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Acarnas es una tierra rica, pero Aristófanes caricaturiza a sus habitantes haciéndoles carboneros. Esto le permite parodiar una escena del Télefo de Eurípides. En dicha tragedia, Télefo, rey mítico de Misia y combatiente en el bando troyano en la guerra de Troya, es herido por la lanza de Aquiles, la cual puede curar las heridas que causa. Se introduce pues, disfrazado de mendigo, en el campo griego. Desenmascarado, se salva tomando como rehén al joven Orestes. En Los acarnienses, es un saco de carbón lo que Diceópolis toma como rehén.
Diceópolis se opone también a los sicofantas (delatores profesionales), quienes pretenden que las denuncias sean de su exclusividad. También rompe el embargo decretado por Atenas sobre la ciudad de Megara al principio de la guerra.
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Seitenzahl: 47
Veröffentlichungsjahr: 2015
DICEÓPOLIS, ciudadano de Atenas.
UN UJIER.
ANFITEO, semidiós.
UN EMBAJADOR.
PSEUDOTARBAS, enviado del Gran Rey.
TEORO, diputado en la Corte del Rey de Tracia.
LA HIJA de Diceópolis.
EL ESCLAVO de Eurípides.
EURÍPIDES.
LÁMACO, general.
UN MEGARENSE.
Dos MUCHACHAS, hijas del megarense.
UN SICOFANTE (o delator).
UN TEBANO.
NICARCOS.
UN ESCLAVO de Lámaco.
UN LABRADOR.
UN PARANINFO.
DOS MENSAJEROS.
PERSONAJES MUDOS.
Los CARBONEROS ACARNIENSES, que forman el Coro.
Plaza pública de Atenas.
DICEÓPOLIS.-¡Cuántas veces me he requemado la sangre! Raras, rarísimas han sido, en cambio, mis alegrías; no más de cuatro. Mis amarguras fueron innumerables, como las arenas de las playas. Porque, en verdad, ¿que placer experimente que fuese lo que se llama un regocijo? ¡Ah, si! Ahora recuerdo una cosa que me llenó el alma de júbilo. Fue en el teatro, cuando Cleón no tuvo más remedio que vomitar sus cinco talentos. ¡Qué gusto! Adoro a los Caballeros por tan bonita operación.
Fue un excelente negocio para Grecia. Pero otro día experimente una decepción trágica cuando esperaba, con la boca abierta, escuchar el anuncio de una tragedia de Esquilo y oí en cambio, estas palabras: "Teognis puedes hacer que aparezca tu coro". Daos cuenta del golpe que recibí en el pecho. Tuve, sin embargo, un segundo placer cuando, en cierta ocasión, y después de Mosco, apareció Daxiteo en escena para cantar una canción beocia. Y aquel mismo año pensé morir, con los ojos convulsos, sólo de ver presentarse a Queris para tocar el himno ortiano. Pero nunca, desde que me está permitido venir a los baños me ha picado tanto el polvo en los ojos como hoy en que el Pnyx se encuentra vacío pese a la convocatoria matinal de una asamblea plenaria: los ciudadanos están charlando en el Ágora y por todos lados tratan de evitar el contacto con la cuerda teñida de rojo. Ni siquiera están allí todavía los Pritáneos. Llegarán con retraso y entonces tendrán que disputarse a codazos los primeros puestos, tomándolos por asalto. Lo que menos les importa es como hacer la paz.
¡Pobre, pobre patria mía¡ Yo soy el primero en llegar a la Asamblea; tomo asiento y, como estoy tan solo, suspiro, bostezo, me desperezo, suelto pedos, me aburro, me depilo, cuento hasta mil; y sueño con los campos, enamorado de la paz; detesto la ciudad y pienso en aquellas gentes de mi pueblo que nunca supieron lo que es decir: "compra carbón, vinagre, aceite", que hasta ignoraban el verbo "comprar", y que para todo se bastaban a sí mismos sin tener que romperse la cabeza con tantos golpes de "compra, compra, compra".
Esta vez vengo, pues firmemente decidido a gritar, a interrumpir, a invectivar a todo orador que nos hable de otra cosa que no sea la paz. Pero, justamente, ya llegan los Pritáneos; son las doce. Y ¿no os dije? Es exactamente como os lo dije: todo el mundo se precipita para atrapar los primeros bancos.
EL UJIER.-Pasad, pasad adelante para que estéis dentro del recinto consagrado.
ANFITEO.-¿Ha hablado ya alguien?
EL UJIER.-¿Quién pide la palabra?
ANFITEO.-Yo.
EL UJIER.-¿Tu nombre?
