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"No has venido a sufrir a este mundo, sino a transmutar tu dolor en gozo, y tus oscuridades propias en luz para ti y para los que te rodean", les confía a quienes quieren escucharla, y cuál médica de almas, les provee a los desesperados píldoras filosóficas, recetas espirituales, diagnósticos esperanzadores, ejercicios de recuperación eficaces, medicinas de curación milagrosa, estimulantes de reconstitución mágica.
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Seitenzahl: 262
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© 2023 Paula López Espinosa
© 2023, Sin Fronteras Grupo Editorial
ISBN: 978-628-7544-84-0
Coordinador editorial:
Mauricio Duque Molano
Edición:
Juana Restrepo Díaz
Diseño y diagramación:
Paula Andrea Gutiérrez R.
Fotografías de cubierta:
María Teresa Bravo
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.
Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.
Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Dedico este manuscrito a quienes han sido mis médicos de cuerpo, mente y espíritu, a cada ser que ha sido bálsamo y consuelo en mi vida. A mis cuidadores, protectores y a quienes con su amor me han sostenido.
A mi esposo, mis hijos, mis maestros, mis guías y a quienes han sido camilleros de mi alma.
También dedico estas líneas a todos aquellos que me lastimaron y laceraron mi corazón, pues fueron mis mejores maestros, me enseñaron que podía resistir y pude reconocer la poderosa fuerza de mi espíritu. Con ellos aprendí que a veces soy de hierro y a veces de cristal y que así, rota y quebrantada, mi luz interior nunca deja de brillar.
Prólogo
Introducción
Cuando Dios te devuelve la vida…
El camino de Santiago es el camino de la vida misma
El mundo está ávido de ayuda humanitaria espiritual
¿Cómo aprendemos a vivir en tiempos tan vertiginosos?
Di sí a la vida, a pesar de todo
Elige el nombre del libro que contaría tu historia
Descubre tu personalidad predominante y cómo impacta tu vida
Incoherencia entre lo que busca tu ego y lo que busca tu espíritu
Mujeres, a veces somos de hierro y a veces de cristal
Renacer de las cenizas
La muerte no es nada
Sigue atravesando miedos, hasta que veas la luz
¿Cómo sobrevivir al virus contagioso de la ansiedad?
Lo que debes aprender cuando se rompe tu relación de pareja
Todos necesitamos una resurrección
¿Cómo liberarte de quien intenta controlar tu vida?
No te rompas a ti mismo por mantener completos a los demás
¿Cómo transformar los cambios abruptos de tu vida?
El coronavirus me sacó de la depresión
Tus heridas del alma son las grietas por donde entra la luz a tu interior
Gracias pandemia por lo que me has dado y por lo que me has quitado
Aprende a hacer el duelo de las expectativas
Transforma tu sufrimiento
Constrúyete una vida espiritual
La metamorfosis del alma se gesta en tiempos de crisis y conmoción
¿Cómo hubieras mantenido el sentido de tu vida, si hubieras nacido en 1900?
¿Cuáles serán los efectos secundarios emocionales pospandemia?
Pandemia espiritual
Desapégate de lo que encadena tu vida, el dolor emocional
¿Te sientes insatisfecho con tu vida?
La infidelidad: ¿Epidemia por vacío existencial o por crisis moral?
Aprende a tomar decisiones
Descubre porque no sanan las personas y los privilegios que encuentran quienes no quieren sanar
Higiene del alma
La humanidad y el mundo de los jóvenes
Suelta el equipaje emocional que tanto te pesa
Aquello que más pesa en tu vida es lo que necesitas para ejercitar el músculo de tu alma
¿Tus emociones gobiernan tu vida?
¿Cómo hallar consuelo cuando la muerte toca a tu puerta sin avisar, para llevarse con ella a tu ser amado?
¿Esperas más de lo que recibes?
¿Cómo aprendemos a vivir en tiempos tan vertiginosos?
La fábula de los puercoespines se asemeja a nuestras familias
En nuestras guerras, todos necesitamos un muñeco de peluche
Las vacaciones en familia, una prueba espiritual
Sana tus relaciones diseñando tu mejor versión
¿Cómo sanar a tu familia de herencias dolorosas?
