Las nubes - Aristófanes - E-Book

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Aristófanes

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Beschreibung

Las Nubes fue presentada por primera vez el ano 423 a. C., pero Aristófanes no logró ganar el primer lugar, sacando el tercero en las Dionisias. Aristófanes jamás se resignó a haber perdido. Por lo mismo, reescribió entre los anos 420 y 417 el texto de su obra y esa es la versión que se conserva en la actualidad. Esto lo sabemos porque en la misma comedia el coro exhorta a los espectadores reprochándoles el haber perdido. Aristófanes la consideraba su obra más fina de entre sus comedias. En las nubes aparece la primera referencia histórica sobre Sócrates, que es presentado como un sofista.

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Seitenzahl: 70

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Las nubes

Aristófanes

Booklassic 2015 ISBN 978-963-526-857-3

Personajes

ESTREPSÍADES, agricultor ateniense.

FIDÍPIDES, su hijo.

UN ESCLAVO DE ESTREPSÍADES.

UN DISCIPULO DE SOCRATES.

SÓCRATES, el filósofo.

EL CORO DE NUBES, en figura de mujeres.

EL ARGUMENTO MEJOR, representado como un hombre mayor de porte antiguo.

EL ARGUMENTO PEOR, un joven con atuendo moderno.

EL ACREEDOR 1

EL ACREEDOR 2

QUEROFONTE, discípulo de Sócrates.

PERSONAJES MUDOS: Discípulos de Sócrates; Testigos del Acreedor 1º; Jantias, esclavo de ESTREPSÍADES; otros esclavos.

Parte 1 Primer Acto

Hay dos casas, una grande, que pertenece a ESTREPSÍADES y otra pequeña, en la que viven SÓCRATES y sus discípulos. Ante la casa deESTREPSÍADES, en primer plano, se simula un interior. Es todavía de noche. Ocupan sendas camas ESTREPSÍADES y su hijo FIDÍPIDES. El padre da vueltas en la cama y acaba por levantarse.

 

ESTREPSÍADES. ¡Ay, ay, Zeus soberano!, ¡qué larga es la noche! Es interminable. ¿Nunca se hará de día? La verdad es que he oído hace un rato cantar al gallo, pero los esclavos aún están roncando. Antes no hubiera pasado esto. ¡Maldita seas, guerra, maldita por tantas y tantas cosas, cuando ya ni siquiera puedo castigar a los esclavos! 

Tampoco el chico este se despierta en toda la noche. ¡Mira cómo se tira pedos bien envuelto con cinco mantas! En fin, si os parece, vamos a roncar bien tapados. (Se acuesta y se tapa.) Nada, no puedo dormir, ¡pobre de mí!, mordido como estoy por los gastos, los pesebres y las deudas, por culpa de este hijo. Él, con su pelo largo, monta, guía el carro y sueña, todo con caballos. En cambio yo estoy hecho polvo cuando veo que la luna me trae otra vez el día veinte del mes, pues los intereses se acumulan . 

(Hacia la casa.) 

Chico, coge el candil y saca los apuntes de mis cuentas, para que mire a quién le debo dinero y calcule los intereses. 

(Un esclavo trae un candil y las tablillas con las cuentas.) 

A ver qué debo. «Doce minas a Pasias». ¿De qué, doce minas a Pasias? ¿Por qué se las pedí prestadas? Ya está: cuando compré el caballo señalado con la «coppa». ¡Pobre de mí!, ¡ojalá me hubiera señalado  antes el ojo con una piedra!

FIDÍPIDES. (Dormido.) 

Filón, estás haciendo trampa. Ve por tu calle.

ESTREPSÍADES. Ésa, ésa es la desdicha que me tiene hecho polvo: hasta dormido sueña con los caballos.

FIDÍPIDES. (Dormido.) 

¿Cuántas vueltas a la pista van a dar los carros de guerra? .

ESTREPSÍADES. ¡Tú sí que me haces dar muchas vueltas a mí, a tu padre! Después de Pasias, ¿en qué deuda me metí? «Tres minas por un carro pequeño y un par de ruedas a Aminias.»

FIDÍPIDES. (Dormido.) 

Haz que el caballo se revuelque  y luego llévatelo al establo.

