Un apasionado fin de semana - Janice Maynard - E-Book

Un apasionado fin de semana E-Book

Janice Maynard

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Beschreibung

La hermana de Daley Martin iba a casarse con el hermano de Tristan Hamilton. Los dos rivales en el mundo de los negocios se veían obligados a mantener las formas durante un largo fin de semana y a cumplir a la perfección con su papel de madrina y padrino de bodas. Sin embargo, surgió un problema inesperado, porque entre ellos se desató la pasión y tuvieron una tórrida aventura. A pesar de la atracción que sentían, se prometieron que todo terminaría el fin de semana de la boda. Hasta que el jefe de Tristan compró la agencia de publicidad de Daley… ¡Desde ese momento, evitarse el uno al otro e ignorar la química que había entre ellos se convirtió en misión imposible!

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Seitenzahl: 167

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Janice Maynard

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un apasionado fin de semana, n.º 2184 - junio 2024

Título original: One Wild Wedding Weekend

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410628540

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Prométeme que no vas a estropear el fin de semana de mi boda peleándote con Tristan.

Daley Martin miró a su hermana pequeña y enarcó una ceja, aunque se le encogió el estómago al oír aquel nombre.

–No seas tonta. Soy una persona adulta y madura. Me voy a comportar ejemplarmente.

Tabby frunció el ceño.

–Os he visto juntos a Tristan y a ti. Es como poner a dos pit bull en una habitación con un filete.

–Aj, qué comparación más asquerosa –dijo Daley.

Se tocó la uña del dedo meñique para comprobar si el esmalte estaba seco. La futura novia y ella acababan de hacerse la manicura y estaban tomándose un cóctel antes de pasar al siguiente punto del itinerario.

Tabby no se quedó muy convencida. Suspiró.

–Deja de tocarte la uña –le dijo–. No sé por qué no puedes ponerte gel, como todo el mundo.

–Fácil. Porque quitarme el gel en tres semanas es imposible de hacer en casa. Prefiero crear mi propio destino.

–Es esmalte de uñas, no un manifiesto –respondió Tabby–. Quiero volver a la conversación anterior. Tristan va a ser de la familia, y necesito que te portes bien.

–De mi familia, no –dijo Daley.

Por mucho que su hermana pequeña se casara con el hermano pequeño de Tristan, ella no iba a confraternizar. En absoluto.

–No es tu enemigo –dijo Tabby.

–¿Cómo lo sabes? Ese hombre quiere robarme a todos mis clientes.

Tabby arrugó la nariz.

–No creo que estés siendo racional. Te quiero mucho, Daley. Tu pequeña agencia de publicidad es innovadora, pero algunos clientes prefieren algo seguro y tradicional. Si algunos decidieron encargarle sus proyectos a Lieberman y Dunn, no es culpa de Tristan.

Aunque su hermana, seis años menor, estaba intentando ser diplomática, aquello le causó escozor. Seguramente Tabby no tenía la intención de ser condescendiente al decir «pequeña agencia de publicidad». Pero era cierto. Daley tenía pocos empleados: dos redactores, una experta creadora de páginas web, una recepcionista y un contable a tiempo parcial. Había recorrido un largo camino durante los tres años anteriores. El negocio iba bien. Pero no estaba en la liga de Tristan y lo sabía. En el fondo, eso era lo que le causaba un nudo en el estómago.

Tristan era el director de una agencia de publicidad de Atlanta que tenía décadas de antigüedad. El señor Liberman había muerto hacía unos años, y se rumoreaba que en cualquier momento Harold Dunn iba a venderle la agencia a su protegido, Tristan.

Tristan Hamilton. Rico. Guapo. Increíblemente sexy. Tenía el pelo negro y los ojos azules y brillantes, y el mundo estaba en sus manos. Daley lo despreciaba. Si se estaba mintiendo a sí misma, era solo porque no entendía que, con solo ver su cuerpo atlético, se pusiera a temblar. La forma en que el Todopoderoso había ensamblado aquellas piezas había creado un ejemplar de impresionante perfección masculina.

