Kilian - J.G. Audoriza - E-Book

Kilian E-Book

J.G. Audoriza

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Beschreibung

En el vértice de la realidad y la magia antigua, donde los dioses egipcios dominan y los mortales se convierten en guerreros sagrados, regresa la oscuridad. Se despiertan poderosas fuerzas del pasado, criaturas de una belleza y ferocidad inigualables. El secreto de las alas de Isis. Un poder ancestral. Adéntrate en las arenas del tiempo. Acompaña a Kilian en otra emocionante aventura junto a sus amigos y descubre toda la mitología que existe en el corazón del desierto. ¿Podrá Kilian forjar su propio destino?

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© Kilian II - El secreto de las alas de Isis

Sello: Tricéfalo

Primera edición digital: Mayo 2024

© J. G. Audiriza

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: Juan “Nitrox” Márquez

Corrección de textos: Virginia Gutiérrez

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6183-42-6

ISBN digital: 978-956-6386-05-6

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

Capítulo cero - Luz azul

Los Jery-Hebet eran los sacerdotes que lograron encontrar la vida eterna. Como intermediarios entre los hombres y los dioses, dominaban el Heka —la magia ancestral que emanaba del dios del mismo nombre— y se conectaban con deidades y humanos. Fueron reconocidos como unos de los sacerdotes más poderosos, diferenciándose y superando a las otras especialidades del sacerdocio egipcio, pues sus rituales mantenían el equilibrio en el consejo celestial de todos los tiempos.

Se rumoreaba que dominaron el Heka ejecutando un pacto de legado sacro con la diosa Isis, un toque de luz y gracia que solo ella podía entregar. Este se consideraba más que un resplandor, más que una bella pluma: era una parte del espacio que permitía ir o venir a las variantes del tiempo y sus bifurcaciones, pero su misión era solo el equilibrio entre las deidades, su poder y los mortales. Así se evitaba el caos y se mantenía la jerarquía universal que para las divinidades era necesaria, sin recibir beneficios, pues la diosa entregaba ese don solo a quien soportara su sacrificio; semejante poderío no podía caer en manos ambiciosas.

Además, Heka ()era considerado una deidad de la cual emanaba esa magia: encarnaba la aparición de la fuerza divina y la magia en el mundo, pero muchos pensaban que no era más que un rumor y solo buscaban justificar el uso del poder sacro por parte de los mortales, ese poder que les permitía ser más que simples humanos y estar a la altura de los dioses.

Muchos relatos circulaban en torno a los dioses y a aquellos que querían ir un poco más allá de la mortalidad. Un sinnúmero de secretos de la magia y las deidades circulaban en los dominios de la antigüedad. Ya era conocido que los dioses planeaban juegos con las almas humanas y de vez en cuando se encariñaban con sus espíritus peculiares. El papiro sagrado es señal de uno de ellos…

Capítulo I - Toltén

Mientras descendían, Amonet realizó un conjuro protector para que no los pudiesen ver aproximarse desde el cielo, considerando la bestia maravillosa que los llevaba a bordo. Era una vista increíble: la hieracoesfinge y dos muchachos que la cabalgaban constituían una visión majestuosa para cualquier ser humano que los viera, más aún para aquellos que desconocen la magia divina que los rodea; por lo tanto, necesitaban no dejar ver adónde se dirigían.

Llegando al suelo, Kilian notó algo muy diferente en el espacio donde, a pocos metros, debería estar su casa: simplemente, no estaba. No había huella ni mucho menos pistas de que allí alguna vez hubiera habido algo. Se encontraba en Toltén, pero el lugar había cambiado.

—¿Qué pasa aquí? ¿Dónde está mi casa? ¿Mi familia? —preguntaba Kilian desconcertado, primero corriendo de un punto a otro y luego, con las manos en la cabeza, encuclillándose.

—Kilian, ¡escúchame, por favor! Entiende que esto se debe a la fragmentación que ha de haber causado el guerrero maligno con su intromisión. Por eso es tan importante que me acompañes a ver a los Jery-Hebet, pues ellos nos ayudarán a resolver este dilema. Además, debemos presentarte; posiblemente no sepan que estás aquí —exclamó ella, sin lograr transmitir mucho consuelo con sus palabras.

