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Durante los años inciertos de la Guerra de las Dos Rosas, sir Thomas Malory (1408-1471), un caballero de vida azarosa, escribió, supuestamente desde la cárcel, la primera gran epopeya de la literatura inglesa a partir de su propia recopilación de viejas fuentes francesas y británicas que iba traduciendo a la vez que añadiendo ideas de su cosecha, hasta ir perfeccionando su obra a medida que avanzaba el libro, para culminar en los capítulos finales, que son los más admirables de cualquiera de las versiones artúricas. La obra se imprimió en 1485 en el taller de William Caxton, el primer impresor de Inglaterra, que la tituló Le Morte D’Arthur. Caxton prologó y unificó las ocho novelas que escribió Malory en veintiún libros, dando así coherencia temática a la maestría narrativa de su autor.Gracias a este libro, los relatos artúricos han conocido múltiples y variadas ediciones a lo largo de estos cinco siglos, siendo Malory, junto con Shakespeare y Chaucer, uno de los pocos autores ingleses de un pasado no cercano que siguen siendo leídos. Fruto tardío del medievo, Le Morte D’Arthur es sin embargo la versión «moderna» del universo artúrico y no ha dejado de inspirar recreaciones nuevas, desde Scott a Tennyson, Mark Twain o los pintores prerrafaelistas hasta las versiones más recientes de T. H. White o J. Steinbeck.
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Durante los años inciertos de la Guerra de las Dos Rosas, sir Thomas Malory (1408-1471), un caballero de vida azarosa, escribió, supuestamente desde la cárcel, la primera gran epopeya de la literatura inglesa a partir de su propia recopilación de viejas fuentes francesas y británicas que iba traduciendo a la vez que añadiendo ideas de su cosecha, hasta ir perfeccionando su obra a medida que avanzaba el libro, para culminar en los capítulos finales, que son los más admirables de cualquiera de las versiones artúricas. La obra se imprimió en 1485 en el taller de William Caxton, el primer impresor de Inglaterra, que la tituló Le Morte D’Arthur. Caxton prologó y unificó las ocho novelas que escribió Malory en veintiún libros, dando así coherencia temática a la maestría narrativa de su autor.
Gracias a este libro, los relatos artúricos han conocido múltiples y variadas ediciones a lo largo de estos cinco siglos, siendo Malory, junto con Shakespeare y Chaucer, uno de los pocos autores ingleses de un pasado no cercano que siguen siendo leídos. Fruto tardío del medievo, Le Morte D’Arthur es sin embargo la versión «moderna» del universo artúrico y no ha dejado de inspirar recreaciones nuevas, desde Scott a Tennyson, Mark Twain o los pintores prerrafaelistas hasta las versiones más recientes de T. H. White o J. Steinbeck.
Sir Thomas Malory
Título original: Le Morte D’Arthur
Sir Thomas Malory, 1485
Carlos García Gual
Cuando el libro salió de las prensas de Caxton, su autor llevaba ya catorce años reposando en el cementerio de la iglesia de Grey Friars de Newgate. T. Malory había muerto el 14 de marzo de 1471 en la prisión cercana, sin obtener la liberación deseada. En colofón al último capítulo puede leerse su súplica:
And here is the end of the death of Arthur I pray you all, gentlemen and gentlewomen that readeth this book of Arthur and his knights from the beginning to the ending, pray for me while I am alive, that God send me good deliverance, and when I am dead, I pray you all pray for my soul. For this book was ended the ninth year of the reign of King Edward the Fourth, by sir Thomas Malory, knight, as Jesu help him for His great might, as he is the servant of Jesu both day and night.
Los rezos de sus lectores no pudieron ayudar a sir Thomas a escapar de la larga prisión. Y la muerte le alcanzó sin permitirle conocer la forma definitiva que adquirirían los relatos novelescos que su sagaz editor reunió en Le Morte Darthur, haciendo de las ocho novelas de sus manuscritos un verdadero ciclo novelesco, from the beginning to the ending, comprendido en un único libro dividido ahora en veintiún secciones y múltiples capítulos que Caxton califica repetidamente de noble and joyous; «noble y divertido» recuento de un universo caballeresco y aventurero rescatado en la prosa clara de un narrador tardío, un rezagado admirador de la saga artúrica.
Tampoco Joanot Martorell, que redactó su Tirant lo Blanc entre 1460 y 1465, y que vino a morirse en 1468, logró ver impresa su gran novela, que se publicó en 1490, con la colaboración de Martí Joan de Galba. Entre Tirante el Blanco y La muerte de Arturo hay una proximidad de fechas y, por encima de sus múltiples divergencias de enfoque, ambientes, y de intención, una coincidente simpatía hacia el prestigioso mundo de las aventuras y las gestas caballerescas. La tendencia al realismo está más acusada en la narrativa de Martorell, desde luego; pero ese gusto por los detalles realistas y por un estilo vivaz y directo es también característico de Malory. En esa segunda mitad del siglo XV el público aristocrático se recreaba con las ficciones del medievo cortés ofrecidas en el espejo mágico de la literatura novelesca.
En ese brillante y suntuosamente coloreado otoño medieval, según la descripción de J. Huizinga, los ideales de la literatura caballeresca impregnan la vida social con un suntuoso arcaísmo. En «el verano indio de la caballería inglesa» las pautas de la caballería reviven en un ritual cortés, y en toda Europa los nobles tratan de reproducir en la vida las hazañas y los gestos que han leído en las novelas y se inspiran en esa narrativa romántica como no lo habían hecho los caballeros de siglos anteriores (en su mayoría analfabetos y menos dados a tales espejismos).
Ciertamente hay en ese revival una alegre nostalgia y un ligero toque de amaneramiento. La caballería ofrece, además, un código moral, reflejado dramáticamente en los nobles y ejemplares comportamientos de damas y caballeros de antaño. Porque ya se sabe que, desde el punto de la moralidad y en ocasiones desde el de la elegancia, cualquier tiempo pasado fue mejor. A propósito de los amores auténticos ya lo decía el sutil Chretien de Troyes al comenzar su Yvain. Se quiere imitar la cortesía, la audacia, la brillantez de los famosos caballeros de las novelas, en las que los lectores mal pueden diferenciar realidad y fantasía. En el prólogo de Caxton se percibe ese afán y esa credibilidad otorgada a lo literario, y en concreto al mundo artúrico. La vida de J. Martorell es un ejemplo de esta imitación caballeresca. ¿Podemos suponer que también en la existencia descabalada de Thomas Malory, un redomado truhán según las apariencias, hubo un empeño, ciertamente desastrado, por vivir como un caballero errante?
En cualquier caso, no está de más recordar el enorme influjo que alcanzará, en toda Europa, el Amadís de Gaula, a partir de su primera edición zaragozana, ya en 1508. El Amadís será un manual de usos cortesanos y un espejo de caballerías, además de un ilustre modelo para los numerosísimos libros de caballerías del siglo XVI. El reiterado éxito editorial de ese género novelesco es uno de los trazos más característicos de la sociología literaria de esa centuria en España. Al concluir el siglo la boga de estos libros conocerá un apagado final. El buen Alonso Quijano, su último epígono, era, como el mismo Cervantes, un impenitente y rezagado lector.
