Luna de miel griega - Sharon Kendrick - E-Book

Luna de miel griega E-Book

Sharon Kendrick

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Beschreibung

Un matrimonio muy conveniente: por el bien del niño. Finn Delaney era un tipo muy guapo; un irlandés alto y moreno que la londinense Catherine Walker encontraba irresistible. Entre ellos había surgido una pasión irrefrenable... y semanas después Catherine había descubierto que estaba embarazada. No se imaginó que el millonario Finn le hiciera una proposición de matrimonio, pero no se hacía la menor ilusión de que fuera por amor; no, aquello no era más que el típico matrimonio de conveniencia. Sin embargo, no le disgustaba nada tener que compartir su lecho...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Sharon Kendrick

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Luna de miel griega, n.º 5 - abril 2019

Título original: Finn’s Pregnant Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-803-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CATHERINE no se fijó en la persona que estaba sentada allí. Estaba demasiado ocupada sonriendo al camarero con una de sus mejores sonrisas; así no permitiría que la expresión de su rostro mostrara el temor de que su novio se hubiera enamorado de otra mujer.

–Kalispera, Nico.

–Kalispera, despinis Walker –dijo el camarero al verla–. ¿Ha tenido un buen día?

–¡Umm! –exclamó ella–. Hice la excursión en barco hasta las cuevas, tal y como me recomendó.

–Mi hermano…, ¿la ha cuidado bien?

–Oh, sí. Me ha cuidado muy bien –el hermano de Nico se había interesado por algo más aparte de que Catherine disfrutara de la excursión, y ella había pasado la mayor parte del tiempo lo más alejada posible del timón–. ¿La mesa de siempre? –le preguntó con una sonrisa, porque Nico se había esforzado en reservarle la mejor mesa del local todos los días, una que tenía vistas al mar.

–Me temo que esta noche es imposible, despinis. La mesa está ocupada. Ha venido un hombre de Irlandia.

Catherine percibió mucho respeto en su tono de voz. Miró al hombre sorprendida y repitió:

–¿De Irlandia?

–Irlanda –le tradujo el camarero–. Llegó esta misma tarde y pidió sentarse a su mesa para la cena.

Era ridículo que Catherine se sintiera decepcionada, pero así era como se sentía. Durante todas las vacaciones se había sentado a la mesa que había al final del pantalán de madera, tan cerca del mar que se podía ver cómo el agua mojaba las columnas que lo soportaban y cómo la espuma se tornaba plateada. La belleza del lugar era tan intensa que Catherine casi se olvidaba de su vida en Inglaterra, de Peter, y del ajetreado trabajo que la esperaba a su regreso.

–¿Cómo ha podido hacerlo? Mañana es mi último día –se quejó.

–Puede hacer cualquier cosa. Es un buen amigo de kirios Kollitsis.

Kirios Kollitsis era un magnate de unos setenta años que vivía en la isla y a quien pertenecían los tres hoteles y la mitad de las tiendas que había en la ciudad.

–Puedo ofrecerle la mesa contigua –dijo Nico–. También tiene muy buenas vistas.

Ella sonrió dejándole claro que no era culpa suya. Era ridículo crearse rutinas con tanta facilidad, ni siquiera una temporal, y sobre todo después de ver cómo la vida le había cambiado por completo después de que Peter se hubiera marchado y encontrado al amor de su vida en tan solo una noche. De modo que había dejado a Catherine preguntándose qué había significado para él la relación de tres años que habían mantenido.

–Sería maravilloso. Gracias, Nico.

Finn Delaney bebió un poco de su copa de anís griego y contempló la puesta de sol, permitiendo que su cuerpo liberara parte de la tensión acumulada mientras trataba de conseguir una buena negociación. Era la primera vez que el éxito lo hacía sentirse vacío. Tenía otro millón en el banco, de acuerdo, pero seguía sintiéndose de la misma manera.

Apenas se había secado la tinta del contrato cuando se dejó llevar por los impulsos y tomó el primer vuelo que lo llevaría a la isla griega que conocía tan bien. Su secretaria había arqueado las cejas al oír sus palabras.

–¿Y qué pasa con tu agenda, Finn? –le preguntó–. La tienes a tope.

–Cancela todas mis citas –había contestado él.

–¿Cancelarlas? –repitió asombrada–. De acuerdo, tú eres el jefe.

Sí, él era el jefe, y tenía que pagar un precio por ello. La soledad iba unida al poder. Había pocas personas que hablaran con Finn sin concertar una cita previa. Pero a él le gustaba esa soledad y la posibilidad de controlar su propia vida. Ese control desaparecía en el momento en que permitía que otra persona entrara en su vida.