—¿Los Jery qué? —Kilian, desconcertado, no lograba dimensionar todo lo sucedido—. Antes de ir a cualquier lugar, necesito ver a alguien. Entiende que mi casa no está, no sé dónde están mi mamá ni mis hermanos —continuó. Le pidió a Amonet que antes de ir adonde le señalaba, lo dejara ver a su amigo Max.

Ella accedió, pero le pidió a Rugido que los esperara en ese lugar. Aunque aún los cubría el conjuro protector que impedía que los vieran, ella quería prevenir cualquier alboroto, sabiendo que allí había más público ignorante de la verdad sagrada. Ka quedó en su compañía.

Al avanzar por el sendero, Kilian recordó la última vez que había pasado por allí. Se veía similar, pero no igual. Un maravilloso verdor irradiaba de las plantas y árboles; sin embargo, la sensación era diferente, pues no eran los mismos pasos que recorriera antes. Para él era un nuevo camino; él también era diferente.

Al llegar al pueblo, Kilian se dio cuenta de que la población donde vivía Max se encontraba allí. Eso le dio consuelo, ver la casa maltrecha de su amigo y pensar en todo lo que podía recordar. Se detuvo de golpe unos pasos antes de la entrada, en ese portón de madera podrida que estaba muy presente en su memoria. Por alguna razón, no quería entrar; dudó. Entonces se percató de que se aproximaba alguien a corta distancia: era su amigo, andando a paso lento. Kilian caminó hacia él; rápidamente, Amonet lo siguió.

—¡Espera! Kilian, él no puede verte. ¡Recuerda el conjuro! —exclamó ella mientras apresuraba el paso.

—¡Anúlalo ya! —ordenó Kilian a centímetros de encontrarse con su amigo. Amonet tomó la mano de Kilian y conjuró el ritual corpóreo contra la evanescencia, cerrando sus ojos y murmurando el lenguaje de los antiguos egipcios.

Ambos empezaron a pigmentarse hasta verse por completo. Maximiliano ya había pasado delante de ellos sin notarlos. Se encontraba abriendo el portón para entrar a su casa y entonces escuchó un grito.

Era Kilian.

—¡Maximiliano! —Kilian exclamó esperando que pronto lo viera y corriera a abrazarlo.

Maximiliano volteó y los vio a ambos, pero no respondió.

—Max, soy yo, soy Kilian —dijo con ansias, esperanzado al ver a tan amado amigo.

—¿Kilian? No conozco a ningún Kilian —respondió Maximiliano sin prisa, desinteresado—. Jamás te he visto. Creo que me confundes con otra persona, porque no tengo ningún amigo llamado así. Ahora, si buscas estafar a alguien, ve con alguien más. De mí no vas a conseguir nada —remató Maximiliano, intimidante y sin nada más que decir.

Kilian, sin entender por qué no lo reconocía, lo seguía mirando sin soltar palabra. Amonet se acercó a Kilian tomando su mano e intentando darle consuelo.

—Debemos irnos —murmuró ella, mientras él, acongojado, solo quería abrazar a su amigo.

Hubo un estruendo ensordecedor, que nada pudo disimular: era la hieracoesfinge. Kilian y Amonet notaron de inmediato que se trataba de Rugido, pero Max se espantó con el ruido inesperado. Ya se encontraba sobre ellos volando y con Ka en su lomo. El cielo se tornó gris; Rugido había presentido que algo se acercaba.

—¡Ahora sí! Hay que partir ya —ordenó Amonet.

Comenzó a realizar el conjuro para que ninguno los pudiese ver, mientras Maximiliano miraba impactado por el sonido que desde arriba se emitía, pero que no lograba descifrar. Algo se divisaba desde el cielo, pero los tres jóvenes aún no lograban verlo por su ligero y rápido vuelo entre las nubes grises. Además, para Max era una criatura desconocida e irreal: no podía llegar a concebir lo que era, incluso si la hubiese distinguido con claridad.

Kilian le soltó la mano a Amonet y corrió donde Maximiliano.

—Vendrás con nosotros. ¡Ya no puedo arriesgarme a perder a alguien más! —Se apresuró Kilian tomando el brazo de Max, quien no supo cómo reaccionar: atónito por el ruido y los extraños personajes que lo había interrumpido cerca de su casa, no soltó palabra. Amonet tampoco dijo nada, pues comprendió que Kilian no dejaría a Max.

