La Tetera - Celeste Barbé - E-Book

La Tetera E-Book

Celeste Barbé

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Beschreibung

"En los mares, donde la brisa susurra antiguas leyendas y las islas esconden secretos inimaginables, vive Alba, una valiente joven cuyo destino está a punto de cambiar para siempre. Criada en las legendarias islas de Kthul, Alba ha conocido la vida de los piratas desde pequeña. Junto a sus intrépidos amigos, se ha enfrentado a numerosos peligros, combatiendo monstruos marinos y navegando a bordo de La Tetera, un barco tan temible como antiguo. Pero todo se complica cuando aparecen dos jóvenes náufragos, arrastrados por las misteriosas corrientes de los océanos, hablándoles de un mundo diferente y desconocido. Una emocionante odisea repleta de aventura y romance. Descubre el color del deseo, embárcate en un viaje inolvidable."

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© La tetera

Sello: Tricéfalo

Primera edición digital: Abril 2024

© Celeste Barbé

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: Camilo Palma

Corrección de textos: Gonzalo León

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6183-72-3

ISBN digital: 978-956-6183-96-9

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

CAPÍTULO - INTRODUCCIÓN LA TETERA

Si hay algún rasgo particular que pudiésemos resaltar en el viejo Astor era su prominente barba blanca, unida por las patillas a una envidiable cabellera que, aunque mantenía y conservaba con orgullo aún en su avanzada edad, en ese momento se encontraba mojada y enmarañada. Había tenido que apaciguar el mareo con mucha agua directamente en la cara, pues estar tanto tiempo a bordo ya no parecía tan divertido como en sus buenos años.

Con cada arruga y cana que salía en su rostro, él sentía que el movimiento de las olas le iba causando más vértigo y una sensación hueca en su estómago se apoderaba de él cada vez que se animaba a subir a la cesta en lo alto del mástil, trabajo que ya les dejaba frecuentemente a otros tripulantes más jóvenes.

Era una tarde particularmente oscura, la neblina alrededor no dejaba ver nada, por lo que comprobó al salir de su camarote que el barco estaba totalmente detenido y los tripulantes se encontraban haciendo lo que mejor sabían, fingir que hacían algo útil mientras perdían el tiempo.

La madera vieja de La Tetera crujía con el sonido de las botas negras del capitán recorriéndola a paso firme, acompañado por el vaivén de pies, patas y tentáculos que paseaban de proa a popa. Algunos terranos estaban en una esquina, sentados alrededor de un balde apostando sus raciones de ron y gritando cada vez que una de las piedras que arrojaban no caía donde se suponía, pero se retrajeron por completo al darse cuenta de la pesada mirada de Astor sobre ellos.

Así, se hizo paso entre los tripulantes que poco a poco empezaban a ser más productivos que a fingir que lo eran, puliendo sus armas, yendo a verificar las municiones, raciones de comida, o bien limpiando el espacio.

Se detuvo en el centro del mástil mayor, al lado de Brush, quien, aunque medía hasta tres cabezas más que el viejo, se encorvaba frente a la imponencia que mostraba, y se refería a él con la voz más solemne.

—No lo encontrará aquí abajo —le dijo con su característico siseo, que se acentuaba entre más bajo tratara de hablar—. Ya lo conoce, lo suyo son las alturas, mi señor.

Con su verde y escamosa garra, señaló hacia arriba de ellos. En lo alto del palo, sentado en pleno soporte de vela, estaba el hijo menor de Astor, Lucas.

—No tengo intención de buscarlo, vine a ver a mi gente; ya los vi, ya me voy.

—Como diga, capitán. Por cierto, ella está haciéndolo otra vez.

Las arrugas alrededor de los ojos de Astor se contrajeron levemente, pero si no fuese por la viveza de Brush en captar movimientos y detalles, ni siquiera se habría notado. Su fiel reptil segundo al mando conocía lo suficiente al capitán para saber lo que pensaba, antes incluso de que éste lo hiciera.

—Está en su camarote. ¿Quiere que vaya por ella?

—No, ya iré yo. Gracias Brush, y asegúrate de que trabajen más de lo que juegan, no quiero pasar más tiempo del necesario en estas aguas.

—Tan pronto se disperse la neblina emprenderemos rumbo de nuevo, por ahora sería imprudente.

