No quiero quererte - Más que una noche - Cosas del destino - Robyn Grady - E-Book

No quiero quererte - Más que una noche - Cosas del destino E-Book

Robyn Grady

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Beschreibung

No quiero quererte Maya Banks ¿Solo una noche? Sí, seguro. Pippa Laingley debería haber sabido que no sería así. Cuando una noche de pasión con Cameron Hollingsworth desembocó en un embarazo no planeado, Pippa se encontró en un atolladero. Sabía que el enigmático empresario había construido una fortaleza alrededor de su corazón y temía abrirse de nuevo. Más que una noche Heidi Rice Nick Delisantro era famoso por sus guiones, su atractivo y su aspecto de chico malo. Eva, sin embargo, había pasado desapercibida toda su vida. Ahora debía reunirse con aquel hombre alto, pensativo y moreno y aprovechar la única oportunidad que tenía para conseguir un ascenso. Cosas del destino Robyn Grady Cuando Eden Foley salió de la vida de Devlin Stone, un joven millonario algo canalla, se juró que sería para siempre. Él sabía perfectamente cómo hacerla temblar de deseo, pero era demasiado peligroso. Años después, se vio obligada a ponerse en contacto con Devlin y se quedó atónita. ¡Él quería retomar su relación donde la habían dejado! Lo peor de todo era que su traidor cuerpo parecía estar de acuerdo con aquella propuesta.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 423 - junio 2019

 

© 2012 Maya Banks

No quiero quererte

Título original: Undone by Her Tender Touch

 

© 2012 Heidi Rice

Más que una noche

Título original: The Good, the Bad and the Wild

 

© 2009 Robyn Grady

Cosas del destino

Título original: Devil in a Dark Blue Suit

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-987-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

No quiero quererte

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Epílogo

Más que una noche

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Epílogo

Cosas del destino

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

No debería ponerla tan nerviosa organizar un catering para una pandilla de ricachones, pero Pippa Laingley quería que la fiesta en la nueva casa de su amiga Ashley Carter fuese perfecta.

Además, ¿por qué iba a estar nerviosa? Que la suma de las cuentas corrientes de los invitados fuera más elevada que la deuda nacional no tenía por qué hacerla sudar. Claro que estaba a punto de abrir su propio negocio y necesitaba que aquella fiesta fuera perfecta para que corriese la voz.

Suspirando, miró la inmensa cocina de Ashley por si faltaba algo… claro que faltaba. ¿Dónde estaban los malditos camareros?

En ese momento se abrió la puerta y apareció un chico que no podía tener más de veinte años.

–¿Dónde está tu uniforme?

–¿Qué uniforme?

–Camisa blanca, pantalón negro, zapatos brillantes… y el pelo bien cortado, por cierto.

–Lo siento, señorita. Me han pedido que viniera a última hora y pensé que todo lo que necesitara estaría aquí.

Pippa suspiró.

–¿Es la primera vez que trabajas de camarero?

–Sí –respondió el chico–. Iba a venir un amigo, pero ha tenido un problema a última hora y voy a hacer su turno.

Genial, pensó Pippa. Ella estaba esperando dos camareros y quien aparecía era un chico que no tenía ni idea. De modo que tendría que echar una mano.

Y ella pensando que tomaría una copa de vino con las chicas, hablando sobre lo bonita que era la nueva casa de Ashley…

Agarrando al chico del brazo, Pippa lo llevó hacia la escalera.

–Tienes que ponerte algo más adecuado.

Él parpadeó, sorprendido, pero se dejó llevar hasta la habitación de Devon. Pippa abrió el vestidor y buscó una camisa blanca y un pantalón oscuro.

–Desnúdate –le ordenó.

El joven se puso colorado.

–Pero…

Al escuchar un carraspeo, Pippa se dio cuenta de que no estaban solos.

–Tal vez debería volver más tarde.

Ella cerró los ojos, mortificada, al ver a Cameron Hollingsworth apoyado en el quicio de la puerta, mirándola con expresión burlona.

–No sabía que te gustasen tan jóvenes.

Pippa nunca había podido entender por qué aquel hombre siempre la pillaba con el paso cambiado. Ella era una mujer inteligente, centrada, una persona seria. Nunca nadie la hacía sentir inferior, pero cuando se cruzaba con el amigo de Devon se sentía como una tonta.

Pero no iba a dejar que la afectase, de modo que le tiró la camisa y el pantalón y se dirigió a la puerta.

–Haz que este chico se vista. Le espero abajo en cinco minutos.

Cam parpadeó, sorprendido.

Ah, genial, por fin lo había dejado boquiabierto.

–¿Esta ropa no es de Dev?

–Sí, pero necesito un camarero y esto es todo lo que hay –respondió Pippa–. No pienso defraudar a Ashley y tú tampoco, así que ponte a trabajar.

Luego salió de la habitación y bajó al primer piso, sin esperar la respuesta de Cam.

Una vez en la cocina, colocó las bandejas y las copas de champán mientras mascullaba maldiciones, irritada por tener que servir a los invitados de Ashley.

Había pedido tres camareros y le habían enviado un universitario que necesitaba dinero para cerveza. Genial.

Un minuto después, el chico apareció y, para sorpresa de Pippa, casi parecía un profesional. La camisa y el pantalón le quedaban un poco grandes, pero tenía un aspecto limpio y presentable. Incluso se había peinado.

Pippa puso una bandeja con tartaletas de langosta en sus manos y lo empujó hacia la puerta del salón, donde Ashley y Devon estaban charlando con sus invitados.

Luego volvió a la isla y empezó a servir vino en las copas.

–¿Necesitas ayuda?

Pippa estuvo a punto de tirar el vino al suelo.

–¿Ayuda?

Cam asintió con la cabeza.

–Parece que te hace falta. ¿Cómo has podido hacer todo esto tú sola? Ashley debe estar loca para dejar que te encargues del catering.

Pippa lo miró, exasperada.

–Para tu información, los camareros no han aparecido. No es culpa mía, la comida es impecable. Solo necesito alguien que la lleve al salón.

–Creo recordar que acabo de ofrecerte ayuda –dijo Cam.

Pippa frunció el ceño. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? ¿Por que no podía ser feo como un oso? ¿O calvo, por ejemplo? Aunque algunos calvos no estaban mal. ¿Y por qué no podía ella portarse de manera normal cuando estaba con Cameron Hollingsworth?

–Tú eres uno de los invitados y, además, esto no es lo tuyo. Estás acostumbrado a que te sirvan, no a servir a los demás.

–¿Y tú cómo sabes a qué estoy acostumbrado? –replicó Cam, tomando una de las bandejas.

Atónita, Pippa lo vio salir de la cocina con la bandeja en la mano y tuvo que suspirar, apoyándose en la encimera.

Cameron Hollingsworth era increíblemente guapo, sexy y arrogante. No debería gustarle, pero había algo en él que la volvía loca.

Lo había visto a menudo desde que Ashley se prometió con Devon Carter porque Cameron y Devon eran amigos y socios en un consorcio de hoteles de lujo. Siendo la mejor amiga de Ashley, Pippa había acudido a muchos eventos a los que también acudía Cam e incluso los habían sentado juntos en su boda. Y había sido un infierno estar tan cerca como para oler el aroma de su colonia y que él se mostrase totalmente indiferente.

Pippa suspiró de nuevo. Eso era lo que más la fastidiaba: Cam era un hombre guapísimo, pero no podía estar menos interesado en ella.

Tal vez no era su tipo, pensó. El problema era que no sabía cuál era el tipo de Cameron Hollingsworth porque nunca lo había visto con una mujer. O era un ermitaño o nunca salía con sus novias en público.

