Monterapia - Juanjo Garbizu - E-Book

Monterapia E-Book

Juanjo Garbizu

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Beschreibung

A través de sus propias experiencias en grandes y pequeñas montañas, del Aconcagua a los Pirineos, Juanjo Garbizu nos transporta a las altas cumbres, donde las prioridades cambian y se suceden vivencias inolvidables. Conoceremos situaciones en las que conceptos como materialismo y competitividad se relativizan, ofreciéndonos enseñanzas para llevarnos a casa en nuestra mochila. Acércate a los valores que la montaña transmite y conquista la cumbre más difícil... la de tu propia vida. Porque cuesta arriba se piensa mejor.

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Monterapia

Cuesta arriba se piensa mejor

Juanjo Garbizu

JUANJO GARBIZU

La pasión por la montaña de Juanjo Garbizu (Donostia, 1961) le ha llevado a numerosas cumbres del País Vasco, los Pirineos o los Alpes, y hasta cimas míticas como el Aconcagua o el Kilimanjaro. Uniendo esta gran afición a su experiencia profesional como publicitario (es cofundador y director creativo de la empresa de comunicación Código), decidió iniciar una web personal, mendivideo.com, en la que podemos acceder a más de 250 vídeos de mon­taña grabados por él mismo.

www.monterapia.com

Primera edición: octubre de 2012

Segunda edición: enero de 2013

Tercera edición: abril de 2013

Primera edición digital: mayo de 2013

© Juanjo Garbizu, 2013

© de esta edición:

Editorial Diéresis, S.L.

Travessera de Les Corts, 171

08028 Barcelona

Tel: 93 491 15 60

[email protected]

ISBN: 978-84-938702-9-4

IBIC: VSZ, WSZG

Depósito legal: B-27204-2012

Todos los derechos reservados.

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informático, y su distribución mediante alquiler o préstamo públicos.

www.editorialdieresis.com

¿Cómo se puede explicar a la gente que no ha subido en su vida a una montaña, por muy baja que sea, lo que ocurre allí arriba?

Erhard Loretan

¿Por qué un libro videoilustrado?

Cuando hace más de diez años se lanzaron las primeras cámaras de vídeo compactas, me hice con una. En mis excursiones por la montaña llegó a convertirse en un objeto tan necesario como las botas o la mochila.

Fui grabando vídeos por montes de todas las alturas y de todos los lugares. Cuando el ADSL comenzó a extenderse por muchos hogares, creé con todo mi material audiovisual la web mendivideo.com. Con ella aporto mi granito de arena a la ingente cantidad de información que sobre la montaña se genera continuamente en la red.

Cuando se me ocurrió la idea de escribir este libro, pensé en aprovechar el importante volumen de imágenes que había grabado para crear pequeños vídeos que, de alguna manera, viniesen a complementar el texto. Piezas breves que, gracias a la fuerza de las imágenes, la voz y la música, sintetizan el mensaje fundamental de los diferentes capítulos.

La forma más rápida y cómoda para poder visionar los vídeos desde un libro es con los códigos QR para móviles, que se utilizan ya en publicidad. Así que propuse a los editores de Diëresis que creásemos un libro videoilustrado, un concepto bastante novedoso en el mundo editorial. Enseguida se mostraron entusiastas con mi idea, y el resultado es el que tienes en tus manos.

Al final de todos los capítulos pares del libro encontrarás la imagen de un código QR. Si cuentas con un móvil (del tipo smartphone) o con una tableta, tan solo debes descargarte una de las aplicaciones existentes para leer códigos QR (si es que no la tienes ya). Algunas de las principales que se usan hoy en día son Barcode Scanner para Android y NeoReader o BIDI para iPhone. Una vez tengas abierta la aplicación, has de capturar cada código mediante la cámara. La aplicación lo escaneará y enlazará automáticamente con el vídeo de Internet, que se reproducirá inmediatamente en tu móvil o en tu tableta.

En caso de que no dispongas de ninguno de estos dispositivos móviles, debajo de cada código del libro encontrarás una dirección web. Basta con que teclees dicha dirección en el navegador de tu ordenador para poder ver los vídeos.

