Manifiesto por un animalismo democrático - Simone Pollo - E-Book

Manifiesto por un animalismo democrático E-Book

Simone Pollo

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Ya lo decía David Hume en el siglo XVIII: los animales son seres sintientes al igual que los humanos. Un axioma que confirmó Darwin décadas más tarde al afirmar que todos los seres vivos partimos de un antepasado común y estamos unidos en una única red. La semejanza entre las especies y la atención al sufrimiento impulsaron el surgimiento del animalismo y de los movimientos de defensa de animales ya en el siglo XIX. Durante los años 70, la publicación de «Liberación animal» de Peter Singer y las condenas a la explotación animal de Tom Regan y Gary Francione marcaron un ulterior punto de inflexión en la ética animal. Desde entonces, el término «especismo» empezó a cobrar fuerza y el reconocimiento moral y jurídico de los animales se ha ido imponiendo como una cuestión de justicia, tan importante como las del racismo, el feminismo o la lucha de clases. Este manifiesto, profundamente humanista, participa del debate actual y plantea buscar mejores legislaciones a favor de los animales no humanos en el seno de una sociedad democrática.

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Título originalManifesto per un animalismo democratico© 2021 by Carocci editore, Roma

© Simone Pollo, 2022

© De la traducción: Francisco Amella Vela

De la corrección: Marta Beltrán

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición, 2022

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2022

Este libro se ha traducido con la contribución del Centro del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura italiano

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-18273-77-3

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

Índice

Premisa. Animalismo, democracia, filosofía

Una ilustración de sentimientos

Una nueva acomodación para los animales

Animalismos antidemocráticos

El antiespecismo y el nacimiento del animalismo democrático

Los animales en democracia

El animalismo como estilo de vida democrático

¿Ingeniería social o progreso?

Cuidados, imaginario y transparencia

Los animales entre ciencia y democracia

Formas de esclavitud animal

Convivencias urbanas y no urbanas

¿Representar a los animales?

Discrepancia y protesta

Conclusión. El animalismo en un contexto global y ecológico

Bibliografía

PREMISAANIMALISMO, DEMOCRACIA, FILOSOFÍA

«¿Qué es el sufrimiento? No estoy seguro, pero sé que sufrimiento es el nombre que damos al origen de todos los suspiros, gritos y quejidos —pequeños o grandes, crudos o matizados— que nos afectan. Es la palabra que define nuestra mirada más que aquello que miramos».1

«¡También Hitler era vegetariano!», «¡Los nazis era animalistas!». Cualquiera que haya tenido algún trato con las redes sociales y se haya tropezado con alguna discusión sobre vegetarianismo o sobre experimentación animal, antes o después se habrá topado, con toda probabilidad, con algún comentario de este jaez. Afirmaciones como ésas no representan más que uno de tantos ejemplos de reductio ad Hitlerum como atestan el debate público, en particular desde la aparición de las redes sociales. Al margen de que sean intentos de desacreditar al adversario mediante un pobre artificio retórico, mostrándolo en sintonía con las ideas del dictador nazi o sus secuaces, se diría que frases así tocan una fibra sensible del animalismo, o sea, de aquel conjunto de creencias, convicciones, comportamientos individuales y acciones políticas encaminados a cambiar de manera radical el estatuto de los animales no humanos y procurarles protección y tutela. Que Hitler era vegetariano está demostrado históricamente, como también que, a su manera, «amaba» a los animales. Y no es menos cierto que los regímenes nazi y fascista promulgaron leyes para la tutela y la protección de los animales. ¿Qué pensaremos, entonces? ¿Que animalistas, vegetarianos y veganos son nazis en potencia? ¿Promover la protección de los animales significa indiferencia por la humanidad, cuando no incluso el llegar a odiarla y desear que se extinga, para que todos los demás seres vivientes que pueblan el planeta puedan vivir en libertad y desarrollarse sin inquietud? Por el tono que a menudo adquiere el debate público, parecería que son ésas las acusaciones que se dirigen al animalismo. Por otra parte, algunos episodios parecerían prestar apoyo a tesis de ese estilo. Piénsese en ciertas formas de protesta de grupos y asociaciones animalistas en contra de investigadores implicados en la experimentación animal, hechas con un tono violento y difamatorio que ha tenido el efecto de desatar amenazas contra dichos científicos. A tales episodios se añade el hecho de que, en ocasiones, no pocas campañas de movimientos animalistas difunden informaciones sesgadas, o manifiestamente falsas. Ilustrativo, a este respecto, el empleo, en lugar de «experimentación», del término «vivisección», una palabra que no se corresponde ya, por lo menos en Europa, con la manera efectiva de usar animales en la ciencia.

