La casa de vacaciones - Daniel Hurst - E-Book

La casa de vacaciones E-Book

Daniel Hurst

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Beschreibung

Las vacaciones perfectas o una completa pesadilla… Me siento a beber champán en el agua tibia, con burbujas espumosas a mi alrededor mientras admiro la impresionante vista del hermoso cielo azul y las montañas. No puedo creer que esté aquí, en esta impresionante casa de vacaciones. Es para morirse… Mi mejor amiga y su marido nos han invitado a mí y a mi familia a su lujosa propiedad junto al lago para pasar el fin de semana. No envidio su riqueza, aunque sé que mi marido Ryan sí. Todo lo que quiero es escapar de nuestros problemas recientes y volver a encarrilar mi matrimonio. Entonces escucho a Ryan conversar entre susurros a última hora de la noche, y dice algo que me provoca escalofríos y que derrumba todo mi mundo de un golpe. Justo cuando pienso que las cosas no pueden empeorar, descubro un segundo secreto y la verdad es aún más impactante de lo que imagino. Ahora no sé en quién confiar. Se suponía que estas iban a ser las vacaciones perfectas, pero alguien no va a sobrevivir a ellas… No te pierdas este thriller psicológico lleno de giros del autor superventas Daniel Hurst. Te atrapará desde la primera página y mantendrá tu corazón latiendo con fuerza hasta la última.

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Seitenzahl: 332

Veröffentlichungsjahr: 2023

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La casa de vacaciones

Daniel Hurst

La casa de vacaciones

Título original: The Holiday Home

© 2023 Daniel Hurst. Reservados todos los derechos.

© 2023 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción: Ana Fernández, © Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1269-3

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

PRÓLOGO

El silencio en esta parte del mundo es ensordecedor, los alrededores de esta lujosa casa de madera en las Highlands escocesas son tan silenciosos y tranquilos que empiezan a ser inquietantes. O tal vez solo me lo parece por todo lo que ha sucedido desde que llegué aquí.

Me muevo por la casa para distraerme del incesante silencio y, al hacerlo, una tabla del suelo cruje bajo mi pie izquierdo. El ruido es tan fuerte que me sobresalta. Y ahora oigo los latidos de mi corazón retumbando en mi pecho.

Sospecho que también puedo oír el bombeo de la sangre por mi cuerpo, o al menos sentirlo, pero sé que no es normal ser consciente de ello. Normalmente estoy lo bastante ocupada como para no pensar en algo así, pero aquí es como si el tiempo se hubiera detenido y fuera consciente de todo.

Como el canto del pájaro en los árboles, justo fuera de la casa, su chillido penetrante cortando la tranquilidad como un cuchillo caliente corta la mantequilla.

O como el fuerte chasquido de una rama en el suelo del bosque cercano, tal vez causado por un ciervo. ¿O podría ser un humano?

Y, por último, un ensordecedor disparo en la distancia, un sonido tan fuerte que me hace taparme los oídos y cerrar los ojos.

Cuando vuelvo a abrirlos, me precipito hacia la ventana y miro fuera, con miedo de lo que pueda ver, pero con la necesidad de comprobarlo. Solo veo los árboles que me rodean por todas partes. Pero ese disparo aún resuena en mis oídos y no lo olvidaré fácilmente.

Necesito saber quién ha apretado el gatillo.

¿Y hay algún herido?

Mi marido está ahí fuera, en alguna parte, y sé que esto le afecta. También sé que en el momento en el que deje atrás esta casa de madera para siempre, nada volverá a ser como antes.

Eso es porque ya han pasado demasiadas cosas desde que mi familia está aquí. Se han revelado secretos espantosos. Se han roto corazones preciosos. Y, ahora que he oído ese disparo, significa que algo aún más terrible ha sucedido.

No todos los que vinieron a esta casa de vacaciones saldrán vivos de ella.

DOS DÍAS ANTES

1

NICOLA

Salimos de Inglaterra y cruzamos a Escocia hace al menos tres horas, pero aún no hemos llegado a nuestro destino. Aunque no es que me queje.

No con vistas como estas pasando al otro lado de la ventanilla de mi coche.

Kilómetros de frondosos y verdes pinares rodean el estrecho tramo de carretera negra por el que avanzamos, y más allá de las copas de los árboles están las montañas, sus picos sobresaliendo en un cielo oscuro y malhumorado que mi marido, Ryan, cree que alberga una tormenta que descargará mucha lluvia en cualquier momento. Las gotas de agua que empiezan a rebotar en el parabrisas unos minutos después le dan la razón, aunque yo nunca se la daría verbalmente porque no querría animarle. Sin embargo, ya tiene razón, porque fue él quien predijo que ir a Escocia podría no ser el mejor lugar para tomar el sol en verano cuando le mencioné por primera vez este viaje. Yo era optimista y suponía que el tiempo no sería tan malo en esta época del año, pero de momento me estoy equivocando. A medida que el tiempo empeora y las montañas quedan ocultas por las nubes bajas, los que vamos en el coche empezamos a pasar menos tiempo mirando hacia dónde vamos y un poco más preocupados por si llegaremos ilesos a la casa de vacaciones. Hasta que el hombre que está al volante habla e intenta tranquilizarnos.

