La tercera clase - Pablo Gutiérrez - E-Book

La tercera clase E-Book

Pablo Gutiérrez

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Beschreibung

Una leyenda caería en el tipismo del narco y el agente de aduanas, narco rebelde que se juega la vida en la mar y luego reparte en el barrio su dinero legítimo, y al cabo sería una mentira tan infamante como la del noticiero, porque el hachís no es ninguna clase de heroísmo, no es la socialización de la plusvalía sino el chaval que falta a clase, la deuda que se acaba cobrando y cinco años de prisión; y el tedio de una mañana de miércoles, la piedrecita fija en el bolsillo para cuando suene el timbre, como una campanita celeste. Guti, Mauri, Aurora, Alberto, Bento, Valme, Aldo, Regla, Nico y muchos otros forman la tercera clase. Hijos y víctimas del lugar que formó sus caracteres, del suelo que pisan y que acaba llenando sus cabezas de ideas, que desembocan en decisiones que borran la palabra «futuro» de su vocabulario. En esta novela coral, Pablo Gutiérrez ajusta cuentas con el mito del narco y construye una historia magnética y necesaria en la narrativa de este país.

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LA TERCERA CLASE

 

 

Primera edición: febrero, 2023

© del texto: Pablo Gutiérrez, 2023

© de la presente edición: Editorial Humbert Humbert, S. L., 2023

Ilustración de cubierta: Israel Gómez Ferrera (IRRA)

Publicado por La Navaja Suiza Editores

Editorial Humbert Humbert, S. L.

Camino viejo del cura 144, 1.º B, 28055 – MADRID

http://www.lanavajasuizaeditores.com

Esta obra ha tenido el apoyo para su creación del Ministerio de Culturay Deporte a través de la convocatoria de las ayudas a la creación literariacorrespondientes al año 2022.

ISBN: 978-84-127650-7-6

Producción del ePub: booqlab

Thema: FBA

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org)

si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de la obra.

Eduardo

La única manera de contar el caso de la niña Valme es aplicando la estricta sociología científica, sobran los buscadores de noticias, sobran las leyendas y sobran los poemas, que todo lo oscurecen. Un poema hablaría del río tornasolado, de las dunas de azúcar y de los profundos pinares; una leyenda caería en el tipismo del narco y el agente de aduanas, narco rebelde que se juega la vida en la mar y luego reparte en el barrio su dinero legítimo, y al cabo sería una mentira tan infamante como la del noticiero porque el hachís no es ninguna clase de heroísmo, no es la socialización de la plusvalía sino el chaval que falta a clase, la deuda que se acaba cobrando y cinco años de prisión; y el tedio de una mañana de miércoles, la piedrecita fija en el bolsillo para cuando suene el timbre.

Lo que ocurrió con la niña Valme va de un río, un pueblo orillado y una colmena donde los muchachos se apilan sin propósito porque saben que ya los espera la gran empresa, algunos serán peones y otros, capitanes, todos a sueldo, y mientras tanto crecen en los fangos igual que los cangrejos, así de duros y así de extraños, sin que nadie quiera saber de ellos.

Yo sí que quiero, yo soy un paracaidista de los cuerpos de élite, profesorcito de enseñanzas medias especializado en casos perdidos, y cronista de la villa: «Al insigne historiador D. Eduardo Sumariva y Castro», dirá la placa de mármol o al menos el baldosín con el que me festejarán cuando me retire, «que impartió su magisterio en la escuela de los niños-cangrejo», cuándo será, que ya tarda y la gloria municipal se me escatima. Mis muchachos: Guti, Mauri, Aurora, Alberto, Bento, Valme, Aldo… Ojalá ser como ellos, ojalá alcanzara ese estado de conciencia donde un banco de cemento, al sol, se transmuta en oficina; pero sólo soy un funcionario con la nómina al punto, la casona familiar heredada de mis padres, los sexenios cobrados, los libros escolares, ningún amor y ningún hijo, y la casa se me hace grande, la casa se me cae encima y pienso que podría acogerlos a todos, podría fundar un orfanato para que su divertida pobreza alegrara mis tardes vacantes, ya viejo y rodeado de los chicos de La Broa, los chicos de la tercera clase, qué habrá sido de vosotros, cuál resultó vuestro caso perdido y cuál vuestra historia.

