Ni una boda más - Cindi Madsen - E-Book

Ni una boda más E-Book

Cindi Madsen

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Beschreibung

"¿Existe el amor después de un corazón roto? ¿Cómo resistirse a una pasión que arde hasta con el más fino roce? Cuando Violet decide renunciar a los hombres y a la ilusión de tener la boda de sus sueños, la vida la pondrá a prueba de la forma más irresistible. Ser la dama de honor perfecta tiene sus desventajas, sobre todo cuando te habías hecho una sola promesa: "Ni una boda más". ¿Conseguirá aprender de los errores del pasado y elegir lo mejor para ella?"

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A mis hermanas, Randa y April.

Las hermanas son nuestras primeras y eternas amigas,

yo soy feliz de tenerlas a ustedes.

Capítulo 1

Era irónico, pero cada vez que Violet Abrams llegaba a Las Dudas, Alabama, sentía una gran incertidumbre. No ayudaba tampoco el hecho de que, en casa, en la capilla que solía ser su favorita, se estuviera llevando a cabo una gran ceremonia sin ella.

Sí, hoy todo era muy irónico.

Tal vez estaba usando el término irónico de forma equivocada. Las palabras nunca habían sido su fuerte. Era capaz de capturar imágenes que podían decir mil palabras sin necesidad de pronunciar ni una sola.

O al menos, solía hacerlo.

Antes de que un imbécil que le había jurado que sería su “por siempre y para siempre” se burlara de sus planes. Obviamente él no había querido caer en las definiciones clásicas de siempre, eternamente, sin excepción.

Lo que la llevó hasta la molesta palabra nunca. Como cuando juró que nunca jamás volvería a vivir en Las Dudas, Alabama. No a menos que alguien la arrastrara por los pelos.

Sin embargo, allí estaba el anuncio que le daba la bienvenida al pueblo.

Los recuerdos de la última vez que estuvo en Alabama emergieron, impulsándola a mirar por el espejo retrovisor.

Violet hizo un gesto con la barbilla y aferró con más fuerza el volante. Trataba de dejar atrás el pasado. Buscaba el lado bueno de las cosas y apartaba las ideas y emociones negativas. Mientras mis mejores amigas están en Spanx, enfundadas en vestidos entallados y arriba de tacones criminales, yo voy muerta de risa en estos cómodos pants de yoga.

El empleado del 7-Eleven en el que se detuvo a recargar gasolina y cafeína definitivamente se dio cuenta. La observó con atención y, como todavía llevaba el maquillaje del día anterior, se sintió un tanto halagada.

Aunque se fijó demasiado en su trasero.

Fue curioso pero la mujer en el pasillo de las papitas también le miró el trasero. Y Violet se preguntó si por accidente estaba dando la vibra equivocada, gracias a todo lo que había despotricado últimamente sobre los hombres.

Cuando Violet quitó el tapón del tanque de gasolina y vio su reflejo en el espejo lateral del auto todo cobró sentido. Sus pants de yoga color lila eran tan transparentes que dejaban ver con claridad los brillantes corazones rosas y la leyenda de sus bragas: “nos vemos, por ahora”.

Estaba de más decirlo, pero adiós a Victoria’s Secret.

Aunque fue supervergonzoso, al menos llevaba ropa interior linda y no calzones de abuelita.

Mírame, soy optimista.

Los frenos rechinaron cuando detuvo el auto frente a la Pastelería Maisy, haciendo que la carpeta que Violet detestaba, pero que no se atrevía a tirar, se deslizara desde debajo del asiento del copiloto.

Tanto trabajo. Tantas imágenes hermosas que alguna vez la alegraron. Todas dentro de una abultada y brillante carpeta color púrpura que hacía que le dieran ganas de llorar. Precisamente ahora que estoy trabajando con el pensamiento positivo. Muchas gracias, no me ayudas, señora Carpeta, así que vete a… tu lugar.

Violet se estiró por encima de la consola y empujó la maldita carpeta debajo del asiento, junto con la botella de refresco vacía y las envolturas de caramelos de cuatro horas de viaje en carretera desde Pensacola, Florida.

Ah, ¿y si llamo a esto un sabático? No, mejor un viaje de autodescubrimiento. Como en Comer, rezar y amar.

O Alma salvaje, pero sin tanta caminata y con menos rollo al aire libre.

La última página de esas inspiradoras memorias acudió a su mente: Y al final descubrí que comer pastelitos en una habitación con aire acondicionado y corpulentos cazadores solitarios que se bañan con regularidad es el verdadero camino a la felicidad.

Ah, ya me siento iluminada. Como era una chica de todo o nada, Violet unió sus manos en posición de rezar y añadió un “Namasté”.

Funcionó como por arte de magia. La incertidumbre, junto con toda la mierda que se retorcía en su interior, se alivió al ver las letras doradas que anunciaban en el escaparate “Pastelería Maisy”.

Se sintió llena de emoción y jaló de ambos lados la coleta despeinada hasta que la liga chocó con su coronilla. Para asegurarse de que esta vez su trasero llamara menos la atención, Violet sacó su sudadera de la caja que estaba en el asiento delantero.

Marcos multicolores sobresalían del interior de la caja y dejaban ver parte de las imágenes que contenían. Lo suficiente para saber en qué boda habían sido tomadas. La diadema magenta con joyas pertenecía a Leah, la primera en casarse de su grupo de amigas. La otra foto estaba al revés, mostraba los vestidos malva que Amanda había elegido para sus damas de honor junto con los tacones plateados que les cortaban la circulación en los dedos.

El siete era el número de la suerte de Violet. Pero la boda de Maisy marcó la séptima ocasión en la que participó como dama de honor y después de que resultara un desastre, Violet renunció a todo lo que tuviera que ver con ellas. "Ni una boda más", se había prometido.

El problema era que resultaba difícil no pensar en bodas cuando: a) tu trabajo más importante tiene que ver con ellas y b) tus fotos favoritas son de las bodas de tus mejores amigas.

Piensa en Maisy, en cupcakes y en mejillas de bebé. En cuanto tuviera estas tres cosas ni siquiera tendría que trabajar en reprimir sus emociones conflictivas.

Violet salió del auto y puso la alarma, a pesar de que Las Dudas era uno de esos idílicos lugares donde el único crimen es no saludar.

Todas sus pertenencias estaban allí, incluyendo su carísima cámara Canon 5D Mark IV que alguna vez se sintió como una extremidad más.

Allí voy otra vez. Maisy y yo tenemos un plan y todo estará bien si consigo llegar a las últimas horas del día.

Cuando entró, la campanilla de la puerta de la pastelería repiqueteó, al tiempo que Maisy se despedía de un cliente con un: “Hasta luego, ¡que tenga un dulce día!”.

–¡Violet! –chilló Maisy tan fuerte que el cliente se sobresaltó. Su media hermana rodeó el mostrador corriendo y Violet se apresuró dando un par de zancadas.

Un instante antes de que se encontraran, Violet vaciló, solo era una ligera duda de si ir con todo, ya que nunca habían hecho el combo de grititos y abrazos.

Pero Maisy cubrió la distancia que las separaba y le dio un abrazo, digno de una pitón, que le sacó el aire. Quedarse sin aliento nunca había sido tan tranquilizador.

Por su complicada dinámica familiar no estuvieron cerca cuando crecieron y los abrazos que antes intercambiaban solían ser rápidos y robóticos. Sus conversaciones habían sido más o menos siempre las mismas hasta los últimos meses.