Captura este código QR para ver el vídeo introductorio de Monterapia

Prólogo por Julio Villar

Bastaron dos encuentros fortuitos para que Juanjo Garbizu me pidiera que prologara este libro. Sucedió en la montaña, las dos veces en el camino de bajada de una cumbre. Un cruce de palabras amistosas y cómplices a modo de saludo, una conversación mínima entre dos respiraciones que casi pareció un mantra tibetano, estuvieron en el origen de todo. Fue un chispazo de simpatía, como una pulsación diferente en un momento en el que el corazón se relaja.

Luego, unos meses más tarde me llamó y vino la proposición. Hubo suerte, ya que por aquellos días me encontraba en Donosti.

Juanjo Garbizu es de los que abordan las cosas directamente, sin miedo a un posible batacazo. Es de los que se atreven a decir, a pedir como solo lo hacen algunos niños…. Grandezas de las almas que todo lo prueban. Y como el mundo es de los que se atreven, aquella tarde yo me fui con el manuscrito bajo el brazo camino de casa. Una sensación de sorpresa y de perplejidad me hizo empezar a leer estas páginas.

Naturalmente no llegué a casa, porque al momento, apartándome de mi camino, me dirigí hacia un parque en donde, sentado en un banco, comencé a libar —como un abejorro— entre aquellas misteriosas páginas.

Todo era nuevo para mí: el tono, los colores, la forma de expresarse. No sabía lo que tenía entre las manos. ¿Un relato? ¿Unos cuentos? ¿Un ensayo?

Pronto me perdí en aquella selva de ideas, de sugerencias, de toques de atención. Estaba tan sorprendido por lo que leía como por la persona que me había entregado aquella carpeta.

A modo de sucesivas exposiciones, las cosas pequeñas, los detalles, los pensamientos, las experiencias, se iban colocando una tras otra en las páginas de este libro que a mí me recordó, desde un principio, los de aquellos pensadores germanos que todo lo miraban, que todo lo destripaban, intentando llegar al porqué de cada cosa.

Al cabo de pocos días comencé a escribir este prólogo. Me encontraba ante un trabajo exhaustivo, inusual, escrito con el entusiasmo que solo mi nuevo amigo podía desarrollar. Por lo que vi, el autor lo quería revisar todo: la poesía limpia de las pequeñas cosas, los sentimientos, la ética, la soledad, las prisas, la solidaridad, sus experiencias, las argucias y técnicas que todo montañero debe desarrollar. Y naturalmente, el uso de la tecnología moderna adaptado al medio natural. ¿Sabemos utilizar la tecnología sin convertirnos en sus esclavos? A través de su uso excesivo, ¿no estamos dejando de lado, sin darnos cuenta, las cosas esenciales?

Lo menos que se puede decir es que el mundo de la montaña necesita una llamada de atención, un pequeño tirón de orejas. Y este tirón de orejas debe hacerse con humor, con socarronería, que es lo que no falta en este libro.

En la actualidad, el triunfo parece asignatura obligada en nuestra sociedad y, de una forma u otra, siempre está asociado a lo mediático: nada vale si no sale en los periódicos, o en la televisión, o si no rompe esquemas en las pantallas de Internet.

Y la montaña, una actividad que había nacido con vocación romántica, intimista, poética, libre, casi sagrada, no ha sabido escapar de todas estas influencias y se ha convertido últimamente en un espectáculo, en una extraña moda en la que no podían faltar ni los patrocinadores ni las banderas.

Coleccionistas de ochomiles han llenado el Himalaya de montañeros mediocres, personas que ni consideran que en el mundo pueda haber otras montañas, personas que ni valoran el lugar en el que están.

A través de los medios de comunicación las emociones se han convertido en frases estudiadas y escritas para vender algo que casi siempre está vacío o es zafio, cuando no perverso.

La montaña se ha convertido en un mercado de ideas prefabricadas, de productos que se ofrecen igual que, no hace mucho tiempo, se ofrecían espejitos para conquistar al buen salvaje al que se trataba como si fuera tonto.

Ya no hace falta mirar a las estrellas para situarnos en la noche, ni saberse el nombre y las formas de las constelaciones, ni entender cómo se mueven las borrascas, o qué nos dicen las nubes. Ya no es necesario asombrarse ante el paso de las aves migratorias.

Éstas y otras muchas son las reflexiones que encontramos en este libro, cuyo hilo conductor no es nada más que el sentido común.

