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Ellos creen que soy la niñera perfecta. No podrían estar más equivocados… Algunas personas se pondrían nerviosas ante la idea de mudarse a un remoto pueblo en la montaña para trabajar para una familia que solo han visto una vez, pero los Mayer me reciben con los brazos abiertos. Y eso es bueno. Significa que no saben por qué estoy aquí realmente. La fantástica casa de Robin y Paul me impresiona, así como su lujoso estilo de vida. Viven de una manera que ni siquiera podría permitirme en mis sueños. Al fin y al cabo, no todos han tenido el privilegio de disfrutar de tartas de manzana, amor y risas, protegidos y resguardados detrás de vallas blancas. Me esfuerzo para ser la niñera perfecta para su hijo Wyatt. Cuando me sonríe tímidamente y comienzo a ganarme su confianza, sé que hice bien en venir aquí. Me recuerda tanto al dulce niño que perdí hace muchos años… Al hijo perfecto que me fue arrebatado tan de repente. Pero, cuanto más tiempo paso con Wyatt, más noto que Robin me observa. Sé que está tratando de controlarme. Primero, me pide que no hable con la gente del pueblo. Luego, me dice que no deje que Wyatt salga de la casa. Y, finalmente, me entero de que su última niñera desapareció… Pronto me doy cuenta de que no tengo ni idea de lo que Robin es capaz de hacer. Pero al menos ella no sabe la verdad sobre mí. Vine aquí por una única razón. No me iré sin Wyatt. Él es mi hijo y haré lo que sea necesario para salir de esta casa con vida. --- «FANTÁSTICO… Fenomenal. Extraordinario. Notable. Excepcional. Sin igual. No, las palabras no son suficientes. TODA la trama es increíble… Terminé este libro hace tres días y aún sigue en mi mente». @bok_briljans_xo ⭐⭐⭐⭐⭐ «¡Me mantuvo en tensión todo el tiempo! ¡No pude dejar este libro! Davis creó tantos giros inesperados que la cabeza me dio vueltas… ¡Un trabajo sobresaliente! ¡Me encantó esta historia!». @travel_thru_books ⭐⭐⭐⭐⭐ «Empecé a leer a las 18:30 y no paré hasta la medianoche. Una historia fascinante que te atrapará y te hará experimentar mil emociones por minuto». @dogearedandwinestained ⭐⭐⭐⭐⭐ «Te atrapa desde la primera página, realmente no pude soltarlo… ¡Literalmente me dejó con la boca abierta!». @bookscoffeemorebooks ⭐⭐⭐⭐⭐ «Lo leí en un día. Tenía que averiguar qué iba a pasar. Todos tenían un secreto… Este libro me atrapó desde el principio y me mantuvo cautiva mientras la tensión crecía». The Book Review Crew ⭐⭐⭐⭐⭐ «Hay taaaantos giros. Justo cuando crees que sabes lo que está pasando, te das cuenta de que no es así. Estaba completamente equivocada… Es simplemente fascinante, te mantiene en vilo hasta el final». @läs_medkat ⭐⭐⭐⭐⭐ «L. G. Davis sirvió este retorcido, malvado y oscuro drama, y yo lo devoré como si fueran palomitas de maíz en Halloween… Agárrate, amigo, porque esto se pone intenso. ¡Es un verdadero muerdeuñas! Me divertí mucho leyendo este libro. Es muy entretenido y encontré el estilo de L. G. Davis cautivador y adictivo». megsbookrack ⭐⭐⭐⭐⭐
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Seitenzahl: 361
Veröffentlichungsjahr: 2025
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La niñera
La niñera
Título original: The New Nanny
© L.G. Davis, 2023. Reservados todos los derechos.
© 2025 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
ePub: Jentas A/S
Traducción: Maribel Abad Abad, © Jentas A/S
ISBN: 978-87-428-1374-4
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
Queda prohibido el uso de cualquier parte de este libro para el entrenamiento de tecnologías o sistemas de inteligencia artificial sin autorización previa de la editorial.
Esta es una historia ficticia. Los nombres, personajes, lugares e incidentes se deben a la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas vivas o muertas es mera coincidencia.
First published in Great Britain in 2023 by Storyfire Ltd trading as Bookouture.
PRÓLOGO
La suave música clásica de mi teléfono masajea mi mente mientras introduzco el trapo en el agua tibia y jabonosa. Lo escurro y aparto un jarrón de esponjosas hortensias blancas para limpiar la encimera de mármol.
Conforme me balanceo al ritmo de la música, mis pensamientos giran en torno a él, el hombre que guarda mi corazón. Imagino nuestro futuro juntos en una casa preciosa como esta, con al menos cuatro dormitorios, un amplio jardín para que jueguen nuestros hijos y mucha luz natural que entre por las ventanas.
Nos veo desayunando juntos en nuestra luminosa y colorida cocina, sobre un mostrador que parece no tener fin y rodeados de artilugios modernos. Por la noche, disfrutaremos de nuestra mutua compañía compartiendo risas, bebiendo vino y cocinando codo con codo.
Perdida en mis pensamientos, me detengo a mirar por las ventanas enrejadas las montañas que se extienden a lo lejos, cubiertas de pinos. La puesta de sol ha pintado el cielo de atrevidos tonos naranjas y rosas. Es un espectáculo impresionante.
Hago una pausa en mi trabajo para contemplar el paisaje y, al sentir un escalofrío en la nuca, me doy la vuelta.
Alguien me ha estado observando... y hay una mirada en sus ojos que hace que el corazón se me llene de angustia.
Mi secreto ha salido a la luz. Lo saben todo.
¿Cómo he podido ser tan estúpida como para pensar que podría alcanzar esta vida perfecta, que no me la arrebatarían? Debería haber sabido que era demasiado bueno para ser verdad.
Todo sucede a una velocidad de vértigo. A una rápida pero acalorada discusión le sigue un golpe en la cabeza que siento como un rayo.
