Lo que no se ha dicho - Teresa Wilms Montt - E-Book

Lo que no se ha dicho E-Book

Teresa Wilms Montt

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Beschreibung

Es mi diario, soy yo desconcertadamente desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante el infinito…Soy yo. Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací, me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. No me importa el mundo ni la mediocre balanza que pesa mis actos; pocas son las almas que han amado, gozado y sufrido como yo.

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©Copyright 2023, by Teresa Wilms Montt ©Copyright 2023, by Editorial Santa Inés Colección Grandes Escritores «Lo que no se ha dicho» Literatura chilena, 86 páginas Primera edición: noviembre de 2023 Edita y Distribuye Editorial Santa Inés Santa Inés 2430, La Campiña de Nos, San Bernardo, Chile +56 9 42745447Instagram: santaines editorialFacebook: Editorial Santa Iné[email protected] Registro de Propiedad Intelectual N° A-275916 ISBN Impreso: 9789566107576 ISBN Digital: 9789566107606 Edición General: Patricia González Transcripción: Paola Opazo Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

Página de diario

Este es mi diario

En sus páginas se esponja la ancha flor de la muerte diluyéndose en savia ultraterrena y abre el loto del amor, con la magia de una extraña pupila clara frente a los horizontes.

Es mi diario, soy yo desconcertadamente desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante el infinito… Soy yo.

Miro la faz sobre la charca podrida y ella me devuelve el reflejo tan puro como el más nítido espejo.

A pesar de que en mi alma se albergan lastimeras cuitas, se ilumina mi rostro al reír, como encendido al rescoldo de una santa alegría.

Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su apóstrofe dolorido, que se diría que ellos se levantan a impulsos de una fuerza extraña para ofrendar sus preces en una bendición al Omnipotente.

Miserable lloro, retorciendo mis angustias como a sierpes que quisiera aniquilar, pero en mi camino se detiene a tiempo un santo, un bondadoso, un sencillo y enjugando mis ojos me dice:

—¡Qué buena eres! Llora, que esta agua que vierte el alma endurecida, bendita es, la recoge Él, que está más alto —y señala los espacios.

No puedo ser mala, no; la bondad me sale al encuentro. Me parece que el mismo mal se hubiese vestido de gala para desagarrarme el corazón.

Quiero que, en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí y anegue generosa en frescura mi interior carcomido.

¡Oh, siglo agonizante de humanas vanidades! He cultivado un pedazo de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes destinadas a la Tierra Prometida.

Alta mar

De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la entraña del océano.

En la noche, cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo tríptico con el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la inmensidad del universo.

El austro sopla trayendo a los muertos, cuyas sombras húmedas de sal acarician mi cabellera desordenada.

Agonizando vivo y el mar está a mis pies y el firmamento coronando mis sienes.

Londres, septiembre 191…

A un costado de mi cama, en la pared, hay tres manchas de tinta.

La primera, repartida en puntitos, parece una estrella doble; la segunda se abre más abajo, en minúscula mano de ébano; la última, perfectamente recortada, tomó la forma de un as de pique.

Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro como obstáculo para el fácil rodar de las ideas.

Hay tres, digo, tratando de atraerse entre sí; tres, digo mirando al techo: el amor, el dolor y la muerte.

Sin saber por qué, me parece que he pronunciado algo grave, algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad.

Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos negros quedarán estampados dentro de mi cerebro.

En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la sorba la absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida del cráneo.

Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis labios.

Cada vez más espesa, la pintura de la noche embadurna los cuadros de la ventana.

Londres

Noche sin astros, sin cantos.

Extrañas letanías desgranan de sus bocas nebulosas los campanarios.

El spleen envuelto en sus harapos de humo, agoniza junto a las llamas de la chimenea.

Palabras de otro siglo en una lengua muerta musita en el oído mi corazón, escarbando con su punta en forma de uña en las estopas de la almohada.

Los fantasmas de la historia trágica izan, en la Torre de Londres, su pabellón de ahorcados.

Londres

Tras de los cristales, el alba alisa sus cabellos blancos.

Ella despierta.

Junto al espejo, yo meso los míos rubios.

Yo he dormido, he soñado sollozando.

Ella es eterna y yo triste y triste somos aquellos que no hemos nacido de los dioses.

Londres

Solo en una actitud puedo descansar de la ardua tarea de vivir: tenderme en la cama los días y los días y pensar con la nuca apoyada en los brazos. Escarbar en mi cerebro con la tenacidad de un loco, buscando fondo al insondable abismo en el cual estoy dando vueltas desorientada.

Oh, más allá, ¿existe?

Teosofía, filosofía, ciencia, ¿qué hay de verdad en tus teorías?

Morir después de haber sentido todo y no ser nada.

Me dan ganas de reír y rio con la frialdad de los polos.

¡Ah, vida, no ser, no ser!

Liverpool, Hotel Adelphi, octubre 16, 1919,

3:30 de la madrugada

No he podido dormir, a la una de la madrugada cuando iba a entregarme al sueño, me di cuenta que estaba rodeada de espejos.

