Las 3 fases - Jorge Rausch - E-Book

Las 3 fases E-Book

Jorge Rausch

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Beschreibung

En estas Tres fases, tanto la reconocida nutrióloga Marcela Escobar, como el conocido chef Jorge Rausch, nos llevan a través de su experiencia personal por encontrar el peso ideal (luego de una búsqueda ardua por parte de ambos para mejorar su salud), y en donde ellos han encontrado con éxito la eficacia del método que en este libro se ofrece al lector. A partir de 42 deliciosas y sencillas recetas, Jorge, desde su práctica gastronómica, y Marcela, con su conocimiento médico, nos permiten descubrir que sí es posible alcanzar el peso ideal comiendo rico.

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© 2022 Marcela Escobar

© 2022 Jorge Rausch

© 2022, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-958-5191-96-9

Coordinador editorial:

Mauricio Duque Molano

Edición:

Juana Restrepo Díaz

Diseño y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez R.

Fotografías de cubierta y recetas:

Mario Inti García Mutis

instagram: @mariointi

Producción de fotografía:

Adriana Bernal

Preparación de las recetas:

Jacobo Bonilla

Jorge Rausch

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Agradecimientos especiales a:

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Introducción

CAPÍTULO 1

Mi historia

El rincón del chef

Comida sana versus comida chatarra

CAPÍTULO 2

Obesidad

El rincón del chef

La comida sana es la que no tiene etiquetas

CAPÍTULO 3

Estadios de cambio

El rincón del chef

Recetas de snacks saludables

CAPÍTULO 4

Las 3 fases

Fase 1

El rincón del chef

Recetas para la fase 1

Fase 2

El rincón del chef

Recetas para la fase 2

Fase 3

El rincón del chef

Recetas para la fase 3

Consejos del chef

 

Epílogo

 

Introducción

Quiero contarles una historia, ¿cómo nació mi amor por la comida? Sí, porque la cocina ha sido parte fundamental de mi vida y porque es el tema central de este libro. Mi papá fue quien me enseñó a amar un buen plato, llevándome a distintos restaurantes a probar todo tipo de comida. Cuando crecí me fui a estudiar Economía a Israel. Estando allí me di cuenta de lo mucho que me gustaba cocinar: fui comprando uno que otro libro de cocina y terminé totalmente encarretado con el tema. Fue así como abandoné mi carrera y me fui a Inglaterra a estudiar cocina. De esta manera llegué a mi gran pasión, pues siempre me ha gustado comer: es un gran placer, una delicia de la vida.

Sin embargo, siempre luché con mi peso, he aquí la razón de este libro. Nunca tuve una obesidad muy alta, pero desde que tenía veintidós, o veintitrés años, subía y bajaba de peso. Cuando estaba en Israel pesaba sesenta y cuatro kilos y cuando me fui a trabajar a Inglaterra, en cocina, al año y medio llegué a pesar ochenta kilos. La historia de mi vida: subía y bajaba, mis hábitos y trabajos cambiaban constantemente. En definitiva siempre fue un tema que me costó. Así que si estás leyendo este libro, por esta misma razón, créeme que te entiendo. Si lo estás leyendo para mantenerte saludable también me parece excepcional: no hay nada como cuidarse a uno mismo.

Por otra parte, como siempre me ha gustado comer y cocinar, degustar en mis restaurantes, ver que la gente disfrute de su comida, no me imagine que iba a encaminarme en la comida saludable (la cual puede ser igual de deliciosa), esa no era la visión que tenía en ese entonces. Incluso hoy en mis restaurantes, como en Criterión, parte de la finalidad no es comer saludable, ni contar calorías, aunque sí tenemos cada vez una comida más sana, vegetal y ligera, siempre prima el concepto de lo delicioso. Como yo también daba clases de cocina, y hacía programas en televisión, tampoco pensaba en este tema o que la cocina saludable era algo que debía enseñar. Fue así como hice nueve libros de cocinas con excelentes y exquisitas recetas. Este libro que estás leyendo es el primero que tiene a la cocina saludable como objetivo principal. Lo escribí junto a la doctora Marcela Escobar, la mejor nutricionista que conozco, y de quien te hablaré un poco más adelante.

