Mi Viaje a Laquara - Ceci Casanova - E-Book

Mi Viaje a Laquara E-Book

Ceci Casanova

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Beschreibung

Mila es una chica albina de 17 años con una imaginación desbordante que vive en un pueblo de Chile. Introvertida y solitaria, aspira a convertirse en escritora, a crear mundos y vivir de sus sueños. Pero nada podría haberla preparado para lo que descubrirá en su décimo octavo cumpleaños. Su abuela Morgana le revela un secreto ancestral que cambiará su vida por completo: ellas, al igual que todos los albinos en el mundo, no son terrícolas, sino que provienen de un lejano planeta llamado Laquara. Esta revelación la catapulta a un viaje inolvidable que la ayudará a comprender su naturaleza. Mila ahora debe enfrentar dos realidades en paralelo. En la Tierra, lucha con las pruebas de la adolescencia. En Laquara, debe enfrentar el alcance de sus enigmáticos poderes, dándoles vida en un noble esfuerzo por servir a los demás. "Mi viaje a Laquara" es una bellísima historia que desafía la frontera entre lo ordinario y lo extraordinario. Mila aprenderá que ser diferente puede ser su mayor fortaleza, su vínculo a un mundo más allá de las estrellas.

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© Mi viaje a Laquara

Sello: Tricéfalo

Primera edición digital: Mayo 2024

© Ceci Casanova

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: Juan “Nitrox” Márquez

Corrección de textos: Virginia Gutiérrez

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6183-41-9

ISBN digital: 978-956-6386-04-9

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

Dedicatoria

Dedico esta obra a Ornella, quien creyó en

este proyecto desde el primer momento y fue

un apoyo constante. También a mi sobrino mayor Franco,

su ausencia de este plano físico hizo que me refugiara en

la escritura, fue así como sobrellevé los primeros

meses de un luto que no terminará jamás. A ambos,

gracias por acompañarme, de una forma u otra.

Mi viaje a Laquara

El reloj marca las nueve con treinta minutos en la sala de clases, la hora exacta en que suena el timbre que da aviso a todos los alumnos para salir a recreo. Una alejada y solitaria banca es el lugar preferido de Mila, una adolescente de diecisiete años delgada, de pelo largo y liso, estatura mediana, albina e introvertida. No alcanzan a pasar dos minutos y llega a sentarse a la misma banca Gus, como todos llaman a Gustavo, su mejor amigo.

Hay más de un par de compañeros del colegio que no entienden aquella amistad. Gus, de ojos color verde, pelo un tanto rizado de color oscuro y estatura media alta, es bueno en los deportes, tiene una vida social muy activa y pertenece al centro de alumnos; en cambio, Mila es todo lo contrario. Le cuesta mucho socializar y jamás ha sido atlética. Sin embargo, es buena escribiendo: ganó un concurso literario cuando cursaba el primer año de secundaria. En ese momento Gus vio algo especial en Mila y quiso ser su amigo. A pesar de que Gus es popular en el colegio, siempre le dedica tiempo a su amiga y se preocupa por ella.

Juntos observan cómo los adolescentes se desenvuelven e interactúan. Ellos juegan a que son la pareja popular del colegio, ríen y lo pasan bien a su manera, se acompañan y se hacen bien. En un día más Mila cumple la mayoría de edad y no puede esperar a ver a su madre, Mirela, la cual es doctora y hace un mes que está trabajando fuera de la ciudad. Mila, sin embargo, no está sola: su abuela Morgana cuida de ella mientras su madre está ausente. Mirela y Morgana también son albinas.

Mirela es alta, esbelta, de pelo lacio y largo, mientras que Morgana es de estatura media, pelo medianamente corto, muy ágil para su edad y de ojos profundos. Mila no tiene padre. Es decir, sí lo tiene, pero hace muchos años que él decidió marcharse. A Mila no le preocupa demasiado y nunca ha pensado en buscarlo. Nunca ha sentido que le falte algo.

Cada tarde, al salir de clases, Mila y Gus caminan juntos ya que sus casas están a un par de minutos de distancia. Pero no es así esta vez. Esta vez, Gus decide tomar otro camino y es que pretende ir por un regalo de cumpleaños para su amiga, así que Mila camina sola hacia su casa, donde su abuela Morgana la espera, como siempre, para almorzar.

