Mentiras y deseo - El regreso del heredero - Janice Maynard - E-Book

Mentiras y deseo - El regreso del heredero E-Book

Janice Maynard

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Beschreibung

Mentiras y deseo En una ocasión había sido todo su mundo. Ahora sería su mujer. Luc Cavallo llevaba un negocio multimillonario. Resolvía crisis sin siquiera pestañear. Hasta que la mujer a quien una vez había amado apareció en su despacho, tan hermosa como diez años atrás… con un bebé en brazos y pidiéndole protección. Nadie que conociera su historia con Hattie Parker lo culparía si la echara a patadas. Pero no iba a ser cruel si había una niña de por medio, así que sería el padre del bebé que Hattie había adoptado. Y después por fin la tendría a ella donde quería: en su cama y llevando su anillo. El regreso del heredero Pedirle a una ex que se convirtiera en su niñera era escandaloso… El multimillonario Wynn Oliver había tenido que hacerse cargo de la hija de su hermana. Necesitaba que su ex, Felicity Vance, se mudara con él y lo ayudara. Ella sabía muy bien lo que era crecer sin madre y lo conocía a él, por lo que a Wynn no le servía ninguna otra niñera. Debería ser algo tan sencillo como hacerle un favor a un viejo amigo, pero la tórrida atracción que hervía entre ellos lo convirtió en algo muy complicado. ¿Se interpondrían entre ellos una vez más los secretos que los habían separado quince años atrás?

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Seitenzahl: 345

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 560 - marzo 2025

 

© 2011 Janice Maynard

Mentiras y deseo

Título original: The Billionaire’s Borrowed Baby

 

© 2022 Janice Maynard

El regreso del heredero

Título original: The Comeback Heir

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012 y 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-560-5

Índice

 

Créditos

Mentiras y deseo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

El regreso del heredero

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

HACÍA una preciosa mañana en Atlanta, Georgia, pero Hattie Parker solo podía pensar en el pánico y la desesperación que sentía.

–Necesito hablar con el señor Cavallo, por favor. Con el señor Luc Cavallo. Es urgente.

La secretaria, una mujer de unos treinta años con un frío traje de chaqueta azul a juego con sus ojos, abrió su agenda.

–¿Ha concertado una cita? –le preguntó, sin mirarla.

Hattie apretó los dientes. Evidentemente, la mujer sabía que no tenía cita y estaba haciendo lo posible para intimidarla.

–Dígale que soy Hattie Parker –respondió, sujetando a la niña con una mano y la bolsa de los pañales con la otra–. No tengo cita, pero estoy segura de que Luc querrá recibirme.

En realidad, era mentira. No sabía si Luc querría verla o no. Una vez había sido su príncipe azul, dispuesto a hacer todo lo que ella quisiera y a concederle todo lo que deseara.

Aquel día tal vez la echaría a la calle, pero estaba dispuesta a arriesgarse, esperando que recordase los buenos tiempos. No se habían separado de manera amistosa, pero, como no tenía otra opción, o era Luc o nadie. Y no pensaba irse sin luchar.

La secretaria de Luc, que era el paradigma de la perfección, desde el pelo rubio ceniza sujeto en un elegante moño al maquillaje o la manicura, examinó con gesto de desdén su despeinado pelo rubio, la barata falda de color caqui y la blusa blanca de algodón. Aunque no tuviera la blusa manchada de la saliva de Deedee, no iba a ganar ningún premio de moda con ese atuendo y Hattie lo sabía. Pero no era fácil mantener un aspecto elegante cuando se tiene una niña de siete meses tirándote del pelo.

El guardia de seguridad de la puerta había insistido en que dejara el cochecito abajo antes de tomar el ascensor y Deedee pesaba una tonelada.

Hattie estaba agotada y desesperada. Las últimas seis semanas habían sido un infierno.

–Lo siento, pero es imposible. El señor Cavallo está muy ocupado.

–O me deja ver al señor Cavallo o voy a montar el escándalo más grande que Atlanta haya visto desde Escarlata O’Hara –le advirtió Hattie. Le temblaban los labios, pero se negaba a dejar que aquella antipática se diera cuenta.

La mujer parpadeó y Hattie supo que había vencido.

–Espere un momento –dijo por fin, antes de desaparecer por un pasillo.

Hattie acarició el pelito dorado de Deedee.

–No te preocupes, cariño. No voy a dejar que nadie te aparte de mi lado.

La niña sonrió, mostrando dos dientecillos en la encía de abajo. Estaba empezando a balbucear y Hattie la quería más cada día.

La espera le pareció una eternidad, pero cuando la secretaria volvió por fin, el reloj de la pared mostraba que solo habían pasado cinco minutos.

–El señor Cavallo la recibirá, pero es un hombre muy ocupado y tiene muchas reuniones esta mañana –le advirtió.

Ella tuvo que contener el infantil deseo de sacarle la lengua mientras la seguía por el pasillo.

–Puede pasar –le dijo, señalando una puerta.

Hattie respiró profundamente, besando a la niña para ver si eso le daba suerte.

–Empieza el espectáculo, Deedee.

Con más confianza de la que sentía en realidad, llamó con los nudillos a la puerta antes de entrar en el despacho de Luc Cavallo.

 

 

Luc dirigía un negocio multimillonario y estaba acostumbrado a lidiar con problemas. La capacidad de pensar a toda prisa era algo que había aprendido rápidamente en el mundo empresarial.

