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¿Qué es la moda? ¿Cuál es el rol cultural de la ropa, los tatuajes o la barba? Y ¿qué tiene que ver el bolso Birkin de Hèrmes con Freud, el psicoanálisis y Norman Bates? En estos diez ensayos en torno a la moda, Katja Eichinger mezcla psicología, sociología y muchas referencias de cultura pop para abordar temas como la cirugía estética, la fast fashion de Zara o la decadencia del tatuaje y la corbata. La autora analiza el significado subyacente de las zapatillas blancas que nunca se quita el filósofo Jürgen Habermas, explica que un vestido puede ser un sedativo para la ansiedad social y salta con ligereza de Kim Kardasian a Shakespeare. Un alegato apasionado a favor de la moda como acto político y símbolo de nuestras aspiraciones que ha sido un éxito editorial en Alemania.
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Veröffentlichungsjahr: 2022
TÍTULO ORIGINALMode und Andere Neurosen© 2019, Katja Eichinger
Publicado porPlankton Press S.L.C/ Hernán Cortés 329679 Benahavis (Málaga)[email protected]
Primera edición en Plankton Press: octubre 2022
© de esta edición, 2022 Plankton Press S.L.© de la traducción, 2022, Núria Ventosa© de las fotografías, Christian Werner
ISBN: 978-84-19362-15-5
Diseño de cubierta: LlesFotografía de portada: Christian Werner Maquetación: Alvaro López LópezImpresión y encuadernación: GraphyCems
Tipografía: Sabon
Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera ni por ningún modo sin autorización previa por escrito del titular de los derechos salvo para uso personal y no comercial.
KATJA EICHINGER
Fotografías de Christian Werner
Plankton Press2022
Cubierta
Página legal
Portada
Dedicatoria
Cita
Introducción
1. Del
streetwear
o de qué hablamos cuando hablamos de libertad
2. Más allá de la envidia del pene: el bolso de diseño
3. El
selfie
o el anhelo del yo
4. El complejo de Pigmalión
5. La barba y otros misterios
6. Empapelar la piel: acerca de los tatuajes
7. El subidón rápido: la
fast fashion
8. Lobos con piel de cordero: del traje al Patagucci
9. El lujo o el club de los abrigos rojos
10. ¿Prada Meinhof? Sobre moda y política
Agradecimientos
Para mi madre.
«You haven’t even scratched the surface
of my superficiality».
Clifford Leo Harris, «Heartbreak Hotel»
«Dream baby dream…».
Alan Vega, «Suicide»
Estoy en Wolfhagen, una pequeña ciudad al norte de Hessen, sentada bajo la máquina de coser Singer de mi abuela y observo cómo sus pies sobre el pedal hacen que la máquina zumbe. Hace calor en el pequeño cuarto de costura. La tela se desliza desde el regazo de mi abuela hacia la máquina de coser como por arte de magia. De vez en cuando sus pies se detienen, el zumbido para, y un golpeteo metálico hace que vibre el tablero de madera sobre mi cabeza. Luego el zumbido continúa. Entre mis manos sostengo una lata con botones. Algunos están recubiertos de piedras brillantes. Los sacó de la lata y los coloco en un patrón que tengo delante de mí en la alfombra beige de flores rojizas. La máquina zumba, mi abuela se balancea y yo soy feliz. Este es uno de mis primeros recuerdos de infancia.
En aquel entonces la moda para mí era algo que uno mismo hacía y elegía. No comprendería hasta mucho más tarde que hay una industria global detrás. Pasó bastante tiempo hasta que aprendí que todas esas cosas que ponemos en nuestro cuerpo están sujetas a fuerzas invisibles. Seguramente sea porque asocio la moda a la felicidad y a la magia de la infancia, a esa excitante sensación de perderme en el armario de mi madre haciendo crujir la madera bajo mis pies, que esas fuerzas me fascinan.