Pensando que estaba perdiendo el tiempo, Pippa tomó otra bandeja, respiró profundamente y entró en el salón con una sonrisa en los labios, esperando que sus dientes no estuvieran manchados de carmín.

Todos los invitados tenían copas de vino en la mano, de modo que Cam había hecho su trabajo a la perfección.

–Hola, Ashley. ¿Han llegado todos tus invitados?

–Deja de portarte como si fueras una camarera –respondió su amiga–. ¿Por qué estáis Cam y tú sirviendo copas y canapés? ¿Y quién es ese chico que lleva una camisa de Dev?

–No te enfades, Ash. No es bueno para el niño.

Ashley cruzó los brazos sobre su abultado abdomen.

–Te pedí que te encargases del catering porque necesitaba tu ayuda y también para que la gente viera que tu empresa de catering es estupenda, pero no querría que tuvieras que llevar bandejas. ¡Necesito a mi mejor amiga a mi lado, no sirviéndome canapés!

Pippa suspiró, ofreciéndole una tartaleta.

–Los camareros no han aparecido.

–¿Por qué?

–Ni idea, pero el único que ha aparecido es ese chico que lleva la ropa de tu marido. Así que solo cuentas con el guapísimo de los ojos azules, con el chico y conmigo.

Ashley hizo una mueca.

–¿Te refieres a Cam?

–Pues claro.

–Cam es muy guapo pero no sabía que te gustase.

Pippa no podía ni mirarlo sin ponerse colorada.

–La verdad es que no me importaría nada probar esos labios –murmuró.

Ashley soltó una carcajada.

–Vaya, vaya…

–¡No le mires! No quiero que sepa que estamos hablando de él.

Ashley se volvió hacia Cam, sin dejar de sonreír.

–¿Cómo has conseguido que te ayudase? ¿Los has fulminado con tus ojitos verdes?

–No tengo ni idea –respondió Pippa–. En realidad, se ofreció él y yo fue bastante antipática.

–¿Tú, antipática?

–Sí, yo.

Ashley le puso una mano en el brazo.

–Me llaman. Pip, no me preocupa tanto la comida como que mi mejor amiga esté trabajando toda la noche. Deja esa bandeja por ahí y sírvete una copa.

Pippa se cambió la bandeja de mano mientras miraba alrededor. Había demasiados clientes importantes como para perder esa oportunidad. Ashley se la había puesto en bandeja, literalmente, y no pensaba desaprovecharla.

–Luego te veo, tus invitados parecen hambrientos.

Antes de que su amiga pudiera responder, Pippa se alejó entre los invitados, sin dejar de sonreír.

 

 

–¿Estás loco?

Devon estaba mirándolo como si hubiera perdido la cabeza y Cam dejó la bandeja vacía sobre una mesa sonriendo al ver la expresión de su amigo.

–No es la primera vez que me preguntan eso.

–¿Estás haciendo de camarero?

–Pippa necesitaba ayuda y he pensado que eso haría feliz a Ashley.

Devon frunció el ceño.

–No me cuentes historias, no te creo.

Sin prestar atención a su amigo, Cam buscó a Pippa con la mirada. Se movía con tanta gracia entre los invitados que lo tenía hipnotizado.

Llevaba meses observándola. En realidad, le había gustado desde el primer día, aunque no habían sido presentados oficialmente hasta la tercera vez que coincidieron en un evento. Incluso entonces la había tratado como trataba a la mayoría de la gente, con fría amabilidad, pero estaba interesado en ella.

Pippa no lo sabía, pero desde ese día la observaba como un predador a su presa, esperando el momento adecuado. Y cuando llegara ese momento la llevaría a su cama y enterraría la cara en su sedosa melena oscura.

Casi podía sentir el roce de los mechones rozando sus dedos. La imaginaba sobre él, con la cabeza hacia atrás, la melena cayendo por su espalda mientras empujaba las caderas hacia delante una y otra vez…

Cam murmuró una palabrota cuando su cuerpo reaccionó ante tan erótica fantasía. Estaba en una fiesta en casa de Ashley y Devon y debería pensar en bebés, hogares felices, cachorritos y arcos iris, no en cuándo podría llevarse a Pippa a la cama.

Pero estaba seguro de que también ella se sentía atraída porque a menudo, cuando creía que no estaba pendiente, la había visto mirándolo. Y Cam disfrutaba de esas miradas robadas porque podía ver en sus ojos lo que sentía y estaba deseando hacerla suspirar de placer.

–¡Cam! ¿Me estás escuchando?

Él parpadeó, recordando que Devon estaba a su lado.

–¿No tienes que atender a tu mujer?

–¿Sabes que la miras con cara de tonto?

–No sé de qué estás hablando.

–Por favor… –Devon soltó una carcajada–. Ve a hablar con ella y luego iros a tu casa, hombre.

–No me importaría nada tenerla encerrada en mi habitación toda la noche.

Devon emitió un suspiro de impaciencia antes de darse la vuelta, pero Cam estaba demasiado ocupado observando a Pippa como para darse cuenta. Ella estaba buscando al chico con el ceño fruncido y no parecía muy contenta…

Pero cuando la vio dirigirse a la cocina, Cam tomó la bandeja y fue tras ella.

La encontró mascullando palabrotas que harían ruborizarse a un camionero y sonrió cuando amenazó con darle una patada en el trasero a todos los camareros que no habían aparecido esa noche.

–¿Dónde está el chico? –le preguntó.

Pippa se sobresaltó.

–¿Por qué haces eso?

–¿A qué te refieres?

–Siempre apareces sin hacer ruido. Me has dado un susto.

Él levantó las manos, en un gesto de inocencia.

–¿Y el chico?

–Ha desaparecido sin decir nada. ¡Ni siquiera ha devuelto la ropa de Devon y esa camisa costaba más que una bandeja de plata!

Cam le puso una mano en el brazo y Pippa se quedó inmóvil, conteniendo el aliento. No estaba equivocado, pensó, su piel era satinada. O hacía ejercicio o había tenido la suerte de nacer con un cuerpo fibroso. Pero estaba casi seguro de que hacía ejercicio porque parecía una chica disciplinada.

–Seguro que a Devon no le importará perder una camisa. Seguramente tendrá docenas como esa, todas exactamente iguales.

Pippa sonrió, pero enseguida dejó de hacerlo, mirándolo con expresión seria.

–Me alegra que te haga tanta gracia.

–No me ha hecho gracia. Lo único que me gustaría es estrangular a ese chico.

Cam pasó la yema del pulgar por su brazo y Pippa se quedó callada.

–¿Quieres que saque una bandeja de comida o prefieres que saque otra ronda de copas? Yo diría que saquemos unas cuantas botellas y dejemos que los invitados se sirvan solos. Tú y yo podemos circular entre ellos con bandejas de comida y ver cómo se emborrachan.

Ella lo estudió un momento, inclinando a un lado la cabeza.

–No sabía que tuvieras sentido del humor.

Cam enarcó una ceja, sorprendido por su sinceridad. Pero luego, sin poder evitarlo, soltó una carcajada.

Estaba tan cerca que el aroma de Pippa lo envolvía, manteniéndolo cautivo, y cuando apartó un mechón de pelo de su frente notó que era tan suave como había imaginado.

–Propongo que dejemos varias bandejas en el salón y nos vayamos a mi casa.

Ella abrió la boca como si fuera a decir algo, el pálido verde de sus ojos lo hipnotizaba.

–¿Es una proposición?

–Desde luego que sí.

–Imagino que puedes hacer algo mejor.

–¿Mejor?

–O propones algo mejor o me voy a mi casa. Sola.

Ah, cuánto le gustaba cuando se ponía gallita.

Cam tiró de ella, apretándola contra su torso mientras tomaba posesión de su boca. Y el mero roce de sus labios despertó un incendio en su interior. La deseaba desesperadamente.

