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¿Elegiría el trabajo o el amor? A Jordan Everette, director de operaciones de la petrolera Western Oil, le parecía que había algo sospechoso en su nueva y sexy secretaria, Jane Monroe, y estaba decidido a revelar todos sus secretos. Pero no iba a limitarse a hacerle preguntas; prefería descubrir la verdad seduciéndola. Jane solo tenía una cosa en mente: descubrir al culpable de un boicot en la refinería, y su principal sospechoso era Jordan. Pero cuando su misión secreta entró en conflicto con el irresistible encanto del ejecutivo, se vio obligada a elegir entre el trabajo con el que había soñado y el hombre de sus sueños.
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Seitenzahl: 165
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Michelle Celmer. Todos los derechos reservados.
MÁS QUE UNA AMANTE, N.º 1898 - febrero 2013
Título original: Much More Than a Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-2640-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
«Puedes hacerlo», se dijo Jane Monroe para animarse mientras iba desde el aparcamiento a la entrada principal de la sede corporativa de Western Oil.
Tenía mil mariposas haciendo la conga en el estómago. Se detuvo frente a las puertas de cristal y respiró el fresco aire de enero mientras apretaba un segundo los puños.
Durante sus primeros seis meses de trabajo en Servicios de Investigación Edwin, había pasado cientos de horas al ordenador verificando antecedentes, tratando de encontrar a padres que no pagaban la manutención de sus hijos o descubriendo los bienes que ocultaban algunos hombres a sus exmujeres. Cuando alguien necesitaba asesoramiento legal, ella era la persona adecuada para resolver sus dudas. Y todo ese trabajo era el que la había llevado hasta ese momento.
Su primera misión secreta.
Entre los nervios y el viento, no dejaba de temblar. Llevaba medias de nailon y unos zapatos de tacón muy alto. Entró y fue directa a los arcos de seguridad. Mostró la tarjeta de identificación que le permitiría circular libremente por todo el edificio, incluso en las zonas reservadas para los altos cargos de la empresa.
De camino al ascensor, pasó al lado de una bulliciosa cafetería. Pulsó el botón que la llevaría al tercer piso, donde estaba el departamento de Recursos Humanos.
Sabía que a su familia le parecería que con ese trabajo estaba echando a perder su título de licenciada en Derecho. Por eso les había mentido. Sus padres y hermanos creían que formaba parte del departamento legal de una empresa local. Así era más fácil para todos. Pero ya había decidido que iba a decirles la verdad en cuanto consiguiera solucionar ese caso.
Sabía que les iba a impresionar saber que había estado trabajando en secreto en la oficina del multimillonario Jordan Everette, director de operaciones de Western Oil, un hombre sospechoso de aceptar sobornos y también de sabotaje.
Había conseguido ese caso por casualidad, la secretaria a la que iba a remplazar en la empresa se había puesto de parto y el investigador que iba a encargarse del caso estaba ocupado aún con otro trabajo. Era la oportunidad perfecta para demostrarse a sí misma y a los demás que podía hacerlo y estaba decidida a hacerlo bien.
La agencia estaba elaborando un informe explicándole quién era su objetivo a investigar, pero no iban a mandárselo hasta esa noche.
Hasta entonces, tendría que ir a ciegas. Ni siquiera había visto una foto de su nuevo jefe. No sabía nada de él. Pero, teniendo en cuenta su posición en la empresa, imaginaba que tendría ya unos cincuenta años y que estaría calvo y algo gordo.
Jane se bajó un poco la ajustada y corta falda que llevaba. Normalmente, vestía trajes mucho más conservadores. Había pensado que un hombre como el señor Everette, un solterón empedernido y bastante mujeriego, sería mucho más receptivo si la nueva secretaria llevaba faldas cortas y tacones de aguja. Ella, que siempre había sido tímida y no muy sociable, que no había tenido una cita de verdad hasta su segundo año en la universidad, iba a tener que comportarse como una sexy secretaria.
