Noche mágica - Julianna Morris - E-Book

Noche mágica E-Book

Julianna Morris

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Beschreibung

Julia necesitaba que el jeque Raoul Oman la olvidara. Después de su corto aunque intenso romance, el jeque se había quedado impresionado con ella, y ahora que tenían que trabajar juntos, estaba empeñado en continuar lo que habían empezado. Ella trataba de desanimarlo de todas las maneras posibles, aunque no era eso lo que le pedía el corazón... ¿Qué pasaría cuando descubriera que estaba embarazada...?

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Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Harlequin Books, S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Noche mágica, n.º 1344 - julio 2014

Título original: Last Chance for Baby

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4651-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

UN banco de esperma. No podía creerlo. Kane Haley se frotó las sienes y se preguntó por enésima vez cuál de las mujeres de la empresa estaba embarazada de él.

No había imaginado la posibilidad de una complicación como aquella. Había donado esperma al banco para ayudar a un amigo, pero todo había acabado en desastre. Kane tenía buenas razones para estar enojado por el error de la clínica de reproducción asistida Lakeside y al recordar sus palabras volvió a sentir irritación.

Al preguntar por la identidad de la mujer, le habían contestado que no podían dársela porque debían proteger la intimidad de la desconocida. Sin embargo, no parecían estar tan preocupados por su propia intimidad y por sus derechos; lo habían convertido en padre por error y ni siquiera sabía quién iba a ser la madre de su hijo. Ya se había puesto en contacto con un abogado para que resolviera la situación, pero mientras tanto se estaba volviendo loco.

Se recostó en su asiento y pensó en las mujeres que trabajaban en Kane Haley Inc que se encontraban en edad de tener hijos.

Imaginaba que no era Sharon, una de las ayudantes de contabilidad de la empresa, porque no parecía muy lógico teniendo en cuenta que mantenía una apasionada relación con un cliente, Jack Waterton. Pensó en otros nombres, incluida Jennifer Holder, pero su embarazo no encajaba en el tiempo con lo que había sucedido.

Por otra parte, no tenía ninguna seguridad de que Lauren Mitchell estuviera embarazada. Al pensar en ella y en Rafe Mitchell, sonrió. Rafe era su director de adquisiciones y fusiones, y con Lauren había descubierto que tener una esposa era mucho más complicado que cualquiera de los trabajos que había realizado para Kane Haley Inc en Chicago.

Pero si no era Sharon ni Jennifer ni Lauren, no tenía la menor idea de quién podía ser.

Gimió, abrió el cajón superior de su escritorio y sacó un frasquito con aspirinas. Se tomó dos y se dirigió a la puerta de su despacho. Hasta entonces nunca había pensado en la enorme cantidad de mujeres embarazadas que había en el mundo. Ni en que muchas de ellas trabajaban para su empresa.

Capítulo 1

Estarás libre esta tarde? –preguntó Maggie Steward, la asistente administrativa del presidente de la empresa.

Julia, de veintisiete años, sonrió.

–¿Por qué lo preguntas?

–El nuevo director financiero llega hoy. Se llama Raoul Oman. Lo conociste en la conferencia de Washington, en junio. ¿No lo recuerdas? Kane tiene que asistir a una reunión y ha preguntado si podrías acompañar al señor Oman.

Julia palideció. Recordaba perfectamente al jeque Raoul Oman. Tenía su recuerdo grabado en la memoria y de forma instintiva se llevó una mano al vientre. El malestar matinal que llevaba sufriendo durante todo el embarazo amenazaba con ir en aumento, así que respiró profundamente varias veces e intentó tranquilizarse.

–Oh, veo que lo recuerdas... –dijo Maggie.

–Sí.

Julia no esperaba volver a ver a Raoul. La sorpresa de su aparición era más de lo que podía asumir en aquel momento, por no mencionar la vergüenza y la culpabilidad que sentía.

Maggie clavó la mirada en el redondeado vientre de Julia y preguntó:

–¿Te encuentras mal?

La mayor parte de los compañeros de trabajo de Julia no sabían nada de su embarazo. El bebé tenía poco peso, y a pesar de que estaba embarazada de siete meses, lo había podido disimular bastante bien hasta entonces.

