Solo por una noche - Pecados de un seductor - Amor en la ciudad de la música - Katherine Garbera - E-Book

Solo por una noche - Pecados de un seductor - Amor en la ciudad de la música E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

Solo por una noche Katherine Garbera Iris Collins necesitaba urgentemente un acompañante para una boda. El millonario Zac Bisset era el mejor candidato para salvarla de caer en el ridículo. A cambio, ella tenía que invertir en el equipo de regatas de Zac Bisset. Zac era un hombre aventurero y sexy, perfecto para que una heredera cuadriculada como ella lo llevase colgado de su brazo a la boda. El acuerdo era redondo, y todo iba bien hasta que acabaron en la cama. Entonces su relación pasó a ser verdadera, no un mero acuerdo, pero el inesperado telón de fondo de un escándalo familiar amenazó su fachada perfecta… Pecados de un seductor Kira Sinclair Había quien consideraba al millonario Gray Lockwood un pecador. Él sabía que había cumplido sentencia por un crimen que no había cometido. Para limpiar su nombre, necesitaba la ayuda de Blakely Whittaker, la severa y preciosa auditora cuyo testimonio le había enviado a la cárcel. La línea entre la enemistad y la pasión entre ellos era extremadamente fina, si la cruzaba ¿perdería Gray la posibilidad de alcanzar la justicia que tanto ansiaba? ¿Pretendía Blakely averiguar sus más íntimos secretos y sería, una vez más, la causa de su perdición? Amor en la ciudad de la música Jules Bennett El propietario de su nuevo sello discográfico, el hombre a cargo de su carrera profesional, era demasiado atractivo. Tanto que Hannah Banks solo podía pensar en él. Con intención de evitar la tentación, se hizo pasar por su hermana gemela, una mujer mucho más discreta. A Will Sutherland no le gustaban esa clase de bromas. Quería a la auténtica Hannah en el estudio de grabación y en la cama, siempre y cuando su relación se mantuviera en secreto. Pero cuando una antigua adversaria descubrió la verdad, Will tuvo que decidir entre no hacer pública su relación o declarar su amor a los cuatro vientos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 531 - enero 2024

 

© 2020 Katherine Garbera

Solo por una noche

Título original: Her One Night Proposal

 

© 2020 Kira Bazzel

Pecados de un seductor

Título original: The Sinner's Secret

 

© 2021 Jules Bennett

Amor en la ciudad de la música

Título original: Twin Games in Music City

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2020, 2021 y 2021

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-669-5

Índice

 

Créditos

Solo por una noche

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Pecados de un seductor

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Amor en la ciudad de la música

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

La comida con su familia los miércoles era siempre uno de los mejores momentos de la semana para Iris Collins. Era una tradición que comenzó cuando ella y Thea, su hermana gemela, volvieron a casa del internado, y que las había acompañado hasta la edad adulta. Siempre cenaban en el club del edificio de oficinas de su padre, en el distrito financiero de Boston. Hal Collins era el dueño de Collins Combined, una firma especializada en inversiones a largo plazo.

El teléfono de Iris sonó justo cuando entraba en el edificio. Era su novio. Volvió a guardarlo en el bolsillo de su vestido entallado y abrazó a su hermana.

–Sabía que ibas a llegar pronto. Yo también he venido rápido para que pudiéramos hablar antes de que lleguen papá y mamá –dijo Thea–. ¿Qué tal tu viaje con Graham?

–Bien –contestó Iris.

–¿Solo bien?

Menos que bien, en realidad. Durante las vacaciones en Bermudas, Graham la había presionado para que fuera más osada en la cama y la cosa había terminado mal, con él bebiendo en el bar y ella sentada en el balcón escuchando las olas. Estaba intentando no romper antes de la boda de Adler, su compañera de habitación en la universidad, que se celebraría en diez días. Era dama de honor.

El teléfono vibró. Otro mensaje de Graham.

–Hablando del diablo…

Sacó el móvil y leyó:

Mira, las cosas no funcionan entre nosotros, así que hemos terminado. Espero que lo entiendas.

–¿En serio? –exclamó Thea, que había leído por encima de su hombro–. ¿Rompe contigo con un mensaje de texto?

Ojalá le sorprendiera, pero lo que sintió fue alivio. Rápidamente contestó.

Iris: Claro que lo entiendo.

Graham: Me lo imaginaba.

–¿Entender, qué? –preguntó Thea.

–Nada –respondió. No iba a hablar de sexo en el vestíbulo del edificio de su padre.

Thea le quitó el teléfono de la mano y escribió:

Iris: Por supuesto. Espero de la vida más de lo que tú puedes ofrecerme.

–¡Thea, devuélveme el teléfono!

Graham: Bien. Yo quiero a alguien que no sea básica, gris y aburrida. Que te den, zorra.

Thea quiso volver a quitárselo, pero Iris lo apartó y se limitó a enviar el emoji del pulgar levantado.

–¿Por qué has hecho eso? –protestó–. No tengo ganas de dar explicaciones.

–¿De qué tienes que dar explicaciones? –preguntó su madre, que se había acercado por detrás y las abrazaba. Corinne Colins, Coco para sus amigos, una persona siempre desbordante, iba vestida de Ralph Lauren.

–De Graham. El tío con el que salía.

–Ha roto con ella con un mensaje, el muy grosero.

–Desde luego. Pero no todo el mundo presta atención a la buena educación estos días.

–Cierto –contestó iris–. ¿Y papá?

–Se va a retrasar. Le he advertido que, como tarde mucho, os llevo de compras a las dos.

Las tres se echaron a reír pero, mientras Iris seguía a su madre y a su hermana hasta el restaurante, estaba que se subía por las paredes. ¿Cómo se había atrevido a decirle semejante grosería? Aburrida, vale, ¿pero gris? ¡A ella, Iris Collins, gurú del estilo de vida en televisión! Su estilo marcaba tendencia y en Instagram la seguía toda la jet set.

Había sabido que era un imbécil cuando le sugirió lo del trío, pero aquello era el colmo.

Su madre vio a una amiga del club de bridge y se acercó a saludarla.

–Tienes que llevarte a un tío que esté cañón a la boda –refunfuñó Thea–. ¡Enséñale quién es gris! No puedo creer que se haya atrevido a decirte eso.

–Vale, pero ¿a quién? No conozco a nadie. Y solo quedan diez días.

–Déjame pensar…

–No puede ser un conocido.

–Claro. Tendrías que contratar a alguien. Puedes hacerlo.

–No.

–¿Por qué no?

–Porque me resultaría embarazoso, por eso.

–No es embarazoso. Podrías ir del brazo de un tío estupendo, y como la factura la vas a pagar tú, tendría que comportarse como tú quisieras. De hecho, conozco a algunos que podrían estar interesados.

–¿A quién, si tú trabajas en casa con dos gatos?

Su hermana llevaba un exitoso blog sobre etiqueta y buenos modales.

–Tengo amigos –replicó.

–Gracias, Thea, pero yo lo arreglaré. Mejor no gastar ni un minuto más con Graham.

Su padre llegó y la comida resultó agradable, pero Iris sintió aquella desazón que siempre le inspiraba ver cómo sus padres se daban la mano mientras tomaban el café y los postres. ¿Era demasiado pedir encontrar a un compañero? Quería lo que tenían ellos, pero solo parecía atraer a hombres como Graham.

