Melodía inacabada - Un compromiso falso - Al ritmo del deseo - Jessica Lemmon - E-Book

Melodía inacabada - Un compromiso falso - Al ritmo del deseo E-Book

Jessica Lemmon

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Beschreibung

Melodía inacabada Él eligió la música country en vez de a ella, pero ella volvió… Cash Sutherland, estrella de la música country, tenía demasiado éxito. Tenía fama de chico malo con necesidad de redención y tanto él como su discográfica estaban haciendo todo lo posible por que cambiase de reputación. De hecho, habían contratado a la periodista Presley Cole para que escribiese un artículo que le daría un empujón a las carreras de los dos. El único problema era que Presley era la mujer a la que Cash había dejado atrás, y que todavía no estaba preparada para perdonarlo por haberle roto el corazón. Un compromiso falso Debería ser solo un negocio y, dado que estaban fingiendo, no debería ser una segunda oportunidad Cassandra Taylor sentía que su antiguo novio se lo debía… y mucho. Luke Sutherland había hecho añicos sus sueños de un final feliz y ella necesitaba su ayuda para conseguir organizar el evento nupcial del año: la boda de su hermano. Luke le exigió algo a cambio: Cassandra debería fingir estar comprometida con él para que las mujeres dejaran de acosarlo por ser el soltero más deseado de la ciudad. Sin embargo, aquel falso compromiso hizo prender una verdadera pasión. ¿Tendría Cassie su propia boda de cuento de hadas o volvería a rompérsele el corazón? Al ritmo del deseo Le pidió que le enseñara a romper las reglas Hallie Banks se había hartado de ser la gemela buena y de vivir a la sombra de su hermana, una superestrella de la música country. Pero ¿qué sabía ella acerca de dejarse llevar y divertirse? Necesitaba un profesor y, por suerte, el guapísimo Gavin Sutherland estaba dispuesto a aceptar la tarea de enseñarla. Hallie salió del cascarón enseguida y se perdió entre las caricias ardientes de Gavin. Sin embargo, vivir al límite siempre tenía un coste ¡y, ahora, el momento de pagar el precio iba a llegar pasados nueve meses!

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Seitenzahl: 545

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 553 - diciembre 2024

 

© 2021 Jessica Lemmon

Melodía inacabada

Título original: Second Chance Love Song

 

© 2021 Jules Bennett

Un compromiso falso

Título original: Fake Engagement, Nashville Style

 

© 2021 Jessica Lemmon

Al ritmo del deseo

Título original: Good Twin Gone Country

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2022

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-097-6

Índice

 

Créditos

Melodía inacabada

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Epílogo

Un compromiso falso

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Al ritmo del deseo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Diez años antes

Universidad Estatal de Florida

 

Presley Cole sintió que su piel echaba chispas bajo la lluvia, pensó que se iba a desvanecer.

Casi no podía creer que estuviese delante de su residencia universitaria besándose con Cash Sutherland, quien, como por obra de algún milagro, se había convertido en su novio.

Habían salido juntos un par de veces, a cenar o a una fiesta, y ella siempre se había contentado con tenerlo cerca. Jamás había soñado con terminar la noche con él de manera inocente, con la ropa puesta, a pesar de que había tantas chicas guapas en aquella universidad dispuestas a acostarse con él.

Sobre todo, después de que ella le hubiese dicho que no iba a hacerlo. Lo deseaba, pero lo que sentía por él era demasiado fuerte, demasiado aterrador, para comprender lo que le estaba ocurriendo. Además, tenía miedo de traspasar sus propios límites y que, entonces, él la dejara.

–Merece la pena esperar –le había dicho él la noche anterior, después de haberle hecho llegar a un increíble orgasmo con sus caricias.

Presley se había disculpado por no querer ir más allá, por haberlo dejado a él sin aliviarse, pero Cash la había abrazado y había vuelto a besarla, mientras ella notaba su erección clavada en el muslo, y le había asegurado que no debía preocuparse por él.

En esos momentos, Cash se apartó y le apartó el pelo mojado de la cara. Estaban apoyados en la pared de ladrillos, pero el voladizo no los protegía de la lluvia, sobre todo, porque hacía viento. Era época de huracanes.

Ella clavó la vista en la escayola que unía sus dedos corazón y anular, admiró sus ojos profundos, oscuros, su afilada nariz, sus labios gruesos que solían sonreírle. Aunque llevaba tiempo sin sonreír, como si la herida le hubiese robado la alegría.

–¿Te duele el dedo? –le preguntó.

Se lo había roto jugando al fútbol americano, una mala noticia para un chico al que podían haber llamado para la Liga Nacional en cualquier momento. Aunque lo que más le fastidiaba a Cash era no poder tocar la guitarra. Su pasión por el canto y la composición la habían dejado de piedra la primera vez que había hablado con él. Había pensado saber qué tipo de chico era, pero Cash no dejaba de sorprenderla. Era guapo y practicaba un deporte duro, pero, al mismo tiempo, era capaz de entonar canciones de amor cargadas de emoción. No era de extrañar que estuviese loca por él.

–Pres, tengo que decirte algo.

Cash habló en tono monótono y ella intentó pensar que no iba a darle una mala noticia a pesar de saber que eso era lo que iba a ocurrir. Empezó a temblar y notó que le castañeteaban los dientes como si estuviese bajo una tormenta de nieve y no en Florida.

–¿Quieres subir? –le preguntó, con la intención de posponer cualquiera que fuese la mala noticia–. Aquí nos estamos mojando.

Él hizo una mueca, no le devolvió la sonrisa nerviosa. Después, respiró hondo. Era tarde. Habían pasado todo el día en clase y casi toda la tarde estudiando en la biblioteca. Ambos estaban cansados. Presley intentó convencerse de que solo era eso.

–Sube –repitió, agarrándole la mano herida–. Prepararé chocolate caliente y podremos sentarnos en mi cama a charlar.

Se puso de puntillas, le dio un beso en la mejilla y añadió.

–O a no charlar.

Pensó que él le iba a contestar que no, pero lo vio asentir.

Presley se lo tomó como una victoria mientras subían las escaleras, entraban en su habitación y ella se cambiaba la camiseta mojada por una seca. Entonces, empujó a Cash hacia la cama y se dio cuenta de que volvía a estar muy serio, lo que la preocupó. Era evidente que ocurría algo.

No tardó en descubrir el qué.

Cash rompió con ella aquella noche y la dejó llorando. Fuera, la tormenta arreció, pero nada que ver con su tormenta interior. Un rayo iluminó el cielo y ella miró por la ventana con los ojos inflamados, ardiendo. El sonido de un trueno ahogó el de sus sollozos.

La relación más bonita que había tenido, con el hombre más guapo que había conocido, se había terminado. Cash volvería a casa a la semana siguiente. Se marchaba a Tennessee y no estaba interesado en mantener una relación a distancia. No estaba interesado en ella.

Se había terminado. Para siempre.

Eso, si en realidad había comenzado alguna vez.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Presley, muy guapa, vestida con una falda fucsia, una blusa de flores y unos zapatos con la punta abierta, se agarró la rodilla para evitar mover la pierna sin parar. Había tomado demasiada cafeína y se había pasado la noche sin dormir, pero no había querido perder ni un segundo cuando por fin había encontrado la inspiración.

Llevaba tanto tiempo sonriendo que le estaba empezando a doler la cara, así que se tapó la boca y tosió para relajar un poco el gesto. Cuando su jefa, Delilah, volvió a mirarla, Presley sonrió de nuevo.