—Esto no es nada —dice Lewis, con un relajado encogimiento de hombros—. Tendríais que haberlo visto la última vez que vinimos. Había nieve en el suelo y la temperatura en el salpicadero me decía que fuera hacía ocho bajo cero. ¿No es cierto, Kim?

—Sí, estaba helada —confirma mi mejor amiga desde su posición junto a su marido en el asiento del copiloto—. Estoy bastante segura de que en algún momento llegaron a salirme carámbanos de la nariz.

—No fue tan malo —se ríe Lewis—. ¿A que no, Cole? Disfrutaste de nuestro viaje aquí en Navidad, ¿verdad?

Me giro para mirar al chico de quince años que va sentado detrás de mí en la parte trasera de este enorme monovolumen, pero no me ve porque tiene la cabeza hundida en su teléfono móvil; la única respuesta que da a la pregunta de su padre es un gruñido apenas audible. Eso es todo lo que Cole ha dicho desde que emprendimos el viaje hace cuatro horas; actuando como el típico adolescente, ha dejado claro que no le entusiasma la perspectiva de pasar tres días en medio de la nada con sus padres y sus amigos. Pero ya estamos muy lejos de nuestras casas y no hay vuelta atrás, un pensamiento que no me aterroriza tanto como probablemente le aterrorice a él, porque he estado deseando que llegara este largo fin de semana. Ahora que ya está aquí, estoy dispuesta a aprovecharlo al máximo.

La invitación de Kim para que nuestra familia se uniera a la suya durante tres días en su casa de vacaciones de lujo recién comprada era demasiado buena para rechazarla, sobre todo porque reservar mi propia estancia en una propiedad y ubicación similares me habría costado cientos de libras que no puedo permitirme gastar en este momento. Pero Kim me dijo que no tendríamos que pagar ni un céntimo por este viaje, ni siquiera tendríamos que conducir porque Lewis se iba a encargar de eso. Lo único que tuvimos que hacer fue preparar las maletas y subirnos a su coche, sin necesidad siquiera de pedir días extra de nuestras vacaciones anuales porque Ryan y yo teníamos días libres para cuidar de nuestra hija, Emily, durante el puente de otoño.

De hecho, la única parte complicada de todo el asunto fue tener que convencer a Ryan de que debíamos aceptar la oferta de unas vacaciones gratis en Escocia, porque, aunque yo siempre he dicho que a caballo regalado no le mires el diente, mi marido es algo más escéptico a la hora de recibir algo a cambio de nada.

—¿De verdad no quieren que les demos dinero? —me preguntó Ryan, después de contarle el plan—. ¿Ni siquiera gasolina para el viaje?

—No, aunque nos aseguraremos de ofrecérselo, por supuesto. Van a ir de todos modos, así que no hay problema en que nos lleven a nosotros también. Es muy amable por su parte que nos inviten, ¿verdad? Creo que será divertido. Además, no es que tengamos nada planeado que hacer aquí ese fin de semana, ¿no?

Lo último se había quedado corto, porque últimamente andamos escasos de dinero y, si no fuera por la posibilidad de unas vacaciones gratis, no sé cuándo volveríamos a salir los tres en un futuro próximo. Me habría encantado pasar el puente con Emily haciendo cosas divertidas con ella, como llevarla a ver una película o al zoo, sobre todo porque tiene once años y crece mucho más rápido de lo que me gustaría, pero ahora mismo no tenemos fondos para ninguna actividad de ocio.

Eso es porque ni Ryan ni yo tenemos buenos sueldos. Yo trabajo como administrativa en una fábrica de alfombras, que es tan glamuroso como parece, mientras que mi marido se dedica al marketing, aunque no es de los que ganan mucho dinero. Nuestros trabajos están bien y nos han ayudado a tener un hogar y a criar a una hija, pero nuestros salarios no han seguido el ritmo vertiginoso de la inflación que afecta a todo, desde el coste de una barra de pan hasta el agua caliente que utilizamos en casa. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de Kim y Lewis, una pareja cuyo desembolso financiero más reciente —aparte de este monstruoso coche en el que estamos— ha sido esa segunda propiedad en Escocia a la que nos dirigimos ahora.

—Tienes que verla —me dijo Kim, mientras tomábamos una taza de té hace unos meses—. Es irreal. Tiene cuatro dormitorios, una chimenea de leña en el salón e incluso un jacuzzi en la parte de atrás con vistas a un lago.

—Vaya, suena increíble —le contesté, haciendo todo lo posible por no sentir la más mínima envidia, pero luchando al mismo tiempo.

