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No bien quedé en las tinieblas sentí pasar junto a mi rostro un viento frío, como aire de Guadarrama, ráfaga de pulmonía o espíritu de moderado. Mis cabellos se erizaron, latióme el corazón en la garganta. Con terror me vi frente a frente de lo sobrenatural; temblé en lo más profundo de mi alma; porque su-mido en la prosa ordinaria de la vida, comprendí que me encontraba débil para las emociones que me preparaba no sé qué tau-maturgo oculto en mi gabinete.
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Veröffentlichungsjahr: 2016
(Artículo de doble vista)
[El Solfeo, n.º 48, 18 de octubre
de 1875]
Leopoldo Alas «Clarín»
Acababa de leer El Siglo Futuro.
En el mismo momento se extinguió la mortecina luz del quinqué.
No bien quedé en las tinieblas sentí pasar junto a mi rostro un viento frío, como aire de Guadarrama, ráfaga de pulmonía o espíritu de moderado. Mis cabellos se erizaron, latióme el corazón en la garganta. Con terror me vi frente a frente de lo sobrenatural; temblé en lo más profundo de mi alma; porque su-mido en la prosa ordinaria de la vida, comprendí que me encontraba débil para las emociones que me preparaba no sé qué tau-maturgo oculto en mi gabinete.
Aulló en la plaza un perro... pero sus aulli-dos tenían un carácter también extraordinario; parecíanse a interjecciones humanas, y una vez, y otra y otra le oí pronunciar distin-tamente Candauuu... Candauuu... con voz tan lastimera que corrieron de mis ojos invo-luntarias lágrimas.
Luego sonó dulcísima una música. Tocaba algo muy conocido por mis oídos. Una tras otra fueron sucediéndose en el aire aquellas notas con que imita Meyerbeer el acompasa-do andar de una cabra que lleva al cuello col-gada una campanilla... ¡y apareció la cabra! -
Yo la vi, porque una luz rojiza, como la que rodea a los aparecidos en las comedias de magia, fue saliendo de no sé qué foco e ilu-minando con fantástica claridad mi gabinete... que no era ya mi gabinete. Era... ¡el sa-lón de sesiones de nuestro Congreso! Ofrecía un extraño espectáculo. La presidencial pol-trona no pude distinguir quién la ocupaba. -
¡La campanilla que sonaba era la que movía la mano fina y aristocrática del presidente!
También me había equivocado en lo tocan-te al perro. No era tal perro.
Era un diputado que, desde los bancos de la derecha, apostrofaba... con los puños a una especie de estatua del Comendador sen-tada en el centro. El que parecía estatua, pero sin serlo, era Candau... el que apostrofaba, imprecaba, gesticulaba... Taravilla.