Cuando por fin se apartó, los dos respiraban con dificultad.

–¿Qué tal si te llevo a mi casa y hacemos el amor toda la noche?

Pippa se pasó la punta de la lengua por los labios.

–Eso suena mejor.

Su voz ronca llegó directamente a la entrepierna de Cam y se dio cuenta de que iba a tener que controlarse para no hacerle el amor allí mismo, en la cocina de su amigo.

–Tú encárgate de la comida –le dijo–. Yo me encargo del vino.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Cuando salieron por la puerta de atrás, Pippa recibió un golpe de viento helado en la cara y le soltó la mano para envolverse en el abrigo. Cameron volvió a tomarla por la muñeca para llevarla hacia su coche.

–¿Has venido en coche?

No, ella no tenía coche. Y tampoco tenía permiso de conducir, lo cual era un problema ya que necesitaba un vehículo para acudir a los eventos.

–No, Ashley envió un coche a buscarme.

Cam arqueó una ceja.

–¿Y cómo has traído todas esas cosas desde Nueva York?

–Solo pedí que me enviasen el vino, el resto lo he preparado aquí mismo. Ashley tiene una cocina estupenda –respondió Pippa. Y lo sabía bien porque era ella quien había llenado la despensa.

Cameron abrió la puerta del Escalade y prácticamente la empujó hacia el interior.

–Mi chófer te llevará de vuelta a la ciudad por la mañana.

Vaya, parecía dispuesto a librarse de ella incluso antes de haberse acostado juntos, pensó Pippa, molesta.

Cam subió al coche y arrancó a toda velocidad, aunque sabía que vivía cerca de allí. Medio kilómetro después se detuvo frente a una verja de hierro y esperó a que se abriera antes de acelerar de nuevo para subir por el camino.

Pippa no podía ver nada en la oscuridad. No había ninguna luz encendida en la mansión y no tenía un aspecto muy invitador. Se preguntó entonces si sería una monstruosidad como un castillo medieval o algo parecido. Había oído a Devon tomarle el pelo sobre «su cueva» y sentía curiosidad.

Antes de que llegaran a la casa las luces se encendieron de repente por control remoto.

Bajó del coche y sonrió cuando él le puso una mano en la espalda mientras entraban en una cocina que la hizo babear de envidia. Tenía un aspecto tan inmaculado que no parecía haber sido usada nunca.

Cameron la llevó al vestíbulo de entrada y cuando empezó a subir la escalera Pippa casi tuvo que correr para seguirlo.

Cuando llegaron al espacioso dormitorio principal estaba sin aire y, antes de que pudiese respirar, Cam tiró de ella para apretarla contra su torso y darle un beso que la dejó casi mareada.

–Eres tan preciosa… –murmuró–. Me vuelves loco.

Ella sonrió, satisfecha. ¿Qué mujer no se sentiría así al escuchar eso?

–Pero tenemos que hablar de un par de cosas antes de dejarnos llevar.

Aunque hablaba con calma, sus ojos brillaban de una forma que la hizo temblar. La deseaba, eso estaba claro. Nunca se había sentido devorada por la mirada de un hombre, pero así era como se sentía en ese momento.

–¿A qué te refieres?

–Hay cosas que deberías saber, cosas que tengo que dejar claro para que luego no haya malentendidos.

La curiosidad hizo que Pippa enarcase una ceja mientras se sentaba al borde de la cama y cruzaba primorosamente las piernas.

–Te escucho.

¿Pero qué podía ser tan importante como para detener un beso?

Cam se aclaró la garganta antes de decir:

–No estoy interesado en compromisos. Necesito que entiendas eso antes de acostarnos juntos. Esto es solo un encuentro casual. No te llamaré mañana…

–Muy bien.

–Y espero que te marches por la mañana. Mi chófer te llevará a la ciudad.

Pippa sonrió, pero estaba claro que eso era lo último que Cameron esperaba. ¿Qué pensaba, que iba a irse de su casa indignada?

Sin dejar de sonreír, se levantó para acercarse a él y pasó los dedos por los botones de su camisa.

–Si crees que yo quiero algo más, vas a llevarte una desilusión. Lo que quiero es sexo. ¿Puedes darme eso?

De inmediato vio un brillo de alivio en sus ojos azules. Pero cuando iba a besarla, Pippa se apartó.

–No tan rápido. Yo también tengo un par de cosas que decir.

–¿Ah, sí?

–Imagino que tendrás preservativos. O más bien, si no hay preservativos no habrá sexo, así de sencillo.

–Tengo preservativos –dijo Cam.

Pippa alargó una mano para tirar de su camisa.

–Entonces no tenemos nada más que decir –murmuró, buscando sus labios.

Cam experimentó una oleada de deseo que lo dejó mareado. Pippa era todo lo que había imaginado y mucho más. Era dulce, sexy, atrevida y estaba seduciéndolo en su propio dormitorio.

Le encantaba que fuese tan impaciente, tirando de su camisa para sacarla del pantalón. Estaba acostumbrado a ser el más activo en la cama, pero era muy excitante que fuese al revés.

Cuando empezó a bajar la cremallera de su pantalón estuvo a punto de perder la cabeza y tuvo que respirar profundamente, intentando controlar la descarga de adrenalina.

Pero cuando bajó la cremallera y agarró su miembro…

«Caray».

Pippa se puso de puntillas para besarlo, acariciándolo con sus sedosos dedos…

–La primera vez soy muy exigente –murmuró–. Y espero que te ocupes de mí.

Si aquello no era un reto, no sabía qué podía serlo. Cameron la apartó de sí lo suficiente como para llevarla a la cama y tiró de su ropa con manos impacientes hasta que quedó con el conjunto de ropa interior más sexy que había visto nunca.

Era una sirena vestida de negro. El cabello negro, las perversas braguitas y el sujetador que apenas le cubría los pezones…

El pelo deliciosamente despeinado la hacía parecer recién salida de la cama y sus ojos, sus profundos y eróticos ojos verdes, lo volvían loco.

No era solo preciosa, era increíble.

La tumbó sobre el colchón para admirarla y pensó que era una fiesta para los sentidos. Y él quería disfrutarlos todos: el olfato, la vista, el oído, el tacto… quería oírla susurrar su nombre, pero sobre todo quería saborear cada centímetro de su piel.

Sabiendo que tendría problemas si no se ponía un preservativo de inmediato, abrió el cajón de la mesilla y sacó una caja entera que tiró sobre la cama.

Luego se tumbó sobre ella, capturando su boca, sintiendo las suaves curvas moldeándose a su cuerpo…

Y fue como ser golpeado por un rayo. Ella le devolvía el beso apasionadamente, acariciando su espalda, explorando cada centímetro de su piel.

Recordando la vívida fantasía que había tenido unas horas antes, Cam tiró de ella hasta que la tuvo sentada a horcajadas sobre su cuerpo.

La realidad sobrepasaba cualquier fantasía. Nada podía compararse con tenerla allí, en su cama, los muslos femeninos apretados contra sus costados.

–Desnúdate para mí –dijo con voz ronca–. Ahora mismo, para que pueda mirarte.

Pippa le regaló una traviesa sonrisa y, lentamente, empezó a quitarse el sujetador. Pero en lugar de dejarlo caer sobre la cama, sujetó la diminuta prenda sobre su pecho, soltando los tirantes uno a uno y dejando que se deslizaran por sus brazos.

Cameron apenas podía respirar y cuando por fin soltó el sujetador, revelando sus pechos ante su ávida mirada, dejó escapar un gruñido de satisfacción.

Eran del tamaño perfecto, firmes, altos, con unos pezones deliciosos que parecían suplicar sus caricias.

–Necesitaré ayuda con las bragas –murmuró Pippa, haciendo una mueca juguetona.