De modo que no era normal que algo lo pillara totalmente desprevenido, pero cuando Hattie Parker apareció en su despacho, después de una década sin verla, se quedó sin habla.

Estaba tan guapa ahora como lo había sido a los veinte años. La piel de porcelana, los ojos castaños con puntitos de color ámbar y unas piernas interminables. El sedoso pelo rubio apenas rozaba sus hombros; lo llevaba mucho más corto que antes.

Pero lo que sorprendió a Luc fue ver que la mujer a la que una vez había amado llevaba un bebé en brazos. De repente, experimentó una punzada de celos. Hattie era madre y eso significaba que había un hombre en su vida.

Pero era absurdo que eso lo molestara. Él había rehecho su vida mucho tiempo atrás. Entonces, ¿por qué sentía aquella opresión en el pecho, por qué su pulso se había acelerado?

Luc se quedó inmóvil, con las manos en los bolsillos del pantalón.

–Hola, Hattie –la saludó, indicando el sillón que había frente al escritorio.

–Hola, Luc.

Estaba visiblemente nerviosa y, mientras se sentaba, durante un segundo pudo ver esas piernas que recordaba tan bien…

Hattie Parker era una belleza natural que no necesitaba maquillaje. Incluso vestida con aquella ropa tan poco elegante resultaba encantadora.

Y una vez había sido todo su mundo.

Pero le molestaba que esos recuerdos le dolieran tanto.

–La última vez que nos acostamos juntos fue hace mucho tiempo. No habrás venido a decirme que ese bebé es hijo mío, ¿verdad?

El sarcasmo hizo que Hattie palideciese y Luc se sintió avergonzado. Pero un hombre tenía que usar cualquier arma para defenderse, se dijo a sí mismo. Era quien era por no mostrarse vulnerable. Y no volvería a serlo.

Hattie se aclaró la garganta.

–He venido a pedirte ayuda.

Luc levantó una ceja.

–Pensé que yo sería la última persona en tu lista.

–La verdad es que sí, pero no tengo alternativa. Esto es muy serio, Luc.

–¿Cómo se llama? –le preguntó él, señalando al bebé.

–Deedee.

Una niña. No se parecía mucho a Hattie… tal vez se parecía a su padre, pensó mientras pulsaba el botón del intercomunicador.

–Marilyn, ¿puedes venir un momento, por favor?

Cuando la secretaria apareció, Luc señaló a la niña.

–¿Te importaría cuidar de ella unos minutos? Su nombre es Deedee. La señorita Parker y yo tenemos que hablar a solas y no quiero interrupciones.

Hattie estuvo a punto de protestar, pero, pensándolo mejor, puso a Deedee en brazos de la secretaria.

–Aquí dentro llevo un biberón –le dijo, ofreciéndole la bolsa de pañales que llevaba colgada al hombro–. Y un babero.

Luc sabía que su ayudante podía hacerlo. Marilyn era fría como el hielo pero tremendamente eficaz.

Cuando la puerta se cerró, se echó hacia atrás en el sillón.

–Cuéntame, Hattie, ¿qué es eso tan grave que te ocurre para que hayas acudido a mí? Si no recuerdo mal, fuiste tú quien me dejó.

Ella se estrujó las manos.

–No creo que debamos hablar de eso. Fue hace mucho tiempo.

–Muy bien, como quieras –Luc se encogió de hombros–. Entonces nos concentraremos en el presente. ¿Por qué has venido?

–¿Recuerdas a mi hermana mayor, Angela?

–Sí, claro. Recuerdo que no os llevabais bien.

–Tras la muerte de mis padres empezamos a llevarnos mejor.

–No sabía que hubieran muerto. Lo siento.

Los ojos de Hattie se llenaron de lágrimas, pero parpadeó para contenerlas.

–Mi padre murió de cáncer unos años después de que yo terminase la carrera.

–¿Y tu madre?

–Mi madre no podía vivir sin él. Mi padre se encargaba de todo y cuando murió se le vino el mundo abajo. Tuvimos que ingresarla en una clínica… y ya no salió de allí. Angela y yo vendimos la casa y todo lo que teníamos, pero no fue suficiente. Me arruiné pagando las facturas de la clínica…

–¿Angela no te ayudó?

–Ella me dijo que no pagase nada, que el Estado debería encargarse de todos los gastos, especialmente cuando mi madre ya no podía reconocernos.

–Algunas personas dirían que tenía razón.

–Yo no –afirmó Hattie–. No podía abandonar a mi madre.

–¿Cuándo murió?

–El invierno pasado.

Luc miró su mano izquierda y comprobó que no llevaba alianza. ¿Dónde estaba su marido? ¿La habría abandonado dejándola con la niña?

Pero, de repente, lo entendió. Hattie necesitaba dinero. Era una chica orgullosa e independiente y las cosas debían de irle muy mal si había tenido que rebajarse a pedirle ayuda.

Y aunque sus recuerdos eran amargos, no sería capaz de echarla de allí. Le gustaba la idea de ayudar a Hattie… tal vez era justicia poética.

–Si necesitas dinero yo puedo prestártelo, sin intereses, sin preguntas. Por los viejos tiempos.

Ella inclinó a un lado la cabeza.

–¿Perdona?