Suspende la queja de tu vida, es la clave para ser feliz
No importa lo que nos pasa, sino lo que hacemos con ello
Hay una palabra que define la actitud vital de Paula López: RESILIENCIA, que es la capacidad psicofísica y espiritual de afrontar con entereza circunstancias adversas y traumáticas, y salir airosamente de ellas. La vida es, en buena medida, la lucha por la vida. Esto atañe a todos los seres vivos, desde los microorganismos a los seres humanos; pero para estos últimos “luchar por vivir” no es solo subsistir; es luchar por estar “vivos de verdad”, intensos, despiertos, fervorosos. Así que la RESILIENCIA va mucho más allá del instinto de supervivencia; es la capacidad de superar las adversidades con vistas a crecer en intensidad vital y en conciencia. En el ser humano lúcido, el instinto de supervivencia se transforma, pues, en impulso de trascendencia; tal es el caso ejemplar de Paula López.
La autora de este libro, dotada de una energía espiritual sorprendente, hace de la adversidad una oportunidad de superación ineludible, y de la resiliencia, un arte de vivir apasionante. Quien no pasa por el dolor –advierte–, no puede conocerse; y quien se conoce –concluye-, es invencible. Y no habla de oídas. Paula pasó por el calvario de una enfermedad gravísima; por la tortura de intervenciones quirúrgicas extremas; por el crisol de dudas existenciales quemantes; por un accidente dramático de automóvil (con el relato de este suceso se inicia el presente libro); por amores, desamores, y otras pruebas “límites” inenarrables. Y de todos estos desafíos, de todas estas “muertes”, “peligros”, y “descendimientos”, salió airosa y fortalecida, animosa y agradecida.
El sufrimiento, en vez de doblegarla, la forjó; en vez de desanimarla, la acicateó; en vez de resentirla, la sensibilizó; en vez de volverla escéptica, la afianzó en su fe. Y no solo esto, el dolor superado le infundió un sentido de misión. Comprendió que, si Dios le había hecho pasar por tantas y tan duras pruebas, no era solo para que ella se iluminara y templara, sino para que saliera a contarle al mundo los secretos de oro de la superación personal.
SEBASTIÁN DOZO MORENO
Escritor, poeta y filósofo, Buenos Aires (Argentina)
En estas líneas me he dejado el alma y la piel…
Cada una de estas reflexiones espirituales ha salido de mis experiencias profundamente vividas y sentidas, es el legado que quiero dejarle a mis hijos, a los hijos de mis hijos y próximas generaciones, a mi esposo por arropar mi vida con su cálida compañía y a todos los amores que han tocado mi historia.
Detrás de cada llaga de dolor hay un milagro en gestación y este manuscrito es una recopilación de pequeños milagros que se fueron gestando a lo largo de muchos años a través de los cuales me fui transformando y fui puliendo mi alma tal como se pule un diamante.
Tal como el monje que vendió su Ferrari, yo dejé mi exitosa carrera como diseñadora de joyas experta en diamantes y me dediqué a excavar en mi interior para encontrar mi diamante en bruto, mi alma, de tal modo que aprendí a quitarle todo el material oscuro que le sobraba y que le impedía brillar.
Decidí trasegar el camino más vertiginoso que se pueda vivir, el camino hacia el propio corazón. En mi camino me encontré con mi propia sombra y me asusté con ella, me encontré con mis heridas y lloré con ellas, me encontré con el silencio y grité hasta fundirme en él.
Me dediqué por más de dos décadas a investigar por qué las personas sufren sin lograr romper el ciclo de dolor, me convertí en camillera de almas y así aprendí a ser talladora de diamantes que, poco a poco, comenzaron a brillar, por eso mi primer libro se titula Tu alma, una joya para pulir.
Hoy soy coach de vida, escritora de literatura espiritual y creadora del método: Cómo pulir el diamante de tu alma.
Hoy siento que he vivido una vida apasionante, la cual he sentido como una “academia espiritual”.