Ninguno de esos libros puede parangonarse, a excepción tal vez de los dos títulos citados, con la novela cíclica de Malory. Tampoco pueden rivalizar con ella en popularidad a lo largo de los tiempos. La muerte de Arturo es, como ha destacado L. D. Benson, la única obra literaria escrita en Inglaterra entre Chaucer y Shakespeare que aún es leída por un amplio público con renovado fervor y placer. Creo que el mérito fundamental para ello, es decir, lo que ha convertido este texto en un clásico, es su estilo moderno en el recuento de un fascinante material mítico. Quisiera ahora dedicar algunas líneas a glosar esa modernidad estilística, en un amplio sentido del término, que resulta peculiar de Malory.
Parece indudable que fue un acierto de Caxton el reunir en un libro los ocho relatos novelescos con títulos propios que Malory había dejado. Pero, desde luego, el intento de formar con todos esos relatos una única narración está ya latente en su génesis misma. Malory conocía bien las novelas francesas integradas en el Ciclo de Lanzarote o Vulgata artúrica. Las aventuras se enmarcan en una secuencia que tiene un comienzo y un final predeterminados y conocidos: el orto y el ocaso del reinado artúrico. Al reconstruir los relatos aspiraba el escritor a la compilación cíclica, con todos sus personajes y sus lances peregrinos. Algo semejante intentaron hacer otros escritores europeos por las mismas fechas, como, por ejemplo, Michel Gonnot y Ulrich Füetrer.
Michel Gonnot compuso Le livre de Lanzelot para Jacques de Armagnac, duque de Nemours, una amplia compilación en cuatro libros que formaban un solo tomo de 870 páginas en el manuscrito original. Concluyó su narración en 1470. Ulrich Füetrer compuso primero un volumen en prosa, Lantzelot (1467) y más tarde un texto en verso más amplio, el Buch der Abentuer (1481-1484), con cerca de ochenta mil versos. Pero ni el texto de Gonnot ni el texto versificado de Füetrer fueron impresos. Quedaron relegados a un pronto olvido, del que ni el patronazgo del Duque de Nemours ni el del Duque de Baviera podía salvarlos, faltos del impulso difusor de la imprenta. El empeño de Malory no era, pues, un intento aislado ni una tarea anacrónica, como algunos han creído. Por el contrario, su obra se enmarca en esa corriente literaria europea. Cuando Caxton, en su agudo y meditado prólogo, alude a la presión de sus nobles amigos para que publique relatos caballerescos, testimonia una expectación real.
El destino histórico de la caballería quedó entenebrecido ya en los siglos XII y XIII; y después de Crécy y Azincourt el papel de los caballeros en las batallas quedó sensiblemente mermado. Pero la literatura estiliza mejor lo ya perdido, e idealiza mejor lo que es irrecuperable. Para la ficción no hay límites, sobre todo cuando el público es ingenuo, crédulo y está ávido de fantasmagorías. Pero entonces el gran peligro es la retórica, de un lado, y la ideología embozada en los relatos de ficciones que podrían servir de alegorías. Entre esos dos peligros se mueve el escritor de la Baja Edad Media o del temprano Renacimiento que recompone, al gusto de sus lectores, las viejas tramas caballerescas. La desbordante retórica de los libros de caballerías y su disparada fantasía contrastan con la prosa nerviosa y precisa de Malory. La ideología cisterciense que impregna la concepción de algunas novelas del Ciclo de Lanzarote, y muy descaradamente el texto de La búsqueda del Santo Grial, queda olvidada y descartada de la recreación de esa búsqueda desaforada en la parte correspondiente de La muerte de Arturo.
E. Vinaver, tratando de explicar la seducción y el éxito de la obra de Malory, veía su grandeza en «el misterioso poder del estilo, el único mérito inmortal en el mundo de los libros». J. Lawlor, que cita esta sentencia del gran estudioso de Malory, le objeta la variedad de estilos que el escritor inglés usa, según las fuentes de las que toma su tema, o según su intención: breve y escueto cuando relata, y ceremonioso cuando se dirige a los lectores (ver, por ejemplo, el capítulo 25 del libro XVIII). A mi ver, esta matización, que es oportuna y ayuda a percibir mejor el arte narrativo de nuestro autor, no empaña en absoluto el aserto de que Malory tiene un estilo propio y que en él está su gran mérito, que hace de él un novelista mucho más moderno que sus contemporáneos y competidores. Partiendo de una «materia» tradicional, tomada en su mayor parte de otras novelas francesas, Malory recrea ese contenido romántico imponiéndole una forma vivaz, dramática y ágil. Prescinde de largas disquisiciones, rechaza la técnica del entrelacement en los relatos, tan típica de los autores franceses del Lancelot en prose —una técnica de relatos cruzados que recuerda las lacerías del arte gótico tardío—, y es sencillo y rápido en las descripciones y conciso en sus narraciones, concentrando un intenso dramatismo en los diálogos muchas veces.
Por otra parte, como han señalado Brewer, Benson, y otros estudiosos de su obra, Malory mejora considerablemente su estilo en el curso de su larga obra. Los primeros libros son más descuidados y algo titubeantes, mientras que los finales, en los que se acentúa el carácter trágico de la historia de Arturo, tienen una eficacia narrativa muy superior. En algunos pasajes de esa parte el estilo límpido de Malory se hace más solemne, más retórico y más musical, sin perder de vista, sin embargo, esa claridad y esa atención a los detalles «realistas» que lo caracterizan. Las aliteraciones, características de la poesía inglesa, se dan también en esos párrafos solemnes, mientras que en los más sencillos podemos percibir un eco del estilo escueto de los cronistas ingleses. Sin duda Malory es un gran deudor de los novelistas franceses de los que traduce sus episodios y a los que readapta, pero su prosa está mucho más próxima, por su espíritu y su talante, a la de los escritores ingleses de su propio tiempo. Esa manera suya de narrar con la atención en los detalles significativos, sin resabios de retórica escolar ni pedanterías clericales, es una nota muy británica. Entre los poemas ingleses que Malory había leído y que sigue están el aliterativo Morte Arthure y el poema en estrofas Morte Arthur, de los que toma algunas notas importantes: el énfasis poético y una exposición directa, que coincide, pensamos, con el propio talante de Malory.
Cuando Caxton presenta el texto de Malory como una traducción de libros franceses, está aludiendo a una tradición de versiones muy libres, que recogen el contenido de obras anteriores pero recomponen y reestructuran éste con un estilo propio, unas veces más marcado, otras más servil. E. Vinaver ha estudiado bien cómo Malory sigue en algunos episodios el original francés, mientras que en otros resume en pocas líneas algunas páginas o salta y reajusta párrafos y temas. En cualquier caso, es evidente que la versión de Malory representa una recreación compleja y una compilación que, sin pretensiones explícitas de originalidad, resulta enormemente creativa. Siendo un epígono, tiene mucho de producto innovador, en el sentido de que su obra es, en varios respectos, una novela moderna, gracias a su estilo. Si tratáramos de encontrar un paralelo en la historia de la literatura, creo que podríamos encontrarlo en El asno de oro de Apuleyo, que, siendo una versión de una novella milesia, constituye una novela espléndida gracias a su espléndido estilo (un estilo que no tiene nada que ver, en efecto, con el de Malory, ya que tiende más bien a una retórica opuesta).
Pero, para que el lector comprenda mejor cuanto acabamos de apuntar (resumiendo otros estudios) sobre este estilo, pondremos algunos ejemplos.