–Por eso has venido, ¿no? Quieres pedirme dinero. Y me parece bien, ¿de qué me sirve el dinero si no puedo ayudar a una vieja amiga?

–No, no, no –empezó a decir Hattie mientras se levantaba de la silla–. No es eso.

Luc se levantó también.

–Si no es dinero, ¿qué es lo que quieres de mí?

Podía ver los puntitos de color coñac en sus ojos. De repente, se vio asaltado por los recuerdos, buenos y malos.

Estaba tan cerca que podía oler su champú; un champú que olía a cerezas. Algunas cosas no cambiaban nunca, pensó.

–¿Hattie?

Ella había cerrado los ojos durante un segundo, pero cuando los abrió en ellos había un brillo de pena y resignación.

–Necesito que te cases conmigo.

 

 

Luc, que le había puesto las manos sobre los hombros, las apartó a toda velocidad. El imperio textil Cavallo, creado por su abuelo en Italia años atrás y con cuartel general en Atlanta, había hecho rico a Luc y a su hermano. Y Hattie sabía que el elegante traje de cachemira que llevaba sería de una de sus fábricas.

–¿Es una broma?

–No, no lo es. Es muy serio –respondió ella–. Necesito que te cases conmigo para que Deedee esté a salvo.

–¿Por qué? ¿El padre te ha amenazado… te ha hecho daño?

–No, no, es más complicado que eso –empezó a decir.

Luc se pasó una mano por el pelo oscuro.

–Parece que no vamos a resolver esto en cinco minutos y tengo una reunión. ¿Puedes conseguir una niñera para esta noche?

–Prefiero no hacerlo –respondió–. Deedee ha sufrido mucho y no quiere separarse de mí.

Y la idea de estar a solas con él la asustaba porque aquella breve reunión había revelado una verdad terrible: que la Hattie que había estado enamorada de Luc seguía allí, agarrada a los tontos sueños del pasado.

–Entonces enviaré un coche a buscarte… con una sillita de seguridad para Deedee. Cenaremos en mi casa y mi ama de llaves se encargará de la niña mientras hablamos.

No había nada amenazador en sus palabras, pero a Hattie se le hizo un nudo en la garganta. ¿De verdad iba a convencer a Luc para que se casara con ella? Era absurdo. No tenía ninguna razón para escucharla más que mera curiosidad.

¿Por qué no le había dicho que no podía hacer nada? ¿Por qué quería hablar con ella?

Debería alegrarse, pensó. Incluso darle las gracias al cielo porque Luc no estaba casado.

Pero en aquel momento sus emociones eran mucho más complicadas. Porque seguía fascinada por aquel hombre que una vez le había prometido la luna.

Capítulo 2

 

¿QUÉ debía ponerse una mujer para pedir a alguien en matrimonio?

Mientras Deedee dormía, Hattie buscaba en el diminuto armario de su también diminuto apartamento, sabiendo que no iba a encontrar un vestido adecuado. Lo único remotamente decente era un vestido negro que había llevado tanto al funeral de su padre como al de su madre. Tal vez con algún accesorio podría darle algo de empaque, pensó, sacando del joyero la única pieza que no era bisutería barata. La delicada cadena de platino con una perla rodeada de diminutos diamantes seguía tan brillante como el día que Luc se la regaló.

Hattie acarició la perla, recordando…

Se habían saltado las clases vespertinas en Emory para ir al parque Piedmont con una manta y una cesta de merienda. Ella tenía una beca…; el padre de Luc era patrono de la Escuela de Arte de la universidad.

Mientras se tumbaban bajo el sol, sintiéndose libres y vivos, Luc se había apoyado en un codo para mirarla.

–Tengo un regalo de aniversario para ti –le dijo, con una sonrisa en los labios.

–¿Aniversario?

Luc le acarició la mejilla.

–Nos conocimos hace seis meses. Estabas comprando una calabaza en el mercado para la noche de Halloween y yo me ofrecí a ayudarte a vaciarla. Tú me sonreíste y entonces lo supe.

–¿Qué supiste?

–Que eras la mujer de mi vida.

Hattie apartó la mirada para que no viera cuánto le emocionaba esa declaración.

–No sabía que los universitarios supieran decir cosas tan románticas.

–Yo tengo antepasados italianos, llevamos el romance en la sangre.

Ojalá fuera cierto, pensó ella. Pero su madre le había metido en la cabeza que los hombres solo querían una cosa y Hattie se lo había entregado a Luc sin pensarlo siquiera.

Ser la amante de Luc Cavallo era lo mejor que le había pasado nunca. Era el primer hombre de su vida y lo amaba tanto que le dolía, pero se mostraba reservada. Tenía que terminar sus estudios porque una mujer debía ser independiente. Depender de un hombre solo llevaba al desastre.

Luc metió la mano en el bolsillo de los vaqueros y sacó una cajita de color azul turquesa de la famosa joyería Tiffany’s. Ella no podría comprar ni un llavero en un sitio tan caro y si se le hubiera ocurrido una negativa amable lo habría hecho, pero Luc la miraba con tal ilusión que la abrió. Dentro había un colgante con una perla que Luc le puso en el cuello.

–Te queda muy bien.