Encontré muchas piedras en el camino de mi vida, algunas eran preciosas y algunos negros carbones; sin embargo, aprendí a pulirlas y sacar lo que sobraba de ellas, para que pudieran revelar la belleza y la luminosidad que esconden adentro. Ese es el arte del joyero que puliendo rocas logra realzar su belleza y como dice uno de mis maestros: “Puliendo piedras descubrí diamantes y ahora, puliendo almas, acompaño a revelar la poderosa fuerza del espíritu de las personas”.
Escribí estas reflexiones pues creo firmemente que una nueva espiritualidad nos llama para transformar el mundo, hoy más que nunca las personas están sedientas de vivir una vida con propósito.
En la actualidad se está dando una conversación universal en todas las esquinas del planeta, hay como una especie de activismo sagrado que contrarresta el caos y la desesperación que se vive simultáneamente. De modo sutil, pero a la vez contundente, las personas se están dando cuenta de que el mundo hace parte de un universo místico, no solamente político, financiero, legal o material.
Las más de 7 000 millones de personas que habitan el planeta Tierra, se han preguntado o se preguntaran en algún momento de su paso por esta vida terrenal y temporal, ¿qué hago aquí? ¿Para qué fui arrojado a la existencia?
Muchos nos detendremos a pensar y a reflexionar, hasta encontrar el propósito o el sentido de nuestra vida, es decir, nos pondremos en la tarea espiritual de descubrir ese contrato sagrado que debemos honrar, para que nuestra vida deje una huella que contribuya a construir un mundo mejor y más humano.
Entonces, si tú eres una de esas almas que se pregunta hoy: ¿Cómo puedo ser útil en tiempos de caos? Ya estás trasegando el camino hacia el esclarecimiento y hacia la toma de conciencia, para comprender que no es el dinero, ni el poder y mucho menos la protesta o la crítica, lo que va a transformar el mundo, sino la espiritualidad vivida de modo profundo y genuino.
El mundo no cambia por las protestas violentas de los grupos que se alzan de modo brutal, para exigir cambios a punta de piedras, gritos o escopetas. Las naciones no se transforman matando y asfixiando a sus ciudadanos más indefensos a punta de granadas rellenas de ego envenenado; el mundo cambiará cuando seamos capaces de cambiarlo con nuestro ejemplo, pues no se puede pedir amor a las patadas, no se puede pedir tolerancia a puñetazos y esto es lo que cada día está reventando a nuestra dolida humanidad en mil pedazos, empezando a veces por nuestros hogares.
En mis reflexiones siempre hago énfasis en la responsabilidad que tiene cada uno, desde el lugar en el que este de ser útiles para la construcción de un mundo fraterno y sereno, pero jamás habrá paz en el mundo si no hay paz en nuestros corazones.
La espiritualidad no es solo religiosidad, la espiritualidad no es solo repetición de unas plegarias, la verdadera espiritualidad nace cuando tienes tanto valor que te atreves a conocerte con tus luces y tus sombras, cuando te haces responsable de tu transformación personal para construir tu mejor versión, cuando trabajas en ti mismo para destruir el ego que te encadena, cuando sanas tu historia de dolor para liberar tu corazón de resentimiento. Alcanzas la verdadera espiritualidad cuando tocas fondo, caes rostro en tierra, te despojas de tu ego y llegas a sumergirte en el dolor más profundo, en la muerte de tu ser víctima o tu ser resentido, para renunciar a él y así convertirte en alguien capaz de iluminar, de brillar y de conciliarte con cada una de tus heridas.
Las almas de toda la humanidad están clamando porque un solo Dios se manifieste, las nuevas generaciones están rechazando todas las manifestaciones de divisiones religiosas, de exclusiones sociales y de normas morales autoritarias.
Todos necesitamos sentir a un Dios universal en nuestro interior que no castigue, que no divida, que nos abrace y nos consuele a todos por igual, como a su gran familia universal.