–Estoy tan feliz de que estés aquí –dijo Maisy–. Obviamente, la pastelería necesita una remodelación… pero no es que tengas que empezar de inmediato. Llevo todo el día esperándote y ya estás aquí y, por si no lo notaste, estoy muy emocionada.

–Creo que el término correcto sería “tengo un subidón de azúcar”.

Maisy se rio y se acercó como si estuviera a punto de revelar sus secretos comerciales.

–También invertí en una máquina de café expreso. Tras muchas noches sin dormir, pasó de ser un deseo a una necesidad.

Sonó la campanilla de la puerta y Maisy vio que entraba una familia de cinco miembros.

–No te preocupes por mí –dijo Violet, moviendo la cabeza de un lado a otro para liberar la tensión del cuello tras el largo viaje–. Echaré un vistazo y empezaré a hacer planes. Nos pondremos al día cuando cierres la tienda.

Maisy asintió y se acercó para ayudar a la familia a estudiar el muestrario de golosinas. El aire se llenó con su charla y Violet se preguntó cuántos expresos y cupcakes habría tomado Maisy, y si una buena cantidad de azúcar y cafeína le ayudaría también a ella para contrarrestar el sabor agridulce que sentía en la garganta.

Estar aquí era… surreal.

Hablando de surrealismo, ¡centrémonos en el arte! Violet colocó las manos en las caderas y estudió las sucias paredes de la pastelería. Definitivamente necesitaba una remodelación, pero estaba segura de que podría mejorar los desolados muros blancos y las polvosas decoraciones.

Podía pintar la parte inferior del mostrador delantero con un color más oscuro para que la vitrina llamara más la atención. Los suelos de madera eran hermosos y, con una pulida, y tal vez una capa de barniz, serían perfectos.

Hay mucho potencial. Al observar cómo Maisy colocaba sus azucaradas obras de arte en una caja rosa pálido mientras sonreía a sus clientes, le resultó obvio que su hermana hacía lo que le gustaba. De la nada, una ola de cariño golpeó a Violet con tanta fuerza que le temblaron las rodillas. Era genial ver a Maisy en persona otra vez.

Había creído que las llamadas telefónicas se desvanecerían, sobre todo desde el nacimiento de Isla hacía un mes. Los bebés recién nacidos consumen mucho tiempo y Violet lo habría comprendido.

Pero, por el contrario, ella y Maisy hablaban cada vez más. Y cuando Violet se quebró, soltó la sopa y le dijo que hoy sería horrible, Maisy insistió en que viniera y se quedara con ella una temporada. Al menos hasta que se repusiera.

–No quiero ser imprudente –dijo Violet, pero Maisy chasqueó la lengua y le dijo que con su esposo trabajando lejos de casa estaba desesperada por un poco de compañía. Además, tenía una habitación extra, sin cargo.

Como no quería sentirse como una vividora, insistió en que hicieran un trato: Violet remodelaría la pastelería mientras estuviera en la ciudad. Lo cual le tomaría, si lo hiciera a su manera, solo un mes. Dos, a lo mucho.

–¡Que tenga un dulce día! –se despidió Maisy del último cliente del día. Volteó el cartel de la puerta para cerrar y se dirigió hasta donde estaba Violet, que miraba todavía la pared.

Los muros en blanco solían transmitirle vibras de una felicidad cosquilleante. Por desgracia, la chispa no se encendió como por arte de magia.

–¿Y? –preguntó Maisy–. ¿Qué te parece?

–Como dicen, el lugar tiene potencial. Y el suelo es increíble –dio una patadita como para comprobar lo que decía–. Con pintura nueva, unas notas de color, obras de arte bien colocadas, reflejará cómo se siente la gente cuando prueba uno de tus deliciosos postres.

La sonrisa de Maisy era muy parecida a la de su madre, pero a diferencia de las “sonrisas” que Cheryl Hurst le dirigía a Violet, la de Maisy era genuina.

–Estoy tan contenta de que estés aquí para ayudar. Cuando compré el lugar, me tuve que concentrar en sustituir los electrodomésticos. Después de eso, apenas tenía dinero para los ingredientes. Ahora por fin tengo los medios para renovar el resto, pero, gracias a mi adorable bebé, no tengo el tiempo. Además, no soy buena en decoración.

–Sí, recuerdo tu habitación de cuando eras niña. Era como si un daltónico la hubiera decorado.

–Oye, no estaba tan mal –Maisy le dio un empujoncito en el hombro.

–Como alguien con entrenamiento en colores complementarios –apuntó Violet después de soltar una risita–, puedo decir con total seguridad que sí estaba muy mal. Sobre tu cama también tenías un póster de ese tipo cavernícola de cabeza grande, nariz enorme y boca extrañamente pequeña.

Maisy suspiró tan fuerte que resonó entre las paredes.

–Era un póster de One Tree Hill, si no captaste el encanto de Nathan Scott es porque no viste la serie.

–Sí la vi, Lucas Scott era mucho más guapo que su hermano.

–¿Lo dices en serio? Tiene la cara aplastada. Y nunca abre los ojos por completo.

Violet iba a comenzar a discutir, pero prefirió cerrar la boca.

–Buen punto en esa última parte, pero tenía una cabellera genial. Además, los paliduchos de pelo oscuro no son mi tipo.

Maisy se escondió detrás de la oreja un mechón de pelo castaño que había escapado de su cola de caballo.

–¿Descartarías a un tipo solo por eso?

Aunque a Violet nunca le había gustado el apellido Hurst, no le quedaba más que aceptar el mismo tono café rojizo oscuro en su cabello que el de su padre, su media hermana y su medio hermano. Cada vez que los visitaba, ese era el rasgo característico que hacía que los lugareños exclamaran: “Vaya, eres toda una Hurst”.

Era perturbador Cuando era adolescente lo llevaba rubio para no confundirse con la familia a la que nunca había pertenecido.

Por supuesto que la idea de mantenerse alejada de cualquier parecido con su padre había sido una teoría absurda, al menos una que no le había evitado el dolor, pero de todas formas se había aferrado a esa fantasía. En los últimos meses demasiadas cosas habían cambiado y Violet anhelaba lo familiar.

–Tengo un sistema muy preciso. Básicamente, miro a alguien y si es un tipo sexy que me da alas durante años y años, decido que ese es el indicado.

Como esa afirmación era verdad, la broma no tuvo gracia.

Antes de que Maisy pudiera compadecerse, Violet agitó una mano en el aire. Se había vuelto buena en fingir que la pérdida de una década entera de planes no la había afectado.

–En fin, ese era mi antiguo sistema, antes de que renunciara a los hombres en general. ¿Quién los necesita?

–Yo –suspiró Maisy y con tono soñador añadió–... Solo desearía que el mío no estuviera tan lejos.

Violet se estremeció, pero no solo porque las palabras se sintieron como un pinchazo en el corazón.

–Lo siento. Eso fue insensible de mi parte. Sé cuánto lo extrañas, Travis es uno de los buenos.

Esta vez, fue Maisy quien agitó una mano en el aire.

–No pasa nada. Entiendo lo que quieres decir –colocó su brazo alrededor de los hombros de Violet y apoyó la cabeza en su hermana–. Espero que algún día, cuando conozcas a la persona adecuada, cambies de opinión.

Muy lindo deseo, pero Violet ya había decidido que la persona “correcta” no estaba en su destino y, la mayoría de los días, estaba en paz con eso.

No era como si casarse fuera su principal objetivo en la vida. Y a pesar de lo que su ex o cualquier otra persona que hubiera estado en su vida durante la última década pudieran pensar, su casi obsesión con la planificación de su propia boda en realidad no tenía nada que ver con la celebración.