Kilian le pidió a Rugido que bajara para que se los pudiese llevar y sacar de allí. Amonet siguió haciendo el conjuro, ahora incluyendo a Maximiliano, tomando del brazo a Kilian para traspasar los efectos de evanescencia.

Ahora sí, Maximiliano había visto la criatura. En un abrir y cerrar de ojos, quedó petrificado ante el enorme cuerpo de león con cabeza y alas de halcón y un brazalete dorado en la pata; en shock, comprensiblemente, se resistía a subir, hasta que Kilian le gritó:

—¡Mírame, soy yo! —él ahora sujetaba con firmeza ambos brazos de su amigo. Maximiliano notó cómo los ojos de Kilian estaban brillantes de lágrimas y lo sintió sincero. No se resistió: algo que no comprendía lo impulsó a acceder.

Los tres subieron a la hieracoesfinge, Maximiliano a la cabeza y Amonet al final. Kilian no decía nada; solo observaba a Maximiliano totalmente agarrado de la bestia, sin mirar hacia abajo por ningún motivo. Se dirigieron a un lugar no muy lejano, cerca de la costa del mar, pues Rugido solo los quería sacar de allí y ninguno le había indicado adónde ir.

Al tocar suelo, Rugido se posó para que descendieran de ella. Amonet comenzó a caminar de inmediato para asegurarse de que el lugar era realmente de fiar. Kilian observó el cielo y notó que lo que cubría el pueblo de Toltén no era una nube común y corriente. Ka, por su parte, ya se encontraba en su hombro bien sujeto, como de costumbre, pero también parecía nervioso. Algo extraño estaba pasando en aquel lugar. Maximiliano aún estaba sobre Rugido; ella giró la cabeza y le lanzó un grito con un silbido de por medio, que hizo que Max saltara rápido de su lomo.

—Kilian, por ahora estamos seguros aquí, pero debemos movernos, debemos llegar pronto con los Jery-Hebet —explicó Amonet observando cómo Kilian intentaba entender el embrollo en el que estaban metidos.

—Primero debes ayudarme a que Maximiliano recuerde. Tú debes saber algún conjuro que nos permita eso. Por favor, Amonet, entiende que no puedo dejarlo aquí sin saber nada, después de ver a Rugido y a ti —suplicaba Kilian mientras Maximiliano tomaba unas piedras para protegerse de la hieracoesfinge y balbuceaba incoherencias implicando que la espléndida bestia se lo quería comer.

—Kilian, sí podemos hacer algo, pero sin retorno para él, pues una vez que conozca los secretos, jamás podrá ver el mundo como lo hace hasta ahora. ¿Es lo que quieres para él? ¿Quieres que siempre esté atormentado por lo que vendrá o podría venir? ¿Que no tenga familia ni cotidianidad? Te das cuenta de que él será como uno de nosotros, ya no será un humano corriente. ¿Es lo que quieres para tu amigo? ¿Estás completamente seguro? —preguntaba ella sin dejar responder a Kilian, mientras él la observaba angustiado.

Finalmente, Kilian suspiró, como si hubiera resuelto algo. Giró la cabeza y miró a su amigo, que intentaba protegerse con sus rocas de un eventual ataque de Rugido. Sin más que pensar, respondió.

—Sí. Sé que él querría saber y ayudarme. ¡Solo hazlo! —decidido, Kilian habló sin vacilar.

—Okey, pero no es tan fácil. Debes hacerlo tú: tu vínculo con él permitirá que la magia le enseñe y recupere lo que perdió en la fragmentación del tiempo. Acércate. Te enseñaré yo a ti primero —contestó ella, pensando en que confiaba en Kilian, por lo que ya no siguió cuestionando su decisión—. Jamás he realizado tal vínculo para traspasar la magia, pero ya que soy la única Sau, la única canalizadora de magiaque puede ayudarte, y has sido un buen Mahamit, un buen aprendiz, un talentoso discípulo de la magia. ¡Intentémoslo ahora! —Amonet tomó ambas manos de Kilian, lo miró a los ojos y habló lenta y claramente.

—Yo, Sau de Kilian, convoco a la diosa Maat, diosa de la justicia, la armonía cósmica y el equilibrio, hija de Ra. Diosa, protege la transcripción de los poderes sagrados al hombre que solo hará el bien. Thot, patrón de los escribas, posa tu cálamo y marca al guerrero sagrado Kilian... —Amonet inició la conjuración sagrada para que Kilian empezara a su vez su proceso mágico como guerrero sagrado.