Aunque… no debiéramos desanimarnos. Pues también es verdad que la montaña está llena de gente que se acerca a ella con humildad e inteligencia.

Ya lo dijo Messner: sobran guías, tendríamos que volver al viejo y hermoso mapa, a la humilde brújula. Si no, ya no habrá lugar en la Tierra para la aventura.

A veces, Juanjo Garbizu se pierde en sus consejos, en sus sugerencias, en sus conclusiones, pero con el encanto de un quijote que quiere arreglarlo todo. En estas páginas, cuando arremete con su lanza contra los molinos de viento, yo estoy con él, cabalgando en un viejo jamelgo e intentando que una cosa tan bella como es la montaña no se convierta en una vulgaridad.

Juanjo desmonta cuidadosamente la caricatura del viajero actual, la del montañero machote que se cree un supermán, la del triunfador de barrio que se pasea orgulloso por la alameda. Y con este libro nos quiere devolver el placer del vagabundeo y de la lentitud.

La tecnología y el progreso nos han dejado solos, perdidos en un universo de posibilidades casi infinitas y que tomadas al azar —además— casi siempre son falsas. Estamos despistados en medio de tanta inmensidad. Lo esencial es algo mucho más sencillo… y es evidente.

Estamos perdidos en un almacén de datos. En dos o tres generaciones hemos cambiado casi todos nuestros gestos milenarios.

Bienvenido sea pues este libro, que nos hará pensar.

Introducción

Aristóteles y sus alumnos solían dialogar y reflexionar paseando por los jardines de la Atenas clásica, buscando la inspiración en el exterior, mientras deambulaban entre columnas y flores. De ahí viene el origen de la escuela peripatética, que etimológicamente proviene del término peripatein, que se desglosa en peri (alrededor) y patein (deambular). Los seguidores de este filósofo griego, cuyo pensamiento ha influido tanto en las generaciones posteriores, comprendieron que simplemente dejándose llevar por sus pasos, sus mentes reflexionaban mucho mejor.

Podría decirse por tanto que la Monterapia es una revisión actualizada del método peripatético, el cual consigue activar nuestra mente más creativa mediante el simple acto de caminar en un espacio abierto. Si los paseos aristotélicos discurrían por el Liceo o los jardines de la Antigua Grecia, nosotros caminaremos en plena naturaleza, en el monte, ya que éste propicia de una forma rápida y efectiva una especie de regreso al pasado, trasladándonos a un entorno puro y sin contaminar.

¿Monte y terapia? Esto suena un poco fuerte, ¿no? Tranquilo, es tan solo un inocente juego de palabras, un divertimento para expresar un concepto. No trato de competir con psicólogos, psiquiatras o terapeutas de toda índole, nada más lejos de mi intención. No prometo la felicidad eterna. Pero te mostraré una válvula de escape que todos tenemos a nuestro alcance y que puede ayudarte mucho más de lo que imaginas.

Obviamente no he descubierto las cumbres. Las montañas llevan millones de años en la Tierra y son millones las personas que han ascendido a ellas en los cinco continentes, y no por ello decidieron escribir un libro. Tal vez no haya nada nuevo bajo el sol, como afirman algunos escépticos, pero es que a veces tenemos lo más obvio frente a nosotros y no lo vemos, como esas formaciones rocosas que forman parte del paisaje y que probablemente no han espoleado nunca tu curiosidad.

Se ha escrito mucho sobre cómo los valores y las técnicas del deporte de competición pueden ser aplicados al mundo empresarial, sobre todo en los puestos directivos: trabajo en equipo, espíritu de superación, gestión del tiempo, liderazgo, estrategia, objetivos, disciplina, etc.

Este libro no habla del montañismo como deporte y mucho menos de su vertiente competitiva, ni tampoco está dirigido al mundo de la empresa. Su pretensión es muy distinta: lograr que cualquier persona, independientemente de sexo, edad, formación o condición social, se plantee, si no lo ha hecho ya, comenzar a disfrutar de los beneficios de todo tipo que una excursión o un simple paseo por el monte puede ofrecerle.