Pero no era verdad. Ella no era la mujer que Luc Cavallo necesitaba. Un día, él ocuparía su sitio entre los ricos y poderosos y ella, con o sin collar, le desearía lo mejor. Porque no era la mujer de su vida, no podía serlo…

El ruido de un coche en la calle interrumpió sus pensamientos, devolviéndola al presente. Frunciendo el ceño, Hattie cerró el joyero. Seguramente Luc no recordaría el colgante. Sin duda, habría comprado muchas joyas en esos años para otras mujeres.

La tarde pasaba, con Deedee protestando porque le estaban saliendo los dientes, y casi fue un alivio cuando un chófer uniformado llamó a la puerta a las seis y media.

El hombre tomó la bolsa de los pañales mientras ella colocaba a Deedee en la sillita. Su sobrina estaba encantada con la novedad de ir sentada frente a ella en un coche tan grande.

Habían pasado diez años desde que rompió con Luc y no habían vuelto a verse desde la ceremonia de graduación. Atlanta era una ciudad grande y se movían en círculos diferentes. Ella vivía en un barrio de clase trabajadora y él en West Paces Ferri, uno de los vecindarios más lujosos de la ciudad, donde estaba la mansión del gobernador.

Luc había comprado recientemente una finca allí; Hattie había visto las fotografías en una revista. Ese artículo, acompañado de fotos de Luc, había sido el responsable de que hubiera decidido ir a pedirle ayuda. Pero ver su rostro después de tantos años había resucitado sentimientos que creía olvidados para siempre.

Tal vez era una señal, pensó.

La casa era asombrosa, con profusión de azaleas y glicinias y un largo camino de piedrecitas que llevaba hasta la entrada, con una impresionante puerta doble. Luc salió a recibirla.

–Bienvenida, Hattie.

Ella sintió que le ardía la cara cuando le apretó la mano.

–Tienes una casa preciosa.

–Aún no está terminada. Estoy deseando que acaben de una vez.

A pesar de lo que decía, y a pesar del andamio que había a un lado de la casa, el interior era impresionante. En el vestíbulo, con suelos de mármol y paredes enteladas, había una amplia escalera con barandilla de nogal, una enorme lámpara de araña sobre sus cabezas y, en una consola bajo un antiguo espejo con marco de pan de oro, un enorme ramo de flores blancas.

Hattie miró alrededor, con Deedee callada por primera vez, como si también ella estuviera impresionada.

–Es maravillosa, Luc.

–Gracias –dijo él–. Afortunadamente, ya empieza a parecer un hogar. La pareja que vivía aquí la compró en 1920 y, además de comprarles la casa, he heredado a Ana y Sherman, el ama de llaves y el chófer.

–Es un hombre muy amable –dijo Hattie–. ¿Y Ana?

–La conocerás enseguida. Es el ama de llaves, la cocinera, la jardinera… hace un poco de todo. Tanto su marido como ella sienten tanto cariño por la casa que tengo la impresión de estar a prueba.

Como le había prometido, Ana se encargó de Deedee durante la cena, mientras Luc y ella cenaban.

Luc era un hombre fascinante, inteligente, leído y con un gran sentido del humor. Y, a medida que progresaba la noche, Hattie empezó a sentir una punzada de pesar. Se daba cuenta de lo que había perdido diez años atrás debido a su inmadurez y su cobardía.

Él le llenó la copa de nuevo.

–Supongo que no estás dándole el pecho a la niña.

Hattie se atragantó con el vino.

–Deedee no es mi hija. Es la hija de mi hermana Angela.

Luc la miró, sorprendido.

–¿Y por qué está contigo?

–Angela murió en un accidente de tráfico hace seis semanas. Mi cuñado, Eddie, conducía borracho, y después del accidente salió del coche y desapareció. No solo murió mi hermana, sino las dos personas que iban en el coche con el que chocaron. Angela vivió unas horas… el tiempo suficiente para pedirme que cuidase de Deedee.

–¿Qué fue del padre de la niña?

–Eddie estuvo detenido unos días y ahora está en espera de juicio. Pero te garantizo que no irá a la cárcel, su familia tiene muchos contactos. Al principio, ninguno de ellos mostró la menor preocupación por Deedee pero hace dos semanas me llamaron para decir que querían verme en la finca familiar, en Conyers.

–¿Eddie quería ver a su hija?

Hattie rio amargamente.

–No, qué va. Estaba allí cuando llegué, pero ni él ni sus parientes se molestaron en mirar a Deedee. Se referían a ella como «la niña», diciendo que era uno de ellos y debería ser educada en la familia.

–Si no mostraban ningún entusiasmo por ella, no lo entiendo.

–Para Eddie, Deedee sería su as en la manga. Quiere hacer el papel de marido destrozado y padre solo. Si alega que tiene que cuidar de Deedee no irá a la cárcel.

–Ah, ya entiendo –dijo Luc–. Y tú no estás de acuerdo con ese plan.

–Claro que no. Por eso les dije que Angela me pidió que cuidase de ella y que pensaba adoptarla.

–¿Y qué dijeron ellos?

–El padre de Eddie me dijo que ningún juez le daría la custodia de la niña a una mujer soltera con escasos medios económicos cuando el padre tenía recursos más que suficientes para asegurar su futuro.

–¿Y qué respondiste tú?

Hattie se mordió los labios.

–Que iba a casarme con mi novio de la universidad, un hombre que tenía mucho dinero y quería a Deedee como si fuera hija suya. Y luego salí corriendo.

Luc se rio.