—Aquello es muy tranquilo, no como esto —continuó Kim emocionada—. Dios mío, Nicola, te juro que es el paraíso. Las vistas me dejaron literalmente sin aliento la primera vez que las vi. No tenía ni idea de que tuviéramos tanta belleza natural justo aquí al lado.

Lo de que estaba justo «aquí al lado» era una pequeña exageración, porque, por lo que Kim me había contado de la casa, estaba a las afueras de un pueblo llamado Glencoe, en una zona rural del oeste de Escocia. Una rápida búsqueda en Google después de que mi amiga se hubiera ido me confirmó que estaba a cinco horas en coche de donde vivíamos: Preston, una ciudad no muy al norte de Manchester. No era un lugar muy cercano, pero la distancia no me había quitado las ganas de ir allí porque mi amiga lo había descrito de maravilla.

Las habitaciones. El fuego. El jacuzzi. Tenía que verlo.

Y, una vez que me pidieron que fuera, solo puede decir que sí.

A medida que nos hemos adentrado en Escocia, se ha hecho evidente que mi amiga no mentía sobre la belleza natural de esta parte del mundo, en la que hace tiempo que hemos dejado atrás las señales de grandes ciudades como Glasgow y Edimburgo mientras nos adentramos en zonas más rurales. Conducimos por las orillas del Loch Lomond y atravesamos el Parque Nacional de los Trossachs, que ya era bastante espectacular para mí, pero no es nada comparado con lo que nos espera un par de horas más al norte. Ahora estamos en las Highlands, una zona que, según otra búsqueda en internet, tiene 16.000 kilómetros cuadrados de montañas, lagos, acogedoras casitas e incluso algunos castillos propiedad de la familia real.

Si este lugar es lo bastante bueno para los reyes y reinas de la monarquía británica, sin duda lo es para la sencilla Nicola de Preston.

«Ya estoy otra vez pensando que soy vieja —me digo, mientras seguimos conduciendo—. Pero supongo que es porque voy a cumplir cuarenta años el año que viene».

Me obligo a no pensar en mi próximo cumpleaños, porque se supone que estoy de vacaciones y eso no me ayudará a relajarme. Además, no puede ser tan malo alcanzar ese hito. Kim y Lewis cumplieron cuarenta a principios de año y no parece que lo lleven mal, aunque quizá ser ricos ayude. Más dinero equivale a menos canas y arrugas, o al menos eso imagino. Con Ryan cumpliendo cuarenta justo antes que yo, supongo que vamos a descubrir lo que es dejar atrás la treintena y contemplar una parte nueva de la vida, un periodo de años que se asocia más con la mediana edad que con la juventud. «Oh, volver a ser joven y estar lleno de energía», pienso antes de mirar a los dos niños en el coche y ver que Emily está dormida, mientras que Cole sigue mirando su pantalla como un zombi.

La lluvia es cada vez más intensa y la visibilidad se reduce, pero Lewis no parece aminorar el ritmo a medida que avanzamos. En todo caso, parece más entusiasmado cuanto más nos acercamos a la casa.

—Han rodado montones de películas por aquí —dice, mientras circula por las carreteras que se serpentean a través de esta zona en su mayor parte virgen—. Películas de Harry Potter. Braveheart. Y una película de Bond, esa de Daniel Craig en la que hay un gran tiroteo en la vieja mansión de campo justo al final.

—Skyfall —murmura Ryan, refiriéndose al título de la película en cuestión. Porque, aunque pueda estar cansado por el largo viaje y todavía un poco malhumorado por haber aceptado que lo emprendiéramos, un fan de Bond como él no pierde la oportunidad de hacer gala de sus conocimientos.

—¡Esa es! —grita Lewis, tamborileando en el volante con las manos—. Así que sí, ha habido muchas caras famosas por aquí en el pasado. Y quién sabe, quizá veamos rodar algo más este fin de semana.

Está claro que Lewis está muy orgulloso de esta zona, o al menos orgulloso de haberse podido permitir una casa aquí, pero no me molesta su entusiasmo porque es agradable aprender más sobre el lugar al que nos dirigimos. Lewis está encantado de mencionar algunos puntos de interés locales, como el hecho de que la casa a la que vamos está a solo treinta minutos en coche de Ben Nevis, la montaña más grande de las islas británicas.

—Hemos hablado de subir en algún momento, ¿no? —le dice Lewis a Kim, mientras aminora la marcha para acercarse a una curva cerrada de la carretera.

—Sí, pero no estoy segura de querer hacerlo —responde—. Demasiado caminar. Creo que se lo dejaré a los chicos y me quedaré en la casa, donde hace calor.

Tomamos la curva y enseguida entramos en otra, y todas las curvas y giros repentinos me hacen sentir un poco mareada. Me concentro menos en la vista exterior del coche y más en la pantalla digital del navegador por satélite que forma parte del impresionante salpicadero de este vehículo y veo que ahora estamos a solo cinco kilómetros y seis minutos de nuestro destino.