En su cuarto, Mila peina su largo y liso pelo rubio claro, muy claro, casi blanco; saca de abajo de su cama un set de maquillaje que tiene oculto; y maquilla su rostro. Le gusta poner una base más oscura en su piel y es que su albinismo siempre ha sido un tema que no termina de aceptar: para ella es difícil relacionarse con otras personas, es toda una tortura intentar hacer amigos nuevos, incluso hacer trabajos grupales, ya que siempre hay alguien que le hace preguntas sobre su condición. Por esto, ella no comparte con más adolescentes que Gus. Y como su abuela y madre también son albinas, Mila siempre se siente a salvo en casa con ellas.

Gus nunca la ha mirado como bicho raro (como algunos de los chicos en el colegio), al contrario: fue él quien se acercó a ella hace tres años, después de que Mila ganó el concurso literario y, entre risas y compañía, forjaron una amistad. Mila es la única alumna albina del colegio. También es la única adolescente albina en todo su vecindario; de hecho, es la única de la pequeña ciudad donde vive. Pero Mila no piensa en eso ahora. Mila simplemente está feliz de que su último año como estudiante de secundaria esté a unos meses de terminar y está ansiosa por empezar su carrera como escritora. Tiene mucha imaginación y le gusta pasar sus ratos libres escribiendo.

Es de noche y Mila duerme en su habitación cuando su abuela entra sigilosamente, se sienta a su lado y la despierta con un beso en la frente. Mila se asusta: piensa que su abuela se siente mal, pero Morgana niega con la cabeza y le dice que tiene algo muy importante que contarle. Juntas bajan tomadas de la mano al sótano de la casa. Morgana enciende la luz y sonríe.

En la mesa hay un pequeño pastel con una vela. Ya es medianoche y Mila cumple oficialmente dieciocho años. Media dormida, Mila apaga la vela, abraza a su abuela y con extrañeza le pregunta por qué tuvieron que bajar al sótano para eso, ya que podrían haberlo hecho en la cocina o derechamente en su habitación. Morgana suspira y la mira fijo. La atmósfera da a entender que está a punto de revelar un secreto, pero Mila no puede imaginarse cuál. Morgana finalmente le dice:

Mila, sé que esto va a sonar extraño. Esperamos dieciocho años para decirte la verdad. Esta es la edad cuando debes saber tu verdadero origen. Pon mucha atención a lo que te voy a decir sobre nosotras, las personas albinas.

Venimos de un planeta llamado Laquara. Ningún ciudadano de la Tierra sabe de su existencia. Ahora que eres mayor de edad, es momento de que vayas a nuestro planeta y te juntes con tu madre.

Mila queda paralizada. No sabe si se encuentra soñando o de verdad está despierta. Morgana mueve un mueble grande que hay en el sótano sin tocarlo, solo haciendo un leve movimiento con su mano. Mila suelta una risa nerviosa: definitivamente está soñando, decide, así que prefiere relajarse y dejarse llevar. Juntas cruzan una puerta que hay detrás de aquel mueble y caminan por un túnel oscuro. Poco a poco, muy gradualmente, se divisa una especie de aurora boreal que se va acercando a ellas y las rodea. Ambas se quedan quietas tomadas de la mano; de pronto, ya no están donde estaban.

Morgana y Mila aparecen en Laquara y Mila oye por primera vez el sonido que emiten los japoris, un ave propia del planeta, más grande que un humano, de plumaje color blanco, pico largo plateado y ojos rojos. Se escucha también el sonido de las muchas cascadas: son la melodía perfecta. La luz también es especial. No hay sol. La luna se ve como si estuviera muy cerca; sin embargo, no es de noche, no está oscuro. Es la luz perfecta para los miles de mujeres y hombres albinos que se vienen acercando a Morgana y Mila. Sus vestimentas son blancas y cómodas, casi como una extensión de su propia piel. Mila no se dio cuenta, pero al cruzar por el túnel, su ropa cambió y ahora ella y Morgana visten como los demás.