Y Cameron asintió con la cabeza. Claro que en aquel momento habría asentido a cualquier cosa.

Ella se inclinó hacia delante, dejando sus preciosos pechos a unos centímetros de su boca, y empezó a bajarse las braguitas.

Cameron no sabía qué debía hacer él, pero estaba dispuesto a cualquier cosa. Apoyándose en un codo, alargó la otra mano para sujetar su cintura, acariciando su espalda, disfrutando de su suave piel.

Cuando las braguitas estaban en sus rodillas, Pippa puso las piernas sobre su torso.

–Tira de ellas –musitó.

Más que contento de poder ayudar, Cam tiró de la prenda y se lanzó sobre ella como un predador.

La sensación de estar piel con piel estuvo a punto de hacerlo perder la cabeza mientras acariciaba sus pechos con la lengua.

Era perfecta, voluptuosa, dulce, no demasiado delgada, sencillamente perfecta.

Un suspiro se escapó de su garganta cuando envolvió un rígido pezón con los labios, chupando lentamente, rozándolo con la punta de la lengua mientras ella jadeaba.

–Eres preciosa –susurró–. No me canso de ti… sabes mejor que cualquier cosa que pudieras cocinar.

–Pero si aún no has probado mi comida –bromeó Pippa–. Soy una cocinera maravillosa.

Cameron sonrió.

–Era un cumplido. O al menos pretendía serlo.

–Creo que lo estabas haciendo bien sin cumplidos.

–¿Te gusta? –susurró Cameron, acariciando su pecho y viendo cómo el pezón se levantaba–. ¿Qué más te gusta, Pippa? Dime cómo darte placer.

–Lo estás haciendo bien, no tengo ninguna queja –logró decir ella, entre suspiros–. Me encanta que un hombre se tome su tiempo y no piense solo en su propio placer.

–Pero esto me hace sentir un gran placer –musitó él–. Me encanta tocarte, besarte. Me encanta ver cómo respondes, cómo se oscurecen tus ojos cuando estás encendida. Y esa sonrisa perversa me dice que vamos a pasarlo muy bien.

–Ahora que lo pienso, sigue con los cumplidos –bromeó Pippa–. Me gustan mucho.

–Dime dónde quieres que te toque.

Los ojos verdes se oscurecieron mientras tomaba su mano y la deslizaba hasta su entrepierna para colocarla sobre el capullo escondido entre los rizos…

Pippa dejó escapar un gemido cuando Cameron empezó a mover los dedos… ah, sí, eso le gustaba mucho.

También él podía ser perverso cuando quería, pensó Cam, acariciando los aterciopelados pliegues de su feminidad.

Ella dejó escapar un grito, arqueándose y enredando los dedos en su pelo. No era tímida en absoluto, sabía lo que quería y lo exigía. Y eso le encantaba.

Cameron le acarició el clítoris una vez más y luego apartó la mano para tomar un preservativo, inclinándose para besarla mientras le abría las piernas con la rodilla. No se cansaba de ella y pensaba aprovechar todo el tiempo que estuviera allí.

–¿Estás lista para mí?

Ella respondió envolviendo las piernas en su cintura y arqueando la espalda y Cam tuvo que sonreír ante su impaciencia.

–Guíame, Pippa. Dime cómo te gusta.

Ella bajó una mano para envolver su miembro y colocarlo entre sus piernas, arqueándose un poco más al sentir el primer roce en la entrada de su húmeda cueva.

Los dos suspiraron y Cameron no pudo esperar más. Levantando las caderas, la penetró con una embestida… al principio pensó que le había hecho daño, pero entonces Pippa clavó los dedos en sus hombros y casi le gritó que no parase.

Él sonrió, besándola mientras se movía a un ritmo frenético. Sin estilo, sin gracia, aquel encuentro no podía ser descrito como elegante, todo lo contrario.

Era algo animal, con Pippa dando tanto como tomaba. Exigiéndole todo lo que tuviese y más. Nunca le había hecho el amor a una mujer más fiera y Cam disfrutó de cada segundo.

–¿Estás conmigo, Pippa? Necesito que estés conmigo, estoy a punto.

–Estoy contigo –murmuró ella–. Sigue, Cam, no pares.

Como si pudiese parar.

Dejando escapar un gruñido, Cam empujó con fuerza. No pensaba en nada más que en ella, solo en ella moviéndose, apretándolo. Escuchaba sus gemidos, olía su perfume, la saboreaba y la sentía hasta en los huesos.

–¡Cam!

Pippa se agarró a sus hombros y él tembló violentamente mientras la oía gritar.

Un segundo después caía sobre ella, aunque sabía que debía estar aplastándola. Pero Pippa no se quejaba, al contrario. De hecho, lo apretaba con tal fuerza que no habría podido apartarse aunque quisiera.

Se quedaron así durante unos segundos, intentando recuperar el aliento. Y luego, dejando escapar un suspiro, Cam se apartó para quitarse el preservativo.

Cuando volvió la cabeza, Pippa estaba tumbada boca arriba, con los ojos cerrados.

–Creo que estoy muerta –murmuró–. ¿Cuándo vamos a hacerlo otra vez?

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Pippa abrió los ojos poco a poco, pero solo podía ver una nube blanca. Sentía como si la hubiese atropellado un camión, pero… ah, qué sensación tan maravillosa.

Tardó un momento en darse cuenta de que tenía la cara enterrada en la almohada y se incorporó con gesto impaciente para mirar alrededor.

Estaba sola en la habitación, su ropa cuidadosamente doblada a los pies de la cama; un sutil recordatorio de que debía marcharse en cuanto despertase.

Pippa arrugó la nariz. Cam no se había quedado para decirle adiós y nada indicaba que había pasado la noche con ella porque su lado de la cama estaba frío. No quedaba ninguna señal de que hubieran pasado la noche revolviendo las lujosas sábanas.

Suspirando, se cubrió con el embozo de la sábana y tuvo que sonreír al pensar que estaba siendo ridículamente pudorosa.

Pero Cam lo había dejado bien claro: no quería encuentros matutinos.

Pippa dejó escapar un suspiro, sintiendo un cosquilleo al recordar lo que había pasado por la noche.

Sentía la tentación de darse una ducha porque su último intento había sido interrumpido por Cam, pero él quería que se fuera por la mañana y Pippa no tenía intención de quedarse.

Eran las nueve, comprobó, mirando su reloj. Debería haberse marchado mucho antes, pero no había logrado dormir hasta el amanecer.

Cuando se levantó de la cama todos sus músculos protestaron. En realidad, le dolían músculos que nunca antes había usado.

Después de vestirse, entró en el cuarto de baño para intentar hacer algo con su pelo. Llevaba maquillaje en el bolso, pero no iba a molestarse. No tenía que impresionar a nadie y el coche la dejaría en su apartamento.

Después de desenredarse un poco el pelo, se hizo un moño que sujetó con un prendedor y se puso las gafas de sol.

Respirando profundamente, salió del dormitorio y se asomó a la escalera. No sabía si Cam estaba en casa, pero lo último que deseaba era encontrárselo, de modo que bajó de puntillas… y cuando llegó al vestíbulo se encontró con un hombre alto y serio de entre cuarenta y sesenta años.

–Señorita Laingley, el coche está esperando.

–Ah, lo siento. ¿Lleva mucho tiempo esperando?

El hombre sonrió.

–No, en absoluto. Venga, la acompaño.

Pippa dio un paso adelante… y se detuvo bruscamente al recordar que había olvidado su abrigo. Pero cuando se volvió, el hombre tenía el abrigo en la mano.

–¿Me permite?

–Gracias.

Cam le había dicho que hacía tiempo que no tenía relaciones, pero Pippa tenía la impresión de que no era la primera mujer que pasaba por allí. El mayordomo, o lo que fuera, parecía tener los movimientos bien ensayados.