Aurora

Sólo me faltaba llevar un cartel avisando de lo arisca que era. El pelo de alambre y los ojos de pirada, los ojos que permanecen en los fotos como si estuvieran vivos. Odiaba mi nariz, odiaba mis dientes y odiaba mi ropa, también odiaba a mi madre y a mis hermanos, que no eran mis hermanos de verdad. Mi madre tuvo a Rai con un tío, luego a Aldo y a mí con otros dos, y los tres se largaron. No los culpo, cualquiera habría hecho lo mismo. En realidad, yo no culpo a nadie de ninguna cosa, ni siquiera a Aldo, la culpa no es una máquina del tiempo para volver atrás y no hacer lo que hiciste, la culpa sólo sirve si eres católico, y en La Broa todos éramos hijos del diablo.

Si tuviera que elegir entre Rai y Aldo, elegiría a Rai. Aldo apenas era un muchacho, con esa cosa blanquecina que tienen los chicos cuando los brazos son ramitas nuevas y parece que dentro no hubiera sangre sino ese líquido, cómo se llama. Aun así las enamoraba a todas, las enamoraba y hacía con ellas lo que le daba la gana, Valme se dejó engañar como una tonta en la feria de verano y Dámaris habría hecho lo mismo si hubiera tenido la oportunidad. Puede que con el tiempo acabara siendo tan guapo como Rai o puede que fuera diez veces más guapo, veinte veces más guapo, cien veces. Aldo: en el barrio se pusieron de moda los nombres italianos y mi madre seguía las modas igual que se acostaba con los tíos, igual, tenía dentro la misma savia, es así como se llama el líquido de los árboles, savia con uve. Mi madre se levantaba tarde, se desperezaba y ya resplandecía con un pelo pajizo que resultaba más bonito cuanto más sucio, como el de los niños pequeños. Era muy guapa, mi madre.

Por suerte, yo nací fea.

Ser fea fue la manera de invertir en mi educación y en mi futuro.

Ser fea fue mi beca de estudios.

Después aprendí que también a las feas les hacen caso si se dejan, por eso Bento metía las manos debajo de mis bragas de pobretona, por eso y porque me quería mucho. Casi tanto como yo.

Alberto

Subimos las escaleras del bloque, llamamos a la puerta de los vecinos y nadie nos abrió, nos perseguían como si fuéramos criminales, a mí me rompieron la clavícula, escuché el crujido al golpear contra el suelo. El juez me preguntó si me dolía, su voz era tan severa que estuve a punto de mearme encima. La sala tenía rejas y sillas de colegio. Me dijeron que hablara con la asistente social y se lo contara todo, que ella se haría cargo. Yo era un crío, y no muy listo, pero conocía las normas elementales: no vi, no sé, no me acuerdo, quiero irme a casa. El secretario leyó el atestado y pronunció el nombre de esa chica, lo hizo porque quería joderme, no hacía ninguna falta. La asistente me puso una mano en la rodilla, como si fuera su obligación poner la mano en la rodilla de todos los críos a los que interrogan en un juzgado de menores. Las sillas de colegio, las ventanas, las rejas, el juez preguntando lo mismo una y otra vez. Hasta que le dije la verdad. La única verdad que conocía.

Dolores

De mí no se reía nadie, de mí se enamoraban, el amor conduce al conocimiento, el amor era mi estrategia pedagógica. Aquella carcajada brutal cuando le pedí a Guti que se sentara correctamente, ¡nunca me había ocurrido nada parecido! Qué dice esta vieja, gritó el corifeo, los coreutas se rieron, la risa creció, fue un escándalo. Recuerdo la escena como si pudiera verla repetida: llevaba una falda gris, una blusa de flores azules y el colgante con la efigie de Alejandro Magno que compré en Pilos, le tenía mucho cariño a ese colgante, era mi talismán de los días cruciales, un recuerdo de cuando Luis y yo cruzamos el Peloponeso en un coche alquilado, me aferraba a él con la devoción de los ateos, ¡pero qué dice esta vieja!, la frase era el bramido del cíclope, agarré el colgante para no desmayarme. Cómo podría, cómo soportaría nueve meses de combate contra esos canallas que estaban vacíos por dentro, ásperos, igual que las tierras del Peloponeso… En mitad de la algarabía, Valme permanecía allí sentada como un monito, detrás de su pupitre, quizá sentía un poco de lástima de mí, quién sabe lo que pensaba Valme de ninguna cosa.