La realidad es que la vida me dio un vuelco y un llamado de atención en mi salud: en el año 2019 yo estaba filmando MasterChef Ecuador, y me empecé a enfermar. Estaba pensado ochenta y seis kilos, se me subía la presión arterial, y la hernia de disco que tengo, comenzó a doler mucho. Todos los días me ponían una inyección para poder pararme a grabar y un día me tuvieron que llevar al hospital por la presión arterial alta. Eso, sumado a que mis hijas me dijeron debía bajar de peso, fueron el punto de inflexión. Nadie me creyó, ni ellas, pero logré bajar diecisiete kilos. Empecé en ochenta y seis llegué a sesenta y ocho kilos, de la mano de Liliana Nieto, nutricionista y directora ejecutiva de Bigenics. Sin embargo, acabé la dieta, me mantuve un buen tiempo, pero no comía saludable: seguía comiendo mal, tomando trago, alimentándome a deshoras y en mis hábitos, todavía estaba mal. Fue hasta que llegó la pandemia —porque antes no me quedaba tiempo de hacer nada— que encontré un espacio para mí: para cocinarme, hacer ejercicio y me agarró la fiebre de hacer pesas, ganar músculo, me interesé por la buena alimentación, de verdad. Fue un gran momento: me di cuenta de algo que los va a sorprender seguramente: bajar de peso es fácil, lo dificil es ganar masa muscular. Mi dietista de ese entonces me dijo: ‘Estás perdiendo músculo’, y ahí comencé el ejercició en forma. Sí, perdí diecisiete kilos, subí diez en masa muscular, lo que solo se logra con ejercicio y alimentación. Para mí este proceso en realidad ha sido divertido (al comienzo no lo fue tanto), pero después comencé a aprender de cocina saludable, de proteínas, grasas saludables, carbohidratos complejos, a dedicarme tiempo, del ejercicio como terapia, de la capacidad de darnos amor para sentirnos bien a todo nivel. Mi cambio se dio por la alarma de la salud, porque quería dar una mejor imagen de mí mismo para mi entorno, los televidentes, las marcas que represento en mi trabajo, y mi familia.

Entonces, mi querido lector, ese tiempo se vino a ver reflejado en cómo me siento hoy en día: fantástico, mejor que hace treinta años, me siento bien conmigo mismo, cuando me miro al espejo (y no netamente por una cuestión de vanidad), sino de amor propio. Puedo ver el programa y sentirme satisfecho y, sobre todo, me siento feliz a mis cincuenta años, en uno de los mejores momentos de mi vida, no solo por el peso y el ejercicio (que igual son una parte imprescindible para mí), sino porque tengo energía, ganas de vivir, me siento renovado. Y esto es algo que nos puede pasar a todos. De ahí mis ganas de compartirlo con ustedes, porque sí, se los aseguro.

Conocí a la doctora Marcela Escobar por intermedio de nuestra mánager Lina Hinestroza, y con ella uní mi pasión por la cocina y la comida saludable: lo que vamos a presentar en este libro. Marce es una gran profesional, nutrióloga, doctora, mamá, ella se arriesga a hacer una dieta para cada persona de manera empática. Hicimos clic de inmediato. Nuestro primer paso fue hacer un curso de cocina completo en una masterclass para enseñar a comer rico y saludable. Este proyecto inicial contiene muchas enseñanzas que le van a servir a la gente en su día a día. Hoy recopilamos todo ese trabajo en este libro.

Me baso en los últimos estudios que he hecho sobre el tema para entregar este conocimiento a quien quiera utilizarlo y, sobre todo, para desmitificar dos cosas: la primera, que comer sano es caro y feo, y la segunda, que uno mismo no puede cocinarse platos deliciosos. Voy a demostrar que esto no es así. Hay otros factores que también influyen: si se quiere mejorar los hábitos, hay que tomarse un tiempo para todo, sobre todo para uno mismo, porque el que baja rápido, sube rápido y no baja grasa sino músculo. Por eso hay que hacerlo bien, de la mano de un experto, porque si bajas muy rápido de peso, subir masa muscular después es difícil. Con Marce empezamos el curso: yo he estudiado, pero ella es la experta, la mejor. Mi papel ha sido empaparme del tema para hacer la mejor versión en mi cocina.