Astor se dirigió hacia los camarotes principales, haciendo lo posible por no venirse en vómito con el movimiento insistente de las olas mientras subía las escaleras hacia la parte superior, pues los camarotes del capitán, segundo al mando y generales estaban posicionados detrás del timón del barco, en la popa, los únicos privados en La Tetera.

“La Tetera”, vaya nombre tan ridículo. Aún ahora, a veces mira al cielo para insultar en silencio a su viejo amigo por convencerlo (en ese tiempo como un chiste) de bautizar así el barco, pero después de su muerte no tuvieron corazón para llamarlo de otra forma, La Tetera sería siempre su legado.

El lado izquierdo estaba totalmente a oscuras, con los camarotes del capitán y Brush cerrados, mientras que el lado derecho, la habitación compartida de sus dos generales, se veía iluminada por la luz de las velas que titilaban en el reflejo del cristal, aunque estaba lo bastante sucio como para no poder distinguir hacia el interior. La puerta entreabierta hizo un ruido chirriante apenas Astor la tocó y se dispuso a pasar a la habitación.

—Lucas está otra vez en las nubes, perdiendo el tiempo, creí que lo tendrías bajo control.

No tuvo respuesta.

Se sentó en una pequeña silla que había junto a la puerta y se sacó el parche negro que tapaba su ojo derecho, un viejo truco que le servía muchísimo en sus mejores años, para acostumbrar rápido la vista en lugares oscuros, pero que ahora, también le resultaba inconveniente a veces.

—Sabes que no puedo estar detrás de él todo el día. Comenzando porque ya ni puedo imaginarme cómo subir hasta allá, lo cual me parece un requisito importante para bajarlo a rastras, ¿no crees?

Pero la habitación siguió en silencio casi en su totalidad, lo único que rompía aquella calma eran las bruscas pasadas de una tiza encima de la enorme hoja que Astor podía ver frente a él, tapada en parte por una rebelde melena castaña.

—Ya bajará, tiene casi tan poca tolerancia a los mareos como tú —respondió Alba, sin quitar la vista ni las manos de la pintura que estaba haciendo en el enorme papel.

—No puedo esperar a que él quiera hacerlo o se vomite, se supone que para eso estás tú… En parte, claro... —añadió cuando la chica quitó la vista de la pintura para lanzarle una mirada acusadora— ¿otra vez ella? —preguntó Astor.

En el lienzo que Alba estaba pintando, se apreciaba el rostro de una hermosa mujer, cercana a la edad madura, de pómulos fuertes, cabello rizado y abundante. Sus ojos, al igual que el resto de la pintura, carecían de color, más que el negro de la tiza, pero aun así tenían cierto brillo, era casi como si estuviese a punto de salir una lágrima de ellos.

En múltiples ocasiones Astor le había confesado a Alba que admiraba el talento natural que tenía, pero la verdad es que nunca había hecho nada tan hermoso como las obras donde pintaba a la misteriosa mujer que tantas pesadillas le causaba a él y tanta curiosidad generaba en Alba.

—Sí, anoche volví a soñar y quise, bueno…

Astor no estaba seguro de si ella no encontraba las palabras para explicárselo, o solo no se estaba concentrando lo suficiente en mantener conversación con él, así que la dejó en paz.

—Sácalo de su burbuja, pronto —le recordó antes de cerrar la puerta tras de sí, haciendo de nuevo que el chirrido le erizara la piel—. Un día este pedazo de escombros se nos va a caer encima —lamentó para sí.

Alba entonces se quedó por fin sola con la mujer de la pintura. Estaba empezando a darle forma a algunos de los rizos de su cabello.

A veces sentía que esos sueños eran una especie de visión de su futuro, y se preguntó qué la haría tan triste entonces, pues la mujer de sus sueños estaba sumida en un dolor que ella no sabía explicar, pero sí que lo sentía en el pecho cada vez que despertaba. Esa era la principal razón por la que después no podía quitársela de la mente y se sentaba en el taburete frente a sus lienzos para recrearla.

—Estás bien. Todo va a estar bien —le susurró a la pintura, como si eso ayudara en algo, como si se tratara de una antigua amiga a la que trataba de consolar.

Dejó los materiales en su lugar y tapó el lienzo con una manta roída antes de dejarlo junto al resto. Tenía un solo marco improvisado que Lucas alguna vez hizo para ella, así que, lo que hacía, era ir rotando la tela y una vez terminado el trabajo, la desprendía del marco y guardaba su pintura enrollada en alguna parte del camarote.