ESTREPSÍADES. ¡Ay, amigo!, ¡a mí sí que me has revolcado… fuera de mi dinero: ya he perdido varios pleitos y otros acreedores dicen que me van a embargar por los intereses!

FIDÍPIDES. (Despierto.) 

A ver, padre; ¿por qué te pones de mal humor y andas dando vueltas toda la noche?

ESTREPSÍADES. Me está picando entre las mantas… un demarco .

FIDÍPIDES. ¡Déjame dormir un poco, hombre! 

(Se tapa otra vez y sigue durmiendo.)

ESTREPSÍADES. ¡Por mí, duerme! Pero para que te enteres: todas estas deudas serán tu problema. ¡Ay, ojalá hubiera reventado la casamentera que me empujó a casarme con tu madre! Yo llevaba una vida de agricultor muy agradable: sucio y mugriento, tumbado a la bartola, con un montón de rebaños, de miel de abejas y de aceitunas prensadas.

Pero me fui a casar con la sobrina de Megacles, hijo de Megacles, yo, un campesino, con una de ciudad: una señoritinga loca por el lujo, del estilo de Cesira. el día que me casé con ella, yo, acostado a su lado, olía a vino nuevo, a higos secos, a copos de lana y a abundancia, pero ella olía a perfume, a azafrán, a morreos, a despilfarro, a glotonería, a Afrodita Colíade y a Genetilide.Sin embargo, no diré que era una vaga, que ella tejía y tejía, así que yo le mostraba esta capa 

(señala su capa) 

tomándola como excusa para decirle: «Mujer, tejes demasiado apretado» .

ESCLAVO. (El candil se apaga.) 

No nos queda aceite en el candil.

ESTREPSÍADES. ¡Rayos! ¿Por qué me encendiste el candil que chupa tanto? Ven aquí, que me las vas a pagar.

ESCLAVO. ¿Por qué te las voy a pagar?

ESTREPSÍADES. Porque le metiste una mecha de las más gruesas. 

(El ESCLAVO se va.) 

Más adelante, cuando nos nació este hijo, a mí y a la buena de mi mujer, nos empezamos a pelear por el nombre. Ella quería añadir «ipo»  al nombre: Jantipo, Queripo o Calipides, mientras que yo quería ponerle Fidónides, por su abuelo. Pasaba el tiempo mientras tratábamos de decidirlo y, al fin, llegamos a un acuerdo y le pusimos FIDÍPIDES. Ella cogía a este tipo y le decía cariñosamente: «Cuando tú seas mayor y conduzcas la carroza hacia la Acrópolis   como Megacles, con la túnica de lujo… ».

Yo, en cambio, le decía: «Más bien cuando traigas las cabras desde el Roquedal, como tu padre, vestido con la pelliza». Pero él no me hacía ni pizca de caso y así hizo que cayera sobre mis bienes una peste caballar . Llevo toda la noche pensando cómo salir de esto y, por fin, ahora acabo de encontrar un camino totalmente excepcional; si consigo convencerlo de que lo siga, me veré a salvo. Bueno, en primer lugar quiero despertarlo. ¿Cómo podría yo despertarlo suavemente?, a ver, ¿cómo? ¡Fidípides, Fidipidito!

FIDÍPIDES. ¿Qué pasa, padre?

ESTREPSÍADES. Bésame y dame tu mano derecha 

FIDÍPIDES. (Se incorpora y le alarga la mano.) 

Aquí la tienes. ¿Qué pasa?

(Las camas son retiradas del escenario.)

ESTREPSÍADES. Dime, ¿tú me quieres?

FIDÍPIDES. Sí, ¡por Posidón Hípico, aquí presente! (

Señala una estatua.)

ESTREPSÍADES. No, no por el Hípico, ni hablar, que ese dios es el culpable de mis desgracias. Pues si me quieres de verdad, de corazón, obedéceme, hijo.

FIDÍPIDES. ¿Y en qué tengo que obedecerte?

ESTREPSÍADES. Cambia de un plumazo tu estilo de vida y vete a aprender lo que yo te diga.

FIDÍPIDES. A ver, dime, ¿qué me mandas?

ESTREPSÍADES. ¿Me vas a hacer caso?

FIDÍPIDES. Te haré caso, ¡por Dioniso!

ESTREPSÍADES. Bien, pues mira aquí. ¿Ves esa puertecita y esa casita? 

