y Mary pensó inmediatamente en Kane. Si entonces hubiera estado tan centrada como ahora, quizá su hijo habría vivido…
–Pues yo creo que ese hombre quiere retomar la relación –dijo Caroline.
–No puede ser. Ya no.
–Pero al menos podrías explorar la posibilidad –sugirió Lily.
Mary negó con la cabeza. Kane no iba a ser parte de su vida otra vez. Él era su debilidad y sabía que, si lo dejaba entrar en su vida, tendría que enfrentarse con el pasado y con las mentiras que había contado. Mentiras que seguían persiguiéndola.
Kane se levantó temprano a la mañana siguiente para correr un rato por la playa. Había estado dando vueltas y vueltas en la cama, intentando encontrar la manera de recuperar a Mary. Sabía que no sería fácil convencerla, pero él no era un hombre acostumbrado al fracaso.
Había dejado atrás el negocio familiar de importación cuando hizo que anulasen su matrimonio con Victoria. Sus parientes se quedaron horrorizados, aunque el matrimonio había sido un fracaso desde el principio. Pero le dio igual. Para su familia, Kane no era más que el heredero, y él había aprovechado la oportunidad para romper con todo.
Había estado viviendo en Manhattan durante el último año y medio y allí abrió una pequeña empresa de inversiones que había convertido en una de las más influyentes del mundo financiero.
Kane estaba mirando el horizonte para decidir cuánto más iba a correr cuando vio una figura familiar… Mary. Estaba sentada en la playa, mirando las olas. Kane dejó de correr e intentó controlar el ritmo de su respiración antes de acercarse a ella.
–Buenos días, cariño.
–Buenos días –dijo ella, levantando la cabeza para mirarlo. Su rostro estaba en sombras, pero el sol hacía brillar los reflejos rojizos en su pelo oscuro. En ese momento le recordó a la mujer que había conocido una vez. La mujer que no iba perfectamente peinada, que no se mostraba rígida en todo momento.
–¿Qué haces aquí?
Kane, de pie frente a ella, se puso las manos en las caderas.
–Correr un rato. ¿Te importa si me siento contigo?
–¿Te irías si dijera que sí me importa?
–Si eso es lo que quieres…
Él era un hombre acostumbrado a salirse con la suya. Lo conseguía todo porque no aceptaba un no por respuesta. Pero con Mary, esta vez quería ser de otra manera. Si ella no quería su compañía, la dejaría en paz.
–Es una playa pública. No puedo evitar que te sientes.
Kane se puso en cuclillas a su lado.
–No estoy interesado en la playa, Mary-Belle. Estoy interesado en tu compañía.
–¿Por qué? Pensé que habíamos aclarado lo nuestro hace años –contestó ella, apartando el pelo de su cara.
–No, no es verdad.
Mary suspiró, y el viento se llevó ese sonido. Kane deseaba que la brisa se llevara también el pasado pero, al mismo tiempo, no renunciaría a los años que habían pasado juntos por nada del mundo. Sólo al final. Si pudiera cambiar cómo habían terminado, sería un hombre feliz.
–Las cosas han cambiado, Kane. No puedo volver a ser la misma.
–No te estoy pidiendo que lo seas.
Tampoco él era el hombre que la había mantenido como su amante. Ahora quería… no sabía lo que quería, además de volver a tener a Mary en su cama.
–¿Por qué estás aquí, Kane?
–Porque estás tú.
–No digas eso.
–¿Aunque sea verdad?
–Especialmente si es verdad. Mi vida es muy complicada ahora. Tengo obligaciones familiares…
–¿Hacia quién?
–La herencia de mi abuelo.
Kane se pasó una mano por el cuello mientras se dejaba caer a su lado. Que ironía que ahora que él estaba libre de responsabilidades familiares ella no lo estuviera.
–¿Qué clase de obligaciones?