En el pasado, cuando la musa de la fotografía solía ser benévola, las bodas eran su trabajo favorito. Se emocionaba y dominaba el arte de capturar momentos sin seguir un guion: el padre de la novia abrumado por dejar de ser el hombre principal en la vida de su hija; los abuelos recordando el día de su propia boda mientras compartían un baile; los niños escondiendo pedazos de pastel en sus elegantes trajecitos; y las damas de honor riendo juntas, trabajando para asegurar que la novia tuviera el día perfecto.

Luego estaban los votos. Esa era su parte favorita de las bodas y lo que siempre la hacía llorar. La declaración ante todo el mundo de que elegías a esta persona para pasar con ella toda tu vida, y la promesa de seguir haciendo todas esas pequeñas cosas que las hacían sentir amadas.

Por siempre y para siempre… El pinchazo en el corazón se convirtió en una puñalada, una que reabrió viejas heridas.

–¿Violet? ¿Estás bien?

Violet parpadeó, molesta al notar esa humedad que se aferraba a sus pestañas.

–Lo siento. Estoy tan acostumbrada a trabajar en silencio que empecé a repasar en mi mente posibles combinaciones de colores.

Una huella de escepticismo se dibujó en los labios de Maisy, pero fue amable y evitó llamarla mentirosa, mentirosa, plan de boda desastrosa.

–¿Significa que mi idea podría funcionar? –preguntó llena de esperanza.

Durante la escuela de arte, Violet había incursionado en varios medios. La teoría era que emprender un trabajo con poca presión haría que sus jugos creativos fluyeran.

A medida que la imagen de la pastelería renovada tomaba forma en su mente, la chispa que antes había buscado en vano, comenzó a centellar.

–Unas rayas o unos grandes lunares de colores alegres irán en esa pared divisoria –una familiar corriente eléctrica recorrió su piel y le aceleró el pulso. No era tan intensa como cuando miraba a través de la lente de su cámara, pero le susurró que la pasión estaba todavía en algún lugar en su interior–. También podríamos pintar y retapizar las sillas para que hagan juego.

–Confío en ti –dijo Maisy, y Violet sintió un tironcito en el centro del pecho.

El teléfono de Maisy pitó.

–Es hora de recoger a Isla de la guardería. Solía ser organizada, pero tenerla me frio el cerebro. Perdí la noción del tiempo, así que necesito poner una alarma. De vez en cuando regreso con ella para terminar el trabajo y hoy va a ser uno de esos días.

–¿Te importa si me quedo y hago una lluvia de ideas?

Además de que deseaba aprovechar la chispa creativa, Violet no quería ver gente. En especial no quería ver a su padre y a su esposa. Con todo lo que le ocurría hoy en día, no era capaz de manejar un incómodo encuentro con el resto de los Hursts.

–Para nada –Maisy se quitó el delantal y lo tiró en una mesa cercana–. ¿Pero podrías hacerme un favor? Preparé la masa para un par de tandas de cupcakes pero estaba esperando a que el horno se precalentara. ¿Puedes meterlos?

–¿Solo meterlos? –era una petición simple, pero la sola idea de cualquier cosa que implicara hornear la ponía nerviosa. Le había dicho a Maisy que con gusto le ayudaría a vender y a comer cosas, pero que no esperara ayuda en la cocina.

–Sí. Pon el temporizador quince minutos –Maisy abrió la puerta–. La guardería no está lejos, así que volveré pronto.

Solo hay que meter los cupcakes y poner un temporizador. Suena bastante simple.

–Antes de que me olvide, ¿hay almendras en alguno de los pasteles? No es que vaya a comerlo todo, pero también podría hacerlo y preferiría no entrar en un choque anafiláctico cuando lo haga.

–No te acerques a los panecillos de semillas de amapola ni a las garras de oso. Aunque en esos se pueden ver las almendras trozadas en la parte superior. Aparte de eso, puedes comer lo que quieras –repuso riendo.

Violet rodeó la pared que separaba el frente de la pastelería de la cocina. Encontró dos bandejas gigantes de cupcakes con masa color rosa, amarillo y café. De repente, se le antojó un helado napolitano.

Al abrir la enorme puerta del horno el calor le golpeó el rostro. ¡Guau! Apuesto a que este lujoso equipo prácticamente hornea solito los cupcakes.

Su teléfono pitó mientras metía la segunda bandeja. Violet lo sacó vibrando de su bolsillo y como se trataba de su compañera de habitación de la universidad que había sido la responsable de su primera vez como dama de honor, respondió.

–¿Hola?

–Oh, cariño –la saludó Leah–. ¿Cómo estás?

Mierda. Debería haber sabido que no debía responder. Todo lo que esa conversación iba a hacer era recordarle exactamente qué día era.

–Estoy bien. Estoy con mi hermana y…

–Tu boda habría sido mucho más elegante. El vestido de la novia hace que los invitados se sientan totalmente incómodos. Un solo movimiento de la chica y se le escapa un pezón, yo estoy a punto de hacer el jueguito pasivo agresivo de “Rock Your Body” para revivir cuando Justin Timberlake le arrancó el top a Janet Jackson y dijo que fue un problema de vestuario. Amanda y yo te enviamos fotos por el chat del grupo para que lo veas por ti misma.

Violet cerró la puerta del horno con la cadera y miró fijamente los extraños botones y controles. Y ella que pensaba que la estufa de su apartamento era desconcertante. Presionó uno, cinco, y buscó el botón del temporizador.

–Benjamin tomó su decisión y honestamente espero que sean felices juntos –las palabras le rasparon al salir y le dejaron la garganta adolorida, en carne viva. Aunque trataba de ser una mejor persona, todavía no lo conseguía.

–Le doy a este matrimonio menos de un año –soltó Leah.

“Seis meses”, escuchó Violet en el fondo, lo que significaba que Amanda estaba allí y estaban sentadas juntas.

–Solo prométeme que si el bastardo vuelve arrastrándose hacia ti, no lo aceptarás de nuevo.

Al tiempo que Violet presionaba más botones sonó un bip, bip. En el reloj digital no se veía que iniciara la cuenta regresiva, así que continuó presionando botones.

–No lo haré, lo juro. Ahora mismo, estoy intentando no pensar en él o en la boda en absoluto.

Ni en el hecho de que le propuso matrimonio cuando llevaban solo dos meses y se está casando tan solo seis después de haberla conocido.

–Lo sé, lo sé. Pensamos que te haría sentir mejor saber que Crystal se ve muy vulgar. Tú eres mucho más divertida y realista…

En realidad eso quiere decir más sosa, pero con una personalidad ingeniosa que compensa la simplicidad.

–Pero ahora también estoy pensando… –Leah pasó del modo chismoso al llorón en dos segundos, lo que significaba que había estado disfrutando de la barra libre–. Es mi culpa por presentarlos a ustedes dos en primer lugar. No iba a venir a esta farsa de boda por principios, pero Ben es el mejor amigo de Casey, bua, debes saber que sé que el imbécil nunca te mereció. Vas a encontrar a alguien mucho mejor.

Si le decía a Leah que había renunciado a los hombres solo la haría llorar más. Y luego jalaría a Amanda para que pudieran hacer FaceTime y se lamentaran por cómo se sentía. Tal vez incluso le sugerirían amigos solteros, a pesar de que habían estado en el mismo grupo de amigos desde siempre y conocían a la misma gente.

Violet le aseguró que estaba bien y le sugirió que fuera a disfrutar del baile con su esposo, que era un gran tipo.

