Noche de placer - Barbara Hannay - E-Book
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Noche de placer E-Book

Barbara Hannay

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Beschreibung

Mientras las sombras se alargaban y el sol se derretía tras las colinas, terminaba otro día más para el ganadero Mark Winchester. Pero nada había vuelto a ser igual desde que, seis semanas antes, había sido el padrino de aquella boda en Londres y había conocido a la dama de honor, Sophie Felsham… En la otra punta del mundo, Sophie estaba a punto de hacer la llamada más difícil de su vida. La única noche que había pasado con el duro Mark había terminado en embarazo y había llegado el momento de decirle que iba a ser el padre de su hijo…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Barbara Hannay

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noche de placer, n.º 2182 - septiembre 2018

Título original: The Bridesmaid’s Best Man

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-069-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EMPEZABA a anochecer en el campamento cuando Mark Winchester se apartó del círculo de peones inclinados sobre la hoguera. De espaldas, muy quieto, se quedó mirando las colinas rojas en la distancia.

Los peones se encogieron de hombros lacónicamente. Después de todo, Mark era el jefe, el propietario del rancho Coolabah Waters, y todos sabían que era uno de esos hombres acostumbrado a guardarse los problemas para sí mismo.

Mark metió las manos en los bolsillos del pantalón, alegrándose de que sus peones no pudieran adivinar que estaba pensando en una mujer. Ni él mismo podía creerlo. No le parecía posible estar allí, en sus recién adquiridas tierras, reuniendo el ganado y perseguido por recuerdos de una chica a la que había conocido en Londres seis semanas antes.

El foco de su vida estaba allí, en su ganado, en su rancho, en el imperio que quería levantar en medio de la desierta llanura australiana.

Hasta aquel momento, las mujeres sólo habían sido un pasatiempo agradable en fiestas, en las carreras o durante algún viaje ocasional a la ciudad. Pero, por mucho que intentase olvidar a Sophie Felsham, no podía quitársela de la cabeza.

Incluso ahora, al final de un duro día de trabajo, estaba mirando el cielo pero veía a Sophie como la había visto en Londres la primera vez. Podía verla en la iglesia con un vestido rosa de dama de honor, un ramo de flores en la mano, los ojos grises brillantes y una sonrisa en los labios. Su piel tan blanca y tan limpia como la luna. Y tan suave.

Lo raro era que sólo habían pasado una noche juntos. Cuando se separaron, los dos estuvieron de acuerdo en que aquél era el final. Y, para sorpresa de Mark, lo había dicho como si fuera lo más normal del mundo. Como si una noche de pasión con una preciosa extraña no fuese algo absolutamente extraño para él.

Al día siguiente había vuelto a Australia y no hubo despedidas ni promesas. Los dos acordaron que no tenía sentido hacerlas.

Y así era como debía ser. Resultaba absurdo estar atormentado e inquieto desde entonces.

–¡Jefe!

El grito del joven peón lo devolvió al presente.

–Hay una llamada para usted –gritó el chico, levantando el móvil–. ¡Es una mujer con acento inglés!

El corazón de Mark dio un vuelco. Los peones habían dejado de hablar y el hombre que cosía su silla se detuvo, la aguja de hierro suspendida en el aire. Todos lo miraban con curiosidad.

Mark sabía perfectamente lo que estaban pensando: ¿por qué llamaría una mujer inglesa a su jefe?

También él se hacía esa pregunta.

Y estaba sin aire. Sólo había tenido que oír las palabras «mujer» e «inglés» en la misma frase y una avalancha de adrenalina lanzó su corazón al galope.

Pero no podía ser Sophie. La única persona en Inglaterra que tenía el número de su móvil era Tim y Tim sabía que sólo debía llamarlo en caso de urgencia.

Si una mujer con acento inglés quería ponerse en contacto con él urgentemente tenía que ser la esposa de Tim, Emma. Mark habido ido a Inglaterra para asistir a su boda en calidad de padrino y la semana anterior había recibido un e-mail de la feliz pareja en la que le decían que ya habían vuelto de su luna de miel. ¿Para qué podían llamarlo ahora?

Mark intentó que la alarma no se notase en su cara mientras veía al joven peón correr hacia él con el móvil levantado como si fuera la antorcha olímpica.

Sabía que Emma sólo lo llamaría si hubiera ocurrido algo grave y se le encogió el estómago mientras tomaba el teléfono.