Te lo digo así: La nutrición, en estos últimos cinco años, ha cambiado más que hace setenta.

Por eso nuestra meta con Marce es una: resolver el problema inmenso de ver que la salud viene de lo que comemos, proponiendo platos saludables, brindándoles a las personas un mapa de qué hacer cuando deciden hacer un cambio, con herramientas, a través de la comida saludable. Abogamos por un plan sostenible en el tiempo, no de esas dietas rápidas que se abandonan fácilmente, sino dietas variadas, deliciosas y realistas.

Hoy te invito a leer este libro que hemos preparado con todo el amor y las ganas para que tú mismo seas quien realicé, con gusto y alegría, un cambio positivo, si es que así lo deseas. ¡Bienvenidos y bienvenidas!

CAPÍTULO 1

Mi historia

Con frecuencia me preguntan por qué me dediqué a la nutrición y es una respuesta en la que me gusta profundizar porque creo que es lo que me permite generar un vínculo especial con mis pacientes. Más allá de ser médica, soy una mujer, una que nació en una ciudad que ha sido catalogada como la cuna de las mujeres más lindas del mundo, y aunque este título puede sonar honroso, en realidad pone una carga agobiante en quienes nos denominamos paisas. Lo veo todos los días en la consulta: mujeres desesperadas por llenar estándares sociales, que quieren perder peso aun estando saludables. O, por el contrario, mujeres llevando a cuestas una enfermedad metabólica a causa de su deseo por romper esos estereotipos y protestar a través de su cuerpo, pero que al final terminan consultando porque no se sienten sanas, e incluso pueden haber desarrollado otras enfermedades relacionadas con el peso, como la hipertensión o la diabetes.

Crecí en una familia tradicional: mi papá, un médico general; mi mamá, ama de casa; dos hermanos menores, el segundo producto de un proceso de adopción. Cuando veo las fotos familiares, comprendo la importancia que tiene la herencia para el desarrollo de la enfermedad. Si bien antes de la llegada de los hijos mis padres eran delgados, ambos empezaron a ganar peso hasta llegar a la obesidad. Recuerdo que mi papá se desesperaba cuando veía que yo, cuando era pequeña, no comía de una forma adecuada, y me decía frases como “a los gorditos solo los quiere la mamá”. Ahora entiendo que él ha tenido que librar sus propias batallas con el peso y no quería que yo, su hija del alma, pasara por lo mismo, menos siendo una mujer en la ciudad donde la belleza se relaciona directamente con la talla de la ropa que usas. Además, recuerdo que mi mamá vivía de dieta en dieta: la de los puntos, la de la piña y el atún, y quién sabe cuántas otras más que no recuerdo. Llegó a tomar pastillas, pasó por la sibutramina, un medicamento que salió del mercado colombiano hace varios años por sus efectos secundarios, y otras tantas chichas que mis tías, quienes también vivían a dieta, le recomendaban.

La primera vez que tuve consciencia de mi peso tendría doce años, ya estaba entrando en la adolescencia, y como el ejemplo es lo que más arrastra, empecé con mi propio diario de dietas, comencé con el gimnasio simultáneamente y esto me llevó a lucir delgada durante muchos años. Nunca había sentido tanta presión por la delgadez como cuando llegué a la universidad. Siempre me había considerado una mujer de carácter fuerte, feminista, segura y con buena autoestima, pero poco a poco fui descubriendo que esto no era cierto. Cuando estaba en el tercer semestre de medicina decidí participar en el reinado de Señorita Antioquia. Ojalá, mi hija nunca me diga que quiere participar en ninguno de estos certámenes, pues tanta belleza es la olla donde se cocinan las más profundas inseguridades. Los periodistas nos comparaban y nos destruían ante cualquier “defecto” que bajo su lupa podríamos tener; los preparadores se referían al cuerpo femenino con sarcasmo, haciendo analogías con el cuerpo de algunos animales, y estos comentarios se hacían con tanta frecuencia y tal desparpajo que llegaban a normalizarse. Por cierto, no sé si pensaban que además de tener cuerpo de hipopótamo, caderas de vaca, abdomen de elefante, éramos sordas, porque esos comentarios los hacían de frente, entre risas y sin anestesia. Ahora me pregunto cuál puede ser el impacto de este tipo de comentarios en el cerebro de una mujer que está en el proceso de construcción de su personalidad.