Quizás Thea estuviera en lo cierto. Podría encontrar algún tío sexy al que contratar para que la acompañase a la boda. Solo faltaban cuatro días y tres noches.

 

 

Zac Bisset detestaba Boston, pero en ocasiones la vida real se colaba en mitad de su entrenamiento y se veía obligado a dejar el barco y hacer lo que hubiera que hacer. No importaba que hubiese amanecido un día de junio perfecto. Llevaba traje y mocasines en lugar de bañador e ir con los pies descalzos. Haber nacido en el seno de una familia rica, privilegiada y con demasiadas restricciones nunca le había gustado mucho, y de todo ello escapaba estando en el mar, navegando. Era una pasión que había crecido en él durante los años de universidad y que había culminado con su inclusión en el equipo británico que competía en la Copa América. Había pasado cuatro años dedicado a ello, pero hacía poco que había dejado el equipo para hacer algo por su cuenta.

Preparar un equipo para competir en la Copa América era caro. Podría pedir dinero a la empresa de su familia, Bisset Industries, pero ese dinero llevaría consigo demasiados compromisos. Su padre llevaba tiempo intentando conseguir que se sentara en el consejo de administración de la empresa, pero lo último que él quería era tener que responder ante August Bisset. O peor aún, ante su hermano mayor, Logan.

Le gustaba tener libertad, pero sus opciones eran limitadas. Después de que conquistara la copa el equipo norteamericano patrocinado por Oracle se había decidido a intentar reunir su propio equipo y presentarse a la competición. Necesitaba una gran empresa que lo patrocinara, o bien la parte de la herencia que le fuera a corresponder, y lo cierto era que el tiempo se le estaba acabando. Ya deberían estar entrenando.

Acababa de salir de una reunión con una compañía de telecomunicación de las grandes con la que había estado hablando del patrocinio y se había parado en al bar a tomar un agua con gas. El teléfono comenzó a pitar y entraron varios mensajes. El primero era de su hermano mayor, Darien, que se dedicaba a la política y no al negocio familiar. Quería quedar a tomar algo antes de que las festividades por la boda de su prima dieran comienzo. A continuación entró otro de su equipo. Los chicos querían que los pusiera al corriente. El último era de su madre, diciéndole que estaba en Nantucket, en casa de la abuela, y lo animaba a que llegase pronto para que pudieran charlar un rato tranquilamente.

En aquel momento no le apetecía responder a ninguno. Por supuesto, sus dos personas favoritas de la familia habían hecho un esfuerzo por conectar, lo cual era de agradecer. Logan y su padre querían boicotear la boda de Adler porque se casaba con un miembro de la familia Williams. Eran los principales competidores de Bisset Industries, y el negocio lo había puesto en marcha un hombre al que su padre detestaba.

Zac no tenía nada contra el novio, así que se había ofrecido a asistir a todos los eventos. Le gustaban las fiestas de las bodas. Bebida, chicas guapas y bailoteo. Iba a ser una boda temática, así que todos se iban a desplazar a un resort de lujo de Nantucket, el buque insignia de Williams Inc., y que su hermana Mari no dejase de cantar las glorias del lugar hacía que Logan y su padre se mostrasen todavía más reticentes a asistir.

La familia era a veces un engorro.

Decidió contestar primero a sus compañeros de equipo. Los tres se encontraban en Nueva Inglaterra buscando patrocinadores y trabajando en el nuevo diseño del casco. La competición se ganaba tanto con habilidad en el mar como con un buen diseño del casco.

Zac: De la pasta, nada. Tenemos una reunión más. Luego, tendemos que buscar más opciones.

Yancy McNeil fue el primero en contestar:

Yancy: Qué mierda. Una amiga me ha dicho que conoce a alguien que anda buscando una inversión a largo plazo. Te pasaré el contacto.

Enseguida intervino Dev Kellman.

Dev: Yo no tengo ninguna idea por ahora, pero sí que tendré unos margaritas preparados en cuanto recuperéis la fe.

Zac: Gracias, Dev. Pásame el contacto, Yancy.

Mientras le pedía al camarero que le sirviera otra agua con gas, levantó la mirada y se quedó paralizado al ver a la rubia que acababa de entrar en el bar. Llevaba un vestido ceñido con manga corta. Estaba morena y en forma, y se movía con confianza y decisión. Sus miradas se cruzaron y ella sonrió tímidamente. Tenía los ojos tan azules como el mar de la isla de Nueva Zelanda. Su boca era… demonios, no podía dejar de mirarla. Tenía el labio superior más carnoso que el inferior, y de pronto en lo único en que podía pensar era en cómo sería besarla.

Estiró las piernas bajo la mesa y apartó la mirada. Sí, llevaba demasiado tiempo embarcado si lo primero que se le ocurría al ver a una mujer era pensar en besarla. Tenía que recuperar el control antes de pasar toda una semana rodeado de la familia.

Oyó pasos que se acercaban y levantó la vista, esperando ver al camarero, pero se equivocaba. Era esa mujer. Olía bien, como las flores de verano del jardín que su madre tenía en los Hamptons, y tenía una mirada franca que le gustaba. Él no era tímido, y nunca sabía bien cómo tratar con quienes lo eran. De cerca no era tan rubia. Había mechones de color caramelo en aquella melena que le rozaba los hombros, y lucía al cuello un fino collar con un colgante en forma de flor.

 

 

Iris andaba aún pensando en el consejo de su hermana cuando entró en el bar, al otro lado de la ciudad, una vez finalizada la comida. Miró a su alrededor. La tarde estaba ya mediada y se iba a reunir con su glam squad para repasar los preparativos para la boda en Nantucket. Dado que la boda de Adler iba a ser televisada y que habría montones de blogueros y sitios web de cotilleos, iba a tener que estar preparada para ser enfocada por las cámaras constantemente.

Había construido su propia plataforma durante los últimos cinco años, ascendiendo desde el puesto de asistente de Leta Veerland hasta tener su propio programa de televisión. De Leta había aprendido que siempre tenía que interpretar su papel en cuanto pusiera un pie fuera de su casa, aunque solo fuese a comprar leche al supermercado. Si alguno de sus seguidores la viera actuando o con un aspecto que contradijera su imagen de marca, perdería la credibilidad.

Thea le había escrito diciendo que había encontrado a un tío que sería su pareja todo el fin de semana por mil dólares, pero Iris guardó el teléfono. No le interesaba.

Miró a su alrededor. Ni rastro de su maquilladora, KT, ni de su estilista y asistente personal, Stephan, así que se dirigió a una de las mesas del fondo, y a punto estuvo de darse de bruces contra el suelo al ver a un tío rubio y escultural sentado en una de las butacas de cuero de al lado de la puerta. Tenía un maxilar cuadrado y perfecto, el pelo largo le llegaba casi hasta los hombros, pero lo llevaba limpio y brillante. Parecía un vikingo… pero no de los que asaltaban aldeas, sino de los que estaban para comérselos.

«Hazle una oferta que no pueda rechazar».

La voz de Thea se le había activado en la cabeza y la rechazó de plano. Eso no iba a ocurrir.

Pero ahora que su hermana había sembrado la semilla, se preguntó si podría hacerlo. Dirigía un negocio millonario, y de pronto recordó algo que le había dicho su madre cuando empezó a ganar dinero como influencer: «no temas pagar a la gente para que haga cosas que necesites que hagan».