Al principio, estoy tan conmocionada que no siento el dolor. Aturdida y desorientada, lucho por mantenerme erguida mientras la sangre resbala como melaza por mi sien. Entonces un tremendo dolor comienza a latir en mi cráneo. Intento disipar la neblina con el corazón golpeándome el pecho.
Pero el duro objeto me golpea de nuevo, y esta vez impacta con brutalidad en el otro lado de mi cabeza, haciéndose añicos con el impacto.
Me desplomo en el suelo sobre un charco de cristales rotos mientras un dolor cegador y punzante me estalla en el cráneo. Me arde como si le hubieran prendido fuego. Un grito gutural brota de lo más profundo de mi ser, tan primitivo que no reconozco mi propia voz. Y entonces los gritos cesan, y un pensamiento flota en el océano de dolor: ¿volveré a emitir algún sonido alguna vez?
Soy insensiblemente consciente de que ya no puedo ver a mi atacante. Intento moverme, pero siento como si mi cuerpo hubiera sido lanzado al hormigón. Lo único que puedo hacer es mover un poco la cabeza mientras la sangre sigue deslizándose por mi cara.
Cada dolor de cabeza, cada corte, cada hueso que se me ha roto a lo largo de mi vida palidece en comparación con esto. Siento como si cada célula de mi cuerpo gritara, y espero que la muerte me llegue pronto. Pero no quiero que mis últimos pensamientos sean consumidos por el dolor.
Intento enviar mi mente al dulce pueblecito al que llamo hogar, con sus pintorescas contraventanas de madera, su caudaloso río, sus flores brillantes, su aire fresco y sus amables caras sonrientes.
Pero entonces la puerta cruje y alguien vuelve a entrar. Antes de reunir fuerzas para abrir los ojos y mirar hacia arriba, lo siento: una hoja afilada que se clava en mi carne.
El cerebro hace cosas extrañas al despedirse. Durante un breve y precioso instante, mi visión se aclara de pronto, el dolor desaparece y me siento como si flotara sobre mi propio cuerpo.
Y ahí está, de pie junto a mí. La única persona a la que nunca habría creído capaz de algo tan terrible. En la que había depositado mi confianza.
Me invade una gran tristeza porque, a pesar de lo que ha hecho, no puedo reprochárselo. E incluso mientras mi vida se agota, la perdono.
Pero también sé que una gran oscuridad la ha consumido.
Y hasta que no la atrapen, ningún habitante de este tranquilo pueblo de montaña ni de esta hermosa casa estará a salvo.
1
CHRISTA
Ni una sola palabra.
Hace casi una hora que aterricé en Salzburgo, Austria. Hans, un hombre bajo y corpulento, de nariz aguileña y pelo negro engominado, a quien Robin y Paul Mayer han enviado a recogerme al aeropuerto, aún no me ha dirigido la palabra.
Yo sí he intentado iniciar una conversación unas cuantas veces, pero solo me ha respondido con asentimientos.
Durante nuestro encuentro en el vestíbulo de llegadas, no había ninguna razón real para que nos comunicáramos, ya que él se ha limitado a alzar un cartel con mi nombre y yo, a seguirlo de buena gana hasta el Mercedes azul noche que nos esperaba, con sus asientos de cuero y un tenue olor a puros caros.
No soy de las que les gustan la cháchara, pero parece que el silencio se prolonga eternamente. Había supuesto que él no entendía el inglés, pero tampoco me ha dicho nada en alemán. Si lo hiciera, dudo que comprendiera mucho, pero al menos podría intentarlo.
Deberíamos llegar a la pequeña y montañosa ciudad de Ruddel en unos quince minutos, pero Hans no hace ningún intento de romper el incómodo silencio.
Me rindo y vuelvo la vista al otro lado de la ventanilla, donde me encuentro con un encantador paisaje de colinas onduladas y picos de colores vibrantes que se extienden hacia el infinito cielo azul. Austria es un país impresionante, pero, en lugar de apreciar su belleza, mi mente se desvía hacia Robin Mayer y su familia: mis futuros jefes.
Conocí a Robin cuando estaba destrozada, hace cuatro meses; las ojeras y las lágrimas llenaban sus ojos mientras me contaba que seis meses antes había perdido un bebé y no podía cuidar sola de su familia y su casa. Necesitaba ayuda, y me dio pena.
Cuando los Mayer me pidieron que los acompañara a su villa de Austria durante las vacaciones de verano, no dudé en decir que sí. Había estado trabajando para otra familia en mi misma calle, pero esta era una oportunidad que no podía rechazar ni en un millón de años.
Al oír toser a Hans, mi atención se desvía de mis pensamientos y mis ojos se posan en un grupo de tejados de terracota escondidos entre las escarpadas cumbres de las montañas. Ruddel, el pueblo con el que me obsesioné tras leer sobre él en internet. Incluso vi una foto de la villa Mayer, cortesía de Google Maps.
El sol brilla en la pequeña ciudad, iluminando las calles desiertas y proyectando largas sombras. A las ocho de la mañana, las calles estrechas y empedradas están casi vacías, salvo por algunas personas que preparan sus tiendas y restaurantes para el día que comienza. Las campanas de una iglesia repican, y su profundo sonido resuena en la somnolienta ciudad.
La tranquila mañana de finales de junio es casi mágica y me da una idea de cómo debe ser la vida aquí. Pasamos por la plaza del pueblo, adornada por una estatua de bronce de una mujer sobre un pedestal en el centro de un círculo empedrado. La iglesia de la manzana de al lado tiene una alta torre con reloj y, detrás, hileras de parras se extienden a lo largo de kilómetros y kilómetros con el sol asomando entre sus hojas.