Mi invitación hoy es a que busques en tu interior esa respuesta a la pregunta más importante que te habrás hecho jamás: ¿Cómo puedo ser útil y aportar a quienes amo? ¿Cómo puede mi vida ser útil para mi ciudad? ¿Cómo puede mi existencia tener un propósito trascendente para mi nación y al final para mi universo? ¿Cómo salir de mí mismo al encuentro de los demás?
Empieza por hacer este ejercicio espiritual: pregúntate hoy, ¿qué es aquello que estoy haciendo cada día para donarme al mundo de modo gratuito y altruista? ¿Mis acciones, pensamientos, palabras y elecciones construyen vida y prosperidad?
Puedes convertirte en un parásito de la sociedad, puedes convertirte en una bacteria que infecta y enferma el mundo que te rodea o en cambio puedes elegir ser una inyección de luz y esperanza, que penetra y sana cada una de tus células, que, desde tu ser más profundo, irradie amor.
Todos necesitamos vivir un proceso intenso de metanoia, que en griego significa transformación o conversión entendida como una metamorfosis interior que surge del alma cuando nos sentimos insatisfechos con nosotros mismos.
Esta palabra también es usada en la teología cristiana, representa conversión y evolución, cuando el alma tiene un encuentro con Dios y entonces experimenta una revelación divina, una epifanía, un esclarecimiento.
La angustia, la ansiedad, la soledad y el conflicto que vivimos por los dolores emocionales y por las pruebas cotidianas, no deben quedarse en un sufrimiento vacío y carente de significado, nuestra evolución espiritual se dará cuando seamos capaces de transformarlo en un sufrimiento fértil que dé frutos, por ende, es entonces nuestra responsabilidad detenernos para encontrarle el sentido a la adversidad y así transformarla en metanoia; que sería la más valiosa victoria personal espiritual.
Vivimos en un mundo de caos porque las personas no logran entender que la crisis mundial no es económica, ni política ni social, la crisis actual es absolutamente espiritual.
La transformación y la sanación personal serán el camino que nos conducirá a una nueva era, en la que las personas ya no busquen el entretenimiento y la satisfacción de sus sentidos; sino la plenitud vivida profundamente en el alma, por eso la espiritualidad es la única medicina sagrada para curar nuestra quebrantada humanidad.
El mundo no es un lugar material visible en caos, el mundo es absolutamente, aunque no lo veamos, un lugar por donde pasan temporalmente las almas de las personas luchando por alcanzar su evolución espiritual.
Con amor,
PAULA LÓPEZ ESPINOSA
Coach de Vida
Escritora de Literatura Espiritual
Fundadora y Directora
CASA DE PAZ
Centro de Crecimiento Humano
Tel:(+57) 3125877120
www.paulalopez.com
http://www.casadepaz.co
Instagram: @paulalopezescritora
Tu vida solo puedes ser útil, si sales del mundo de tinieblas que te rodea y que a veces has creado tú mismo; para construir un ser capaz de iluminar su entorno con sus acciones, sus palabras y sus pensamientos. Decide renunciar a la protesta, a la crítica, al resentimiento, a la víctima y empodérate espiritualmente, para que te dones al mundo, dando la mejor versión de ti.
El mundo no cambia con tus protestas, ni tus agresiones, el mundo cambia con tu ejemplo y tus acciones. Tienes en tus manos un libro que llenará tu alma de plenitud y evitará que caigas en la indigencia emocional y la desnutrición espiritual. Este será tu antídoto contra el vacío existencial.
“Él nos devolvió la vida en un instante cuando otros, accidental o inconscientemente, intentaron arrebatárnosla”.
El Valle de Arán, a cuatro horas de Barcelona, España, nos abrió sus puertas y nos recibió con sus blancas montañas, sus árboles repletos de copos de nieve y la desbordante amabilidad de su gente, que nos daba la bienvenida para pasar nuestras vacaciones.
Mis hijas y yo llegamos por primera vez a conocer esta hermosa región, con un entusiasmo y una curiosidad que nos llenaba el alma de alegría. La noche que arribamos desde Barcelona, nos trajo nuestro querido Paco, el conductor que nos cuidaba y nos llevaba por todo el valle, como si ya fuera nuestro tío.