–No, estoy bien –respondió.

Naturalmente era mentira, pero no quería dar más explicaciones. Sin embargo, sus sobresaltos no habían terminado. Justo entonces vio que Kane Haley la estaba mirando desde la entrada de su despacho. Se había estado comportando de forma extraña durante los últimos meses, pero dado que era el presidente de la empresa, podía hacer lo que quisiera.

Apartó la mano de su vientre y añadió:

–Estaré encantada de acompañar al señor Oman.

Después, se dirigió a su despacho en la planta dieciséis del edificio y permaneció un buen rato sentada, pensando. Sus planes estaban a punto de venirse abajo y no había nada que pudiera hacer al respecto.

El teléfono del despacho de Julia sonó. La joven apartó de buena gana su comida, consistente en unas galletas, y contestó la llamada.

–¿Dígame?

–Hola, soy Trudy, de recepción. Me han dicho que te llamara cuando llegara el señor Oman.

–Sí, gracias. Bajaré inmediatamente.

–Muy bien, se lo diré.

La voz de Trudy sonó algo alterada, pero a Julia no le extrañó. Con toda seguridad, una simple mirada del jeque habría conseguido que se derritiera en su asiento. Aquel hombre tenía un inmenso atractivo.

Se miró en un espejo y se arregló un poco el cabello; no quería parecer atractiva, sino agradable y profesional. Acto seguido, se dirigió al ascensor, entró, pulsó el botón de la primera planta y segundos después se encontró en su destino.

Raoul estaba de espaldas. Al verlo, Julia sintió una náusea, pero consiguió controlar su malestar.

–Jeque Oman –dijo, con voz calmada–, bienvenido a Kane Haley Inc.

El jeque se giró con la elegancia de un felino y arqueó una ceja al verla.

–Como ya sabes, no utilizo mi título de jeque en Estados Unidos.

Julia lo sabía de sobra. Y también sabía que nada podía cambiar lo que era: un miembro de la Casa Real de su país y el padre del bebé que llevaba en su vientre.

En cualquier caso, no supo si el estremecimiento que sentía se debía a su paternidad o al recuerdo de lo que había sentido con él. Nunca había pretendido perder el control durante su breve pero apasionada aventura; sin embargo, él se las había arreglado para obtener su completa rendición en un dormitorio.

El placer había sido extraordinario, pero Julia pensó que no se podía vivir solo de placer. Además, el jeque le había demostrado que no estaba acostumbrado a tratar a las mujeres como iguales; ni siquiera en la cama.

–Kane está reunido y me ha pedido que te acompañara y te enseñara el lugar.

Raoul sonrió.

–Sí, ya me lo ha contado. De hecho fui yo quien sugirió que tú lo sustituyeras.

–Oh...

La esperanza de Julia de que el jeque hubiera olvidado su apasionada aventura, se desvaneció. Lo recordaba todo. Era evidente por el brillo de sus ojos oscuros. Y también parecía recordar que ella había puesto fin a la relación y a la pasión que habían compartido.

–Kane no sabía que tú y yo mantuvimos... una relación. Pensé que lo habrías mencionado.

Julia notó el asombro de Trudy, que los estaba escuchando. La recepcionista siempre había sido muy romántica y soñadora y le encantaban ese tipo de historias. Además era muy cotilla, aunque nunca de un modo cruel.

–Kane es el presidente de la empresa y solo hablo con él de cuestiones profesionales –explicó, incómoda–. No se me ocurriría hablarle de personas que he conocido en... conferencias de negocios.

–Ah, comprendo –dijo él, con cierta ironía.

Los ojos de Raoul brillaron con humor. Tenía una mirada muy expresiva y era obvio que se estaba riendo de ella.

–Bueno, ¿empezamos con el recorrido?

–Adelante.

Julia se giró en redondo y comenzó a explicar la distribución de las plantas que la empresa había alquilado en el edificio. Sin embargo, conocía a Raoul lo suficiente como para saber que no necesitaba explicación alguna sobre Kane Haley Inc., porque era la típica persona que habría investigado toda la contabilidad de la compañía antes de aceptar el puesto como director financiero.