El primer texto bien puede ser el del libro II, capítulo 18, que trata de «cómo Balin se enfrentó a su hermano Balan, y cómo se mataron el uno al otro sin reconocerse, hasta que estuvieron heridos de muerte». Citaré sólo una parte del capítulo, en la precisa traducción de F. Torres Oliver:
Entonces Balin alzó los ojos hacia el castillo y vio las torres llenas de damas. Y volvieron a la lucha otra vez, hiriéndose dolorosamente, y deteniéndose muchas veces a tomar aliento; y así siguió la batalla, de manera que todo el lugar donde luchaban estaba tinto de sangre. Y a la sazón se habían infligido uno al otro no menos de siete grandes heridas, de las que la menor de ellas podía haber sido la muerte del más poderoso gigante de este mundo.
Entonces comenzaron a batallar otra vez tan maravillosamente que espantaba oír de aquella batalla por la mucha sangre derramada, y las cotas desclavadas, de manera que por todos los costados estaban desnudos.
Finalmente Balan, el hermano más joven, se retrajo un poco y cayó. Entonces dijo Balin le Savage:
—¿Qué caballero eres tú? Pues hasta ahora ningún caballero me había igualado.
—Me llamo Balan —dijo el otro—, y soy hermano del buen caballero Balin.
—¡Ay! —dijo Balin—, ¡que haya visto yo este día! —y seguidamente cayó de espaldas desvanecido.
Entonces Balan se acercó andando a pies y manos, quitó el yelmo a su hermano, y no le pudo conocer por la cara, tan llena de tajos y sangre como estaba; pero cuando despertó, dijo:
—¡Oh, Balan, hermano, tú me has matado, y yo a ti, por lo que todo el ancho mundo hablará de nosotros dos!
La muerte de Balin, el feroz Caballero de las Dos Espadas, el autor del Golpe Doloroso, y de su hermano Balan, en ese insensato encuentro fratricida, era un episodio famoso de la trama novelesca.
Es el final de un fatídico caso: el héroe furibundo responsable del Golpe Doloroso ha de morir a manos de su amado hermano al tiempo que lo mata. Es frecuente en los episodios caballerescos que dos paladines artúricos se encuentren y traben pelea sin conocerse, pero lo más socorrido es que se reconozcan antes de darse muerte, y entonces se saluden alborozadamente, tras haber contrastado su mutuo valor en el juego de las armas. La historia de Balin y Balan destaca por su final trágico. Los dos hermanos se matan en un duelo insensato, al que estaban predestinados. Pero no pretendemos ahora glosar este famoso episodio, sino tan sólo destacar cómo Malory lo cuenta, con una atención a los detalles y sin comentarios, retóricos ni moralizantes. El duelo ha comenzado como uno de tantos, con la acometida sanguinolenta de los dos caballeros ante las almenas del castillo. Por un momento Balan sospechó que el caballero que va de bermejo podría ser su hermano, ya que lleva dos espadas, pero descarta la sospecha porque «no conocía su escudo». (Signo de identificación, el escudo suele producir esas confusiones en los encuentros novelescos). En medio de los revolcones y los duros golpes que lo abruman, Balin mira las almenas del castillo, con sus «torres llenas de damas». (También esto es típico pero el detalle resulta muy efectivo en medio de la descripción del combate).
Las exageraciones son típicas: cualquiera de las siete heridas de cada combatiente habría matado al mayor gigante del mundo. Pero hay un detalle más peculiar: desclavadas las cotas metálicas, los dos pelean ya semidesnudos, sangrientos y polvorientos. Incluso el rostro de Balin está tan acribillado de heridas que su hermano no logra reconocerlo cuando le quita el yelmo. Y la frase del moribundo Balin tiene un acento épico: «¡Oh, Balan, hermano, tú me has matado, y yo a ti, por lo que todo el ancho mundo hablará de nosotros dos!». Hay en estos diálogos breves y trágicos un tono característico de la narración de Malory. Las quejas contra Fortuna, tan medievales, están ausentes, y la charla última tiene un sorprendente tono familiar. Sería mejor no haber visto tan aciago día, exclaman los héroes, pero no alargan la queja, y se resignan a lo inevitable. (Algo parecido es lo que expresa el rey Arturo ante la fatídica batalla final, Alas, this unhappy day!, en un texto que citaremos luego). En el capítulo siguiente se cuenta cómo Merlín enterró a los dos hermanos en una misma tumba y lo que dispuso sobre la funesta espada de Balin. El lector puede observar muy bien ahí cómo los detalles fantásticos se acompañan con los apuntes concretos y «realistas».
Malory, que rehúye muchos episodios mágicos, sabe contar los relatos fantásticos con pinceladas realistas —como sabía hacerlo también el primer novelista artúrico, Chretien de Troyes, al que él no conocía—. Y es un maestro en esas evocaciones de los combates, tan repetidos y tan distintos en algunos detalles. Ahí está el tono épico de fondo —como estaba ya en la Ilíada— ya que la descripción de justas y lances bélicos es un elemento esencial en estas historias y aventuras. Pero él sabe animarlos especialmente a través de los diálogos, en lo que hay un notable progreso novelesco, no ya porque en la épica no hubiera diálogos, que los había, sino porque en el texto novelesco los personajes se definen a través de estos diálogos como tipos humanos próximos al lector. Hay en ellos, y también en las descripciones, un cierto prosaismo no menos revelador de esta recreación dramática.
Malory no escribe como un clérigo docto, ni como un moralista, sino como un gentleman instruido y piadoso, a veces un tanto «ceremonioso», pero atento siempre a la acción que relata y a su representación. Hay en él un gran talento dramático, que se expresa en la escenificación directa y rápida de las situaciones. Resulta curioso que a Shakespeare no le atrajera el mundo artúrico, y que entre sus personajes tan sólo Falstaff aluda a esos relatos. Es probable que las censuras de ciertos doctos escritores isabelinos hayan pesado en ese olvido o desdén; pero uno puede imaginar algunos de estos episodios de Malory convertidos en tragedias isabelinas.
Como ejemplo del estilo más elevado y patético, quisiera citar el lamento fúnebre de sir Héctor por su hermano Lanzarote, tal como está en el último capítulo del último libro de Le Morte Darthur. Cito, pues, el texto inglés, en su transcripción modernizada (ed. de J. Cowen). Es el capítulo 13 del libro XXI según la edición de Caxton:
Then went Sir Bors unto Sir Ector, and told him how there lay his brother, Sir Launcelot, dead; and then Sir Ector threw his shield, sword, and helm from him. And when he beheld Sir Launcelot’s visage, he fell down in a swoon. And when he waked it were hard any tongue to tell the doleful complaints that he made for his brother.
«Ah Launcelot», he said, «thou were head of all Christian knights, and now I dare say», said Sir Ector, «thou Sir Launcelot, there thou liest, that thou were never matched of earthly knight’s hand. And thou were the couteoust knight that ever bare shield. And thou were the truest friend to thy lover that ever bestrad horse. And thou were the truest lover of a sinful man that ever loved woman. And thou were the kindest man that ever struck with sword. And thou were the goodliest person that ever came among press of knights. And thou were the meekest man and the gentlest that ever ate in hall among the ladies. And thou were the sternest knight to thy mortal foe that ever put spear in the rest».
Then there was weeping and dolour out of measure.