–Tiene una voz muy bonita –le dijo el peón en voz baja–. Muy refinada y…

Una fría mirada lo silenció. Mark le dio la espalda, pero el silencio se había hecho en el campamento. Todos los hombres estaban pendientes de sus palabras.

–¿Sí?

–¿Hola?

La mujer que había al otro lado del hilo parecía nerviosa. Y la conexión era pésima. ¿Se estaría quedando sin batería?

–¿Eres Mark Winchester?

–Sí, soy yo –contestó él–. ¿Eres tú, Emma?

–No, no soy Emma. Soy Sophie Felsham –Mark estuvo a punto de tirar el teléfono–. Supongo que no esperabas mi llamada –siguió ella, nerviosa.

Mark echó un vistazo por encima de su hombro y los hombres que estaban alrededor de la hoguera apartaron la mirada rápidamente.

–No, no la esperaba, la verdad. ¿Ocurre algo?

–Pues… la verdad es que sí.

Una garra de hierro parecía apretar el corazón de Mark mientras se alejaba del campamento.

–¿Le ha ocurrido algo a Tim o a Emma?

–No, no, están bien. En realidad, están fenomenal. Pero me temo que debo darte una mala noticia. Bueno, creo que para ti será una mala noticia.

–¿Qué ha pasado?

–Que voy a tener un niño.

Mark se detuvo de golpe.

Aquello no podía ser verdad.

–Lo siento mucho –se disculpó Sophie, angustiada.

Él respiró profundamente, pero no sabía qué decir.

–¡La cena está lista! –gritó el cocinero.

Los hombres se levantaron y Mark pudo oír el sonido de las botas sobre la tierra, el tintineo de los cubiertos, las risas…

La vida seguía adelante mientras una chica en Inglaterra empezaba a llorar y él se sentía como en una realidad alternativa.

–Pero no lo entiendo –murmuró, alejándose un poco más–. Tomamos precauciones…

–Lo sé –sollozó Sophie–. Pero algo… no sé, no funcionó.

Mark cerró los ojos.

La idea de que él y aquella preciosa dama de honor hubieran creado una nueva vida hacía que le diera vueltas la cabeza.

–¿Estás segura? ¿No hay ninguna posibilidad de que sea un error?

–Estoy absolutamente segura. Fui al ginecólogo ayer.

A Mark le habría gustado preguntarle cómo podía estar segura de que el niño fuera suyo, pero no se atrevía a hacerlo.

–¿Cómo estás? –le preguntó, en cambio–. Quiero decir… ¿te encuentras bien?

–Bueno, regular.

–¿Has podido…? –la conexión se llenó de ruidos estáticos entonces.

–Perdona, no te he oído. Estaba pensando que quizá podría ir a verte… para charlar.

–Sí, bueno… –Mark volvió a mirar alrededor, mareado. ¿La había oído bien? Sophie quería ir a verlo–. Pero es que estoy en medio del campo y no volveré al rancho en una semana. En cuanto vuelva te llamaré desde un teléfono fijo. Entonces podremos hablar tranquilamente. ¿Me has oído? ¿Sophie?

La conexión se había cortado.

Mark soltó una palabrota. ¿Por qué no habían cargado la batería? Se sentía fatal. ¿Pensaría Sophie que había colgado a propósito?

Estaba oscureciendo y el canto de los grillos sonaba a la orilla del riachuelo. La temperatura había bajado como solía ocurrir por las noches en el campo, pero ésa no era la razón por la que estaba temblando.

Un niño.

Iba a ser padre.

De nuevo, volvió a ver a la bonita y simpática Sophie con su vestido rosa, el brillo burlón en los ojos, la sonrisa, su piel blanca, el deseo que había en sus besos…

Sophie iba a ser madre. Y seguramente eso era lo último que deseaba.

«Es la bala que no oyes la que te mata».

Mark sacudió la cabeza. Acordarse de una chica encantadora que vivía al otro lado del mundo era una cosa, pero descubrir que la había dejado embarazada… eso era otra completamente diferente.

¿De verdad pensaba ir a verlo?

¿Sophie, la elegante hija de sir Kenneth y lady Eliza Felsham de Londres, y un vaquero de Coolabah Waters iban a ser padres? Era una locura. Absurdo, imposible.