Nico

Ha pasado mucho tiempo y ya sólo me acuerdo de los buenos momentos. Cuando íbamos a pescar morralla con el aparejo, cuando buscábamos coñetas en el fango, cuando jugábamos al kamikaze y volvíamos a casa temblando de frío. De lo demás, cero. Me pasa como a los niños pequeños, que estallan con una rabieta y al minuto ya cantan y bailan, a mi hijo le pasa. Hay quien no es capaz, hay quien se queda clavado en un punto y no sigue, pobre de esa gente que nunca tendrá un trabajo, una familia, un niño rabioso y perfecto que no te permite pensar en nada que no sea su desayuno, su almuerzo, su merienda, sus juguetes ordenados para que él venga y los desordene, las noches en las que dormís juntos y su cuerpo se pega al tuyo, bendito niño que vino a librarme del remordimiento y de unos años de mierda en los que pensaba que la misma ruina de mis padres sería mi propia ruina, igual que las coñetas que metes en el cubo y trepan unas encima de otras y vuelven a caer y se harían pedazos si las dejaras pero entonces intervienes como un ser supremo y las coges y las lavas con la manguera del patio y se las llevas a mamá como una ofrenda, y mamá pone agua a hervir y a lo mejor hace papas fritas, y esa noche coméis coñetas y papas fritas delante de la tv, como si fuerais ricos, y dan El Gran Prix o dan American Gladiators, los azulejos de la cocina intactos, la chapa de los muebles no se abrió por los bordes, papá es joven, mamá es joven, Valme juega a las muñecas en los soportales hasta que se hace tarde.

Mauri

Había una cadena de mando, Aldo era el pastor y nosotros sus corderos.

Guti también era un cordero.

Guti no obedecía ni a sus padres ni a sus profesores ni al juez.

Por qué iba a obedecer a Aldo.

Pues obedecía a Aldo.

Si delante de él hubieras dicho algo parecido te habrías llevado una hostia.

Una de esas hostias que se dan en corto, en el hombro.

Guti era mucho más pequeño que tú pero daba miedo, Guti.

Y daba miedo porque hacía cosas vikingas.

Guti le abrió la cabeza a un viejo con el mango de una azadilla.

Estuvo seis meses en el correccional, aunque no se llamara correccional sino de otra forma. Luego se lo devolvieron a su madre, que lo mandó al instituto como si nada, como si el viejo tuviera la cabeza bien y como si Guti no se la hubiera abierto con el mango de una azadilla.

Al viejo nadie volvió a verlo, decían que se había muerto pero yo no creo que fuera verdad.

Matar a un viejo no son seis meses.

Lo que pasó es que Guti se saltó al patio de su casa.

Ninguno de nosotros diría que eso era robar, para robar había que romper un cristal o la luna de un coche. Saltarte una tapia no era robar.

Lo que pasó es que fue poner el pie en el suelo y se oyó la llave en la cerradura, también es mala suerte.

El viejo salió al patio y nosotros esperábamos al otro lado de la tapia, aguantando la risa y pensando que Guti se asomaría como un conejo y se haría daño al caer, así tendría que haber terminado la historia.

El viejo lo agarró y dijo que iba a llamar a la policía.

Guti vio la azadilla, las herramientas allí tiradas.

Si el viejo hubiera sido cuidadoso, no habría ocurrido.

Pero lo tenía todo por medio.

Guti cogió el mango de la azadilla, lo sujetó con las dos manos como si fuera una espada de mandoble y le dio justo en la frente.

Pam, igual que a una piñata. Pam.

Cayó de espaldas, la cara llena de sangre y la boca abierta.

Cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo pero ninguno le habría dado tan fuerte.

Habríamos calculado.

Le habríamos dado, sí, pero de otra forma.

El miedo existe por algo, el miedo existe para que no sigas.

Guti no tenía ningún miedo, yo creo que tampoco tenía miedo de Aldo.

Pero si tocaba obedecer, Guti obedecía.

Aunque no fuéramos ni una banda ni un rebaño.

Y aunque luego la pagara contigo.