Técnicamente no pasaba nada porque se presentara sin pareja a la boda, pero es que iba a ser televisada en su totalidad, y se estaba preparando para lanzar una línea de productos domésticos y un libro, y todo el equipo le había dicho que se estaba estancando, según revelaban las investigaciones, mientras que la competencia avanzaba. Gente como Scarlet O’Malley, heredera e influencer en las redes sociales, que ya se había casado y estaba esperando su primer hijo. Las demás habían pasado ya de ser chica-soltera-en-la-ciudad a recién-casada-y-mamá, mientras que ella seguía atascada en… en la tierra de aburrida-y-básica.

Si apareciera con alguien como aquel vikingo colgando del brazo, sería un subidón para su imagen social, y le proporcionaría un hombre junto al que posar. Podía considerarlo un acuerdo laboral…

Él levantó la mirada. La había pillado mirándolo y ella le sonrió. Le devolvió la sonrisa. Decidió acercarse. Ojalá hubiera prestado más atención a aquella película que puso su madre la última noche de chicas… Proposición indecente. Necesitaba interpretar a su mejor Robert Redford… o transformarle a él en su Pretty Woman y asumir el papel de Richard Gere.

La confianza era la clave. Podía mostrarse confiada. ¿Acaso no había convencido a sus padres para que la dejasen tener su propio canal de YouTube con solo catorce años?

–Hola.

Iba a dejarlo boquiabierto. Bajó la mirada y vio que llevaba los zapatos sin calcetines. El destino le sonreía.

–Hola. ¿Quieres sentarte?

Iris miró el reloj. Tenía unos quince minutos antes de que se viera obligada a llamar a su equipo.

–Vale, pero solo si me permites que te invite a una copa.

–Nunca rechazo a una mujer guapa –contestó él, levantándose para separar una silla.

–¿Ah, no?

–No. Nunca.

–¿Y alguna vez lo has lamentado?

Parecía un tío valiente, pero también era posible que estuviera viendo al hombre que quería ver y no al auténtico.

–Nunca. Alguna vez ha resultado distinto a lo que me había imaginado, pero así es la vida, ¿no?

–La tuya puede que sí. Yo soy más de seguir siempre un plan.

¿En serio se estaba planteando seguir la sugerencia de Thea?

–Lo de seguir los planes no es lo mío.

–¿Y qué tal te va?

–Voy donde el viento me lleve.

–¿El viento?

–Soy marino. Participo de las competiciones náuticas.

¡Ja! ¡Un vikingo! En lugar de dedicarse al pillaje, lo suyo era conquistar el mar.

–¿Como la Copa América?

–Exacto. En este momento estoy organizando un equipo y buscando inversores para participar dentro de cuatro años.

Así que necesitaba inversores…

–¿Por qué lo preguntas? –quiso saber.

Respiró hondo. Si de verdad iba a hacerlo, no encontraría mejor opción que la de aquel tío.

–Necesito un favor.

–¿Y solo puede hacértelo un desconocido?

Había un montón de documentos sobre la mesa. Eran prospectos, la clase de documento que alguien en busca de inversores utilizaría para dar a conocer su producto.

–Perdona –se disculpó, al ver que él los organizaba y los dejaba boca abajo–. No pretendía cotillear.

–No te preocupes. Pero has dicho que necesitabas un favor, y siento curiosidad. Siéntate, por favor, y cuéntamelo todo.

Iris se sentó, cruzó las piernas a la altura de los tobillos y mantuvo la espalda recta. Su padre le había dicho en una ocasión que la postura era el primer paso para transmitir confianza. Tragó saliva y respiró hondo. Tenía que andarse con cuidado. No quería que pensara que le estaba haciendo proposiciones deshonestas.

–Voy a hacerte un ofrecimiento que no vas a poder rechazar –dijo. ¿No habían sido esas las palabras de Robert Redford?

–¿Quién eres? ¿El Padrino?

–No, no. Estoy intentando decir que necesito un hombre para el fin de semana, y si ese prospecto significa que estás buscando inversores, quiere decir que necesitas dinero, así que… la estoy liando, me parece.

–¿Es una proposición indecente?

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Iris no pudo evitar ruborizarse.

–Es más una proposición profesional que personal.

No era la primera vez que le proponían algo de aquella naturaleza, pero siempre habían sido mujeres que querían entrar en su mundo de la jet set.

–Me intrigas –confesó. Aquella mujer era preciosa, y el hecho de que le estuviera ofreciendo dinero así, sin más, era una locura; era más bien una agradable fantasía pensar que alguien como ella podía patrocinar su equipo para la Copa América, y no una corporación sin alma, o su propio padre.

–Voy a asistir a una boda, y necesito ir acompañada. Son cuatro días y tres noches, y estoy decidida a invertir en tu proyecto a cambio de tu compañía. Sería solo para la galería. No espero que hagas nada indecente.

–Qué lástima. La idea me gustaba.

Qué curioso. Él iba a asistir a una boda que iba a tener esa misma duración. ¿Sería también ella una invitada en la boda de Adler?

Le gustaba aquella mujer. Era completamente distinta a las deportistas con las que solía salir, y aunque obviamente era una mujer refinada y se movía en los mismos círculos en los que él había crecido, le parecía distinta.

–Pues me temo que eso no entra en el menú.

–¿Por qué quieres contratar a un tío?

–Es una larga historia –contestó–, y no me apetece entrar en detalles. Baste decir que estaba saliendo con alguien, pero ha roto conmigo y no me apetece ir sola al evento. Van a televisarlo, y yo también voy a rodar mientras esté allí…

–¿Tiene algo que ver con la imagen? –preguntó, desilusionado. Ya le habían engañado otras veces.

–Sí, pero no es lo que te imaginas. Es mi profesión. Soy gurú de estilo… tengo un programa y una línea de productos, y la hermana de mi mentora ha diseñado el vestido de la novia, así que voy a rodar todo el backstage. Si fuera solo yo como invitada, no me importaría.

–¿Quién eres? Espero que no te importe que te lo pregunte, pero he estado fuera del país y me paso la mayor parte del tiempo embarcado.

–Me llamo Iris Collins.

Había oído aquel nombre, en particular de labios de su hermana Mari, quien quería seguir su modelo de negocio. Es decir, que no tenía ni idea de a qué se dedicaba.

–Soy Zac.

–¿Me equivoco al pensar que buscas inversores para tu equipo de la Copa América?

–No. Necesito financiación para participar. Tengo gente nueva e ideas que quiero probar.

–Creo que puedo ayudarte con eso.

–¿Tanto ganáis los gurús?

–No ganamos mal –se rio–. Otra razón por la que necesito dar la imagen adecuada. Tú solo tendrías que vestirte bien y darme la mano. Puede que también darme un beso o dos, pero solo necesito que seas mi acompañante en los eventos.

Su respuesta debía ser no. No necesitaba que Carlton Mansford, el mago de las relaciones públicas de su padre, le dijera que contratarse como acompañante no iba a valer la pena si llegaba a saberse. Y llevaba tiempo más que suficiente siendo un Bisset para saber que algo así no podría mantenerse en secreto.

Tenía que ser sincero con ella y hacerle saber que no estaba tan desesperado.

–Yo…

Quería decirle que no, pero sin avergonzarla. En otras circunstancias la habría invitado a cenar, pero no era esa clase de ocasión. Ya tenía que asistir a una boda bastante problemática por su cuenta, y tenía que centrarse en conseguir inversores para su proyecto.