Hasta que el muy estúpido abría la boca. Hacía seis semanas, ella había ido a su oficina para transmitirle sus quejas, pero él le había hecho el mismo discurso que Tabby: que no todos los clientes querían Instagram y TikTok, sino que algunos buscaban un modo más convencional de dar a conocer su nombre comercial.

Daley no estaba convencida. Había tenido dos reuniones prometedoras con los responsables de un nuevo hotel y una diseñadora de joyas, pero los dos clientes habían terminado en Lieberman y Dunn. Y eso tenía que ser debido a las interferencias de Tristan.

Tabby interrumpió la indignación de Daley.

–Tenemos que irnos –dijo–. Ya solo nos queda la peluquería. Después de eso, tenemos una hora para descansar y podemos irnos al hotel.

 

 

Cuando Daley llegó al Westmont Country Inn se detuvo a admirar la capacidad organizativa de su hermana. Todas las celebraciones nupciales estaban coreografiadas hasta el más mínimo detalle. No había dejado nada al azar.

Tabby y John habían alquilado aquel precioso hotelito, en un buen barrio de Atlanta, y habían tomado la decisión de que las damas de honor y los amigos del novio, además de la familia más cercana, se alojaran allí durante toda la duración de la boda. Así no habría problemas de transporte, ni retrasos, sino mucho tiempo para divertirse y relajarse.

Daley no tenía ninguna objeción al respecto. Era agradable saber que no tendría que preocuparse por el tráfico aquel fin de semana. Quería que todo saliera perfecto en la boda de Tabby, y aquel plan eliminaba muchas incógnitas. Sin embargo, también significaba que no podría escapar de allí hasta el domingo por la mañana… le gustara o no.

Varios invitados habían llegado a la vez. No había botones a la vista. Daley sacó la maleta del maletero del coche y entró al precioso hotel. Un empleado de uniforme tomó sus cosas y la registró en recepción. La parte principal del edificio tenía tres pisos, y había un ala trasera que albergaba las habitaciones más lujosas. Tabby se había empeñado en que se ella se alojara en una de las mejores habitaciones como agradecimiento por toda su ayuda. Pero no era para tanto; ella quería que su hermana tuviera la boda de sus sueños, así que la había acompañado a visitar tiendas de trajes de novia y cáterin. John también se había esforzado mucho en los preparativos, pero tenía que dedicarle muchas horas a su trabajo y no tenía flexibilidad de horarios.

Todo aquel trabajo iba a merecer la pena.

Daley tomó la llave de su habitación con una sonrisa y, al girarse, se le puso el vello de punta.

–Ah, eres tú –dijo, dando un paso hacia atrás–. Hola, Tristan.

Él ladeó la cabeza y sonrió.

–¿Cómo? ¿Nada de garras?

Ella apretó los dientes.

–Se supone que este fin de semana tengo que ser amable contigo.

Él le lanzó una mirada de buen humor. Tenía los ojos muy azules.

–Amable. Esa es una palabra que tiene muchos niveles.

–Nada de niveles. Discúlpame, por favor. Tengo que ir a mi habitación.

–Daley.

Al oír su nombre pronunciado por Tristan, a Daley se le aceleró el corazón. Solo eran dos sílabas, pero su voz grave le infundía belleza.

–¿Qué quieres, Tristan?

Él sonrió.

–El bar del hotel está ahí mismo. ¿Por qué no enterramos el hacha de guerra tomando algo juntos? John y Tabby querrán que seamos amigos.

Ella frunció el ceño.

–Tu hermano debe de ser más optimista de lo que yo pensaba si piensa que eso es posible. A mí, Tabby solo me ha pedido que no haya derramamiento de sangre.

Tristan se echó a reír.

–Venga –dijo–. Vamos a ser familia. Déjame que te invite a tomar algo, Daley.