«Di que sí. Solo necesito un sí».

Desde que tenía memoria, Presley había deseado marcharse de Florida. Siempre había querido viajar por el mundo, visitar otros países, conocer personas nuevas, interesantes, pero viajar costaba dinero y no tenía mucho, así que se sentía atada a Tallahassee como si una fuerza invisible se empeñase en retenerla allí.

Cuando, un mes antes, su jefa había anunciado una competición amistosa para ir a trabajar a tiempo completo y como redactora sénior a cualquiera de las oficinas de Viral Pop del mundo, a Presley se le había hecho la boca agua solo de pensarlo.

Solo tenía que escribir un artículo que se hiciese viral y se había pasado toda la semana anterior dándole vueltas al tema, pero sin que se le ocurriese nada. Entonces, al llegar a casa la noche anterior, había oído una canción de su exnovio en la radio.

Cash Sutherland se había marchado de Florida siendo una estrella del fútbol americano y en esos momentos era una estrella de la música country. Al escuchar su canción más popular, a Presley se le había ocurrido, de repente, una idea.

En realidad, no lo había visto claro desde el principio. No le apetecía volver a pensar en aquella ruptura que la había dejado por los suelos años atrás, pero, por otra parte, quería ganar. Lo deseaba con todas sus fuerzas.

Así que se había quedado despierta hasta las dos de la madrugada escribiendo la propuesta que Delilah estaba leyendo en aquel preciso instante.

–Esto requeriría que estuvieses fuera de la oficina –comentó su jefa mirando a Presley.

La mirada inquisidora de Delilah siempre era intimidante, pero Presley quería ganar. Así que podía soportar que la intimidasen un poco.

–Ya he trabajado a distancia antes –le respondió–. Se me da bien la gestión del tiempo, sobre todo, cuando se trata de mi propio tiempo. O del tiempo que paso aquí, en el trabajo. Y, sobre todo, valoro tu tiempo.

Apretó los labios para no parecer que estaba desesperada.

Delilah se quedó pensativa, puso a un lado la tableta que tenía en las manos y le preguntó:

–¿Qué te hace estar tan segura de que Cash Sutherland va a contarte sus secretos cuando siempre ha evitado hablar con la prensa?

Presley se humedeció los labios con nerviosismo. No estaba segura de que Cash Sutherland fuese a contarle cómo había compuesto su mayor éxito y a quién iba dirigido. Desde que el tema Lightning había llegado a las listas de éxitos, la prensa había intentado resolver el misterio y había muchos rumores que señalaban a estrellas del cine y de la música y, teniendo en cuenta su historial, lo cierto era que podía ser cualquiera.

–Somos viejos amigos –le respondió a su jefa–. Fuimos juntos a la universidad. Y hace dos años fui a hablar con su hermano Gavin para escribir el artículo acerca de Elite Records.

No tenía ningún reparo en ir a ver a Cash. Su ruptura formaba parte del pasado y había hecho todo lo posible por dejarla atrás. No sabía qué pensaría él si la veía aparecer de repente, pero Gavin le había sugerido que no avisase a su hermano de que iba a ir a verlo.

–Ven al espectáculo –le había dicho–. Una vez aquí, no tendrá elección, tendrá que hablar contigo.

Así que su plan no estaba muy claro, pero, por otro lado, no podía arriesgarse a que Cash se negase a recibirla.

Durante su primera visita a Beaumont Bay se había asegurado de que Cash no estaba en casa antes de concertar una entrevista con Gavin y William Sutherland. Por aquel entonces, no se había sentido preparada para volver a ver a Cash, pero no había podido evitar querer escribir la historia acerca de cómo la discográfica Elite Records había sido relanzada con gran éxito por el hijo mayor de la familia. Había sido la primera en dar la noticia de la resurrección de esta y los lectores habían devorado el artículo acerca de los cuatro atractivos hermanos.

En aquella época le había preocupado que la visita le trajese recuerdos desagradables, pero la visita a aquella ciudad rica y elegante no le había recordado al Cash al que ella había conocido. En realidad, se había dado cuenta de que nunca había conocido a Cash. O de que ya no lo conocía.

–Fue un artículo que escribí cuando todavía trabajaba en adaptación de contenidos –añadió al ver que su jefa no decía nada.

Gracias a aquel artículo, que había tenido mucho éxito, la habían ascendido a redactora, pero seguía en Tallahassee y su último texto se había titulado: Diez veces en las que has deseado ser Taylor Swift.

–Gavin Sutherland me ha contado que Cash va a dar un concierto privado –continuó–. No hay más prensa invitada.

No había incluido eso en su propuesta, que se reducía a un análisis de costes para demostrar lo barato que iba a resultar su viaje para la empresa.

–Elite Records quiere lavar la imagen de Cash después de que fuese condenado por conducir bajo los efectos del alcohol y la familia confía en mí porque me conoce.

Al menos Gavin confiaba en ella.

Delilah arqueó una ceja.

–¿No es Cash un chico malo? ¿Qué más le da eso?

Cash había sido un chico malo. De adolescente, había causado varios problemas en su ciudad natal, Beaumont Bay. En una ocasión, incluso le había robado el coche a su padre solo para divertirse. Así que cuando le habían dado una beca universitaria para jugar al fútbol americano, sus padres habían respirado aliviados, pensando que sus años difíciles habían quedado atrás.

Pero, al parecer, Cash había vuelto a su ciudad y a su comportamiento de chico malo. Sus hermanos le habían organizado incluso una gira con Hannah Banks, otra cantante de country con fama de chica buena, para intentar mejorar su reputación.

Pero Cash era un hombre que actuaba con las mujeres como si fuesen objetos de usar y tirar y Presley lo sabía mejor que nadie. La había amado y dejado cuando estaban en la universidad. Aunque lo de amar eran palabras mayores. En realidad, solo habían compartido unas sesiones de besos en su habitación, pero nunca habían llegado a amarse.

No obstante, ella, que con veintipocos años había sido muy inexperta, se había sentido completamente enamorada de él. Lo había entrevistado como parte de un trabajo de clase, dando por hecho que jamás conseguiría tenerlo más cerca, y se había sorprendido cuando la estrella del fútbol americano de su universidad le había pedido que saliese a cenar con él una semana después.

También se había llevado una gran sorpresa cuando se habían vuelto inseparables. Al menos, hasta que Cash se había marchado de Florida y no había vuelto a dar señales de vida. No solo había dejado atrás Florida y el fútbol para hacer carrera en la música, sino que también la había dejado a ella.

–¿Piensas que te hablará de ese tema? –le preguntó su jefa.

Presley no tenía ni idea.

–Estoy convencida –mintió–. Está trabajando en un disco nuevo y va a necesitar publicidad. Supongo que sabe que necesita un cambio de imagen.

Aunque no un cambio de imagen literal. Aunque Presley llevaba años sin verlo en persona, sí había visto fotografías suyas en Internet. Y seguía siendo tan guapo como lo recordaba: tez y pelo morenos, ojos color miel, la mandíbula marcada y una sonrisa capaz de hacer derretirse a una monja. Y, eso, solo por encima del cuello. Además de su altura, tenía los hombros anchos y musculosos, los abdominales marcados y los muslos fuertes. En una fotografía reciente, Presley se había fijado en que llevaba un tatuaje en un brazo. Ese era uno de los múltiples cambios que debía de haber sufrido desde que la había dejado.