Al principio, le había parecido imposible. Pero había pasado el fin de semana tratando de cambiar su imagen. Había ido a un salón de belleza, donde le habían enseñado a maquillarse. También había renovado por completo su vestuario. Le había sorprendido mucho el resultado, se encontraba sexy de verdad.
Antes de ir a Western Oil, se había pasado por la agencia para recoger su pase de seguridad. La recepcionista ni siquiera la había reconocido y los hombres la miraban de otra manera.
Había conducido hasta la central de Western Oil con más seguridad en sí misma de la que había sentido en toda su vida. Pero los nervios habían vuelto a atacarla en cuanto se bajó del coche. Era un trabajo muy importante. Estaba segura de que, si lograba solucionarlo, sus superiores la tomarían en serio. Soñaba con conseguir un ascenso.
El ascensor se detuvo y Jane fue por el pasillo hasta el despacho de Recursos Humanos. Dio su nombre a la recepcionista y esta le pidió que esperara unos minutos.
Se quitó el abrigo y se sentó en una de las duras sillas de plástico. Pocos minutos después, salió una señora de mediana edad a recibirla. Iba vestida de manera muy elegante.
–¿Señorita Monroe? –le preguntó mientras la miraba de arriba abajo.
Jane se puso deprisa en pie. Aunque los detectives solían dar un nombre falso, ella había decidido que iba a tratar de mentir lo menos posible. Le sería mucho más fácil recordar lo que tenía que decir si no mentía en demasiadas cosas.
–Bienvenida, soy la señora Brown –le dijo la mujer–. Voy a enseñarle las oficinas.
Jane recogió su abrigo y siguió a la señora Brown por el pasillo y de vuelta al ascensor. Los zapatos le hacían daño y estaba deseando poder llegar a su casa y quitárselos.
–Supongo que la empresa de trabajo temporal le dio una copia de nuestra política de empresa.
–Por supuesto –repuso Jane.
De hecho, había memorizado todas las normas de conducta de Western Oil.
La única experiencia laboral que tenía, aparte de los meses que llevaba en Servicios de Investigación Edwin, eran unos cuantos veranos en el bufete de su familia desde los catorce años. También había estado trabajando allí después de licenciarse, durante cinco años y hasta que reunió el valor para dejarlo y tratar de perseguir su sueño de ser detective.
En el ascensor, la señora Brown pulsó el botón del último piso, donde estaban los altos cargos. Estaba tan nerviosa que apenas podía respirar.
–Esta es la señorita Monroe –anunció la señora Brown al guardia de seguridad cuando se abrieron las puertas del ascensor–. Trabajará durante unos meses para el señor Everette.
–Bienvenida, señorita Monroe –le dijo el joven mientras le miraba sutilmente las piernas.
¿Puedo ver su tarjeta de identificación, por favor?
La desenganchó de la solapa del traje y se la entregó. Él anotó los datos en una libreta.
–Póngasela en un lugar visible. No la dejarán entrar sin ella –le recordó el guardia.
No le extrañó que tuvieran un control tan estricto. Allí trabajaban personas muy importantes.
–Por aquí –le indicó entonces la señora Brown mientras iba hacia unas puertas dobles de cristal.
Le dio la impresión de que el guardia seguía observándola. No estaba acostumbrada a que los hombres la admiraran de esa manera. Siempre había sido invisible para ellos.
Estaba disfrutando con el cambio de imagen y la atención que estaba consiguiendo. Aunque sabía que, sin esa ropa, seguía siendo la misma Jane Monroe de siempre.
Entraron en otra zona y se detuvieron frente al mostrador de la recepcionista.
–Te presento a la señorita Monroe, trabajará de manera temporal para el señor Everette –le dijo la señora Brown a la mujer que estaba sentada allí.
–Soy Jen Walters. Bienvenida a la planta superior, señorita Monroe –la saludó la recepcionista con una cálida sonrisa.
–Encantada, Jen –repuso Jane dándole la mano–. Llámame Jane, por favor.
La señora Brown se despidió de ellas y Jane se sintió algo mejor. Seguía estando nerviosa, pero le dio la impresión de que se iba a llevar bien con Jen Walters y su sonrisa había conseguido tranquilizarla un poco.