Estaba atrapada y lo sabía. El botones ya se había llevado sus cosas a su habitación. La cena prenupcial era dentro de un par de horas. No le quedó más remedio que tragar saliva y sonreír forzadamente.

–Claro –dijo–. Sería agradable.

El bar estaba muy cerca. Cuando entraron y se sentaron en una de las mesas, ella le dijo:

–Vamos a dejar clara una cosa: tú y yo no vamos a ser familia. ¿John y yo? Sí. ¿Tabby y tú? Sí. Pero tú y yo, no.

Él se apoyó en el respaldo y la miró.

–¿Tienes algo en contra de la familia?

–Por supuesto que no. Pero tú y yo somos…

Daley se quedó callada porque no quería, bajo ningún concepto, incumplir la promesa que le había hecho a su hermana.

–¿Qué somos?

Antes de que tuviera que responder, el camarero se acercó a la mesa.

–Yo quiero el vino blanco de la casa –dijo Daley.

Tristan sonrió.

–Yo quiero una Coca-Cola light y una ración de alitas con apio –dijo, y miró con timidez a Daley–. No he tenido tiempo para comer.

Cuando el camarero se alejó, ella frunció el ceño.

–¿Una Coca-Cola light? ¿En serio?

Él se encogió de hombros.

–Estoy terminando un ciclo de antibióticos. Puede que tome algo de alcohol esta noche, pero el médico me dijo que tuviera moderación, por el momento.

–¿Estás enfermo?

–He tenido la enfermedad de Lyme. Por suerte, me la diagnosticaron muy pronto. Estoy bien –respondió él. Se aflojó la corbata y se la sacó del cuello de la camisa–. Tuve que meter la maleta en el coche esta mañana para poder venir directamente del trabajo aquí. Pero vamos a volver a la conversación que hemos dejado a medias, Daley. Estabas diciendo que tú y yo somos…

–Extraños –dijo ella con firmeza–. Solo tenemos una relación lejana por un matrimonio. No hay ninguna conexión en absoluto.

–Mentirosa –dijo él, sonriendo de nuevo. La tomó de la mano, y su mirada se volvió cálida–. Hemos tenido conexión desde el primer día. Eso no puedes negarlo.

Ella se esforzó por no retirar la mano y por disimular lo mucho que la afectaba que él la tocara.

–No nos llevamos bien –dijo–. Somos como el aceite y el agua. Yo no diría que eso es tener conexión.

Él le acarició la muñeca con el dedo pulgar.

–Entonces, a lo mejor es que vemos las cosas de distinta manera.

–Puede ser.

Cuando llegaron las bebidas, él la soltó, y ella se quedó decepcionada. Daley se tomó la mitad del vino casi de golpe, de manera temeraria. Tomó un palito de apio y lo mojó en la salsa de acompañamiento, con la esperanza de que aquel pequeño refrigerio mitigase los efectos del alcohol.

Él terminó dos alitas y se limpió los dedos. Dedos largos y masculinos que, seguramente, sabían muy bien cómo complacer a una mujer. «Oh, Dios, aquella había sido una mala idea».

–Daley…

–¿Qué?

Él se encogió de hombros.

–No te he quitado ni un solo cliente, te lo prometo. Nunca te haría algo así. Pero, a veces, la gente está buscando campañas de publicidad más convencionales. Lo que haces es impresionante, pero a lo mejor no es para todo el mundo.

–Tabby me dijo algo parecido –murmuró Daley–. Vosotros dos debéis de estar compinchados.

–¿Compinchados? –preguntó él, a punto de sonreír.

–Tú eres un tipo listo. Seguro que conoces la palabra.

Él cabeceó lentamente.

–No estoy compinchado con tu hermana, aunque la admiro mucho. Mi hermano es completamente feliz.

Daley frunció el ceño.

–¿Admiras a Tabby?

–Pues claro. Es una chica increíble. ¿Tú no estás de acuerdo?

–Sí. Pero me imaginaba que a ti te parecía que son muy jóvenes para casarse.