Al seguir el sinuoso sendero entre los árboles, veo la residencia Mayer. Rodeada de frondosos árboles y colinas, el sol brilla en las numerosas ventanas. Sus paredes blancas destacan entre el exuberante follaje verde, una visión cautivadora adornada por cascadas de vibrantes buganvillas. Dos columnas de granito enmarcan los escalones de mármol blanco que conducen a la entrada. Una enorme fuente en el patio lanza agua al cielo, y una estatua de mujer se alza en su centro, con los brazos en alto como en señal de saludo.
Pulso el botón para bajar la ventanilla y una ráfaga de aire fresco inunda el coche. El olor a tierra mojada y el dulce aroma de las flores de verano se mezclan, creando una atmósfera aún más serena. No puedo evitar una sensación de familiaridad al contemplar la escena. Se me hace un nudo en la garganta de la emoción al darme cuenta de que aquí es donde voy a vivir todo un verano. Ni siquiera Google Maps podría hacerle justicia.
Hans me abre la puerta, salgo del lujoso coche y contemplo el edificio con asombro. Mientras descarga mi maleta del maletero, me quedo hipnotizada con el jardín exterior. Es como un cuadro vívido, con sus resplandecientes flores de verano que se extienden como una alfombra arcoíris. Aunque no hay nadie fuera para darme la bienvenida, me recorre una emoción expectante.
Me ofrezco a ayudar a Hans con el equipaje, pero él se niega y lo lleva escaleras arriba. Lo sigo de cerca, atenta a cualquier sonido procedente del otro lado de la gran puerta de caoba.
Por fin se abre y me encuentro cara a cara con el chico por el que he venido. Mi corazón brilla de alegría al verlo allí de pie, con sus ojos ámbar asomando bajo unos rizos rubios como la miel.
Lleva una camisa azul cielo y unos pantalones cortos de color tostado que le cuelgan justo por encima de las rodillas. Para ser un adolescente, parece limpio y bien arreglado. No importa que, en lugar de ofrecerme una sonrisa, sus labios estén apretados en una fina línea o que su expresión sea ilegible. Tenemos tiempo de sobra para conocernos.
—Wyatt... —susurro casi sin aliento. Sin pensarlo, lo atraigo hacia mí en un abrazo—. Me alegro de volver a verte.
Huele a heno fresco en un día de verano, un aroma familiar y reconfortante.
—Hola —murmura; luego se pone rígido entre mis brazos antes de separarse.
No lo culpo. Aunque ya nos conocimos en Nueva York y mantuve una breve conversación con él, supongo que seguimos siendo unos desconocidos.
Al adentrarme en el gran vestíbulo de mármol, en el que cuelga una gran lámpara de araña, me encuentro con la luz de la mañana que entra por la ventana pintando la habitación de un suave tono dorado. Entonces veo a Robin, la madre de Wyatt, bajando por la escalera curva paso a paso. Cada movimiento de su cuerpo parece dolerle. Es evidente que últimamente le cuesta levantarse de la cama, y por eso estoy aquí, para ocuparme de todo para que ella no tenga que hacerlo. Ella y su familia llegaron a Austria hace menos de una semana, y como yo aún tenía que ocuparme de algunas cosas en casa, acordamos que vendría unos días después que ellos.
Una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro al verme en el pasillo.
—¡Christa, estás aquí! Pasa. —Se acerca a mí y me pone las dos manos en los hombros, apretándomelos con suavidad antes de volver a dejarlas caer a los lados. Su perfume me recuerda a los lirios en primavera y siento que me invade una oleada de calma—. Me alegro de que hayas llegado bien.
—Gracias —respondo, devolviéndole la sonrisa. Miro más allá de ella, a Wyatt, que está de pie frente a una gran chimenea de piedra, jugueteando con el dobladillo de su camisa.
Robin le dice algo en alemán al conductor y este recoge mi equipaje del suelo, donde lo había depositado, y se dirige hacia arriba, probablemente para llevarlo a mi habitación.
Entonces Robin le lanza una mirada a su hijo.
—Wyatt, deberías ser más educado con nuestra invitada.
—Lo he sido. —La expresión de Wyatt es ilegible conforme se aleja. Parece que el hecho de haber dicho «hola» es suficiente para él.
—Espero que hayas tenido un vuelo tranquilo, Christa —dice Robin, ignorando el comportamiento de su hijo, aunque tiene el cuello enrojecido. Me mira y me sonríe avergonzada.
Sus grandes ojos son de un marrón intenso y me recuerdan a la melaza cuando brillan con lágrimas no derramadas. Su piel es demasiado pálida para el verano, como si llevara mucho tiempo atrapada en una habitación sin ventanas. Aunque no posee una belleza clásica, su brillante melena negra es hermosa de un modo etéreo. Le cae en cascada sobre los hombros, como un manto que la protege del mundo exterior, y en las puntas resalta un toque de oro.
Lo que más me llamó la atención cuando la conocí es que, a diferencia de la mayoría de las mujeres de mediana edad de su estatus en Estados Unidos, no tiene una figura de palo y parece sentirse cómoda con su cuerpo. A mí me pasa lo mismo. Nunca he sentido la necesidad de hacer dieta en mis treinta y tres años, y no voy a empezar ahora: mis curvas están muy bien.
—Ha sido maravilloso, gracias —respondo con la voz cargada de sinceridad—. Tengo muchas ganas de estar aquí y ayudarte.
Inspira hondo y toma mi mano entre las suyas.
—Estoy muy agradecida por tu ayuda. Significa mucho para mí y para toda la familia. Y bienvenida a Austria. Siento el comportamiento de Wyatt hace un momento. Me he dado cuenta de que ha sido bastante grosero. Ha dado algunos problemas últimamente..., ya casi no nos habla con frases completas.
Aunque sonríe, su lenguaje corporal destila tristeza. Sus hombros están caídos hacia delante, y unas pesadas sombras siguen acechando bajo sus ojos, igual que cuando nos conocimos.
No me sorprende. El dolor de la pérdida de un hijo es una carga inconmensurable que se puede llevar durante toda la eternidad.