–¿Qué te parece si te enseño las oficinas y dejo después que te instales tranquilamente? El señor Everette está en una reunión, pero saldrá pronto –le sugirió Jen.
La recepcionista le mostró la sala de descanso y los baños y le presentó a las demás secretarias. Todas le parecieron muy agradables. Después, le enseñó su mesa.
–Tiffany te dejó instrucciones sobre tus funciones y cómo le gustan las cosas al señor Everette –le dijo Jen mientras le mostraba unas hojas impresas–. Quería estar aquí para ponerte al día, pero se puso de parto antes de tiempo.
–Vaya... Bueno, supongo que los bebés son impredecibles –repuso.
–He desviado las llamadas para el señor Everette a mi teléfono. Te daré un par de horas para que te hagas al sitio y después te las pasaré directamente.
–De acuerdo, gracias por enseñarme las oficinas –le dijo a Jen.
–No hay de qué. Llámame si tienes alguna pregunta –repuso la recepcionista.
Cuando se quedó sola, se asomó para ver el despacho de su jefe. Tenía grandes ventanales en dos de las paredes desde donde se veía todo El Paso. Era el despacho de un hombre poderoso.
Colgó el bolso y el abrigo en el armario y se sentó a su mesa. Dejó el teléfono móvil en el cajón superior. Encendió el ordenador y se puso a mirar la lista que Tiffany le había preparado. Vio que eran cosas bastante básicas. Le decía cómo atender el teléfono, cómo tomaba el café el jefe, qué llamadas debía pasarle directamente y cuáles no. Le llamó la atención que su madre fuera una de las personas con las que prefería no hablar si podía evitarlo.
Pensó en revisar los archivos del ordenador por si encontraba algo que lo incriminara, pero decidió ir al baño y retocarse el maquillaje. Quería estar presentable para su nuevo jefe.
Tomó el bolso y fue al servicio. Volvió a pintarse los labios y se retocó el maquillaje.
Le quedaba solo un día para cumplir veintinueve años, pero ese maquillaje le tapaba las pecas que tanto le habían hecho sufrir desde sus años en el instituto.
Nunca se habría imaginado que el maquillaje pudiera cambiarle tanto la vida. Terminó de retocarse y se miró en el espejo. Le gustó su aspecto.
Salió del baño y se detuvo en la sala de descanso para prepararse un café. Después, regresó a su mesa. Cuando entró por la puerta, se quedó inmóvil al ver que había alguien sentado en su silla.
No sabía quién podría ser el hombre que estaba sentado a su mesa.
Estaba recostado cómodamente en su silla. Vio que estaba leyendo la lista que Tiffany le había dejado.
Llevaba las mangas de la camisa remangadas a la altura de los codos. Tenía el pelo rubio oscuro y lo llevaba bastante corto. Era muy atractivo.
–¿Puedo ayudarle en algo? –le preguntó entonces.
El hombre la miró con unos cálidos ojos castaños y una sonrisa que podría derretir muchos corazones.
–Eso espero –repuso el hombre mientras se levantaba de la silla.
Era una mujer alta, sobre todo con tacones, pero él lo era mucho más. Tenía que levantar la vista para mirarlo a los ojos. Era esbelto, pero fuerte y musculoso.
–Supongo que es la sustituta de Tiffany –le dijo él mientras le ofrecía la mano.
Su mano era grande y cálida. No se le pasó por alto que aprovechaba para mirarla de arriba abajo.
–Soy Jane Monroe –se presentó ella.
–Es un placer conocerla, Jane Monroe.
También lo era para ella, aunque aún no sabía quién era ese hombre tan apuesto.
–Por cierto, le ha llamado Mary.
Se quedó sin aliento. Supuso que se refería a su hermana y no entendía cómo podía haber descubierto que estaba trabajando allí.
–¿Ha llamado aquí?
–No, al móvil –repuso el hombre mientras abría el cajón y sacaba su teléfono.
–¿Ha contestado mi teléfono? –le preguntó atónita.