El hecho de que esa fascinación se haya traducido en un libro debo agradecérselo a Constanze Neumann, la directora de la editorial Aufbau. Constanze fue la editora de BE, el libro que publiqué en 2012 sobre mi esposo, el fallecido director y productor de cine Bernd Eichinger. Constanze y yo pasamos unos días intensos en el sur de Francia, en la Costa Azul, donde la concentración de personas fanáticas de la moda es especialmente alta. Una y otra vez te cruzas con rostros extrañamente inexpresivos, inmóviles. Hacía un año que Bernd había fallecido y trabajar en el libro no era fácil para mí. Las conversaciones con Constanze sobre moda y las cosas raras que las mujeres pueden llegar a hacer en nombre de la moda supusieron un entretenido cambio de tema. Le conté que durante mis estudios en el British Film Institute me había especializado en vestuario de cine y que me interesaba por el feminismo y el psicoanálisis. También que antes había escrito mucho para Vogue y revistas británicas como Dazed & Confused y Esquire. Cuando nos despedimos Constanze me dio un abrazo y me dijo: «pensemos en un libro sobre moda». Desde entonces han pasado nueve años y he pensado mucho. He vivido mucho y también he aprendido algunas cosas. Finalmente llegó la hora de ponerlo todo por escrito.
Desde el principio decidimos que el libro debía ser ilustrado. La moda es demasiado visual como para renunciar a la fotografía. Primero pensé en mis propias fotografías, pero me pareció más atractivo aportar una perspectiva adicional al libro. El fotógrafo berlinés Christian Werner me había retratado en otoño de 2018 para una revista. Nos entendimos a la primera. Cuando me enseñó su álbum fotográfico sobre Los Ángeles, me quedé sin habla. Había captado esa ciudad, en la que yo había vivido tantos años, exactamente como yo la sentía. No me podía creer que existiera alguien que fotografiara el mundo tal como yo lo veo. Y no solo eso. Christian Werner da a la realidad un toque divertido a la par que melancólico que nos permite comprender mejor su esencia. Ha sido un interlocutor fundamental durante el proceso de gestación de este libro y trabajar con él ha sido un placer enorme.
La neurosis es el estado permanente de no saber qué se quiere. Ser o no ser. El neurótico más célebre de la historia de la cultura occidental es el Hamlet de Shakespeare. Atrapado en la duda eterna, perdido en la ambivalencia de la existencia humana. Cuando amamos, también odiamos y, cuando odiamos, estamos amando al mismo tiempo. Quien nos causa frustración, también puede satisfacernos. Y quien nos satisface, es capaz de causarnos la frustración más profunda. En cualquier relación entre dos individuos hay implicadas, como mínimo, seis personas: los dos individuos en cuestión, las dos personas que estos creen ser y las dos personas que cada uno ve en el otro. Quizás incluso se pueden sumar las dos personas que les gustaría ser y las dos personas a las que temen. La ropa, es decir la forma en la que presentamos nuestros cuerpos a nuestros semejantes, es un elemento esencial de esta interacción infinita de malentendidos, maniobras de engaño, proyecciones y deseos. La ropa tiene siempre un componente simbólico y el hecho de que se malinterprete o no se entienda es atribuible a su propia naturaleza de símbolo. Porque un símbolo es evidente y ambiguo al mismo tiempo. El buen gusto se supone que nos libera de esta ambivalencia. Se supone que nos garantiza ser atractivos y nos protege del ridículo. El buen gusto quiere fijar la manera en que entendemos las cosas. Como un dictador malhumorado, serio, paranoico y estrecho de miras, avanza por nuestras mentes y cobra importancia. Alimentado por los medios de comunicación y las redes sociales. Pero lo volvemos a desmantelar a diario. Contravenimos sus normas, malinterpretamos, dudamos. Y, precisamente, ahí radica la belleza de lo humano y, con ello, también de la moda.
1.
«La inmensa mayoría de las personas emplean casi todo su tiempo en trabajar para vivir, y lo poco que les queda de libertad les abruma de tal modo que ponen cuanto pueden de su parte para perderla».
Werther en Los sufrimientos del joven Werther de J.W. Goethe
Era un cálido día de principios de verano a orillas del lago Starnberg. Estaba sentada con amigos en una cervecería al aire libre comiendo tarta de ruibarbo. Las otras mesas eran un mar de buen gusto de color caqui y lino blanco. La burguesía liberal de Múnich se volvía a congregar para perpetrar un ritual estético y recordar qué no viven en Berlín. De repente a mi amigo Matthias le llamó la atención un hombre mayor vestido de negro que estaba sentado a un par de metros enfrascado en una conversación con el editor Michael Krüger.
—¿No es…?
Antes de que Matthias pudiera pronunciar su nombre, su pareja, Gürsoy, afirmó visiblemente excitado:
—¡Sí, sí, es él!