En la despedida de su héroe predilecto —junto con Arturo, desde luego—, Malory, que ya había dedicado un capítulo a contar su muerte melancólica (en su castillo de Joyous Gard, donde el viejo Lanzarote, que ya ha asistido a los funerales de Ginebra, no deja de recordarla en sueños), entona por mediación de sir Héctor un patético planto. La escena no tiene paralelo en el texto francés de la La Mort Artu, ya que allí su hermano ha muerto antes que Lanzarote y él mismo entierra su cuerpo en la ermita donde ambos estaban de retiro. (Allí, en cambio, cuando Lanzarote muere, sus amigos lo entierran en la misma tumba donde reposa su fiel camarada Galehaut, el señor de las Islas lejanas, como perdurable testimonio de una generosa amistad). La retahíla de elogios que suscita el planto ante el cadáver del mejor de los caballeros artúricos es, ciertamente, un topos retórico. Pero no cabe duda de que aquí está utilizado con una inolvidable maestría.
El contraste entre las escenas paralelas del texto de Malory y el de sus modelos franceses es siempre muy sugerente para evaluar la originalidad de nuestro autor. Como ahora no dispongo de espacio para presentar un análisis más extenso ni pormenorizado, voy a aludir tan sólo a uno de esos pasajes, en el que, frente al texto de la versión francesa, Malory introduce una interpretación personal. Se trata de la escena que precede al encuentro fatal de la batalla postrera entre los ejércitos del rey Arturo y del usurpador Mordred, en la que ambos avanzan pesarosamente hacia la destrucción final, en un augurado crepúsculo sangriento. En La Mort Artu, una novela trágica excelentemente construida, esa matanza está ampliamente profetizada, desde el temprano lamento de Lanzarote sobre los desmanes de la Fortuna. El moralismo del autor nos advierte de que, tras la empresa del Grial en la que fracasó la caballería terrestre, cabe esperar el castigo de los amores adúlteros de Lanzarote y Ginebra, y también Arturo será castigado por su incesto, del que es fruto Mordred. Arturo sueña con la rueda de la Fortuna, que lo eleva y luego lo hunde y precipita, de acuerdo con la famosa imagen medieval. Como un héroe trágico Arturo avanza, desoyendo los consejos amistosos de Gawain, hacia la cruenta catástrofe, empecinado por su orgullo y sus deseos de venganza. Y todo se cumple como estaba predestinado. En cambio, el rey Arturo que nos presenta Malory es sensiblemente diferente. Está dispuesto a la conciliación, con tal de evitar la matanza. En sueños se le ha aparecido Gawain, acompañado de bellas damas, para aconsejarle que evite un fatal desenlace. Y Arturo está dispuesto a pactar con el traidor Mordred, y ambos se reúnen para evitar la mortífera batalla. Pero por encima de las intenciones de uno y otro caudillo, el combate va a desencadenarse por un pequeño incidente: una serpiente escondida entre los arbustos hace que un caballero desenvaine su espada, y eso será la señal de ataque. No es el ciego orgullo, sino el ciego azar —como apostilla Benson— lo que conduce a los héroes a la catástrofe. Arturo exclama sencillamente: «¡Ah, qué aciago día!», y se resigna a la matanza. Quiero citar este breve pasaje, tan cargado de fuerza, como último ejemplo del estilo ágil de Malory. Está en el capítulo 4 del libro XXI.
And so they met as their pointment was, and so they were agreed and accorded thoroughly; and wine was fetched, and they drank. Right soon came an adder out of a little heath bush, and it stung a knight on the foot. And when the knight felt him stungen, he looked down and saw the adder, and then he drew his sword to slay the adder, and thought of none other harm. And when the host of both parties saw that sword drawn, them they blew beams, trumpets, and horns, and shouted grimly. And so both hosts dressed them together. And King Arthur took his horse, and said, «Alas, this unhappy day!» and so rode to his party. And sir Mordred in likewise. And never was there seen a more dolefuller battle in no Christian land…
La tragedia podría haberse evitado fácilmente. Arturo estaba dispuesto a pactar, a perdonar, a olvidar quizás. No es el pecado de los amores de Lanzarote y Ginebra, ni la obcecación del orgullo ni siquiera la ambición incontrolable lo que arrastra al reino a su perdición; tan sólo es un accidente desafortunado en un aciago día. La predestinación personificada en una Fortuna implacable y moralista está ausente en el relato de Malory; queda sustituida por un imprevisible azar, que actúa a través de lo fortuito e inesperado, ante lo que fracasan las mejores intenciones humanas. Así se expresa una concepción heroica diferente de la que tiene el autor francés que redactó La Mort Artu, de ideología diversa. Ese mismo espíritu de independencia frente a la interpretación ideológica sugerida en sus fuentes francesas, lo muestra Malory al enfocar la búsqueda del Santo Grial. Tanto La Queste del Saint Graal como La Mort Artu eran romans à thèse: explicaban la decadencia y el ocaso del reino de Arturo por el pecado de soberbia y lujuria que encuentra sus ejemplos más notorios en los amores adúlteros de Lanzarote y Ginebra y en el incesto cometido por Arturo, padre de Mordred. La búsqueda del Grial es el fracaso de la caballería, ya que sólo los héroes más puros y menos mundanos, los ascéticos y piadosos, logran un acceso al sublime símbolo cristiano. Arturo como Lanzarote quedan excluidos de ese triunfo de la caballería celeste, porque encarnan la gloria mundana, y como tales héroes terrestres están destinados a la catástrofe y a la penitencia. La Queste del Saint Graal condena los valores corteses y los placeres violentos de la Tabla Redonda, y predica una caballería al servicio de lo espiritual, con un sutil desplazamiento de los tonos narrativos. Perceval el ingenuo es sustituido por Galahad el puro, el hijo de Lanzarote. En The Tale of the Sancgreal Malory retoma la matière, pero la recuenta con un ánimo y un estilo distinto. De la misma forma que en su último libro recuenta el crespúsculo del reinado de Arturo, pero con una tonalidad mucho menos oscura que la de La Mort Artu.
Al recontar los episodios de la peregrinación tras el Grial, abrevia las explicaciones alegóricas y suprime los comentarios teológicos. Aunque mantiene como héroe a Galahad, no humilla demasiado —en contraste con el empeño del autor de La Queste— al fracasado Lanzarote, de quien subraya el esfuerzo y el valor constantes. Tras esas aventuras, Lanzarote vuelve a recaer en el amor de Ginebra, una pasión que el novelista ve como un impulso noble, y no como la causa de la ruina del reino artúrico. No es el pecado y la traición de la hermosa reina lo que arrastra a unos y otros a la catástrofe. Son los odios y rivalidades de la corte, las denuncias contra los amantes y la fidelidad de unos y otros lo que precipita ese final. Agravain es, en la versión de Malory, más culpable que Lanzarote. Y también el noble y leal Gawain tiene su parte de culpa, Lanzarote es víctima de un gran amor y una indestructible lealtad. Arturo es un personaje imponente, un excelente soberano de una época dorada y heroica, abocado a un trágico final. La reina Ginebra es recordada (en el libro XVIII, capítulo 25) como una fiel amante, y por ello digna de un noble final. («While she lived she was a true lover, and therefore she had a good end»). El amor auténtico entre Ginebra y Lanzarote puede, a los ojos de Malory, excusar el adulterio. En este punto está lejos de la visión moralista de los novelistas de los últimos libros de la Vulgata, como lo está de la concepción victoriana que desarrollará Tennyson en sus Idylls of the King. Malory no pone el énfasis en los juicios morales, ni tampoco narra con un rígido determinismo los episodios. Le interesan los caracteres y las situaciones más que las causas y efectos. Lo mismo que en el libro final prescinde de la evocación medieval de la Fortuna, tan grata al autor de La Mort Artu, así evita en otros casos el esquematismo explicativo medieval. Por eso su lectura da una sensación de modernidad y de vivaz dramatismo y una impresión de libertad muy difícil de encontrar en autores de tiempos anteriores.