No era diferente cuando llegué a la universidad. Los compañeros hombres hablaban entre ellos de las mujeres como si tuviéramos que llenar ciertos criterios de belleza para poder ser dignas de su atención. Nos clasificaban, hacían comentarios de comparación que fomentaban esa sensación de rivalidad que en ocasiones tenemos las mujeres, para posteriormente criticar el tipo de relación que construíamos entre nosotras. Esta es muy flaca, esta está “buena”, esta es muy linda pero muy loca, y así, como si estuvieran en una feria de ganadería y fueran a escoger sus ejemplares. Todo esto fomentaba aún más ese pensamiento que yo llamaría obsesivo por mantener y conservar una figura.

El último año de la carrera de medicina se llama internado, y recibe ese nombre precisamente porque uno vive casi que internado en un hospital. Es un año muy importante porque es donde se consolida el conocimiento que has adquirido durante toda la carrera, y lo que te prepara para enfrentarte a la atención de los pacientes sin tener un profesor al lado. También es un año muy estresante, lleno de carga académica que hace que por momentos sientas que no vas a ser capaz de llegar al final. Algunos profesores en medicina trabajan bajo la premisa “la letra con sangre entra”, y si no estás lo suficientemente preparado para ellos, podrías llegar a ser humillado fácilmente frente a los pacientes, tus compañeros y otros profesores. Ante el pánico de ser señalados de esta manera, la presión por tener todas las respuestas es asfixiante, y al final, una situación que genera tanto estrés termina llevando al cuerpo a buscar una fuente de placer inmediata, una accesible y socialmente permitida: la comida.

Durante el tiempo que estudié medicina tuve un novio para quien la apariencia física era muy importante y me lo recordaba con cierta frecuencia. Él es médico también y estudiaba unos años más adelante que yo. Recuerdo cómo criticaba a sus compañeras por engordar en este último año de carrera. Siempre decía: “no entiendo por qué empiezan lindas y terminan como unos marranos”. En ese momento yo solo asentía, pues había estado tan familiarizada con ese tipo de comentarios durante tanto tiempo, que ya me parecía normal escucharlos. Me habría encantado saber en ese entonces lo que sé hoy para poder tener una reacción completamente diferente y poner límites a esa violencia que se normaliza.

El caso es que cuando llegué al último año de la carrera lo hice con pánico, no quería engordar, no quería perder la figura por la que había “luchado” tantos años, y pongo esa palabra entre comillas porque eso es lo que sienten muchas personas frente a su peso: que es una lucha, una larga y agotadora lucha en la que se pierde con mucha frecuencia y el peso termina ganando. Ojalá al finalizar este libro ese concepto cambie para todos los lectores.

Por el temor de ganar peso empecé a pedirle a mi mamá que me cocinara en casa para no tener que comer en el hospital, ya que, de manera contradictoria, en los espacios en los que se debería fomentar la salud, como clínicas y hospitales, la oferta gastronómica es un desastre: panzerotti, pastel de pollo, empanada, palito de queso, buñuelo… en fin, la definición misma de incoherencia. Y como ya no contaba con el tiempo libre suficiente para ir al gimnasio, después de trabajar todo el día me iba para mi casa caminando, lo que sumaba unos doce kilómetros de recorrido. De ese modo, terminé el último año más delgada de como lo había empezado, aunque aquel novio no lo pudo presenciar porque ese mismo año terminamos la relación. Los comentarios de las personas cercanas no se hicieron esperar: ‘estás muy linda, ese vestido te queda hermoso, vas a estar radiante en la graduación’. Sé que esas personas lo decían como un halago, pero en realidad solo me estaban reforzando la relación enferma que había construido con la comida y el ejercicio: había llegado al punto de comer con culpa, restringir mis alimentos sin ningún tipo de guía, hacer ejercicio por una obligación angustiosa y no por placer.

No conocemos las batallas que libran los demás frente a su apariencia, y a veces los comentarios que consideramos positivos pueden hacer daño. Hablémosles de manera amable a las personas, recordémosles cuánto las queremos, lo felices que somos por tenerlos en nuestras vidas, lo agradable que es compartir con ellos, pero evitemos comentar sobre su apariencia, pues no sabemos qué fibras tocamos, y con mayor razón, si vamos a decir algo negativo en relación con su peso.