Bento

En el barrio había un padrenuestro: yo no pido perdón, yo no me acuerdo de nada, yo no estuve allí, que llore tu madre y no la mía, amén. Mi madre no lloraba, qué iba a llorar, mi madre se llamaba Carola y era italiana, por eso a mí me llamaron Bento. Aldo también es un nombre italiano pero Aldo no tenía nada que ver conmigo, a lo mejor fue mi madre quien puso de moda esos nombres o a lo mejor fue una serie de tv de la que nadie se acuerda. Había una Bianca, una Alessandra y una Sabina. Bianca fue mi novia después de Aurora. Bianca y Bento sonaba mejor que Aurora y Bento. Mi padre era un tío cabal: su novia se había largado, bueno, no iba a llorar por eso. Llamó a sus hermanas y puso encima de la mesa todo el dinero que hiciera falta para que yo tuviera dos mamás en un lugar de una. A veces mi madre volvía hecha una piltrafa y mi padre se quitaba de en medio para no rajarle la cara.

Luego estaba la otra casualidad tan italiana: cómo llegaría a La Broa el primer Lagomazzini, sería un marinero o un contrabandista, nadie confiaba en ellos, Valme era una rareza porque su padre se había alejado de los Lagomazzini más jodidos y había encontrado una novia que también parecía extranjera, los dos curraban en mil cosas, en bares, en fincas, en invernaderos, curraban todo el rato desde primera hora de la mañana para salvar a la niña, de qué tendrían que salvarla, del barrio, claro, querían largarse de allí para salvarla del barrio, por eso curraban y ahorraban como urracas. Mi padre respetaba al suyo aunque fuera un desgraciado, mi padre respetaba a la gente que cuidaba de sus hijos, mi padre era un tío con principios y con intuición. Un día me vio trasteando con Aldo y con Guti en los soportales y me dijo que me alejara de ellos, que no me convenían, esa gente no es como tú, Bento. No le hice caso, por qué no le hice caso.

Aurora

Ya casi no me acuerdo de los besos de quince años: si digo que ya casi no me acuerdo en realidad estoy diciendo cuánto los echo de menos, estoy diciendo que no pienso en otra cosa que no sean los besos de quince años, me sobreviene la sensación de que se derraman en mi boca como si el chico me besara en toda la cara al mismo tiempo, como si me absorbiera para apoderarse de mí, así besaba Bento. Bento, Bento. Yo me ponía pesada y lo besaba delante de los demás, y él era tan bueno que me hacía caso aunque tuviera asuntos importantes que discutir con sus socios, la novia pesadita. Su boca era un animal con vida propia, no había nada comparable a la boca de Bento sin el sabor de la merca, Bento sólo fumaba por compromiso, Bento era mucho más inteligente que Aldo y que Guti, conocía el oficio mejor que ninguno, yo tenía muy poca cosa que ofrecerle, apenas mi disponibilidad y ningún padre severo que me dijera adónde vas, con quién sales, cuándo vuelves, apenas que yo lo deseaba y lo amaba como si fuera el hombre de mis sueños, el hombre que vino a rescatarme de Aldo y de mi madre, cómo es posible que si cierro los ojos vuelvan tan vivos los besos de Bento comiéndose mi boca como si quisiera quedársela para siempre, y sucede que estoy en el trabajo o en casa o en el autobús y el recuerdo es tan verdadero que sin tocarme me rompo y tengo que morderme los labios para que no se note. Besos como medusas, besos como frutas de verano aplastadas contra mi boca.

Nico

En los fangos cogíamos coñetas y en los cubos jugábamos al kamikaze, lanzándonos al mar a vida o muerte para que la corriente nos llevara hasta la orilla como una cinta transportadora. A veces Aldo se unía a nosotros y a veces también se unía Guti, siempre acababan estropeándolo todo. Aldo era Aldo, Aldo manda aquí y en todas partes y es tu puto problema si no te has enterado, chaval. Ni Alberto ni yo éramos de los buenos, pero nuestra fotografía no la tenían en el cuartelillo. La suya sí, la foto de Aldo estaba pegada con celofán en la mesa del inspector, igual que la de Guti.

