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Bianca 3011 Una petición escandalosa que resultó en una semana de pasión. A Alejandro Corderó su amigo Luca le había pedido dos cosas en el banquete de su boda: que entretuviera a su cuñada, Sienna Thornton-Rose, y que se abstuviera de intentar seducirla. Debería haber sido una tarea sencilla, pero cuando posó sus ojos en la hermosa Sienna, Alejandro se dio cuenta de lo peligrosamente tentadora que era. Tras su ardiente primera vez con Alejandro, Sienna, que no podía quitárselo de la cabeza, viajó hasta Barcelona para pedirle que volviera a hacerle el amor. Lo que no se esperaba era que Alejandro le propusiera que se quedara una semana con él. ¡Una semana entera! Tras años bajo la sombra de su controladora madre, Sienna sintió que era su oportunidad de sentirse libre y hacer lo que quisiera. El problema era que pronto descubriría que siete noches de pasión con Alejandro no serían suficientes para ella.
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Seitenzahl: 177
Créditos
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Clare Connelly
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Noches de pasión prohibida, n.º 3011 - junio 2023
Título original: Forbidden Nights in Barcelona
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411417976
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Celebración de la boda de Oliva y Luca
Alejandro, necesito tu ayuda.
Alejandro se volvió hacia su amigo Luca. Aunque Olivia y él habían contraído matrimonio hacía meses, sonreía como un recién casado. Se habían casado por la iglesia, allí, en Italia, con la sola presencia del sacerdote y la abuela de Luca, y ahora habían querido renovar sus votos acompañados por sus familiares y amigos. De hecho, había tanta gente que parecía como si hubieran invitado a todas las personas que habían conocido a lo largo de su vida.
Entre tantos invitados elegantes, Alejandro llamaba la atención. Y no porque no fuese bien vestido, que lo iba, sino por quién era: un hombre que había salido de la pobreza gracias a su esfuerzo y a su ingenio y que no se avergonzaba de sus orígenes. De hecho, torcía los labios con desprecio cuando tenía delante a un miembro de la élite europea, esas personas de familia adinerada que no tenían ni idea de lo cruel que podía ser la vida.
–Necesito que me eches una mano con la hermana de Olivia, Sienna.
Los ojos azules de Alejandro siguieron la mirada de su amigo hasta posarse en una joven que estaba a unos metros de ellos, sola, observando a la gente a su alrededor. Para ser hermana de Olivia Thornton-Rose, no podría ser más distinta de ella. Mientras que la esposa de Luca era rubia, esbelta y delgada, Sienna tenía el cabello cobrizo, como las mujeres de los cuadros de Tiziano, una figura curvilínea y era más bien bajita. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Alejandro la recorrió con la mirada.
–¿Quieres parar? –lo increpó Luca.
Alejandro apartó la vista de ella y lo miró.
–Bueno, ¿y qué es lo que quieres que haga? –le preguntó.
–Verás, es que… Olivia adora a Sienna; siempre está pendiente de ella.
Alejandro enarcó una ceja.
–Pues a mí me parece que ya es mayorcita como para cuidarse sola.
–Puede ser. Pero es que me gustaría que Olivia disfrutara de la celebración, y no quiero que en vez de eso ande preocupándose por su hermana.
Alejandro volvió a mirar a la pelirroja y sintió una cierta curiosidad. Su tez era blanca como el alabastro y sus ojos tan verdes que parecían esmeraldas pulidas. Tenía una leve sonrisa en los labios, pero en su mirada había tristeza y dolor. Conocía esas emociones lo bastante como para reconocerlas.
–¿Y qué puedo hacer yo para ayudar? –le preguntó a Luca.
–Asegurarte de que lo pase bien.
Alejandro enarcó una ceja.
–¿Te refieres a…?
–¡Por supuesto que no! –contestó Luca con fiereza–. ¿Por quién me tomas?, ¿por un chulo? Es más, te prohíbo que la toques siquiera –dijo levantando una mano en señal de advertencia–. No es como tus conquistas de una noche, así que ni se te ocurra. Además, no es tu tipo.
Alejandro se acarició la barbilla.
–¿Me lo prohíbes? –murmuró divertido. Se mordió la lengua para no apuntar que el fruto prohibido siempre sabía más dulce.
–Sí. Solo te pido que rescates a Sienna de su espantosa madre, Angelica.
Alejandro esbozó una sonrisa cínica.
–¿Qué tiene de espantosa? –inquirió, girando la cabeza hacia el lugar donde estaba la suegra de Luca.
Era una mujer muy hermosa, que aparentaba menos edad de la que tenía y que era muy consciente de su atractivo.
–Explicártelo llevaría su tiempo.
–Y supongo que estás ansioso por volver junto a la novia.
–Junto a mi esposa –lo corrigió Luca, sonriendo de oreja a oreja. Vaciló un momento, como si estuviese sopesando algo delicado, y luego, inclinándose hacia él y bajando el tono, aunque ninguno de los invitados estaba tan cerca como para oír su conversación, añadió–: Angelica no ha dejado de meterse con Sienna desde esta mañana. Hasta ahora Olivia se ha mordido la lengua, pero me temo que, si Angelica vuelve a hacerlo una vez más, mi dulce y amable esposa se convertirá en un dragón furioso que empezará a escupir fuego a diestro y siniestro.