Como no estaba segura de si había ajustado bien el temporizador, puso una alerta en su teléfono, haciendo lo posible por ignorar el chat de grupo que habían titulado La Tripulación de las Damas de Honor. Como sus amigas de la universidad tenían vidas ocupadas y se conectaban en diferentes momentos, lo habían creado para mantenerse en comunicación sin importar lo que pasara.

Se formaron gotas de sudor y el calor empujó a Violet hacia el frente de la pastelería, donde se enganchó con una galleta de azúcar escarchada.

Se sentó en la orilla de una mesa y frotó la pantalla de su teléfono contra la tela gastada de sus pants de yoga. Comenzó a quemarse el muslo, urgiéndola a darle vuelta a su celular y a estudiar las fotos de la boda de su ex que no quería ver en absoluto. ¿Por qué se torturaba de ese modo?

Como si otra persona estuviera a cargo de su cuerpo, giró el teléfono. Sin su permiso, su pulgar tocó el mensaje de Leah. Y allí estaban. Su exprometido y su nueva esposa sonrojada.

Yo también me sonrojaría si llevara ese vestido. El escote del vestido de Crystal se prolongaba hasta la mitad del ombligo. En una mujer delgada, de pechos pequeños, podría pasar por elegante, pero las tetas falsas de Crystal estaban a punto de desbordarse. La cinturita de avispa mostraba el hecho de que, a diferencia de Violet, Crystal no necesitaba perder diez kilos, y la falda y la cola estaban adornados con ¿qué iba a ser? cristales.

Tal vez el vestido era de lo más atrevido, pero no se podía negar lo radiante que estaba la novia.

Leah había añadido un GIF de Heidi Klum haciendo caras, con la palabra guau abajo, y Amanda había añadido un puaj que mostraba a Britney Spears con cara de que acaba de ver algo desagradable.

Con la tortura en pleno apogeo, Violet se metió la última galleta en la boca y pasó a la siguiente foto que había enviado Amanda.

Su corazón dejó de latir al ver el ramo de la novia y el color de los vestidos de las damas de honor. La imagen se desdibujó cuando sus ojos se llenaron de lágrimas sin derramar.

Había tantos colores, pero ¿púrpura? ¿En serio? ¿Benjamin no pudo decirle a Crystal, Ey, espera, el color favorito de Violet es el púrpura y he visto fotos en una carpeta de bodas de ensueño que son similares de un modo inquietante a todo lo que has elegido?

¿Cómo se atrevían a quitarme eso? ¡Está en mi propio nombre!

Ya sin control de su cuerpo, Violet salió furiosa de la pastelería. Abrió de un tirón la puerta del pasajero de su coche y buscó la estúpida carpeta que no quería volver a ver.

La liga del pelo se enganchó en uno de los tornillos debajo del asiento, un agudo dolor acompañó al tirón que la liberó. Se sintió un poco mareada al extraer la carpeta. Como burlándose de ella, brilló bajo los últimos rayos de luz del día.

Violet tomó el encendedor de la guantera y como una tromba se internó en el callejón junto a la pastelería.

“Algún día, ¡mi trasero redondito!”. Algún día solía ser la mentira favorita de Benjamin. La promesa con la que la engañó durante toda una década.

Nos casaremos después de graduarnos de la universidad.

Después de que consiga este trabajo.

Cuando tengamos más dinero ahorrado.

Estoy tan estresado ahora mismo, cariño. Esperemos hasta después de que consiga el ascenso.

Algún día pronto, pero en serio necesito un coche nuevo y es la inversión más inteligente.

Después de cada boda a la que asistían juntos, y en la mayoría de ellas Violet participaba, Benjamin la miraba amorosamente a los ojos y le decía: “Nena, somos los siguientes”.

Había esperado diez años.

Cuando estaba por finalizar la recepción de Maisy, donde fue, otra vez, dama de honor, Violet se puso a buscar a su novio. Estaba decidida a decirle que ya era hora de que fijaran una fecha y que dieran el maldito paso de una vez.

Cuando finalmente lo encontró en una habitación abandonada del salón de banquetes, una de las invitadas estaba sentada a horcajadas sobre él, con la falda alrededor de la cintura y la lengua de Benjamin en su garganta.

“Ese imbécil”. Violet lanzó su carpeta de boda contra la pared exterior de la pastelería. Una mezcla de satisfacción e ira la recorrieron al ver las páginas esparcidas por el suelo sucio.

Se puso en cuclillas y arrancó más páginas, lo que no fue fácil, ya que había deslizado todas las hojas en protectores de plástico reforzado. Sacudió las brillantes páginas de revistas con sus hermosos pasteles de varios niveles y vestidos de novia y ramos, todos en varios tonos de púrpura.

Eso debería ser suficiente leña para prenderle fuego al resto, pensó mientras giraba el pulgar sobre el encendedor.

Una llama azul y anaranjada chisporroteó, no podía esperar a que creciera para que terminara con sus esperanzas y sueños perdidos.

***

–Para los vestidos de las damas de honor, estoy pensando en ombligueras y faldas cortas –dijo Ford mientras se dejaba caer en el sofá para la que sería la primera de muchas reuniones de planificación de boda según les habían anunciado–. No tan cortas como para que deba esconder mi paquete, pero quiero mostrar estas piernas musculosas que me ha dado el entrenamiento como bombero.

Addie, una de sus mejores amigas y la futura novia, se rio y Lexi se sonrojó. Los tres cachorros de pastor alemán que le entregaron a principios de la semana se alborotaron.

Desde el otoño pasado, varios eventos inesperados habían sucedido al interior de su unido grupo de amigos. Su amigo Shep, Will Shepherd como casi todo el mundo lo conocía, se había casado con Lexi, la rubia debutante que ahora recargaba su cabeza contra Ford. Luego, en medio de todas las actividades previas a la boda, dos de sus otros amigos más cercanos se enamoraron.

Al principio, Ford odió la idea de Tucker y Addie. Pero al ver todo el esfuerzo de Tucker para ganarse a la chica que estaba a su lado, lo bien que estaban juntos, y lo más importante, cuando se dio cuenta de que el grupo no se iba a dividir por su matrimonio, se sumó a los preparativos. Ahora estaban a punto de casarse.

Cuando Murph, conocida como Addison Murphy en el resto del pueblo, le pidió que fuera parte de su cortejo de honor, por supuesto dijo que sí. Haría casi cualquier cosa por sus amigos.

Lexi, otra de las damas de honor junto con Alexandria, la hermana de Addie que tenía la suerte de quedar fuera de los preparativos de la boda por vivir en el estado vecino, extrajo de un sobre una carpeta gigante y unas cuantas revistas gruesas de su bolso. Las dejó caer sobre la mesa de café que estaba junto a los juguetes de los perros y los controles remotos, donde contrastaban con el montón de ejemplares del Alabama Outdoor News.

–Esto debería servir para empezar –dijo, con cuaderno y bolígrafo en mano.

–¿Para empezar? –Addie contempló la pila de revistas–. ¿Vamos a comenzar un incendio? Porque eso es lo que ese montón de tonterías me provoca.

Lexi suspiró y cruzó una pierna sobre la otra, la falda de su vestido rojo revoloteó con el movimiento.

Como dijo, haría cualquier cosa por Murph, que siempre había sido uno de los muchachos, pero los planes de boda se pasaban un poco de la raya. Los ojos de la chica estaban abiertos como platos y suponía que los suyos estaban igual, pero hacía mucho tiempo que había jurado no dejar a ningún hombre atrás.