La madre de Mila, Mirela, viene liderando a los centenares de personas albinas que se aproximan. Llega al lado de su hija y le extiende los brazos. Mila corre y la abraza. No solo no se veían hace un mes: todo lo que está pasando es tan evidentemente mágico y desconcertante que Mila tiene muchísimas preguntas para su madre.

—Mamá, ¿estoy soñando? —pregunta Mila, todavía con sospechas sobre la realidad de su experiencia, aunque todo se veía tan auténtico, tan palpable...

—No, hija. Tú y todas las personas albinas del universo pertenecemos a este planeta. Cuando cada uno de nosotros cumple dieciocho años, vamos a buscarlos y les contamos la verdad... aquí es donde debemos estar. Nada en Laquara nos hace daño. Aquí somos libres y vivimos en armonía.

—¿Por qué tienes una especie de corona y los demás no? —pregunta Mila, curiosa.

—Porque yo soy la reina de este planeta. Mi madre, cuyo auténtico nombre laquar es Kaly, tú y yo tenemos diferentes poderes especiales. Yo tengo el poder de sanar personas con mis manos: por eso, en la Tierra soy doctora. Mi madre lideró Laquara muchos años. Su poder es la telequinesis: puede mover objetos sin tocarlos. También es la encargada de borrar cada recuerdo de las mentes de padres y familiares de los habitantes albinos que deciden vivir para siempre aquí. Ahora tú, Kivala, debes encontrar tu poder y ser parte de Laquara.

Todas las personas albinas avanzan para rodearlas en un abrazo fraterno; sin embargo, Mila sigue sin entender.

—Mamá, pero ¿por qué tenemos otros nombres aquí? Y ¿cómo sabré cuál es mi poder? —pregunta Mila, cada vez más confundida y maravillada.

—Todos los que vienen aquí tienen un nombre laquar que adoptan cuando cumplen dieciocho años. En la Tierra usan su nombre terrestre, a menos que decidan no volver allá. El nombre laquar los conecta con su poder y el nombre terrestre protege el secreto de este mundo. Y acerca de tu poder... ya lo descubrirás. Cuando lo sepas, tu deber es compartirlo con todos aquí.

—¿Pero debo quedarme aquí para siempre?

—Eso es decisión de cada uno. Aquí la mayoría de las personas van a la Tierra y luego vuelven. Hay otros, como por ejemplo Ray (apunta a un joven albino del grupo, de estatura alta, cejas pobladas y linda sonrisa). Él hace un año decidió quedarse en Laquara para siempre. Sus padres fallecieron en un accidente en la Tierra cuando él tenía diez años, así que creció en un orfanato. Apenas cumplió dieciocho años, Kaly lo fue a buscar. Ahora nosotros somos su familia.

—Aquí puedo abrir mis ojos por completo. Realmente me siento bien y veo bien —le dice Mila.

—Laquara es tu hogar, hija mía, y tú, su nueva habitante. Mañana vamos a realizar la ceremonia de presentación. Por ahora, debes volver a dormir: mañana será un gran día.

Kamsy (el nombre laquar de Mirela) le da un tierno beso en la frente a Mila y la aurora boreal las vuelve a rodear. Mila aparece en el sótano junto a su abuela, sube rápidamente a su habitación, da un salto hacia su cama, cierra los ojos, agarra con fuerza su cobija y ríe nerviosamente. Se pone a pensar en lo que le acaba de pasar y cree que no va a ser capaz de dormirse nunca, pero el sueño le gana y se duerme sin darse cuenta.

Al día siguiente su habitación está llena de luz. Mila despierta, abre los ojos y mira hacia ambos lados. Se levanta de golpe, baja rápidamente a la cocina y ve que el desayuno está siendo servido por su abuela. Mila aún no se convence de que todo lo vivido la noche anterior fuese real, pero antes de que pueda decir algo, Gus llama a su puerta: su mejor amigo ha venido temprano para desayunar con la festejada.

Mila recibe a su amigo con una enorme sonrisa, se dan un abrazo y Gus le entrega un paquete con una enorme rosa blanca como decoración.