–¿Y eso sería malo? –inquirió Alejandro con sorna.
–Bueno, la verdad es que a Angelica no le vendría mal que la pusieran en su sitio –contestó Luca. Luego suspiró y murmuró–: Pero Olivia es tan buena que después se odiaría por haberlo hecho. Por eso necesito que mantengas a Sienna lejos de su madre para que Olivia no pierda los estribos.
A Alejandro nadie le importaba tanto como Luca, ni había nadie en quien confiara tanto como en él. Además, Luca era la única persona que lo comprendía de verdad. Sabía cómo había sido su vida anterior, sabía acerca de su madre, de la profesión que había tenido, de su muerte. También sabía por qué era un experto en peleas callejeras: porque había tenido que aprender a defenderse para sobrevivir.
–Está bien –accedió finalmente, aunque de mala gana. No le apetecía nada hacer de niñera.
–Gracias –le dijo Luca con una sonrisa de alivio.
–No hay de qué; creo que me las apañaré –respondió él.
Al fin y al cabo no serían más que unas horas. ¿Qué podría salir mal?
TIENE cara de estar pensando que preferiría estar en cualquier parte antes que aquí.
Sienna contrajo el rostro, disgustada consigo misma. ¿Tanto se le notaba? Tenía toda la intención de negarlo, por supuesto, pero cuando se volvió hacia su interlocutor se quedó sin palabras. No era que nunca hubiera visto a un hombre apuesto, pero ese adjetivo se quedaba corto para describir al hombre que tenía ante sí.
Sus ojos eran de un azul muy claro, sus facciones perfectamente simétricas, su mandíbula recia, como esculpida con martillo y cincel, y su cabello de un tono castaño oscuro y ligeramente ondulado.
–A mí tampoco me gustan las bodas –comentó él con una media sonrisa.
Los ojos de Sienna descendieron a sus labios y el estómago le dio un vuelco.
–¿No habla inglés? –probó él de nuevo.
A pesar de los nervios, Sienna logró esbozar una sonrisa.
–Pues claro que sí.
–Entonces, ¿es tan diplomática que no quiere criticar la boda?
–No, es que… es la boda de mi hermana –dijo ella señalando a Olivia, que estaba bailando con Luca –. Me alegro mucho por ella.
–Ya se nota.
Sienna parpadeó antes de echarse a reír. Cuando él bajó la vista brevemente a su escote, se sintió acalorada.
–¿Siempre es tan directo?
–Sí.
–¿En serio?
–¿Qué se supone que debería hacer sino? ¿Mentir?
–No, pero a veces decir la verdad no se considera apropiado.
–Pues la verdad es que a mí me da igual lo que se considere o no apropiado –contestó él encogiéndose de hombros.
Sienna se rio de nuevo.
–¿Viene por el novio o por la novia? –le preguntó.
–Por el novio. Luca es mi mejor amigo.
–¿Y cómo es que no ha hecho de padrino?
–Vaya… Veo que no soy el único que no se anda por las ramas.
–¿Acaso se trata de un secreto?
–No, claro que no.
–¿Y entonces?
–Como he dicho, no me gustan las bodas. Habría sido hipócrita que hubiera tomado parte en la ceremonia. Además, no creo en el matrimonio. Ni lo respeto como institución, ni veo que sea una necesidad. Por eso rehusé educadamente cuando Luca me pidió que fuera el padrino.
Sienna ladeó la cabeza.
–¿Cómo ha dicho que se llamaba?
–No se lo he dicho.
–Además de directo, veo que se toma las cosas de un modo literal –apuntó Sienna.
La sonrisa que se dibujó en los labios de él le provocó mariposas en el estómago.
–¿Me está preguntando mi nombre, señorita? –murmuró.
–Supongo que sí –contestó Sienna con picardía.
–Alejandro –dijo él finalmente.
De modo que era extranjero… ¿Tal vez español? Eso explicaría el ligero acento que tenía.
–¿Y usted es…?
–Sienna. Me llamo Sienna.
–Sienna… –repitió él.
Las mariposas revolotearon de nuevo en su estómago al oírle decir su nombre con ese sensual acento.
–Y dime, Sienna: ¿quieres bailar? –le propuso él, tendiéndole la mano.
Ella tragó saliva y lanzó una mirada a las parejas que giraban fuera al son de la música. El hotel había convertido el patio, al que se salía por unas puertas cristaleras abiertas de par en par, en una pista de baile. Habían decorado con lucecitas blancas el emparrado, y las flores de jazmín que colgaban de él llenaban el aire nocturno con su aroma.
–¿Bailar?
Para bailar hacía falta gracia y coordinación, y eran dos cosas de las que ella carecía.
–No es tan difícil –le susurró él, inclinándose hacia su oído–. Puedo enseñarte.