Como él era parte de las damas de honor y Addie no tenía idea sobre cosas de chicas, Lexi era la única con experiencia en todo lo que una boda implicaba, de modo que ahí estaban, mirando una carpeta con códigos de colores.

Addie alcanzó el paquete de cervezas Naked Pig Pale Ale. Después de tomar un gran sorbo de la botella, levantó la carpeta de la mesa con vacilación.

Que le pusieran delante un incendio que combatir, un excursionista perdido que encontrar, o una fuerza destructiva de la naturaleza con la que lidiar, y se lanzaba sin miedo. Pero ¿el embrollo de una lista de cosas por hacer para una boda? Vaya, estaba a punto de llorar como un niño pequeño que busca a su mami.

Era de locos. Por desgracia, después de la reunión tenía que entrenar a los cachorros en búsqueda y rescate, así que más le valía permanecer sobrio.

Ford tomó una cerveza sin alcohol y la abrió. Murph pasó la página hasta la sección llamada “Mesas” y entrecerró los ojos.

–Um, supongo que empezaremos con… ¿decoraciones de mesa? –le echó una mirada a Ford, como si él tuviera idea de qué tipo de adornos poner. ¿No bastaban la vajilla y los platillos? El resto era un estorbo durante la comida. Al inclinarse para ver por encima del hombro de Addie, el cuero del sofá crujió.

–Claro. Esos manteles se ven bien –dijo, señalando las hileras de tela multicolor. Lexi frunció el ceño.

–Esos no son para las mesas, son para las sillas.

–¿Las sillas necesitan manteles? –preguntó, y Lexi suspiró.

Addie le dio un codazo.

–Sí, ¿no lo sabías, Ford? Así, en vez de usar el mantel como servilleta, te limpias en la silla.

–Una solución inteligente –todos rieron, Lexi frunció los labios.

Desde que comenzaron con esto de ser parte del cortejo de Shep como damas de honor, Addie se había vuelto más cercana a Lexi, pero en momentos como este se ponía de manifiesto lo diferentes que eran. Si dependiera de Addie y Tucker, harían una ceremonia pequeña. Sin embargo, la costumbre del lugar era que las bodas se organizaban tanto para los miembros de la familia y la gente del pueblo como para la pareja. Era más fácil seguir la corriente que lidiar con las críticas el resto de sus vidas.

Los cachorros empezaron a juguetear y a ladrar y sus gruñidos llenaron el aire. Pyro, el fiel pastor alemán negro de Ford, alzó la cabeza desde su cama junto a la chimenea. Aunque ya estaba retirado, Pyro no podía evitar ayudar. Por eso era el mejor perro de rescate de todo Alabama.

Por eso y porque Ford, que entrenaba a las unidades K-ninas para misiones de búsqueda y rescate, lo había entrenado personalmente desde que era un cachorro juguetón.

Lexi lanzó una mirada a los perros.

–No niego que tu nueva camada es ridículamente linda, pero así no podemos planear una boda. Son muy ruidosos.

–Ruidosos. Te sorprenderás de lo mucho que mejorarán en una semana, más o menos.

Ford todavía no elegía el nombre de los cachorros, pero el más inquieto levantó su pierna y orinó en el zapato de tacón alto de Lexi.

A su favor, Lexie no gritó ni regañó al cachorro. Pero arqueó la ceja mirándolo para dejar en claro que el lugar de Ford estaba en la casa del perro.

–Por favor, ¿me puedes servir un hors d’oeuvre para acompañar mi odeur du pipí? Ah, claro. No tienes de esas cosas.

Decir que Lexi estaba acostumbrada a hacer de anfitriona era quedarse corto. Solía dejarla ser, pero si los cachorros se quedaban mucho tiempo solos destruirían la casa.

–Saqué carne seca y un paquete de cervezas, ¿no?

–Creo que acabamos de elegir el menú de la boda –dijo Addie–. Carne seca y cerveza para todos.

–Oye, oye –Ford le dio una mordida al extremo de carne seca de Addie, y luego ambos dieron mordiscos gigantes.

A juzgar por la expresión de desprecio en la cara de Lexi, los dos terminarían en la casa del perro.

–La próxima reunión la haremos en tu casa –dijo Ford en tono apaciguador.

–Sé que es abrumador, pero estoy aquí para ayudar –Lexi se inclinó sobre la mesa de café y pasó a una página marcada como “Paleta de color”–. Una vez que escojamos cuáles son tus colores y fijemos otros detalles importantes, el resto será muy sencillo.

–Lo único que quiero es que no sea rojo carmesí –atajó Addie–. Sin ofender –añadió porque sabía que ese color había sido uno de los favoritos de Shep en su boda–. Pero trabajo para la universidad de Auburn y sería vergonzoso que en mi boda los entrenadores se pregunten si soy una traidora por usar los colores de la competencia.

–¡Vamos, águilas guerreras! –Ford levantó su cerverza.

Lexi se pellizcó el puente de la nariz.

–Otra vez no. Ya se los expliqué. Me gusta el rojo. Y aunque me doy cuenta de que dije “elige lo que quieras”’, una boda color naranja universidad sería horrible. Dudo que quieras que tus damas de honor se vean como si se hubieran escapado de la cárcel.

–Considerando el tipo que está a mi lado, no sería raro –bromeó Addie.

Pyro levantó la cabeza y ladró, Ford se enderezó de inmediato. Si los cachorros ladraran no se inmutaría, pero Pyro no ladraba a menos que hubiera una razón.

–¿Qué pasa?

Pyro saltó de su cama y ladró de nuevo, su nariz apuntaba a la chimenea.

–McGuire –le dijo Addie, con un tono de regaño en la voz–. ¿No hablamos de que apagarías la radio para estar presente? ¿Y sobre cómo tienes que evitar sobrecargarte de trabajo?

Sus amigos lo habían sermoneado porque nunca se tomaba un descanso y respondía a todas las llamadas, sin importar lo grande o pequeño que fuera el asunto. A veces eran del pueblo de al lado y él aparecía cuando ya todo había terminado. Intentaba recuperar el equilibrio en su vida pero, hasta ahora, había fracasado.

El problema era que no quería nunca más tener que cargar en su consciencia con otro “¿y si…?”.

Cuando Ford escuchó el pitido en su beeper, se puso de pie y tomó su radio de encima de la chimenea. Presionó el botón y escuchó el mensaje. Había humo en la Pastelería Maisy.

–Es un incendio.

Aunque en todo el condado había varios paramédicos, en la ciudad eran pocos los bomberos voluntarios. Fue casi un alivio tener una razón válida para atender la llamada sin tener que dar explicaciones de cómo había pasado la noche. Lexi y Addie asintieron con la cabeza.

El botón de encendido crujió cuando Ford prendió la radio.

–Estoy respondiendo a la situación en la Pastelería Maisy.

–Recibido –repuso el de la base–. La persona que llamó dijo que no hay mucho humo, pero prefiere pecar de precavida. Darius está cerca de la estación y va a llevar el camión, por si acaso.

Las llaves de Ford tintinearon cuando las tomó de la repisa de la chimenea mientras Pyro se ponía a su lado, listo para entrar en acción.

–Me reuniré con él allí.

***

Ahora me doy cuenta de lo que nos faltaba. Por qué nunca pude fijar una fecha de boda. La explicación que Benjamin le dio a Violet después de atraparlo in fraganti la desgarró de lado a lado, pero la jabalina a su corazón expuesto llegó cuando le explicó que con Crystal fue amor a primera vista.