Después de la graduación empecé mi año rural y, desde luego, continuaba con la rutina de ejercicios y alimentación restringida. Inicié en ese momento una relación con quien, en pocos meses, se convertiría en mi esposo. El plan era casarnos e irnos a vivir fuera del país para que él hiciera un MBA, así que pusimos el plan en marcha y un año después ya estaba casada y viviendo en Estados Unidos. Estas fueron dos transformaciones muy importantes en mi vida que marcaron la aparición de muchos indicios con los que no estaba familiarizada. El cambio de clima, costumbres, alimentación, idioma, además de la responsabilidad de un matrimonio, empezaron a hacer manifiestos todos los síntomas de la ansiedad y la depresión. No dormía bien en la noche, pasaba todo el día cansada, había perdido interés por las cosas cotidianas, me sentía muy melancólica, todo me daba ganas de llorar, no quería compartir tiempo con otras personas, sentía que las decisiones que había tomado me pesaban y que me había equivocado.

Lejos del juicio de apariencia que vivía en mi ciudad, alejada de mi familia, de todo lo que me gustaba hacer y donde quería estar, encontré refugio en la comida. Empecé a comer todo lo que durante tantos años había restringido, y entre chocolates, panes y dulces buscaba una pausa a la sensación de angustia que sentía. En pocos meses gané más de diez kilos, la ropa no me servía, la sensación de malestar se hacía cada vez más grande, el sueño seguía alterado, no tenía ganas de realizar ninguna actividad física, y me monté, en lo que le describo a mis pacientes como la rueda del hámster: no quería levantarme porque me sentía mal, pero me sentía mal porque no quería levantarme.

Un año después volví a Medellín, con un matrimonio lleno de vacíos y con la intensión de recuperar lo que era antes de haberme ido del país. Mi matrimonio duró cinco años, borré muchos recuerdos de esta época de mi vida: no fue fácil tomar la decisión de separarme, y mientras batallaba con el matrimonio, también lo hacía con mi peso. Hoy entiendo que el peso no debe ser un objetivo. Cuando le pongo un número ideal a la báscula, no me estoy centrando en lo verdaderamente importante, que es la sensación de bienestar. Si el centro de todo es llegar a un valor numérico, no importarán los métodos que se utilicen para llegar a él, y créanme que son muchas las historias que escucho en consulta de mecanismos aberrantes que llevan a una pérdida de kilos, pero diría que con los kilos también se va la salud y el bienestar. El peso debe ser una consecuencia de hacer las cosas que necesito para sentirme mejor; el peso es el resultado de encontrar el balance en la vida, de vivir en armonía, de estar bien.

Recuerdo que cuando era pequeña, en una clase de vocacionales en el colegio, la profesora Anabel nos entregó una barra de plastilina a todas las estudiantes para que creáramos lo que más deseábamos para nuestro futuro, y mientras mis compañeras moldeaban aviones, dinero, profesiones, a mí solo se me ocurrió crear un bebé. Siempre, y muy al estilo de Susanita, soñaba con formar una familia, tener hijos, una casa, un perro y vivir feliz para siempre. Así soñaba mi futuro. Pero ahí estaba, a los treinta años, sola, recién divorciada, quebrada económicamente y sin un norte claro en la vida. Seguía peleando con el peso, bajaba un kilo para subir dos, me costaba no solo perder peso, sino también mantener el que había perdido, y era así como entrar a mi armario era ver la ropa de varias mujeres, porque tenía tres tallas diferentes: desde la seis a la doce para poder tener alternativas dependiendo de mi fluctuación de peso.

Estaba perdida, visité todos los nutricionistas de la ciudad, ponía en práctica sus dietas y perdía peso, pero era el mismo que volvía a ganar unos meses depués cuando me sentía sola, cuando sentía que había fracasado en mis proyectos de vida, cuando no encontraba salida para la angustia de no poder alcanzar lo que siempre había soñado. Me cansé. Decidí estudiar esta profesión que me ha cambiado la visión de esta enfermedad, y que poco a poco me ha llevado a sanar mi relación con el cuerpo, la comida y los buenos hábitos. Por supuesto que esto que se resume en una frase no fue tan fácil de llevar a cabo. Es un proceso que sigue evolucionando, todavía tengo cosas por aprender y sanar. Lo que mis pacientes no saben es que ellos han sido parte fundamental del aprendizaje, y que mientras los llevo de la mano en su proceso, soy yo quien también va sanando junto a ellos.