—No pasa nada. —Le dirijo una sonrisa cómplice—. Es solo un adolescente. A veces son así.
—Supongo que sí. Pero a veces... —Exhala un suspiro y levanta las manos—. Qué más da. Me encantaría hacerte un tour una vez que te hayas instalado. Debes estar agotada. No he planeado que ayudes en nada hasta mañana para que puedas ordenar tus cosas y ubicarte un poco primero.
—En absoluto. —Es difícil contener mi emoción por conocer a Wyatt y ayudarlo a relajarse. Cuanto antes me sienta cómoda en este lugar, mejor. De hecho, tengo tanta energía que podría empezar a trabajar enseguida.
Justo cuando estamos allí, el marido de Robin, Paul Mayer, baja las escaleras y trago saliva. Sus ojos gris oscuro son duros como el acero y sus finos labios están apretados.
Como su mujer, no es precisamente llamativo. Es calvo y corpulento, y el ceño fruncido rara vez abandona su rostro, pero la ropa que lleva es cara, y eso revela su poder e influencia. Su traje oscuro parece hecho a medida para ajustarse a la perfección a su figura, y lleva una corbata con un alfiler de rubí, que brilla con la luz. Su presencia llena la sala de una energía silenciosa y ominosa.
Robin me contó que, aunque ella es ciudadana estadounidense, Paul es austriaco y esta es su casa familiar. Se conocieron cuando él estudiaba en Nueva York y acabaron casándose, pero solo vivieron en Austria unos dos años en total. Durante mi entrevista, él dejó bastante claro que no era partidario de contratarme a mí ni a nadie para ese puesto, pero al final fui capaz de demostrar mi valía.
—Christa —dice sin sonreír, y se coloca frente a mí con el brazo extendido.
Le estrecho la mano, pero él la aparta con rapidez, casi en cuanto nuestras palmas se encuentran. Me doy cuenta de que aún no está convencido de que hayan tomado la decisión correcta al contratarme. Pero ¿es mi presencia aquí lo que no quiere o solo la presencia de alguien en general?
—Disculpad —dice, mirando a su mujer—, tengo trabajo que hacer. —Y se marcha.
Un escalofrío me recorre la espalda. Hay algo en Paul que me pone nerviosa. Me atrevería a decir que el hombre me hace sentir un poco incómoda, no sé exactamente por qué.
—Lo siento —dice Robin cuando su marido asiente y se marcha. Aunque no explica por qué lo siente, ambas lo sabemos.
Va a ser difícil hacer mi trabajo y cuidar de Wyatt si Paul me desaprueba, pero estoy decidida a demostrar mi valía. Con suerte, con el tiempo entrará en razón y me aceptará como parte de su familia, y Wyatt y yo nos haremos amigos.
Ahora estoy aquí. He cruzado esa puerta y nada ni nadie me obligará a marcharme. Paul Mayer solo tiene que aprender a vivir con ello.
2
CHRISTA
Los pasos de Robin resuenan en el vestíbulo conforme nos lleva de un ala a otra. Mientras me cuenta la historia de la casa y de las personas que han vivido en ella a lo largo de los años, pasamos por dos cocinas, dos bibliotecas y varios dormitorios y cuartos de baño grandes. Luego llegamos al salón, un espacio majestuoso de techos altos y ventanas altas. Junto a una de las paredes hay un piano de cola blanco, y algunos muebles antiguos están esparcidos por la habitación, pero la mayoría se encuentran cubiertos de plástico. Robin me habla de las obras de arte de las paredes y de las historias familiares que las acompañan, contadas por Paul, que creció aquí.
Pasamos un buen rato paseando, explorando las distintas partes de la casa y disfrutando de la quietud del lugar. Finalmente, salimos al jardín, donde el sol brilla con intensidad y una brisa fresca me acaricia la cara.
El jardín rebosa vida: los pájaros trinan en los árboles, las mariposas revolotean alrededor de las coloridas flores y los gordos abejorros zumban sobre los fragantes rosales. Robin me explica cómo cada árbol y cada flor se han plantado estratégicamente para embellecer la finca.
De vuelta a la casa, llegamos a un pasillo oscuro, donde ella se detiene y se apoya en una pared.
—Lo siento. —Se seca el sudor de la frente—. Siempre se me olvida lo grande que es este lugar. —Su voz se ha vuelto ronca tras describírmelo todo—. ¿Te importa si acabamos de verlo mañana? Es que últimamente me canso muy rápido.
—No hay ningún problema. Por favor, vete a descansar. Puedo venir a buscarte más tarde. —Hago una pausa—. Si te parece bien.
—Por supuesto que sí. Es muy amable por tu parte entenderlo. Pero, antes de dejarte, tenemos que charlar un poco. —Levanto una ceja, pero ella niega con la cabeza—. Quiero decir que tenemos que hablar de lo que vas a hacer por aquí. A menos que quieras deshacer el equipaje primero.
—No, la verdad es que no estoy cansada. Puedo hacer todo eso más tarde.
—Muy bien. Vamos a la cocina.
La sigo hasta la cocina blanca y negra más bonita que he pisado nunca. Las encimeras son de cuarzo blanco con aspecto de mármol, y los electrodomésticos son cromados y de última generación. Los armarios llevan herrajes de níquel cepillado y puertas de cristal. Me siento como en un sueño mientras deambulo por la espaciosa habitación. El aire no desprende ningún olor, como si nadie cocinara en ella. Con todo el dinero que tienen, apuesto a que piden a domicilio todos los días y la cocina solo sirve de escaparate, de obra de arte. Es el tipo de cocina en la que uno tendría miedo de derramar algo.
Al asomarme por las altas ventanas, me maravillo ante la gloriosa cordillera que se extiende anhelante hacia el cielo, adornada con vibrantes edelweiss. Es como si hubiera entrado en una postal.