–Es complicado… Quiero usar la herencia que me ha dejado para establecer una fundación que ayude a familias necesitadas. Y quiero crear una unidad de neonatos en los hospitales que las necesiten. También me gustaría patrocinar programas de Arte en colegios públicos, usar una finca de mi abuelo cerca del lago Finger en Nueva York como campamento de verano…
–Vaya, eso parece mucho trabajo, ¿no? ¿Por dónde piensas empezar?
–No tengo ni idea. Soy una artista, no una mujer de negocios. Channing está en el patronato de dos fundaciones, así que él sabe cómo funcionan estas cosas, pero no quiero pedirle que me ayude.
–¿Por qué no?
–Porque no nos llevamos bien. Está esperando que meta la pata para quedarse con todo el dinero.
–¿Tu abuelo te dejó su herencia con estipulaciones?
–Más de las que te puedas imaginar.
–¿De qué tipo?
Mary hizo una mueca.
–Digamos que debo ser un modelo de comportamiento.
–No exactamente la Mary que yo recuerdo –sonrió Kane.
Ella echó la cabeza hacia atrás y sonrió de tal manera que lo dejó sin respiración. Nunca había olvidado lo guapa que era, pero su atracción por ella en aquel momento era algo más que física. Era la ilusión que tenía por vivir. Su sonrisa, que llenaba los espacios vacíos de su vida.
–¿Por qué me miras así?
–Porque me encanta tu sonrisa.
–¿Mi sonrisa?
Kane pasó un dedo por su cara, rozando sus labios con el pulgar.
–Fue en lo primero que me fijé aquel día, en Harrods.
–¿En mi boca? –murmuró Mary, pasándose la lengua por los labios. Kane tuvo que contener un gemido.
–Sí. Tus labios están hechos para besar.
Mary apartó la cara.
–Los tuyos también.
Kane tuvo que sonreír. Nadie le había dicho nunca esas cosas más que Mary. Ella no le tenía miedo a su reputación y no se sentía intimidada por su dinero o sus contactos. Siempre lo había tratado como si fuera un hombre más. Y a Kane le gustaba que, con ella, podía sencillamente ser él mismo.
–No se le dicen esas cosas a los hombres.
–¿Por qué no? Tú tienes una boca preciosa.
Kane se inclinó para buscar sus labios y, al primer contacto, Mary susurró su nombre, abriendo la boca para él. Kane se tomó su tiempo para explorarla, para acostumbrarse de nuevo a su sabor. Conteniendo un gemido de triunfo, pasó la lengua lánguidamente por su boca, apretándola firmemente entre sus brazos. Porque allí era donde debía estar.
Kane siempre había tenido la habilidad de transportarla a otro mundo, uno en el que parecían existir sólo ellos. En ese mundo, Mary hacía todo lo que él le pidiera sin pensar en lo que eso iba a costarle. Pero ya no podía hacerlo.
De modo que se apartó, comprobando los signos de excitación en el hombre que había sido su primer y único amante.
–¿Por qué te apartas?
–Porque no puedo ser vista en público mostrando afecto.
Kane levantó una ceja, sorprendido.
–Me parece muy bien. Vamos al hotel para mostrarnos afecto en privado.
Ella negó con la cabeza.
–No, hoy no. He quedado con el abogado de mi abuelo a las diez. Y luego tengo que ver a los administradores que van a ayudarme con el fideicomiso.
–¿Quiénes son?
–Uno de Merrill Lynch, y otro de A. G. Edwards.
La verdad era que a ella no se le daba bien manejar dinero y no tenía ni idea de cómo hacer su sueño realidad.
–¿Y no quieres aceptar mi ayuda?
Kane era un lince en inversiones. Había ido invirtiendo el dinero que le daba mientras estuvieron juntos y lo había convertido en una pequeña fortuna. Mary había usado ese dinero para vivir en París antes de volver a Eastwick.
–¿Quieres ayudarme de verdad?
–De no ser así, no me habría ofrecido –sonrió él.
–Sí, ya. No sé… ahora me resulta difícil pensar.
–Me alegra saberlo.
Kane se levantó, ofreciéndole su mano. Y así volvieron hacia la casa.