–Te doy una semana –le dijo Delilah, poniéndose las gafas y clavando la vista en el ordenador.

Un momento después, empezó a teclear y Presley imaginó que aquello sonaba a afirmación.

–¿Es eso un… sí?

–Sí –le respondió Delilah sonriendo–. Espero un jugoso artículo acerca de la mujer que ha inspirado Lightning, un análisis profundo del chico malo de Beaumont Bay y todos los chismes posibles acerca de su condena por conducir ebrio. ¿Piensas que podrás hacerlo?

–Por supuesto. Estoy segura.

Presley se puso en pie de un salto. Lo que Delilah le pedía le parecía demasiado invasivo, pero pensó que podía escribir un artículo completo y respetuoso al mismo tiempo. No tenía ningún interés en vengarse de una ruptura ocurrida hacía mil años. Su único objetivo era salir de Florida.

–Y… –añadió Delilah antes de que le diese tiempo a marcharse–. Espero que vayas informando a mi asistente, Sandra, de tus progresos por correo electrónico.

–Sin problema –le respondió ella.

Mientras salía del despacho le envió un mensaje de texto a Gavin Sutherland: Saldré el viernes.

No tuvo que esperar mucho su respuesta: Perfecto. Hasta entonces.

A ella se le hizo un nudo en el estómago. Iba a conducir ocho horas hasta Tennessee para entrevistar a su exnovio acerca de las mujeres de su pasado y de su condena por conducir bajo los efectos del alcohol. Iba a preguntarle acerca de la fama y de la fortuna, de su fama de chico malo y, también, por qué la había dejado.

Aunque formase parte del pasado, una parte de ella anhelaba conocer el motivo. En primer lugar, para zanjar el tema y, en segundo, para satisfacer su curiosidad. Se dijo que si no conseguía obtener una respuesta, se consolaría con una copa de champán y un viaje en primera hacia otro destino, fuera de Tallahassee.

Por suerte, tenía el resto de la semana para prepararse para el viaje. Hacía mucho tiempo que no veía a Cash y estaba empezando a sentirse de nuevo como una veinteañera enamorada… pero se dijo que había madurado y que no iba a volver a ponerse en semejante situación.

No, aquella no iba a ser una tarea fácil, pero no iba a perder la oportunidad de mudarse y continuar con su vida. Ya llevaba demasiado tiempo posponiendo sus sueños.

Además, Cash se lo debía. La había dejado de un día para otro, sin mirar atrás. Y ese, en parte, era el motivo por el que Presley se había visto atrapada en aquella ciudad. Mientras salía con él, había considerado hacer unas prácticas en Nueva York o en Tallahassee, pero se había decidido por la segunda porque Cash estaba en Florida. Él había tenido una beca allí y había sido una promesa del fútbol americano. Presley no había contado con que se marchase de aquel modo.

Pero se había equivocado.

Así que había llegado el momento de ser egoísta y centrarse en sus propios sueños. El puesto de redactora sénior fuera de Florida la esperaba. Podía ir a Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, Londres… o incluso Roma. Eso, sin perder antigüedad y sin tener que empezar de cero en otra empresa. Si le encantaba, podría pedir que la trasladasen allí de manera indefinida. Su familia podría ir a visitarla, o ella podría volver en vacaciones. No tenía nada más que la atase allí.

Sintió que el corazón le daba un vuelco mientras tecleaba.

Podía hacer aquello. Iba a hacerlo.

El viernes pisaría el acelerador de su jeep y conduciría hasta Beaumont Bay para hacerle una visita a su exnovio. Conseguiría que este le desvelase sus secretos y, después, tal y como había hecho él, se daría la media vuelta y se marcharía de allí sin mirar atrás.

 

 

Una sombra se había cernido sobre la vida de Cash Sutherland dos meses antes y no veía la manera de apartarla de allí.

No era la primera vez que pasaba por un mal momento, tanto en los negocios como en su vida personal, pero siempre conseguía remontar. La reacción de los medios sociales a su condena le parecía una locura. Era como si quisiesen hundir su carrera. La prensa era capaz de cualquier cosa con tal de tener una historia.

Eran todos unos buitres.

Y en el epicentro de la tormenta estaba, lógicamente, Mags Dumond, la mujer que se había autoproclamado primera dama de Beaumont Bay años atrás, cuando su difunto marido había sido alcalde. La familia Dumond había fundado Beaumont Bay, así que Cash suponía que se había ganado el apodo a pulso. Tras un fallido intento de lograr la fama en Nashville, Mags había vuelto a Beaumont Bay, se había casado con el alcalde y se había dedicado a dar fiestas.

La terrible noche de la que todo el mundo hablaba Mags había celebrado una fiesta benéfica y todo el mundo que era alguien en la bahía, en definitiva, casi todo el mundo, había asistido a la misma. Cash había bebido champán mientras charlaba con unos y otros y, a medianoche, sus hermanos se habían dirigido hacia la puerta y él los había seguido, pero Mags le había cortado el paso y había insistido en brindar con él. Tras acceder y dar un único sorbo a una copa que no quería beberse, Cash se había subido al volante de su Bugatti Chiron.

Se había sentido sobrio cuando le habían hecho detenerse en un control cerca de la mansión, pero, según el oficial de policía, había superado el límite legal de alcohol en sangre.

El recuerdo de aquella noche lo enfadó. Mags lo había perseguido durante gran parte de la velada, un hábito que había ido perfeccionando con el tiempo y del que él estaba cansado. Llevaba años presionándolo para que firmase con su discográfica, Cheating Hearts.

Y cuando uno de sus hermanos, Will, había relanzado Elite Records, ella no había ocultado su enfado y le había dejado claro que los hermanos Sutherland estaban adentrándose en terreno sagrado. Nadie tenía la osadía de competir con la reina de la bahía. O nadie la había tenido hasta que Will se había puesto al mando de Elite, Cash había grabado un disco con él y había ganado un importante premio de la industria discográfica. Y el éxito de Elite Records ya no tenía límites desde que la prometida de Will, Hannah, estaba con ellos. Asimismo, su hermano Luke los había invitado a tocar en uno de sus locales y Gavin, que era abogado, se dedicaba a asesorar a todos los artistas.

Dejando a un lado la historia de la ciudad y de la industria, lo único que importaba en esos momentos era que su fotografía policial corría por Internet como la pólvora. Su expresión de enfado hacía, además, que pareciese culpable.

Hasta entonces había sido un chico malo con mucha suerte. Primero, un disco de éxito, después, premios, pronto una nueva gira con Hannah y otro disco, después, el mundo. Hasta que aquel incidente había frenado sus planes.

A pesar de que sus fans lo apoyaban, los patrocinadores no eran tan leales. Una conocida marca de calzado ya había rescindido su contrato, y una popular aplicación de juegos con la que ya había grabado un anuncio publicitario le había informado de que no se iba a emitir. De repente, «el chico malo de la música country», que el verano pasado había llenado estadios, era un riesgo para la salud pública.

Con la mente muy lejos de donde debía estar, terminó de cantar delante del micrófono.

Detrás del cristal del estudio que tenía en casa, su hermano mayor, Will, lo miró con los brazos cruzados y el ceño fruncido. A pesar de que aquel gesto se había adueñado de su cara desde hacía varios años, las arrugas se habían suavizado cuando había conocido a Hannah. Cash había pensado que jamás se llevarían bien, pero había resultado que tenían mucho en común y se habían enamorado. Su estoico, duro y rígido hermano estaba enamorado de Hannah Banks, una mujer explosiva, llena de color y de energía. Parecía un cuento de hadas. Eso era el amor para Cash, un cuento de hadas.