–Y si lo piensas –había dicho, dando la estocada final–, qué bueno que ella y yo nos conociéramos antes de que tú y yo cometiéramos un gran error y nos casáramos.

–Ahora verás cuál fue tu error –dijo Violet al tiempo que los engranajes de metal se clavaban en la almohadilla de su pulgar mientras volvía a encender la llama que se había apagado. Bajó el encendedor hasta las páginas arrugadas de las revistas de novias, pensando en lo catártico que sería ver el fuego consumir todo el montón.

Las sonrientes novias se retorcieron sobre sí mismas cuando los bordes se enroscaron ennegrecidos. Los protectores de hojas de plástico se fundieron con los papeles que Violet había recortado con devoción para añadirlos a su colección.

Entonces una brisa se levantó, el montículo que había formado se encendió de naranja brillante. Un par de páginas parcialmente quemadas revolotearon y volaron separándose de la parte superior del montón, una de ellas aterrizó sobre la hierba seca, que se encendió.

–¡No, no, no! –Violet la pisoteó, persiguió la otra hoja e hizo lo mismo. Mientras su corazón latía por la adrenalina, pensó en lo fácil que era que el fuego se extendiera sin control.

En un instante, Violet regresó a su cuerpo y la mujer desquiciada que la había poseído la abandonó.

Eso había sido una estupidez muy peligrosa.

Y después de todo, no iba a cambiar nada.

Se quitó la sudadera y la usó para apagar el fuego, cuando las llamas comenzaron a extinguirse con los últimos destellos y chispas, dio también unos pisotones. Tan pronto como estuvo segura de que la pila de papeles se había apagado, se dejó caer al suelo.

Sintió el peso de la derrota sobre ella, sacó la carpeta derretida de debajo del montón chamuscado, la abrazó contra su pecho y soltó las lágrimas que había tratado de contener todo el día.

Olfateó en el aire y juró que olía a un humo diferente del que había acompañado a la quema de las páginas de la revista. ¿Era un olor menos químico, acaso?

Bajó su carpeta destrozada y la miró con atención, para comprobar que no estaba en llamas.

Le ardían los ojos y los vapores acre le quemaban la nariz.

¿Qué rayos…? Se puso de pie al ver que de la puerta trasera de la pastelería emergían bocanadas de humo gris.

¡Los cupcakes!

Corrió y con la punta de los dedos tocó la manija antes de aferrar el metal con toda la mano. Como no se quemó la palma, jaló la puerta.

Por suerte, no estaba cerrada con llave. Pero al entrar y ver el humo y las llamas que salían por los bordes de la puerta del horno y subían por la pared, dejó de sentirse tan afortunada.

Echó una rápida mirada, pero no pudo ubicar el extintor de incendios, así que tomó un guante de cocina y trató de abrir la puerta.

No se movía, el calor que se filtraba por su piel se intensificaba, lo que hacía imposible que siguiera intentándolo.

–Espera. ¿Por qué estás a trescientos grados? –le gritó al horno cuando vio la temperatura en la pantalla.

Como el aparato no le respondió y el humo se hacía cada vez más denso, marcó al 911, esperando que en este pueblo de mala muerte no tardaran una eternidad en responder.

Capítulo 2

Ford pisó el acelerador de su Dodge Ram Cummins Diesel, el motor rugió y salió disparado por las calles secundarias de la ciudad antes de frenar y cruzar la calle principal.

Clavó la nariz de la camioneta en el callejón entre la Pastelería Maisy y la tienda de manualidades de Lottie, y corroboró que sí había humo.

Ford hizo una rápida evaluación.

Color: blanco. Volumen: escaso. Velocidad: baja. Densidad: fina.

Llegar solo no era una buena idea, pero esperar a que el fuego creciera tampoco lo era.

De un salto bajó del vehículo y tomó su hacha, junto con el botiquín. Los incendios no eran muy comunes en esta época del año, de modo que había dejado el traje de protección en el camión de bomberos. Se le aceleró el pulso cuando escuchó una voz femenina gritar:

–¿Por qué no abres? No puedo apagar el fuego si no me dejas que abra –seguida de una tos seca que hizo que Ford se apresurara hacia la puerta con Pyro pisándole los talones.

Una mujer parecida a Maisy, aunque no del todo, estaba parada frente al horno. Con guante de cocina manoteaba contra las llamas al tiempo que murmuraba cosas sobre que su hermana había confiado en ella y que era el día más mierda de la historia.

Ford se interpuso entre la chica y el horno, y la empujó hacia atrás. El sofocante aire se filtró a través de su camisa que se adhirió con fuerza a la piel. La voz de la experiencia se hizo cargo de la situación y se enfocó en la evacuación del edificio.

–¿Hay alguien más dentro?

–No, solo estoy yo –contestó la chica tosiendo–. Por eso…

–Yo me encargo, señorita. Por favor, salga del edificio.

Con suavidad Pyro le mordió los pantalones y tiró de ella, tratando de convencerla de que se salvara.

Como no se movió, Ford estuvo a punto de dejarse llevar por la adrenalina para sacarla y llevarla afuera. Pero su cerebro ya se había puesto en modo analítico y le daba vuelta a los hechos tan rápido como su corazón le martilleaba el pecho.

No había nadie más en la pastelería y el fuego estaba contenido en el horno. Sofocar la fuente de calor será el curso de acción más seguro y rápido para todos.

Ford se subió la camisa para cubrirse nariz y boca, y se concentró en inhalar y exhalar por las fosas nasales.

–Retroceda.

Con el hocico contra las piernas de la mujer, Pyro la empujó hacia la puerta abierta y Violet pareció notar al perro por primera vez. Retrocedió, dándole a Ford el espacio que tanto necesitaba.

El maldito enchufe no quería soltarse del tomacorriente y una creciente sensación de urgencia se apoderó de la base de su cráneo. Aferró el mango del hacha y usó el borde de la hoja para liberar el plástico duro.

Con el oxígeno agotándose en el horno, una pequeña corriente de aire podría convertirse en un gran problema así que, aunque se pudiera, ahora abrir la puerta del aparato no era una buena idea. Ante el riesgo de que se propagara el fuego y de que la pastelería se incendiara, no podía dejar allí el horno.

En cuanto baje la temperatura, me ocuparé del fuego.

Se escuchó una sirena cada vez más y más fuerte, Ford colocó una mano en la espalda de la mujer y la sacó del local. Darius condujo el camión de bomberos hasta la puerta.

Él y Ford se pusieron el equipo de protección. Los gruesos guantes dificultaban un agarre firme, pero los protegían de las quemaduras. Hacer pasar el horno gigante por la puerta trasera fue como dar a luz a un elefante, pero por fin se las arreglaron para maniobrar el aparato hasta el centro del callejón, donde esperaron a ver si ameritaba que lo rociaran con la manguera.

Tras haber contenido el peligro, Ford fue a buscar a la mujer que había estado en la cocina intentando apagar el fuego por sí misma sin mucho éxito.

Pyro estaba a su lado, observando la conmoción, listo para entrar en acción si era necesario. A veces Ford pensaba que su perro era tan adicto a la adrenalina como él, lo que no siempre era bueno ya que los había metido en apuros más de una vez. Retirarse o arrepentirse era el incómodo dilema que lo perseguía desde hacía tiempo.

–Buen chico –dijo Ford, al tiempo que rebuscaba entre dos capas de tela y sacaba un premio para Pyro.

–Lo siento mucho –se disculpó la mujer con un movimiento de cabeza–. Puede que haya dejado los cupcakes demasiado tiempo, pero no entiendo cómo se incendiaron. O por qué la puerta no abría.