Por ello no es un libro de ochomiles ni de grandes conquistas. Está lleno, eso sí, de pequeñas conquistas personales: habla de cómo la montaña, cualquier montaña, incluso la más cercana y asequible, puede ayudarte a mejorar tu calidad de vida. Aunque seas una persona que nunca haya pisado más montaña que la montaña rusa de un parque de atracciones.

Tal y como irás descubriendo en estas páginas cargadas de reflexiones, anécdotas y experiencias propias, la montaña tiene mucho más en común con la vida de lo que puedas pensar. Está llena de símiles con nuestra existencia diaria y es una gran fuente de inspiración.

Llevo desde finales de los años 70 acercándome siempre que puedo a ese mágico entorno, beneficiándome de él, incluso en los montes más modestos, cómodos, cercanos y redondeados. Por ello puedo asegurarte que soy un convencido practicante de la Monterapia.

Suelo decir que un día en el monte equivale a dos en la ciudad (por lo menos). Incluso una naranja o un bocadillo saben diferente allí. Cada vez que vuelvo a la montaña no deja de aportarme algo. Siempre es diferente, incluso cuando es la misma.

¿No sientes curiosidad por iniciar esta ascensión conmigo?

1 El tamaño no importa

No es más quien más alto llega, sino aquel que influido por la belleza que le envuelve, más intensamente siente.

Maurice Herzog

Primer alpinista en ascender el Annapurna

Hasta que cumplí los diecisiete años, las montañas formaban para mí parte del paisaje, de la misma manera que una nube, un trigal o el mar. Una especie de atrezzo natural que contribuía a alegrarnos la vista a los humanos.

Fueron unos compañeros del colegio los que me propusieron acompañarles un día en una de sus salidas dominicales. Al principio me mostré bastante reticente, ya que siempre había odiado las excursiones al monte que el colegio organizaba un curso tras otro. No le encontraba sentido a eso de subir por una cuesta, jadeando y sofocado, para llegar a un lugar donde básicamente no había nada y al cabo de un tiempo, que solía depender del profesor de turno, volver a descender por el mismo camino, para llegar sudorosos y cansados al autobús. Lo único positivo que sacaba de aquellas absurdas experiencias era el interminable baño de espuma del que disfrutaba al llegar a casa y los golpes preocupados de mi madre en la puerta mientras las yemas de mis dedos se arrugaban como pasas.

Tal vez porque estaba próximo a convertirme oficialmente en adulto y mi mente empezaba a aclimatarse a ello o porque mis dos amigos fueron muy convincentes, lo cierto es que finalmente acepté su ofrecimiento. El objetivo era un monte mítico de la zona, el Txindoki o Larrunarri, que para más emoción recibía el sobrenombre de El Cervino vasco. Una conocidísima cumbre de la Sierra de Aralar de algo más de mil trescientos metros de altura.

Para llegar al punto de partida, el barrio de Larraitz, primero tuvimos que trasladarnos en un tren de cercanías hasta el apeadero de Tolosa y desde allí tomar un autobús que trepaba renqueando por las carreteras rurales mientras recogía la leche de los caseríos para una importante empresa láctea.

Desde su base, el Txindoki se me antojó entonces un reto de proporciones colosales, pero al fin y al cabo un reto: una meta cercana y medible, un objetivo asumible y realizable en un espacio de tiempo muy concreto. Una meta que nos costó más de tres horas de esfuerzo alcanzar, ascendiendo por la regata de Muitze, una ruta más solitaria, dura y salvaje que la que normalmente se realiza por Oria Iturri. La sensación desde la cima, conocida popularmente como «el balcón de Gipuzkoa» por su fantástica panorámica, fue una mezcla de emoción y perplejidad.

He regresado a esta simbólica cima más de una docena de veces. Aunque han pasado muchos años desde aquella excursión de novatos, y seguramente el tiempo se ha encargado de enaltecer mi recuerdo llegando a distorsionarlo, esa primera vez, esa primera cima importante, esa primera conquista, siempre permanecerá para mí impregnada de una magia muy especial.

Nos fijamos metas de todo tipo, más cercanas o a largo plazo. Unas a priori bastante asequibles y otras que rayan en la fantasía. Unas dependen exclusivamente de nosotros mismos y de nuestro esfuerzo, otras en cambio están sujetas a terceros y a ciertos condicionantes externos. Metas tan sencillas como las que afloran a principio de año, momento de hacer borrón y cuenta nueva: dejar de fumar, ponerse a dieta, apuntarse a un gimnasio, aprender idiomas, etc. ¿Te suena? Seguro que alguna vez te las has propuesto.