En el espigón jugábamos al kamikaze, en la plaza al fútbol y en el parque a las cartas de la manera vikinga: el que perdía una mano la perdía de veras, recibía un latigazo con dos dedos justo en esa parte que hay entre los nudillos y la muñeca, donde duele tanto. Por la mañana había clase pero las tardes eran nuestras para colarnos en el gimnasio del instituto y hacer dominadas en las espalderas, nuestros cuerpos de doce años, así de canijos y de bonitos. Tenías que saltar muy convencido y muy lejos, quién se atreve y quién no, en eso consistía el juego. En realidad, todos los juegos iban de lo mismo, de atreverse, yo me habría atrevido a cualquier cosa para no convertirme en Álvaro, en Ricardo o en el nuevo. Formábamos filas a un lado y a otro del pasillo, lo llamábamos el pelotón, no sé cómo lo aguantaban, no sé cómo no se revolvían y nos tiraban por las escaleras, se lo merecían porque no encaraban y porque no pasaban las tardes en los soportales ni en la plaza ni en los cubos ni en los fangos, sino en casa, al ladito de su mamá.

Dámaris

Mira, en Benicarló había un centro de menores donde vivían chavales de la calle, y todo iba bien hasta que llegó un tío y pagó dinero para llevarse a algunos chicos a una masía, y no eran chicos sino niños pequeños, y fueron en el coche de ese tío y al llegar les dijeron que jugaran fuera, y estuvieron jugando fuera hasta que se hizo oscuro, y ya era de noche cuando entraron en una sala grande con ventanales y dos chimeneas, había gente rara que no vieron al principio, y los niños se pusieron en círculo, cada uno donde tenía que ponerse, primero los pequeños y detrás los mayores, y en medio del círculo había otro niño al que no conocían de nada porque no era del centro de menores de Benicarló, y parecía que había llorado, y vino un hombre y dijo cosas muy extrañas que nadie entendió y luego mató a ese niño, al que había llorado, lo mató como se mata en las películas, igual, y todos creyeron que era una especie de teatro horrible, todos creyeron que el hombre fingía que mataba al niño y que el niño fingía que estaba muerto, y por eso lo taparon con una manta, para que no vieran que era de mentira, y luego llevaron a los otros niños a un comedor y allí comieron, y en la comida había algo que daba sueño y que no dejaba que te movieras, y ninguno hizo nada cuando los hombres los desnudaron, a los niños, y se los follaron, a los niños, en el mismo comedor, sobre la mesa, sobre las sillas o en el suelo, a los niños del centro de menores de Benicarló, que está muy lejos de aquí.

Yo sé que esa clase de cosas pasan, sé que no es una película aunque haya películas donde también pasan esa clase de cosas, yo sé que hay gente que va a los centros de menores para sacar a niños y llevárselos al campo o a cualquier parte y follárselos, esas cosas pasan en Benicarló, en Mazagón y en Bélgica, sobre todo en Bélgica, y también pueden pasar en La Broa, claro que pueden pasar.

Yo he visto vídeos en YouTube de esos chicos que dicen que fueron violados muchas veces, chicos que miran a la cámara y dicen que los sacaron del centro de menores, los obligaron a ver la muerte de ese niño y luego los drogaron, y dicen que cuando vuelven a contarlo ya no duermen y necesitan fumar y tomar drogas nuevas. En esos vídeos salen Carlos, Miquel, Santiago y Tamara. Miquel es el que más pena me da porque se nota que no es demasiado listo, pero cuenta las cosas mejor que ninguno, cuenta que antes de entrar en el centro de menores de Benicarló se portaba mal y se escapaba de casa, le preguntan que por qué se escapaba de casa y Miquel dice que le gustaba andar por los caminos de La Cava hasta La Aldea, de La Aldea a L´Amposta, eso dice, y que una vez se perdió y tardaron tres días en encontrarlo, pero que ya no se pierde. Luego dice que se lo pasó muy bien antes de que lo obligaran a entrar en la sala grande, que habría sido un día de puta madre, que había bicis y coches a pedales e incluso una tanqueta del ejército, eso dice, una tanqueta de juguete con cañones para disparar, habría sido un día de puta madre, todos juntos en el campo, pero luego los obligaron a entrar en la sala y mataron al niño que había llorado y a ellos los drogaron, ojalá los hubieran drogado un poco más porque era como cuando estás a punto de quedarte dormido pero no estás dormido del todo, esos tíos eran muy grandes y ellos muy chicos, les pusieron las pollas en la boca, primero, y les follaron el culo a todos los chavales del centro de menores de Benicarló, allí mismo, en la mesa de comedor, en las sillas o en el suelo, y yo escucho a Miquel, que está sucio y que se mira las uñas, y me da una pena horrible porque me recuerda a Juanloco en casi todo menos en lo de que alguien se lo follara por el culo, porque no creo que nadie le hiciera eso a Juanloco, yo creo que no.