En ese camino de búsqueda personal y aprendizajes quedé en embarazo, una noticia maravillosa acompañada de mucha incertidumbre, ya que no tenía una relación estable con el padre de mi hija. Decidimos continuar adelante con el embarazo, pero no con la relación de pareja. Asumir un embarazo sin una pareja no es nada sencillo, y como si fuera poco, hacia los cuatro meses de gestación empecé a recibir llamadas amenazantes de un anónimo que me exigía enviarle fotos desnuda. Si no cedía ante su demanda, procedería a arrojarme ácido en la cara. Sabía dónde vivía, me citaba el recorrido que yo hacía ida y vuelta de mi casa al trabajo, y entre tanta angustia nuevamente me refugié en la comida. Aumenté treinta kilos en el embarazo, y por el aumento de peso tenía también un edema gestacional, así que desde los cinco meses de embarazo ni siquiera me podía poner mis zapatos porque simplemente no me cabía el pie. Me dolía todo el cuerpo, cada articulación y cada músculo, estar acostada era un martirio, pero levantarme también. Decidí que este aumento de peso iba a ser temporal, y en ese momento de lo único que me quería ocupar era de tener a mi hija sana entre mis brazos. Después me encargaría del resto.

Y así fue. Luego de tener a mi hija, inicié con actividad física y una alimentación mucho más equilibrada, sin mencionar que la lactancia materna también tuvo sus beneficios para la recuperación de mi peso habitual. Han pasado cinco años desde que tuve a mi hija, aún tengo pequeñas fluctuaciones en mi peso, el recordatorio de que la obesidad es una enfermedad crónica, y que aún cuando esté controlada, cualquier detonante puede hacer que reaparezca. En 2020, un año de retos para todos, tuve dos situaciones de quiebre. Desde 2018 estoy casada con un hombre maravilloso, mi cómplice, mi mejor amigo. Alrededor del mes de abril me di cuenta de que estaba nuevamente en embarazo y fue la mejor noticia del universo: yo, que siempre había soñado con ser mamá, tenía la posibilidad de serlo nuevamente, en esta oportunidad, al lado de mi pareja. Mi familia estaba feliz y mi hija soñaba con convertirse en hermana mayor. Después de doce semanas de embarazo, cuando tendría mi segunda ecografía, me dieron la noticia de que mi bebé había dejado de crecer desde la semana ocho de gestación. Fue devastador. Solo quería llorar y llorar, se me rompió el alma. Todas las ilusiones, los proyectos y los sueños que nos habíamos permitido tener ya no existían, y adivinen: volví a aumentar de peso, ya no tanto, porque una de las cosas que he aprendido en este proceso es a identificar cuando me voy a caer, y de esta forma evito la caída o me levanto rápidamente para seguir conectada con el estilo de vida que me hace sentir feliz, vital y llena de energía.

Para diciembre de 2020 estaba atravesando por una segunda pérdida, así que mi esposo y yo decidimos esperar, tomarnos un tiempo, entender lo que nos estaba diciendo la vida, permitirle a mi cuerpo y a mi alma sanar. Así que durante el último año me he conectado con mi centro y propósito, me he dedicado a mi familia y a mi trabajo, y gracias a eso se me presenta la oportunidad de contarles a todos ustedes esta historia. Con esto solo espero que vean cómo los altos y los bajos que tenemos todos en la vida representan un reto adicional para quienes tenemos una enfermedad metabólica como la obesidad. A veces uno quisiera tirar la toalla y no pensar en el peso, ya que la comida se convierte en nuestra principal fuente de placer. Es como tener a la mano el abrazo de la mamá que dice que todo va a estar bien, y obviamente, frente a situaciones dolorosas o de estrés, lo más fácil es no hacer nada, dejarse llevar por el impulso y comer hasta olvidar.