Comenzamos temerosas a subir sus montañas y los amables monitores de esquí nos llevaban de la mano y nos enseñaban, poco a poco, a deslizarnos por la nieve que parecía de blanco algodón.
Algunos días eran soleados y se nos desbordaba el alma de asombro por ver cómo brillaba el reflejo del sol sobre la nieve escarchada; otros días nevaba tanto, que no alcanzábamos a ver ni la punta de nuestros esquís cuando intentábamos bajar por las montañas con tan poca visibilidad.
La penúltima noche salí con mis hijas, Verónica y Valerie, a cenar después de conocer las encantadoras callecitas de Vielha, la capital del Valle de Arán.
Durante nuestra cena hablábamos sobre cuán felices estábamos con esta experiencia tan espectacular que nos había regalado Dios, la vida y cada una de las lindas personas que nos encontrábamos por este camino desconocido para nosotras, que venimos del lejano Caribe tropical, Colombia.
Paco, el taxista, llegó muy puntual para regresarnos a nuestro segundo hogar temporal y veníamos eligiendo las mejores fotos para armar un videíto que nos recordara lo mejor de cada día, de esos días que queríamos tatuar en el alma para siempre.
Nuestro corazón vibraba de alegría, de felicidad y de entusiasmo. Estábamos ya subiendo por las montañas escarpadas del Valle de Arán cuando, minutos antes de llegar al hotel y en medio de la oscuridad, nuestra burbuja de alegría y perfección explotó y voló en mil pedazos; nuestras cabezas estaban aturdidas con una nefasta y espantosa explosión que no sabíamos de dónde provenía. Nuestros cuerpos volaban dentro de la camioneta, como en cámara lenta, y se estrellaban violentamente entre ellos, como si una fuerza extraña, desconocida y monstruosa nos intentara sacudir hasta reventar.
La camioneta quedó incrustada contra la baranda de metal, como si esta la abrazara para contenernos y no dejarnos rodar por un abismo fatal. Las bolsas de aire blancas salían abrazando y conteniendo a Paco y millones de trozos de vidrios volaban en mil estallidos como pólvora maldita. Cuando todo este impacto se detuvo, solo se escuchaban los gritos y gemidos de una madre adolorida, más en el alma que en el cuerpo, desgarrada de dolor y angustia por proteger y salvaguardar la vida de sus hijas.
Yo gritaba enloquecida: ‘¡Mis niñas, mis niñas, ¿están bien?!’. Ellas como unas fuertes guerreras parecía que se habían preparado para este combate que se daba entre la vida y la muerte.
Mi Verónica me decía: ‘¡Estamos bien, Ma! ¡Tranquila!’. Mi Valerie me respondía lo mismo, pero cuando nos volteamos a verla, la mitad de su carita estaba bañada en sangre que rodaba a borbotones por sus mejillas y cuello.
Paco, atrapado por las latas y la impotencia, pero con una serenidad y una valentía increíbles, logró llamar a la policía y a las ambulancias, mientras que un buen samaritano, que pasaba por ahí, descendió de su carro para auxiliarnos. Nos ayudó a abrir la puerta de Valerie y a quitar los restos de vidrios; ella fue la que recibió el impacto casi letal de un imponente Audi rojo, el cual estaba totalmente destruido y abandonado, pues un joven de aproximadamente veintún años, bastante ebrio e inconsciente, se había dado a la fuga.
Solamente veíamos sirenas, ambulancias, humo y olor a quemado. Adoloridas y heridas en cuerpo y espíritu, tan solo queríamos escapar de tan horrenda escena. Nuestra mente en shock se preguntaba una y otra vez: ¿Cómo Dios te devuelve la vida cuando los irresponsables inconscientes te la arrebatan, presos de sus locuras cristalizadas en alcohol?
Verónica se convirtió como en la Mujer Maravilla y con una fuerza y un tesón, que nacían de la poderosa fortaleza de su espíritu heroico, tomó a su hermana de la mano y le pedía: ‘¡Resiste, respira y resiste!’. ‘No puedes desfallecer, no puedes dormirte –le clamaba–. Todo va a estar bien’, mientras ella aguantaba su propio dolor y mi cuerpo temblaba del frío y del terror, suplicándole a Dios por auxilio y compasión.