–No digas nada más –le cortó, sonriendo–. Sabía que era un tiro al aire. Mi hermana me había dicho que tenía que hacer de Richard Gere y buscar un tío guapo al que llevar del brazo.

–Tiene razón, pero es que yo no soy ese tío.

Iris asintió.

–Gracias por tu tiempo. Yo invito a la copa.

Se levantó y se alejó con tanta clase y elegancia como él nunca sería capaz de conseguir.

De pronto hubo cierta conmoción en la entrada, y vio a un cámara y a varios fotógrafos que entraban a pesar de que la maître intentaba detenerlos. Fueron directos a por Iris.

–Señora Collins, hemos oído que Graham Winstead III ha roto con usted –gritó uno de los paparazzi–. ¿Afectará a su lanzamiento de Domestic Goddess? ¿Cómo puede decir que sabe qué es la felicidad del hogar cuando…

–¡Chicos, por favor! Los rumores son solo eso, rumores. Ni siquiera me voy a dignar a contestarlos. Como siempre dice mi padre, tener la oreja cerca del suelo y escuchar con atención está bien, pero repetir lo que has oído es buscarte problemas –Iris dedicó su sonrisa de ganadora a las cámaras y consultó el reloj–. Me marcho. Tengo una reunión importante.

Dio media vuelta para alejarse de los paparazzi, pero tropezó con una mesa y perdió el equilibrio. Zac se levantó antes de poder recordarse que ya había decidido que era mala idea. Pero verla mantener la dignidad con tanta gracia se lo había hecho olvidar. Quería saber más de aquella mujer. La rodeó con los brazos y ella lo miró atónita.

–Te tengo, carita de ángel.

 

 

Se agarró a sus hombros y sonrió de manera automática, pero convencida de que parecía el Joker de La patrulla suicida. Que la asaltaran en persona nunca le gustaba. Prefería enfrentarse a aquella clase de situaciones online, pasárselo a su asistente, sonreír y escribir una respuesta. Aún más incómodo era saber que Zac lo había oído todo.

–Gracias –dijo, enderezándose. Pero él seguía reteniéndola.

–Adelante –dijo.

–¿Has cambiado de opinión? –preguntó, sin soltar sus hombros y con la mirada puesta en sus ojos azules. Aunque en parte le gustaría que no tuviese nada que ver con el acuerdo, así era más fácil. Nada de sentimientos, ni de enamorarse de alguien que acabara considerándola aburrida y gris. Simplemente un intercambio de favores.

–Sí –contestó él en voz baja.

Iris le rodeó el cuello con los brazos y le plantó el beso más aparatoso y llamativo que le fue posible. Sabía que tenía que engañar a los paparazzi y se aplicó a conciencia. Le pareció que él se desconcertaba en un primer momento, pero luego su lengua entró en su boca, y se olvidó de las cámaras y del juego. Lo olvidó todo, aparte del hecho de estar en los brazos de aquel hombre, y que nunca se había sentido tan viva.

Echaron a andar para salir del bar, perseguidos por la nube de paparazzi que les lanzaba preguntas. En cuanto llegaron a la calle, un Bentley se paró delante de ellos y un chófer les abrió la puerta.

–Señor.

–Malcolm –lo saludó él, sujetando la puerta para que ella entrase.

En cuanto la puerta se cerró, Iris sacó el móvil y empezó a escribir.

–Perdona –se disculpó–, es que tenía que encontrarme con mi gente de maquillaje y peluquería en el bar. Les estoy escribiendo para cancelar. Bueno, ¿quién eres? ¿Qué está pasando? ¿De verdad has accedido a pasar por mi chico durante cuatro días? Estoy segura de que no necesitas el dinero… a menos que seas un gigoló profesional… que no eres, ¿verdad?

Él se tocó los labios y la miró como si no pudiera dejar de pensar en el beso. Siendo sincera, ella tampoco, pero quería fingir que no había ocurrido nada. Era una mujer gris, ¿no? Una mujer como ella no besaba a un desconocido, ni sentía aquella pasión abrasadora en un instante. Debía estar pillando la gripe. Sí, sería eso.

–Me dijiste que te ayudara a cambio de inversión en mi proyecto –explicó–. No iba a hacerlo, pero al ver a lo que te estabas enfrentando, no he podido resistirme.

–¿Estás haciendo esto por compasión?

–No. Lo hago por dinero –contestó, guiñándole un ojo.

Demonios, era tan guapo que por un minuto se limitó a devolverle la sonrisa… hasta que sus palabras calaron.

–Entonces, ¿necesitas dinero? Pero no eres un gigoló, ¿verdad?

–No conozco a nadie más joven que mi madre que use esa palabra.

–Por favor, contéstame. ¿Aceptas dinero de las mujeres a cambio de salir con ellas?

–Solo de ti.

Estaba siendo muy mono, pero aquella situación había pasado de ser casi una broma a una realidad, y estaba comprometida por las fotos que les habían tomado y que seguro se hacían virales. Tenerlo a su lado iba a salvarle el cuello, pero al mismo tiempo crearía un montón de situaciones a las que su equipo y ella tendrían que enfrentarse.

–Me alegro de saber que soy especial. ¿Dónde vamos? –preguntó.

–Donde tú quieras que vayamos para hablar de esto.

–¿Adónde los llevo? –preguntó el chófer sin apartar la mirada de la carretera.

–Llévenos a Collins Commons –dijo. Era la dirección de su padre en el distrito financiero. Podrían tratar los detalles en una de sus salas de conferencias. Su teléfono empezaba a llenarse de mensajes. Era su equipo, que quería saber dónde estaba y quién era el bombón que estaba con ella.

–¿Qué es Collins Commons?

–La oficina de mi padre. Podremos hablar de tu proyecto, mi inversión en él y lo que voy a necesitar de ti este fin de semana. Creo que lo mejor es que lo pongamos todo por escrito para que no haya confusión.

–¿Este fin de semana?

–Sí. La boda Osborn-Williams en Nantucket.

Zac se la quedó mirando en silencio y, al final, respiró hondo.

–¿Tu padre se dedica a esta clase de cosas?

–A inversiones, sí. A contratar hombres para un fin de semana, no. Creo que soy la primera de la familia que lo va a hacer.

 

 

Desde luego tenía que reconocer que sabía cómo recuperarse en un abrir y cerrar de ojos. Estaba claro que había mucho más en Iris Collins de lo que se veía a primera vista. La había visto manejar lo ocurrido con más aplomo del que él tendría jamás. El único instante en que la máscara se le había resquebrajado había sido al besarla.

Así que iba a asistir a la boda de su primo. Debería decirle quién era, pero igual entonces no se creía que buscaba inversores externos. Seguían siendo desconocidos, y decirle a la gente que era un Bisset le había complicado mucho la vida en el pasado.

La sala de conferencias a la que los condujeron estaba bien amueblada. Bastante parecida a la impresionante sala de juntas que había en Bisset Industries.

En algún momento iba a tener que decir quién era, pero aún no. Se lo estaba pasando bien. Ella le había arrebatado el control, había algo en aquella mujer que le fascinaba.

El problema era que su familia también iba a asistir a aquella boda, y aunque él era muy celoso de su intimidad, la clase de relación de relumbrón que ella quería… podía despertar preguntas. Iba a tener que tomar decisiones rápidamente.

–¿Te has asustado ya? –preguntó ella.

–¿Y tú?

–Yo, sí. Mira, has sido tan dulce acudiendo a mi rescate cuando iba a caerme, pero no estoy segura de que sepas dónde te estás metiendo.