 

 

Sophie, con una copa de champán en la mano, esperaba que nadie en la fiesta que había organizado su madre se diera cuenta de que no estaba bebiendo. No podría soportar preguntas aquella noche.

No quería pensar en la reacción de sus padres cuando supieran que iban a ser abuelos. Ningún nieto de sir Kenneth y lady Eliza tendría la temeridad de nacer fuera del matrimonio. Además, el padre era un hombre al que apenas conocía, un hombre que vivía al otro lado del mundo y se dedicaba a criar ganado.

Sophie tembló al imaginar la cara de sus padres.

Tarde o temprano tendrían que saber la verdad, pero no aquella noche. Era demasiado pronto y ella se sentía demasiado frágil.

Afortunadamente, su padre charlaba con un director de orquesta vienés y su madre estaba en el sofá, rodeada por un grupo de jóvenes cantantes de ópera que escuchaban con los ojos como platos sus historias sobre la vida tras el escenario del Covent Garden o La Scala.

A su alrededor podía oír botellas de champán siendo descorchadas, brindis y gente haciendo bromas. El salón estaba lleno de sofisticados y elegantes invitados del mundo de la música y Sophie deseó con todo su corazón estar en otro sitio.

Pero su madre había insistido en que fuera.

–Será bueno para tu negocio, cariño. Ya sabes que siempre consigues clientes nuevos después de una de mis fiestas.

Sophie no podía negar eso. Además, aquella semana había sido suficientemente angustiosa como para, además, enfadar a su madre. Por eso había ido. Pero lamentaba su decisión.

Se sentía cansada, enferma y más preocupada que nunca. Y Freddie Halverson, el hombre más aburrido del mundo, se dirigía hacia ella. Sin duda, era el momento de marcharse.

Sophie salió del salón y subió a la habitación que había ocupado hasta los diecinueve años.

Suspirando, dejó la copa de champán sobre una cómoda y, apoyando la mejilla contra el frío cristal de la ventana, miró las siluetas de los tejados de Londres y las calles mojadas por la lluvia. Por enésima vez, intentó imaginar dónde habría estado Mark Winchester aquella mañana cuando lo llamó por teléfono.

En fin, ella no sabía nada sobre vaqueros…

Habían pasado doce largas horas, pero seguía con el corazón encogido. La conversación había sido tan incómoda… aunque Mark no se mostró antipático o grosero.

Casi había olvidado lo amable y lo cálida que era su voz. Una voz que había reverberado en su interior de una forma tan profunda que casi podía imaginarla llegando a su niño, encogido como una diminuta judía dentro de su útero.

Pero la conexión se cortó. Y, después de colgar, Sophie había llorado sin parar durante diez minutos.

Pero estaba decidida a no llorar más. No era la primera mujer en la historia que se encontraba en aquel dilema.

El problema era que no sólo sentía compasión por sí misma sino por Mark. Y por el niño. Pobrecito. Él no había pedido ser concebido por una chica irresponsable y un extraño de sonrisa encantadora. El niño, o la niña, no querría tener unos padres que vivían a miles de kilómetros el uno del otro y que no podrían ofrecerle una familia cariñosa y unida.

Pero ni se le ocurría contemplar la idea del aborto. Había querido decirle eso a Mark, pero la llamada se cortó repentinamente… y ahora se sentía peor que antes.

Desde entonces se preguntaba si esperaba demasiado de Mark Winchester. Después de todo, apenas se conocían y se habían despedido para siempre seis semanas antes. Había intentado olvidarlo, pero…

Sophie dejó escapar un suspiro. Aún podía ver la imagen de Mark con toda claridad. Podía ver sus ojos, de un marrón intenso, oscuro y penetrante. Recordaba muy bien lo alto que era, la anchura de sus hombros, el color bronceado de su piel, su pelo oscuro y brillante, la nariz ligeramente torcida, la barbilla cuadrada.

Recordaba cómo la miraba mientras bailaban en la boda de Tim y Emma, el deseo que le había hecho sentir escalofríos…

Y, por supuesto, recordaba todo lo que había ocurrido después… el roce de sus dedos, el calor de sus labios. Sophie empezó a temblar, como había temblado aquella noche.

Entonces sonó un golpecito en la puerta de la habitación.

–¿Estás ahí, Sophie?

Era Emma, su mejor amiga. Y la única persona que sabía lo del niño.