Encendí la lámpara y los conté. Son nueve.

Recogida, haciéndome pequeña contra el lado de la pared, traté de desaparecer en la enorme cama.

Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas, negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?

No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa sensación.

Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado de las ventanas.

No podría explicarlo, pero aquí, en este momento, hay alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.

¿Qué es eso?

Bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela, pero que no debo estampar en estas páginas.

La sombra tiene un oído con un tubo largo, que lleva mensajes a través de la eternidad y ese oído me ausculta ahí, tras del noveno espejo.

Liverpool

Amo lo que nunca fue creado, aquello que dejó Dios tras los telones del mundo.

Amo aquel hombre incompleto, de un solo ojo en la frente, cuyos reflejos son turbios reflejos de luna sobre aguas estancadas.

A ese hombre le quedó más fuerza en el cerebro.

Hay en él más arcilla en bruto, también un poco de perversidad del Divino.

Amo aquel hombre que nunca fue y que me aguarda apoyado tras del bastidor Sabat.

Madrid, diciembre 24, 191…, 4:30 de la madrugada

Con desgarbo, levanto mi copa frente al cielo opaco.

Bienvenido, Jesús, bello amado de tantas.

Brindo por tus ojos divinos, por tu amor.

Magdalena de este siglo, enjugo tus aromados pies con la ropa de mis pecados empapada en champaña.

Madrid 1920

No deseo el amor, ni el oro.

Mi alcoba pequeña es cofre de soledad.

Sobre la cama, extiende su flexible manto la muerte.

En el brasero, rebrillan un montón de astros, Gloria y sueño también los tengo.

Madrid

Vacía está mi mente y ¡he querido tanto!

Hueco mi corazón y ¡he querido tanto!

Errante y siempre errante mi espíritu que ha vagado tanto.

¡Soy el genio de la nada!

Madrid

Mi sangre diez veces noble, santa y estulta por los alambiques que ha cruzado, sufre ahora la transformación en un crisol sidéreo. Lo que nunca deseo, desea; lo que jamás extraño, extraña.

De noble, santa y estulta se ha vuelto fiera, histérica y grave. ¡Oh, sangre mía, que fuiste azul y hoy roja luces! Roja de infierno, de pecado, de revolución.

Este siglo está caduco, sangre mía.

¿Quieres que te vacié sobre el seno de la tierra?

Madrid

¡Me muero! Al decirlo no experimento emoción alguna, por el contrario, me inclino curiosamente a contemplar el hecho como si se tratara de un desconocido.

Si tuviera la capacidad de estudiar el fenómeno, podría asegurar que es mi conciencia la que ha desaparecido, debilitando mis sensaciones corporales hasta hacerme creer que el cuerpo solo vive por recuerdo.

No hay médico en el mundo que diagnostique mi mal; histeria, dicen unos, otros hiperestesia1. Palabras, palabras, ellas abundan en la ciencia.

Al escribir estas páginas, una fuerza sobrenatural me ordena que imprima en ellas un nombre. ¡No, no lo diré, me da miedo!

Cuando aparece este nombre en mi círculo nebuloso, se levantan mis manos con lentitud profética y fulguran bajo la noche con estremecimientos sagrados.

¿Me muero estando ya muerta, o será mi vida muerte eterna?

Marzo, 1920

Monótona cadencia lleva tu canción, ¡oh, vida! Ella adormece la exaltación del deseo de muerte. Silencio, hondo silencio extiende su cristal opaco dentro del alma, bajo él yace una pasión ahogada.

¿Por qué aliento si ya no da luz en mi vida la risa, única causa de vida?

Dentro del tubo sonoro de un órgano, quisiera encerrarme y cantar en su sonido el «de profundis».

¡Oh, cómo desgranaría el cielo sus círculos de cristal, rebañando la tierra de su frescura! Y sacudiría imponente el extendido abanico negro sobre el orbe, el ave de los augurios. Inauditas ondas de mágicos reflejos nacerían en el mar para besar el brazo ambarino del horizonte.

Lentamente vendría la noche…

La colcha azul, cobertor de mi cama de hospedaje, es campo de luna cuando la noche de los tristes tiende sobre mi cuerpo su mortaja.

El arisco gato negro, habitante expatriado de Saturno, deja su maullido sonoro tras de mi puerta cerrada.

Largos puntos de exclamación pinta la sombra sobre los barrotes de las sillas y, en sus asientos, aguarda Aquel, aquel y su sombra que nunca nos encontrará.

¿Por qué me espera? ¿Cuál es mi falta? ¿Cuál es la maldad de los que hemos nacido quintaesenciados?

Allí me aguarda el que no me encontrará. Los puntos de exclamación se han encorvado sobre su espalda, interrogan…

El reloj extiende sus brazos negros de polo a polo.

Las doce, las seis y, entre ellos, sonríe el tiempo mostrando sus dientes gastados con la sonrisa esférica de los astros muertos.

El reloj es para nuestros espíritus resignados como la noria a la mula domesticada. Es nuestro punto de partida y de llegada.