En tal sentido ha encontrado estupendos continuadores en dos escritores de nuestro siglo: John Steinbeck y T. H. White, que, entusiasmados con la lectura de su obra, intentaron emularlo con un renovado estilo, pero siempre como discípulos aventajados, tratando de recontar las mismas aventuras caballerescas con acentos más actuales, con un humor más fantasioso (sobre todo T. H. White), pero con la misma atención al libre juego dramático de personajes y situaciones, con el mismo empeño de rememorar un universo mítico fascinante, que la prosa de Malory supo rescatar del olvido y de la erudición para sus lectores ingleses.
«La noble y gozosa historia del gran conquistador y excelente rey Arturo», en palabras del editor Caxton, puede servir de lección moral. «Pues aquí puede verse la noble caballería, cortesía, humanidad, bondad, osadía, amor, amistad, cobardía, crimen, odio, virtud y pecado». Un libro como éste, que «trata de las nobles hazañas, hechos de armas de caballería, proeza, osadía, humanidad, amor, cortesía y mucha gentileza, con muchas historias y aventuras prodigiosas», invita a una lectura reposada.
Es, como dijimos, un libro otoñal y nostálgico; pero, gracias a su estilo, es también una de las primeras novelas modernas. Los adjetivos con que Caxton caracteriza la historia, noble and joyous, están bien ajustados. Que nadie discuta su nobleza. En cuanto a su alegría, creo que la tiene en una doble vertiente: la de la ficción fantástica, que se regocija en la evocación de antiguos relatos místicos, y la alegría trágica, que surge de la admiración ante el destino de los héroes, que aun bajo destino desafortunado se mantienen como figuras ejemplares de humanidad. Y aun bajo las máscaras de sus ropajes medievales significan un reto a nuestra imaginación hoy.
Galahad es presentado en la Tabla Redonda del rey Arturo. Ms. Fr. 343, fol. 3, Italiano, c. 1370-1380, Bibliothèque Nationale, París.
El rey Arturo combate con un general romano, The book of the treasure of histories, c. 1415, Ms. Arsenal 5077, fol. 298, Bibliothèque Nationale, París.
Lucha del rey Arturo contra Mordred, St Albans’ Chronicle, c. 1470, Ms. 6, fol. 66v, Lambeth Palace Library, Londres (Foto: The Bridgeman Art Library, Londres)
El rey Arturo y sus caballeros parten en busca del Santo Grial. Ms. Fr. 343, fol. 8v, Italiano, c. 1370-1380, Bibliothèque Nationale, París.
Para la presente traducción he utilizado el texto de Le Morte D’Arthur preparado por Janet Cowen (Penguin Books, 1969), que introduce una puntuación moderna y una división en párrafos. Me ha sido de valiosa ayuda la edición del manuscrito de Winchester publicada por el profesor Eugene Vinaver (Malory Works, Oxford University Press, 1983), cuyas notas me han aclarado muchas dificultades. Otros dos instrumentos auxiliares inestimables en este sentido han sido el Oxford English Dictionary y el Diccionario crítico etimológico de J. Corominas y J. A. Pascual. Las palabras en cursiva dentro del texto son variantes del ms. de Winchester; las he adoptado sólo en casos en que la versión de Caxton presenta una manifiesta incoherencia o una laguna. Cuando dicha incoherencia o laguna se da en ambos textos, la he dejado como está.
Han transcurrido unos años desde que Siruela publicó La muerte de Arturo en su Selección de lecturas medievales; ahora vuelve a editarse en esta Biblioteca Medieval, lo que me ha dado ocasión para releerla. A medida que avanzaba, siempre movido por el mejor deseo, he ido introduciendo cambios. Al terminar, uno se pregunta si eran necesarios tantos, y si con ellos el texto ha ganado lo bastante para que merecieran la pena. Pero una traducción no es en el fondo sino una lectura: así como el original es único, sus traslaciones pueden ser múltiples; y desde luego, ninguna definitiva. En todo caso, he procurado no olvidar en ningún momento el respeto a la obra, y el no menos inexcusable al lector.
Francisco Torres Oliver
Después que hube terminado y dado fin a diversas historias, así de meditación como de hechos históricos y mundanos de grandes conquistadores y príncipes, y también a ciertos libros de ejemplos y de doctrina, muchos nobles y diversos gentileshombres de este reino de Inglaterra vinieron a demandarme, muchas y frecuentes veces, cómo era que no había hecho e impreso la noble historia del Santo Grial, y del más nombrado rey cristiano, primero y principal de los tres mejores cristianos y dignos, el rey Arturo, el cual debería ser recordado entre nosotros los ingleses antes que ningún otro rey cristiano.
Pues es notoriamente sabido en el mundo universo que son nueve los dignos y mejores que ha habido nunca, que son, a saber, tres paganos, tres judíos y tres cristianos. En cuanto a los paganos, vivieron antes de la Encarnación de Cristo, y se llamaban, el primero Héctor de Troya, cuya historia nos ha llegado en verso y en prosa; el segundo, Alejandro el Grande; y el tercero, Julio César, emperador de Roma, cuyas historias son bien conocidas y sabidas. En cuanto a los tres judíos, vivieron también antes de la Encarnación de Nuestro Señor; de éstos el primero fue el duque Josué, que condujo a los hijos de Israel a la tierra de promisión; el segundo, David, rey de Jerusalén; y el tercero, Judas Macabeo; de estos tres la Biblia refiere todas sus nobles historias y hechos. Y desde dicha Encarnación ha habido tres nobles cristianos admitidos y puestos en el mundo universo entre los nueve mejores y dignos, de los que fue primero el noble Arturo, cuyos nobles hechos tengo propósito de escribir en este presente libro que aquí sigue. El segundo fue Carlomagno, o Carlos el Grande, del que se tiene historia en muchos lugares en francés y en inglés; y el tercero y último fue Godofredo de Bouillon, de cuyos hechos y vida he hecho yo un libro para el excelente príncipe y rey de noble memoria, rey Eduardo IV.
Dichos nobles gentileshombres me requirieron al punto que imprimiese la historia de dicho noble rey y conquistador, rey Arturo, y de sus caballeros, con la historia del Santo Grial, y de la muerte y acabamiento de dicho Arturo, afirmando que debía imprimir antes sus hechos y nobles hazañas que los de Godofredo de Bouillon, o de alguno de los otros ocho, considerando que era hombre nacido en este reino, y rey y emperador del mismo; y que hay en francés diversos y muchos nobles libros de sus hechos, y también de sus caballeros.
A los que contesté que diversos hombres sostienen la opinión de que no existió tal Arturo, y que todos esos libros que se han hecho sobre él no son sino fingimiento y fábula, ya que algunas crónicas no hacen mención alguna de él ni lo recuerdan para nada, ni a sus caballeros.
