Manifiesto por una vida verdadera - Luis Roca Jusmet - E-Book

Manifiesto por una vida verdadera E-Book

Luis Roca Jusmet

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«La vida verdadera está ausente» dice Rimbaud. ¿Qué quiere decir en la época del nihilismo, del relativismo y de la posverdad la expresión «una vida verdadera»? Quiere decir que, a pesar de todo, aún es posible un modo de vida a partir de una elección ética singular, aunque siempre abierta a lo plural, a lo común. Un camino que nos permita salir de las ilusiones identitarias. A partir de los trabajos de Pierre Hadot, Michel Foucault y François Jullien, Luis Roca Jusmet nos hace una propuesta ética de transformación de lo cotidiano para vivir de otra manera. Hay también un recorrido crítico por el psicoanálisis, siempre lejos del mercado de la autoayuda y de las fórmulas mágicas para conseguir la felicidad. Lo que nos ofrece este manifiesto es una caja de herramientas para acompañar a todo aquel que se siente interpelado por el grito de Rimbaud. Sin olvidar sus dimensiones políticas y la crítica necesaria a la deriva neoliberal, que pretende que gestionemos nuestra vida como una empresa bajo el dominio de los imperativos mercantiles.

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© Luis Roca Jusmet, 2023

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición, 2023

© Ned ediciones, 2023

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-19407-09-2

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

ÍNDICE

Prólogo. La verdadera vida está ausente

La vía filosófica

La vía psicoanalítica

La apuesta por una vida verdadera

Bibliografía recomendada

PRÓLOGO

La verdadera vida está ausente

ARTHUR RIMBAUD

A partir de esta frase de Rimbaud, el filósofo francés Alain Badiou interpela, a sus 79 años, a los jóvenes actuales a que vivan una vida verdadera. Esta es, para mí, la pregunta radical: ¿qué quiere decir hoy vivir una vida verdadera? De entrada, algo que salve de la banalidad de una vida empobrecida, de esta cultura de masas uniforme que denunciaba Pier Paolo Passolini en sus escritos corsarios. Pero también contra las falsas salidas de la subjetivación neoliberal o de la identidad única de todo tipo de fundamentalismos.

Con este manifiesto no pretendo dar, ni mucho menos, un sistema normativo universal. Pretendo humildemente aportar una caja de herramientas para pensar una ético-política de lo que llamo una vida verdadera. Los humanos somos animales no acabados, un proceso en construcción, una estructura dinámica. Somos cuerpos subjetivados por el lenguaje simbólico que estamos sujetos al Otro desde antes de nacer. Este Otro que es herencia simbólica de las familias, con todas las expectativas que se proyectan sobre nuestro nacimiento, que se prolongan en la infancia y, en cierta manera, nunca acaban. Este Otro simbólico de la lengua que ya nos atrapa desde que nacemos y estructura nuestras percepciones. Este Otro que es la Ley que nos quiere normalizar. Todos partimos, por tanto, de un conglomerado heredado y nuestro camino lo trazamos siempre a partir de este Otro que nos ha configurado: esta es nuestra sujeción. Pero también nos vamos subjetivando desde nuestras experiencias, también podemos ir inventado respuestas singulares. Nuestra vida es, de alguna manera, esta tensión entre el peso del Otro en nuestro recorrido y este algo que se escapa y que es expresión de nuestra singularidad. También sabemos que la falta de este Otro en la infancia tiene efectos devastadores. No se trata, por tanto, de soluciones adánicas, de buscar un imposible punto cero del que partir. No se trata de negar este Otro, sino de no quedar atrapados por su Ley. De poder separarnos de este condicionamiento para poder hacer de esta distancia el espacio de nuestra libertad.

En las sociedades antiguas existían, para bien y para mal, las comunidades, grupos humanos cohesionados por unos modos de vida determinados por la tradición. La modernidad significó, como Marx anunció, un proceso en el que todo lo sólido se ha ido disolviendo, con lo que dejan de existir los lugares que cada uno ocupaba dentro de un orden simbólico que determina nuestro estatus y nuestro rol social. Los vínculos simbólicos eran entonces suficientemente consistentes como para darnos una identidad que nos hiciera sentir seguros, aunque daba poco margen para la libertad individual. El guion estaba escrito y cada cual interpreta lo mejor que puede el papel que le han encomendado, y si no lo hace entra en conflicto con la comunidad. La Tradición constituye, de alguna manera, el dominio del Otro, pero también el de la seguridad que nos proporciona una certeza.