Hechos como éstos son los que plantean el problema de la relación entre los requerimientos del animalismo y la vida de una sociedad plenamente democrática. La intención de este libro es ocuparse precisamente de la relación entre el animalismo y la vida de una democracia. El animalismo se define como un conjunto de reflexiones teóricas y de formas de activismo que buscan un reconocimiento del estatuto moral y jurídico de los animales y la transformación de la interacción humana con ellos. A la luz de esta definición, el animalismo puede significar muchas cosas y revestir muchos aspectos. La tarea que se plantea este libro es la de formular una versión posible de «animalismo democrático».

El adjetivo «democrático» posee un sentido doble. Primeramente, se vincula al hecho de que la discusión sobre el estatuto moral y jurídico de los animales enlaza, desde el siglo XVIII, con las raíces de las sociedades liberales y democráticas, y con el desarrollo de éstas hasta llegar a los procesos de reflexión sobre la naturaleza de la democracia liberal, ya en la segunda mitad del siglo XX.

En segundo lugar, «democrático» puede referirse a un estilo de vida practicado por ciudadanos de las sociedades democráticas y, por ello, ser expresión de la pluralidad de maneras de vivir que caracteriza a dichas sociedades. Además, «animalismo democrático» se refiere a los legítimos requerimientos normativos que el animalismo puede querer alcanzar y promover con respecto a la manera de tratar a los animales en una sociedad democrática. En otras palabras: se tratará de mostrar que determinadas relaciones con los animales (por ejemplo, las que se producen en la caza y los circos) no son justificables en una sociedad democrática ni compatibles con ella, y también que sobre algunas otras hay que reflexionar en el marco de una reforma gradual y niveladora de los intereses de los sujetos implicados (como en el caso de la alimentación y la experimentación científica). Un animalismo que sea democrático atempera peticiones de abolición y exigencias de reforma, pero las encara desde una perspectiva pacífica, no violenta. Precisamente con la cuestión de la violencia y de los medios lícitos para el animalismo se cerrará el texto.

Este libro no sólo quiere mostrar que el animalismo, las instituciones de las sociedades democráticas liberales y el discurso público son compatibles, sino que tiene ante todo la intención de sostener que el animalismo —al menos en una de sus acepciones— es una parte integrante y estructural de una democracia floreciente. Una prueba de esta interacción fructífera entre animalismo y democracia nos la proporciona el hecho de que, a día de hoy, y precisamente como resultado de discusiones y procesos deliberativos democráticos, los animales no humanos son considerados, por lo menos de manera parcial, como sujetos merecedores de protección por parte de los Estados de derecho democrático-liberales. Resulta ejemplar la afirmación del Artículo 13 del Tratado sobre el funcionamiento de la Unión Europea:

Al formular y aplicar las políticas de la Unión en materia de agricultura, pesca, transporte, mercado interior, investigación y desarrollo tecnológico y espacio, la Unión y los Estados miembros tendrán plenamente en cuenta las exigencias en materia de bienestar de los animales como seres sensibles, respetando al mismo tiempo las disposiciones legales o administrativas y las costumbres de los Estados miembros relativas, en particular, a ritos religiosos, tradiciones culturales y patrimonio regional.2

Los animales son «seres sensibles» y, en cuanto tales, sus exigencias en términos de bienestar deben ser tenidas en cuenta. Es obvio que tal afirmación no establece que los animales tengan derechos fundamentales o que no puedan utilizarse para fines humanos. Su subjetividad jurídica no es, por lo tanto, plena. Con todo, en estos momentos (por lo menos en la Unión Europea) su estatuto no es el de simples «cosas», y este proceso de transformación prosigue su andadura.3 La opción del animalismo democrático busca precisamente intervenir en este proceso de transformación y constituirse en una voz por el avance en el reconocimiento moral y jurídico de los animales y por la consiguiente revisión de las diferentes formas de interacción entre humanos y animales.