–No, la verdad es que dejó de sonar antes de que lo encontrara en el cajón. Pero en la pantalla apareció el nombre de una tal Mary.
–¿Acostumbra a mirar en los cajones de la gente y tocar sus cosas? –le preguntó furiosa.
–Solo si creo que puedo encontrar algo interesante –repuso encogiéndose de hombros.
No era la respuesta que esperaba.
–¿Quién es usted?
–¿No lo sabe?
–No –replicó contrariada–. ¿Acaso debería saberlo?
Le sorprendió que le dedicara una sonrisa en ese preciso momento.
–Soy Jordan Everette, señorita Monroe, su jefe.
–Se-señor Everette –balbució la señorita Monroe sonrojándose–. Lo siento mucho. No sabía...
–Supongo que no soy como esperaba –la interrumpió Jordan.
La joven sacudió la cabeza, mordiéndose el labio inferior.
–¿La ha enviado la empresa de trabajo temporal? –le preguntó.
La señorita Monroe asintió con la cabeza, pero le pareció muy raro. Él mismo había llamado a la agencia de trabajo temporal el viernes anterior. Normalmente, no tardaban nada en enviarle una sustituta, pero le habían dicho que nadie les había avisado para decirles que necesitaban una nueva secretaria. Aun así, allí estaba esa joven, el lunes por la mañana y de pie frente a él.
Llevaba un par de semanas algo escamado. Notaba algo raro en la empresa. No sabía de qué se trataba, pero su instinto no se equivocaba.
Suponía que la investigación sobre la explosión en la refinería había dejado a sus empleados para centrarse en él.
Después de seis años trabajando para la empresa como ejecutivo y tres como director de operaciones, creía que ya era hora de que Adam Blair, director general de Western Oil, confiara en él. Si estaba preocupado, no entendía por qué no se lo preguntaba directamente.
Pero creía que, si desconfiaba tanto como para pensar que podría poner la vida de sus trabajadores en peligro, no lo veía capaz de decirle la verdad si Jordan decidía hablar con él y preguntárselo directamente.
Supuso que habían contratado a esa mujer, que parecía una modelo de pasarela, para que tratara de seducirlo y sacarle la verdad. Le dolía que lo consideraran tan superficial y que ni siquiera su hermano le hubiera dicho la verdad. Aunque cabía la posibilidad de que Nathan no supiera nada y Adam también lo estuviera investigando.
Se sentía traicionado, pero no tenía muchas opciones. Podía enfrentarse a Adam y evitar que siguiera investigándolo, pero creía que eso le haría parecer más sospechoso. No podía dejar que nada, ni siquiera su orgullo, se interfiriera en su camino. Deseaba ocupar el opuesto que Adam iba a dejar libre muy pronto. Su única opción era cooperar con la investigación.
Pero no pensaba ponerle las cosas fáciles a la mujer que le habían enviado para que hiciera de secretaria. Sabía por qué estaba allí y podía manipular la situación, controlar la información que fuera a obtener de él. Dejaría que viera solo lo que él quisiera enseñarle. Aunque, por mucho que lo intentara, no iba a encontrar nada que lo incriminara, no había hecho nada malo. Pero había ciertos aspectos de su vida, sobre todo en lo referente a sus finanzas, que prefería mantener en secreto.
–Siéntese –le dijo Jordan mientras se alejaba de la silla.
Sonriendo nerviosamente, la señorita Monroe rodeó la mesa.
–¿Quiere que le traiga una taza de ca...?
Se le enganchó el tacón de aguja en la pata de la mesa y se tambaleó hacia delante. Vio que se agarraba a la mesa para no caerse, pero soltó la taza de café y esta le cayó sobre la camisa.
La señorita Monroe gritó horrorizada al ver lo que había hecho y se tapó la boca con la mano. También había caído café en la alfombra.
–¡Oh, Dios mío! ¡No me lo puedo creer! No sabe cuánto lo siento...
La mujer miró a su alrededor buscando algo para limpiar el café. Vio una caja de pañuelos de papel en la mesa y sacó deprisa unos cuantos.