–¿Quieres desayunar conmigo?
Acariciaba su mano con el pulgar, y Mary sintió un escalofrío. Sus pezones se tensaron en respuesta a la caricia. Siempre reaccionaba así con él. Si desayunaba con Kane, probablemente acabarían haciendo el amor.
–No.
–¿Por qué no?
–No voy a acostarme contigo, Kane. Quizá lo mejor sea que no me ayudes con el asunto de la herencia.
–¿Por qué no? Yo estoy más cualificado que esos tipos.
–Creo que trabajar contigo complicaría las cosas.
–¿Qué cosas? No te entiendo.
–Sí me entiendes. No quiero darle a Channing y Lorette una razón para llevarme a juicio por la herencia.
Kane la tomó por la cintura con una mano mientras con la otra echaba su cabeza hacia atrás para que lo mirase a los ojos.
–No pienso aceptar una negativa. Estoy de vuelta en tu vida, Mary-Belle. Iremos despacio si eso es lo que quieres, pero no pienso dejarte ir otra vez.
–Kane… no digas esas cosas.
–Lo digo en serio.
Mary no podía conciliar lo que estaba diciendo con lo que había dicho cuando se separaron. Aún recordaba sus palabras… la herida que le había hecho aún sin curar.
–No. Me dijiste que nunca había sido para ti nada más que una amante, y te creí. No tenemos una gran historia de amor que recuperar, Kane. La nuestra fue una relación… profesional. Tú pagabas mis gastos, y yo me encargaba de satisfacer tus necesidades sexuales. Eso era todo.
Kane masculló una maldición, pero no la soltó.
–Nunca fue eso, y tú lo sabes. Una pasión como la nuestra no se puede resumir en algo tan sencillo.
Pasión… uno de los problemas de Mary, según su abuelo. La pasión sólo debía aparecer delante de su caballete, donde podía canalizar esa rebeldía en sus cuadros.
–La pasión ya no es parte de mi vida, Kane. Será mejor que lo recuerdes. Ya no soy la mujer que conociste en Londres. He cambiado.
–¿Cuántas veces voy a tener que pagar por haberte hecho mi amante? –preguntó él, con los dientes apretados. Sonaba como un aristócrata cuando hablaba así.
–No quiero hacerte pagar por nada. Por favor, Kane, tienes que irte. Vuelve a casa y olvídate de mí.
–Puede que tú hayas cambiado, pero yo no. Sigo siendo un hombre decidido. Y tú sabes que siempre consigo lo que quiero.
–¿Te das cuenta de lo arrogante que suena eso?
–Sí.
Mary tuvo que reír. Kane seguía siendo un hombre contradictorio. Un perfecto caballero en público y un hedonista total en privado. Sentía la tentación de dejarse engatusar por él y volver a aquellos días en Londres. Pero sabía que no podía hacerlo.
Algo que su abuelo había dicho cuando volvió a Eastwick se lo impedía. Le dijo que era hora de hacerse mayor y dejar de huir de las responsabilidades. Le recordó que era una Duvall. La única que podía llevar adelante el legado de su familia.
–La arrogancia no te va a ayudar esta vez.
–Pero me necesitas para abrir esa fundación. Además, es lo mínimo que puedo hacer por una vieja amiga.
«Una vieja amiga».
Ellos nunca había sido amigos. Los amigos comparten cosas, y Kane y ella nunca habían compartido nada. Los dos hacían un papel y vivían en un mundo que ellos mismos se habían inventado.
–¿Vas a negar que éramos amigos?
–No lo sé… y no quiero hablar de eso. Pero acepto tu oferta. Sé que eres un experto en inversiones y necesito alguien en quien pueda confiar.
A Mary le dolía la cabeza después de pasar horas en la sala de juntas con el abogado de su abuelo, Max Previn. Y con Channing, el odioso Channing. Max era un hombre mayor, amable, que había intentado suavizar la animosidad de su primo, pero eso era prácticamente imposible.