La modernidad es un corte radical que se va desarrollando desde Europa en un proceso globalizador en el que todavía estamos inmersos. Es la combinación de tres dinámicas: la que abre la revolución científica, la gran transformación que da lugar a la economía-mundo capitalista, y el movimiento ilustrado que se acaba materializando en la Revolución francesa. Aparece entonces un sujeto que puede separarse del Otro constituyendo una ética propia como práctica de libertad. Se pierde seguridad, aparece una angustia que surge por el abismo abierto por la falta de referencias pero es posible trazar un camino propio. Estamos en la tardomodernidad. Esta es la hipótesis de la que parto. En ningún caso en la posmodernidad. Considero que estamos totalmente en la lógica de la modernidad, aunque en una fase tardía que tiene sus características propias. La modernidad se define por la disolución progresiva de las comunidades y todas las instituciones, lazos, normas, ritos, creencias que las unificaban. La ciencia adopta el lenguaje universal de las matemáticas y codifica un método considerado objetivo. Los bienes se transforman en mercancías y el dinero se convierte en la medida universal. Aparece la idea de que el ser humano tiene derechos y estos se van universalizando. El ser humano pasa a ser sujeto de la ciencia, del interés y de derechos. Con todas las contradicciones que implica. Pero es un sujeto vacío, sin identidad. Un sujeto sin cualidades, sin atributos, que ha perdido la comunidad, es decir el lugar desde el que construimos una identidad a través de las identificaciones: por el sexo, la edad, el grupo social. Se ha perdido la identidad simbólica que nos daba nuestra pertenencia a esta estructura jerarquizada donde teníamos un lugar y se nos asignaba un papel. Pero cuando no se es capaz de asumir la incertidumbre, asumir nuestra responsabilidad como sujetos éticos, se busca la certeza desde comunidades artificiales que nos dan una identidad por una identificación absoluta y única con líderes, imágenes, ideas.

Es la promesa, la esperanza de Kant en su pequeño y maravilloso texto ¿Qué es la Ilustración? La ilusión de que la Humanidad había llegado a su mayoría de edad, al sapere aude que le llevara a pensar y decidir por uno mismo. Esta era una propuesta de una vida verdadera. Pero Chesterton, un tiempo después, será mucho más escéptico: «Cuando dejéis de creer en Dios creeréis en cualquier cosa». La historia ha dado la razón a Chesterton, no a Kant. Por esto hago este llamamiento, algo desesperado, para vivir una vida verdadera recogiendo esta promesa de libertad con que apareció la modernidad.

Pero Kant enuncia los dos enemigos internos: la pereza y el miedo. Preferir la servidumbre voluntaria por el miedo a la libertad del que nos hablaba Erich Fromm. ¿Oscilar entre ser un ciudadano autónomo en una sociedad democrática o un siervo voluntario de todo tipo de totalitarismos? Claude Lefort decía que esta era la salida para los que no eran capaces de aceptar una sociedad democrática basada en ciudadanos autónomos. Pero la cuestión no es tan simple. Por un lado, porque nos inventamos otro soporte para recuperar la identidad perdida. Es la personalidad, la de construir una identidad imaginaria desde un supuesto yo propio. La máscara ya no es simbólica, ya no se sostiene en estos rasgos que nos da la propia comunidad. Ahora es imaginaria, es la imagen de nosotros mismos que proyectamos en la sociedad. Este término, hoy tan familiar y omnipresente, es totalmente moderno. Es una noción abstracta y confusa. La personalidad no es el sujeto, es la lógica del narcisismo, que al final es destructiva. Cuando Nietzsche diagnosticó, a finales del siglo XIX, la Muerte de Dios (caída de todos los valores que habían orientado al hombre europeo, y el advenimiento del nihilismo, ya predijo que el peligro era lo que llamó «el último hombre». Era el nihilista que se había acostumbrado a una vida sin sentido, buscando únicamente evitar el dolor.

Vivimos en tiempos complicados, pero es posible construirse como sujeto ético. Sin embargo, esta ética de la vida verdadera no puede ser una ética individualista, no tiene nada que ver con la subjetivación neoliberal, que entiende la propia vida como una empresa para procurarse «la felicidad». «Felicidad» basada en una serie de ficciones, como la que nos presenta como entes atomizados y autosuficientes que competimos o utilizamos a los otros, como resultado del éxito o del prestigio, del tener más que el otro. Lo que hay que preguntarse es si no se asigna a los psicólogos el papel de ingenieros del alma humana, si no hay un crecimiento de las tecnologías del yo ligadas al crecimiento de las sociedades liberales, no ya como una promesa de adaptación sino de autorrealización. Es un «inventarse a sí mismo» pero guiado por el poder pastoral de los psicólogos, que pretende ofrecernos la verdad sobre nosotros mismos.1 La psicología es un ensamblaje de lenguajes, normas, valores que se va traduciendo cada vez más en ámbitos institucionales (derecho, empresa, escuela). Son los expertos los que ejercen este poder pastoral que sustituye a las autoridades del poder disciplinario. Nos hemos transformado en seres profundamente psicológicos porque nos subjetivamos, es decir, establecemos una forma de posicionarnos respecto a nosotros mismos y los otros, en función de normas psicológicas de verdad, que nos dan una conciencia de nosotros mismos, una valoración y un imperativo de transformación según un ideal que marcan. Es el reverso de la libertad, del imperativo del neoliberalismo de «ser libres». El poder neoliberal no se opone a subjetividad, sino que la atraviesa con la propuesta de ser sujetos gobernados empresarialmente. Los sujetos contemporáneos somos incitados a vivir como si estuviéramos llevando a cabo un proyecto de nosotros mismos, optimizando nuestro valor como si fuéramos una empresa: calculando bien la inversión, los recursos, el capital, los beneficios, las pérdidas, el precio y el riesgo... El sujeto ha de ser emprendedor con respecto a sí mismo y aparece un problema de desarrollo personal e identidad psíquica. Los asuntos de la experiencia cotidiana se han vuelto una ocasión para la introspección, la confesión y la asesoría del coaching. La pena, la decepción, la enfermedad y la muerte se convierten en obstáculos que hay que superar porque atentan a este mito de la independencia y la soberanía personal, A través del psicólogo o del coaching