Debía tener cientos de rollos, pues Alba pintaba desde que tenía memoria, con tizas o pinturas de colores que hacía mezclando frutos o hiervas. Con frecuencia se centraba en plasmar los paisajes a donde su padre la llevaba a navegar, o algunos de los monstruos que encontraban en sus viajes; pero honestamente había perdido la cuenta de cuándo comenzó a pintar aquel retrato de su yo más maduro, si es que eso era, aunque debía admitir que un aire a ella tenía.

Haciendo memoria, suponía que había sido un poco después de la muerte de su padre, cuando comenzó a tener aquellas pesadillas donde el fuego la rodeaba, buscando a su papá, perdida entre muros, y luego, solo estaba aquella mujer, aquella triste mirada que le transmitía su propio luto.

Se arregló el largo cabello como pudo con las manos, tomó su saco largo de piel para enfrentarse al frío exterior y bajar a aquel tonto del mástil.

—Estarás bien —se repitió, esta vez a ella misma, antes de ir por Lucas.

CAPÍTULO I - LA GRAN BESTIA

El viento gélido era casi tan insoportable como agradable para Lucas. En los días soleados, le gustaba ir hasta la cesta del palo mayor a ver el horizonte y perderse del resto del mundo, y cuando estaba tan nublado como esa noche, el frío que se colaba entre sus huesos le recordaba que estaba vivo y lo calmaba, al menos un rato.

Poco se permitía cerrar los ojos. Disfrutaba más de imaginar siluetas de tentáculos y monstruos gigantes que pudiesen salir de entre la neblina por sorpresa, antes que dejarse ir y perderse en los monstruos que había dentro de su cabeza. Esos, después de todo, eran mucho más reales que cualquier visión chueca que pudiese apreciar entre esas nubes.

Aunque podía escapar de la visión, lamentablemente su audición funcionaba muy bien. Así supo que su padre estaba abajo del mástil, aunque no se molestó en hacer contacto visual con él, y así sintió cada paso de Alba cuando se trepaba para buscarlo.

—Tú siempre haces lo que te dicen, ¿verdad?

—Y tú nunca puedes darme ni un minuto de paz —le respondió Alba.

—No tenías que venir a buscarme, en un rato bajo. Igual no están haciendo nada.

—Ya lo sé, solo vine a hacerte compañía.

—¿Qué tipo de compañía? —le preguntó con picardía, haciéndola reír.

—No eres el único que tiene cosas en qué pensar. No seas idiota por los próximos cinco minutos, ¿sí?

—¿Sigues con esos sueños?

Él ya estaba al tanto de aquellas pesadillas que la perseguían. Más de una vez le había sugerido no seguir dándole vueltas al asunto, olvidarse de las pinturas que hacía, pues él creía que solo encendían más su obsesión. Alba era casi tan obstinada como hermosa, pensó mientras la admiraba así de cerca. En este instante, sus ojos marrones se veían más claros de lo normal y su cabello rebelde se movía con la brisa, dejando al descubierto su largo cuello donde casi pasaba desapercibida, al nivel de la clavícula, aquella pequeña cicatriz, una de muchas que se escondían con cautela a través de aquel ropaje, pero él tenía la oportunidad de besar cada noche antes de dormir.

—¿Alguna vez se te han repetido sueños o pesadillas tantas veces?

—No —dijo él cuando salió de sus pensamientos—, la verdad es que no.

—¿Crees que sea mi futuro?

—No tengo idea, pero, por lo que me has contado, si es así, tal vez deberías empezar a preguntarte cómo cambiarlo, no te ves muy feliz.

—Es difícil cuando no tienes idea de por qué.

—Tal vez sea tu pasado, has visto fuego, como en el accidente de cuando éramos niños, ¿no? Tal vez tus sueños hacen algún tipo de representación al respecto.

Alba se tocó por instinto la cicatriz. Las cicatrices de quemadas no son iguales a las de otras heridas, como cortadas o roces de veneno, en muchas ocasiones se miraba en el espejo y pensaba que, si no supiese que está ahí, no la notaría realmente, solo resaltaba entre su piel tan blanca cuando se bronceaba con el sol o se lastimaba esa zona, pues era más sensible que el resto de su piel, pero fuera de eso, era una mancha apenas un poco más decolorada que el resto de su tez pálida.

Se quedaron en total silencio un buen rato. El cabello de él, negro como la noche, estaba mojado, por lo que se pegaba a los costados de su rostro moreno, y ella se preguntó cómo podía estar tan absorto en sí mismo aquí arriba para ni si siquiera sentir frío. Ella estaba mucho más abrigada y seca, pero aun así tiritaba.