Se recostó en el sillón de cuero y repiqueteó con los dedos sobre el pecho, un movimiento que había visto hacer a su padre cientos de veces, siempre que se enfrentaba a un oponente en un consejo de administración.

–Háblame de ello –dijo.

Ella asintió y caminó hasta el otro lado de la mesa. El sol del verano se filtraba el ventanal, y pudo admirar su magnífica figura.

–Como ya te he dicho antes, me dedico al estilo de vida. Mi carrera empezó con un blog, y fui asistente personal de Leta Veerland. No sé si habrás oído hablar de ella.

–La conozco.

Leta Veerland era la par de Martha Stewart. Había hecho carrera en los ochenta y los noventa con libros de estilo de vida, revistas y programas de televisión. Su madre la consideraba el summun del buen gusto y la emulaba en todas sus fiestas veraniegas de los Hamptons.

–Me lo imaginaba. Ella quería recortar el show y yo comencé a aportar una perspectiva más fresca y joven, según ella misma dijo. Y la gente comenzó a responder. Ya han pasado siete años. Mi mercado ha ido creciendo y ha pasado de ser el de una-chica-soltera-en-la ciudad, al de vida-en-pareja-y–hogar…

–Pero no tienes pareja.

–Sí, bueno, salía con alguien, pero no funcionó. Y he ido dejando pistas que parecían decir que iba a revelar la identidad de mi chico nuevo en esta boda en la que soy dama de honor. También estoy promocionando el lanzamiento de un nuevo producto para futuras novias y esposas, así que…

–Quedaría fatal que te presentaras sola –concluyó–. Vale, eso tiene sentido. ¿Qué es exactamente lo que necesitarías de mí si accedería a hacerlo?

Se volvió, y Zac cayó en la cuenta de que, cuando hablaba de negocios, la dulzura desaparecía. Tenía una expresión tan seria de emprendedora que le recordó mucho a su padre y a su hermano Logan cuando estaban a punto de cerrar un trato.

–Los paparazzi acaban de vernos abrazados. Me temo que, o es contigo, o con nadie más. Solo nos queda acordar un precio.

Se levantó y se tomó su tiempo para llegar al otro extremo de la sala de conferencias. Le había llegado una mano ganadora, y aunque era consciente de que financiar la participación en la Copa América era un precio demasiado alto para que ella lo pagase por cuatro días de noviazgo, ambos estaban en una posición en la que no había otra salida.

Ella no retrocedió cuando se le acercó hasta quedar a escasos centímetros el uno del otro.

–Me temo que lo que necesito es muy valioso.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Volver a casa, a Nantucket, siempre era un momento agridulce para Juliette Bisset. Su madre, Vivian, y ella habían tenido siempre una relación difícil mientras estaban en la ciudad, pero era curioso que, en Nantucket, siempre habían estado extrañamente unidas. A Musette, su hermana pequeña, le encantaba estar allí. Hacía casi veinticinco años que había fallecido. Seguía echándola de menos.

–Me imaginaba que te encontraría aquí.

Juliette se volvió. Era Adler, su sobrina, la hija de Musette. Se imaginó a su hermana muerta de risa porque su hija fuera a casarse con un miembro de la familia rival.

–No puedo dejar de pensar en tu madre, estando aquí para tu boda.

–Yo tampoco. La echo de menos –dijo Adler.

–También yo –contestó, abrazándola–. Es como si estuviera aquí con nosotras.

–Eso espero. Es una de las razones por las que he escogido Nantucket para la boda. Aquí es donde éramos más felices. Espero que las gardenias florezcan a tiempo para llevarlas en el ramo de novia.

Juliette sabía que Musette las ponía en la habitación de la niña cuando era pequeña.

–Seguro que sí.

Adler se volvió a mirar las otras lápidas del cementerio familiar. La mayoría de sus antepasados estaban enterrados allí.

–¿Por qué no tiene nombre esta lápida?

Juliette sintió un peso de plomo en el estómago y la garganta se le cerró. Aquella pequeña lápida contenía su secreto más hondo y oscuro.

–Es la del bebé que nació muerto.

–Oh… qué triste. ¿Era de la abuela?

–No. Anda, volvamos a casa antes de que empiece a llover.

Adler se colgó del brazo de su tía para volver a la casa mientras hablaba de los detalles de última hora de los que tenía que ocuparse antes de que los invitados comenzasen a llegar, pero Juliette tenía el pensamiento en otra parte… en aquella diminuta lápida. A veces deseaba no haber ocultado nunca su nacimiento, pero las cosas no tenían marcha atrás, así que su bebé quedaría escondido para siempre allí.

Volvieron a la casa por la puerta de la playa, en cuanto entraron, Dylan, el corgi de Vivian, corrió hacia ellas.

–¿Ha estado bien el paseo, Juliette? –preguntó su madre al verlas llegar. Vivian rondaba los setenta, pero aparentaba menos edad. Llevaba unos pantalones blancos ajustados y un blusón que solo se había metido de un lado, y con un martini en la mano, se acercó a su hija para abrazarla. Luego, hizo lo mismo con Adler, pero lanzó un beso al aire. Juliette se había pasado años comparándose con los demás, y por un momento los celos viejos asomaron en su interior, pero los apartó con decisión. Ella también tenía una hija con la que, por fin, empezaba a sentirse unida, algo que jamás se habría esperado que ocurriera a aquellas alturas de su vida, ya con sesenta y un años.

–¿Un martini, chicas?

–Bien–dijo Adler.

–Por supuesto –añadió Juliette. Aquel fin de semana iba a ser duro en más de un sentido, e iba a hacer cuanto estuviera a su alcance para enfrentarlo con encanto y una sonrisa irrompible.

 

 

–¿En cuánto valoras tu colaboración? –le preguntó Iris a Zac. Seguían con la negociación. Iris intentaba continuar centrada, pero es que olía tan bien, y con el beso de antes…

–Estoy organizando mi propio equipo para competir en la Copa América.

Ella parpadeó. No era lo que esperaba oír. Sabía poco de esa competición, excepto que el director general de Oracle había ganado la copa para Estados Unidos unos años atrás, y que para lograrlo había tenido que invertir un montón de dinero y de tiempo.

–¿Así te ganas la vida? ¿Navegando? ¿O es una afición?

–Es mi trabajo. Tengo también otros intereses, pero dedico la mayor parte del tiempo a entrenar y a participar en regatas por todo el mundo. He estado en Australia estos últimos años, y esperaba poder capitanear el equipo con el que estaba entrenando, pero ellos han tomado otra dirección y a mí no se me da bien acatar órdenes, así que estoy probando por mi cuenta. Necesito inversores que quieran patrocinarnos.

–Puedo ayudar –dijo–. De hecho, mi padre maneja toda clase de inversiones y creo que quizás podría estar interesado en algo así. Siempre está intentando diversificar, y esto es un nicho.

–Lo es –corroboró–. ¿Quieres que sepa que me has contratado?

–No. Lo que estoy pensando ahora es que tú y yo vamos a estar juntos cuatro días en la boda y, dado que esto va a ser una inversión muy importante, ¿podríamos extender el acuerdo, digamos, tres meses, para poder terminar con mi lanzamiento de producto? Luego podrías seguir adelante con lo del equipo y podríamos separarnos, pero así no parecería que ha sido solo para la boda.