Mary le había explicado sus planes, y el abogado asintió, recordándole que había una cláusula en el testamento por la que, si hacía algo escandaloso o inapropiado, el dinero volvería a la cuenta de su abuelo, y ella tendría que devolver lo que se hubiera gastado. Mary intentó olvidar esa estipulación y consiguió terminar la reunión y salir de la sala de juntas sin ponerse a gritar.
Su coche, un Mercedes último modelo, estaba aparcado frente al edificio. Pero ella lo miró con odio. Odiaba la vida que se veía obligada a llevar. Una parte de ella, la parte rebelde y salvaje, quería mandarlo todo al infierno. No le gustaban las restricciones y las instrucciones sobre cómo comportarse que su abuelo dictaba incluso desde la tumba.
Pero otra parte de ella estaba de luto por el niño que había perdido, y quería hacer todo lo que estuviese en su mano para que ninguna otra mujer tuviera que vivir con esa pena.
Nerviosa, decidió ir paseando hasta la galería de arte de su amiga Emma. Por el cristal de la puerta vio que Emma estaba con un cliente, de modo que decidió esperar fuera un rato. En el escaparte estaba su última serie de pinturas: París. La serie estaba compuesta por cuatro piezas diferentes. Pero nadie en Eastwick sabía que ella era la autora. Firmaba sus cuadros como Maribel D. Y nadie había hecho la conexión.
–Tu trabajo ha madurado.
Mary se volvió, sorprendida al oír la voz de Kane. Llevaba un jersey negro y unos vaqueros gastados. El flequillo le caía sobre los ojos y estaba… demasiado guapo. Como siempre. Pero ella no quería sentirse atraída por Kane Brentwood.
–¿Tú crees? Yo creo que aún puedo mejorar.
–Los artistas nunca están satisfechos, ¿no? –sonrió Kane, repitiendo una frase que Mary había dicho una vez.
¿Por qué recordaba tantas cosas? Aunque también ella recordaba con detalle los años que pasaron juntos. Pero no era sorprendente porque entonces había vivido para Kane. Estuvo a punto de rehusar cuando él le ofreció que fuera su amante. Pero al final, la posibilidad de estar con Kane, aunque fuera en esas circunstancias, la decidió a hacerlo.
–¿Qué haces aquí?
–Esperándote. Voy a diseñar un plan financiero para tu fundación, ¿recuerdas?
–Claro que me acuerdo. ¿Cómo me has encontrado?
–Estaba comiendo en un restaurante y te vi pasar.
–Ah, pensé que me habías seguido.
–Pues no, lo siento.
–Oye, he cambiado de opinión… es mejor que no acepte tu oferta.
–¿Por qué?
–Channing me vigila como un halcón intentando encontrar algo para que él y su familia lo hereden todo…
–Cariño, yo soy muy discreto.
Eso era cierto, siempre lo había sido. Era su propio comportamiento lo que la preocupaba. Eso y los secretos del pasado que compartían… la naturaleza de su relación y la terrible verdad que le había escondido.
–No lo entiendes. Si descubrieran que fui tu amante, lo perdería todo.
–Nadie sabe la verdad salvo tú y yo –dijo él.
Mary se apartó un poco de la galería para que Emma no la viese con él.
–Lo siento…
–¿Qué es lo que sientes?
–No haber hecho las cosas como es debido cuando nos conocimos.
Mary negó con la cabeza. Había repasado la historia miles de veces y… debía reconocer que una parte de ella disfrutaba siendo su amante. Le gustaba escandalizar a sus padres, al círculo familiar…
Mary cerró los ojos, pensando lo inmadura que era entonces. Los errores que había cometido.
–Creo que la culpa fue de los dos…
Kane la abrazó entonces, y ella intentó apartarse.
–Suéltame.
–No, esta vez no.
Una parte de ella quería una relación con Kane. Lo que había empezado como una forma de escandalizar a sus padres y rebelarse contra ellos se había convertido en amor por su parte. Y nunca había olvidado a Kane. Pero no estaba dispuesta a vivir aquel carrusel de emociones otra vez. Especialmente en ese momento, que había tanto en juego.