Este libro quiere ser un «manifiesto», pero no en el sentido de que aspire a establecer una especie de programa político y una plataforma operativa detallada. Es un manifiesto en la medida en que trata de argumentar, de forma militante, una visión del animalismo alternativa a algunas de sus formulaciones corrientes, y probablemente dominantes.4 Dicha visión se sustenta sobre ideas específicas de la democracia y la filosofía. Al formularlas en un «manifiesto» se quiere, de manera tentativa, participar en un debate que, en muchos sentidos, se demuestra en estos momentos considerablemente inadecuado. Por un lado, en el plano del activismo se asiste a una esclerotización y una radicalización de las posiciones y las formas de actuación, que se muestran improductivas e ineficaces. Por el otro, en el plano de las reflexiones que aspiran a darle al animalismo un contenido, se asiste (por lo menos en el contexto italiano) a un progresivo difundirse de posiciones que, desde un punto de vista teórico, resultan a menudo vagas y de regusto utópico, cuando no decididamente escatológico (y algo se dirá al respecto en la conclusión). Cuáles sean las ideas de democracia y filosofía que animan el presente libro se desprenderá, cabe esperar, de las páginas que siguen. Puede adelantarse que la democracia, tal como aquí se la concibe, es un espacio plural de confrontación, discrepancia, desarrollo personal y rechazo de toda absolutización. La filosofía, por su parte, es una empresa de reflexión que, a partir de la que David Hume llamaba «cauta observación» de la naturaleza humana y en diálogo con las ciencias y otros saberes, se pregunta sobre la vida ordinaria de los seres humanos con la esperanza de poder contribuir a la profundización y la discusión de las preguntas que en dicha vida ordinaria se plantean. Entre tales preguntas se encuentran aquellas que conciernen a nuestras muchas maneras de entablar relación con los animales no humanos.

Agradecimientos. Vaya mi primer agradecimiento a Gianluca Mori, quien de manera decidida ha auspiciado y dado apoyo a este proyecto. Los temas del libro son fruto, además, de reflexiones nacidas en muchísimas conversaciones y colaboraciones mantenidas a lo largo de los años con Pasqualino Santori y Augusto Vitale. Diversas experiencias en los ámbitos de la investigación y la docencia han brindado a algunas de las ideas que aquí se desarrollan una valiosa oportunidad de ser profundizadas y puestas a punto. Quisiera destacar, entre dichas experiencias, mis clases en los cursos para el grado en Filosofía de la Universidad de Roma La Sapienza. Quiero mencionar, además, las actividades del «Seminario permanente di Studi animali» (ahora «Evoluzione, etica e ecologia») del doctorado en Filosofía, así como las prácticas en «Etica, scienza e pratica del benessere animale» que he coordinado para La Sapienza. Los cursos y otras actividades didácticas que he impartido, por invitación de Marita Giménez-Candela y de Dominika Dzwonkowska, respectivamente en el Máster en Derecho Animal y Sociedad de la Universitat Autònoma de Barcelona y en la Universidad Cardenal Stefan Wyszyński de Varsovia han sido momentos importantes en las elaboraciones que aquí presento. Mi gratitud, por último, a Eugenio Lecaldano, como siempre, por todas sus enseñanzas y por su amistad, y en esta ocasión por sus muchas sugerencias a la primera versión de este libro.

De todo lo que sigue soy, obviamente, el único responsable, sobre todo de cualquier imperfección o falta.

Roma, octubre de 2020

Notas

1. Existe traducción al castellano (Comer animales, Seix Barral, Barcelona, 2011), que no hemos podido consultar; se traduce, pues, del original en inglés:Foer, J. S., Eating Animals, Little, Brown and Company, 2009, Nueva York-Boston-Londres, pág. 77.

2. Se cita de «Versión consolidada del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea», en Diario Oficial de la Unión Europea, https://www.boe.es/doue/2010/083/Z00047-00199.pdf (N. del T.).