–No creo que me conozcas lo suficiente como para hacer ese tipo de suposiciones –dijo él en un tono de ligero fastidio.

–Lo siento. Tienes razón –murmuró ella.

–Tal vez la que piense eso seas tú –dijo él, mirándola con curiosidad.

–Yo tengo seis años más que Tabby. Y te juro que no recuerdo haber sido nunca tan feliz como esos dos. Estoy entusiasmada por ellos. No me malinterpretes.

–¿Pero?

–Pero me resulta asombroso que cualquiera pueda encontrar a su media naranja. Y, además, para toda la vida.

–No pensaba que estuvieras desencantada.

–No, no lo estoy –respondió ella.

Terminó su copa de vino, preguntándose cuándo podría salir de aquel bar sin provocar una escena. La mirada fija de Tristan hacía que tuviese ganas de retorcerse. Él veía demasiado.

–¿Por qué me da la impresión de que Daley, de veintiséis años, ya ha tenido una mala experiencia? –preguntó él, con una expresión comprensiva.

–Tenía veinticuatro años y no sabía nada de hombres. Fue hace bastante. Aprendí la lección.

–¿Qué lección es esa?

–Bueno, tengo que irme –dijo ella–. Gracias por el vino.

Cuando se puso en pie, Tristan lo hizo también.

–No era mi intención cotillear, Daley. Siento haberte disgustado.

Ella sonrió forzadamente.

–Esto no ha sido nada. Otras veces lo has hecho peor. Nos vemos luego, en la cena. Y te prometo que seré amable.

 

 

Tristan permitió que Daley Martin se marchara sola del bar, aunque iba contra su instinto. Por una vez, ella había bajado las defensas y había hablado con él como si no fuera un adversario.

Para ser sincero, se había sentido un poco inseguro al enterarse de que John iba a casarse con Tabby. No porque tuviera dudas sobre la pareja, sino porque se había dado cuenta de que sería imposible evitar a Daley en el futuro. Aparte de la boda, habría bautizos, comidas en los días de fiesta, obras de teatro en el colegio, eventos deportivos…

Él tenía la intención de implicarse plenamente como tío. Pero ¿cómo iba a hacer eso sin traicionar la verdad? Se sentía muy atraído por Daley. Y estaba seguro de que ella también sentía algo parecido, o ¿era tan ingenua como para pensar que se trataba de antagonismo?

Tal vez.

Pero eso sería lo mejor; no sería nada bueno tener una aventura con su cuñada, solo les causaría problemas. Tendría que pasar aquel fin de semana sin cometer ninguna estupidez. Todavía no se había registrado en la recepción. Al ver a Daley, se había despistado.

Con un suspiro de resignación, fue hacia el vestíbulo del hotel. Lo que tenía que hacer era meterse en su habitación y responder correos electrónicos. Y prepararse para la cena de aquella noche, que iba a ser toda una prueba para su dominio. Él era uno de los padrinos del novio y Daley, la dama de honor.

Tendrían que estar juntos toda la noche, por no mencionar el día siguiente.

A él le gustaba pensar que era un tipo listo, pero, en lo referente a Daley, se estaba sintiendo como un adolescente en plena explosión hormonal.

 

 

Daley estuvo pensando en dar la excusa de que tenía un virus intestinal para no asistir al ensayo general de la ceremonia y a la cena prenupcial, pero, al imaginarse la desilusión de Tabby, desechó la idea.

Ella era la dama de honor, y su papel era demasiado importante. Adoraba a su hermana. Así que, por mucho que le costara, tenía que ir a la cena y poner cara de felicidad, con Tristan o sin Tristan.

Después de todo, solo tenía que tomarlo del brazo y recorrer con él el pasillo central hasta el altar. Cuando la ceremonia terminara, no tendría que tocar de nuevo el brazo de Tristan.

Podía hacerlo.