Cuando abrió la puerta se quedó sorprendida.

–¡Ha nevado!

–Desde luego que sí. Al menos diez centímetros según las noticias.

El hombre le ofreció su brazo y Pippa lo aceptó para bajar los escalones. Seguía llevando los zapatos de tacón que había llevado por la noche y, aunque eran muy sexys, no eran apropiados para la nieve.

El mayordomo abrió la puerta del coche negro que la esperaba y se despidió con una sonrisa.

–Que tenga un buen viaje, señorita.

–Gracias –dijo ella.

El conductor arrancó y Pippa se volvió para mirar la casa a la luz del día.

Era una construcción grande, pero no daba miedo como había pensado por la noche. Se parecía a las demás mansiones de la zona. La propiedad estaba rodeada de altos muros y debía ser muy grande porque no veía ninguna otra casa.

Sí, aparentemente Cam vivía una vida de recluso. Y después de haber disfrutado de su pasión, se preguntó cuántas veces llevaría a una mujer a su guarida.

Ese pensamiento la hizo reír. Pensaba en Cam como si fuera un monstruo cuando era todo lo contrario. Cameron Hollingsworth era pecaminosamente guapo y perfecto.

Y hacía el amor de maravilla. Tanto que sufriría los efectos de esa noche durante una semana.

Pippa miró la imponente casa por última vez cuando el coche tomó la carretera y luego, suspirando, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

 

 

Cam miraba el coche alejándose por el camino desde la ventana de su estudio. Y siguió mirando durante unos segundos cuando desapareció de su vista.

Estaba inmóvil, con las manos en los bolsillos del pantalón. Le molestaba no saber qué iba a hacer. Sentía el deseo de hacer algo, pero no sabía qué. Solo sabía que estar en su casa, solo, de repente le parecía insoportable.

Era esa maldita mujer, pensó. Lo había pillado desprevenido. Tal vez había esperado alguien como Ashley: dulce, tímida, inocente y necesitada de protección. Tal vez se había acostado con Pippa porque su ego masculino lo necesitaba. O tal vez había pensado que estaba haciéndole un favor, cuando en realidad había hecho lo que llevaba deseando hacer desde el día que la conoció.

Pero Pippa había puesto su mundo patas arriba. Pippa Laingley era una mujer segura de sí misma, que no tenía miedo de tomar lo que quería y la noche anterior lo había querido a él. Su ego debería estar tranquilo, pero se sentía raro porque los papeles se habían cambiado.

Era casi como si le hubiera dicho: «Estoy dispuesta a acostarme contigo, pero no quiero saber nada de ti».

Pippa había tomado el control y él había actuado como un adolescente enloquecido la noche anterior. Nada que ver con el hombre serio y controlado que le gustaba mostrar ante el mundo.

Y eso le molestaba mucho.

Sacudiendo la cabeza, Cam volvió al dormitorio y entró sin hacer ruido; lo cual era una estupidez porque la había visto salir de su casa. Pero la presencia de Pippa seguía allí y podía oler su perfume…

Miró entonces las sábanas arrugadas, una de ellas en el suelo.

Deberían haber dormido en el cuarto de invitados, pensó entonces. Él no llevaba mujeres a su dormitorio. Nunca. Si hubiera pensado con la cabeza la noche anterior se habría quedado en el piso de abajo para no invadir la zona privada de su casa.

Pero en lo único que podía pensar la noche anterior era en llevarla a su cama lo antes posible.

El deseo era un asco, una amante controladora y voluble de la que no se podía escapar. Pero tal vez después de haber hecho el amor con Pippa durante horas no perdería la cabeza cada vez que la viese.

El instinto le decía que eso no era verdad, pero tenía que creerlo.

Cam entró en el baño.

Había tirado todo lo que había sobre la encimera para sentar allí a Pippa y hacerle el amor de nuevo.

Y había al menos dos preservativos en el suelo.

Suspirando, Cam tomó un pañuelo de papel para recogerlos y tirarlos a la basura cuando se le aceleró el corazón.

Se quedó inmóvil, incapaz de creer lo que estaba viendo… y luego masculló una serie de palabrotas, con el estómago encogido y la frente cubierta de sudor.

Cerró los ojos, deseando que no fuera verdad, pero cuando volvió a abrirlos vio la prueba irrefutable en su mano.

Uno de los preservativos estaba roto.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

Pippa sintió la tentación de tirar el móvil contra la pared, pero se contuvo porque entonces tendría que comprar otro.

¿Qué más podía ir mal aquel día?

Había encontrado el sitio perfecto para su local y en una buena zona de la ciudad. El precio era razonable y tenía todo lo necesario. Lo único que necesitaba era una pequeña reforma en la entrada para colocar unas cuantas mesas.

Después de tanto tiempo organizando caterings, estaba lista para dar un paso adelante, uno que le aportaría ingresos fijos. Gracias a sus pocos ahorros había podido seguir viviendo en el apartamento, pero si no empezaba a ingresar dinero todos los meses, tarde o temprano tendría que irse.

Estaba segura de que el banco le concedería un préstamo, pero para conseguirlo necesitaba tener firmado un contrato de alquiler. Y había creído que lo tenía hasta que el propietario del local llamó para decirle que había un problema.

De repente, su sueño de preciosas magdalenas, deliciosos pasteles, intricados bombones y panes de todo tipo se evaporó.

Estaba cerrando la puerta del apartamento cuando empezó a sonarle el móvil. Era un número que no reconocía, pero como se lo había dado a muchos clientes, no podía permitirse el lujo de no responder.

–¿Dígame?

–Pippa, soy Cam.

Ella rio mientras se quitaba el abrigo.

–Vaya, qué sorpresa. Si no recuerdo mal, dijiste que no me llamarías al día siguiente. ¿A qué le debo este honor?

–Uno de los preservativos se rompió.

Pippa se pasó el teléfono a la otra mano para quitarse el abrigo del todo, convencida de haber oído mal.

–¿Qué has dicho?

–Que el preservativo que usamos en la ducha se rompió. No me di cuenta, por supuesto.

Ella intentó tragar saliva. Ninguno de los dos se había dado cuenta en ese momento, claro.

–Pippa, ¿estás ahí?

–Sí, estoy aquí.

–Tenemos que hablar.

–¿Cuándo lo has descubierto?

–Ayer, cuando te fuiste.

–¿Y por qué has esperado hasta hoy para decírmelo? –gritó ella–. Deberías habérmelo contado ayer, cuando aún podría haber hecho algo.

Aunque no sabía muy bien qué podría haber hecho. ¿La píldora del día siguiente? Entonces habría sido demasiado tarde… ¿o no? En realidad, no lo sabía. Pero al menos podría haber preguntado.

–Cálmate, Pippa.

Su tono condescendiente la enfadó aún más.

–No me digas que me calme. No eres tú quien tendrá que vivir con las consecuencias de un preservativo roto.

–¿Ah, no? ¿Crees que un embarazo no me afecta tanto como a ti? Deja de gritarme y vamos a hablar de esto como adultos.

Pippa tuvo que morderse los labios.

–Muy bien, de acuerdo.

–Supongo que no tomas la píldora.

–No, no la tomo.

–Y supongo que esta noticia te ha asustado tanto como a mí –siguió Cam–. Pero que lo pagues conmigo no sirve de nada.

Pippa miró el móvil. Si lo hubiese tirado contra la pared no estaría manteniendo esa conversación, pensó.

–Creo que deberías mudarte a mi casa, al menos hasta que sepamos si estás embarazada.

–¿Qué?

–Tal vez deberíamos vernos, no creo que esto sea algo de lo que debamos hablar por teléfono. Iré a buscarte en una hora…

–No –dijo Pippa entonces.