–Lo digo en serio, suéltame. Si alguien nos ve, será la munición que Channing necesita contra mí.
–Te soltaré con una condición.
–¿Cuál?
–Que me dejes ayudarte con la fundación.
–Pero sería un acuerdo estrictamente profesional. Nada de besos, nada de caricias. No puedo arriesgarme.
–No puedo prometer que no voy a tocarte –suspiró Kane–. Pero te aseguro que haré todo lo posible para que nadie nos vea.
–Entonces mi respuesta tiene que ser no. Gracias, Kane. Sé que esto suena raro, pero me ha gustado mucho volver a verte.
Mary se dio la vuelta, pero él la detuvo.
–Ésa no es la respuesta que esperaba, Mary-Belle.
Ella lo miró por encima del hombro. Estaba parado en medio de la acera, con las piernas ligeramente separadas.
–Pues siento decepcionarte.
–No será así por mucho tiempo.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Como estás tan preocupada por mantener lo nuestro en secreto… tendré que chantajearte para que aceptes mi ayuda.
Kane vio que Mary se ponía pálida y que sus ojos empezaban a echar chispas. Pero se cruzó tranquilamente de brazos, esperando que lo insultase.
Ella dio un paso atrás y luego se detuvo abruptamente. La máscara de compostura apareció entonces y la antigua Mary desapareció por completo.
–¿A quién se lo piensas contar?
–Empezaré por tu primo.
–No te creo.
Kane tampoco lo creía, pero sabía que tenía que hacer algo. Momentos desesperados exigían medidas desesperadas.
–No voy a dejar que te alejes de mi vida.
–Kane, por favor…
Él había oído esa misma frase tantas veces. En distintas circunstancias. En el dormitorio de Londres, donde ella le suplicaba que la tocase. En aquel apartamento de París al que Mary se marchó cuando se comprometió con Victoria. Y ahora, cuando estaba chantajeándola. Pero tenía que concentrarse en el objetivo: ayudarla y volver a tenerla en su vida.
–Ahora soy una persona diferente.
–Ya lo veo –murmuró él, tomando un mechón de su pelo entre los dedos. Su pelo seguía siendo suave como la seda, pero ahora era más corto, por encima de los hombros, y más liso, sin los rizos que tanto le gustaban. Una cosa más de Mary que le resultaba extraña, pero tenía que encontrar la razón para tantos cambios.
–Quiero conocer a la nueva Mary.
–¿Por qué?
–Porque también yo soy un hombre diferente.
–A mí me sigues pareciendo un arrogante.
–Lo soy.
La deseaba. Estaba en constante estado de excitación desde que leyó su nombre en el periódico. Verla le había devuelto el hambre por la vida.
–¿Entonces?
Mary miró al suelo, pensativa.
–En fin, supongo que puedes ayudarme.
Kane sonrió, sin sentirse culpable en absoluto. No pensaba dejar que nadie le hiciera daño. Estaba pálida y parecía un poco asustada. Él sabía que perder a un ser querido era doloroso, y Mary no parecía estar cuidando bien de sí misma. Estaba más delgada que nunca.
–¿Has comido?
–¿Qué?
–¿Has comido algo?
–No, aún no.
–Entonces hablaremos de los detalles mientras comes.
–¿No acabas de comer tú?
–Sí, pero tú no.
–Bueno, de acuerdo. Iremos a casa de mi abuelo y tomaré una ensalada o algo.
–Como tú digas. Tú eres la jefa.
Mary lo miró, con una ceja levantada.
–Ojalá. Pero tú no eres de los que dejan que una mujer le diga lo que tiene que hacer –murmuró, dirigiéndose hacia el aparcamiento.
–Tienes razón. Pero recuerda que siempre he tenido en consideración tus deseos.
Ella se puso colorada. La conocía lo suficiente como para saber que estaba pensando en el sexo. Su personalidad era dominante en el dormitorio y fuera del dormitorio. Recordaba haberla llevado al borde del orgasmo una y otra vez para esperar luego sus dulces gemidos de frustración… antes de embestirla profundamente para llevarlos a los dos al orgasmo que tanto buscaban.