Ahora que sabía lo que él quería, era más fácil seguir centrada. Se acercó a la pizarra, sacó dos cuadernos y lápices antes de pulsar el botón del intercomunicador para llamar al asistente.

–Hola, Bran. Soy Iris. ¿Podrías enviarnos unos refrescos a la sala de conferencias pequeña?

–Por supuesto, Iris. Pediré fruta y esas galletas que te gustan. ¿Quieres algo fresco o café?

–¿Quieres café? –preguntó a Zac.

–Genial.

–Sí, por favor. Café para dos.

–Por supuesto –dijo Bran, y colgó.

Empujó uno de los cuadernos hacia Zac y se sentó. Él se sentó a su lado.

Demonios… era imposible no observarlo mientras se movía. Tenía una gracia liviana y masculina. Aún seguía mirándolo cuando se sentó.

–¿Qué estamos haciendo?

–He pensado que podríamos escribir lo que necesitamos. ¿Qué te parece lo de los tres meses?

–Ni siquiera estoy seguro de lo que quieres de mí.

–Necesito que seas mi novio en público. Que te hagas fotos conmigo, claro. Tienes que darme permiso para que las utilice en las redes sociales. Hay un evento de cuatro días que es la boda, y necesito que estés a mi lado todo el tiempo. Una vez haya terminado la boda, creo que tendremos que salir una o dos veces por semana, además de intercambiar algunos comentarios en los medios y quizás un par de vídeos en directo para poder estar de actualidad. El lanzamiento de producto será dentro de seis semanas y entonces empezaré a viajar y a hacer eventos. No estaremos juntos, así que harían falta algunos intercambios en las redes sociales y seguramente, si encaja con tu calendario, podrías venir a verme en alguna de mis apariciones. Te daré mi agenda para que podamos ver si se puede hacer.

–Eh… no sé, la verdad. Ser tu chico durante el fin de semana es una cosa, pero todo lo demás es mucho compromiso. Tengo que empezar a contratar a mi equipo y a trabajar para que el barco que he diseñado se empiece a fabricar. Voy a tener el tiempo medido. Puedo hacer la boda, pero después, tendrás que buscarte la vida.

–Entonces, olvídalo. Necesito a alguien. La verdad es que ahora que te han fotografiado conmigo, te necesito a ti, señor… no conozco tu apellido.

–Bisset. Mi padre es…

–Creo que no necesitamos de momento hablar de las familias. Lo único que me interesa son los detalles. Voy a darte un buen montón de dinero, y vas a tener que ganártelo.

–Estás invirtiendo en mi equipo, Iris –dijo–. Una inversión de la que obtendrás beneficios. Estoy haciendo esto porque me gustas, carita de ángel –se inclinó y sintió su aliento en la mejilla–. Y creo que yo también te gusto, o no me habrías sugerido nada de todo esto.

Su piel era tan suave como parecía, y cuanto más tiempo pasaba con Iris, más contento estaba de haber tomado la decisión de ayudarla, pero estar con ella en la boda era una cosa; tres meses de citas y apariciones sería una farsa difícil de mantener.

Pero ella no iba a dar marcha atrás. Podía ver la determinación en su mirada. Y tal y como decía, ahora que los habían fotografiado juntos, era él o nadie. Y no quería dejarla en la estacada.

–Me gustas –dijo ella por fin, rozó su labio con el índice y apartó la mano.

–Bien. Entonces, hagamos que esto funcione –dijo, recostándose en la silla. Necesitaba inversores y, a menos que le estuviese mintiendo, podía proporcionar un sólido respaldo. Aquel lugar pertenecía a su padre, así que tenía dinero de verdad sobre la mesa. Tendría que hacer que su acuerdo de tres meses funcionara.

–Hagámoslo –dijo ella–. Voy a confeccionar una lista de los eventos a los que necesito que asistas en los próximos tres meses. Tú hazme un resumen de tu agenda.

–¿No deberíamos asegurarnos antes de que tus inversores están abordo? ¿O vas a ser tú sola?

–Eh… sí, por supuesto. Déjame ver lo que tienes. Creo que un grupo inversor sería mejor, pero le preguntaré a mi padre.

Le entregó el folleto y ella comenzó a leerlo, tomando notas en su cuaderno.

–Bien –dijo, una vez hubo terminado–. Creo que tienes un plan bastante sólido. No sabría decir por qué no has podido conseguir la financiación por tus propios medios.

–Yo tampoco.

–Quería que trabajásemos primero en nuestra parte del acuerdo, pero creo que padre va a necesitar un tiempo para analizar esto, así que lo mejor es que vayamos a buscarlo y hablemos. De todos modos, diga lo que diga él, yo voy a invertir en tu equipo.

–¿Por qué?

–Porque tú me vas a ayudar a mí. Me gustan los hombres que hacen honor a su palabra, y por lo que he leído en este documento, estás cualificado y sabes lo que tienes entre manos.

–No estoy buscando limosna.

–Y no es eso lo que vas a recibir. No soy una inversora pasiva. Espero informes trimestrales.

–¿Ah, sí?

–Por supuesto, pero no te preocupes que, como vas a salir mucho conmigo, me irás informando sobre la marcha –le guiñó un ojo. Apartó la silla y se levantó, pero él la detuvo.

–No quiero que pienses que eres la jefa.

–¿Por qué no? Es que lo soy. Voy a redactar un contrato que recoja nuestro acuerdo para los próximos tres meses. Y tendremos el contrato de inversión separado, ¿te parece? Tenías razón –añadió–. No quiero que mi padre se entere. Sería mejor que pareciera que estás conmigo.

–Lo estoy.

–Perfecto. Sigue así. Voy a buscarle.

–Aún no.

–¿Qué? ¿Por qué no?

–Porque piensas que soy mucho mejor actor de lo que soy en realidad –dijo, poniendo la mano en su cintura para ver si se apartaba. No lo hizo. Solo ladeó la cabeza y lo estudió con sus hermosos ojos castaños. De nuevo Zac volvió a tener la sensación de que era dos personas muy distintas: fuerte y confiada en el trabajo, un poco tímida y reservada en la esfera personal.

–No estoy segura de que sea buena idea –respondió, apoyando la mano en su pecho.

–¿Por qué no?

–Porque estamos fingiendo ser una pareja, y no quiero que se desdibuje la línea.

–Tenemos que hacer que parezca real. Si me apartas cuando te toque, nadie se lo va a tragar.

Iris se mordió el labio inferior y Zac ahogó un gemido. Le ponía como nadie lo había hecho desde hacía mucho tiempo, pero aquello era trabajo, y en parte eso era lo que quería explicarle: que tenía que dar la impresión de que eran amantes cuando en realidad eran extraños.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

–Bueno, me dice mi hija que estás reuniendo un grupo inversor para tu participación en la Copa América. He leído el libro de Ellison. Es una aventura muy arriesgada –dijo Hal Collins. No era un hombre alto, pero se comportaba como si lo fuera. Había un brillo de inteligencia en sus ojos azul grisáceo y un punto de la calidez que había percibido en los de Iris. También reconoció de dónde sacaba Iris su confianza y su genio.

–Así es, señor. He participado en dos equipos desde que me gradué en la universidad y tengo mucha experiencia y conocimientos.

Había estado con Iris en la sala de juntas durante una eternidad y ahora su padre estaba allí para determinar si invertir en la participación de Zac en la regata era viable.

–Me alegro de saberlo. ¿Por qué has decidido aventurarte a hacerlo solo?

–¿La verdad?

–Siempre.