Will apretó un botón para hablarle.

–Te diría que lo repitieras, pero prefiero que te reserves la voz para el concierto del viernes.

Luego le hizo un gesto para que se quitase los auriculares.

–Qué ganas tengo –murmuró él en tono irónico.

Aquel concierto no era más que un ardid publicitario. Cuando se había imaginado su carrera como artista musical, solo había pensado en cómo sería vivir haciendo lo que más le gustaba. Había dejado atrás el fútbol, la universidad y, lo que había sido peor, a su querida novia Presley. Y se había convencido de que, aunque le rompiese el corazón, sería lo mejor para los dos.

Sabía que Presley trabajaba para un importante conglomerado de medios de comunicación. Su artículo sobre Elite Records varios años antes había pintado a los Sutherland de manera favorable. Era evidente que Presley había pasado página. Él, también, aunque había sido mucho más difícil de lo que había imaginado.

Le encantaba actuar, le encantaba estar rodeado de fans, pero el resto de sus obligaciones podían llegar a ser agotadoras. Vivir su pasión incluía un montón de cosas que no le interesaban, como el marketing y las entrevistas. Recientemente, durante una rueda de prensa, se había disculpado por haberse emborrachado a pesar de no haberse emborrachado.

Apoyó la guitarra en su pie y pasó por el lado de Will, que estaba mirando su teléfono.

–¿Quieres que vayamos a cenar? –le preguntó este–. Gavin y Luke están en el Silver Marmot.

Nadie podía rechazar un solomillo o una langosta, así que Cash asintió. Había sido un día muy largo. Un mes muy largo.

–Todo irá bien –lo animó su hermano mientras subían al piso de arriba y se dirigían a la puerta–. No van a hablar eternamente del tema.

Cash quería creer que la actuación del viernes lo cambiaría todo como por arte de magia, pero sabía que no iba a ser así. Tal vez aquello no durase siempre, tal y como había dicho su hermano, pero duraría meses, o años.

Por el bien de sus hermanos, tenía la esperanza de no tardar tanto en recuperarse. A Elite Records no le venía nada bien aquella mala prensa.

–¿Quieres que conduzca yo? –le preguntó Will acariciando el capó de su Bugatti azul hielo.

–Ni sueñes con que tu trasero toque el asiento del conductor –le respondió él–. Además, no voy a beber alcohol esta noche.

En público, tal vez no volviese a hacerlo jamás.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Presley llegó a Beaumont Bay mucho más tarde de lo que pretendía, después de nueve horas de carretera, atascos y alguna parada para descansar. Entró en el Hotel Beaumont con un vestido protegido por una funda de plástico de la tintorería colgado del brazo y se cruzó con varias personas en el vestíbulo de camino al baño de señoras. No debía preocuparle lo que Cash pensase de la ropa que se había puesto para conducir, pero no podía entrevistar a su ex vestida con unos pantalones elásticos y una camiseta ancha. El hotel era tan lujoso como se había imaginado, con enormes columnas y suelos de mármol, ricas alfombras y botones vestidos con camisa blanca y traje negro.

Había planeado llegar varias horas antes del concierto que se iba a celebrar en la azotea, pero el destino había cambiado sus planes. Al menos, Gavin le había contado que podía utilizar el ascensor de servicio a modo de pasaje secreto.

Se cambió en uno de los cuartos de baño y luego se miró al espejo en una especie de cuarto de estar que estaba al lado. Se lavó los dientes, se retocó el maquillaje y se peinó la melena caoba con los dedos. No se había atrevido a quitarle la capota al jeep y en esos momentos se alegró de la decisión, porque había caído una buena tormenta por el camino.

Tiró la bolsa en la que había llevado el vestido a la basura y se metió la ropa que había llevado puesta en el bolso. Estaba preparándose para salir cuando entró una mujer y el sonido de voces del pasillo.

Presley reconocía a un periodista solo con oírlo hablar. Dejó pasar a la mujer y salió al vestíbulo con el bolso colgado del brazo. Había hombres y mujeres con cámaras, otros con el teléfono en la mano, tomando fotografías y grabando vídeos.

–¡Cash Sutherland! –gritó uno de ellos–. ¡Cash!

Otros tentaron también a la suerte gritándole:

–¡Aquí, Cash!

Y uno incluso le preguntó en voz alta por su condena.

Qué grosero.

Presley avanzó sin perder de vista la cabeza de Cash, que se escondía bajo unas gafas de sol y estaba serio.

El mundo se detuvo de repente.

Era todavía más imponente de lo que lo recordaba, mucho más potente que en las fotografías que había visto en Internet. Los recuerdos amenazaron con asaltarla, pero ella los contuvo, se dijo que no podía permitir que eso la detuviese. Si quería que su vida cambiase de verdad, si quería salir de su ciudad natal, necesitaba concentrarse en el futuro, no en el pasado.

Vio que se abría un claro gracias a un botones que intentaba controlar a la multitud. Presley se colocó detrás de una mujer que ondeaba una camiseta del concierto. Cash se la firmó y ella miró el autógrafo con adoración. Presley aprovechó para colocarse delante de ella y seguir a Cash. El guardia de seguridad que tenía más cerca no consiguió agarrarla y levantó los brazos y gritó:

–¡Dejen espacio al señor Sutherland!

«Lo siento, pero eso no va a ocurrir», pensó ella.

Rodeó el mostrador principal y siguió al empleado del hotel que estaba acompañando a Cash hasta el ascensor de servicio. Cuando casi chocaron, el hombre la miró con el ceño fruncido. Ella le dedicó la mejor de sus sonrisas.

–Muchas gracias –le dijo, llevándose una mano al pecho–. Pensaba que lo había perdido, con tanta gente. Qué susto.

Él la dejó pasar, tal vez porque pensó que iba con el cantante, o porque no le importó. Cash acababa de tocar un botón dentro del ascensor cuando ella entró también. Las puertas se cerraron a sus espaldas atrapándolos, literalmente.

–¿Pero qué…? –inquirió Cash, mirándola con enfado primero y con sorpresa después–. ¿Presley?

A pesar de las charlas que se había dado a sí misma antes de aquella misión, no pudo evitar pensar en lo guapo que estaba.

–Hola –le respondió, humedeciéndose los labios, preparada para seguir hablando.

Pero el ascensor se sacudió y ella se aferró a lo que tenía más cerca, en aquel caso, una pila de vasos que iban en dirección a la terraza.

Cash también se apoyó en los vasos y ella clavó la vista en sus largos dedos, en sus bonitas manos, y siguió subiendo por el brazo que se perdía debajo de la camisa negra.

Allí vio el tatuaje de notas musicales que había visto en las fotografías. O parte de él.

El ascensor volvió a sacudirse, pero no subió hasta su destino. Las luces parpadearon.

–Estos ascensores de servicio… –comentó ella para romper el silencio.

Cash no parecía divertido. Presley no supo si era por las luces fluorescentes, pero tuvo la sensación de que estaba un poco verde y tenía una fina capa de sudor sobre el labio superior.

–¿Estás… bien?

Él no respondió. Clavó la vista en el techo, donde la luz volvió a parpadear. Respiró hondo y tragó saliva.