Kane la tomó por la cintura, y ella se detuvo. Cuando levantó la cabeza para mirarlo, comprobó que tenía las pupilas ligeramente dilatadas, que su respiración era más elaborada.
–¿Me deseas, Mary-Belle?
–Sí.
Esa palabra fue como un guante de satén sobre su piel desnuda. Su erección se incrementó, su cuerpo entero la deseaba. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se sació de ella y quería… no, necesitaba, hacerlo otra vez.
Kane inclinó la cabeza para buscar sus labios. Quería compensar el daño que le había hecho antes, cuando amenazó con chantajearla. Nunca tendría las palabras que Mary deseaba oír, pero siempre le mostraría con sus acciones lo que sentía por ella.
Sus labios apenas se rozaron. No podía besarla como quería allí, en la calle. Pero más tarde, después de que hubiera comido y hubiesen hablado de negocios… entonces sí. Vagamente, registró entonces el sonido de unos pasos tras ellos.
–Es la tercera vez, Mary.
Kane se apartó al oír la voz de Channing Moorehead.
–¿No tienes que dirigir una empresa? –le espetó Mary–. Sé que tu herencia está atada a los beneficios de Manufacturas Duvall-Moorehead. ¿No te da miedo que vigilarme vaya a distraerte de tu trabajo?
–Puedo hacer mi trabajo y vigilarte.
–Ése no es su trabajo, Moorehead –le espetó Kane.
–¿Y es el suyo?
–Eso es irrelevante. Pero se lo advierto: cualquiera que amenace a Mary tendrá que vérselas conmigo.
Mary lo llevó a la cocina. Estaba nerviosa, fuera de sí, y, por primera vez desde que volvió a Eastwick, se alegraba de las lecciones de su abuelo sobre compostura. La antigua Mary se habría olvidado completamente de comer algo y habría tomado a Kane de la mano para llevarlo al dormitorio sin decir una palabra.
Pero ahora pensaba en las consecuencias de sus actos, lo que podía perder y lo que tenía que ganar. De modo que se dirigió a la soleada cocina para hacer algo tan mundano como preparar una ensalada.
En el camino había ido pensando en Kane y Channing. Estaba harta de que los hombres creyeran que los necesitaba. No era así.
Carmen, el ama de llaves de los Duvall, estaba en la cocina.
–Buenas tardes, Carmen.
–Buenas tardes, señorita Mary. ¿Quería algo?
–Me gustaría tomar una ensalada en el estudio. Kane, ¿tú quieres algo?
–Un vaso de Perrier, por favor.
–Yo se lo llevaré –sonrió el ama de llaves.
Mary esperó hasta que estuvieron en el estudio con la puerta cerrada antes de dirigirse a él de nuevo:
–No quiero que te pelees por mí.
–Una pena.
–Kane, lo digo en serio. Channing va a estar vigilándome durante el resto de mi vida y, cuando tú te hayas ido, ese tipo de… gesto machista será un problema para mí.
–¿Por qué crees que voy a irme?
Mary no quería pensar en lo que significaba esa frase. De modo que se sentó en el sillón de su abuelo. Kane nunca se quedaba. Por muy felices que fueran juntos, él siempre tenía un pie en la puerta. Además, ella ya había aceptado que pasaría el resto de su vida sola. No como sus amigas, que estaban todas prometidas y haciendo planes para tener niños. Mary siempre había sido diferente y su vida también.
–Portarte como si no estuviera aquí no hará que me vaya.
–No estoy haciendo eso –replicó ella, echándose el pelo hacia atrás. Nunca podría ignorar a Kane del todo. Su masculinidad, su aspecto tan viril dominaba cualquier habitación. Y la tentaba a olvidar el fideicomiso, a sus primos, a la familia y… ¿actuar como una idiota otra vez?