–No se me da bien acatar órdenes. Sé cómo ganar, pero cuando eres mano de obra y no el hombre que firma el cheque, cuesta que te escuchen. Estoy cansado de ser el segundo.

Hal le recordaba un poco a su hermano Logan, que le habría hecho la misma clase de preguntas.

–Es comprensible. A mí tampoco me gusta que me den órdenes. ¿Conoces bien a Iris?

Zaca la miró. Estaba sentada unas cuantas sillas más allá y vio que ella abría más los ojos. No habían terminado de tratar los detalles del favor que quería de él.

–Estamos saliendo, señor. Creo que debería saber que empecé a salir con Iris antes de saber que era su hija, es decir, que eso no me ha influido para nada.

Hal miró a su hija.

–Creía que salías con otra persona.

–Y así era, papá, pero se ha terminado. Zac y yo nos conocimos y conectamos de inmediato. De todos modos, esto no tiene nada que ver con mi vida personal. Se trata de una inversión sólida. Tú me dices siempre que hay que diversificar.

Hal asintió, aunque no parecía haber terminado de preguntar sobre su relación.

–Es una inversión arriesgada pero, por lo que he leído, creo que puede valer la pena correr ese riesgo. Necesito investigar un poco más, y no estoy seguro de cuándo necesitas una respuesta.

–Cuanto antes, mejor –contestó Zac–. Ya he empezado con el proceso de diseño, y tengo dos miembros del equipo, pero habrá que reclutar más. Para que nuestra candidatura tenga éxito, cuanto antes empecemos a entrenar y a prepararlo todo, mejor nos irá.

–Por supuesto. Podré darte mi respuesta mañana. Iris, ¿sigues necesitando la sala de conferencias?

–Si tú no la vas a usar, sí. Estamos tratando algunos detalles más sobre nuestras agendas.

Hal pareció sorprenderse de que escogiera un entorno profesional para un asunto personal, y Zac sabía que iban a terminar contestando a más preguntas, así que se levantó.

–Lo siento, señor. Es culpa mía. No vivo en Boston y no he querido sugerir que nos fuéramos a la habitación de mi hotel o a su casa para hablar. Como ha dicho Iris, acabamos de empezar a salir.

–Eso me gusta. El otro tío tenía demasiada prisa –comentó, levantándose. Iris se levantó también y sonrió a su padre. Hal iba a salir de la sala llevándose toda la información económica y entonces Zac cayó entonces en la cuenta de que debería haber hablado de su padre y de su propia fortuna, y tomó una decisión sobre la marcha.

–Necesito hablar con usted en privado un segundo, señor Collins.

Ella se quedó sorprendida y seguramente se preguntó si iba a hablarle del ofrecimiento que le había hecho, pero Zac se limitó a sonreír.

–Yo tengo que devolver algunas llamadas. Esperaré en la recepción, papá.

Iris salió y Hal volvió a sentarse.

–¿Eres hijo de August Bisset? –preguntó Hal.

–Sí.

–¿Por qué no se lo has mencionado a Iris? No estoy seguro de que mantener un secreto de esa índole sea buena idea.

–No ha surgido, pero pienso decírselo. Como ya sabe, mi familia es dueña de Bisset Industries y tengo una importante cartera de inversión personal. De hecho, voy a invertir parte de mi propio dinero, pero necesito financiación exterior.

–¿Por qué no le pides a tu hermano que invierta?

No le sorprendía que conociera a Logan. Era el director ejecutivo de Bisset Industries.

–No me gusta la servidumbre que conllevaría. Necesito ser libre para hacerlo a mi manera. Hacer negocios con la familia siempre es difícil.

–Eso tengo entendido. Gracias por decírmelo. Creo que decírselo a Iris no supondría ningún problema, pero mi mujer me ha advertido de que no interfiera en las relaciones de mis hijas.

–Y me parece un buen consejo. Voy a hablar con Iris, pero he pensado que podría parecerle raro que no se lo hubiera dicho a usted cuando empiece a recabar información.

–Tiene sentido. Tengo unos cuantos inversores a los que les gusta esta clase de riesgo, y que podrían asumir las pérdidas si llegaran. Un grupo de entre cinco y seis personas. Le daríamos forma de sociedad de responsabilidad limitada y tú trabajarías para nosotros. Sé que Iris quiere invertir en tu proyecto, y tú también podrías poner tu propio dinero por medio de la sociedad.

–Me parece un enfoque correcto. Y he estado trabajando en un nuevo diseño de quilla que podría rentabilizarse después de la regata.

–Bueno es saberlo. Creo que podríamos echar el balón a rodar esta semana, cuando haya hecho mis averiguaciones.

Se levantó y le tendió la mano a Zac, y cuando se la estrechó pensó que Iris le había dado exactamente lo que andaba buscando, así que él iba a tener que darle a ella lo que le había pedido.

–Le diré a mi hija que hemos terminado. Hasta pronto, Zac.

 

* * *

 

Iris salió al patio y contempló la ciudad como si fuera un día normal, pero no lo era. Más bien era una montaña rusa. El teléfono sonó y vio que era un mensaje de Adler, su mejor amiga, la novia. Era la foto de dos martinis con el texto: te guardo uno.

Iris le contestó diciendo que necesitaría por lo menos un par.

Adler: ¿Estás bien?

Iris: Sí. Te lo cuento todo cuando llegue. No voy a ir a la boda con Graham. Según él, soy demasiado gris.

Adler: Es un imbécil. ¿Seguro que estás bien? ¿Quieres que hablemos?

Iris: Ahora no puedo.

Dudó.

Iris: no te lo vas a creer, pero he conocido a un tío.

Adler: ¡Genial! Cuéntame.

Iris: Es muy mono. Ojos azules, un poco de barba… ya sabes que no suele gustarme, pero le queda bien. Me ha besado, y ha sido el beso más caliente de mi vida.

Adler: ¡Madre mía! ¿Lo vas a invitar a la boda?

Iris: Sí. ¿Te parece bien?

Adler: Perfecto. Me muero de ganas de conocerlo. Luego me cuentas.

Iris: Vale.

Bran carraspeó.

–Tu padre dice que ha terminado de hablar con el señor Bisset y que te espera.

–Gracias. No lo retendré mucho más.

–No pasa nada.

Le siguió a la zona de oficinas. En el pasillo había fotografías de las distintas empresas que su padre había poseído a lo largo de los años, y en muchas de ellas aparecía su madre. Sintió una punzada en el corazón.

No es que necesitase un hombre para sentirse completa, es que quería un compañero. Recordaba cómo a su padre le había costado decidir si invertir o no en algunas de aquellas empresas, y cómo su madre le había dado consejo. Eso era lo que ella quería, y había creído que quizás Graham podía ser el indicado.

Con Zac no iba a ocurrirle eso. Iba a ser solo un acompañante de cara a la galería, y aunque le dolía el corazón de pensar así, su cabeza y su espíritu aplaudían la decisión.

–¿Iris?

Se volvió. Zac estaba en la puerta de la sala de conferencias.

–Andaba recordando –le confesó son una sonrisa–. ¿Nos ponemos a trabajar?

–Antes hay algo más de lo que hablar –dijo–. Haré lo que me has pedido. Creo que es lo justo. Tu padre me ha ofrecido más de lo que yo esperaba cuando me propusiste el acuerdo.

Aunque la noticia le alegraba, tenía que estar segura de que entendía lo que quería de él.