Llegaron dos ambulancias inmediatamente, junto con policías, bomberos, guardias civiles y un ejército de ángeles españoles para salvarnos la vida, pues por segundos la habíamos perdido. Valerie tenía la mirada fija, casi sin parpadear; su cara era como un cuadro de terror petrificado, congelado, que solo transmitía angustia diluida en fortaleza y valentía, en fuerza para dar la batalla y no dejarse llevar por el aturdimiento, las náuseas y el frío de la sangre que enjuagaba su bello rostro.
Yo era fiel testigo de cómo mis dos niñas sacaban sus mejores recursos espirituales y emocionales para ganarles la batalla al miedo y a la desolación. Se las querían llevar en dos ambulancias y en ese momento me sentí morir. Le imploré como una chiquilla al paramédico: ‘¡Déjame ir con ellas, te lo suplico! Soy su madre’. Y él me respondió, lleno de empatía y amor: ‘¡Vamos! Sube conmigo, adelante, que vamos pronto al hospital’.
Miraba para atrás, en la ambulancia, y solo veía a dos guerreras luchando por resistir. Éramos el mejor equipo, teníamos que pelear y ganar. Yo tenía solo un arma, mi oración y mi fe, y repetía sin cesar: “Bendito Dios, todo poderoso, cuídalas, sánalas y que, por tu poder, Valerie no tenga hemorragias internas. Todo estará bien, lo declaro con el poder de mi fe”.
Llegamos al hospital como en diez minutos, que parecieron como si estuviera sumergida bajo un océano negro que, poco a poco, nos iba tragando y asfixiando. Entraron a mis niñas y a mí me detuvieron en la puerta: ‘Usted no puede entrar por restricciones del Covid’, me dijeron.
…Se llevan a tus hijas, te arrebatan tu vida, tu aire, tu existencia y, en ese momento, sientes y palpas tu verdadera fragilidad, tu impotencia, tu insignificante existencia…
Quedamos como abandonados y tirados en medio de un pequeño hospital desconocido, y en una aldea lejana y solitaria. Allí estábamos Dios y yo. No había nadie más en soledad, en diálogo interno, en súplica, en terror, pero esa noche nuestros ángeles guardianes trabajaron muy duro. Yo alcancé a mandar mi localización y la batería de mi celular murió.
Mi esposo, Alejandro, hacía dos días había partido a Madrid en medio de una tormenta de nieve que me tuvo preocupada por horas, mientras logró pasar la peligrosa montaña. Él, impotente, desde lejos solo podía mandarnos su amor y su fuerza. Mi hijo Simón y el padre de mis hijos, Carlos, estaban en Colombia, sumidos en angustia. Qué horror cómo se vive una tragedia en la distancia, nadie más sabía de este hecho tan lamentable.
Llegó el gran milagro, salió la doctora Yolanda, una bella y amable médica cubana, quien me dijo con voz suave y serena: ‘Mamá, sus niñas están bien. Verónica tiene el brazo roto a la altura de la muñeca, vamos a enyesarla. Y Valerie no tiene ninguna lesión craneal ni hemorragias internas, procedemos a coser las heridas y a dar analgésicos, pues están muy golpeadas’.
Paco, nuestro querido conductor, estaba también fuera de peligro; yo tenía un fuerte dolor en las costillas y el esternón, pero inexplicablemente mis placas de tórax salieron perfectas. Estábamos todas, las enfermeras, las médicas, las niñas y yo, siendo testigos de un absoluto y contundente milagro.
Dios llegó con su corte de ángeles, nadie lo vio, pero todos lo tocamos, comprobamos su presencia y su protección desde ese instante en el que intenté abrir mi puerta para bajarme del carro... Dios me gritó fuerte en la voz de Vero: ‘¡Quieta ahí! No abras esa puerta, no te muevas, estamos contra el abismo’. Mi puerta abría hacia el precipicio negro y profundo que me habría tragado en un minuto.