–¿Cash? –le preguntó ella, alargando la mano para tocarlo, pero él la fulminó con la mirada.

–¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? –bramó.

 

 

Presley no dudó al responder, pero fuese lo que fuese lo que había dicho, a Cash le llegó como si estuviesen debajo del agua. O enterrados en cemento mojado.

Solo podía concentrarse en los chirridos de los cables del ascensor, en el golpeteo de los vasos y en el eje de hormigón visible a través de las paredes de hierro y cristal que lo rodeaban. ¿De quién había sido aquella brillante idea?

Siempre evitaba subir en ascensor. Se había quedado encerrado en uno con su madre cuando tenía cinco años. Habían estado allí sentados, sudando, durante lo que a él le habían parecido varios años, aunque Dana Sutherland le había asegurado que «solo» habían sido cuarenta minutos.

Para él, estar atrapado cuarenta minutos en un ataúd vertical no era baladí. El único motivo por el que estaba allí encerrado era porque si hubiese subido las escaleras andando, eso habría afectado a su actuación.

A Presley no parecía que le hubiese gustado que le preguntase qué estaba haciendo allí y le estaba hablando en tono mordaz, gesticulando mucho. Cash imaginó que no debía sorprenderse de su reacción. Era la primera vez que se veían desde que la había dejado llorando en Florida, era normal que no lo recordase con cariño.

Él se había preguntado si lo habría perdonado y, a juzgar por las chispas que saltaban de sus ojos azules, la respuesta era no.

Estaba diferente a como la recordaba, e igual al mismo tiempo. Tenía el mismo pelo rojizo, las mismas pecas delicadas que le salpicaban la nariz. El vestido negro era profesional, pero tentador. Presley Cole siempre había sido muy guapa y lo seguía siendo.

–… por no mencionar que he venido conduciendo desde Tallahassee para ayudarte –le estaba diciendo–. Así que, de nada.

–Ayudarme –repitió él entre dientes–. ¿Con qué?

–Con tu condena por conducir bebido, idiota. Abajo hay un montón de periodistas y, si piensas que alguno va a concederte el beneficio de la duda por conducir borracho…

–No estaba borracho –la interrumpió.

–Eso díselo al juez.

–Ya lo hice.

El ascensor se sacudió y el estómago de Cash, también. Entonces, Presley perdió el equilibrio y lo tocó. Solo lo agarró del brazo, pero sus uñas pintadas de rosa y las suaves pecas de su brazo le recordaron a otro tipo de caricias, menos inocentes. A la de veces que le había desabrochado el sujetador antes de besar sus pechos, o que le había desabrochado los pantalones para enterrar la mano…

«No vayas por ahí».

–¿Has venido a hacerme una entrevista? –le preguntó.

–Sí. Para Viral Pop. Es un importante conglomerado de medios de comunicación.

Cash conocía bien Viral Pop. Estaba a solo un paso de las revistas del corazón.

–No te voy a dar una entrevista –replicó, intentando desesperadamente recuperar la compostura.

–Por supuesto que sí –le respondió ella riendo.

–Ni aunque tuviésemos que estar encerrados en esta lata de sardinas el resto de la noche –añadió Cash, con el estómago encogido solo de pensarlo.

Aquella era su peor pesadilla hecha realidad.

Ella le soltó el brazo para tocar el botón de emergencia del ascensor y se oyó aullar una alarma.

–Escúcheme bien, don Importante. Como ya te he dicho, me debes al menos cinco minutos de tu precioso tiempo. Por cierto, que no he venido aquí por casualidad. Gavin es consciente de que tanto tú como la discográfica necesitáis algo de ayuda. ¿Cómo se apaga la alarma?

–No lo sé.

Cash se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano. Estaba cada vez más mareado. Aquello era justo lo que había necesitado, que su exnovio, que estaba más guapa que nunca, le gritase en un ascensor parado entre dos pisos.

–Cash, ¿estás bien? –le preguntó ella, agarrándolo del brazo con la otra mano.

Sus impresionantes ojos azules lo miraron y Cash sintió que las paredes del ascensor desaparecían a su alrededor. Recordó con aterradora claridad el sabor de sus labios, sus lenguas entrelazadas, él acariciándole los pechos y a Presley llegando al orgasmo solo con eso. Le había encantado oírla gemir, con la falda levantada y el sujetador tirado en el suelo.

Sí, en esos momentos la sensación de claustrofobia estaba compitiendo con otra muy diferente. Cuando había salido con Presley, esta había sido educada, dulce y cauta. En esos momentos, todavía parecía dulce, pero mucho más fogosa. Cash vio preocupación y curiosidad en su mirada. Presley seguía tocándolo. El vestido negro se ceñía a sus modestas curvas, haciéndole recordar todo lo que había visto, y probado, debajo.

Se oyó una voz masculina procedente del altavoz.

–Soy Rod, de mantenimiento.

Presley miró hacia el panel, después, volvió a mirar a Cash y se dispuso a hacer una pregunta.

Él no se lo permitió, se inclinó hacia ella y capturó su deliciosa boca con un beso.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Presley pensó que estaba teniendo una experiencia extracorporal. O, tal vez, el ascensor se había desplomado varios pisos, se había muerto y estaba en el cielo. Teniendo en cuenta lo increíble que estaba siendo el beso de Cash, no podía descartar completamente esa posibilidad.

Presley había cerrado los ojos y el resto de sus sentidos estaban alerta. Llevó las manos a sus bíceps y se los acarició. Los labios de Cash estaban calientes y la besaban con seguridad, y cuando su lengua tocó la de ella, sintió que se le doblaban las rodillas.

Él debió de darse cuenta porque sus manos la agarraron con fuerza. Aquellas manos prodigiosas. ¿Cómo se le había podido olvidar? Cash tenía talento para tocar la guitarra y también para excitarla. Sin dejar de besarla, la agarró por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Presley apretó el pecho contra el de él, pero cuando fue a abrazarlo por el cuello, sus bocas se separaron.

La mirada de él era aturdida, casi de sorpresa. Presley lo vio tomar aire e hizo lo mismo, sin poder apartar la vista de sus largas pestañas y de sus ojos casi dorados, que parecían más oscuros con aquella luz tan escasa.

Cash rompió la magia del momento jurando. En voz muy alta.

La apartó, se acercó al panel del ascensor, apretó un botón, habló y tocó otro botón.

Ella sintió, con el corazón acelerado, que volvía a la Tierra, todavía temblando después de aquel beso que ni siquiera había intentado evitar, que no tenía sentido, porque Cash formaba parte de su pasado y ya lo había olvidado.

El ascensor se puso en movimiento de manera brusca y ella se agarró a la pila de vasos porque todavía le temblaban las rodillas.

«Del beso».

Cash miró hacia la puerta durante el resto del breve trayecto. Cuando el ascensor se detuvo, la miró muy serio por encima del hombro. Sus últimas palabras fueron:

–¿Gavin, de verdad?

–¿Qué quieres decir con eso? –murmuró ella, hablando sola porque Cash ya se había marchado.

Salió a la terraza detrás de él, enfadada, sobre todo, consigo misma. La había besado él, sí, pero ella le había devuelto el beso.

Entendió que Gavin le hubiese aconsejado que fuese sin avisar. Era evidente que Cash no se había alegrado de volver a verla.