Levantó la copa de anís y miró el líquido que contenía, recordando los años pasados. Aquella isla lo había recibido con los brazos abiertos cuando no era más que Finn, o kirios Delaney.

En Dublín lo llamaban la Cuchilla por cómo se desenvolvía en el mundo de los negocios, y la mayoría de sus amigos y rivales no lo habrían reconocido aquella noche.

Había sustituido el traje por unos vaqueros desgastados y una camisa blanca de algodón. Llevaba los tres botones del cuello desabrochados dejando al descubierto su pecho musculoso y bronceado, y su cabello negro necesitaba un corte.

Hacía una noche estupenda y la luna estaba perfecta. Finn suspiró al pensar cómo, a veces, el éxito le impedía disfrutar de una imagen tan placentera como aquella.

–Acompáñeme, despinis Walker –Finn oyó que decía el camarero. Al sentir el ruido de unos pasos acercándose se volvió para mirar y, al ver a la mujer que entraba en el restaurante, sintió que le daba un vuelco el corazón. Dejó la copa de anís sobre la mesa y miró a Catherine de arriba abajo. Era más que preciosa. Pero las mujeres preciosas abundaban en su entorno, así que… ¿qué tenía aquella para que le resultara diferente?

Una larga melena oscura caía sobre sus hombros y hacía que pareciera una brujilla irresistible. Tenía un rostro delicado y lucía un bonito vestido de tela vaporosa.

Ella lo miró como si allí no hubiera nadie y Finn sintió una pizca de curiosidad. Se pasaba la vida rechazando a mujeres que luchaban por atrapar a uno de los solteros más solicitados de Irlanda.

Cuando se sentó a la mesa contigua a la suya, Finn aprovechó para observarla de cerca. Tenía un perfil muy atractivo. Una nariz pequeña, y unos labios que parecían pétalos de rosa. Su piel tenía un brillo dorado, y sus piernas eran esbeltas.

Sintió cómo se le aceleraba el corazón. ¿Sería que la luz de la luna y la cálida brisa hacían que deseara llevar consigo a aquella mujer para deleitarse con los mejores placeres de la vida? ¿Sería que el embrujo de la isla había hecho que experimentara de nuevo los ardientes deseos de un adolescente?

 

 

Catherine notó que aquel hombre la miraba intensamente y sintió que le estaban invadiendo su espacio. Miró la carta sin fijarse en los platos que ofrecía, puesto que sabía muy bien qué era lo que le apetecía cenar.

–Kalispera –la saludó Finn con una media sonrisa. Catherine continuó leyendo el menú. «Sin duda es irlandés», pensó para sí–. Buenas tardes –tradujo él.

Catherine levantó la vista y se volvió para mirarlo. Al instante, deseó no haberlo hecho, porque no estaba preparada para encontrarse con los ojos más bonitos que había visto jamás. Eran de color azul oscuro, como el mar en el que se había bañado aquella misma tarde, y estaban rodeados por unas pestañas espesas que no ocultaban el brillo de su mirada.

Tenía el típico rostro irlandés, y una boca seductora que se curvó ligeramente mientras él esperaba una respuesta.

–¿Está hablando conmigo? –preguntó ella con frialdad.

Finn miró el resto de las mesas vacías que había a su alrededor y dijo:

–No tengo la costumbre de hablar solo.

–Y yo no acostumbro a entablar conversaciones con desconocidos –dijo ella.

–Finn Delaney –él sonrió.

–¿Perdón? –preguntó ella arqueando las cejas.

–Mi nombre es Finn Delaney –repitió él sin dejar de sonreír. Ella no se movió ni dijo nada. No le interesaba entablar conversación sin más–. Por supuesto, no sé cómo se llama usted –insistió él.

–Eso es porque no se lo he dicho –contestó ella.

–¿Y va a decírmelo?

–Depende.

–¿De qué?

–De si le importaría cambiarse de sitio.

–¿Cambiarme adónde?

–Cambiarse de mesa.

–¿Cambiarme de mesa?

–¿Acostumbra a repetirlo todo y convertirlo en una pregunta?

–¿Y usted siempre se comporta de esa manera furiosa con las personas del sexo opuesto?

Estuvo a punto de decirle que estaba harta del sexo opuesto, pero decidió no hacerlo. Lo último que le apetecía hacer era amargarse la noche. Empezaba a acostumbrarse al hecho de que la relación que mantenía con su novio había terminado.