3. Véase Giménez-Candela, M., «La descosificación de los animales», en Revista eletrônica do Curso de Direito da ufsm, XII, 1, 2017, págs. 298-313.

4. Un buen ejemplo de «manifiesto» del animalismo decididamente discorde con el que aquí se propone se encontrará en Joy, M., Manifesto per gli animali, Laterza, Roma-Bari, 2018.

UNA ILUSTRACIÓN DE SENTIMIENTOS

En 1789, una fecha crucial para la historia de Europa, y no sólo de Europa, apareció la Introduction to the Principles of Morals and Legislation, de Jeremy Bentham (1748-1832), uno de los representantes de la filosofía moral y política más importantes de la modernidad. En un pasaje que representa y, a la vez, alimenta el espíritu de la época (de la que en breve diremos más), Bentham escribe:

Ha habido un tiempo, lamento decir que en muchos lugares no ha pasado aún, en que la mayor parte de la especie, bajo la denominación de «esclavos», ha sido tratada por la ley exactamente en pie de igualdad a como, por ejemplo en Inglaterra, lo son todavía las inferiores razas de los animales. Puede que llegue el día en que el resto de animales de la creación pueda adquirir los derechos de los que jamás se les habría privado más que por mano de la tiranía. Los franceses han descubierto ya que una piel negra no es motivo para que se abandone a un ser humano de manera irreversible al capricho del carnífice. Puede que llegue un día en que se reconozca que el número de las patas, lo hirsuto de la piel o la terminación del os sacrum son razones insuficientes en igual medida para abandonar a un ser sintiente a idéntico destino. ¿Qué más hace falta para trazar la línea insuperable? ¿Es la facultad de razonar o, quizás, la facultad del habla? Pero un caballo o un perro del todo crecido es, sin punto de comparación, un animal más racional, así como también más conversador, que un recién nacido de un día de edad, o de una semana o un mes. Mas supongamos que las cosas sean de otra manera: ¿qué cambiaría? La cuestión no es «¿pueden razonar?», ni tampoco «¿pueden hablar?», sino «¿pueden sufrir?»1

Algunas décadas más tarde, en uno de los cuadernos en que se gestaba la redacción de El origen de las especies, Charles Darwin (1809-1882) apuntaba estas palabras:

A los animales —aquellos a los que hemos convertido en nuestros esclavos— no nos gusta considerarlos nuestros iguales. ¿Acaso no desearían los dueños de esclavos asignar al hombre negro a otra especie? Animales con afectos, imitación, miedo, dolor, pesar por los muertos —respeto—.2

Darwin escribió estas palabras entre 1837 y 1838, durante los largos (y atormentados) años de investigación y estudio minucioso que condujeron a la publicación de El origen de las especies en 1859, más de veinte años después de concluida la expedición del Beagle, el viaje que dio comienzo a una de las más extraordinarios revoluciones científicas de la historia humana.

Aunque expresadas en contextos muy diferentes, las palabras de Bentham y de Darwin presentan elementos comunes en los que es oportuno detenerse. Estos rasgos comunes son indicativos de una transformación filosófica, científica, política y sociocultural que arranca en el siglo XVIII para consolidarse en el siglo XIX y llegar así hasta nuestros días. El papel de esta transformación es central para constituir una atención hacia los animales en la modernidad y, en definitiva, en la contemporaneidad. El trabajo filosófico de Bentham y el trabajo científico de Darwin son determinantes en el nacimiento de dicha atención y son, a su vez, una plena expresión de su tiempo. Bentham y Darwin asimilan la condición de los animales a la esclavitud y descubren una continuidad entre humanos y animales en el hecho de poseer facultades que, siendo reconocidas igualmente en los esclavos, deben conducir a juzgar la esclavitud como una práctica bárbara, inmoral y que debe abolirse. Dichas facultades guardan relación con la vida emocional y afectiva: son, para Bentham, el «¿pueden sufrir?» y, para Darwin, los «afectos, imitación, miedo, dolor, pesar por los muertos —respeto—». Entre los siglos XVIII y XIX, en la filosofía, la ciencia y la sociedad se desarrollan una atención y una consideración nuevas por la dimensión emotiva y afectiva de los seres humanos. Tal atención representa una de las raíces del pensamiento liberal, y constituirá uno de los ejes centrales de la forma de vida liberal y democrática tal como la conocemos hoy en día. La abolición de la esclavitud es una parte de esta historia, como también lo es la imagen diferente que los animales se ganan a partir de dicho período. Poner en evidencia algunos de los rasgos cruciales de este recorrido permitirá mostrar de qué manera se puede considerar que el animalismo es uno de los elementos de esta forma de vida democrática y cómo contribuye tanto a la reflexión crítica en torno a ella como a su florecimiento.