El lujoso bar era mitad cubierto, mitad al aire libre, con vistas a la ciudad. Estaba atardeciendo y una luz cálida, dorada, bañaba el escenario en el que Cash iba a actuar.

Presley se dirigió hacia allí, pero un guardia de seguridad se interpuso en su camino.

–No puede pasar, señorita.

Ella separó los labios para llamar a Cash. Este le debía una explicación. Sobre todo, tenía que explicarle por qué la había besado y después había salido corriendo. Antes de que le diese tiempo a hacerlo, Gavin Sutherland apareció justo delante de ella.

–Está con nosotros, Irv –dijo Gavin sonriendo–. Bienvenida al Cheshire. ¿Cómo estás, Pres?

Qué pregunta.

–He llegado tarde –le respondió ella.

–No, has llegado bien. Supongo que has subido en el ascensor de servicio, como te aconsejé.

–Sí.

Gavin apoyó una mano en la curva de su cintura y la alejó del escenario. El hermano pequeño de Cash era muy guapo, pero Presley no se sentía atraída por él.

–¿Te apetece un cóctel?

–Por supuesto. Está bastante vacío. Pensé que se llenaría.

–Las puertas no se abrirán hasta dentro de quince minutos. ¿Cuánta gente hay en el vestíbulo?

–Parece una piscina de tiburones con cebo en el agua –admitió ella.

Y sonrió al ver que Gavin se echaba a reír.

–Me he fijado en que Cash llegaba casi corriendo. Suele llegar tarde, pero no tanto. Me pregunto qué le habrá pasado.

Presley lo sabía, pero no iba a contárselo.

–No le gusta ensayar antes de los conciertos. Prefiere ser espontáneo –le contó Gavin.

Después, le hizo un gesto a la camarera, que iba vestida con un chaleco de cuero y solo un sujetador rojo debajo. Era rubia, pero llevaba un mechón de pelo también teñido de rojo.

–Christy, ¿le puedes preparar algo especial a Presley mientras yo voy a buscarle una acreditación? Es amiga de la familia, así que pon todo lo que te pida en mi cuenta.

–Por supuesto, cielo –le respondió Christy sonriendo–. ¿Qué te parece un Relámpago, que es lo que más le gusta a Cash Sutherland?

–¿Por qué no?

Resultó que el cóctel favorito de Cash era de color azul y sabor afrutado, servido en una copa de martini con una cereza en el fondo. Sin saber por qué, aquello le hizo pensar en su virginidad cuando había salido con él y en que nunca habían llegado hasta el final.

Se le encogió el estómago, sintió arrepentimiento y alivio, y le dio las gracias a Christy por la copa.

 

 

Con las botas apoyadas en la barra del taburete en el que estaba sentado detrás del escenario, Cash se concentró en afinar la guitarra mientras la banda preparaba sus instrumentos. Había pensado que la actuación de aquella noche sería solo una más, pero después de lo ocurrido en el ascensor, se dio cuenta de que se había equivocado.

No tenía la mente puesta en la música, sino en el beso que le había dado a Presley en el ascensor, en su respiración entrecortada, en cómo se había agarrado a sus brazos mientras pegaba el cuerpo al de él. En la seguridad de sus labios al devolverle el beso.

Cuando habían salido juntos, habían sido unos niños. Ella había tenido diecinueve años y él, veintitrés, pero ya no tenían esa edad y su dulce Presley había florecido. La forma en la que se había colado en el ascensor y le había asegurado que estaba allí para salvar su carrera no era propia de la Presley a la que él recordaba.

Cash pensó que iba a estrangular a su hermano pequeño por haber mantenido aquello en secreto.

–La lista temas, jefe –le dijo Mikey, su bajo, teniéndole una hoja de papel.

Cash la revisó, asintió y se la devolvió. Después, pensó que no sabía cómo iba a cantar Lightning con Presley delante y, sobre todo, después de aquel beso que había hecho que se detuviese el mundo. Y el ascensor.

Estaba acostumbrado a que la prensa y los paparazzi lo asediasen, pero la última persona que había imaginado que querría aprovecharse de su fama era ella. Un par de años antes le había hecho una entrevista a su familia, sin avisarlo, aunque eso no debía haberlo sorprendido, después de cómo había terminado su relación… Después de cómo había terminado él con su relación.

Había estado en su último año de universidad, deseando terminar o dejarlo directamente. Solo había querido que aquello se acabase. De no haber sido por la beca de fútbol americano, nunca habría ido a Florida ni habría conocido a Presley Cole. En esos momentos, no supo si aquello habría sido lo mejor.

En cualquier caso, se había roto el dedo jugando y, aunque después se le había curado, todavía le dolía cuando pasaba muchas horas ensayando. Después, no había podido retomar el fútbol de inmediato, ni tampoco sujetar un bolígrafo o tocar la guitarra, y ese había sido el factor decisivo.

Su padre, Travis, había tenido la esperanza de que terminase jugando en la Liga Nacional, pero él había tenido su propio sueño. La decisión de marcharse de la universidad de Florida había sido sencilla, la de dejar su relación con Presley, no.

Sin embargo, al dejar el fútbol se había dado cuenta de que era una mala influencia para Presley, que había ido con él a fiestas a las que no había debido asistir, y había dejado de salir con amigas para estar con él. Por su parte, Cash también había dejado de ir a algunas clases después de haber pasado la noche con ella, aunque hubiese respetado su deseo de no llegar hasta el final.

Presley no tenía ni idea de lo mucho que le había costado romper con ella, ver sus ojos llenos de lágrimas y marcharse como si no le importase. Le había importado. Demasiado.

Tras decidir que iba a perseguir su sueño, Cash había sabido lo que significaría volver a Tennessee: dedicar todo su tiempo a conseguir el éxito, lo que implicaba no tener tiempo para Presley.

Antes de alejarse de su lado, le había recordado que ella también tenía sueños: ser escritora, viajar. Ya había renunciado a unas prácticas en Nueva York por él y Cash quería que cumplieses sus sueños. Aunque tenía que reconocer que, en el fondo, se había comportado de manera egoísta y que Presley se había merecido, y seguía mereciéndose, a alguien mejor que él.

Por triste que fuese, su breve relación, honesta y cariñosa al principio, desgarradora al final, era una gran fuente de inspiración para su música.

Era una pena que la canción que había escrito para intentar olvidarla solo consiguiese reabrir la herida cada vez que la cantaba.

–Diez minutos –le dijo Mikey, su bajista.

Cash asintió. Si había algo que hacía bien, era compartimentar. Y tenía mucha práctica apartando los recuerdos de Presley de su mente.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

No era de extrañar que hubiese ganado premios.

Presley, sentada frente a una mesa alta, acompañada de Gavin y un par de amigos de este, intentó no mirar demasiado a Cash, pero no pudo evitarlo cuando tocó su canción de más éxito.

Cash la había animado a perseguir su sueño de convertirse en periodista y viajar por el mundo. Debería darle las gracias. Cuando él se había marchado de Florida, ella se había concentrado por completo en las clases. Gracias a Cash, se había hecho más dura, o eso había pensado antes de oírle cantar aquella canción.

La melodía terminó y la multitud aplaudió, ella lo hizo también. Se dio cuenta de que la última hora había pasado volando.

–¿Y ahora, qué? –preguntó una de las mujeres que había sentadas a la mesa–. ¿Corremos al escenario y le arrancamos la ropa?

Gavin se echó a reír.

–Inténtalo.