Para cuando deja de llover, y Lewis nos indica que vamos a salir de la carretera principal para coger un estrecho camino de grava que parece adentrarse en otro enorme bosque, me doy cuenta de que estamos en medio de ninguna parte. Para confirmarlo, Kim me dice que el pueblo está a más de dos horas a pie e incluso que la cabaña más cercana está al otro lado de una profunda cresta, lo que la hace prácticamente inaccesible desde este lado del barranco.

—Intimidad en estado puro —dice, mientras la grava cruje bajo los neumáticos del coche y las nubes se abren sobre nosotros, bañando esta húmeda parte de Escocia con la tan necesaria luz del sol—. Olvídate de Preston. Bienvenida al paraíso.

Cualquier pensamiento de que la descripción de mi amiga de este lugar como un paraíso podría ser un poco dramática se descarta al instante diez minutos más tarde, cuando pongo los ojos en la casa de madera por primera vez. Kim ya me había enseñado fotos en su móvil, pero está claro que no le hacían justicia.

¿El paraíso?

Eso es quedarse corto.

Este podría ser el lugar más increíble que he visto nunca.

2

NICOLA

Un amenazador trueno nos saluda cuando salimos del coche, lo que no nos permite entusiasmarnos demasiado con el breve rayo de sol que nos acompaña. Pero en este momento no pienso en ninguna tormenta. Porque estoy demasiado ocupada admirando la hermosa estructura frente a la que acabamos de aparcar.

La casa es de un maravilloso color caoba, un marrón rojizo intenso que proporciona una sensación de calidez entre los verdes árboles y el cielo cada vez más oscuro. Es tan ancha como alta, con numerosas ventanas alrededor, cuya parte superior ha sido angulada en punta, casi como un tipi, aunque esto no es una tienda de campaña. Tampoco se parece en nada a una acampada, porque puedo ver el interior a través del cristal de la entrada de doble puerta y parece una casa digna de un presidente, por no hablar de un par de familias de una zona obrera de Inglaterra.

—Guau —digo porque es la única palabra que me sale en este momento.

Ryan no dice nada, pero se ha acercado a un lado de la casa y está pasando las manos por el exterior de madera lisa, tan maravillado como yo por la artesanía que se empleó en hacer un lugar como este.

—Troncos de cedro rojo —dice Lewis con orgullo—. Se pueden conseguir por aquí, pero creo que estos en concreto se enviaron desde Norteamérica.

Kim nunca me ha dicho cuánto les costó comprar esta casa, y a mí nunca se me ocurriría preguntárselo, así que supuse que fue un número de seis cifras. Pero, ahora que estoy aquí y sé más cosas, me pregunto si fue más bien de siete. Por otra parte, no debería sorprenderme demasiado, porque su casa familiar en Preston es monstruosa, fácilmente la casa más grande de una urbanización de nueva construcción donde los precios de venta de las propiedades me dijeron enseguida que no era un lugar en el que debiera pensar en vivir.

Pero esta ni siquiera es su vivienda habitual. Imagina tener un millón de libras para gastar en una segunda casa, una que solo visitas unas pocas veces al año. Increíble. Y Emily piensa lo mismo.

—¡Qué guay! —grita, olvidándose del sueño que tiene, y sube corriendo los escalones antes de tirar del pomo de la puerta para intentar entrar. Sus bonitas coletas castañas se agitan mientras intenta abrir, coletas que me alegro de que siga llevando, porque estoy segura de que llegará el día en que las considere infantiles y dé un paso más hacia la madurez.

—Más despacio —le digo.

Pero Kim me dice que no me preocupe antes de sacar una llave y abrir la puerta mientras Lewis dice que va a empezar a meter las maletas.

Pienso en decirle a Ryan que coja también nuestro equipaje, pero no quiero privarle de ver el interior porque es probable que esté tan intrigado como yo, así que ambos seguimos a Kim y Emily hacia dentro.

Lo primero que veo es una cabeza de alce colgada sobre la enorme chimenea, con sus dos astas sobresaliendo de su peluda cara. Kim me dice que al principio no le gustaba, que fue algo que eligió Lewis, pero que cree que ahora que se ha acostumbrado le da más carácter al lugar. Debajo, delante de la chimenea, hay una gran alfombra de piel de oveja y dos sofás en forma de L que están conectados para que parezca uno grande, ambos cubiertos con mantas de pelo que añaden aún más calidez a este lugar situado en una de las zonas más frías del Reino Unido.

Las vigas del techo están por encima de mi cabeza, justo encima de una galería que da a esta lujosa zona de estar, y más allá están las puertas de lo que supongo que son los dormitorios y los cuartos de baño. Pero, antes de subir a ver la primera planta, Kim me lleva a la cocina, una parte de la casa que, como todo lo demás, está tallada en madera, lo que le da un toque auténtico. Aquí no hay plástico barato, aglomerado ni laminado, sino tablones caros y elaborados con maestría, desde los armarios hasta las encimeras e incluso la puerta delantera del frigorífico. Es como entrar en un mundo de madera, pero no se parece en nada al pequeño cobertizo del jardín trasero de casa. Ese cobertizo parece que vaya a volcar cada vez que se levanta viento, pero este lugar parece tan robusto que podría resistir cualquier cosa. Hasta que mi marido hace un comentario.