A lo que respondieron ellos, y en especial uno dijo que en quien dijese o pensase que no hubo nunca tal rey llamado Arturo se podía muy bien presumir gran desatino y ceguera, pues dijo que había muchas pruebas de lo contrario: en primer lugar se puede ver su sepultura en el monasterio de Glastonbury; y también en el Polichronicon, en el libro V, capítulo 6, y en el libro VII capítulo 23, dónde fue enterrado su cuerpo, y después hallado y trasladado a dicho monasterio. También se ve en la historia de Boccaccio, en su libro De Casu Principum, parte de sus nobles hechos, y también de su caída. También Galfridus[1] cuenta su vida en su libro británico. Y en diversos lugares de Inglaterra hay aún muchos recuerdos de él que durarán eternamente, y también de sus caballeros. Primero en la abadía de Westminster, en la capilla de San Eduardo, permanece aún la huella de su sello en cera roja encerrado en berilo, en la que hay escrito Patricius Arthurus, Britannie, Gallie, Germanie, Dacie, Imperator. Item en el castillo de Dover se puede ver la calavera de Gawain y el manto de Craddok; en Winchester, la Tabla Redonda; en otros lugares, la espada de Lanzarote y muchos otros objetos. Consideradas, pues, todas estas cosas, nadie puede negar razonablemente que hubo un rey de esta tierra llamado Arturo. Pues en todos los lugares, cristianos y paganos, es reputado y tenido por uno de los nueve dignos, y el primero de los tres cristianos. Y también es del que más se ha hablado al otro lado de la mar, donde se han escrito más libros sobre sus nobles hechos que aquí en Inglaterra, tanto en holandés, italiano, español y griego, como en francés. Y aún perduran como testimonios que dan prueba de él en Gales, en la ciudad de Camelot, las grandes piedras y maravillosos trabajos de hierro que yacen bajo el suelo, y las criptas reales que algunos de los que ahora viven han visto. Por donde maravilla que no sea ya renombrado en su propio país, sino que concuerda con la palabra de Dios, que dice que nadie es aceptado como profeta en su propia tierra.
Así que, alegadas todas estas cosas antedichas, no podía yo negar que existió tal noble rey llamado Arturo, reputado entre los nueve dignos, y primero y principal de los cristianos. Y muchos nobles libros se han hecho de él y de sus nobles caballeros en francés, que yo he visto y leído al otro lado de la mar, que no tenemos en nuestra lengua materna, sino que muchos están en galés, y también en francés, y algunos en inglés, aunque de ninguna manera casi todos. Y dado que hace poco han sido pasados abreviadamente al inglés he determinado, con la modesta capacidad que Dios me ha dado, y amparado en el favor y la corrección de todos los nobles señores y gentileshombres, imprimir un libro sobre las nobles historias de dicho rey Arturo, y de algunos de sus caballeros, según una copia a mí entregada, la cual copia ha sacado sir Thomas Malory de ciertos libros en francés, y puesto en inglés.
Y yo, según esa copia, lo he impreso, a fin de que los nobles caballeros puedan ver y conocer los nobles hechos de caballería, las gentiles y virtuosas hazañas que algunos caballeros llevaron a cabo en aquel tiempo, por las que alcanzaron honra; y cómo los viciosos fueron castigados y puestos a menudo en vergüenza y reproche, rogando humildemente a todos los nobles señores y señoras, y a todos los demás estados, sea cual sea su grado o condición, que vieren y leyeren en este dicho libro y obra, que tengan presentes los hechos buenos y honestos, y los sigan, donde hallarán muchas historias gozosas y amenas, y nobles y renombrados hechos de humanidad, gentileza y caballerías. Pues aquí puede verse la noble caballería, cortesía, humanidad, bondad, osadía, amor, amistad, cobardía, crimen, odio, virtud y pecado. Seguid el bien y abandonad el mal, que él os llevará a la buena fama y renombre.
Y para entretener el tiempo, este libro será agradable de leer; pero en cuanto a dar fe y creer que es cierto todo lo que aquí se contiene, queda a vuestra discreción. Pero todo está escrito para doctrina nuestra, y para guardarnos de caer en el vicio y el pecado, sino que ejercitemos y sigamos la virtud, por la que podamos llegar a alcanzar buena fama y renombre en esta vida, y después de esta vida corta y transitoria llegar a la dicha eterna del cielo, la cual nos concede quien allí reina, la santísima Trinidad. Amén.
Continuando, pues, con este dicho libro, me dirijo a todos los nobles príncipes, señores y señoras, gentileshombres y dueñas, que deseen leer u oír leer la noble y gozosa historia del gran conquistador y excelente rey, rey Arturo, antiguo rey de este noble reino, entonces llamado Bretaña, yo, William Caxton, simple persona, presento el libro a continuación, que he determinado imprimir; trata de las nobles hazañas, hechos de armas de caballería, proeza, osadía, humanidad, amor, cortesía y mucha gentileza, con muchas historias y aventuras prodigiosas. Y para comprender brevemente el contenido de esta obra, la he distribuido en veintiún libros, y he capitulado cada libro como sigue a continuación, por la gracia de Dios.
El primer libro tratará de cómo Uther Pendragon engendró al noble conquistador rey Arturo, y comprende veintiocho capítulos. El segundo libro trata del noble caballero Balin, y comprende diecinueve capítulos. El tercer libro trata del matrimonio del rey Arturo con la reina Ginebra, con otras cuestiones, y comprende quince capítulos. El cuarto libro, de cómo Merlín se enamoró insensatamente, y de la guerra hecha al rey Arturo, y comprende veintinueve capítulos. El quinto libro trata de la conquista del emperador Lucio, y comprende doce capítulos. El sexto libro trata de sir Lanzarote y sir Lionel, y de maravillosas aventuras, y comprende dieciocho capítulos. El séptimo libro trata de un noble caballero llamado sir Gareth, a quien sir Kay puso Beaumains, y comprende treinta y seis capítulos. El octavo libro trata del nacimiento del noble caballero sir Tristán, y de sus hechos, y comprende cuarenta y un capítulos. El noveno libro trata de un caballero llamado por sir Kay La Cote Male Tailé, y también de sir Tristán, y comprende cuarenta y cuatro capítulos. El décimo libro trata de sir Tristán y otras maravillosas aventuras, y comprende ochenta y ocho capítulos. El undécimo libro trata de sir Lanzarote y sir Galahad, y comprende catorce capítulos. El duodécimo libro trata de sir Lanzarote y su locura, y comprende catorce capítulos. El décimo tercer libro trata de cómo Galahad llegó por vez primera a la corte del rey Arturo, y cómo fue empezada la demanda del Santo Grial, y comprende diez capítulos. El décimo cuarto libro trata de la demanda del Santo Grial, y comprende diez capítulos. El décimo quinto libro trata de sir Lanzarote, y comprende seis capítulos. El décimo sexto libro trata de sir Bors y su hermano sir Lionel, y comprende diecisiete capítulos. El décimo séptimo libro trata del Santo Grial y comprende veintitrés capítulos. El décimo octavo libro trata de sir Lanzarote y la reina, y comprende veinticinco capítulos. El décimo noveno libro trata de la reina Ginebra y Lanzarote, y comprende trece capítulos. El vigésimo libro trata de la piadosa muerte de Arturo, y comprende veintidós capítulos. El vigésimo primer libro trata de su postrera partida, y cómo sir Lanzarote vino a vengar su muerte, y comprende trece capítulos. Son, en suma, veintiún libros, que comprenden en total quinientos siete capítulos, como más claramente sigue a continuación.