La mujer y su amiga rieron y se retaron la una a la otra. A Presley se le hizo un nudo en el estómago. No sabía si lo que sentía era melancolía por lo que había compartido en el pasado con Cash o celos al pensar que otras mujeres podían disfrutar de él en el presente.

–¿Estás bien, Pres? –le preguntó Gavin.

–¡Sí! ¿Va a venir Cash a sentarse con nosotros?

–No suele hacerlo –le respondió Gavin–. Aunque no haya mucha gente, las mujeres se vuelven locas por él.

–Ya.

–Esperará a que se haya ido casi todo el mundo. Solemos ir a verlo a la sala VIP. Supongo que Luke ya está allí con él. Y Will y Hannah no tardarán en acompañarlos.

–Hanna Banks. ¿Correcto?

La superestrella del country y el más serio de los hermanos Sutherland.

–Estoy deseando conocerla –añadió.

–Te caerá bien. Además, se te dan bien los famosos –comentó Gavin en tono divertido–. ¿Es porque conociste a Cash antes de serlo o por tu trabajo?

–Un poco de ambos –le dijo ella–. Los famosos son personas. Y no te puedes comportar como una idiota si quieres entrevistarlos con éxito. Hay que actuar como si nada.

Presley estuvo a punto de echarse a reír. Sí, había actuado como si nada al entrar en el ascensor con Cash y, después, había entrelazado su lengua con la de él.

«En fin», pensó, aclarándose la garganta.

–Vamos a la sala VIP –propuso Gavin.

Pasaron junto a un grupo de personas que iban hacia el escenario, cautivadas por el absurdamente universal atractivo de Cash. Presley se cruzó con dos mujeres que estaban llorando y diciendo que darían cualquier cosa por conocerlo.

Ella pensó que había pasado por lo mismo. De hecho, había renunciado a unas prácticas en Nueva York por estar con él, decisión que había terminado lamentando. Los sentimientos no habían sido recíprocos.

Pero no estaba allí para recuperar su relación, sino para averiguar a quién estaba dedicada su canción de mayor éxito y compartir la información en un artículo que leerían tantas personas que Viral Pop sentiría la tentación de cambiarle el nombre a la empresa y llamarla como ella. En otras palabras, que tenía que hacer su trabajo e iba a hacerlo bien. No podía dejarse distraer por Cash.

En la sala VIP, Gavin la llevó hacia una zona cubierta en la que estaban Will Sutherland y Hannah Banks, que era más guapa en persona, sobre todo, porque estaba sonriendo de oreja a oreja. Lo mismo le ocurría a Will.

Años atrás, Presley también había creído estar enamorada de Cash, pero había madurado y era más sensata. Lo que sentían aquellas mujeres por Cash era adoración, no tenía nada que ver con amor.

Y lo mismo le había ocurrido a ella. Cash había sido un popular jugador de fútbol americano que, además, tocaba la guitarra y cantaba muy bien. Había tenido algo irresistible que, por desgracia, seguía ahí.

No obstante, ella iba a resistirse.

En el pasado, Cash había estado centrado en su carrera. En esos momentos, le tocaba a ella pensar en su trabajo, en ella. Aunque no se le diese bien ser egoísta, tal vez Cash pudiese darle algunos consejos mientras estuviese allí.

Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Cash tomó aire y mantuvo su media sonrisa en su sitio mientras la mujer que tenía delante intentaba no llorar. Estaba feliz, o eso parecía, aunque era complicado estar seguro porque lloraba y reía a la vez.

–Solo quería decirte que tu música me ha cambiado la vida y que… te amo. Te amo tanto.

Aquella era la parte más incómoda de reunirse con sus fans. No lograba acostumbrarse.

–Te lo agradezco, Tabitha –le respondió en voz baja.

Ella abrió mucho los ojos y sonrió. Cuando había empezado a actuar, mujeres como Tabitha se habían quitado literalmente la ropa interior delante de él, pero enseguida había comprobado que aquellas aventuras eran más incómodas que satisfactorias. Así que había preferido tener relaciones reales, aunque fuesen breves.

–Se ha acabado su tiempo, señorita –dijo Irv, que llevaba la seguridad del Cheshire y era un tipo alto y corpulento, justo lo que Cash necesitaba.

Cash le guiñó el ojo a la chica y le dio las buenas noches. Después, Irv lo acompañó a la sala VIP.

Por fin estaba a salvo.

Entonces, vio a Presley charlando con Hannah y pensó que tal vez no estuviese a salvo. Al fin y al cabo, Presley había intentado matarlo. Si no había sido al tocar el botón de emergencia del ascensor, había sido con aquel beso que había estado a punto de causarle un infarto.

Vio brillar sus ojos azules al mirarlo. No estaba contento con él y Cash no sabía si era por los recientes acontecimientos o por lo que había ocurrido en el pasado.

Hannah, que tenía a Will agarrado de la mano, se giró hacia la barra. Su hermano lo saludó con un movimiento de cabeza y Hannah se giró hacia él y le dedicó su perfecta sonrisa. A Cash le caía bien, siempre le había caído bien. No tendría que hacer ningún esfuerzo si tenía que ir de gira con ella. Tanto Hannah como la hermana de esta, Hallie, eran estupendas. Su abuela, Eleanor, las había educado bien.

Presley ya no lo fulminaba con la mirada. Había decidido hacer como si no estuviese. Sentada en un mullido sofá rojo, sonreía a su hermano Gavin, que acababa de volver con una copa para cada uno. Cash estaba molesto con él por haber invitado a su exnovio a Beaumont Bay sin decírselo. Se preguntó de qué parte estaba.

–Os veo muy a gusto juntos –comentó–. Supongo que es normal, si habéis estado en contacto recientemente.

–No hagas caso a su Alteza Real, Pres –le dijo Gavin a Presley.

–No se lo hago –le respondió ella, sonriendo a Cash de manera tensa.

Él le dedicó la sonrisa que dedicaba a todos sus fans.

–¿Quiere una cerveza, señor Sutherland? –le preguntó una camarera que le pareció nueva.

En una ciudad como Beaumont Bay, lo normal era el lujo y el alto poder adquisitivo y los trabajadores rotaban mucho.

–Encantado –respondió.

–¿Qué clase? –le preguntó ella en tono coqueto.

–Sorpréndeme.

La chica se alejó riendo y contoneando las caderas.

–Vaya –comentó Presley arqueando las cejas color caoba–. Puedes llegar a ser encantador.

–¡Presley! –la llamó Hannah desde la barra–. Ven aquí. ¡Quiero que conozcas a alguien!

Hallie, la hermana gemela de Hannah, estaba entre Hannah y Will. Hallie era una copia exacta de su famosa hermana, rubia y bella, con los ojos color avellana y la boca grande. No obstante, era fácil distinguirlas. Hallie llevaba puesto un vestido de color beis y el pelo recogido en una cola de caballo baja, mientras que Hannah prácticamente brillaba con un vestido rosa de strass. Sin duda, eran diferentes.

–Discúlpame –le dijo Presley a Gavin.

Cuando se marchó, Cash ocupó su lugar y aceptó la cerveza que acababa de llevarle la camarera.

–Gracias, cielo.

Esta se marchó enseguida, gesto que él agradeció. Dio un buen sorbo y pensó que se había ganado una cerveza después de la actuación.

–¿Me quieres contar qué hace aquí Presley Cole, asegurando que quiere ayudarme a limpiar mi imagen?

Gavin le dio un sorbo a su copa y fingió quedarse pensativo.