—Vaya, no se me ocurriría encender una cerilla aquí —reflexiona—. Con toda esta madera, ardería como una hoguera.

No me impresiona que haya optado por intentar restarle importancia a la magnificencia de este lugar, aunque lo haga de forma sutil y jocosa, pero Kim no se da cuenta ni le importa y se limita a darnos más información sobre la casa.

—Oh, no te preocupes por eso —le asegura ella—. Todo lleva una mano de pintura ignífuga.

—Claro que sí —murmura Ryan, pero por suerte solo lo oigo yo.

—Este sitio es increíble —digo, antes de que mi marido vuelva a encontrarle defectos—. Sinceramente, es irreal. No me extraña que quisierais comprarla. Me sorprende que no hayáis vendido vuestra casa y os hayáis mudado aquí de forma permanente.

—Créeme, lo haría si pudiera —dice Kim sin perder un segundo—. Pero tenemos que estar en Inglaterra por el trabajo de Lewis y el instituto de Cole, así que, por desgracia, solo podemos venir de vez en cuando. Aunque el plan es retirarnos aquí. ¿Verdad, cariño?

Kim se vuelve hacia Lewis, que entra con dos maletas en la mano.

—Sí, pero aún falta mucho para eso.

Lo sigue Cole, que lleva su propio equipaje y enseguida pasa por delante de todos nosotros antes de subir con él. Pero Kim no lo deja ir con tanta facilidad.

—Estás en la habitación pequeña, ¿recuerdas? ¡No vayas a coger tu habitación de siempre! ¡Esa es para nuestros invitados!

Cole sube las escaleras con paso cansino, sin volverse para saludar a su madre, y no puedo evitar preguntarme si Emily será igual dentro de cuatro años, cuando tenga su edad. Me cuesta imaginar que mi educada y vivaracha niña me ignore y se muestre tan malhumorada, pero puede que sea el destino de todos los adolescentes, y soy consciente de que mis padres tampoco eran todo sonrisas cuando yo tenía quince años.

—¡Aún no habéis visto el jacuzzi! —exclama de repente Kim, y nos conduce a mí, a Ryan y a Emily a la parte trasera de la casa y a través de otro par de puertas dobles, por las que accedemos a una amplia zona de terraza con una mesa y sillas dispuestas en el centro. Pero es el gran objeto cuadrado cubierto con una lona protectora lo que reclama nuestra atención, y cuando Kim le quita la lona y revela lo que hay debajo, Emily da una palmada y chilla.

—¿Podemos meternos? ¿Podemos meternos? He traído mi bañador.

El parloteo entusiasmado de mi hija no deja de arrancarme una sonrisa y le digo que puede meterse en el jacuzzi, pero solo cuando hayamos deshecho las maletas.

—Oh, no te preocupes por eso. Las maletas pueden esperar —dice Kim con despreocupación—. Ve a prepararte, Emily, y yo encenderé esto. Tarda unos diez minutos en calentarse cuando no hemos estado aquí, pero, créeme, merece la pena la espera una vez que estás dentro.

Kim empieza a girar unos diales en el lateral del jacuzzi y este cobra vida de repente: el agua de la superficie, que antes estaba quieta, empieza a burbujear furiosamente, y no tarda mucho en salir vapor al aire frío.

—Dios mío, ¿eso es el lago? —pregunto al ver la increíble masa de agua a lo lejos, y me acerco al borde de la terraza para verlo un poco más de cerca.

—Sí, no está mal, ¿verdad? Es una pena que hoy no haga buen tiempo, pero la previsión es mucho mejor para mañana. Deberías ver el lago cuando el cielo está azul. La luz del sol se refleja en el agua y parece casi mágico.

Estoy a punto de decir que parece bastante mágico incluso en estas condiciones sombrías cuando un relámpago cruza el cielo por encima de las montañas más allá del lago y toda la zona se ilumina momentáneamente con un tono amarillo.

—Vaya, esa tormenta se está acercando. Quizá deberíamos meternos en el jacuzzi más tarde —sugiero.

Pero Kim niega mientras sumerge una tira reactiva en el agua burbujeante para comprobar los niveles alcalinos.

—No te preocupes, esta terraza está protegida. No nos caerá ni una gota de lluvia. Y además, he estado aquí durante una tormenta antes y es todo un espectáculo, te lo aseguro.

Kim parece contenta con los resultados de las pruebas y pronto declara oficialmente abierto el jacuzzi, así que decido entrar y ayudar a Emily a prepararse. Pero antes necesitaremos su maleta, así que Ryan va al coche a por nuestro equipaje mientras Kim se ofrece a acompañarnos a Emily y a mí a nuestras habitaciones.