–No tiene gracia –protestó Hattie, poniéndose en pie–. Esto es muy serio.

–Relájate. Deedee está a salvo, te doy mi palabra.

Hattie volvió a sentarse, con piernas temblorosas.

–¿Lo dices en serio?

–Claro que sí. Mis abogados se encargarán de todo.

–¿Pero por qué lo haces?

Luc se echó hacia atrás, estudiándola en silencio durante unos segundos.

–Mis motivos no deberían importar, ¿no crees? Si de verdad soy tu último recurso…

–¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

–Nunca digo algo que no pienso, tú deberías saberlo. Haremos que tu mentira sea una realidad y los deseos de Angela prevalecerán.

–Firmaré un acuerdo de separación de bienes, por supuesto –sugirió Hattie–. No quiero tu dinero.

–Eso lo dejaste claro hace diez años, no hace falta que lo repitas –replicó él, mirándola con frialdad antes de levantarse–. Imagino que tendrás que acostar a Deedee antes de que sea demasiado tarde. Le pediré a mis abogados que redacten un documento y cuando esté listo revisaremos los detalles.

–¿Detalles? –repitió ella.

–Yo tengo que poner ciertas restricciones.

–Sí, claro, tienes que proteger tus intereses –murmuró Hattie.

–Debería habértelo preguntado antes… ¿hay alguien en tu vida en este momento?

–¿No es un poco tarde para preocuparse por eso? Ya le has contado a todo el mundo que vamos a casarnos.

Hattie apretó los labios, mortificada.

–No a todo el mundo.

–¿Solo a la familia de Eddie? –Luc rio–. Bueno, deja que yo me preocupe por eso. Tú preocúpate de Deedee… por cierto, ¿a qué te dedicas?

Hattie era licenciada en Matemáticas y hasta unos meses antes había estado impartiendo clases en un instituto.

–He tenido que pedir excedencia durante el resto del año para atender a Deedee.

Luc suspiró, dando un paso adelante.

–Has debido de sufrir mucho, pero las cosas mejoraran, ya lo verás.

Hattie intentó sonreír.

–Algunos días parece como si nada pudiera volver a ser lo mismo.

–Yo no he dicho que vaya a ser lo mismo.

Por alguna razón, esa frase la asustó.

–¿Qué sacas tú con esto, Luc? ¿Por qué has aceptado apoyar la mentira impulsiva de una mujer a la que hace diez años que no veías?

–¿Estás intentando convencerme para que no lo haga?

–No, no… pero es que estaba convencida de que ibas a echarme de tu oficina.

–A veces puedo ser amable –dijo él, sarcástico.

–Hay algo más –dijo Hattie entonces–. Lo veo en tus ojos.

La expresión de Luc se ensombreció.

–Digamos que tengo mis razones –su tono dejó bien claro que no quería seguir con la conversación.

Y eso le dolió. Pero, en realidad, eran casi dos extraños. Extraños que una vez habían hecho el amor con apasionamiento.

–Tengo que irme –murmuró Hattie.

Ana estaba sentada en la alfombra del cuarto de estar, jugando con Deedee.

–¿Ha dormido algo? –le preguntó, tomándola en brazos.

El ama de llaves se levantó, estirándose la falda del vestido.

–Ha dormido cuarenta y cinco minutos. Tiene una hija preciosa, señorita Parker, un ángel.

–No es mi hija, es mi sobrina. Pero gracias.

–Te acompaño a la puerta –dijo Luc.

Mientras Sherman esperaba respetuosamente en la entrada, Luc la sorprendió tomando a Deedee en brazos para colocarla en la sillita de seguridad.

–Lo has hecho muy bien –dijo Hattie, sorprendida.

Luc acarició la mejilla regordeta de la niña.

–Espero que nos veamos pronto.

–¿Me llamarás?

–Le diré a Marilyn que se ponga en contacto contigo en un par de días. Imagino que tendrás que embalar tus cosas.

–¿Embalar mis cosas? –repitió Hattie.

–Deedee y tú os mudareis a mi casa en cuanto nos hayamos casado.

Capítulo 3

 

DOS días después, Luc llamó con los nudillos a la puerta del despacho de su hermano antes de entrar. Leo estaba casi escondido tras una pila de papeles. Era la mente maestra tras el imperio financiero Cavallo mientras Luc se encargaba de los proyectos de desarrollo. Él disfrutaba con el reto de crear nuevos productos, pero era Leo quien los había hecho ricos.

–Hola, no esperaba verte hoy.

Se veían formalmente dos veces al mes y era habitual que comieran juntos un par de veces por semana, pero Luc no solía ir a su despacho.

Luc se acercó a la ventana. Nunca se cansaría de admirar el hermoso cielo de Atlanta…

–¿Qué planes tienes para el día catorce de mayo? –le preguntó.

Leo apartó la mirada de la pantalla del ordenador.

–No tengo ningún plan. ¿Por qué?

–He pensado que te gustaría ser mi padrino.

–Lo dirás de broma, ¿no?

–La vida te da sorpresas.

Leo lo miró, pensativo.

–¿La conozco?

–Sí, la conoces.

–¿Y desde cuándo la conoces tú?

–Desde hace años.

–¿Y acabas de descubrir que estás enamorado de ella?.

–Un hombre no tiene que estar enamorado para desear a una mujer.

–Entonces, solo te gusta físicamente.