Ford terminó de acariciar la cabeza de Pyro y se enderezó.

–Estaba en modo de autolimpieza. Eso provoca que la temperatura suba y quema todo lo que hay dentro para que luego se pueda limpiar la ceniza.

El rostro de la chica, lleno de tizne, palideció.

–¿Y si adentro había dos bandejas gigantes de masa para cupcake?

–Hierven y comienza el fuego.

La joven se tambaleó y Ford se apresuró a sujetarla por los hombros, preocupado de que sus rodillas no la resistieran. Pyro brincó alrededor de sus piernas, mirando a Ford y la chica intermitentemente, esperando órdenes de cómo ayudar.

–Estará bien –le aseguró a su perro–. Solo está un poco en shock.

La joven se tapó el rostro con una mano.

–Más bien estoy mortificada y con ganas de que la tierra se abra y me trague entera.

–Entonces Pyro y yo tendríamos que excavar para sacarte y creo que estarás de acuerdo en que ya hemos tenido suficientes emociones por hoy.

Apartó la mano y, al levantar la barbilla, él la vio por primera vez. Su cabello era del mismo color del café que a él le gustaba: una de crema y dos de azúcar; cara en forma de corazón manchada de tizne y lo que sospechaba eran rastros de rímel; y una nariz algo prominente que llamaba la atención sobre sus iris, de un profundo tono café que casi se fundía con sus dilatadas pupilas.

Continuó mirando en las profundidades, buscando… ¿qué? ni siquiera estaba seguro qué era lo que buscaba, pero fuera lo que fuera, estaba relativamente seguro de haberlo encontrado.

Pyro ladró y lo despertó del hechizo. La gente comenzaba a reunirse en la boca del callejón, como una multitud de polillas entorno a una llama, literalmente.

La chica bajó la cabeza y con una mano se cubrió para taparse el rostro.

–Oh, genial. ¿Por qué aparece todo el pueblo?

–Es probable que hayan visto el humo o que hayan escuchado o visto el camión de bomberos. No solo es gigante y rojo con luces intermitentes, sino que rara vez sale. Además, no hay mucho que hacer en la ciudad. Es probable que esto aparezca en la primera página del periódico.

La chica gimió. Y aunque él sabía que no debía decirlo, su aspecto desaliñado sugería que había tenido un día de mierda como ella decía.

–Y yo que trataba de pasar desapercibida.

–Un pequeño consejo: Las Dudas no es el lugar para esconderte si estás huyendo. No se nos da mucho lo del bajo perfil.

Dejó escapar un resoplido, que en parte era risa y en parte sollozo, pero al menos la había hecho sonreír un poco. La chica dio un paso atrás, alisó la despeinada coleta en la parte superior de su cabeza y frunció el ceño al tocar un mechón que sobresalía como la cresta de un gallo. Con un resoplido, dejó caer los brazos.

–Gracias por tu ayuda…

Él le tendió una mano.

–Ford. Ford McGuire.

–Suenas muy tipo Bond, James Bond, presentándote así –dijo y deslizó su pequeña mano en la de él. Como si hubiera tocado el extremo de un cable, una sacudida atravesó su brazo, y tuvo que hacer un esfuerzo por no darle un apretón más allá de la cortesía.

Una naricita húmeda empujó la mano que el bombero dejó caer y Ford le dio una palmadita en la cabeza a su peludo compañero.

–Y este es Pyro.

Una chispa de burla se adivinó en el rostro de la joven, suavizando su exasperación y haciendo que él quisiera decir algo más ingenioso.

–¿Un bombero con un perro llamado Pyro?

–Me gusta pensar que soy listo –repuso Ford–. ¿Y tú eres…?

–¡Violet! –Maisy se abrió paso entre la multitud y la cautivadora incendiaria que tenía delante de él corrió hacia la mujer dueña de la pastelería.

Chocaron en un abrazo y la joven, Violet, comenzó a disculparse mientras Maisy preguntaba si estaba bien. Un comentario sobre si estaba bien y sobre no iniciar un incendio antes de que la conversación se transformara en palabras chillonas que Ford ya no pudo descifrar.

Easton se acercó, vestido con su uniforme de policía. Se saludaron con un gesto de cabeza y Ford le dio un rápido resumen. Dadas las travesuras que habían hecho de chicos, los amigos a menudo bromeaban sobre cómo habían podido terminar del lado correcto de la ley. Tener a su amigo ayudándole en las emergencias era muy útil y siempre que deleitaban al resto de la pandilla con sus historias, hacían lo que hacen los pescadores: con cada relato, las aventuras que tenían se hacían más grandes.

Ya con Easton al tanto de la situación, ambos guardaron silencio y la voz de Violet se elevó por encima del estruendo.

–… no estoy segura de cómo voy a pagarlo, pero si el horno se echó a perder, trabajaré en la esquina de la calle más cercana para conseguirte uno nuevo.

Como no era ajeno a las exageraciones, Ford captó el sentido de la frase. Sin embargo, la idea de la Violet curvilínea parada en la esquina… A pesar de que últimamente él estaba fuera de circulación, podría no ser capaz de contenerse.

No es que alguna vez hubiera pagado por ello, pero llevaba tanto tiempo y… Esto ya está tomando un rumbo extraño.

–No seas ridícula –dijo Maisy, abrazando de nuevo a Violet–. Me alegro de que estés bien.

–Sí, pero ¿y si tú hubieras estado allí? ¿O Isla? –alzó el tono de voz, sus palabras teñidas por el pánico–. ¿Está bien? ¿Dónde está?

–Ella está bien. Lottie, la dueña de la tienda de manualidades de al lado, la está cuidando mientras yo arreglo esto.

–Bueno –Violet retorció las manos y una lágrima gorda recorrió su mejilla.

Ford sintió su presión elevarse debajo de sus costillas, su instinto de ayudar se activó, aunque nunca había sido muy hábil para lidiar con las lágrimas femeninas.

Pyro lloriqueó y le lanzó una mirada a su amo, preguntando en silencio cómo consolarla. Cuando él asintió, Pyro se acercó y frotó su nariz contra su mano.

Violet dejó que la olfateara antes de acariciar su peluda cabeza.

–Me olvidé de agradecerte, ¿no? Intentabas mantenerme a salvo y yo estaba demasiado agobiada para ponerte atención.

Supongo que yo también debería poner mi nariz contra su mano. A ver si me pasa los dedos por el cabello. Probablemente sacaría la lengua y jadearía como lo hacía Pyro. Más tarde esa noche, discutiría con su perro sobre cómo él había hecho la mayor parte del trabajo y Pyro había conseguido la mayor parte de la atención.

Un destello púrpura atrapó la atención de Ford y se puso en cuclillas junto al neumático del camión de bomberos y sacó la… Aghhh. La carpeta de boda de Lexi debió de impresionarle más de lo que pensaba, porque juraría que se parecía a la que había visto poco antes en su mesa de café. Solo que arrugada y salpicada de grasa y de ceniza negra.

–Noooo –chilló Violet, saltó hacia él y le arrebató lo que fuera que tenía entre las manos. Abrazó contra su pecho el paquete de papeles y la brillante cubierta púrpura.

–Lo siento. Es solo… privado –dobló y recogió los papeles sueltos, algunos de los cuales definitivamente se habían quemado, sin mencionar los separadores plásticos que se habían derretido–. De todos modos, perdón otra vez por todos los problemas y gracias por tu ayuda. De nuevo. Sí, así que… –se enderezó con tanta fuerza que la parte superior de su cabeza golpeó contra la barbilla del bombero, haciendo que sus dientes chocaran entre sí.