(Señala la casa de SÓCRATES.)

FIDÍPIDES. Sí. ¿Qué es eso en realidad, padre?

ESTREPSÍADES. Eso es el «caviladero» de los espíritus selectos. Ahí viven unos hombres que, al hablar del cielo, tratan de convencerte de que es una tapadera de horno, y de que está alrededor de nosotros, que somos los carbones. Si se les paga, ellos te enseñan a ganar pleiteando todas las causas, las justas y las injustas.

FIDÍPIDES. ¿Y quiénes son?

ESTREPSÍADES. No sé exactamente el nombre. Son «cavilopensadores», gente bien.

FIDÍPIDES. Bah, unos hijos de perra. Ya sé yo: te refieres a esos fantasmones, paliduchos y descalzos, entre los que están el desgraciado de Sócrates y Querefonte.

ESTREPSÍADES. Eh, eh, cállate. No digas niñerías. Si algo te importan los garbanzos de tu padre, hazte de su grupo, por favor, y manda los caballos a paseo.

FIDÍPIDES. Ni hablar, ¡por Dioniso!, ni aunque me dieras los faisanes que cría Leógoras 

ESTREPSÍADES. Anda, ve, te lo pido por favor, hijo de mi alma; ve a que te enseñen.

FIDÍPIDES. ¿Y qué quieres que aprenda?

ESTREPSÍADES. Dicen que con ellos están los dos Argumentos, el Mejor, sea como sea, y el Peor. De esos dos Argumentos, dicen que el Peor gana los pleitos defendiendo las causas injustas. Así que, si me aprendes ese Argumento injusto, de lo que ahora debo por tu culpa, de todas esas deudas, no tendría que devolver ni un óbolo a nadie.

FIDÍPIDES. No te puedo obedecer, que ni me atrevería a mirar a la cara a los caballeros estando tan descolorido.

ESTREPSÍADES. ¡Por Deméter! Que conste que de lo mío no vas a probar bocado, ni tú, ni el caballo del tiro, ni el marcado con la s. Te echaré de casa, ¡a hacer puñetas! 

FIDÍPIDES. Pues mi tío Megacles no va a consentir que yo me quede sin caballos. Hala, me voy adentro, y a ti, ¡ni caso! 

(Entra en su casa.)

ESTREPSÍADES. Pues yo, desde luego, no voy a quedarme así, hecho polvo. Voy a encomendarme a los dioses e iré yo en persona al caviladero para que me enseñen. Pero a mí, con lo viejo, lo olvidadizo y lo burro que soy, ¿cómo me van a entrar esas exquisiteces y esas finuras de argumentos? No tengo más remedio que ir. ¿Por qué ando perdiendo el tiempo con estas cosas en vez de llamar a la puerta? 

(Llama a la puerta del caviladero.)¡Chico, chico!

DISCÍPULO. (Abriendo la puerta.)

 ¡Al cuerno! ¿Quién llama a la puerta?

ESTREPSÍADES. Estrepsíades, hijo de Fidón, de Cicina.

DISCÍPULO. ¡Un patán, por Zeus!: le has pegado una patada a la puerta de una forma tan increíble que has hecho abortar una idea recién inventada.

ESTREPSÍADES. Perdona, es que yo vivo lejos, en el campo. Anda, dime la idea abortada.

DISCÍPULO. No se nos permite decirla a los que no sean discípulos.

ESTREPSÍADES. Entonces, dímela con toda confianza, que yo, aquí donde me ves, vengo al caviladero para ser discípulo.

DISCÍPULO. Te lo voy a decir, pero hay que considerar estas cosas como misterios. Hace un momento preguntaba Sócrates a Querefonte cuántas veces podría saltar una pulga la longitud de sus pies, pues una mordió la ceja de Querefonte y luego saltó a la cabeza de Sócrates.

ESTREPSÍADES. ¿Y cómo consiguió medirlo?

DISCÍPULO. De una forma muy astuta. Fundió cera; después cogió la pulga y le sumergió los dos pies en la cera; cuando la pulga se enfrió, se le habían formado unas zapatillas persas; se las quitó, y medía con ellas la distancia.

ESTREPSÍADES. ¡Zeus soberano!, ¡qué finura de mente!

DISCÍPULO.