–Nos estamos yendo por las ramas –dijo Luc–. Te he preguntado si quieres ser mi padrino y con un sí o un no me basta.

–Deja de ser tan misterioso. ¿Quién es ella? ¿Voy a conocerla antes de la boda?

–Aún no lo he decidido porque no quiero estropear las cosas… pero prométeme que estarás el día catorce, con esmoquin.

Leo se levantó del sillón.

–No me gusta nada cómo suena eso. Y cuando todo se vaya al infierno no me vengas llorando. Tu libido es muy mala empresaria –le advirtió–. Sé inteligente, Luc. Tal vez no merezca la pena.

Luc entendía la cautela de su hermano. Lo que Leo no sabía, sin embargo, era que él tenía un plan. No quería vengarse, esa era una palabra demasiado fuerte para lo que tenía en mente. No odiaba a Hattie Parker, al contrario. Solo quería que entendiera que, aunque seguía encontrándola sexualmente atractiva, era completamente inmune a sus encantos.

Ya no era el chico que había estado loco por ella. Esta vez, él tenía el poder. Hattie lo necesitaba y eso significaba que la tendría en su casa, en su cama, bajo su control. La cuestión era sacar a Hattie Parker de su corazón para siempre.

 

 

Hattie estaba a punto de ponerse a gritar. Mudarse en cualquier momento era una tarea agotadora, pero, si además había que contar con un bebé de siete meses, el asunto era casi imposible. Por fin había conseguido que Deedee se durmiera la siesta y estaba envolviendo vasos en la cocina cuando sonó el móvil.

–¿Qué? –respondió, irritada.

–Nunca te había oído tan enfadada. Creo que me gusta.

–Perdona –se disculpó ella, frustrada–. ¿Qué querías, Luc?

–Nada en particular. Llamaba para ver si tú necesitabas algo.

–Un trío de forzudos me vendría bien. Cuidar de una niña tan pequeña mientras haces una mudanza es agotador.

–¿Me estás pidiendo ayuda?

–Tal vez –asintió Hattie.

Deedee era una niña muy buena, pero cuidar de ella sola era muy difícil. Y para empeorar la situación, Eddie había empezado a enviarle mensajes amenazadores.

–Podría haber contratado a una empresa de mudanzas, pero tú eres tan independiente que pensé que te enfadarías.

–Ya no tengo veinte años, Luc. Algunas batallas no merecen la pena.

Los dos se quedaron en silencio y Hattie miró el caos en la cocina, suspirando.

–¿Cuándo vamos a sentarnos a hablar?

–Mañana por la noche, si te parece bien. ¿A qué hora se duerme Deedee?

–Normalmente a las ocho, si tengo suerte.

–¿Y si voy a tu casa a las ocho? Podría llevar la cena –sugirió Luc.

 

 

Deedee se durmió antes de las ocho y Hattie encontró en el armario una blusa que había comprado en las rebajas de Bloomingdale’s. La pálida seda de color melocotón era perfecta para una tarde de primavera y combinada con unos vaqueros gastados tenía un aire elegante pero informal… aunque no estaba intentando impresionar a Luc. Desgraciadamente, él apareció con diez minutos de adelanto y tuvo que abrir la puerta descalza.

–No pareces agotada –le dijo, con un brillo de masculina admiración en sus ojos.

–Gracias. Hoy ha sido un día más tranquilo, tal vez porque la empresa de mudanzas que contrataste prometió estar aquí a primera hora de la mañana.

Mientras ella cerraba la puerta, Luc miró alrededor.

–No te ofendas, pero no veo por qué tienes que guardar en cajas todas estas cosas. Dile a los de la mudanza que se las entreguen a alguna organización benéfica y llévate solo las cosas que tengan un valor sentimental para ti.

Hattie se mordió los labios. No sabía que iba a salir el tema, pero debía aprovechar la oportunidad.

–La cuestión es… –empezó a decir.

–¿Qué? –Luc tiró sobre el sofá la bolsa de viaje que llevaba y dejó en el suelo una bolsa de supermercado donde debía de llevar la cena–. ¿Hay algún problema?

Hattie cambió el peso de un pie a otro. Luc llevaba un elegante traje de chaqueta italiano y ella se sentía como una pariente pobre a su lado.

–Nuestro matrimonio no durará para siempre y creo que sería prudente conservar algo para el futuro.

Luc rozó el viejo sofá con la punta de su zapato italiano.

–Cuando eso ocurra, no dejaré que Deedee y tú viváis en un sitio tan pequeño. Tengo una reputación en esta ciudad, Hattie. La imagen lo es todo. Y vas a casarte con un hombre rico, te guste o no.

Estaba vengándose por lo que había ocurrido en el pasado, pensó. Entonces no había querido seguir con él porque su dinero y su poder la hacían sentir en desventaja y su madre le había enseñado a no dejar que un hombre tuviese poder sobre ella.

El hombre al que Hattie había llamado papá era en realidad su padrastro. Su madre había tenido una aventura con su jefe y cuando le dijo que estaba embarazada, él la despidió y no quiso volver a saber nada del asunto.

Hattie levantó la barbilla, orgullosa.

–No tenía nada que ver con el dinero –afirmó–. Bueno, no solo con el dinero. Mira tu vida, Luc. Eres el director de una empresa multimillonaria, yo soy profesora de instituto y siempre he vivido una vida muy sencilla…

–¿No debería sonar música de violines?