–Estás aquí para trabajar, ¿no? –le preguntó, enfadada con él y consigo misma.
–Ésa es una de las razones.
–Es la única que cuenta.
–Si tú lo dices…
–Sí.
Kane se sentó frente al escritorio y sacó un cuaderno del maletín que llevaba en la mano. Mary no se había fijado en el maletín hasta aquel momento. Ella misma lo había ayudado a elegirlo en Londres.
–He hecho un par de llamadas, y mañana tenemos una reunión con un abogado amigo mío. Él nos explicará los aspectos legales de lo que quieres hacer.
Kane era un hombre de negocios, de modo que no le sorprendía que ya se hubiera puesto en contacto con las personas adecuadas. Y sabía que no era sólo una cuestión de negocios para él.
Por un momento, le gustaría disfrutar de la idea de ser cuidada y querida. Ésa era una de las razones por las que había estado con él tanto tiempo. Kane Brentwood había sido la primera persona que cuidó de ella.
Cierto, a cambio ella se había encargado de satisfacer sus necesidades sexuales.
–Tenemos que guardar una parte del dinero de la herencia por si acaso tuviera que devolverlo.
–¿Por qué ibas a tener que devolverlo?
–En el testamento hay ciertas estipulaciones, ya te lo he dicho.
–¿Cuándo tendrás el dinero?
–El señor Previn me ha dicho que tendré una parte dentro de tres meses. Pero habrá un período de prueba que durará dos años.
–¿Un período de prueba? ¿Se puede saber por qué te vigilan de esa manera? –preguntó Kane, extrañado.
–Por mi comportamiento anterior –suspiró Mary–. Se supone que debo seguir las reglas que mi abuelo dejó escritas. Y esas reglas fueron revisadas por mis padres antes de morir.
Kane no dijo nada, y Mary se alegró. Ella odiaba aquel absurdo libro llenos de reglas de comportamiento. Odiaba que cada detalle de su infancia hubiera sido usado como ejemplo para decirle lo que no debería hacer.
–Parece que hay muchas reglas en tu vida.
No tenía ni idea. No había sitio para errores en la familia Duvall. Su madre le había dicho una vez que, para ella, esa rigurosidad había sido un seguro en la vida desde que se casó. Pero para Mary siempre había sido como una mordaza.
–Ya sabes cómo son las familias. Tú también tienes que seguir ciertas reglas.
–Ya no tengo que hacerlo –dijo Kane.
–¿Por qué no?
Durante los últimos tres años Mary se había alejado de todo lo que tuviera que ver con Kane Brentwood. No había leído el Globe o hablado con sus amigos de Londres. Era demasiado doloroso imaginarlo con otra mujer, los dos viviendo juntos…
–Cuando me divorcié de Victoria me dijeron que no volviera nunca más.
–¿Por qué te divorciaste?
–Eso no tiene nada que ver con tus inversiones.
–Tienes razón. Perdona, no tengo derecho a preguntar.
Kane dejó el cuaderno sobre el escritorio y se levantó para acercarse a ella.
–No voy a negarte nada. Puedes preguntarme lo que quieras. Pero eres tú quien insiste en que esto sea una reunión de negocios.
–Sí, bueno…
–¿Has cambiado de opinión? –preguntó él, acariciando su cara.
Mary decidió ser sincera con Kane, como lo había sido siempre.
–No estoy segura.
Kane levantó a Mary del sillón y la sentó sobre el escritorio. Luego separó sus muslos y se colocó entre ellos, mirándola a los ojos. Deslizando una mano por su espalda, agarró su trasero y tiró de ella hasta que pudo colocar su erección en el centro de su cuerpo.
Mary se sujetó a sus brazos y echó la cabeza hacia atrás.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó, casi sin voz.
–Convencerte para que cambies de opinión –contestó él, clavando la mirada en los duros pezones que se marcaban bajo la blusa. Recordaba cómo era desnuda, la curva de sus pechos, el color oscuro de sus aureolas… Recordaba lo sensible que era a cualquier estimulación–. Y parece que mi plan está funcionando.