Mira, no es verdad nada de lo que cuentan la Tamara, el Miquel, el Santiago ni el Carlos, se lo inventaron todo y se pusieron de acuerdo para grabar los vídeos y ponerlos en YouTube, a lo mejor alguien les dio dinero para que lo hicieran, son unos desgraciados, son unos desgraciados y unos mentirosos, se les ve en la cara que lo son, y me da pena de ellos, sobre todo de Miquel, porque puede que a Miquel no le pasara lo de la masía pero estoy segura de que le pasaron otras cosas. La cara de Miquel la he visto muchas veces, es la misma cara de Regla y de Aurora, y es mi propia cara.

Valme y yo éramos amigas desde siempre, su puerta y la mía estaban al lado, nacimos en el mismo mes del mismo año, Sagitario, nuestras mamás nos sacaban juntas a la plaza, lo hicimos todo juntas por primera vez, gatear y jugar y montar en bici y el colegio y la comunión y el instituto y fumar y beber y los novios, pero yo era una niña normal y Valme era una estrellita, y pasa que existen seres y existen energías, y entonces vienen los seres y se la llevan demasiado pronto. Eso mismo fue lo que le pasó a Valme, mi amiga Valme que siempre estaba conmigo y que sigue estando y me protege y es mi guardiana. Mucho antes de que todo ocurriera, mucho antes de la noche del incendio, yo ya sabía que Valme era una bruja, por eso la quemaron como a una bruja, la quemaron y se llevaron por delante la felicidad del barrio. Con el último aliento, la bruja Valme maldijo a todos los subnormales que viven en este barrio de mierda, a todos menos a mí, a mis padres y a Aldo, que la quería lo mismo que yo pero de otra manera, los maldijo con ochocientos años de pobreza, hay que largarse de La Broa, este sitio no tiene remedio y da asco y yo no quiero morirme y tengo miedo.

Eduardo

Mi casa está llena de libros y de trastos inútiles, como una metáfora de quien soy. Cualquiera que lee un libro no hace sino leerse, el libro es un espejo y el lector, un niño que no jugó al fútbol y que tuvo una novia (sólo una) a la que no quiso lo suficiente. Si el lector fuera feliz y jugara y besara, entonces no leería, entonces sería como Aldo y como Bento y como Valme y como Aurora.

Trastos y libros autoeditados: tristes, tristes imprentas locales, la autoedición municipal, el librito que publicaste a tus expensas y que nadie ha leído, las páginas de papel satinado, las erratas que no corigió ningún editor, las líneas sin justificar, la nota biográfica que escribiste tú mismo… Tonterías sobre Tartessos, bobadas sobre las diosas mistéricas, naderías sobre el paludismo y la marisma, sobre los atlantes y la crianza de los vinos generosos, páginas horribles de puro vacío y en cambio ninguna sobre el elemento que da cohesión y sentido a La Broa, el aglutinante, la causa primera: el hachís, obvio.

Del hachís sí que habría que escribir tratados y estudios comparativos.

Del hachís habría que disertar hasta encontrarle un significado.

Sin el hachís no se entiende la configuración de las cuatro torres, ni la estratificación social de La Broa, ni el martirologio de la niña Valme, nada.

Sociología y peculiaridad demográfica: cuatro torres tan peripuestas y tan absurdas, arbolitos, arriates, soportales, angustia urbanística; de esa angustia proviene el drama, un drama de coeficientes, de habitabilidad y de metros cuadrados.