–¡Auch! –dijo Violet al tiempo que se sobaba la cabeza y retrocedía como si él hubiera sido el responsable–. Voy a levantar esto.

Tan solo unos instantes antes, él había querido arrancarle una sonrisa, pero la mueca que ahora se dibujaba en el rostro de la chica tenía un toque maniaco. Hablando de cambios bruscos de humor.

Parte de la reciente sequía en su vida tenía que ver con su indiferencia por salir a conocer gente. Había renunciado a las relaciones serias hacía unos cuantos años. Aun así, después de una misión de búsqueda y rescate en el sur, las citas casuales perdieron su atractivo. Las interacciones superficiales no parecían valer la pena y su vida no le dejaba tiempo para actividades poco satisfactorias.

Pero Violet… Era innegable que había algo intrigante en ella.

Aunque, ¿quién lo diría? Era la primera vez en años que sentía la chispa con una mujer y al parecer ella estaba en medio de la planificación de una boda.

Probablemente, su propia boda.

***

Violet examinaba fijamente el interior carbonizado del horno junto con Maisy, a pesar de que no tenía ni idea de cómo saber si el daño había sido tan serio como para requerir uno nuevo.

¿Se podía saber con solo mirar?

La culpa se instaló en su intestino, junto con un duro bulto de injusticia que la hizo querer dar un zapatazo. Había estado tratando de ayudar y evitar un desastre y, en uno de sus ya clásicos movimientos, solo había empeorado las cosas.

Como cuando intentó demostrar que estaba muy bien y programó una sesión de fotos de compromiso apenas dos días después de que Benjamin se mudara. Entonces se desvaneció y tuvo una crisis nerviosa que terminó con el reembolso de la sesión de la pareja y los remitió a otro fotógrafo.

No era de extrañar que ya no estuviera inspirada.

¡Diablos! No era de extrañar que Benjamin no hubiera querido darle un anillo. Además de ser la ñoña de la que él a menudo se burlaba, era un completo y total desastre. Algo de lo que era muy consciente delante del fornido bombero que estaba a unos cuantos metros de distancia. Sin duda había pensado que estaba loca por la forma en la que le arrancó la carpeta de las manos.

La idea de que él viera sus esperanzas y sueños fallidos…

Incluso en este momento, hizo que su piel se sintiera demasiado tensa.

Tras tomar su carpeta chamuscada la fue a esconder en uno de los gabinetes de la cocina. Luego regresó al callejón para enfrentar el desastre que había causado.

Y para enfrentar también al sexy bombero de voz profunda y perfecta para las palabras sucias. Por no hablar del mentón desaliñado y de los brazos con cicatrices, que exhibía ahora que se había quitado la chaqueta de bombero.

Su compañero bombero también era guapo, unos centímetros más bajo que Ford, pero más fornido. Y también llevaba un anillo de bodas que contrastaba con su piel más morena. La escena evocaba escenarios de fantasías de bomberos. Solo que en la vida real, la mortificación mermaba su capacidad de apreciar el banquete para la vista que tenía ante sus ojos.

Si Violet no pensara que Ford y su perro intentarían revivirla, se desmayaría de la vergüenza.

Como si su hermanastra sintiera que necesitaba consuelo, Maisy la abrazó.

–Le pudo pasar a cualquiera.

Violet se sorbió los mocos, porque no era como que el tipo que estaba del otro lado de Maisy fuera a mirarla dos veces, ni siquiera en su mejor día, ni aunque estuviera bien arreglada.

–Es muy lindo que digas eso, pero soy la chica que no sabe ni siquiera meter unos cupcakes en el horno.

–Maisy tiene razón –intervino Ford para quitarle importancia al asunto–. Sucede todo el tiempo.

Ahí estaba de nuevo esa voz profunda. Aguzó el oído, rogando porque dijera algo más. El único defecto del tipo era su pelo oscuro que le llegaba hasta la barbilla, irresistiblemente despeinado y que contrastaba con su piel clara.

No es que el estilo “así-me-levanté” no le gustara. Completaba el look sexy de chico campirano que pescaba con sus propias manos y luchaba con cocodrilos por diversión.

Sí, lo bueno es que no le gustaban los tipos de cabello oscuro y piel clara, porque claramente era lo único que se interponía en su camino. Aghh, ¿podría ponerse peor este día?

Al menos la multitud en la entrada del callejón había disminuido, la mayoría de los mirones había decidido que la parte emocionante había terminado y se habían marchado.

–Espera –dijo frunciendo el entrecejo–. Dijiste que el camión de bomberos no sale muy a menudo.

Ford le sonrió torciendo un poco los labios lo que le hizo recordar las películas viejitas de Elvis que su abuela, su Bubbie como ella la llamaba, solía ver.

–No muy a menudo. Cuando hay un incendio es porque una fogata se sale de control o algún electrodoméstico provoca un corto circuito. Tostadoras, licuadoras –le dio una palmadita al ennegrecido cacharro junto a ellos–, hornos.

–Aunque se ve bastante mal, no creo que esté dañado –dijo Maisy–. Pero, si así fuera, tengo un seguro para estas eventualidades.

En un intento de tranquilizar a Maisy, Violet asintió, pero pudo oír a su ex en su cabeza. Clásico de Violet. Tienes todo un plan de boda y de vida bien trazado, con los puntos a seguir, pero vas a la tienda y no eres capaz de regresar con la única cosa por la que fuiste.

En incontables ocasiones se ponía a preparar la cena para luego olvidarse por completo de la comida. Benjamin se frustraba tanto, decía que las comidas quemadas eran un desperdicio y se quejaba porque la casa olía siempre a humo.

Eres la persona más desorganizada que conozco, le decía con frecuencia.

Los pulmones de Violet se contrajeron. Parte de los motivos por los que insistía en la organización era para ayudar a manejar su TDAH. La atención dispersa y la incapacidad para concentrarse eran los síntomas más conocidos, pero la otra cara de la moneda consistía en estar tan inmersa en las actividades que disfrutaba que se olvidaba de todo lo demás.

Por mucho que lo intentara, se perdía a menudo en la edición de fotos o en añadir imágenes inspiradoras a su carpeta de boda. Lo que parecían minutos se convertían en horas y cuando salía del relajante mundo dentro de su cabeza encontraba uno caótico, lleno de confusión. Y, lo peor de todo, con un Benjamin decepcionado.

Eso alimentaba su ansiedad y, a partir de ahí, le resultaba casi imposible hacer algo bien.

Por fin, los bomberos y el policía se marcharon y Maisy cerró la pastelería. Le dio a Violet las llaves de la casa y le dijo que se sintiera como en su propio hogar mientras recogía a Isla.

Después de aventar sus bolsas en la recámara de invitados y de ducharse, Violet volvió a sentirse medio humana.

Tan pronto como entró en la sala, Maisy señaló los dos vasos de vino que había servido. En lugar de tomar uno, Violet agitó sus dedos con el clásico movimiento de dame.

–Lo primero es lo primero. He estado esperando todo el día para acurrucarme con mi sobrina.

Isla estaba calientita, olía a aceite de bebé y llevaba puesta una pijama con una estrella en el trasero.

Violet se instaló en el sofá, colocó a su sobrina en su regazo antes de alcanzar el vino y tomar un sorbo. Devolvió la copa al posavasos y luego pasó un nudillo por la mejilla regordeta de Isla.