La mayoría de la gente se sentiría afortunada de estar en mi lugar ahora mismo, y la verdad es que estoy muy agradecida por haber sido elegida para este trabajo por delante de otras personas.
—Ahora, hablemos de tu trabajo aquí —dice Robin, sentándose a una isla de cocina lo bastante grande como para acoger a un pequeño pueblo. Una gruesa carpeta negra descansa en el centro. Saca una página y la desliza hacia mí—. Seguro que tienes muchas preguntas sobre lo que necesitamos que hagas.
Mi mirada recorre la lista, que se alarga hacia la cara siguiente. Cosas normales que tiene que hacer una asistenta: quitar el polvo, barrer, fregar... Nada que no sepa hacer. De todos modos, soy una maniática de la limpieza por naturaleza, una de las muchas cosas que heredé de mi infancia. Nunca pensé que llegaría un día en el que estaría agradecida por la forma en que me criaron. Esta casa es grande e intimidante, pero si alguien puede con la tarea de limpiarla, soy yo. Me apunto al reto.
—Espero que no sea demasiado para ti, además de cocinar y cuidar de Wyatt. —Da una palmada—. La buena noticia es que no tienes que preocuparte de limpiar la otra ala de la casa, ya que no está ocupada en este momento. Pero aun así este lado de la casa va a suponer mucho trabajo.
—Puedo con ello. —Coloco ambas manos sobre el trozo de papel y sonrío—. No será ningún problema.
—Estupendo. Me alegro de oírlo. —Se enrolla un mechón de pelo en el dedo con expresión pensativa—. En cuanto a la organización de tus tareas diarias, empieza desayunando y ordena la cocina antes de pasar a las tareas de limpieza más importantes. Puedes decidir lo que más te convenga y las horas que quieres dedicar a cada tarea, siempre que todo esté hecho al final del día. —Mientras habla, hace girar su alianza alrededor del dedo—. Respecto a las comidas, a menos que yo diga lo contrario, me gustaría que todas las mías se sirvieran en mi habitación. Paul no es muy dado a desayunar y come mucho fuera, así que no tienes que preocuparte mucho por él. La comida debería estar lista a mediodía y la cena, a las siete. ¿Te parece factible?
Asiento, memorizando el horario.
—No debería haber ningún problema. Puedo asegurarme de que todo se haga a tiempo. Avísame si hay algún cambio o instrucciones especiales. Estoy segura de que puedo arreglármelas.
No me quejaré de nada. Es un pequeño precio por estar aquí. Además, cuidar a un niño de quince años no es como cuidar a un bebé o a un niño pequeño: Wyatt es capaz de hacer la mayoría de las cosas por sí mismo.
—Eso es estupendo. Por un momento, me preocupé porque sé cuánto trabajo hay que hacer. En el pasado, cuando mi suegra estaba lo bastante sana como para vivir aquí, contrataba a dos amas de llaves, a dos, solo para que se ocuparan de todo.
Sonrío.
—No te preocupes en absoluto. He hecho cosas peores.
No tiene ni idea de los trabajos horribles que he tenido antes, pero eso no es algo que ella necesite saber. Mi vida tiene que seguir siendo privada.
Robin junta los dedos y su expresión se vuelve solemne.
—Sobre Wyatt... Puede ser difícil de tratar, y no habla mucho últimamente. Nuestra relación es complicada. —Suspira—. Solo... Supongo que necesito que alguien esté cerca, que se asegure de que está bien. ¿Te parece razonable?
—Sí, claro que sí.
—A veces siento que estoy fracasando como madre y esposa —murmura Robin con la mirada fija en sus manos cruzadas—. No consigo ocuparme de mi casa y de mi familia. No es que no quiera...
—No hace falta que me lo expliques —me apresuro a decir—. Perder a un hijo... debe ser devastador. No puedo ni empezar a imaginar cómo te sientes. Lamento mucho que hayas tenido que pasar por eso.
Mi respuesta se me antoja insuficiente y desearía poder hacer algo más que ofrecer unas palabras de comprensión manidas. El dolor en sus ojos es crudo y palpable, como si su pérdida fuera algo vivo que respira dentro de ella.
Asiente.
—Supongo que solo alguien que haya pasado por ello lo entendería. —Suelta el aire de golpe y esboza una valiente sonrisa—. Me alegro mucho de que estés aquí, Christa. Ha sido difícil encontrar a una persona dispuesta a mudarse con nosotros a Austria. —Suspira—. Bien, volvamos a Wyatt. —Se inclina hacia delante—. Es perfectamente capaz de cuidar de sí mismo, pero sigue necesitando orientación y supervisión, como todos los adolescentes. Sus cambios de humor y su comportamiento pueden ser... impredecibles. Y, por favor, no te ofendas si no te habla mucho. Suele comunicarse con frases cortas y dar respuestas bruscas. Lleva el mal humor adolescente a otro nivel. —Hace una pausa y se queda mirando el vacío, como sumida en sus pensamientos, antes de volver a centrar su atención en mí—. Como te decía, tú solo estate ahí cuando te necesite. Nada complicado.
—No será suficiente —retumba una voz desde la puerta.
Cuando me doy la vuelta, Paul entra a grandes zancadas en la cocina, con el rostro aún duro y sin emoción.
Se aclara la garganta.
—Desde hace un tiempo, Wyatt no se comunica con nosotros a menos que sea necesario. Espero que puedas usar tu experiencia en psicología infantil para averiguar cuál es el problema. Ten sesiones diarias o semanales con él. Averigua qué le pasa.
Sintiéndome incómoda porque la experiencia en psicología infantil que tengo en el currículum es falsa, paso la mirada de él a Robin.
—¿Sesiones? ¿Qué quieres decir?
Robin parece tan confundida como yo mientras vuelve a girar el anillo de boda en el dedo.
