Annotation
En los tres relatos que conforman esta obra, Gorki retrata de manera magistral tres caras de la marginalidad presente en la sociedad rusa de aquel entonces. En efecto, tanto el panadero Konovalov, la recalcitrante feminista, Malva, y el ratero, Tchelkache, no son personajes de laboratorio, sino fieles semblanzas de individuos de carne y hueso pertenecientes al inframundo de la desigualdad que caracterizaba el Imperio Ruso de fines del siglo XIX.
Máximo Gorki
Konovalov
Parte I
Leyendo un periódico, tropezó mi mirada con un nombre conocido -Konovalov- y vi estas líneas:
Ayer tarde, en la cuadra común de la cárcel, Alejandro Ivanovich Konovalov, de cuarenta años, natural de la ciudad de Murom, se ahorcó de la llave de la estufa. Había sido detenido en Pskov por vagabundo y enviado por etapas a su ciudad natal. Según el jefe de la cárcel, era un hombre siempre pacífico, silencioso y soñador. El médico cree que el suicidio se debe a un acceso de melancolía.
Leí esta nota breve, en caracteres pequeños -pues la muerte de los desdichados se anuncia siempre en tipos pequeños- la leí, y pensé que quizá podría explicar la causa que movió a ese hombre soñador a evadirse de la vida. Le conocí en otros tiempos, viví con él. Quizá no tengo derecho a callarme acerca de él; ¡era un buen hombre…! ¡Se encuentran tan pocos que se le parezcan!
… Tenía dieciocho años cuando vi por primera vez a Konovalov. Trabajaba yo en aquella época en una tahona como ayudante del oficial. Este era un ex soldado músico; bebía de un modo espantoso, a menudo echaba a perder la masa, y cuando estaba borracho canturreaba en voz baja y repiqueteaba con los dedos distintas tonadas. Si el tahonero le reñía por la masa perdida o por la hornada que no salía a la hora, se ponía furioso, insultaba al patrón de un modo abominable y no dejaba de alabar su propio talento musical.
-¿Que se ha secado la masa? -gritaba erizando el bigote rojo y moviendo los gruesos labios siempre húmedos-. ¿Que se ha quemado la corteza? ¿Que el pan está húmedo? ¡Llévete el diablo, mamarracho! ¿Crees acaso que he nacido para hacer tan asqueroso trabajo? ¡Malditos tú y él! ¡Soy un músico! ¿Comprendes? Cuando el trompa estaba borracho, yo tocaba por él; si el serpentón estaba en el calabozo, yo hacía de serpentón; si el cornetín se ponía malo, yo tocaba el cornetín. ¿Quién iba a reemplazarles? ¡Sutchkov! ¡Presente! ¡A la orden, mi capitán! ¡Tim-tam-tum-tom! Y tú, ¿para qué sirves? Dame la soldada.
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
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