Y nada más satisfactorio que lograr lo que te habías propuesto aunque, sin voluntad de desmoralizar a nadie, las metas antes mencionadas pueden ser de ida y vuelta... ¿o no has oído hablar del efecto yo-yo de esas dietas milagrosas en las que recuperas los kilos tan rápidamente como los perdiste?

Por ello, si buscas una meta muy cercana, gratificante y en la que quede perfectamente definido el objetivo —y por tanto su cumplimiento—, piensa en la montaña.

Iniciarte en ella solamente te reportará ventajas. No me refiero únicamente al aspecto puramente físico —como ejercicio que es te beneficiará—, sino más bien al equilibrio mental que va a proporcionarte en tu vida diaria.

Si nunca has subido un monte, lo primero que lógicamente te preguntarás es si eres capaz. A lo largo de muchos años he visto a personas de todo tipo ascendiendo por montañas muy diversas. Desde atletas con una forma física envidiable hasta personas entradas en carnes, pasando por niños de cinco años y mayores de ochenta. Y en todos los casos hubo un día en que se iniciaron, en que decidieron subir lo que tenían delante, tal vez movidos por la curiosidad o tan solo por las ganas de respirar aire más puro.

Recuerdo encontrarme a un hombre de ochenta y dos años en la arista final del Pic de Ger, una montaña de más de 2.600 metros de altura situada en el Pirineo francés. Era el año 2003 y puedo confirmar su edad porque, para contrarrestar mi incredulidad, tuvo a bien mostrarme su documento de identidad. «Debe de llevar muchos tiempo practicando el montañismo», le dije yo asombrado. «¡Qué va! —me respondió— solo quince». «¿Nada más que quince? Eso quiere decir que comenzó… ¡a los sesenta y siete años!» Por tanto, querido lector, si eres menor de setenta años, ya no tienes excusa. Nunca es demasiado tarde.

En este libro no medimos las montañas por su altura, sino por las satisfacciones que nos proporcionan y, en este sentido, un monte que no llegue ni a los doscientos metros de altitud puede ser una gran fuente de placer.

Precisamente los editores de este libro ascendieron al Ben Nevis, una montaña situada en Escocia que ostenta el título de ser la más alta de todo el Reino Unido, además de ser una de las primeras que se formaron en nuestro planeta. Con sus más de mil trescientos metros sería una importante cima en Gipuzkoa, donde yo vivo, pero en el Pirineo ya no lo sería tanto, en los Alpes menos y no hablemos si la trasladásemos a los Andes o el Himalaya. Pero en el país de la Reina Madre es lo máximo. Para nuestros amigos fue un reto, una experiencia muy enriquecedora y, todo hay que decirlo, también dura, ya que la ascensión se inicia prácticamente al nivel del mar. Pero ellos se marcaron una meta y la consiguieron. Imagino su satisfacción en la cumbre, fotografiándose junto a un glaciar, esa sensación única que te embarga cuando estás en lo más alto.

De todas formas, lo importante, lo verdaderamente crucial para practicar la Monterapia es acercarse al monte, tener una toma de contacto real con él. Y cualquier montaña, por pequeña que sea, sirve para comenzar a beneficiarte de todo lo que este medio te puede ofrecer. Por ello el título de este capítulo: el tamaño no importa.

Aunque curiosamente en esta sociedad tan competitiva que vivimos, incluso en la montaña —un lugar donde a priori uno se relaja y busca desconectar del ritmo diario tan trepidante— muchas personas piensan todo lo contrario a lo que dice el título: a ellos el tamaño sí les importa y mucho. De la obsesión competitiva de nuestra sociedad nace esa fijación por conquistar las cimas más altas y renombradas de cada zona.