–¿Entonces qué hacemos?

–No pienso irme a vivir a tu casa. Es lo más absurdo que he oído en toda mi vida. Y no tenemos por qué vernos. Francamente, ahora mismo no siento el menor deseo de verte. Necesito tiempo para acostumbrarme a la idea, pero si al final resulta que estoy embarazada te aseguro que me pondré en contacto contigo. Hasta entonces, te agradecería que me dejases en paz.

–No se trata de lo que yo quiera –replicó Cameron–. Necesito saber que tú estás bien y que el bebé, si existe, también está bien. Y la mejor manera de hacer eso es que estés cerca de mí.

Lo había dicho con tono distante, como si pensara que estaba haciendo lo que debía hacer. Y eso la molestó. Le preocupaba que el embarazo fuera bien cuando a ella lo único que le preocupaba en aquel momento era que hubiese tal embarazo.

–Me da igual lo que tú quieras –le espetó antes de cortar la comunicación. Pero, como intuía que Cameron era un tipo persistente, apagó el teléfono y lo tiró sobre el sofá.

Pippa corrió a su dormitorio para mirar el diario donde anotaba su ciclo menstrual.

Calculó los días después de su última regla… y dejó escapar un gemido. ¿Podría haber ocurrido en peor momento? No podría decir con seguridad que hubiera estado ovulando esa noche, pero había muchas posibilidades.

Muy bien, de modo que era posible. Lo que tenía que hacer era buscar opciones, si las había.

Volvió a encender el móvil, ignorando los pitidos que anunciaban llamadas perdidas y mensajes, seguramente de Cam, y llamó a su amiga Carly.

–¿Qué tal, Pip? ¿Has solucionado el problema del alquiler del local? ¿Y qué tal la fiesta en casa de Ashley? Sentí mucho no poder ir, espero que no se haya enfadado.

Pippa esperó hasta que su locuaz amiga dejó de hablar.

–¿Tienes algo que hacer? Necesito a las chicas. Es una emergencia.

Al otro lado del teléfono hubo un silencio.

–¿Qué ha pasado?

–Os lo contaré cuando estemos juntas. ¿Puedes llamar a las demás?

–Sí, claro. ¿Nos vemos en Oscar’s?

–Sí, pero será mejor reservar una mesa apartada.

–¿Quieres que llame a Ashley? ¿Sigue en Greenwich?

Pippa decidió que era lo bastante egoísta y su problema lo bastante gordo como para preguntarle a su amiga si haría el viaje por ella.

–Llámala, pero dile… dile que no le cuente nada a su marido.

–Si sabe que la necesitas, irá –dijo Carly–. Todas estaremos allí, ya lo sabes.

–Sí, lo sé, y os adoro por ello.

–Deja que hable con las chicas, luego te enviaré un mensaje diciendo la hora. Mientras tanto, puedes venir aquí si quieres. Solo tengo un cliente esta tarde… podría hacerte las uñas.

–Gracias, Carly, pero prefiero que nos veamos después.

–Muy bien, nos veremos en cuanto haya reunido a las chicas.

Pippa cortó la comunicación, aliviada. Tenía las mejores amigas del mundo, pensó. Chicas listas que podrían ayudarla a resolver su problema.

Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Pippa apresuró el paso cuando se acercaba a Oscar’s. Estaba empezando a nevar.

Había esperado que el frío la calmase un poco, pero seguía en estado de shock y lo único que podría ayudarla en ese momento era una reunión con las chicas.

Abrió la puerta de Oscar’s y se quitó la bufanda, aliviada al ver a sus amigas al fondo del local. Todas la abrazaron y, por fin, Pippa se dejó caer sobre una silla al lado de Ashley, que la miraba con cara de preocupación.

–¿Qué ocurre, Pip?

–Aún no se lo he contado a nadie –Pippa suspiró–. Tal vez me esté adelantando, pero necesitaba hablar con vosotras.

–Dios mío, ¿qué pasa? –exclamó Tabitha.

Sylvia frunció el ceño. Era la más seria del grupo y siempre la más práctica. Pippa estaba segura de que ella podría aconsejarla.

–Creo que podría estar… en fin, existe una posibilidad de que esté embarazada.

–¿Qué? –exclamaron sus cuatro amigas al mismo tiempo.

–¿Estás segura? –le preguntó Ashley.

–No, no estoy segura, pero mantuve relaciones ayer… con Cam. Me llevó a su casa y nos acostamos juntos.

Ashley se había quedado sin palabras y Sylvia seguía con el ceño fruncido, como si fuera su madre. Claro que su madre no frunciría el ceño. No, Miranda la felicitaría por haberse quedado embarazada de un millonario y luego sugeriría que le sacara todo lo que pudiese.

No era un monstruo, ni siquiera era una mala madre. Sencillamente, era una persona superficial y mercenaria. En realidad, casi debería admirarla por ser tan implacable en las relaciones. Miranda Laingley solo estaba interesada en el dinero y no le pedía disculpas a nadie por ello.

–No lo entiendo –dijo Tabitha–. Si tuviste relaciones ayer, ¿cómo puedes pensar que estás embarazada?

–Porque uno de los preservativos se rompió y, lamentablemente, era el peor momento de mi ciclo –respondió Pippa.

–¿Cam? –repitió Ashley cuando recuperó el habla–. ¿Cam y tú? ¿De verdad?

–No pongas esa cara, no es tan raro. La atracción fue mutua, te lo aseguro.

Ashley, de inmediato contrita, abrazó a su amiga.

–Sí, claro, ya me lo imagino. Pobrecita…

–No podía haber ocurrido en peor momento –siguió Pippa–. Además del posible embarazo, resulta que no van a alquilarme el local. No tengo sitio para abrir mi café, no tengo seguro médico y no estoy preparada para ser madre. Me dan ganas de llorar, pero eso no resuelve nada.

–Llora si quieres, cariño –la animó Carly–. Ya encontraremos una solución.

–Tú sabes que haríamos cualquier cosa por ti –dijo Ashley–. Todas me ayudasteis muchísimo cuando rompí con Devon… nunca podré pagároslo.

Pippa intentó contener las lágrimas.

–No tienes que agradecer nada, tú sabes que te queremos mucho.

–¿Cuándo te acostaste con él? –le preguntó Sylvia, siempre tan práctica.

–El sábado por la noche… y hasta la madrugada.

–Deberías ir al ginecólogo para pedirle consejo.

–Yo pagaré la consulta –se ofreció Ashley–. Y te llevaré yo misma.

Pippa tragó saliva, incómoda.

–No sé…

–¿Qué ocurre?

–Me siento como una tonta. No puedo tomar la decisión ahora mismo.

–¿Qué te dice el corazón? –le preguntó Carly–. ¿De qué tienes miedo, del embarazo o de ser madre soltera y no poder mantener a tu hijo?

–No tienes que tomar la decisión ahora mismo –intervino Tabitha–. Tomar la píldora del día siguiente no es la única opción. Puedes esperar un poco para ver si de verdad estás embarazada y decidir entonces.

Ashley le apretó la mano.

–Si quieres tener el bebé… si hay un bebé, sabes que todas te ayudaremos. No estarás sola –le dijo–. Toma la decisión que quieras, pero sea la que sea, todas te apoyaremos.

–No sé qué haría sin vosotras.

–Olvidas una parte importante del asunto –dijo Sylvia entonces–. El padre del bebé. Evidentemente, nos tendrás a nosotras, ¿pero él se va a hacer responsable?

Pippa asintió con la cabeza.

–Si estuviera embarazada, lo haría. Le dije que hablaría con él cuando supiera algo y que hasta entonces me dejase en paz. Pero no me hago a la idea.

–Te entiendo –asintió Carly.