–Si me viera furiosa de verdad, ¡se enteraría!

–Bueno, eso sería muy interesante de ver. No está exultante de cordialidad.

–No. Y es porque se ha sentado en mi mesa. Sé que puede parecerle ridículo, pero me he sentado ahí todas las noches y le tengo cariño al sitio.

–No es para nada ridículo –murmuró él–. Unas vistas como estas no pueden disfrutarse muchas veces en la vida, ni siquiera en el lugar de donde yo procedo.

–Lo sé –ella suspiró con melancolía.

–Siempre puede acompañarme –dijo él–. Y así podremos disfrutar los dos –al verla indecisa, le preguntó–: ¿Por qué no?

«¿Y por qué no?», pensó ella. Llevaba doce días cenando sola y no le vendría mal un poco de compañía. Además, al estar sola no dejaba de pensar en todo lo que podía haber hecho para intentar salvar la relación que tenía con Peter. Aunque sabía que el tiempo y la distancia habían provocado que la relación se deteriorara, no podía evitar arrepentirse de ciertas cosas.

–No muerdo –dijo él al ver una repentina tristeza en su mirada que hacía que se preguntara cuál sería la causa.

Catherine lo miró. Su aspecto tranquilo no ocultaba el fuerte atractivo sexual que desprendía, y que ella reconocía a pesar de encontrarse en un estado de hibernación sentimental. Ese era su trabajo, se había entrenado para calar la verdadera personalidad de las personas.

–Porque no lo conozco –señaló ella.

–¿No es eso motivo suficiente para que me acompañe?

–Pensaba que el motivo era compartir las vistas.

–Sí. Tiene razón. Eso era –dijo él sin dejar de mirarla. Catherine sintió una mezcla de placer y aprensión, pero no fue capaz de comprender por qué.

Quizá era porque él tenía un aspecto peligroso con aquel cabello oscuro, sus ojos azules y su pícara sonrisa. Con esos vaqueros desgastados y la camisa blanca, parecía uno de los pescadores que recogían las redes cada mañana en la playa. Era un hombre al que no volvería a ver. Entonces, ¿por qué no?

–De acuerdo –aceptó ella–. Gracias.

Él esperó hasta que ella se acomodó a su lado e inhaló el aroma a rosas que se desprendía de su cuerpo.

–Todavía no me ha dicho cómo se llama.

–Soy Catherine. Catherine Walker –esperó un instante para ver cómo reaccionaba, pero suponía que Finn Delaney no era un ávido lector de la revista Pizazz! y que, por tanto, no habría leído sus artículos. Así fue, no parecía que Finn la hubiera reconocido. ¿De verdad esperaba que un hombre tan masculino como aquel hojeara una revista de actualidad?

–Encantado de conocerte, Catherine –miró hacia donde el mar se tornaba dorado por el reflejo del sol y después se dirigió a ella otra vez–. Maravilloso, ¿verdad?

–Perfecto –contestó Catherine. Desconcertada por su intensa mirada, tomó la copa de vino y bebió un sorbo–. No es la primera vez que vienes, ¿verdad?

–Has estado investigando acerca de mí, ¿no?

–¿Y por qué diablos iba a hacerlo? El camarero comentó que eras amigo de kirios Kollitsis, eso es todo.

Él se relajó de nuevo y recordó un verano de muchos años atrás.

–Así es. Su hijo y yo nos conocimos mientras viajábamos por Europa. Terminamos el viaje aquí, y creo que me enamoré de este sitio.

–Deja que adivine, ¿desde entonces vienes todos los años?

–De un modo u otro, sí. ¿Y tú?

–Es la primera vez –dijo Catherine, y bebió un poco más de vino. No era necesario contarle que se suponía que iba a pasar unas románticas vacaciones para recuperar todo el tiempo que había pasado separada de Peter. Ni que a partir de ese momento estaría separada de él de manera permanente.

–¿Y volverás?

–Lo dudo.

–¿No te ha gustado lo bastante como para repetir?

Ella negó con la cabeza. Sabía que Pondiki representaría una etapa de su vida que preferiría olvidar.

–No me gusta repetir ninguna experiencia. ¿Por qué iba a hacerlo cuando el mundo está lleno de lugares inimaginables?

Hablaba como si tratara de convencerse a sí misma de ello. Para entonces, Nico había regresado.

–¿Ya sabes lo que vas a tomar? –le preguntó Finn.

–Pescado y ensalada –contestó ella–. Es lo mejor que hay en la carta.

–Eres una mujer de costumbres, ¿no? –bromeó él–. La misma mesa y el mismo plato cada noche. ¿Estás buscando cierta estabilidad?