—Gracias, Gus. Es hermosa—le agradece Mila—. ¿Quieres pasar a tomar desayuno? —Gus asiente, contento. Entre té, café y pan tostado pasa una hora hasta que, de mala gana, Gus dice:

—Vamos a tener que irnos ya o vamos a llegar tarde.

Cuando acaban de salir de la casa para ir al colegio, Mila se regresa ya que ha olvidado sus llaves. Es ahí cuando ve a su abuela Morgana hacer algo que nunca había visto: cerrar una puerta del mueble de cocina sin tocarla. Ambas se miran, su abuela le sonríe y Mila se va un tanto shockeada. Al menos parte de ella aún había pensado que lo que vivió la noche anterior fue en realidad un sueño. Claramente, ahora tendrá que reconocer su nuevo destino.

Los chicos van caminando en dirección al colegio y Gus mira a Mila de reojo: la nota muy dispersa.

—¿Estás bien, Mila? Estás como distante.

—Tuve un sueño muy raro. Pero nada preocupante. Estoy bien y estoy feliz porque hoy voy a ver mi mamá por fin.

Cuando llegan al colegio, dos compañeros se acercan a Gus y le dicen que habrá una fiesta. Por supuesto, él se lo hace saber a Mila, pero ella recuerda que su madre le comentó acerca de una presentación esa tarde en Laquara.

—Lo siento, Gus. Quedé en ayudar a mi mamá.

Es una buena excusa: le hace ver su amigo que estará ocupada y al mismo tiempo cubre su nerviosismo. Sin embargo, en gran parte sigue creyendo que nada de lo que pasó la noche anterior fue real. La luz del día, la sonrisa de Gus, los chillidos de sus compañeros que entran molestándose y dándose empujones hacen difícil siquiera imaginar la noche recién pasada.

Una vez en la sala de clases, todo se calma. Todos los alumnos están rindiendo una prueba. Faltan dos meses para que se termine el año escolar y son exámenes muy importantes. Al parecer, Gus no tiene problemas para responder las preguntas; por otro lado, Mila no deja de pensar en su verdadera procedencia y en ese poder oculto que aún no conoce. Su mente divaga y le cuesta mucho concentrarse; su amigo se da cuenta.

—Mila, no estás respondiendo nada —le susurra Gus.

—Estoy en blanco —murmura Mila de vuelta.

—¿No te acuerdas de nada de lo que estudiamos?

—No sé qué me pasa.

—¡Silencio! —interrumpe la profesora—. ¡Todos en silencio hasta que termine la prueba!

Los chicos están sentados a casi un metro de distancia, cada uno en su pupitre. Gus siente que no puede ayudarla y solo le pide que por favor se enfoque. Pasan unos minutos y Mila ha respondido la mitad del examen, mientras que varios de sus compañeros comienzan a ponerse de pie para entregar sus pruebas a la profesora. Gus ya ha terminado y le dice a Mila que intercambien rápidamente sus hojas, así él puede ayudarla a terminar. Aprovechando que una de sus compañeras está entregando su prueba, hacen un intercambio de hojas. Solo quedan cinco minutos para que se termine el tiempo de entrega y Mila, mientras lee, se acomoda en su asiento y se concentra, inhala profundamente, la piel de sus brazos se eriza y comienza a borrar y reescribir prácticamente todas las respuestas del examen de Gus. Su amigo la mira desconcertado, casi asustado: en menos de cinco minutos le hizo la prueba de nuevo a él, cambió de hoja e hizo su propia prueba a una velocidad imposible.

La profesora se pone de pie para retirar los exámenes, Gus sigue mirando boquiabierto a su amiga. Mila se acomoda sus lentes ópticos y sale a recreo; Gus la sigue por el pasillo.

—Mila, ¿qué fue eso? —pregunta Gus.

—Solo me nublé al principio, finalmente sí me acordé de toda la materia —responde Mila.

—Pero... ¡escribías tan rápido! Ni siquiera alcancé a ver el lápiz, tu cerebro parecía enviar la información a una velocidad imposible —le dice Gus, todavía desconcertado.

—¿Qué tiene de raro? —pregunta Mila, un poco incómoda.