–Vamos a sentarnos. Tenemos que estar seguros de que los dos hemos entendido los detalles del mismo modo.

Cuando pasó ante él, Zac la detuvo, sujetándola por un brazo. Iris lo miró a los ojos y sintió calor. Tenía que controlarse. ¿Acaso no acababa de darse cuenta de que engañarse solo serviría para acabar destrozada?

–Creo que solo deberíamos tocarnos cuando estemos en público. Entremos y ocupémonos de esto.

–¿De qué? Tú simplemente quieres que sea tu…

Le puso la mano en la boca para hacerlo callar.

Zac alzó las cejas y ella lo hizo entrar, cerrando la puerta a su espalda antes de dejar caer la mano de su boca. No solía ser una persona tan táctil.

–Bueno, carita de ángel, eso ha sido tocar, qué duda cabe…

–¿Qué te ha dicho mi padre? –quiso saber.

–Dice que estaría bien formar una sociedad limitada con cinco o seis inversores. Tú serías uno de ellos.

–Me parece bien. Por favor, siéntate.

–¿Es ahora cuando me explicas que la jefa eres tú? –preguntó, acomodándose en una silla. Quería aligerar la atmósfera, pero también era consciente de que necesitan finalizar su acuerdo porque quería poner en marcha los engranajes. No tenía duda de que en cuanto Hal empezase a investigar, lo respaldaría. Y si al final decidía lo contrario, se lanzaría en solitario.

–Exacto –contestó ella–. Esta es la programación para la boda. Creo que estos cuatro días van a ser los más intensos. Luego solo necesitaré unos pocos encuentros. Primero un par de veces por semana, luego tendré lo de mi libro y el lanzamiento, y tú lo del barco, así que pasaremos a ser una pareja a distancia.

Pensar en cómo evitaba la palabra amantes le hizo sonreír. Debería mencionar que conocía a Adler, pero dado que sentía la necesidad de aclarar los detalles cuanto antes, ya lo haría después.

–De acuerdo. Durante la boda estaré en todos los eventos contigo. Podemos darnos la mano, besarnos y todo lo demás que te parezca necesario.

–Gracias, pero creo que deberíamos limitar lo de los besos. Una vez al día estaría bien.

–No. Si queremos que se venda, los dos tenemos que actuar del mismo modo que si la relación fuese auténtica. Tu padre es demasiado inteligente como para darse cuenta si solo nos besamos una vez al día. Tenemos que ser nosotros mismos.

–Lo creas o no, yo soy así.

–Pues yo no. Y no puedo ser la persona que tú te inventes.

–Es lo que necesito.

–¿Te estás arrepintiendo?

–Me lo estoy pensando. Y todo se reduce a ti.

Se volvió hacia ella y tiró de la silla de Iris.

–El único modo de que esto funcione es si somos un equipo. Si cada uno va a lo suyo, todo el mundo se dará cuenta.

–¿Un equipo?

Había algo más en aquella conversación. Podía verlo en sus ojos.

–Sí. Tenemos que ser socios. Analizaremos los eventos y trazaremos un plan que nos muestre a la mejor luz posible.

–Yo… eso me gusta.

–Bien. Sé que tenemos un acuerdo, pero creo que deberíamos intentar ser amigos. Así también será divertido. Tenemos que saber cosas el uno del otro para que le dé veracidad a la relación.

–De acuerdo.

Vio que tomaba notas y se preguntó cuantas relaciones habría tenido; viendo cómo se comportaba, le parecía que tenía poca experiencia.

–¿Es esto lo que sueles hacer cuando empiezas a salir con alguien?

Dejó el bolígrafo y se apartó un mechón de pelo que se había escapado del recogido.

–No lo sé. Suelo salir con gente a la que conozco en algún evento. Si son influencers, intentamos organizar sesiones de fotos e ir a sitios en los que les gustaría vernos a nuestros seguidores…

–No hablo de eso. El último tío con el que salías… ¿es que no llegaste a conocerlo?

–Sí, pero no era quien yo creía. Aparentemente, parecíamos hechos el uno para el otro, pero a puerta cerrada… bueno, que me alegro de que no tengamos que preocuparnos de nada de eso.

–¿De qué estás hablando? –preguntó. Tenía la sensación de que se refería a algo desagradable.

–Nada. Me gusta esto –dijo, y en una hoja en blanco del cuaderno escribió unas líneas que luego le puso delante–. Lee y dime lo que piensas.

Había redactado un contrato.

–¿Deberíamos asegurarnos de si hay química entre nosotros antes?

–Sí, tienes razón. Tenemos que asegurarnos de que parecemos creíbles como pareja.

Él se levantó, ella hizo lo propio y le ofreció una mano. Zac la tomó, tiró de ella y se acercó a besarla.

Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Se colgó de sus hombros porque todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se pusieron en alerta máxima. Estaba cerca, pero no la estaba besando, y ella tenía que demostrarse que lo de antes había sido una fiebre, que seguía siendo la mujer que había sido siempre, centrada en el trabajo y firme, con una libido baja.

Así que se alzó un poco sobre la punta de los pies para rozar sus labios. Aquel cosquilleo volvió a comenzar en sus labios y vio como él abría algo más los ojos antes de tomar el control del beso. Ay, Señor, qué sabor. Mejor que cualquier otra cosa que hubiera probado. Se aferró más a sus hombros. Eran fuertes y musculosos, seguramente de todo el tiempo que debía pasar trajinando en el barco.

Alguien a su espalda se aclaró la garganta.

Zac interrumpió el beso y giraron ambos para que la sala quedase a sus espaldas.

–Papá… lo siento. No es lo que…

–Deja de intentar explicarte. No pienso hablar de cómo besabas a Zac.

Iris sonrió. Su padre tenía razón.

–¿Nos necesitabas a alguno?

–A los dos.

–¿A los dos?

–Sí. He hablado con tu madre y le he mencionado que había conocido a Zac, y ella también quiere conocerlo. Ya sabes que odia que yo sepa algo y ella no –confió, guiñando un ojo.

El miedo le contrajo el estómago. Una cosa era engañar a su padre, pero ¿a su madre? Eso era harina de otro costal.

–Ojalá pudiera ser, papá, pero le prometí a Adler que llegaríamos por la mañana, así que nos íbamos ya.

–Perfecto, cariño –contestó su padre–. Tu madre os invita a cenar. Creo que Thea también va a estar.

Por supuesto.

–Zac, ¿te parece bien? Sé que dijiste que tenías que hacer una llamada importante esta noche –dijo, esperando que le siguiera la corriente.

–Bien. La llamada puede esperar –contestó, tomándola por la cintura–. Estoy deseando conocer a tu familia.

–Genial. Aviso a mamá. En casa a las seis y media.

Y salió de la sala cerrando la puerta. Iris respiró hondo y se volvió a mirarlo, pero antes de que pudiera decir nada, Zac arrancó la página del contrato.

–Deberíamos hacer una copia de esto. Para que cada uno tenga una.

–¿Qué? Sí, claro. ¿Por qué has dicho que sí a la cena?

–Si no podemos convencer a tu familia en una cena, ¿cómo vamos a colársela a un montón de gente durante cuatro días?

Y comenzó a copiar.

–Será más difícil con mi madre y con Thea. Mi padre es más fácil porque ve solo lo que quiere ver, pero mi madre es un lince y debes saber que Thea sugirió que contratase a un tío para el fin de semana, así que puede que intente ponerte alguna trampa.