El descubrimiento de las emociones, los sentimientos y la afectividad como elementos centrales de la naturaleza humana, de la experiencia moral, además del descubrimiento de su relevancia política y jurídica, es un hecho central en la historia de la filosofía y de la cultura de la Ilustración. La Ilustración se suele representar como la edad de la Razón, pero no debe descuidarse el papel crucial que en su historia desempeñaron emociones y sentimientos. Aun dando por descontado que por «razón» hay que referirse a algo más articulado que una simple facultad racional (debiéndose entender por tal la referencia a la difusión de argumentos y valores, y a su secularización), es posible en cualquier caso reconstruir dos corrientes filosóficas de la Ilustración. Una es la racionalista y la otra, la emotivista.3 Ambas están comprometidas en la actividad reflexiva que caracteriza a la Ilustración (actividad que quizás podría hacer valer para la Ilustración la denominación de «edad de la Reflexión», más que la de «edad de la Razón»).

La reflexión ilustrada hay que entenderla como orientada en dos direcciones que, pese a estar profundamente imbricadas, pueden diferenciarse. Por un lado está la actividad que los seres humanos desplegaban en aquel momento histórico concreto y que los llevaba a criticar y poner en discusión tradiciones de pensamiento e instituciones seculares para abolirlas o transformarlas, recurriendo incluso a la vía revolucionaria. Ésta es la actividad resumida de manera ejemplar en el lema kantiano Sapere aude.4 Por otro lado está la actividad filosófica reflexiva que filósofos y científicos del siglo XVIII aplican al dar cuenta de la mente y, en general, de la «naturaleza humana» para explicar las facultades cognoscitivas, las capacidades morales y la vida social y política de los seres humanos. En ambas acepciones de esta idea dieciochesca de reflexión está operativa una corriente emotivista, o sea, una línea de pensamiento que asigna primacía a la dimensión afectiva. En la acción y en el legado cultural y social de esta línea que reconoce la centralidad de sentimientos, emociones y simpatía puede encontrarse el germen de la idea de un animalismo democrático y liberal, esto es, de un animalismo que se sitúe de pleno en el horizonte ético-político de la democracia liberal tal como hoy la reconocemos.

Empecemos por la segunda acepción, esto es, por la reflexión filosófica que apunta a indagar los mecanismos fundamentales de la naturaleza humana. Queriendo caracterizar sumariamente todo un capítulo de la historia de las ideas, podemos decir que en los siglos XVII y XVIII se asiste al florecer de concepciones filosóficas y científicas de la naturaleza humana (muy a menudo en un entrelazamiento fértil de ciencia y filosofía) que dentro de ésta les asignan un papel central a los afectos y a la simpatía, por un lado, y precisamente en virtud de tal carácter central reconocen, por el otro, una continuidad entre la naturaleza humana y la de los animales no humanos. Dentro de este auge, un lugar central lo ocupa el trabajo, por ejemplo, de los pensadores del emotivismo escocés, David Hume (1711-1777) por encima de todos ellos. Precisamente en el pensamiento de Hume (del que aquí, como es obvio, podemos ofrecer tan sólo algunas indicaciones) están presentes tres elementos que patentizan esa «primacía de la sensación»5 que caracteriza esta línea de la Ilustración.