Agucé mi vista, no especialmente afilada, para comprobarlo. Sí. La cabellera blanca y la nariz ligeramente torcida no dejaban lugar a dudas. El hombre de negro era el filósofo Jürgen Habermas. Se me atragantó la tarta de ruibarbo. Fue un momento excepcional. Me encontraba a unos vasos de cerveza de uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo. Me quedé sin habla, aún más —si es que es posible— que el día en el que me encontré detrás de Elfriede Jelinek, la ganadora del nobel de literatura, en la cola de la caja de los grandes almacenes Karstadt.
Allí estaba sentado el hombre que había acuñado para siempre el término «opinión pública» y que con ello había sentado las bases de la teoría moderna de la comunicación. En su tesis Transformación estructural de la opinión pública, publicada en 1962, Habermas describió un modelo ideal de opinión pública en el que todos los grupos sociales tienen acceso al discurso público. En este modelo, la comparación de los mejores argumentos conforma una opinión pública que, a su vez, contribuye a la toma de las decisiones políticas de los gobernantes. Según Habermas, el pueblo se comunica para garantizar el triunfo de la razón. En una época en la que el discurso público no está ya marcado por los puntos de vista, sino por algoritmos, en la que el miedo y el odio inundan las redes sociales, en la que ni los jefes de Estado ni los canales de noticias ya no se distinguen por contar la verdad, sino más bien por sus afinidades y su cuota de entretenimiento, tanta fe en la racionalidad resulta muy conmovedora.
¿Y qué era lo que Habermas estaba comunicando a la opinión pública de la cervecería mediante su presencia? ¿Qué mensaje tenía para nosotros en ese preciso instante uno de los mayores pensadores de nuestro tiempo? En ausencia de una palabra audible, sus zapatillas deportivas hablaban por él. Unas zapatillas deportivas negras con suela blanca y un llamativo logo blanco de la marca Nike. Un par de años atrás Habermas había agradecido la concesión del Premio Kioto con un discurso sobre el tema «Libertad y determinismo». Su discurso se reprodujo en el periódico Tagesspiegel bajo un titular que vendría a decir: «De qué hablamos cuando hablamos de libertad». En la cervecería, Habermas lucía unas zapatillas Nike del modelo Free Ultra. La coincidencia me alteró bastante. ¿Sería consciente de la ironía? No me atreví a preguntárselo.
La libertad es la esencia de las zapatillas deportivas. Las deportivas nos liberan de las ataduras del calzado normal de piel; con ellas, somos libres para dar rienda suelta y sin límites a nuestro afán de movimiento. En este sentido, las zapatillas deportivas estarían al servicio tanto del concepto de libertad positiva como del de libertad negativa, según la definición que dio el filósofo Isaiah Berlin en 1958 en una conferencia en Oxford. Con unas deportivas estamos «libres de» (por ejemplo: presión, necesidad, hambre, violencia) y somos «libres para» (por ejemplo: hablar, viajar, escribir). Las zapatillas forman parte del estilo de moda conocido como streetwear, o moda urbana, que también incluye prendas como las gorras de béisbol, camisetas, sudaderas con o sin capucha y los pantalones de chándal. La desenvoltura y la libertad de movimiento no son necesariamente tan inherentes a todos los artículos de moda urbana como lo son a las zapatillas. Pero siempre resuena una imprecisa y seductora promesa de libertad. La humanidad lleva debatiendo largo tiempo sobre qué exactamente es la libertad, desde mucho antes de la conferencia de Isaiah Berlin. Concretamente desde hace unos 2.300 años, cuando Aristóteles reflexionaba acerca del libre albedrío. Pero ni Aristóteles ni Berlin ni otros filósofos que ahondaron en el concepto de libertad, como Immanuel Kant, Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Jean-Jaques Rousseau o Jean-Paul Sartre, llevaban zapatillas deportivas Free Ultra de Nike. Y, como en este apartado hablamos de streetwear, quiero concluirlo con la definición de libertad de Jürgen Habermas:
«El sujeto es libre cuando quiere lo que considera correcto como resultado de su reflexión. Consideramos falta de libertad una coacción externa para actuar de forma diferente a como queremos hacerlo según la propia razón».