–Mira, déjalo –Hattie suspiró, irritada–. Esta es una discusión demasiado antigua.

Luc se encogió de hombros mientras tomaba la bolsa de viaje.

–La cena estará lista en diez minutos. ¿Te importa si me cambio de ropa? He venido directamente de la oficina.

–La niña está dormida en mi habitación, pero el baño es todo tuyo. Yo pondré la mesa.

Estaba poniendo los platos en la mesa cuando sonó el timbre y al acercarse a la mirilla vio que era… Eddie.

En cuanto abrió la puerta notó que olía a alcohol y que apenas podía tenerse en pie.

–¿Dónde está mi hija? Quiero verla.

–Está durmiendo –respondió Hattie–. Los niños duermen a esta hora de la noche. ¿Por qué no me llamas por la mañana y hablaremos entonces?

Cuando iba a cerrar la puerta, Eddie se lo impidió.

–Podría llamar a la policía para decirles que has secuestrado a mi hija.

Era una amenaza absurda y ambos lo sabían. Hattie ya había consultado con un abogado y, además, una enfermera del hospital había escuchado la petición de Angela antes de morir. Sin embargo, no quería que aquello se convirtiera en una pelea con Deedee como premio.

–Vete, Eddie –le pidió–. No es buen momento. Hablaremos mañana.

Pero él la tomó por los hombros.

–De eso nada –le espetó, empujándola violentamente contra la pared.

De repente, Luc apareció en el pasillo y agarró al intruso por el cuello. El rostro de Eddie se volvió de un alarmante color morado…

–Llama a la policía, Hattie.

–Pero no quiero…

–Es lo que debemos hacer. No te preocupes, no voy a dejarte sola con este canalla.

Hattie llamó a la policía, pero, antes de que llegaran, Luc empujó a Eddie contra la puerta.

–Si vuelvo a verte cerca de mi prometida, te parto la cabeza. ¿Lo entiendes?

Eddie estaba tan borracho que no veía el peligro.

–¿Prometida? Venga ya. ¿Dónde está el anillo de compromiso?

–Lo llevo en el bolsillo. Iba a darle una sorpresa, pero un imbécil se ha encargado de estropearnos la noche.

La conversación terminó abruptamente cuando llegaron los agentes, que se llevaron a Eddie esposado después de tomarles declaración.

Hattie se dejó caer sobre una silla, con las piernas temblorosas. Afortunadamente, Deedee no se había despertado con el ruido.

Luc se puso en cuclillas a su lado, mirándola con cara de preocupación.

–¿Te ha hecho daño?

–No, estoy bien. Solo necesito tomar una aspirina y dormir unas cuantas horas.

–No te muevas –dijo él.

Después de llevarle una aspirina y un vaso de agua, metió un par de hielos dentro de un paño de cocina y se lo puso sobre la frente.

–Sujétalo ahí –le dijo–. Descansa, yo prepararé la cena.

Unos minutos después volvía a su lado, pero Hattie tuvo que apoyarse en el hombro de Luc cuando intentó levantarse.

–Yo te daré la cena.

–No digas tonterías. Puedo comer sola… –protestó Hattie.

–No tienes que discutir por todo. Venga, abre la boca –Luc le dio pequeñas porciones de pollo al curry y Hattie protestó de nuevo cuando un poco de salsa cayó sobre el sofá.

–Mira lo que has hecho.

–No importa, cualquier mancha sirve para mejorar esta monstruosidad.

Hattie miró el sofá y, de repente, los dos empezaron a reír. Se había preguntado miles de veces si había hecho bien al romper la relación. Había sido gratificante establecer su carrera de profesora y depender de sí misma; su madre había estado orgullosa de su independencia y su éxito.

¿Pero a qué precio?

Cuando terminaron de cenar, ninguno de los dos parecía saber qué decir y Luc tomó los platos para llevarlos a la cocina.

–No te muevas. Tienes que cuidar de Deedee por la mañana, así que lo mejor será que descanses todo lo que puedas.

Hattie se quedó en el sofá, pensando en cómo había cambiado su vida. Dos meses antes era una chica normal, una profesora de instituto con un agradable círculo de amigos. Ahora era la madrastra de una niña de siete meses intentando combatir un tsunami de emociones por el hombre que una vez había sido su otra mitad, su alma gemela. Era lógico que se sintiera abrumada.

Se incorporó para ayudar a Luc en la cocina, pero al hacerlo sintió una oleada de náuseas.

–Tal vez deberíamos ir al hospital –sugirió él.

–Estoy bien –Hattie sabía que no parecía muy convencida, pero no era fácil mostrarse estoica con un dolor de cabeza gigantesco.

Luc se puso en jarras, el polo azul que llevaba se le ajustaba a los hombros.

–Dormiré aquí esta noche.

Capítulo 4

 

HATTIE lo miró boquiabierta.

–No hace falta que te quedes.

–Tenemos que pensar en Deedee –insistió él–. Seguramente tú no descansarás bien esta noche y necesitarás que alguien te eche una mano mañana con la mudanza.

Hattie no sabía qué decir. Tener a Luc en su apartamento era inquietante, pero el encuentro con Eddie la había asustado.

De modo que, por fin, se encogió de hombros.

–Iré a buscar unas sábanas.