Mientras Amonet convocaba la intervención divina, próxima a recitar el conjuro demiúrgico, los brazos de Kilian comenzaron a brillar, al igual que los de ella. Ambos se miraron con complicidad.

Los protectores o Sau estaban autorizados a activar la magia. En este caso, Amonet debía hacerlo, pero se realizaba en una ceremonia de cierre de ciclos espirituales y solo si eras digno de estos grandes dones. Como Kilian ya era un guerrero sagrado tras haber superado sus miedos en las pruebas del papiro, tenía merecido ser acreedor de los dones mágicos.

Tres veces pronunció Amonet aquel conjuro y los brazos de Kilian dejaron de brillar. Ahora, tatuajes con diferentes jeroglíficos y figuras cuneiformes se marcaron sobre él. A Amonet se le marcó un nuevo jeroglífico al que en ese momento no le prestó atención: era la insignia de la diosa Bastet.

—¡Estás listo! Los dioses te han marcado con la magia. Además de ser un guerrero sagrado, ahora tendrás la magia que las deidades te han entregado. Ahora puedes usar lo que tan sorprendido me veías hacer. Claro, no fue la ceremonia más hermosa, pero puedes controlar la magia de los dioses, eso es lo que prima. A medida que lo necesites irás aprendiendo a hacer las conjuraciones. Eso me llevó años de aprendizaje. —Sonrió ella tratando de darle un toque de humor al momento que era emotivo y hasta sagrado—. Además, soy la mejor aliada que podrías tener: espero que estés a la altura. —Amonet estaba muy segura de sus conocimientos y orgullosa de ellos, y jamás mostraba debilidad.

Mientras hacían la conjuración, dejaron de observar a Maximiliano, quien, al ver resplandecer los brazos de Kilian, salió corriendo por la orilla del mar, tratando de escapar porque no comprendía nada. Kilian corrió tras él mientras le gritaba que no se alejara más.

—Max, lo puedo solucionar. Puedo hacer que recuerdes todo. Por favor, confía en mí, para —gritaba Kilian mientras seguía velozmente tras él, hasta que Maximiliano tropezó y cayó. Kilian estaba ya muy cerca cuando vio que su amigo estaba aterrado, tanto así que dudó que hubiera sido buena idea involucrarlo.

Kilian le extendió el brazo para que tomara su mano y poder ayudarlo a ponerse de pie: se miraron y Max decidió aceptar su ayuda. Una vez que tocó su mano, los brazos de Kilian comenzaron a brillar y, de un segundo a otro, Maximiliano gritó.

—¡Kilian! Amigo, ¡gracias! —exclamó Max abrazando a Kilian mientras este soltaba una lágrima.

Kilian no comprendía lo sucedido, pero rápidamente se acercó Amonet mientras comenzaba a caer una llovizna.

—¿Realizaste el conjuro sin verbalizar? ¿Cómo lo has aprendido? —preguntó Amonet, intentando explicarse la situación. Estaba muy extrañada y sorprendida, pues intuía que Kilian tenía gran poder, pero jamás tantas habilidades específicas.

—No hice nada, solo lo ayudé a ponerse de pie. Al tocarse nuestras manos, apareció el brillo de mis brazos. ¿Cómo lo hice? —dijo mientras se miraba las manos—. ¿Me recuerdas? —le preguntó a Maximiliano.

—Sí. Recuerdo todo hasta el día que estuvimos en tu casa. También pude ver cómo estuviste fuera viviendo una tremenda locura —respondió él, ya menos alterado, pues reconocía a su amigo.

—¿Cómo es eso? ¿Además de recordar, lograste ver a Kilian? —preguntó Amonet, pero antes de dejar contestar a ninguno de ellos, prosiguió—. Has podido traspasar tus recuerdos y revivir los de él: esas son dos conjuraciones diferentes y solo los guardianes de los Seshta pueden concretarlas, pues se requiere gran habilidad y experiencia.