A medida que voy subiendo las escaleras, contemplo el increíble salón y la cocina, hasta que poso los ojos en el que será mi dormitorio y el de Ryan durante las próximas tres noches. Una enorme cama de matrimonio se intercala entre un par de mesillas de noche, y la puerta del cuarto de baño está justo al lado de un gran armario, mucho más grande que el que tengo en casa. Por si fuera poco, desde la ventana de la habitación se ve el lago, y vuelvo a ver relámpagos mientras me asomo y admiro las pintorescas vistas con las que me despertaré durante mi estancia aquí.

—Esto es precioso. ¿Seguro que no podemos darte algo de dinero para pagar nuestra estancia aquí? —le pregunto a mi amiga cuando siento otra punzada de culpabilidad por que todo esto sea gratis.

—No seas tonta. Siéntete como en casa —dice Kim con un gesto desdeñoso de la mano, antes de volverse hacia mi hija—. Vamos, Emily, deja que te enseñe tu habitación. Creo que te gustará. También tienes tu propio baño.

Sigo a Kim y a Emily hasta el dormitorio contiguo al mío y veo cómo Emily se tira sobre la gran cama y agita los brazos y las piernas a los lados como una estrella de mar gigante.

—¡Gracias! —grita, disfrutando de tener una cama más grande para dormir que la que tiene en casa, antes de entrar corriendo en el cuarto de baño y proclamar con orgullo que también tiene su propio espejo para arreglarse.

Ryan se une a nosotras con nuestro equipaje y Kim nos deja solas mientras deshacemos las maletas con rapidez. Mientras Emily se pone el bañador, yo cuelgo algunos de mis vestidos en el armario, vestidos que no estaba segura de ponerme si hacía frío aquí, pero la casa es cálida y acogedora por dentro, y eso que aún no hemos encendido el fuego.

Estoy a punto de preguntarle a mi marido si también quiere meterse en el jacuzzi cuando me doy cuenta de que está mirando por la ventana con una expresión bastante melancólica.

—¿Qué pasa? —le pregunto, uniéndome a él junto a la ventana y sin perder otra oportunidad de echar un vistazo furtivo a ese lago.

—Nada. Estoy cansado del viaje —murmura.

Pero tengo la sensación de que hay algo más.

Si tuviera que adivinar, diría que no es la duración del viaje lo que le ha desanimado. Más bien es el hecho de que sabe que nunca podría permitirse algo así aunque trabajara cada hora de cada día durante el resto de su vida. Que trabaje llevando el marketing de una pequeña editorial tiene más que ver con su amor por los libros y la literatura que con su deseo de acumular riqueza. Pero no estoy con él por su dinero, así que eso no me molesta y tampoco debería molestarle a él. Por otra parte, supongo que los hombres tienden a pensar de forma diferente sobre este tipo de cosas.

Yo soy feliz con cosas sencillas, como la compañía y una sensación general de seguridad, pero los hombres como Ryan a menudo necesitan más, como coches rápidos, casas grandes y que les regalen los oídos, así que es probable que eso explique por qué estoy disfrutando de mi experiencia aquí mientras Ryan seguro que está intentando idear algún plan para hacerse rico rápidamente y poder comprarse una casa como esta algún día también. Pero no existen los planes para hacerse rico rápidamente, o al menos uno que no acabe en la quiebra o en la cárcel.

—Lewis solo puede permitirse esta casa porque tomó la arriesgada decisión de montar su propio negocio durante la crisis —le recuerdo a mi marido.

—Sí, ya lo sé —refunfuña Ryan.

Creo que no me está entendiendo.

—Lo que digo es que se merece el éxito que ha tenido porque asumió un gran riesgo, y no debemos envidiarle ni a él ni a su familia por ello.

—No le envidio —murmura Ryan, pero no resulta muy convincente.

—Disfrutemos de estar aquí —le sugiero a Ryan, intentando sacarlo de su malestar—. Hace mucho tiempo que no descansamos, así que intenta relajarte. Va a ser divertido, confía en mí.

A regañadientes, Ryan accede a dejar de lado su mal humor y esforzarse más con los demás, y mientras termina de deshacer las maletas, sonrío ante la perspectiva de unos días divertidos.

Si hubiera sabido entonces que lo mejor que podíamos hacer era dejar de deshacer las maletas, salir de la casa y alejarnos de aquí todo lo posible... Si lo hubiera sabido, lo habría hecho. Pero no lo sabía. Volví a mirar por la ventana hacia el lago y sonreí, y ni siquiera otro trueno fue suficiente para advertirme de que algo malo estaba a punto de ocurrir en este idílico lugar.

3

NICOLA

Me miro en el espejo varias veces antes de salir de nuestro cuarto de baño privado, sintiéndome muy cohibida con el bañador que no quería meter en la maleta pero que Kim insistió en que trajera para poder disfrutar del jacuzzi con los demás. Ahora que lo llevo puesto, desearía haber seguido algún tipo de régimen saludable durante las últimas semanas para estar un poco menos blanda.