Él sacó de su abrigo gastado una pequeña botella de licor, se la ofreció y ella notó que estaba casi vacía.

—¡Ah! Así que este es tu secreto —se rio ella.

—¿Secreto de qué?

Pero ella no respondió, solo la tomó y comenzaron a compartirla. Continuaron conversando sobre todas esas cosas que los hacían meditar a veces la posibilidad de dejarse caer desde el mástil. No estaban muy seguros de cómo, pero al par de horas despertaron aún en la cesta del palo mayor, con los rayos de sol abriéndose camino entre las nubes, que eran ya infinitamente menos.

Debía ser aún muy temprano, el sol recién salía, pero abajo toda la tripulación empezaba a tomar sus puestos por orden de Brush, que caminaba molesto de un lado a otro. Pobre, con dos generales ausentes, no le debía estar resultando muy fácil ponerlos en orden.

Ambos bajaron con ayuda de las cuerdas de seguridad e, ignorando un poco la mirada desaprobatoria del lagarto, comenzaron sus deberes. Lucas fue hacia la bodega y lombardas para confirmar que los cañones estuviesen en orden y tanto los tanques como provisiones estuviesen asegurados.

Alba llegó hasta el timón, comenzó a dar indicaciones para izar las velas y emprender el rumbo, tenían alrededor de cuatro días atorados en esa asquerosa agua verde, todos estaban desesperados por un poco de tierra sobre sus pies y comida decente. Al menos ella extrañaba especialmente su habitación en la isla Terya, y poder darse un baño medianamente decente y pasar a comprar frutas al mercado cerca de casa, ¡uy! Cómo había soñado estos últimos días con aquellas frutas jugosas. Tenían navegando ya más de una semana.

El capitán no salió de su camarote, Alba sabía que se había estado sintiendo mal. Para el tío Astor, ya no era lo mismo pasar tanto tiempo a bordo, igual seguía viniendo en cada viaje, pues además de ser una figura importante de autoridad, sabía que no los creía listos ni a Lucas ni a ella para tomar el control de su querida Tetera, ni tampoco de su enorme tripulación compuesta por criaturas que eran el doble del tamaño, pies y manos, de cualquier terrano, de los cuales, además de Lucas, Astor y ella, solo quedaban otros pocos, y no solo en el barco, cada vez se veían menos y menos en las islas.

La población de su especie, si es que podía llamarla así, era visiblemente menor a la del resto de especies que componían las islas del Kthul, aunque variaba un poco según la tierra, claro, Terya, Lampa, Vizto o Teas, pero por lo general la pintoresca variedad de tentáculos era lo predominante, la especie de lagartos como de la que provenía Brush generalmente vivían hacia el sur, en Vizto. Eran dueños de casi todo el mercado negro: si necesitabas partes del cuerpo, transporte ilegal y sustancias, era la mejor zona, aunque Brush había salido de ahí hacía mucho, y Alba jamás lo había escuchado siquiera hablar de su antiguo hogar, desde que lo conocía había estado al servicio de La Tetera y su tío Astor, y claro, su padre, antes de su muerte.

A veces le parecía mentira que ya hubiesen pasado cuatro años desde que su padre y Reese, el hermano mayor de Lucas, habían muerto. Ella aún sentía pavor de recordar, y aunque había perdido a su padre, no podía ni imaginar lo que debía ser para Lucas, no solo porque Reese era todo para él, sino por todo lo que envolvió su muerte.

—Todo listo, capitana —bromeó Lucas, sacándola de sus pensamientos.

—Algún día lo dirás en serio —bromeó ella.

Izaron las velas y emprendieron rumbo a tierra firme. Si sus cálculos eran correctos, Terya estaría un poco más al norte de donde se encontraban, así que Alba dirigió el rumbo hacia allá.

—¡Silencio! —se escuchó gritar a Brush de repente—. ¡Silencio, buenos para nada! ¡Paren todo! ¡Deténganse!

La Tetera entera quedó expectante ante la abrupta orden de Brush. Lucas y Alba se miraron, pero apenas Lucas trató de pronunciar palabra para pedir explicaciones, sintió la mano firme de Astor sobre su hombro, su padre lo miró haciendo únicamente un gesto de silencio con su dedo índice, y luego señaló su oreja como diciendo: “Escucha bien”.