–Puede que suene absurdo, pero desde que supe que había una posibilidad de que estuviera embarazada he empezado a imaginar al bebé… Sé que podría tomar la píldora del día siguiente, pero no sé si es lo que quiero.

Pippa miró a sus amigas y en sus ojos solo vio comprensión, apoyo y lealtad.

–Si hubiese un bebé, creo que querría tenerlo –siguió–. Sé que querría tenerlo.

–Espera un poco –le aconsejó Sylvia–. No hay prisa. No tienes que tomar una decisión ahora mismo.

Pero, a medida que pasaba el shock inicial, Pippa empezaba a estar convencida de que querría tener a su hijo.

Su hijo.

Pensar eso hizo que experimentase un extraño deseo protector y decidió que no interrumpiría el embarazo. El amor que sentía era tan intenso que la sorprendía, especialmente sin saber si estaba embarazada.

Si lo estaba, pasara lo que pasara, tendría al niño. Hablaría con Cam y juntos llegarían a una solución amistosa.

Tal vez estaba siendo una ingenua, pero hasta que le demostrase lo contrario, iba a creer que Cameron Hollingsworth era una persona responsable.

Le temblaban las manos mientras se llevaba el vaso de agua a los labios y, después de tomar un largo trago, miró a sus amigas.

–Bueno, chicas, ¿cuánto tiempo tengo que esperar antes de hacerme una prueba de embarazo?

Capítulo Seis

 

 

 

 

 

Pippa paseaba por el cuarto de estar, intentando no mirar la prueba de embarazo sobre la mesita de café.

–Aún no –dijo Ashley.

–¿Por qué tarda tanto?

Estaba deseando saberlo. Las últimas semanas habían sido estresantes, con Cam preguntándole cada día si sabía algo. La última vez que preguntó había estado a punto de decirle que la dejase en paz.

Y tal vez había entendido la poco sutil indirecta porque no había vuelto a llamarla en un par de días.

Pero lo importante era que se mostraba preocupado. Parecía convencido de que su misión era llamarla frecuentemente para ver si estaba bien.

Aunque eso la estaba volviendo loca.

–Solo han pasado dos minutos –dijo Ashley–. Y no vale de nada mirarlo fijamente, eso no hará que vaya más deprisa.

Pippa se dejó caer sobre el sofá.

–Tienes razón, me estoy volviendo loca. Pero es que lo intuyo, estoy embarazada. Y no me digas que estoy imaginando los síntomas, te digo que me siento diferente. Mis pechos son más grandes, me mareo por las mañanas. Me molestan muchos olores… las magdalenas, por ejemplo. ¿Quién siente náuseas por el olor de las magdalenas?

Ashley sonrió.

–No creo que estés imaginando nada, cariño. Vamos a esperar los resultados y luego hablaremos, ¿de acuerdo?

Pippa cerró los ojos. Las últimas semanas habían sido una tortura. Había cambiado de opinión un día sí y otro no. Un día pensaba que tener un hijo sería genial y al día siguiente que era una locura.

Y, además, se sentía como una tonta. Ella no era una adolescente atolondrada que tenía relaciones sin preservativo. Siempre había tenido cuidado. ¡Siempre!

Nunca se había considerado a sí misma anticuada, pero preferiría tener un hijo dentro del matrimonio o al menos en una relación consolidada.

–Bueno, ya puedes mirar.

Las dos miraban la varita sobre la mesa de café como si fuera un bicho repugnante al que no quisieran acercarse.

–Mira tú, yo no puedo –dijo Pippa.

Ashley le apretó la mano.

–Recuerda que sea lo que sea, está bien. No va a pasar nada, te lo prometo.

Ella asintió, cerrando los ojos para no ver su reacción.

–Abre los ojos, Pip.

Cuando lo hizo, vio que su amiga la miraba con expresión solemne.

–¿Estoy embarazada?

–Según esta prueba, lo estás.

Pippa tomó la varita para comprobar el resultado por sí misma y parpadeó rápidamente para centrar la mirada.

Y allí estaba, un enorme punto rosa que decía claramente: sí, estás embarazada.

–Dios mío…

–No vas a desmayarte, ¿verdad?

Pippa intentó negar con la cabeza, pero no podía moverse. Era como si estuviera teniendo una experiencia extra corpórea. Todo parecía ocurrir a cámara lenta.

Embarazada.

De Cam.

El que no quería saber nada de relaciones ni compromisos.

El que no llamaba al día siguiente.

–¿Qué voy a hacer? –murmuró–. A Cam le va a dar algo. Me dijo que él no quería saber nada de compromisos, que solo era sexo, bla, bla, bla. Y un bebé es un compromiso muy grande.

–Espera unos días antes de hablar con él –le aconsejó su amiga.

–Tengo que hablar con él ahora mismo.

–Pip, estás alterada. Lo último que necesitas ahora mismo es discutir con Cam.

–Aparte de mí, es a él a quien más le afecta esta situación y tiene que saberlo para… para que pueda actuar en consecuencia. Además, lleva semanas llamándome. No tiene sentido esperar.

Ashley suspiró.

–No quiero que hagas nada de manera impulsiva. Yo sé que Cam puede ser muy persuasivo cuando quiere… no, más que eso. Cam puede ser implacable.

–No te preocupes, no me da miedo. Esto es tanto su problema como el mío y no quiero pasarme una semana angustiada por el futuro. Si yo voy a sufrir, él también.

Ashley soltó una risita.

–Creo que acabas de convencerme.

–Si pretende decirme lo que debo hacer no tendrá que preocuparse por concebir más hijos, te lo aseguro.

Su amiga rio de nuevo, abrazándola.

–Todo va a salir bien, Pip. Estaremos embarazadas a la vez, al menos durante unos meses. Devon y yo haremos todo lo que esté en nuestra mano para ayudarte y, además, tienes a Tabitha, Carly y Sylvia. Y a mi madre. Cuando sepa que estás embarazada, te envolverá entre algodones y no podrás respirar.

–Adoro a tu madre.

–Y ella a ti.

Pippa suspiró mientras se levantaba del sofá.

–Tengo que hacer esto antes de perder el valor.

–Muy bien, ponte el abrigo. Le diré al chófer que te lleve a la oficina de Cam y luego me iré a casa.

–Gracias por todo, Ash. Por apretar mi mano y por estar conmigo en este momento.

Ashley la abrazo de nuevo.

–Creo recordar que tú hiciste lo mismo por mí hace poco.

 

 

 

Cam veía caer los primeros copos de nieve por la ventana de su oficina. Pronto el suelo se habría cubierto de un manto blanco… y su estado de ánimo era tan sombrío como el tiempo.

No era capaz de concertarse en el trabajo. Se sentaba en las reuniones con Devon y sus otros dos socios y amigos, Rafael de Luca y Ryan Beardsley, pero no prestaba atención. La fusión entre Tricorp y Hoteles Copeland estaba resolviéndose a toda velocidad y debería estar contento, pero las últimas semanas habían sido un infierno para él, torturado por la idea de que Pippa estuviese embarazada. Le daba miedo que no estuviera cuidando de sí misma, que le pasara algo…

La preocupación, el sentimiento de culpa y la ansiedad lo abrumaban durante el día y también por la noche, haciendo que no pudiese dormir. Y la culpa era suya. No debería haberse dejado llevar por la tentación, debería haber tenido más cuidado… debería haberse marchado de la fiesta sin acostarse con Pippa.

Entonces no estaría tan angustiado o temiendo perder algo precioso por segunda vez en su vida.

Claro que Pippa no lo había llamado, de modo que tal vez estaba preocupándose por nada. Si estuviera embarazada lo habría llamado. Había prometido hacerlo y confiaba en ella.

Pero cuanto más tiempo pasaba, más angustiado se sentía.