No soy obesa, pero estoy muy lejos de mi peso de juventud, y no ayuda saber que Kim tiene un entrenador personal al que ve tres veces por semana. Apuesto a que está increíble con su bañador, o tal vez ni siquiera pensó en un bañador y optó directamente por un diminuto bikini. Yo también lo haría si pagase cientos de libras al mes a un tipo para tener unos abdominales estupendos.

Encuentro a todos los demás abajo. Emily ya está en el jacuzzi y está a punto de unirse a ella Kim, que, como yo pensaba, tiene un aspecto increíble.

Y sí, se ha puesto un bikini.

Me doy cuenta de que Ryan se ha fijado en el bikini en cuestión. Está al otro lado del entarimado con Lewis, bebiendo una cerveza, pero aparta la mirada en cuanto se percata de que yo también estoy aquí. ¡Hombres, son como niños! Así que le perdono que se fije en mi amiga. Espero que no se fije en mí mientras me meto rápidamente en el jacuzzi y sumerjo mis rollitos de grasa en el agua caliente.

Es relajante, sobre todo una vez que me he acomodado con una copa de vino, pero el ambiente se altera por un momento cuando aparece Cole con su iPad en la mano exigiendo saber por qué no funciona internet.

—Debería —dice Kim, mientras se sienta a mi lado en el jacuzzi—. Quizá solo necesites volver a introducir la contraseña. Ha pasado un tiempo desde que estuvimos aquí. Puede que se haya borrado.

—Ya lo he hecho. No funciona.

—Bueno, no importa. Puedes unirte a nosotros y conversar en lugar de estar conectado todo el fin de semana.

A Cole no le gusta cómo suena eso y le pregunta a su padre si puede arreglar el problema de internet. Lewis lo intenta, pero, después de comprobar tanto el iPad como el router inalámbrico de la cabaña, tiene malas noticias.

—No hay señal en el router. Tal vez sea por la tormenta.

Puede que ese sea el veredicto correcto, ya que se trata de una tormenta que todavía está en pleno apogeo, porque la lluvia está cayendo a martillazos sobre el tejado de esta terraza y ahora está muy oscuro, a pesar de que el sol no se pondrá hasta dentro de un par de horas. No es el tiempo que imaginaba para nuestro fin de semana fuera.

—¡Pues arréglalo! —suplica Cole, mostrando un nuevo nivel de malhumor.

—Lo siento. No hay mucho que pueda hacer si el problema es el tiempo. Tal vez necesitemos que alguien venga a echarle un vistazo, pero no será este fin de semana, así que tendrás que sobrevivir sin internet durante un tiempo.

Cole resopla y vuelve a la casa mientras Lewis bromea sobre la juventud de hoy y su dependencia de la tecnología. Pero Ryan no se ríe y, mientras lo sigo con la mirada, veo que aún no parece haber abandonado del todo de su mal humor. También veo que abre una segunda cerveza, apenas cinco minutos después de haber abierto la primera. Solo entonces se pone por fin un poco más hablador y le hace un comentario a Lewis sobre la situación de Cole.

—Intenta ser suave con él. Todos recordamos lo duro que era tener su edad. Los estudios. Los amigos. Las chicas. No es fácil tener quince años.

—Tampoco es fácil ser padre de un chico de quince años —responde Lewis cabizbajo—. Lo descubrirás dentro de cuatro años, cuando Emily alcance esa edad.

—Solo digo que es un buen chico. No todo tiene que ser una batalla.

No estoy segura de por qué mi marido ha decidido de repente tratar de impartir algo de sabiduría paterna, pero al menos se muestra hablador, así que tengo la esperanza de que le esté gustando la idea de estar aquí. Estoy aún más segura de ello cuando se une a nosotros en el jacuzzi, y con Lewis metiéndose también ya estamos todos, excepto Cole, que sigue enfurruñado dentro de casa.

Estaría bien que se uniera a nosotros, aunque solo fuera para que Emily tuviera cerca a alguien que se acerca un poco más a su edad, pero dudo que eso vaya a ocurrir al menos de momento. Por eso —y no es la primera vez—, siento una punzada de tristeza por no haber podido darle a mi hija un hermano que le hiciera compañía mientras crecía.

No fue porque no lo intentásemos, pues Ryan y yo estábamos desesperados por tener otro hijo; sobre todo Ryan, que anhelaba tener un hijo con el que poder ir a los partidos de fútbol y dar patadas en el jardín trasero. Pero no pudo ser. Ya fue bastante difícil concebir a Emily y hubo un momento en el que incluso eso parecía que no iba a suceder, así que estoy más que agradecida por tener un solo hijo. Sin embargo, eso no significa que no haya momentos en los que piense en cómo habría sido darle un hermano o una hermana a Emily, y uno de esos momentos es ahora mismo, cuando la veo sentada en esta bañera rodeada de adultos. Por suerte, parece bastante contenta y, a medida que la conversación avanza hacia los asuntos de Lewis, me voy relajando cada vez más bajo las cálidas burbujas.