Cuando volvió al salón unos minutos después, Luc estaba hablando por el móvil con Ana para decirle que no iría a casa esa noche. La emocionaba que fuese tan considerado con sus empleados.

Lo que la había atraído de él desde el principio era su amabilidad y su sentido del humor. Tristemente, ahora él mantenía una distancia que no había existido antes.

Hattie empezó a hacer la cama en el sofá, pero se detuvo en cuanto Luc cortó la comunicación.

–Vete a la cama, Hattie. Eso puedo hacerlo yo.

–Buenas noches entonces.

–Espera un momento… ¿puedo verla?

–¿A Deedee?

–Sí, claro.

Luc apoyó las manos en los barrotes de la cuna para mirar a la niña, que dormía plácidamente, y Hattie tuvo que disimular su emoción. Si las cosas hubieran sido diferentes diez años antes, aquella escena podría haber sido otra…

Podrían ser una pareja, Luc y ella, metiendo a su hija en la cuna antes de irse a dormir.

–No merece lo que le está pasando –murmuró él.

Hattie sacudió la cabeza.

–No, claro que no. Y no puedo dejar que Eddie se la lleve. Es tan inocente…

Luc se volvió.

–No dejaremos que le pase nada, Hattie. Te doy mi palabra.

Y después de decir eso salió de la habitación.

Hattie se puso el camisón y la bata. Normalmente dormía en braguitas y sujetador, pero con Luc en la casa necesitaba una armadura.

Antes de entrar en el baño recordó que había olvidado darle a Luc lo más básico y, tomando un cepillo de dientes nuevo del armarito, volvió al salón.

–Se me había olvidado. Hay pasta de dientes en el baño y si quieres afeitarte por la mañana…

Hattie no terminó la frase. Luc estaba ante ella, con unos calzoncillos grises que no dejaban nada a la imaginación. Seguía estando en forma y, tontamente, deseó pasar la mano por el vello oscuro de su torso para ver si seguía siendo tan suave como recordaba.

Sus piernas, largas y musculosas, terminaban en…

Hattie tragó saliva. Pero mientras miraba, fascinada, vio que bajo el calzoncillo su erección aumentaba de tamaño. No podía moverse y Luc no parecía avergonzado.

–Gracias por el cepillo de dientes –le dijo, con una sonrisa en los labios.

–De nada –murmuró Hattie.

Pero no se movió. Recordaba con dolorosa claridad cómo era que la abrazase, estar aplastada contra ese magnífico torso, sentir sus brazos alrededor, experimentar la dura evidencia de su deseo empujando contra su abdomen.

–¿Te gusta lo que ves?

Hattie carraspeó para aclararse la garganta. Sus miembros parecían pesar una tonelada. Estaba paralizada, atrapada entre amargos recuerdos del pasado y la certeza de que Luc Cavallo seguía siendo el hombre que podía hacerla suspirar de placer.

–Respóndeme –dijo él, con voz ronca–. Si vas a seguir mirándome así, voy a tener que aceptar la invitación.

Hattie abrió los labios, pero de su garganta no salió ningún sonido.

–Ven aquí –dijo Luc entonces.

Se mostraba absolutamente seguro de sí mismo mientras le sujetaba la cabeza para buscarle la boca, su lengua invadiéndola, dominante, exigente.

Hattie temblaba de arriba abajo, apenas era capaz de permanecer en pie. Y Luc seguía besándola, murmurando algo que no podía entender…

Sin pensar, le enredó los brazos en la cintura y le devolvió el beso. Pero cuando Luc le rozó por accidente el chichón en la cabeza, Hattie dio un respingo.

De inmediato, él se apartó, murmurando una palabrota.

–Maldita sea… vete a la cama, Hattie.

Si hubiera sido una heroína victoriana se habría desmayado. Pero ella era una chica dura, de modo que, murmurando un estrangulado buenas noches, salió del cuarto de baño.

 

 

Horas después Hattie abrió los ojos. Había dormido como un tronco. Miró el despertador y se le detuvo el corazón. Eran las nueve de la mañana.

Deedee… la niña debía haber despertado a las siete.

Hattie saltó de la cama, a punto de tropezar con las sábanas…

Pero la cuna estaba vacía. Asustada, miró alrededor… y entonces su cerebro embotado empezó a funcionar.

Luc.

Los recuerdos del beso de la noche anterior hicieron que sus pezones despertasen a la vida. Sin pensar, se llevó un dedo a los labios. Diez años era una vida entera para esperar algo que había sido a la vez tan terrible y tan maravilloso.

Cuando abrió la puerta del dormitorio oyó un balbuceo infantil en la cocina. Luc estaba haciendo el desayuno mientras Deedee jugaba en su moisés.

–Buenos días.

La niña lanzó un grito de alegría, alargando los bracitos hacia ella.

–Le he dado un biberón –dijo Luc–. Pero no quería darle nada más hasta que despertaras –hablaba con voz ronca, como si le costase trabajo.

Hattie sacó a Deedee del moisés, sorprendida de que Luc le hubiera dado el biberón. Nunca lo había visto con niños y le sorprendía que se mostrase tan tranquilo, especialmente cuando ella sabía lo difícil que podía ser un bebé.

–Estoy haciendo huevos revueltos con beicon, espero que te gusten.

–Sí, claro, gracias.

–Los de la mudanza llegarán dentro de poco, así que deberías cambiarte de ropa. Yo me encargo de Deedee.