–Sé lo que piensas de la prensa, pero en este caso opino que puede ayudarte.

Cash dudó que sus motivos fuesen tan nobles.

–No te veo convencido –comentó Gavin–. Mira, Pres escribió un artículo acerca de Elite Records que, además de estar bien escrito, era justo. No malinterpretó nada de lo que Will le contó ni aprovechó la rivalidad entre Mags Dumond y los Sutherland, como hizo Rolling Stone.

Cash frunció el ceño. Recordaba aquel artículo, que había surtido un efecto dominó en las redes sociales. Aunque a él no le gustase la prensa y odiase las redes sociales.

–Me llamó hace un par de semanas para preguntarme si el estudio se había recuperado después de la tormenta y hablamos de tu noticia. Le dije que era todo mentira y ella admitió que había pensado lo mismo y se ofreció a limpiar tu nombre.

Gavin se encogió de hombros.

–Está de tu parte, Cash. Y es el momento perfecto porque estás grabando un nuevo álbum. Puede mencionarlo y hablar de cómo Elite Records ha resurgido de las cenizas a pesar de que lo ocurrido ha estado a punto de hundirnos. Es matar dos pájaros de un tiro.

–Tienes que mejoras las metáforas –le sugirió Cash entre dientes, antes de volver a su argumento–. Es mi exnovio, deberías habérmelo contado.

–Salisteis juntos hace mil años.

–¿No se te ha ocurrido pensar que podría estar aquí para vengarse porque rompí con ella? –le preguntó Cash en un susurro, después de comprobar que no tenían a nadie cerca.

Gavin se inclinó hacia él.

–¿No se te ha ocurrido pensar que es un milagro que en esta sala VIP quepáis tú y tu enorme ego?

«Imbécil».

–Venganza. ¿Te estás oyendo? –continuó su hermano sacudiendo la cabeza–. Si es más dulce que un pastel.

Cash sabía a ciencia cierta que así era cómo sabía. Apretó los dientes. Gavin no era tan tonto como para intentar tener algo con ella, pero Cash lo amenazó de todos modos.

–Un pastel increíble, así que ten cuidado con ella.

Gavin no pudo responderle porque Presley volvió en ese momento. Cash le hizo sitio en el sofá y lamentó ver que Presley se sentaba más cerca de Gavin que de él.

–Hallie es encantadora –comentó ella–. Aunque tímida. Supongo que nunca hay que dar por hecho que los gemelos tienen la misma personalidad.

–Suele venir mucho desde que Will y Hannah están juntos, pero conmigo casi no ha hablado –admitió Gavin, que parecía un poco dolido.

–Me pregunto por qué. Eres una persona muy cercana –le dijo Presley, tocándole la pierna.

Cash pensó que el beso que se habían dado no le había afectado lo más mínimo, porque ya estaba coqueteando con su hermano.

–Me voy –anunció él de repente.

Ya había visto suficiente. Dejó su cerveza sin terminar encima de la mesa y se puso en pie.

–Pres se va a quedar toda la semana –le dijo Gavin, sonriendo de manera nada inocente–. Deberías enseñarle la ciudad mientras está aquí.

 

 

La expresión de Cash fue parecida a la que puso Presley, que tenía el ceño fruncido, aunque parecía sentirse mucho más cómodo que ella.

–¿Dónde te alojas? –le preguntó Gavin.

–En un sitio que se llama Rose… no sé qué. ¿En Greencamp?

Ellos la miraron como si no supiesen de qué estaba hablando, así que Presley sacó el teléfono para comprobar el correo de confirmación.

–Ah, aquí está. El Dusty Rose.

–No –le dijo Gavin.

–No te puedes quedar ahí –le respondió Cash casi al mismo tiempo que su hermano.

–Bueno, el Beaumont… es muy agradable –comentó ella, mirando a su alrededor–, pero se sale un poquito de mi presupuesto.

Gavin y Cash se miraron y ella cambió de postura en el sillón.

–¿Debería alojarme en algún otro lugar? No había mucho donde elegir, dado que estamos en verano y que todos los alojamientos que están cerca del lago estaban ocupados.

–En eso tienes razón, pero el Dusty Rose no es un buen lugar para ti.

–Pues me pareció que tenía su encanto. Y está solo a media hora de aquí.

–Por la carretera que tienes que tomar, tardarás más tiempo. Y te puedo asegurar que es un lugar tan encantador como mi hermano –comentó Gavin con sorna.

–Yo soy más encantador que ese lugar –le dijo Cash.

–¿Tan mal está? –les preguntó Presley.

–Sí –le contestaron los hermanos.

–Puedes quedarte conmigo –añadió Gavin–. Gratis.

–¿Contigo? –repitieron ella y Cash al unísono, aunque el tono de Presley era de curiosidad y el de él…

–¿Por qué iba a quedarse contigo, si ha venido a entrevistarme a mí? –espetó Cash, defendiendo de repente una entrevista que había asegurado que no iba a conceder.

–Porque he sido yo el que la ha invitado a venir.

–Tu apartamento es del tamaño del ascensor en el que Pres y yo hemos llegado hasta aquí –continuó argumentando Cash.

Gavin la miró de reojo y ella sintió calor en las mejillas.

–¿Vais a compartir el baño? –añadió Cash.

–El hotel que he reservado estará bien, de verdad –intervino ella.

–La casa de Cash es más grande que la mía, pero solo porque mi nueva casa, que va a ser más grande y bonita que la suya, todavía está en construcción –le explicó Gavin–. Aunque él vive junto al lago, así que, aunque te toque estar con el más gruñón de los Sutherland, tal vez las vistas merezcan la pena.

–Y tengo una zona para invitados.

–Un par de habitaciones de invitados –lo corrigió Gavin, poniendo los ojos en blanco–, pero es cierto que es agradable. Yo me he quedado ahí una vez o dos.

–Bueno… –dijo ella, barajando sus opciones–, si estás seguro de que no voy a causarte ninguna molestia. Puedo pagarte si…

–En absoluto –le respondió Cash, mirando después a su hermano–. Decidido. Se queda conmigo.

–En ese caso, será mejor que os marchéis ya –le dijo Gavin–. Asegúrate de poner sábanas limpias en la cama de la invitada.

Cash lo fulminó con la mirada antes de sacar el teléfono, que vibró en su mano.

–Parece que Rickie ya está allí, de todos modos.

–Su agente –le explicó Gavin a Presley.

–¿Cuál es tu número de teléfono? –le preguntó Cash–. Te mandaré la dirección y así, además, tendrás el mío por si te pierdes.

Ella se lo dio y Cash lo grabó antes de marcharse. Ella lo vio alejarse con paso seguro y se preguntó cómo había terminado accediendo a alojarse en su casa.

–¿Estás segura de que estarás bien con él? –le preguntó Gavin–. Mi apartamento es pequeño, pero es mucho mejor que el Dusty Rose.

–Estoy segura.

Cash era una persona introvertida. La idea de alojarse en su casa no era tan descabellada como le había parecido al principio. Con un poco de suerte, teniéndolo más cerca conseguiría que compartiese sus secretos con ella. Volvió a sentir calor al pensar en tenerlo cerca y se dijo que no podrían volver a besarse, ni a hacer nada más…

Presley estaba allí para trabajar. En ese momento, sonó su teléfono dentro del bolso.

–¿Es Cash? –le preguntó Gavin mientras ella leía el mensaje.