—Sí, las cosas van bien —nos dice el dueño del negocio después de que Ryan le haya preguntado.

—Me lo imaginé cuando te compraste esta casa —replica mi marido—. Te habrá costado una fortuna.

—Hicimos un buen negocio.

—¿De verdad? ¿Cuánto pagaste?

—¡Ryan!

Me avergüenza que haga una pregunta tan personal, porque no es asunto nuestro lo que nuestros amigos pagan por las cosas. Por otra parte, supongo que en realidad no son amigos de Ryan, sino más bien míos, así que quizá él no lo vea como yo. Soy la mejor amiga de Kim desde que nos conocimos en bachillerato, esa etapa un tanto extraña de la educación que comprende los dos años que transcurren entre el final de la secundaria y el comienzo de la universidad. Las dos teníamos diecisiete años y estábamos sentadas una al lado de la otra en clase de inglés, una asignatura que yo había elegido ingenuamente porque una vez había albergado grandes ambiciones de convertirme en escritora. Al igual que mi sueño de tener un segundo hijo, tampoco se hizo realidad. Las clases extra de inglés no fueron una completa pérdida de tiempo porque acabé conociendo a Kim, y las dos nos llevábamos tan bien que nos hicimos inseparables durante todo el bachillerato y más allá.

El hecho de que al final ninguna de las dos optara por ir a la universidad y nos quedáramos en nuestra ciudad natal facilitó que siguiéramos siendo una parte importante de la vida de la otra, y una vez que ambas encontramos un trabajo estable, alquilamos un piso juntas y entramos en la veintena con el deseo de ser tan irresponsables como pudiéramos. Eso duró un par de años, hasta que ambas comenzamos relaciones serias —ella con Lewis, yo con Ryan— e inevitablemente tuvimos que decir adiós a nuestro piso de solteras y mudarnos a casas separadas con nuestras respectivas parejas. Nuestro vínculo ha resistido el paso del tiempo mientras nos convertíamos en esposas, madres e incluso cuando Kim se hizo millonaria, lo que podría haber hecho que dejara de ser aquella estudiante sin blanca que era cuando nos conocimos.

Pero Kim nunca ha cambiado porque nunca ha dejado que el dinero la defina. Claro que le gusta presumir de su casa de vacaciones, pero solo de una forma que nos permita disfrutarla a nosotros también. Aunque Lewis es un poco diferente. Tal vez le gusta presumir un poco. Y ahí radica el problema. Ryan no tiene un vínculo con Kim como yo, así que no puede soportar a su marido con tanta facilidad como yo. No es que Lewis sea un mal tipo, y a Ryan no le desagrada como tal, es solo que ambos nunca han estado especialmente unidos, solo se toleran por el bien de la relación de sus parejas. Por otra parte, sería imposible que estuvieran tan unidos como lo estamos nosotras. Por eso, siempre estoy un poco pendiente de ellos para asegurarme de que ninguno dice algo que pueda irritar al otro. Como Ryan preguntándole a Lewis cuánto cuesta esta casa, por ejemplo.

—Lo siento, no debería haberlo preguntado —dice Ryan, cuando me ve fulminándolo con la mirada.

Kim le dice que no se preocupe antes de cambiar de tema, preguntando a qué hora nos apetece cenar porque ha traído un montón de ingredientes para cocinar un montón de espaguetis a la boloñesa.

—¡Mis favoritos! —grita Emily, ya ansiosa por comer, aunque de camino hemos parado en una estación de servicio de la autopista y se ha comido una hamburguesa con queso y patatas fritas.

—Me muero de hambre —admite Lewis—. Y estoy seguro de que Cole también. Puede que esté de mal humor, pero siempre encuentra tiempo para comer.

—Me iré pronto a preparar la cena —comenta Kim, y estoy a punto de ofrecerle ayuda cuando mi marido se me adelanta.

—Oh, no, no hace falta, gracias —le dice Kim con una sonrisa—. Quédate aquí y disfruta de tu cerveza. Recuerda que estás de vacaciones.

Ryan intenta no mirar demasiado a Kim mientras sale de la bañera, pero no lo consigue, y solo mira a otra parte una vez que la piel desnuda de mi amiga está envuelta en una toalla y se dirige al interior. Mentiría si dijera que no me duele que se fije en mi amiga más delgada, pero también sé que nunca haría nada para hacerme daño. Al igual que Cole, que está a merced de sus caprichos de adolescente, Ryan es un macho a merced de los suyos y una mujer atractiva justo delante de él en bikini no es algo que pueda esperar que se le escape por completo. También estoy decidida a no perder la oportunidad de dar a Ryan y Lewis un poco de tiempo para estrechar lazos, así que sugiero que Emily y yo entremos y ayudemos a Kim con la cena mientras los dos hombres se quedan en la bañera.