–¿Tu plan es acostarte conmigo?
–Cariño, esto es mucho más importante que el sexo.
–Eso espero.
Kane no sabía qué decir. De modo que inclinó la cabeza y buscó sus labios, enterrando una mano en su sedoso pelo. Pasó la lengua por la comisura de sus labios, y ella abrió la boca, invitándolo. Pero Kane esperó. Quería estar seguro de que Mary lo deseaba de verdad.
Ella se movió entonces, un sutil movimiento de caderas que la colocó rozando la punta de su miembro. Gimiendo, Kane mordió su labio inferior. La punta de sus pechos rozaba su torso, y deseó que estuvieran desnudos para poder sentir los pezones femeninos rozando su piel.
En aquel momento, la controlaba. O eso pensó hasta que sintió sus dedos en el cuello, las uñas de Mary arañando su piel.
Entonces dejó de jugar y la besó apasionadamente, como había deseado hacerlo desde que la vio. Metió la lengua en su boca y dejó que el instinto lo dirigiera. Dejó de pensar y analizar. Dejó de preocuparse y de intentar ser frío con ella.
Ningún hombre podría ser frío con Mary Duvall porque ella era toda fuego y pasión. La clase de pasión que no había sentido antes… y no volvería a sentir jamás. Ella calentaba esa parte fría de él que nadie sabía que tuviera. Nadie más que Kane.
Lentamente, empezó a desabrochar su blusa. Cuando hubo desabrochado todos los botones, apartó la tela y puso la palma de la mano sobre sus pechos. Luego la metió bajo el encaje y se detuvo un momento, saboreando la sensación de estar piel con piel. Ella se apartó, respirando profundamente, y Kane dio un paso atrás para mirarla a placer. La tierra se movió entonces bajo sus pies y se preguntó cómo podía contentarse sólo con un beso.
No, no podría contentarse sólo con un beso. Era imposible.
Mientras deslizaba las manos sobre la suave piel de su estómago, observó cómo ella lo miraba, cómo miraba sus manos deslizándose por su cuerpo…
Kane volvió a besarla, aunque sabía que no podía llevar aquello más lejos. El ama de llaves estaba a punto de llegar y no quería avergonzar a Mary.
Pero antes de que pudiera detenerse, se inclinó para besar sus pechos, rozando los pezones con la lengua. Sabía tan bien, que no pudo resistir apartar la tela con los dientes para chuparla como sabía que le gustaba.
Dejando escapar un gemido, Mary sujetó su cabeza con las manos, y Kane no pudo pensar más. Todo su mundo era aquella mujer. La quería excitada hasta que no pudiera pensar en nada más que en ellos dos…
Mary gemía, apretándose contra él, enredando las piernas en su cintura. Kane levantó entonces la cabeza para mirarla. Sus pezones estaban húmedos y duros de sus besos.
Nunca la había visto más bella que en aquel momento. Y nunca lo había excitado tanto. Kane movió las caderas hasta colocarse entre sus piernas, llevando la punta de su erección en contacto directo con su cuerpo. Luego empujó su trasero hacia él, creando una fricción erótica. Ella cerró los ojos y se frotó voluptuosamente contra su pantalón…
Kane tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse, para no bajarse el pantalón allí mismo. Pero mantuvo el ritmo, besándola hasta que sintió que un espasmo la sacudía entera. Mary murmuró su nombre cuando el orgasmo recorrió todo su cuerpo, y él la abrazó. Enterró la cara en la curva de su cuello, intentando contener su propio orgasmo…
Pero había llegado a una conclusión. No había manera de alejarse de aquella mujer. Pasara lo que pasara en su vida, Mary Duvall tenía que ser suya otra vez.
Mary se apartó de los brazos de Kane y se dirigió a la puerta, enfadada consigo misma.
¿En qué demonios estaba pensando? No podía dejarse llevar por la pasión que sentía por Kane. Sabía que era un hombre peligroso para ella, que lo que la hacía sentir sería su ruina… otra vez.