ANFITEO.-Anfiteo.
EL UJIER.-Tú no eres un hombre.
ANFITEO.-No; soy un inmortal. Anfiteo, mi antepasado, era hijo de Deméter y de Triptólemo, padre de Celeo. Celeo se caso con Fenareta, mi abuela, que dio a luz a Licino, mi padre. Soy inmortal y los dioses me han encargado que vaya a tratar solo con los lacedemonios. Pero aunque soy inmortal, señores hombres, me encuentro sin recursos; los Pritáneos no me dan nada.
EL UJIER.-¡Guardias! (Unos arqueros tratan de expulsar a Anfiteo.)
ANFITEO.-Triptolemo y Celeo ¿vais a abandonarme?
DICEÓPOLIS.-Señores Pritáneos, perjudicáis el interés de la asamblea expulsando a ese hombre que desea concertar una paz conveniente y hacer que colguéis los escudos.
EL UJIER.-Siéntate y a callar.
DICEÓPOLiS.-No, por Apolo; no callaré hasta que propongais que se trate de la paz.
EL UJIER.-(Anunciando).-Los embajadores cerca de la Corte del Rey.
DICEÓPOLIS.-¿Qué Rey? Ya estoy harto de vuestros delegados, de sus pavadas y de todas sus ridiculeces.
EL UJIER.-Silencio.
DICEÓPOLIS.-(Viendo entrar a los embajadores vestidos a uso persa).-¡Por Ecbatanal ¡Vaya trajecitos!
EL JEFE DE LA EMBAJADA.-Bajo el arcontado de Eutímenes nos delegásteis a la Corte del Gran Rey con una indemnizacion de dos dracmas diarios…
DICEÓPOLIS.-iCaramba! ¡Nada menos que dos dracmas!
EL EMBAJADOR.-Y podemos decir cuanto hemos tenido que padecer durante la travesía de las llanuras del Caistro, bajo los toldos de los carruajes donde íbamos tendidos, sin fuerza de resistencia, como muertos.
DICEÓPOLIS.-¿Y yo, entonces? ¿Habrá que creer que yo gozaba plenamente de la vida cuando me veía tirado en el fango de las trincheras?
EL EMBAJADOR.-Adonde quiera que llegábamos nos obligaban a beber vino puro o azucarado en copas de oro y de cristal.
DICEÓPOLIS.-¡Oh, ciudad de Cranao! ¿No comprendes que tus embajadores se burlan de tí?
EL EMBAJADOR.- Pues para los bárbaros solo se es hombre cuando se come y se bebe mucho.
DICEÓPOLIS.-Aquí, entre nosotros, solo se tiene por hombres a los libertinos y a los invertidos.
EL EMBAJADOR.-A los tres años de nuestra marcha, llegamos a la Corte del Gran Rey. Pero éste se había ido con todo su ejército para evacuar sus necesidades, lo que le retuvo ocho meses en los Montes de Oro.
DICEÓPOLIS.-¿Y cuanto tiempo necesito para cerrar el ano? ¿Todo un plenilunio?
EL EMBAJADOR.-Luego, regresó a sus alcázares y nos recibió. Mandaba que nos sirviesen bueyes enteros asados al horno.
DICEÓPOLIS.-¡Esta sí que es gorda! ¿Quién ha visto nunca asar bueyes enteros al horno?
EL EMBAJADOR.-Y, ¡palabra de honor! también nos sirvieron un ave tres veces más grande que Cleónimo. Es el ave engañosa.
DICEÓPOLIS.-Ahora me explico porqué nos engañabas tú al cobrar tus dos dracmas.
EL EMBAJADOR.-Y ahora, hénos aquí; nos hemos traído con nosotros a Pseudartabas, el Ojo del Rey.
DICEÓPOLIS.-¡Ojalá que un cuervo le arranque ese ojo a picotazos y tu ojo de embajador además!
EL UJIER.-(anunciando).-El Ojo del Rey.
DICEÓPOLIS.-(Viendo entrar al Ojo del Rey, escoltado por dos eunucos) ¡Hay Heracles! ¡Ay, Señor! ¡Socorrednos! ¡Por los dioses, amigo, que ese ojo tuyo es como un ojo de remo. ¿Buscas una buena ensenada tras de doblar el cabo?
EL EMBAJADOR.-Vamos, Pseudartabas; ten a bien explicar lo que el Rey te ha encargado que comuniques a los atenienses.
PSEUDARTABAS. I artaman exarxas apiaona satra.
EL EMBAJADOR.-(A Diceópolis).-¿Entiendes lo que dice?
DICEÓPOLIS.—Ni palabra ¡por Apolo!