Detrás del sepulcral silencio del barco y el choque de las olas había algo más, un eco, un choque de ecos lejanos pero enormes que parecían venir de todas y ninguna dirección a la vez.

Los tripulantes, el capitán, los generales y el segundo al mando estaban absortos, todos tenían la extraña sensación de que el sonido venía desde sus espaldas y los rodeaba por completo. Y entonces pasó…

Un golpe brutal hizo tambalear a La Tetera hacia estribor, y todos dentro del barco cayeron al suelo, tratando de sostenerse de lo que fuese para no caer al agua. De pronto, otro golpe hacia el lado opuesto.

—¡¿Qué está pasando?! —gritó uno de los subordinados a bordo, Token, un ser escamoso casi del tamaño de Brush.

—¡Preparen sus arpones! —ordenó Astor a todos.

De pronto, del costado del barco surgió, enorme y terrorífica, una tenaza gigantesca, llena de costras y algas pegadas, tiró dentro del barco una cantidad de agua tan grande que noqueó a algunos del impacto y rompió un pedazo del mástil de trinquete.

—¡Caballeros, hoy cenaremos langosta! —gritó de nuevo Astor, agarrando con esa firmeza que lo caracterizaba, el timón del barco.

Alba y Lucas no podían hacer otra cosa que mirarse entre ellos, aterrados. Un segundo antes, tan solo un segundo, Alba se cuestionaba por qué Astor seguía sin confiarles La Tetera, pero ahí estaban, demostrando por qué; Astor con sus canas y mareos marítimos, estaba fresco y rejuvenecido, listo para matar a una bestia más grande que dos navíos, y ellos no sabían ni cómo levantarse para encontrar un arma.

Lucas fue el primero en reaccionar, miró hacia las cajas que estaban en la popa y corrió hasta ahí; tan pronto las abrió lanzó los arpones detrás de él. Todos iban corriendo a recogerlos, incluida Alba.

—¡Todos a sus posiciones! No tenemos todo el día, ratas sarnosas, ¡hay que matar a esa cosa!

Alba y Lucas permanecieron en la popa, cada uno a un costado de Astor para cubrirlo, mientras que el resto se distribuyó por todo el barco buscando el mejor ángulo para matar a la bestia. Ya habían lidiado con criaturas así, las langostas gigantes eran difíciles de matar, porque su cuerpo en su mayoría era muy duro, había que encontrar los puntos blandos y, entonces, procurar no fallar.

Otra tenaza volvió a asomarse y, esta vez, se agarró de la vela mayor y la rompió, los marinos lanzaban arpones hacia ella, pero era inútil y peligroso, pues estos rebotaban.

Alba miraba la escena desde su posición tratando de hacer una imagen mental del monstruo debajo de ellos.

—¿Hacia dónde crees que esté mirando? —preguntó.

—¡¿Qué?! —gritó Lucas sin poder escucharla bien.

—Si la tenaza está ahí —señaló—, ¿dónde estará la cabeza?

En realidad, ella no esperó una respuesta. Del otro lado del barco, justo cerca de Brush, pudo reconocer una de las antenas de la langosta.

—¡Ya la vi!

Corrió directo hacia ahí esquivando marinos y pedazos de madera rotas que caían desde los mástiles, pero de pronto una verga del mástil se soltó y le cayó encima.

No había terminado de reaccionar al dolor, cuando Lucas, que por suerte había corrido detrás de ella, se lo quitó de encima. Alba había caído sobre varios escombros y se cortó el antebrazo y la cara.

—¡No puedes correr así!

Lucas trató de jalarla de nuevo hacia la popa con él y Astor, pero ella volvió a girar hacia donde había visto la antena, seguía ahí, ¡en la proa!

—¡Brush! ¡Brush! —lo llamó—. ¡La cabeza! ¡Ahí está la cabeza!

El lagarto volteó y tan pronto como vio la antena entendió y fue corriendo en esa dirección. Se asomó por el costado del barco donde debería estar la cabeza y lo vio, apenas un poco debajo del agua, el gigante ojo de la langosta.

—Ya eres historia, maldita.

Una sola estocada en el ojo bastó para que las tenazas soltaran el barco, Alba y Lucas llegaron al lado de Brush y comenzaron a disparar contra la langosta, hasta que la vieron perderse en la inmensidad del mar.

***

—Como vuelvas a hacer eso, te perforo un pulmón con la flecha.