La joven estuvo a punto de sonreír. Con toda probabilidad, Kane Haley se habría sentido como si fuera él quien estaba siendo entrevistado para conseguir un empleo. Pero también sabía que a Kane le habría parecido divertido.

Ya habían terminado de visitar el piso catorce cuando se detuvieron frente a los ascensores. Raoul sugirió que siguieran por la escalera, y como Julia no quería confesarle que estaba embarazada y que no le convenía realizar esfuerzos, afirmó que las escaleras solo estaban para emergencias.

Estaba muy nerviosa y su nerviosismo empeoró cuando entraron en el pequeño recinto del ascensor. En cuanto se cerraron las puertas, Raoul pulsó el botón de parada.

–Ha pasado mucho tiempo, cariño –dijo con voz suave.

–No tanto, solo dos o tres meses –afirmó.

Julia sabía muy bien cuánto tiempo había pasado, pero quería comportarse como si no le importara.

–Más de seis meses –corrigió él–. El pasado junio fue precioso.

–Será mejor que nos pongamos en marcha. Alguien podría pensar que el ascensor está estropeado.

–No. Solo pensarán que es lento.

–Raoul...

–Me encanta que recuerdes mi nombre.

–Lo recuerdo –confesó, ruborizada.

–Yo también. En realidad recuerdo muchas cosas.

–Por favor, Raoul, fue bonito pero ya pasó.

Julia se sintió muy culpable. Había provocado que su relación fuera temporal. Sin embargo, también había hecho algo de lo que no podía sentirse nada orgullosa: hacer lo posible, deliberadamente, para quedarse embarazada de él.

La joven se había intentado justificar diciéndose que no tendría muchas más posibilidades de quedarse embarazada, pero sabía que eso era falso a pesar de su problema de endometriosis. No siempre producía esterilidad, y en cualquier caso, tenía muchos años por delante.

–Lo sé. No fui yo quien decidió que lo nuestro fuera temporal. La decisión la tomaste tú –declaró él.

Raoul ya no parecía divertido, sino enojado. Julia se dijo que tendría que haber imaginado que reaccionaría de ese modo, y pensó que a muchos hombres les gustaba tener el control. Precisamente por eso no había querido profundizar la relación con el padre del bebé que esperaba.

De todas formas tenía experiencia con los hombres dominantes. Su padre era militar y estaba acostumbrada a ello.

–Tenemos que marcharnos –insistió–. Vamos, Raoul...

–Tenemos que hablar, Julia.

Raoul la miró y se preguntó por qué habría querido romper su relación con tanta rapidez. Aquella mujer lo fascinaba y lo excitaba de tal modo que no había podido evitar la tentación de detener el ascensor. Además, no quería que nadie de la empresa notara la evidente respuesta física que había provocado su atracción por Julia.

–No tenemos nada que hablar –espetó.

–¿Nada? –preguntó, sinceramente asombrado–. Tal vez puedas explicarme por qué me diste un número de teléfono falso.

–¿Eso hice?

–Sabes muy bien que lo hiciste. El número era de una lavandería, y aunque la encargada fue muy amable, yo no quería hablar con ella. Quería hablar contigo.

–Podrías haber llamado a la empresa para que te dieran el número.

–¿Para qué? Era evidente que no querías hablar conmigo y preferí respetar tus deseos. Pero ahora me pregunto si fue una decisión acertada. Te estás comportado de forma muy evasiva, Julia.

–Ya te he dicho que...

–Sí –la interrumpió, con impaciencia–. Me has dicho muchas cosas. Y prefiero olvidar algunas.

–Eso es muy arrogante.

–¿No es lo que esperabas? Se supone que los jeques lo somos.

–Tú no eres arrogante por eso. Lo eres por...

No terminó la frase. No quería internarse en caminos peligrosos.

–Creo que no tienes muy buena opinión de los hombres.

–No estaba pensando necesariamente en tu sexo. Aunque, en ciertos sentidos, impresiona –dijo, mirando la entrepierna del jeque.

Julia siempre había sido dulcemente agresiva, y también imprudente, pero a Raoul le encantaba.