En esa carrera por alcanzar las máximas cotas, las montañas más cercanas suelen quedar un tanto olvidadas y, sin embargo, probablemente sean un lugar más propicio para practicar la Monterapia. Porque por lo general las grandes cumbres, las conocidas por todos, incluso por los más profanos, están más transitadas y por tanto pierden un poco ese carácter solitario e intimista de la montaña, esa paz que uno busca en contraposición con el bullicio de la ciudad. Tampoco quiero ir de místico por la vida y negar que las cimas famosas nunca me hayan atraído. Como cualquier aficionado a la montaña con muchas horas en su mochila, he intentado subir las cumbres míticas de las regiones que he visitado, incluso viajando miles de kilómetros para poder encaramarme a ellas. Pero también te confesaré que es en las cimas secundarias, desde las cuales se contempla al coloso que se lleva toda la fama y el prestigio, donde he disfrutado más del placer de estar conmigo mismo, a solas con mis pensamientos o charlando con un grupo de amigos. Y es que, a veces, resulta un poco agobiante estar compartiendo la cima con un montón de personas. Personas, todo sea dicho de paso, que tienen tanto o más derecho que yo de estar ahí. Faltaría más.

Es lo que me ocurrió en el Meru, un volcán de más de 4.500 metros de altura ubicado en África, más concretamente en Tanzania, y vecino del famoso Kilimanjaro. Este último es un monte mítico, que funciona como un gigantesco imán sobre el turismo de la zona. Son miles las personas que cada año se acercan a la localidad de Moshi para contratar una expedición que, desde allí, les lleve a la cima más alta del continente africano. Muchos de ellos creen, además, que por su ruta más transitada, la Marangu, es una montaña técnicamente asequible. Y realmente lo es, pero olvidan que alcanza casi los seis mil metros de altura y que la aclimatación es clave para el éxito. Para conseguirla se recomienda ascender antes al Meru, una montaña que seguramente pocos lectores han oído nombrar, totalmente eclipsada por uno de los volcanes más altos de la Tierra. Curiosamente la subida al Meru, mucho más salvaje, solitaria y pura, me resultó en muchos aspectos más auténtica y enriquecedora que la realizada al Kilimanjaro.

Pero no hace falta irse tan lejos. Hay muchos aficionados que se enamoran de una montaña cercana. Sea por comodidad, conocimiento, atracción o fijación, ascienden una y otra vez a su cima. Es el caso de un navarro que en 2011 ascendió 115 veces (una ascensión cada tres días) al Beriain, un precioso monte situado en la Sierra de Andía, en la propia comunidad navarra. Seguramente en cada ascensión ha vivido nuevas experiencias, ya sea porque ha subido por diferentes rutas, más o menos difíciles, más o menos transitadas, envuelto en la niebla, azotado por el viento, empapado por la lluvia, deslumbrado por el sol estival o por la pálida luz del invierno, en un día gris y plomizo, o con cielos teñidos de rojo, con el suelo seco, o húmedo y resbaladizo, con los árboles desnudos, cargados de verde o envueltos en la magia del otoño. 115 veces en un año y siempre a la misma montaña, y siempre distinta. Porque él no ha sido el mismo en esos 115 días. Una jornada estaba más cansado, otra más pletórico, más ensombrecido, reflexivo, sorprendido, solo o acompañado. Y en ese tiempo se ha cruzado con muchas personas, caras anónimas, caras conocidas, rostros famosos, hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, ¡incluso una pareja haciendo el amor!

Confirmado: cualquier montaña es válida para la práctica de la Monterapia. Incluso una sola montaña. Por ejemplo, ese monte que ves desde la ventana de tu casa, que incluso tiene una antiestética antena en su cima y una pista cementada hasta ella, seguro que esconde una senda por lo que antes se ganaba la cumbre. Búscala y súbela, te sorprenderán las nuevas perspectivas que descubres desde ella. Y al bajar por el mismo camino descubrirás detalles que durante la ascensión te pasaron desapercibidos, porque la percepción que se tiene cuesta arriba o cuesta abajo es totalmente diferente, ambas complementarias.

Otro día busca nuevas rutas en ese mismo monte, que seguro que las hay: por el norte o por el sur, un día de primavera o uno de invierno. Sentirás el orgullo de alcanzar el punto más alto y contemplar desde allí tanto tu hogar como el horizonte que se extiende más allá. Sentado en la cima, te abordarán pensamientos que creías olvidados, reflexiones que hacía mucho tiempo que no te venían a la mente. Comenzarás, en definitiva, a experimentar los beneficios de la Monterapia. Y cuidado, que engancha.