–Señor Everette, lo siento mucho.
–No pasa nada –repuso él mientras se limpiaba el café que le había caído en la cara.
Se dio cuenta de que, aunque parecía una modelo de pasarela, era algo torpe.
–¿Puedo ayudarle con eso? –le preguntó la joven mientras señalaba la camisa.
–Suelo guardar una camisa limpia en el armario. ¿Podría buscarla mientras me limpio?
–Por supuesto –repuso deprisa mientras iba ya hacia el armario.
Jordan, mientras tanto, fue al cuarto de baño que tenía en el despacho y se desabrochó la camisa. También se había manchado un poco los pantalones, pero apenas se notaba.
Pensó que quizás no fuera una infiltrada tratando de sacarle información, sino una secretaria guapa y torpe.
–Señor Everette –lo llamó la joven desde su despacho.
–Estoy aquí –repuso él mientras mojaba una toalla para limpiarse la cara y el pecho.
–Aquí tiene su...
Jordan se volvió a tiempo de ver a una perpleja señorita Monroe en la puerta del baño. Tenía los ojos muy abiertos y fijos en algún punto de su torso. Pero no tardó en recuperarse y apartar rápidamente la mirada. Vio que se sonrojaba de nuevo. Le parecía extraño que una mujer tan sexy como ella se sonrojara al verlo sin camisa.
Sin mirarlo a los ojos, su nueva secretaria le entregó la percha con la camisa limpia.
–Aquí tiene.
Rozó sus dedos al agarrar la percha y ella apartó deprisa la mano.
Cada vez le parecía más interesante esa mujer.
–¿Va a despedirme? –le preguntó entonces.
–¿Lo ha hecho a propósito?.
–¡Por supuesto que no! –exclamó sorprendida.
–Entonces, ¿por qué iba a despedirla? –repuso él mientras se ponía la camisa limpia.
La joven volvió a morderse el labio inferior como si no fuera consciente de lo sexy que era ese gesto. Se puso la camisa y se la abotonó.
–En cuando a su pregunta de antes, sí.
–¿Mi pregunta? –le dijo la señorita Monroe con el ceño fruncido.
–Me encantaría tomarme un café. Aunque esta vez preferiría que no acabara en mi ropa.
–Por supuesto –repuso su secretaria con una tímida sonrisa mientras salía del baño.
Vio que iba a poder divertirse mucho a su costa hasta que esa mujer se diera por vencida al ver que él no tenía nada que ocultar.
Una vez más, Jane lamentó haberse puesto esos zapatos de tacón mientras iba a la sala de descanso para prepararle el café. El corazón le latía con fuerza. No sabía qué le había afectado más, haberle demostrado su ineptitud nada más conocerlo o verlo con el pecho al descubierto.
Su torso le había parecido una obra de arte y suponía que también lo era el resto de su cuerpo. Su jefe no se parecía en nada al hombre de mediana edad, gordo y calvo que se había imaginado. No era bueno sacar conclusiones de manera precipitada.
Y ella, aunque su aspecto había mejorado mucho, no había conseguido impresionarlo, todo lo contrario. A pesar de su transformación física, en el fondo seguía siendo la misma joven estudiosa, tímida y torpe de siempre. Las misiones secretas no eran para ella.
Sirvió el café y añadió un poco de leche. Debía tratar de tranquilizarse. Respiró profundamente.
«Puedo hacerlo», se dijo. «Soy lo suficientemente buena y llevo meses preparándome».
Levantó la cabeza y volvió al despacho del señor Everette. Llamó a la puerta con los nudillos y entró. Fue un alivio ver que estaba completamente vestido y sentado tras su gran mesa.
Y, afortunadamente, estaba hablando por teléfono, así que no iba a tener que hablar con él. Era a la vez una decepción y un alivio.
–Seguro que ha sido un error –le decía mientras le hacía un gesto a Jane para que se acercara.
Fue hasta la mesa sosteniendo con cuidado la taza y la colocó frente a él. Antes de que pudiera darse la vuelta para salir, el señor Everette levantó una mano para detenerla.