En la filosofía de Hume encontramos, ante todo, una reconstrucción empirista del carácter fundamentalmente pasional de la naturaleza humana; en segundo lugar, la afirmación de la centralidad de la simpatía; por último, un continuismo explícito entre humanos y animales. La «cauta observación» de la experiencia humana6 lleva al filósofo a reconocer la sustancial ineficacia de la razón tanto en el plano cognoscitivo como en el plano moral. El ser humano puede orientarse en el mundo gracias a creencias generadas por la labor de las pasiones, de la imaginación y de la costumbre. Y de esta manera puede vivir en sociedad con otros seres humanos gracias a los particulares sentimientos de aprobación y desaprobación que constituyen el núcleo de la vida moral.7 Por sí mismos, pasiones y sentimientos no bastarían, de no existir el mecanismo de la comunicación simpática que permite a los seres humanos entrar en contacto con la vida pasional de los demás y, en consecuencia, activar formas de regulación social y juicios compartidos. Esta actividad pasional y compartida que actúa por simpatía no es una prerrogativa tan sólo humana. Hume muestra, en efecto, que tanto las pasiones centrales de la naturaleza humana (orgullo/humildad y amor/odio) como el mecanismo de la simpatía se encuentran también en los animales. Además, aunque se trate de un tema que Hume toca sólo de forma incidental, a esta continuidad se la reconoce como aquello que permite una transmisión pasional simpática entre humanos y animales. Tal reconstrucción de la naturaleza humana (y animal), hay que recordarlo, se verá sustancialmente confirmada de manera empírica por la biología evolutiva tal como se desarrollará a partir del trabajo de Darwin.8

La conexión entre democracia liberal y explicación emotivista de la naturaleza humana volvemos a encontrarla en la concepción de la sociedad y de la civilización que surge como ar­ticulación de esta visión de la naturaleza humana. Tampoco en este caso nos es posible presentar una exposición analítica, pero pueden ponerse de relieve algunos de sus elementos. En términos extremadamente generales, esta línea emotivista elabora una idea de sociedad que se puede explicar «desde abajo» a partir de las conductas individuales y de la «sociabilidad» individual. Los vínculos sociales se mantienen no por la acción de contención y restricción ejercida por una autoridad invasiva y controladora, sino por las tendencias sociales de los individuos y por los lazos de confianza entre ellos. Tal explicación es una de las fuentes de la visión de una sociedad democrática liberal en cuanto resultado de las interacciones libres entre individuos iguales, en contraposición a concepciones organicistas de la sociedad. Uno de los pilares que sustentan tal concepción es la idea de que los fenómenos de civilización y mejora social deben atribuirse, en primera instancia, a la pujanza de los individuos, más que, primariamente, a un desarrollo de las instituciones (que, si acaso, es consecuencia de la primera).

Afirmar la centralidad de la dimensión afectiva constituye uno de los motores de ese proceso inclusivo que es estructural para la forma de vida liberal y democrática tal como ha sido definida y como se la entiende a efectos de los objetivos del presente trabajo. De qué manera este «descubrimiento» de los afectos haya representado uno de los motores de la inclusión se expone de forma iluminadora y límpida en un trabajo reciente de la historiadora Lynn Hunt, La invención de los derechos humanos.9 La tesis que sustenta el trabajo de Hunt es que la gran adquisición de la Ilustración, esto es, afirmar sin distingos los derechos individuales, no habría sido posible sin una nueva conciencia generalizada de una dimensión afectiva propia de la vida personal e interior de cada individuo. Esta conciencia se vio favorecida también por el éxito, por ejemplo, de un nuevo género narrativo, la novela epistolar, que permitió a los lectores hacerse una representación vívida de algo que antes era desconocido (o muy poco representado): la vida íntima de otras personas, individuos con una interioridad hecha de emociones, sentimientos y pasiones.

Que la vida pasional de todos los seres humanos sin distinción (de «raza», género o clase social) saltara a la palestra constituyó uno de los grandes factores socioculturales que contribuyeron a las reformas sociales acaecidas entre los siglos XVII y XVIII, entre las cuales, la abolición de la esclavitud y de la tortura. Escribe Lynn Hunt:

La tortura desapareció porque el marco tradicional del dolor y la individualidad se deshizo y, poco a poco, dio paso a un nuevo marco en el que los individuos eran dueños de sus cuerpos, tenían derecho a su independencia y a la inviolabilidad corporal, y reconocían en otras personas las mismas pasiones, sentimientos y compasión que ellos mismos albergaban.10