–Ah, menos mal que eres tú –suspiró ella, abrazándola–. No esperaba que vinieras esta noche. ¿Es que Tim y tú no tenéis nada mejor que hacer?

–No cuando mi mejor amiga tiene problemas –sonrió Emma.

Sophie encendió una lámpara y la luz iluminó una habitación perfectamente ordenada, ahora convertida en cuarto de invitados. Afortunadamente, ningún invitado iba a quedarse a dormir esa noche.

–¿Has hablado con Mark?

–Sí –suspiró Sophie–. Pero prácticamente no hemos podido hablar. La conexión se cortó enseguida.

–¿Cómo se ha tomado la noticia?

–No estoy segura. Bueno, se quedó muy sorprendido, claro.

–Es comprensible –asintió Emma, sentándose en la cama–. Pobre hombre, se habrá llevado un buen susto.

–Sí –Sophie se dejó caer sobre el asiento de la ventana, recordando la angustia que sintió el día anterior, cuando el ginecólogo le confirmó que estaba embarazada.

En el siglo XXI, supuestamente una chica no debería llevarse esas sorpresas… Sophie hizo una mueca. Podía imaginar la charla de su padre.

–Anímate, Sox.

Sox. Así era como solía llamarla su amiga de la infancia. Sophie tuvo que sonreír. Ya pensaría en sus padres más tarde.

–Supongo que fue una tontería llamar a Mark mientras estaba en el campo. Ahora tengo que esperar una semana hasta que vuelva a su casa para hablar con él.

–¿Qué esperas que te diga? –preguntó Emma.

Sophie, incapaz de contestar, empezó a jugar con el colgante que su amiga le había regalado por ser dama de honor en su boda.

–No lo sé.

–¿Esperas que te pida que te cases con él?

–No, por favor.

Podía haber sido tan tonta como para quedarse embarazada, pero no era tan ingenua como para creer en cuentos de hadas.

–No es la mejor solución, ¿verdad?

–¿Casarme con un hombre al que he visto una sola vez? No, claro que no. Pero tengo que saber qué piensa. Por ejemplo, si querría ver al niño, si… –Sophie no pudo terminar la frase y Emma se levantó para abrazarla.

–No te preocupes, todo saldrá bien. Te sentirás mejor una vez que hayas hablado con Mark. ¿Dónde has dicho que estaba?

–No lo sé, en el campo.

–No es fácil imaginar a Mark Winchester como un vaquero, ¿verdad? –sonrió Emma–. Estaba tan guapo el día de la boda… Y muy elegante.

–Sí –asintió Sophie–. Ése es el problema, que era demasiado guapo y demasiado elegante. Tenía mucha presencia. Pero yo no estaría metida en este lío si no hubiera sido tan guapo.

–O si Oliver no fuera un cerdo –dijo Emma.

–¿Lo sabías? –preguntó Sophie, sorprendida.

–¿Que estuviste tonteando con Mark para demostrarle a Oliver Pembleton que ya no te interesaba? Pues claro. Te conozco bien y sé que tú no eres de las que va tonteando por ahí. Pero entiendo que lo hicieras con Mark Winchester. Además, ver cómo se lucía Oliver con su prometida era insufrible.

Sophie asintió con la cabeza. Emma entendía lo humillada que se había sentido cuando Oliver apareció en la boda del brazo de su elegante heredera… que lucía el anillo de zafiros y diamantes que debería haber sido para ella.

Prácticamente todo el mundo sabía que Oliver la había dejado plantada. La mayoría intentaban no mostrarse compasivos, pero Sophie podía sentir todas las miradas clavadas en ella. Y era algo asfixiante.

–Sigo furiosa con mi madre por invitar a Oliver a mi boda –dijo Emma–. Cuando rompió contigo debería haberlo borrado de la lista. Y, además de ir él, consiguió una invitación para su novia.

–Pero ésa no es excusa para quedarme embarazada de un desconocido –suspiró Sophie–. No es algo que pueda explicarles a mis padres. O a mi hijo en un futuro.

En realidad, no podría explicarle a nadie que para vengarse de Oliver había terminado quedándose embarazada de Mark Winchester.

Pero en cuanto miró los ojos de Mark Winchester, Oliver desapareció de su cabeza. Se había sentido cautivada por el atractivo magnético de aquel australiano. Había sido como salir de un mal sueño, como si sus sentidos despertasen a la vida por primera vez.