—Sesiones de terapia —explica Paul—. Pero no le reveles lo que estás haciendo. Quiero que sienta que puede hablar contigo abiertamente sin que le parezca que está hablando con un terapeuta.
Robin se levanta con brusquedad.
—Paul, no creo que esto sea lo correcto. No podemos hacer que Wyatt hable si él no quiere, y desde luego no quiero mentirle.
Tomo aire profundamente.
—A mí me parece muy bien —digo antes de que puedan ponerse a discutir—. No debería ser muy difícil. He querido conocer mejor a Wyatt desde nuestro primer encuentro.
—Excelente. —Paul se frota las manos—. Supongo que eres la persona adecuada para el trabajo, después de todo.
Sale de nuevo de la habitación y vuelvo a centrar mi atención en Robin.
—Gracias de nuevo por la confianza que habéis depositado en mí. Estoy encantada de estar aquí, y será un privilegio cuidar de vuestro hogar y de vuestra familia. Tengo mucha experiencia con niños y haré todo lo posible para que Wyatt se sienta cómodo. También me aseguraré de no presionarlo demasiado. Tú céntrate en tu salud.
Sonríe, pero esta vez parece forzado.
—Como ha dicho mi marido, eres la persona adecuada para el trabajo.
—Gracias. —Echo mis hombros hacia atrás—. Entonces, ¿con qué quieres que empiece?
—¿No estás muy cansada? Llevas un largo viaje a tus espaldas, y debes estar luchando con el jet lag.
—En absoluto. —Me río por lo bajo, aunque sus palabras hacen aflorar el cansancio acumulado. Parpadeo varias veces y tomo aire—. Me gusta pensar que tengo más energía que la mayoría de las personas. Estoy lista para empezar cuanto antes.
Robin coge la carpeta y la abraza contra su cuerpo.
—Puede ser, pero no olvides que aún tienes que deshacer algunas maletas. ¿Por qué no haces eso y, si todavía tienes ganas, ordenas un poco? —Mira tímidamente por encima del hombro hacia el fregadero desbordado con expresión de disculpa—. Siento no haber podido ocuparme de esos platos.
—No lo sientas. Subiré a deshacer la maleta y luego me ocuparé de todo. —Hago una pausa—. Si necesitas algo, lo que sea, dímelo.
Se ríe entre dientes.
—Parece que vas a tener dos hijos a los que cuidar, porque ahora mismo me siento como una niña.
—Como he dicho...
—Tienes más energía que la mayoría —termina por mí, y ambas nos reímos. Luego se lleva la mano al pecho—. ¡Dios mío! Te he enseñado algunas habitaciones de la casa, pero no la tuya. ¿Estás lista para verla?
Me pongo en pie.
—Me encantaría.
Mi habitación es más grande y lujosa que cualquier otra en la que me haya alojado. Es un espacio alto y diáfano, con una pared acristalada que da a las montañas. En el centro hay una cama enorme, con una manta bordada y sábanas blancas y limpias que parecen más suaves que cualquier otra cosa en la que haya dormido antes. Seis grandes almohadas se amontonan contra el cabecero tapizado.
—Tienes tu propio baño. —Robin abre la puerta que hay en un extremo de la habitación—. Espero que te guste.
—Es precioso. —Me reúno con ella en la puerta y contemplo la enorme ducha a ras de suelo. Todo es de mármol gris y blanco con manchas doradas aquí y allá. En lugar de un hogar, esto parece un hotel al que he venido de vacaciones.
—Si necesitas algo más, dímelo. Queremos que estés cómoda.
—Gracias. Ya me siento como en casa —digo—. Ten cuidado, puede que no quiera irme nunca.
Se ríe.
—Perfecto. Espero que no te importe, pero creo que es hora de que me acueste un rato. Me siento tan agotada que cualquiera diría que he escalado una montaña.
—No me importa en absoluto.
Cuando Robin cierra la puerta, noto algo y la llamo.
—Eh... No hay llave en la cerradura —digo cuando vuelve a abrir la puerta—. ¿Por casualidad sabes dónde está?
Suspira decepcionada y se lleva la mano al corazón.
—Ay, no. ¿Ha desaparecido otra? Qué lástima. Esta casa es antigua, y muchas de las llaves se han perdido o se han extraviado. Pero no te preocupes, nadie más tiene acceso a esta habitación. Su privacidad está garantizada.
Aunque todavía me molesta que alguien pueda entrar fácilmente en la habitación de improviso, confío en las palabras de Robin y le agradezco su seguridad, pero tengo otra pregunta.
—¿Hay algún lugar divertido al que pueda llevar a Wyatt para mantenerlo ocupado?
Se gira y su mirada se cruza con la mía antes de negar con la cabeza.
—Prefiero que se quede aquí —dice—. Tiene todo lo que necesita. Solo asegúrate de que no vea demasiado la televisión. Su padre prefiere que lea. Esta escapada pretende ser un retiro para él; un lugar donde evadirse del estrés del mundo exterior y reponer fuerzas antes de que empiece de nuevo el colegio en otoño.
Frunzo el ceño.
—¿No quieres que salga?
—Solo si es absolutamente necesario. —Sus labios se curvan en una sonrisa, pero sus palabras son firmes y contundentes.
—Vale, lo entiendo. Nos vemos más tarde.
Cuando Robin se va, me quedo un rato mirando la maleta y meditando sus palabras. No comprendo por qué quieren impedir que un chaval salga de casa. Me parece cruel. Supongo que tendré que buscar formas de mantenerlo ocupado para que no sienta que se está perdiendo algo.
Después de deshacer mi maleta principal, desvío mi atención hacia mi mochila y busco el cargador del teléfono. Meto la mano en uno de los bolsillos laterales y noto algo. Un trozo de papel.
Cojo el papel y lo despliego, y me encuentro con dos palabras en alemán escritas con tinta negra.
Sei vorsichtig
Como las palabras no significan nada para mí, aparto la nota por el momento y sigo deshaciendo el equipaje.