Este relato lo teje mi alma rota y herida, como tejió la doctora Yolanda la piel de Valerie, en medio de sus gemidos de dolor. Como una madre herida, que se desangra por proteger a sus crías de los depredadores, así me desangré, anoche, por dentro. Aunque milagrosamente no tenía ni un rasguño, en mi interior tenía una hemorragia invisible, de esas que no se ven, pero que corren por las heridas de tu alma.
Gracias a Dios, mi coequipero, gracias a mis amigos, quienes estallaron en llanto cuando pasaron en frente de los carros destruidos, de camino al hospital. Gracias a cada uno de ustedes quienes nos han llamado, escrito, abrazado aquí y en la distancia.
Nuestro obsequio espiritual es regalarles este relato para que comiencen este año 2023 con la certeza de que la vida se va en un minuto. No lo olvides. Dios nos devolvió la vida cuando otros, accidental o inconscientemente, intentaron arrebatárnosla. Esto lo constatamos todos cuando reconocimos los dos carros destruidos por completo, en pérdida total. Cuando vemos las fotos, helados escalofríos recorren nuestros cuerpos. Otros fueron llamados por Dios ya a su presencia y nuestro llamado final pudo haber sido anoche, en medio de risas y felicidad. No sabes cuándo sea tu momento, a todos nos viene a encontrar. No olvides que la muerte ya está caminando hacia ti, puede tardar años, meses, horas o segundos en llegar, pero ya viene a tu encuentro, por eso pregúntate, hoy:
¿Cómo estás viviendo?, ¿cómo quieres estar cuando te la encuentres de frente?, ¿eres feliz?, ¿quién estás eligiendo ser?
Desde que nací he tenido muchas conversaciones con ella por mi frágil condición de salud y en cada una le he dicho, ‘no estoy lista para partir y dejar este mundo, pues aún tengo muchas huellas por dejar. Mis niñas tampoco lo están’. Y Dios les devolvió la vida en un segundo para vivirla plenamente y hacer de ella lo mejor que les haya sucedido jamás.
Vive cada día como si fuera el último, pues ella, la muerte, viene a llevarte en cualquier momento. Que cuando tú espíritu se eleve, se vaya tan alto hasta que en regocijo se abrace con Dios, su creador.
Nosotros aprendimos que la vida es un soplo sagrado de Dios; en un segundo bajamos al infierno y regresamos a ella. Por eso cada una de estas líneas pretende agradecer por la existencia de mis hijas, por tu vida y la mía, por la de cada una de las personas que oraron por nosotras, y por cada ángel que nos dio su mano en esta cadena de amor, que nos llena de gratitud eterna.
Prometimos regresar a Baqueira, la estación de esquí, y subir a lo más alto de la montaña, sin el miedo del primer día. Prometimos elevar una oración de gracias por nuestra vida, prometimos hacer unas fotos divinas en donde brille el sol, el cielo azul y la blanca nieve de algodón. Prometimos hacer un ritual de acción de gracias y después dejarnos deslizar por la montaña, cuesta abajo en fe. Igual como aprenderemos a deslizarnos por la montaña de la vida. No es fácil aprender a esquiar, pero Arnau nuestro profesor nos enseñó:
“Si pones tus ojos en los esquís, te vas a caer seguro. Levanta la mirada y pon tus ojos en el camino y visualiza ese lugar a donde quieres llegar, entonces déjate deslizar, confía y fluye”.
La muerte viene caminando hacia tu encuentro, aunque te llevará a un lugar en el que se termina el sufrimiento, el temor y el dolor. No temas, solo prepárate para ese viaje eterno y sagrado, para que al encontrarte con ella la puedas tomar de la mano y partir con la certeza de que has dejado una huella de trascendencia en el mundo y en las personas que te acompañaron por este paso temporal. Dios te pedirá tu historia para revisarla contigo, entonces escríbela de la mejor manera posible, porque tú eres el único autor de tu libro.