Primero, cómo Uther Pendragon envió por el duque de Cornualles y su esposa Igraine, y de su súbita partida otra vez
Acaeció en los tiempos de Uther Pendragon, cuando éste era rey de toda Inglaterra, y como tal reinaba, que había un poderoso duque en Cornualles que llevaba mucho tiempo sosteniendo guerra contra él. Y el duque se llamaba Duque de Tintagel. Y por mediación, envió el rey Uther por este duque, encargándole que trajese consigo a su esposa, pues era tenida por hermosa dama, y muy discreta, y se llamaba Igraine.
Cuando el duque y su esposa llegaron ante el rey, por intermedio de grandes señores fueron acordados ambos. Plació y amó bien a esta dama el rey, y les hizo muy buen recibimiento, y deseó yacer con ella. Pero ella era mujer muy buena, y no accedió a los requerimientos del rey. Y entonces habló al duque, su marido, y dijo:
—Creo que nos han mandado venir para deshonrarme; por tanto, esposo, os aconsejo que partamos de aquí súbitamente, que podamos cabalgar toda la noche hasta nuestro castillo.
Y partieron como ella dijo, de manera que ni el rey ni nadie de su consejo advirtieron su marcha. En cuanto el rey Uther supo de su súbita partida, se enojó en extremo. Llamó en seguida a su consejo privado, y les habló de la súbita partida del duque y su esposa. Entonces ellos aconsejaron al rey que enviase por el duque y su esposa con gran requerimiento:
—Y si se niega a acudir a vuestra llamada, entonces podéis hacer lo que creáis mejor; tendréis motivo para hacer poderosa guerra sobre él.
Así se hizo, y los mensajeros recibieron respuesta, y fue ésta brevemente: que ni él ni su esposa irían. Entonces el rey se enojó en extremo, y le envió claro mensaje otra vez, intimándole a que se aprestase, pertrechase y guarneciese, pues en término de cuarenta días lo desalojaría del castillo más fuerte que tuviera.
Cuando el duque recibió esta advertencia, al punto fue y abasteció y guarneció dos de sus castillos fuertes, de los cuales uno se llamaba Tintagel, y el otro Terrabil. Puso a su esposa, doña Igraine, en el Castillo de Tintagel, y él se puso en el Castillo de Terrabil, que tenía muchas salidas y poternas. Llegó entonces a toda prisa Uther con una gran hueste, y puso cerco al Castillo de Terrabil. Plantó allí muchos pabellones, y hubo gran guerra por ambas partes, y mucha gente muerta.
Entonces de pura rabia, y gran amor por la hermosa Igraine, el rey Uther cayó enfermo. Y vino al rey Uther sir Ulfius, un noble caballero, y preguntó al rey por qué estaba enfermo.
—Te lo voy a decir —dijo el rey—. Estoy enfermo de rabia y amor por la hermosa Igraine, de manera que no puedo sanar.
—Mi señor —dijo sir Ulfius—, buscaré a Merlín, y él os hará un remedio que placerá a vuestro corazón.
Partió Ulfius, encontró por ventura a Merlín con atavío de mendigo, y le preguntó Merlín a quién buscaba. Y Ulfius dijo que no tenía por qué decirle nada.
—Yo sé a quién buscas —dijo Merlín—, buscas a Merlín; por ende no busques más, pues soy yo, y si el rey Uther se aviene a recompensarme bien, y jura cumplir mi deseo, será más para honra y beneficio suyo que mío, pues haré que tenga todo su deseo.
—Todo eso prometo —dijo Ulfius—, pues nada más razonable sino que tengas tu deseo.
—Bien —dijo Merlín— entonces tendrá su propósito y deseo. Por tanto, ponte en camino, que no tardaré yo en llegar.
Cómo Uther Pendragon hizo la guerra al duque de Cornualles, y cómo por mediación de Merlín yació con la duquesa y engendró a Arturo
Entonces se alegró Ulfius, y cabalgó a más andar hasta que llegó al rey Uther Pendragon, y le dijo que había encontrado a Merlín.
—¿Dónde está? —dijo el rey.
—Señor —dijo Ulfius—, no tardará mucho.
En esto advirtió Ulfius dónde estaba Merlín, de pie bajo el toldo de la puerta del pabellón. Y entonces se mandó a Merlín que se presentase al rey. Cuando el rey Uther lo vio, dijo que era bien venido.
—Señor —dijo Merlín—, conozco cada parte de vuestro corazón. Si me juráis como verdadero rey ungido que sois, cumplir mi deseo, tendréis el vuestro.
Entonces el rey juró sobre los cuatro Evangelios.
—Señor —dijo Merlín—, éste es mi deseo: la primera noche que yazgáis con Igraine engendraréis un hijo en ella; y cuando nazca, me será entregado a mí para criarlo como yo quiera, pues será para honra vuestra, y el niño valdrá según sus merecimientos.
—Haré de buen grado —dijo el rey— como tú quieras.
—Pues aprestad —dijo Merlín—. Esta noche yaceréis con Igraine en el Castillo de Tintagel, y tendréis la apariencia del duque su marido; Ulfius, la de sir Brastias, uno de los caballeros del duque; y yo, la de un caballero llamado sir Jordans, otro caballero del duque. Pero cuidad de no hacer muchas preguntas a ella ni a sus hombres, sino decid que estáis cansado, y apresuraos a meteros en la cama, y no os levantéis por la mañana hasta que yo vaya a vos, pues el Castillo de Tintagel está a sólo diez millas de aquí. Conque hicieron como habían tramado. Pero el duque de Tintagel divisó cómo el rey dejaba el cerco de Terrabil, y esa noche salió del castillo por una poterna para acosar a la hueste del rey. Y a causa de su propia salida fue muerto el duque antes que el rey llegase al Castillo de Tintagel.
Así, pues, el rey Uther yació con Igraine más de tres horas después de la muerte del duque, y esa noche engendró en ella a Arturo; y antes que fuese de día, fue Merlín al rey y le rogó que aprestase; así que besó el rey a la señora Igraine, y partió a toda prisa. Pero cuando la dama oyó la nueva del duque su marido, que según todo testimonio había muerto antes que el rey Uther viniese a ella, entonces se maravilló de quién podía ser el que había yacido con ella con apariencia de su señor; y lloró secretamente y no dijo nada.
Entonces todos los barones de común acuerdo pidieron al rey poner concordia entre la señora Igraine y él. El rey les dio licencia, pues mucho quería acordarse con ella. Así que puso el rey toda la confianza en Ulfius para negociar entre ambos; y por esta negociación, el rey y ella se conciliaron finalmente.
—Ahora obremos bien —dijo Ulfius—: nuestro rey es caballero lozano y soltero, y mi señora Igraine es muy hermosa dama; sería gran alegría para todos nosotros que placiera al rey hacerla su reina.
En lo cual estuvieron todos acordes, y lo propusieron al rey. Y al punto, como caballero lozano, consintió en ello de buen grado, y a toda prisa se casaron una mañana con gran alegría y júbilo.
Y el rey Lot de Lothian y de Orkney casó entonces con Margawse, que fue madre de Gawain, y el rey Nentres de la tierra de Garlot casó con Elaine. Todo esto se hizo a requerimiento del rey Uther. Y la tercera hermana, Morgana el Hada, fue enviada a instruirse a un convento de monjas, donde aprendió tanto que fue una gran maestra de la nigromancia, y después casó con el rey Uriens de la tierra de Gore, el cual fue padre de sir Uwain le Blanchemains.