–Sigo sin entender por qué quisiste mantener una relación tan corta. No parece propio de ti.

–¿Ah, no?

–No. Tú no eres promiscua, querida. Dudo que tengas muchos encuentros superficiales.

–Eso es ridículo. No sabes nada de mí ni de mi vida amorosa.

Raoul sonrió.

–Puedes estar segura de que los hombres sabemos distinguir a una mujer que no ha mantenido relaciones en mucho tiempo. Hay una cierta duda en su cuerpo cuando...

–Olvídalo, no importa –lo interrumpió, más ruborizada que nunca.

Raoul había acertado de lleno y no podía permitir que se diera cuenta. Si lo hacía, llegaría a la evidente conclusión de que el niño que esperaba era suyo.

Pensó que tal vez debía contárselo. O dejar el trabajo y abandonar la ciudad. Pero le gustaba trabajar en Kane Haley Inc, y por otra parte, era una gran profesional. Ganaba mucho dinero y tenía muchos amigos en Chicago. La idea de marcharse de allí no le agradaba, sobre todo cuando estaba esperando un niño.

De repente, él se puso serio y apartó la mano del botón de parada.

–Tienes razón. Si nos quedamos mucho tiempo aquí, la gente empezará a sospechar.

Raoul tomó una actitud tan distante como si hubieran estado hablando sobre el menú del día de algún restaurante cercano, en lugar de hacerlo sobre sus pasadas relaciones amorosas. Pero Julia aprovechó la situación y se apresuró a pulsar el botón del piso quince.

El paseo por la planta fue razonablemente bien, y cuando llegaron al piso dieciséis, él seguía sin intención aparente de reanudar la conversación. Pero cuando pasaron por delante de su despacho, la joven se sorprendió mucho al ver que Kane estaba dentro.

–¿Ocurre algo? –preguntó ella.

–Mi reunión ya ha terminado. ¿Qué tal ha ido la visita, Raoul?

–Bien. Julia me ha dado mucha información.

–Bien. Excelente. Me alegro.

Raoul arqueó una ceja. Se conocían desde hacía años y los dos hombres habían desarrollado una relación de amistad, pero nunca había visto a Kane tan distraído.

Cuando Kane lo llamó para ofrecerle un puesto directivo en su empresa, Raoul no lo dudó. En gran medida, la joven rubia y esbelta que estaba a su lado era responsable de su decisión. Lo fascinaba, lo disgustaba y lo frustraba al tiempo. Por una parte, apreciaba el hecho de que no hubiera querido mantener una relación larga con él; pero por otra, le intrigaban sus motivos.

–Bueno, Kane, supongo que tendrás cosas de las que hablar con Raoul, así que volveré a mi trabajo –declaró Julia.

Kane la miró con interés y preguntó, sin hacer caso alguno a lo que su empleada acababa de decir:

–¿Qué tal te encuentras últimamente?

–Bien –respondió, confusa.

–Alguien me ha mencionado que te has mareado varias veces...

Julia se sobresaltó y Raoul notó que se llevaba una mano al vientre.

–Sí, bueno, siempre me encuentro un poco rara después de las navidades. Ya sabes, toda esa comida... Pero estoy bien. Solo he ganado unos cuantos kilos.

–Sí, supongo que sí –dijo Kane.

El jeque frunció el ceño, sin entender a dónde quería llegar su amigo. Él también había notado que la figura de Julia era más exuberante que de costumbre y por tanto más atractiva, pero por lo demás estaba claro que se encontraba bien.

Raoul se volvió hacia la joven y dijo:

–Bueno, te veré esta noche para ir a cenar. Te agradezco mucho tu oferta de llevarme a un restaurante para introducirme en la gastronomía de Chicago.

Julia entrecerró los ojos. Las cosas iban de mal en peor. La trampa que le acababa de tender Raoul era casi perfecta, porque no podía rechazar la cena delante de Kane. Sin embargo, tampoco podía dejar que se saliera con la suya.

–Es una idea excelente –intervino Kane–. Pero yo tengo una mejor: los dos seréis mis invitados.

Julia miró a Raoul y supo de inmediato que estaba tan confundido como ella.