En el arduo camino de la vida, empezamos como caminantes y terminamos como peregrinos…
Cansados del camino, estamos todos sedientos de paz, en ocasiones sentimos como si hubiéramos atravesado un desierto que nos ha dejado sin fuerzas, luchamos como soldados en la batalla de la vida y vivimos exhaustos buscando un lugar físico y espiritual en donde descansar.
Trae a tu memoria el momento en el cual tu hijo o tú mismo dieron sus primeros pasos para comenzar a andar por el camino de la vida; desde el momento en el que, de manera temerosa pero divertida, dimos nuestros primeros pasos, nunca imaginamos que caeríamos y nos tendríamos que volver a levantar tan seguido como lo hace un bebé.
En nuestra adultez seguimos dando tumbos en el camino de la vida, tropezando, lastimándonos, levantándonos de nuevo, en ocasiones vamos muy de prisa y con afán de llegar a alguna meta o lugar y así intentamos aprender el arte de andar, de forma segura, serena y con pasos firmes, para alcanzar finalmente la meta de la plenitud y de la paz interior.
Todos somos caminantes y todos nos convertimos en peregrinos…
Un peregrino es aquel que anda por tierras extrañas e impulsado por su devoción va a visitar un santuario, viaja por lugares desconocidos y en su mochila lleva fe, esperanza y caridad.
Quizá no siente que pertenece a un mismo pueblo ni a una misma raza cuando se encuentra con otros caminantes al andar, pero sí se reconoce hermano de aquellos que va encontrando por el camino, quienes lo acompañan y lo alientan a continuar.
Una peregrinación supone un viaje de sanación espiritual a una montaña sagrada o a un lugar de devoción, silencio y encuentro con lo más íntimo del ser. De igual modo, una peregrinación es un viaje a las profundidades del ser, en donde encontramos silencio y reflexión. Sin embargo, en la mayoría de los casos hallamos ahí, en nuestro centro sagrado, angustia, miedo, incertidumbre y soledad.
Emprendí el camino a Santiago de Compostela para alejarme del mundanal ruido y perderme por senderos desconocidos de verdes praderas, de silencios y de hermandad. Caminábamos más de 20 kilómetros cada día, de la mano de otros caminantes desconocidos con quienes íbamos tejiendo conversaciones profundas, sin saber a dónde nos llevaba cada paso al andar.
Desde el descubrimiento de los restos del apóstol Santiago millones de peregrinos han caminado sobre las mismas piedras, cargando los mismos dolores, llevando el mismo cansancio físico y emocional, cruzando los mismos montes con la misma motivación: reflexionar, meditar y orar para repensarse la vida y encontrarle el sentido a la propia existencia.
En el año 2018, más de quinientos mil peregrinos emprendieron este viaje espiritual hasta el sepulcro del apóstol Santiago; hoy me pregunto si cada uno de ellos se habrá detenido a pensar que en el viaje de la propia vida todos somos peregrinos que vamos de camino hacia nuestro propio sepulcro.
Qué ironía tan grande, pues al iniciar el camino todos llevábamos equipajes pesados y repletos de todo aquello que creíamos necesitar a medida que nos adentrábamos en esta travesía.
En ocasiones, en un sendero arduo y difícil nos percatamos de que todo el equipaje que creíamos indispensable se va tornando pesado y, en cambio, sentíamos la necesidad de deshacernos de este, de botarlo, soltarlo y liberarnos de ese peso, tal como sucede en la vida misma.
A lo largo de nuestra existencia nos vamos cargando de un equipaje emocional que cada día nos pesa más: obligaciones autoimpuestas, relaciones tóxicas y conflictivas, perdones que debemos dar, perdones que debemos pedir, heridas que necesitamos sanar, situaciones dolorosas que debemos olvidar, personas que debemos soltar y dejar ir y así, poco a poco, nuestra mochila del camino se va tornando insoportablemente pesada.
En siglos pasados las guerras, las hambrunas, las crisis de las religiones, las plagas, las pestes y pandemias causaban en las personas una gran necesidad espiritual de alejarse para sanar, de huir para restaurarse y conectarse con el Creador, pues en el camino encontraban bálsamo de consuelo.