En el jardín trasero del hotel había ya preparadas dos carpas blancas para la celebración. Tristan y John habían decidido que aquel fin de semana solo iban a estar presentes la familia y los amigos más cercanos. Después, cuando volvieran de su luna de miel en Polinesia, celebrarían una fiesta más grande.

Por desgracia, eso significaba que la dama de honor y el padrino tendrían que pasar juntos más tiempo del necesario.

Tomó una ducha rápida y examinó los dos vestidos que había llevado en la maleta para el ensayo de la ceremonia y la cena prenupcial. El primero, una suerte de túnica sin mangas, de color verde azulado, con bordados en el cuello y el bajo de la falda. Era bonito, pero no tenía nada de emocionante. Para llevar el segundo, por el contrario, era necesario tener confianza en una misma. Un vestido de tirantes finos, con la falda muy corta y escote muy pronunciado, de color rosa oscuro. Tabby les había dado el visto bueno a ambos, pero, cuando fue a verla antes del ensayo, le recomendó que se pusiera el de color rosa.

–Me alegro de que te hayas decidido por este –le dijo–. Estás muy luminosa de color rosa.

–Gracias, hermanita –dijo ella–. Si no te parece que es demasiado atrevido…

–No. Es mi cena prenupcial, y quiero que todo el mundo esté tan impresionante como tú. Además, un par de primos de John están solteros. ¿Quién sabe qué podría ocurrir?

Con una sonrisa de picardía, Tabby se marchó de nuevo a su habitación.

Daley se vistió, se arregló el pelo y se maquilló. Al mirarse al espejo, pensó que, si aquel era el vestido preferido de Tabby, estaba decidido. Era un poco tonta por sentirse nerviosa; aquella era una ocasión para divertirse.

Tal vez coqueteara con alguno de los padrinos de honor del novio.

Pero, con Tristan, no.

Con Tristan, nunca…

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Tristan se metió el dedo por el cuello de la camisa y se preguntó si a Tabby le importaría que se quitara la corbata. Aunque estaba muy acostumbrado a llevar traje, puesto que su trabajo lo requería, aquella noche estaban a treinta grados y la humedad era asfixiante. Sin embargo, miró a su alrededor y constató que tanto su hermano como los padrinos del novio seguían impecablemente vestidos.

Tenía que seguir llevando la corbata.

La directora de la ceremonia todavía no los había convocado a todos. Por el momento, la gente seguía riéndose y disfrutando de las copas de champán que se habían servido por cortesía del hotel.

Sus padres estaban sentados, y él vio que muchos de los invitados se acercaban a saludarlos. Sus padres se habían estrenado tarde con los hijos, y tenían setenta y cinco años, mientras que los padres de Daley y de Tabby estaban más cerca de los sesenta.

Tristan había visto enseguida a Daley. Era como una luz brillante en la carpa. Llevaba el pelo rubio recogido en una coleta que le caía ondulándose por la espalda, y se estaba riendo. Él estaba seguro de que había hablado con todo el mundo menos con él. Estaba vibrante y sexy con un vestido maravilloso que le sentaba como un guante. Cuando vio que dos de los miembros de la fraternidad de John se ponían a charlar animadamente con ella, apretó los dientes. No iba a permitir que Daley Martin lo ignorara. Ni hablar. Aquella noche eran pareja, por mucho que a ella le disgustara.

Cuando apareció junto a ella, Daley se sobresaltó, como si se hubiera olvidado de él por completo.

–¿Cómo está mi acompañante de esta noche? –le preguntó, sonriendo con indiferencia a los otros hombres.

Daley frunció el ceño.

–Yo no soy tu acompañante.

Él le susurró:

–Amable…

Ella se ruborizó. Los ojos castaños le brillaron de indignación. Se giró hacia los otros dos hombres, tomó a cada uno de un brazo y dijo:

–Creo que estamos a punto de empezar.

Se los llevó hacia el exterior de la carpa, donde habían preparado un pequeño podio rodeado de lilas y hojas verdes.

–Contadme cómo conocisteis a John –les pidió.