Desde esa noche, se había convertido en un hábito abrir el cajón del escritorio, el único que permanecía cerrado con llave, para sacar dos fotografías, una de Elise y otra de Colton.

Las miró en aquel momento, trazando con los dedos la sonrisa de Elise. Colton tenía un día de vida en esa foto y era un ser diminuto, arrugado y con la carita roja, pero Cam nunca había visto nada más hermoso en toda su vida.

Tantos años después, mirar el retrato de las dos personas a las que más había querido en el mundo y a las que había perdido seguía dejándolo sin respiración.

No podía hacerlo otra vez, no podía pasar por eso. No quería sufrir esa agonía. Y nunca había deseado nada tanto como que Pippa no estuviese embarazada…

Su secretaria lo llamó por el intercomunicador, interrumpiendo sus pensamientos.

–Señor Hollingsworth, una joven quiere verlo. Pero no tiene cita.

–¿Quién es? –preguntó él, impaciente.

–Pippa Laingley. Y parece convencida de que usted querrá verla.

–Dile que pase inmediatamente.

Cam se levantó, mirando la puerta con el estómago encogido. Un momento después, Pippa entraba en el despacho y Cam la observó detenidamente, buscando alguna señal, algo que le dijera si estaba o no embarazada. El instinto le pedía que diera un paso adelante y la abrazase, que le prometiera que todo iba a salir bien, pero había aprendido mucho tiempo atrás que nadie debía hacer esas promesa porque no podría cumplirlas.

Y tenía que disimular su agitación si quería que aquel encuentro fuese agradable.

–Hola, Pippa. Siéntate, por favor. ¿Quieres tomar algo?

Estaba pálida, tenía ojeras y parecía más delgada que la última vez que se vieron. Las últimas semanas habían sido más estresantes para ella que para él, pensó, sintiéndose culpable.

–Espero no interrumpir algo importante, pero tenía que verte de inmediato.

Cam tuvo que tragar saliva.

–No, en absoluto. ¿Qué querías decirme?

–Estoy embarazada –dijo ella por fin.

Algo dentro de él se marchitó y murió en ese momento.

Cuando por fin consiguió recuperar la compostura le preguntó:

–¿Estás segura?

Pero él sabía que era así, podía verlo en sus ojos.

–Tan segura como puedo estarlo después de hacerme una prueba de embarazo.

Cam se aclaró la garganta.

–Sabíamos que era una posibilidad.

Pippa asintió con la cabeza, las manos metidas en los bolsillos del abrigo.

–¿Te encuentras bien?

Odiaba parecer tan distante, aunque quería que fuera así. No deseaba la intimidad que dos personas que habían concebido un hijo deberían disfrutar, pero no le hacía ninguna gracia que ella hubiera rechazado su oferta, o más bien su exigencia, de que se mudase a su casa.

Pero aunque no quería ninguna intimidad con ella, tenía que asegurarse de que Pippa tenía el mejor tratamiento médico, además de apoyo económico y emocional. No podía pasarle nada a su hijo. Otra vez no.

Tal vez era su frialdad lo que había hecho que Pippa lo rechazase. Quizá quería algo más. ¿Pero casarse? La idea lo horrorizaba, pero tal vez sería la solución. Una solución práctica. De ese modo, Pippa se beneficiaría y él tendría lo que más anhelaba: un poco de tranquilidad.

–Estoy cansada y preocupada –le confesó ella–. Pero es un alivio saberlo por fin, así podremos tomar decisiones.

–¿Qué tipo de decisiones? –le preguntó él, alarmado.

Pippa se encogió de hombros y Cam deseó que se quitase el abrigo. No quería que se quedase, pero tampoco que se fuera…

–Deberíamos decidir dónde vas a vivir.

–Me niego a hablar sobre mi futuro o el futuro del bebé en una oficina donde a saber quién podría escuchar la conversación. Aún tengo que hacerme a la idea… podríamos hablar más tarde, cuando los dos hayamos tenido tiempo de pensar. Solo he venido a decírtelo.

–No creo que…

–Me da igual lo que creas –lo interrumpió ella–. Si quieres que hablemos de esto, puedes ir a mi apartamento más tarde. Yo me voy a comer… sola. Estaré en casa a partir de las seis.

Quería mostrarse antipática, pero lo que Cam veía delante de él era una mujer intentando ser valiente a pesar de las circunstancias. Estaba nerviosa y angustiada, tanto como él.

No podía presionarla, pensó. Sería absurdo y no valdría de nada, de modo que asintió con la cabeza.

–Estaré en tu apartamento a las seis. No te preocupes por la cena, yo llevaré algo.

Capítulo Siete

 

 

 

 

 

No debería haberle sorprendido encontrar a Cam esperando en la puerta. Pippa miró su reloj, preguntándose si habría perdido más tiempo del habitual mientras volvía a casa andando. Pero no, aún no eran las seis.

Cam tenía el pelo mojado por la lluvia. Estaba muy serio, pero su expresión se suavizó al verla. Incluso podría jurar que veía un brillo de alivio en sus ojos.

–¿Has venido andando? –le preguntó.

Pippa abrió la puerta de su apartamento, que daba directamente a la calle, y se quitó el abrigo, haciéndole un gesto para que hiciese lo mismo.

–¿Has venido andando? –repitió Cam–. Hace un frío terrible.

–Solo son diez manzanas. Ashley me llevó en coche a tu oficina y luego tomé un taxi para ir al restaurante a comer. No tenía sentido tomar otro solo para diez manzanas.

Cam se dejó caer en un sillón. Parecía nervioso.

–Sé que he llegado temprano, pero tal vez entiendas mi impaciencia –dijo Cam–. Tenemos que solucionar este asunto.

–No sé qué quieres decir con eso. No es algo que vayamos a «solucionar».

Él se echó hacia delante, tenso e impaciente.

–Me gustaría saber cuáles son tus planes.

–Acabo de enterarme esta mañana…

–¿Pero vas a tener el bebé?

–Sí –respondió Pippa–. He estado dándole vueltas durante estas semanas y, aunque ahora estoy estresada y asustada, voy a tener a mi hijo.

¿Era un brillo de alivio lo que veía en sus ojos? No era fácil saberlo porque parecía tan abrumado…

Incapaz de soportar la tensión un segundo más, Pippa se levantó.

–No tengo ningún plan. ¿Alguien puede tener un plan para algo como esto? Evidentemente, voy a necesitar tu ayuda. No tengo seguro médico en este momento…

–Tendrás los mejores cuidados médicos –se apresuró a decir él.

–Gracias. Estoy intentando levantar mi negocio y el seguro médico es uno de esos detalles que aún no he logrado solucionar.

–No tendrás que preocuparte por eso. Quiero que tú y nuestro hijo tengáis los mejores cuidados.

Muy bien, tal vez no sería tan difícil. Cam parecía estar tomándoselo muy bien.

–No espero que me mantengas, por supuesto. Que te hagas cargo de los gastos médicos es más que suficiente. Yo tengo algunos ahorros y puedo aguantar con ellos hasta que mi negocio empiece a funcionar.

Lo último que deseaba era que Cam pensara que quería dinero.

–Podemos llegar a un acuerdo amistoso –siguió Pippa–. A algunos hombres no les gusta ir al ginecólogo con sus parejas y no me importa, de verdad. Puedo hacerlo sola.

Lo más curioso era que cuanto más hablaba, más enfadado parecía él.

–Yo quiero estar involucrado en este embarazo, tengo derecho a estarlo.

–Bueno, muy bien. No estoy diciendo que no lo tengas. Pero había pensado que tal vez no querrías.

–Pues te equivocas –dijo Cam.

Pippa suspiró.

–Estoy intentando cooperar, pero tienes que ayudarme. Estás ahí, mirándome con esa cara…

–Siéntate, por favor.