Por ser mi primer día con ellos, Robin me ha pedido que no haga la cena y ha encargado pizza de atún en una pizzería del pueblo, aunque ella y Paul no comen con nosotros.
Sentarse a solas con Wyatt en el comedor es una experiencia casi insoportable porque apenas me dirige la palabra. Es la primera vez que estoy a cargo de un chico de quince años, y no tengo ni idea de cómo conectar con él. Los niños pequeños son más fáciles de impresionar, basta con contar unos cuantos chistes y poner unas cuantas caras raras para ver cómo se les iluminan los ojos.
—Wyatt —dejo mi porción de pizza—, ¿qué tipo de películas te gustan? Podríamos ver una juntos alguna vez.
Me mira y sonríe un poco antes de negar con la cabeza.
—No hace falta.
Asiento y pienso en otro tema.
—Vale, olvida las películas. ¿Qué tipo de música te gusta? —pregunto, pensando que este es un tema más seguro.
Sube los hombros un momento para dejarlos caer.
—No lo sé. Da igual. —Muerde su pizza y mastica sin mirarme a los ojos.
No dispuesta a rendirme todavía, me tomo un momento para pensar, devanándome los sesos en busca de algo que pueda animar la conversación. ¿Qué les interesa a los adolescentes? Mi mente responde al instante y me enderezo.
—¡Eh! —Me inclino hacia delante—. ¿Te gustan los juegos? ¿Videojuegos, juegos de mesa, juegos de cartas..., otros juegos?
Esta vez se le iluminan los ojos y asiente.
—Sí, eso sí que me gusta.
Sonrío triunfante y mi corazón se aligera. Tal vez pueda manejar esto.
—¿Por qué no jugamos a algo después de cenar? ¿Qué te parece?
Me mira sin decir nada durante unos segundos y luego asiente.
—Claro, ¿por qué no?
Aliviada de que me hable con frases completas, al contrario que a sus padres, me echo hacia atrás sonriendo. Me alegro de haber insistido. Ahora estoy deseando que llegue nuestra noche de juegos.
—¿Qué tipo de juegos te gustan? —pregunto, y muerdo mi trozo de pizza.
Wyatt se rasca la barbilla y piensa unos segundos.
—¿Quizá podríamos jugar al ajedrez? —sugiere.
Percibo que sigue en guardia, pero al menos ahora habla y casi sonríe.
—¿Ajedrez? Eso está muy bien. Yo no sé jugar, pero siempre he querido aprender. Tal vez puedas enseñarme. Pero tengo que advertirte que aprendo muy despacio, podría llevarme un tiempo —admito, tratando de hacerlo reír.
Coge otra porción de pizza.
—No pasa nada. Puedo ayudarte.
Percibo un cambio en el ambiente, como si por fin empezara a simpatizar conmigo.
—Gracias, Wyatt, lo estoy deseando. ¿Empezamos después de cenar? Podríamos jugar aquí mismo. —Hago un gesto hacia la mesa del comedor, sintiendo una oleada de alivio y emoción por haber sido capaz de atravesar sus defensas, aunque solo sea un poco. Estoy decidida a mantener la costumbre, aunque no quiero parecer demasiado ansiosa. Lo último que quiero es ahuyentarlo.
Asiente.
—Sí, eso suena bien. Voy a preparar el tablero de ajedrez. —Ya sin interés por la comida, aparta su plato y se levanta para ir a por el juego.
Cuando se va, me aseo rápidamente, con la expectación creciendo en mi interior.
Wyatt no tarda en volver con el tablero de ajedrez y lo coloca sobre la mesa. Me muestra los fundamentos del juego explicándome las reglas y me enseña algunas estrategias.
Coge una pieza y me mira a los ojos.
—Tu rey está en peligro, ¿qué haces?
Muevo una pieza para bloquear el ataque y luego le sonrío.
—¿Así? —pregunto.
Se ríe y aplaude levemente, al parecer, impresionado por mi movimiento.
—Tienes potencial, Christa.
Cuando terminamos son casi las diez, lo que significa que llevamos jugando más de dos horas. Durante la partida he aprendido algunas cosas sobre Wyatt. Es muy inteligente y toma decisiones rápidas, y tiene un gran sentido del humor que aflora en los momentos más inesperados. Además, sabe escuchar.
Pero también es un chico extraño. A pesar de que solo tiene quince años, hay una madurez en él que parece muy adulta de una manera casi inquietante.
—¿Sabes? —Sonrío a pesar del cansancio—. Si quieres, podemos seguir jugando mañana. Intentaré ganarte. Estoy mejorando.
Wyatt echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada.
—Vale, daré lo mejor de mí. —Me mira durante unos segundos—. Aprendes rápido —dice con una sonrisa que ilumina sus ojos marrones.
Me río.
—Todavía estoy aprendiendo, pero ha sido divertido.
Lo que no sabe es que, en realidad, soy una gran jugadora de ajedrez y que llevo jugando desde que era niña, pero me limito a sonreír, sintiéndome muy feliz de que me haya aceptado.
—Me voy a la cama —dice, recogiendo las piezas de ajedrez.
—Buenas noches, Wyatt. —Estiro los brazos para aliviar la tensión, lo veo caminar hacia la puerta y no puedo evitar una nueva sensación de esperanza.
Sus ojos se encuentran con los míos, y la suavidad que hay en ellos es inconfundible.
—Buenas noches, Christa.
Lucho contra el impulso de abrazarlo y, en su lugar, sonrío de nuevo.
Después de sentarme sola en el comedor durante un buen rato, pensando en Wyatt y en la conexión que hemos establecido, me levanto y subo a mi habitación. Cierro la puerta detrás de mí, abro el armario y busco mi mochila. Está vacía, ya que lo he desembalado todo. Excepto una cosa.