Antes de que el narco existiera ya se contrabandeaba con tabaco, con gasóleo, con fertilizantes, con piezas de maquinaria, con gomas de riego, también con el alcohol etílico que traían los camiones para las bodegas de crianza, llegaban las cisternas, los operarios conectaban las mangas al depósito y giraban la rueda antes de tiempo. El hachís aprovechó la cultura del estraperlo y vino a reventar los registros contables, hachís benéfico, nada que ver con el diablo de la heroína, hachís justiciero que compraba la pobreza de quien pudiera navegar, desembarcar, guardar, esconder, observar, avisar o no decir una palabra. Romeo y Julieta, último acto: Romeo le ofrece al boticario unas monedas a cambio de un veneno letal, «La ley de Mantua castiga a quien las vende», avisa el boticario. «Ni el mundo ni la ley son tus amigos», dice Romeo. «Es mi pobreza quien consiente, no mi voluntad». «No es tu voluntad a quien pago, sino tu pobreza», lo mismo en cada cabecita de La Broa, no compro tu voluntad sino tu pobreza, así se forja un ejército civil.

La prosperidad del narco sobrepasó la barra de La Broa y alcanzó otros pueblos ribereños, ya a las puertas de la capital. Nadie se quejaba, el dinero daba alivio a la penuria de la campiña, algunas familias nuevas se incorporaron a la lista de los pioneros de ultramar. La riqueza repentina trajo felicidad, y la felicidad trajo coches flamantes, quads inasequibles, mascotas (hurones, iguanas, perros de presa), vacaciones en hoteles, agencias de viajes, comuniones espléndidas, puestas de largo… Un buen negocio, quién sería tan obtuso como para dejar que la moral punitivista aguara la fiesta. Después de todo, en La Broa no había bandas enfrentadas ni vuelcos ni refriegas, la autoridad y los privilegios estaban tan bien establecidos que la paz social parecía inalterable. Era como si aquellas familias contaran con una patente de la corona, como los antiguos cargadores de Indias, los agentes mirarían para otro lado siempre y cuando el tránsito fuera discreto. Gestores, abogados y agencias inmobiliarias contribuyeron a licuar las cuentas, donde antes había tabernas se abrieron buenos restaurantes, quién podría estar en contra, desde qué púlpito se atrevería nadie a decir que aquello no estaba bien.

Una falsa etimología emparenta las palabras «hachís» y «asesino». Los hashshashin: mercenarios desalmados que masticaban una pasta estimulante hecha a base de cáñamo y azúcar a la que llamaban hash, aparecían en mitad de la noche como licaones, asaltaban las caravanas sin tomar prisioneros y ensartaban las lenguas cortadas de sus víctimas en una argolla que colgaban del cinto, su fama recorría el desierto, los cruzados les daban caza, los peregrinos los temían, Marco Polo habló de ellos en sus crónicas, es posible que el hachís no se hubiera convertido en un divertimento aceptable si el cuento fuera un poco más conocido, quién sabe. Pero el hachís es la mirra que se adora y la mañana fluye si en el bolsillo de los vaqueros guardas una porción de esa medicina, el timbre del recreo suena como una campanita celeste, todo son ventajas.

Dolores

Luis era un desastre en la cama y un intelectual de libreta que quiso explicarme la diferencia entre el criterio emic y el criterio etic, como si yo fuera imbécil y no pudiera entenderlo solita. Emic es la percepción de los nativos sobre sí mismos, etic es la visión del investigador que toma notas en su cuaderno. Emic dice que las vacas no se tocan porque son sagradas, etic dice que las vacas ni se matan ni se comen porque se usan como animales de labranza. Etic se lamenta de que una chica se quede embarazada con quince años, emic te convence de que esa chica tendrá su bebé y su casa, y que no necesita nada más. Etic señala el racismo y la persecución del pobre contra el pobre, emic proclama que los moros vinieron para robar y violar a las niñas. Luis siempre se quedaba dormido con el libro de Marvin Harris abierto por la página equivocada. Había leído en crudo a Piaget y quería instruirme para que abriera los ojos a la fea realidad del mundo, pero yo no era una niñita sino una mujer excepcional, veo las fotos de aquellos años y quiero comerme a besos, en una de esas fotos salgo junto a Damián en la puerta del despacho, llevo en la mano La guerra de las Galias, edición de Gredos, igual que si llevara una espada. Buen hombre, Damián, profesor de los de siempre, de los que te aburre con sus teoremas pero no te suelta hasta que lo entendiste. Damián, dónde estarás ahora, serás un anciano si es que sigues vivo. Con lentitud geológica, todo lo mudó la edad ligera, por no hacer mudanza en su costumbre,