Del nacimiento del rey Arturo y de su crianza
La reina Igraine engordaba de día en día, y acaeció que, pasado medio año, mientras yacía el rey Uther con ella, le preguntó por la fe que le debía de quién era el hijo que tenía en el vientre; entonces ella se sintió muy turbada de tener que dar respuesta.
—No desmayéis —dijo el rey—, sino decidme la verdad, y os amaré más, por mi fe.
—Señor —dijo ella—, os diré la verdad. La misma noche en que murió mi señor, a la hora de su muerte, como atestiguan sus caballeros, entró en mi Castillo de Tintagel un hombre como con la apariencia y la voz de mi señor; y dos caballeros con él con la apariencia de sus dos caballeros Brastias y Jordans, y fui a la cama con él como era mi deber para con mi señor, y esa misma noche, como he de responder ante Dios, fue engendrado este hijo en mí.
—Verdad es como decís —dijo el rey—, pues fui yo quien entró con esa apariencia. Así que no tengáis desmayo, pues yo soy el padre de ese hijo —y le contó toda la causa, cómo fue por consejo de Merlín. Entonces la reina tuvo gran gozo al saber quién era el padre de su hijo. Poco después fue Merlín al rey, y le dijo:
—Señor, debéis proveer la crianza de vuestro hijo.
—Hágase —dijo el rey— como tú quieras.
—Bien —dijo Merlín—, pues sé de un señor vuestro en esta tierra que es hombre muy verdadero y fiel; él se encargará de la crianza de vuestro hijo; se llama sir Héctor, y es señor de grandes posesiones en muchas partes de Inglaterra y Gales; mandad llamar, pues, a este señor, sir Héctor, para que venga a hablar con vos, y pedidle, por el amor que os tiene, que dé a criar su propio hijo a otra mujer, y que su mujer críe al vuestro. Y cuando el niño nazca, mandad que me sea entregado en aquella poterna secreta, sin bautizar.
Y se hizo como Merlín había dispuesto. Y cuando llegó sir Héctor, dio promesa al rey de criar al niño como el rey deseaba; y el rey otorgó a sir Héctor grandes recompensas. Y cuando parió la señora, el rey mandó a dos caballeros y dos dueñas que tomasen al niño y lo envolviesen en un paño de oro, «y entregadlo al mendigo que halléis en la poterna del castillo». Así, pues, entregaron el niño a Merlín, y éste lo llevó a sir Héctor, quien mandó a un hombre santo que lo bautizase, y le pusiese de nombre Arturo; y la esposa de sir Héctor lo crió con su propia teta.
De la muerte del rey Uther Pendragon.
A los dos años, el rey Uther cayó enfermo de un grave mal. Y entre tanto, sus enemigos lo despojaron, hicieron gran batalla a sus hombres y mataron a mucha de su gente.
—Señor —dijo Merlín—, no podéis yacer así como hacéis, pues debéis ir al campo, aunque sea en una litera de caballos; pues nunca venceréis a vuestros enemigos a menos que estéis allí en persona; entonces obtendréis la victoria.
Así, pues, se hizo, como Merlín había discurrido; y transportaron al rey en una litera de caballos, con una gran hueste, hacia sus enemigos. Y en St. Albans se enfrentó al rey una gran hueste del norte. Y ese día sir Ulfius y sir Brastias hicieron grandes hechos de armas, y los hombres del rey Uther vencieron en esa batalla a los del norte y mataron mucha gente poniendo en fuga a los restantes. Volvió después el rey a Londres, y celebró con gran alegría su victoria.
Entonces cayó muy gravemente enfermo, de manera que estuvo sin habla tres días y tres noches, por lo que todos los barones hicieron gran lamentación, y preguntaron a Merlín qué era lo más aconsejable.
—No hay otro remedio —dijo Merlín—, que la voluntad de Dios. Pero ved de estar todos ante el rey Uther por la mañana, que Dios y yo le haremos hablar.
Así que por la mañana fueron todos los barones con Merlín ante el rey; y dijo Merlín en voz alta al rey Uther:
—Señor, ¿será vuestro hijo Arturo, después de vuestros días, rey de este reino con todos los derechos?
Entonces se volvió Uther Pendragon, y dijo de manera que lo oyeron todos:
—A él doy la bendición de Dios y mía, y le ruego que rece por mi alma, y reclame justa y dignamente la corona, so pena de perder mi bendición.
Y con esto rindió el espíritu, y fue enterrado después como corresponde a un rey; por lo cual la reina, la hermosa Igraine, hizo gran lamentación, así como todos los barones.
De los prodigios y maravillas de una espada sacada de una piedra por dicho Arturo
Seguidamente corrió el reino gran peligro durante mucho tiempo, pues cada señor poderoso en hombres se hizo fuerte, y muchos pensaron proclamarse rey. Entonces fue Merlín al arzobispo de Canterbury, y le aconsejó que mandara mensaje a todos los señores del reino, y a todos los gentileshombres de armas, de que debían acudir a Londres por Navidad so pena de execración; y por este motivo: porque Jesús, que había nacido esa noche, obrase con su gran merced algún milagro, ya que había venido para ser rey de la humanidad, y señalase por ese milagro quién debía ser el rey legítimo de este reino. Así, pues, el arzobispo, por consejo de Merlín, mandó que todos los señores y gentileshombres de armas acudiesen a Londres por Navidad; y muchos de ellos purificaron su vida, a fin de que sus plegarias fuesen más aceptables a Dios.
Así pues, mucho antes de que amaneciese se hallaban todos los estados en la más grande iglesia de Londres (el libro francés no menciona si era o no la de San Pablo) para rezar. Y una vez terminados los maitines y la misa primera, vieron en el patio de la iglesia, ante el altar mayor, una gran piedra cuadrada, semejante a un bloque de mármol, en cuyo centro había como un yunque de acero de un pie de alto, e hincada en él de punta, una hermosa espada desnuda, y en ella unas palabras escritas en oro que decían: QUIENQUIERA QUE SAQUE ESTA ESPADA DE ESTA PIEDRA Y YUNQUE, ES LEGÍTIMO REY NATO DE TODA INGLATERRA. Entonces la gente se maravilló, y fue a contárselo al arzobispo.
—Os ordeno —dijo el arzobispo— que permanezcáis dentro de la iglesia, y sigáis rezando a Dios; que ningún hombre toque la espada hasta que haya acabado del todo la misa mayor.
Y una vez acabadas las misas fueron todos a ver la piedra y la espada. Y al leer su leyenda, probaron algunos, los que querían ser rey. Pero nadie pudo mover la espada, ni sacarla.
—No está aquí —dijo el arzobispo— el que ha de conseguir la espada, pero no dudéis que Dios lo dará a conocer. Pero éste es mi consejo: que proveamos diez caballeros, hombres de buena fama, para que guarden esta espada.
Así se estableció, y se hizo pregón de que cualquiera que quisiese podía intentar ganar la espada. Y el día de Año Nuevo los barones hicieron un torneo y justa para que todos los caballeros que quisiesen justar o tornear pudiesen hacerlo. Y todo esto se dispuso con objeto de tener juntos a señores y comunes, pues el arzobispo fiaba en que Dios le haría saber quién ganaría la espada.