¡Qué perceptivo era!

–La gente siempre se crea rutinas cuando está de vacaciones.

–¿Porque hay algo agradable en la rutina? –aventuró él.

–Algo así –contestó ella.

Catherine pidió la comida en griego y Nico sonrió mientras lo apuntaba. Y entonces, Finn comenzó a hablar con él con mucha fluidez.

–¡Hablas griego! –le dijo ella una vez que el camarero se había marchado.

–¡Como tú!

–Solo hablo lo básico. En los restaurantes, las tiendas y ese tipo de cosas –contestó ella.

–Yo hablo mucho más que eso.

–¡Qué modesto!

–No soy modesto, soy sincero. No lo hablo lo bastante bien como para discutir de filosofía; pero puesto que lo que sé de filosofía podría escribirse en un sello de correos, será mejor que ni lo intente –se fijó en sus ojos verdes y en cómo el vino brillaba sobre sus labios–. Háblame de ti, Catherine Walker.

–Tengo veintiséis años. Vivo en Londres. Si no viviera allí, tendría un perro, pero me parece una crueldad tener animales en una ciudad. Me gusta ir al cine, pasear por el parque, beber cócteles en las tardes de verano… lo normal.

–¿Y qué haces en Londres?

Catherine llevaba años esquivando esa pregunta. La gente siempre preguntaba lo mismo una vez que se enteraba de cuál era su profesión: «¿Has conocido a alguien famoso?». Y aunque Finn Delaney no parecía un hombre predecible, el trabajo era el último tema que Catherine quería tratar.

–Soy relaciones públicas –dijo ella, y en cierto modo era verdad–. ¿Y tú a qué te dedicas?

–Yo vivo y trabajo en Dublín.

–¿De qué?

Finn no había sido muy explícito. Decir que era millonario no estaba bien, aunque fuera verdad.

–Bueno, hago un poco de todo.

–¿Todo dentro de la legalidad? –preguntó ella sin pensar, y él se rio.

–Por supuesto –murmuró él mirándola de una manera que la hizo reír. Descubrió que tenía los labios más sensuales que había visto nunca en una mujer, y se preguntó qué estaría haciendo allí sola. Se fijó en su dedo anular de la mano izquierda. No llevaba anillo. Al ver que Nico se acercaba con la comida, se inclinó hacia delante para disfrutar un instante del aroma a miel y rosas que se desprendía del cuerpo de Catherine–. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?

Al sentirlo cerca, Catherine notó que se le aceleraba el corazón y se sorprendió al ver cómo había reaccionado ante su presencia. Se suponía que no debía sentir nada más que el vacío de haber perdido a Peter, así que, ¿cómo era posible que el deseo se estuviera apoderando de ella?

–Mañana es mi último día.

Finn se sintió decepcionado. ¿Esperaba que ella pasara allí el tiempo suficiente como para que tuvieran un romance vacacional?

–¿Y cómo piensas pasarlo? ¿Darás la vuelta a la isla?

Ella negó con la cabeza.

–No, probablemente me quede en la playa holgazaneando.

–Quizá te acompañe –dijo Finn–. Siempre que no te importe, claro.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

«QUIZÁ te acompañe», había dicho Finn.

Catherine se puso un poco de crema protectora en la nariz y un pareo en la cintura cubriendo así su bañador verde. Había quedado con Finn Delaney en la playa y empezaba a preguntarse por qué había aceptado tan rápido. Al sentir que tenía el corazón acelerado, sonrió. ¡Estaba comportándose como una adolescente! Había roto con su novio, de acuerdo, pero eso no significaba que tuviera que comportarse como una monja. No había nada de malo en pasar el rato con un hombre atractivo y carismático. Sobre todo con el poco tiempo que le quedaba para marcharse de la isla. Y, si Finn Delaney le tiraba los tejos, ella lo rechazaría con educación.

Se hizo una coleta y buscó el sombrero para el sol antes de ir a tomar un café. El sol estaba en lo alto del cielo, pero en la terraza había un toldo que daba una buena sombra. Catherine se sentó a una de las mesas y trató de grabar esa imagen en su cabeza porque sabía que al día siguiente estaría lejos de allí.

–Anoche la vi con kirios Finn –le dijo Nico cuando le llevó un plato de higos y un café solo. Todas las mañanas le servía algo nuevo, a pesar de que ella le había dicho que nunca desayunaba.

–Así es –dijo Catherine–. Estuve con él.

–Creo que le ha gustado… le gustan las mujeres bellas.