Así esboza Habermas la libertad en el discurso que dio en la concesión del Premio Kioto. En otras palabras, según él, las personas son libres cuando, basándose en argumentos claros, están en disposición de tomar una decisión personal y actuar en consecuencia. La libertad de decidir, esto es, estar libre de coacciones y control por parte de autoridades, fue desde el comienzo el gran tema de la moda urbana. Antes al streetwear se lo incluía bajo el paraguas de la moda deportiva o de tiempo libre. El concepto de tiempo libre o el ocio surgió durante la Revolución Industrial, hacia mediados del siglo XIX. Consistía en la libertad de disponer del propio tiempo sin someterse a los dictados del empresario y fue a través de este concepto que se comenzó a desarrollar la cultura proletaria, con sus eventos deportivos de masas y sus ritos asociados de desinhibición emocional. A partir de entonces, para mucha gente, tiempo libre y deporte van de la mano. Un término va asociado al otro. No obstante, ni el estadio deportivo ni el campo de fútbol son lugares en los que se pase mucho tiempo, así que fue la calle la que se convirtió en el territorio de la juventud proletaria. No solo las calles concurridas y siempre romantizadas de los guetos urbanos, sino también y, sobre todo, las aceras mojadas de la periferia y los pueblos de provincias. Lugares donde la actividad principal consiste en no hacer nada.
Crecí en un pueblo cerca de Kassel donde los jóvenes se pasaban horas cada día sentados en un muro frente al supermercado Edeka. Como no fui al instituto local, sino a uno especializado en lenguas clásicas de la ciudad, tuve poca relación con otros chicos del pueblo excepto por la catequesis de la confirmación. Probablemente mi madre habría tenido un ataque de nervios si me hubiera visto sentada en el muro, aunque incluso sin la intervención materna, la idea de pasar el tiempo ahí sentada tampoco me atraía demasiado. Pero sí que había una cosa que envidiaba de los Svens, Olafs, Nicoles y Christinas del muro de enfrente del supermercado: sus zapatillas deportivas Allround de Adidas.
Para una adolescente de la década de los años ochenta, la vida sin un par de zapatillas Adidas Allround ni era vida ni era nada. Te condenaba para siempre al círculo de los pringados al que, en cualquier caso, pertenecía mi instituto de lenguas clásicas. En mi clase había una chica cuyos padres hablaban latín en casa. Y chicos a los que sus padres les prohibían llevar vaqueros. Así que no formábamos precisamente parte de la punta de lanza de la vanguardia en términos de moda. Pero incluso en el instituto de Kassel había gente que llevaba las Allround y que subidos a ellas habían logrado dar el salto de la antigüedad a los tiempos modernos. Las zapatillas deportivas que todos anhelábamos no se circunscribían a las calles o los muros delante de los supermercados Edeka. Formaban parte de la emergente conciencia de marca que explotó en la década de los ochenta, y que también incluía el aroma intenso del perfume Poison de Christian Dior (prohibido en mi escuela), y las sudaderas o las bolsas de color verde de las tiendas Benetton, que se utilizaban con orgullo como bolsas de deporte. Hoy es difícil imaginárselo, pero antes de los ochenta había muy pocas marcas juveniles globales con logotipos icónicos declinados una y otra vez hasta el infinito.
Todo cambió de repente cuando MTV comenzó a emitirse en 1981. MTV mostró a todo el mundo cómo los deseos, las aversiones y los miedos de unos adolescentes atormentados por las hormonas se podía resumir en un logotipo que se convirtiera en fenómeno global. MTV destiló el aroma del «Teen Spirit» que cantaría Nirvana en 1991 y lo puso a la venta.
Las zapatillas deportivas fueron un elemento central de la iconografía de MTV, aunque ya estaban consolidadas desde mucho antes, al menos desde el Rebellion de los Ramones.
En 1985, cuando Joschka Fischer optó por llevar unas zapatillas deportivas Nike para jurar su cargo de ministro de exteriores alemán, el primer ministro del partido de los Verdes, desató una oleada de indignación. Fischer era uno de los representantes más relevantes del movimiento alternativo que se había formado en 1978 después del Otoño alemán. En contraste a la resistencia armada de la Facción del Ejército Rojo (RAF), ellos querían construir una sociedad alternativa dentro de la sociedad, más allá de normas sociales rígidas y modos de pensar anticuados. Cuando Fischer juró su cargo de ministro evidenció que este movimiento alternativo estaba a punto de conquistar la sociedad establecida. Y sus zapatillas deportivas eran el símbolo del menosprecio al orden social anterior.