—No fue raro... ¡fue increíble! —le dice Gus, pasando de la impresión a la euforia.

Mila suelta una leve sonrisa y es que quizás ese era su poder: tener inteligencia y aparte, rapidez. Tenía que descubrirlo, tenía que seguir haciéndolo.

Cuando los chicos bajan hacia el patio del colegio, la inspectora divisa a Mila y se le acerca para decirle que su madre viene a retirarla, por lo que debe ir a buscar su mochila e irse con ella. Mila se despide de su amigo y va corriendo a buscar sus cosas a su salón. Cuando va subiendo la escalera, pisa mal un escalón y cae: su rodilla izquierda queda lastimada, sangra un poco, pero no le presta mucha atención. Ella solo quiere ver a su madre.

Ambas se reúnen casi en la entrada del colegio y se abrazan muy fuerte. Era tranquilizador para Mila estar con ella tras todo lo extraño que su cumpleaños le había traído. Juntas caminan hacia el auto de Mirela. Una vez arriba, la rodilla de Mila le empieza a provocar un intenso ardor. Antes de que ella diga una palabra, su madre pone su mano sobre su rodilla y, sin tocarla, la cura. No queda ni un rasguño.

Mila se queda inmóvil durante un segundo. Es tan extraño lo que de repente empezó a vivir. Inhala profundamente y pareciera que ahora sí empieza a asumir su nueva vida.

—Mamá... ¿Nunca te han descubierto en tu trabajo? —pregunta Mila.

—Nunca. He pasado los últimos cinco años trabajando como cirujana, operando con mis manos sin que nadie se dé cuenta y usando mi poder para sanar personas. Este último mes he estado yendo a Laquara después del trabajo, ya que algunos de los habitantes me dieron el aviso de que vieron naves volando muy cerca de nuestro planeta. Por supuesto, no queremos a nadie extraño rondando nuestro hogar. Tenemos que estar preparados para luchar si es que alguna especie extraña quisiera invadir nuestra calma.

—Aparte de nosotras tres, ¿hay alguna otra persona en Laquara que tenga algún poder? —pregunta Mila.

—Aparte de tu abuela y yo, está Oslam (lo reconocerás porque es calvo y de frondosa barba). Es la persona más longeva del planeta y, además, levita y tiene visiones. También hay más personas con diferentes poderes. Y, la verdad, pienso que todos los seres albinos tienen algún poder que quizás aún no conocen —responde Mirela.

—Mamá, creo que ya sé cuál es el mío... Hoy me pasó algo muy extraño. Estábamos dando un examen y yo quedé en blanco. No paraba de pensar en todo esto y cuando faltaban cinco minutos para entregar el examen, mi mente se concentró: respondí toda mi prueba y también la de Gus en tiempo récord. En ese momento el lápiz que sostenía mi mano casi no se veía de lo rápido que iba, mi concentración fue irreal, mi rapidez e inteligencia también.

—Entonces ese es tu poder, hija. Lo debes saber ocupar, siempre sea para hacer el bien.

Ambas llegan a un centro comercial. Como siempre, la gente las observa con mucha curiosidad. Mirela está acostumbrada; Mila, sin embargo, se incomoda. Por eso evita ir a lugares así, pero es su cumpleaños y su madre le quiere dar un gran regalo. Le compra un computador nuevo para que la inteligencia, rapidez e imaginación de Mila vuele y pueda seguir creando historias y llegar a ser una gran escritora.

Llegan a casa, pero no hay globos ni serpentinas. Mirela lleva a Mila al sótano, van hacia el portal y llegan a Laquara, el lugar de la celebración. Todos los habitantes reciben con mucha alegría a Kivala y toman un brebaje propio de Laquara, proveniente de una rosa de oro que brota del césped color plata del planeta. El ambiente es de mucha hermandad y todos lo pasan muy bien. Ray se acerca para saludar.

—Hola, Kivala, feliz cumpleaños —le dice Ray.

—Hola, Ray, muchas gracias... ¿Cuántos años tienes tú? —pregunta Kivala.

—Tengo diecinueve años.

—¿Alguna vez bajas a la Tierra?