Los guardianes de los Seshta,o guardianes de los misterios sacros, eran el grupo más poderoso. Tenían el conocimiento más sagrado del mundo mágico del antiguo Egipto, quienes fueron antes Jery-Hebet. La magia se encarnaba en ellos desde el nacimiento y era un número muy reducido, pues eran recelosos respecto a sus conocimientos y, además, por el hecho de ser elegidos por la mano de los dioses, casi eran leyendas.

Amonet lograba entender de cierta forma que Kilian era un sujeto diferente, pero le llamaban muchísimo la atención sus grandes habilidades: era difícil ignorar que menos de un minuto después de haberle traspasado el ritual, hubiese utilizado la magia sin complicaciones. Kilian, por otro lado, seguía asombrado por todas las maravillas que ocurrían, pero ignoraba por completo lo excepcional de sus dones. Además, solo le importaba el haber recuperado a su amigo: era lo único que quedaba de su pasado antes de sumergirse en el papiro.

—Bien, lo que importa ahora es que ya me recuerda y podemos llevarlo con nosotros —afirmó Kilian cuando parte del cielo que cubría Toltén se iluminó por completo en un destello instantáneo, similar al flash de una captura de fotografía—. ¿Qué fue eso? —preguntó mirando a Amonet.

—No tengo idea, pero de seguro que no es bueno —anticipó ella, mientras todos observaban el pueblo. Rugido, nuevamente nerviosa, empezó a gritar y a trotar como para emprender el vuelo—. Tenemos que irnos. Haré un portal para no ir en Rugido. Nos vamos al punto de viajes del subsuelo de New York. Tengo que pasar por mi guarida a enviar señal a mi familia y buscar provisiones; luego, vamos a Karnak con los Jery-Hebet.

Empezó a marcar el suelo. Para que nadie más viera su conjuración, hizo el efecto oasis del desierto, así no podrían dar con ellos. Comenzó a conjurar el portal.

—¡Vengan! Kilian, trae a Rugido y a Ka. —Ka estaba montado en Rugido y Kilian fue a buscarlos, pero ella se resistía en avanzar; no quería viajar por el portal.

—¿Qué haremos? Kilian, debemos ir con los Jery-Hebet —dijo Amonet. Tras pensarlo, entendió que Rugido no accedería a ingresar; el portal la inquietaba y prefería volar. Amonet era la voz de la experiencia y la que tomaba las decisiones, así que, tras pensarlo un instante, dijo, decidida:

—Kilian, irás con Rugido y Maximiliano por aire. Yo iré con Ka por el portal. Además, puede ser medio extraño llegar con la hieracoesfinge al subsuelo —explicó Amonet.

Se acercó a Rugido para explicarle lo que harían.

—Bien, Rugido, llévalos al templo en Karnak. Puedes pasar a refrescarte a orillas del Nilo—. Mientras le tocaba la frente a Rugido en señal de cariño, Rugido bajaba la cabeza para que la siguiera acariciando. Poco después, Amonet se volvió.

—Kilian: para ingresar, debes conjurar a la diosa Wadjet, pues ella protege los cielos de ese templo. Debes invocar como lo hicimos en tu iniciación. Creo que no será problema para ti: si lo intentas pensándolo como lo hiciste con Maximiliano, seguro que te resulta, no lo dudo. Debo señalar que no sé qué tan buena idea sea que nos separemos, pero espero que no haya problemas. Yo llegaré antes que ustedes, así que los estaré esperando.

Kilian se acercó a ella y le entregó a Ka. Ella lo puso en su hombro, como de costumbre.

—Cuídala bien, amigo —le pidió a Ka mientras le tomaba la mano a Amonet—. No quiero volver a perderte. ¿Por qué no vienes con nosotros por aire? —rogó Kilian mientras ella lo miraba con ternura.

—No —respondió—. Además, yo sé cuidarme sola. E insisto que nunca me perdiste, solo te esperé allí —sonrió con burla y cariño—. Es muy complejo con Rugido que hace tantas paradas. Ve, todo estará bien. Son caminos sagrados y secretos: nada te pasará ¡No seas cobarde! —respondió ella para tranquilizarlo y también para molestarlo un poco.

Ambos se miraron por un momento en silencio. Maximiliano, por su parte, ya le había perdido todo miedo a la hieracoesfinge y estaba tocándole el lomo.

—Hay que irnos —señaló Amonet.

—”Nos” —respondió Ka. Ambos sonrieron al escucharlo nuevamente repetir sílabas.