Saco la nota que he encontrado en ella hace unas horas. Entonces no le he dado mucha importancia, pero ahora mi intuición me dice que vuelva a leerla, que intente comprender el significado de las palabras.
Abro el trozo de papel y lo aplasto sobre mi rodilla, luego cojo el teléfono y me conecto a internet. Busco rápidamente un traductor e introduzco las dos palabras. Con cada letra que tecleo, siento que se me retuercen los intestinos y me tiemblan un poco los dedos.
Sei vorsichtig
Antes de pulsar el botón azul de traducir, respiro hondo, como si necesitara valor. Para qué, no tengo ni idea. Y entonces aparece la traducción. En la pequeña pantalla solo son dos palabras inmóviles, pero dentro de mi cabeza parpadean como una luz de neón.
Ten cuidado.
Frunzo el ceño y sostengo la nota entre las manos, trazando con el dedo las palabras en alemán. Las letras habían sido escritas con prisa, hasta el punto de que la tinta está emborronada en algunos lugares.
Pienso en cómo podría haber acabado en mi mochila, metida en el bolsillo lateral como si alguien quisiera asegurarse de que se quedara en su sitio y no se cayera. ¿Por qué? ¿De qué podría alguien querer advertirme? ¿Podría haber acabado la nota en mi mochila por error?
«Ten cuidado». Repito las palabras en mi cabeza y un escalofrío recorre mi espina dorsal. No tiene ningún sentido. Sacudo la cabeza. Es imposible que fuera para mí. Y, sin embargo, no me atrevo a tirarla.
Abro uno de los cajones de la mesilla de noche y guardo la nota dentro. No puedo evitar acordarme de Hans, que me ha llevado a la casa desde el aeropuerto. Era incapaz de comunicarse verbalmente conmigo y ni siquiera me ha dedicado una mísera sonrisa. A veces, una sonrisa o la falta de ella pueden hablar más alto que las palabras. ¿Será por eso por lo que mi subconsciente me grita que escuche el mensaje?
Me pregunto si es él quien me ha dejado la nota. Después de todo, ha sido la última persona que ha tocado mis maletas hasta que las he deshecho.
3
CHRISTA
En las paredes de la villa resuena un sonido agudo e insistente, un timbre que recuerda al de un teléfono fijo antiguo. Dejo la sandía a medio cortar en la tabla que tengo delante, escucho con atención, intentando localizar de dónde procede el sonido mientras me esfuerzo por captarlo.
Durante los tres días que llevo viviendo con los Mayer, he explorado buena parte de la villa, y no he visto un teléfono fijo en ningún sitio, ni siquiera en el despacho de Paul, donde pasa la mayor parte del tiempo trabajando. Ardiendo de curiosidad, dejo el cuchillo y me dirijo hacia la fuente del ruido, con los pies pisando suavemente el suelo de madera.
Parece venir de la otra ala. Me detengo al pie de la escalera, esperando a ver si Paul o Robin salen a contestar. Ambos están en la casa, pero no se oye nada, ni siquiera pasos por el pasillo.
¿Soy la única que lo oye? ¿O es parte de mi trabajo responder a las llamadas?
Como el sonido persiste, me dirijo hacia el ala vacía de la villa por los silenciosos pasillos. El sonido se hace más fuerte a medida que me acerco a una puerta de aspecto sencillo que está medio abierta. Es una de las habitaciones que Robin me enseñó durante su visita. Mencionó que solía ser el dormitorio de su suegra, Lena, antes de que la trasladaran a la residencia de ancianos.
Los fuertes olores de popurrí de flores secas y ambientador son abrumadores. En las paredes se alternan motivos de rosas rosadas y de margaritas blancas en un papel pintado de diseño floral. Una cortina de encaje blanco cuelga de la ventana, dando a la habitación un aire suave y femenino. La cama de roble, pulida y brillante, está cubierta por una colcha de flores, con un intrincado estampado de azules y verdes que da un toque de color a la habitación.
Todos los muebles de esta ala de la villa están cubiertos de plástico transparente, excepto en esta habitación. Sin embargo, todo está cubierto por una película de polvo. Quizá Lena pidió que su habitación se quedara como la había dejado, con la esperanza de volver a ella.
Paul y Robin probablemente no han venido a contestar el teléfono porque piensan que es alguien llamando a Lena, que no está aquí. Tal vez no quieran molestarse en transmitirle el mensaje. Pero, por lo que me contó Robin, hace tiempo que Lena cayó muy enferma y, tras salir del hospital, nunca volvió a esta casa. ¿La gente que la conoce no lo sabría ya?
En cuanto entro, me fijo en un anticuado teléfono de disco amarillo pálido que hay en la mesilla de noche, con el número escrito en una tarjeta plastificada. Quizá Lena temía que la vejez le arrebatara la capacidad de recordar su número.
Descuelgo el teléfono.
—Hola —digo vacilante.
No hay respuesta, salvo una respiración agitada que resuena en el auricular mientras la línea crepita con la estática.
—¿Quién es? —pregunto, y me humedezco los labios con nerviosismo mientras la tensión asciende por mi espalda y mi respiración se agita. Desde que leí la nota que me dejaron en la mochila, estoy un poco nerviosa. Lo intento de nuevo—. ¿Hay alguien ahí? ¿Puede oírme?
Finalmente, la persona que llama dice una sola palabra, un nombre.
—Christa —susurra la persona al otro lado. Después cuelga.
Dejo el auricular y siento un hormigueo de terror.
Esto va mal, muy mal. Solo llevo tres días trabajando aquí, y todos mis conocidos en Nueva York tienen mi número de móvil; es imposible que tengan este número, ya que ni yo misma lo conozco.
Intento sacudirme el miedo y la incertidumbre que siento y salgo de la habitación cerrando la puerta tras de mí.
Tan pronto como salgo, veo a Robin acercarse por el pasillo. Sus ojos se abren de par en par cuando me ve en el pasillo, fuera de la habitación de Lena.