Se había dado cuenta, pensó Sienna, muerta de vergüenza. Se había dado cuenta de lo nerviosa que estaba. «Solo tienes que ser tú misma», le había aconsejado Olivia esa mañana. En vez de animarla, esas palabras la habían hecho sonreír con sorna. Si fuera ella misma, habría ido a la boda en vaqueros y se habría llevado a su perro, Starbuck.
–Es que yo… no bailo –murmuró.
–¿No te gusta bailar?
A decir verdad, no estaba segura. En los bailes del instituto siempre se había quedado junto a la pared, mirando y tomando sorbitos de su refresco, rogando por que nadie se fijara en lo incómoda y fuera de lugar que se sentía.
Intentó buscar una excusa para marcharse, y como no se le ocurría nada señaló hacia donde estaba su amiga Gertie, que estaba charlando con otras personas.
–No, es que debería volver con… –comenzó a balbucir.
Pero antes de que pudiera terminar la frase, él tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella. Fue algo tan inesperado y tan íntimo que se le cortó el aliento.
–Ven y baila conmigo. Solo una canción –la instó él.
Sienna tragó saliva.
–Está bien –accedió finalmente–. Pero luego no me eches la culpa si acabas con dolor de pies porque te he pisado una y otra vez.
–Hecho –respondió él con una sonrisa.
Y cuando se llevó su mano a los labios y le besó los nudillos, un cosquilleo delicioso recorrió la espalda de Sienna.
Sienna no había exagerado al decir que no se le daba bien bailar, pero mientras bailaban, cada movimiento hacía que sus cuerpos se rozasen, y para Alejandro estaba siendo un tormento. Sus pechos eran tan voluptuosos que se moría por desnudarla, por rodearlos con sus manos y admirarlos, por tomar sus pezones con la boca y…
«Sienna no es como tus conquistas de una noche»… Alejandro apretó los dientes, irritado, y giró la cabeza hacia el otro extremo de la pista, donde los novios estaban bailando. Luca solo estaba pendiente de Olivia; no estaba vigilándolo para asegurarse de que se comportaba. «Porque se fía de ti», apuntó su conciencia. ¿Y qué?, se dijo. Tampoco era que estuviese pensando hacer nada que fuera a traicionar su confianza…
No, Sienna no se parecía en nada a las mujeres con las que salía, pero tenía algo que provocaba en él una atracción irresistible. Esas pecas adorables que salpicaban el puente de su nariz… ¿las tendría también en alguna otra parte de su cuerpo?, se preguntó excitado. Luego se fijó en sus pestañas, que eran pelirrojas, como su cabello. ¿El vello que cubría su sexo tendría el mismo color?
Maldijo para sus adentros. Lo estaba volviendo loco que Sienna le estuviese vedada, pero siempre se había preciado de su capacidad de autocontrol, y se negaba a sucumbir a la tentación. Sobre todo cuando Luca había sido tan explícito.
–Tienes que relajarte –le dijo a Sienna, a pesar de que él estaba cada vez más tenso por el deseo–. Siente la música; déjate llevar por ella.
–Creo que me sería más fácil relajarme si no parecieras un dios del Olimpo, o una estrella de Hollywood –le dijo ella sonrojándose.
¿Por qué lo complacía tanto aquella confesión? Sabía muy bien que las mujeres lo encontraban atractivo, pero aquel sencillo cumplido y que la irritara sentirse atraída por él hicieron que le entrasen ganas de picarla.
–¿Bailar con un dios no está entre las cosas que quieres hacer antes de morir? –inquirió, pegándose un poco más a ella.
Un gemido ahogado escapó de los labios de Sienna, y se preguntó cómo sería oírla gemir al alcanzar el orgasmo, oírla gritar su nombre… Maldijo en silencio al notar que la entrepierna del pantalón se le estaba poniendo tirante.
–Pues aunque te sorprenda, la verdad es que no –respondió ella, equivocándose de paso una vez más.
–Relájate –le recordó él. Y, al ver que seguía tensa, la tomó de la barbilla para mirarla a los ojos–. No apartes la mirada –le susurró.
Dejó caer la mano y volvió a ponerla en la cadera de Sienna para hacer que se moviera con él al ritmo de la música. El vestido de dama de honor que llevaba era excepcionalmente bonito. Se había fijado cuando había entrado en la iglesia, detrás de su hermana. Al contrario que otras bodas a las que había asistido, en las que la novia intentaba eclipsar a sus damas de honor haciendo que llevaran un diseño espantoso, estaba claro que Olivia había escogido un vestido que le sentara realmente bien a su hermana. Era perfecto para ella, desde el color, un verde esmeralda que resaltaba sus misteriosos ojos, hasta la tela, un material vaporoso que insinuaba sus voluptuosos senos y se ceñía amorosamente a su cintura, y que hacía que la falda cayese como flotando hasta sus rodillas.
Alejandro se moría por levantarle el vestido y palpar sus nalgas; se moría por… ¡Dios!, estaba fatal… Luca lo mataría si hiciera lo que se le estaba pasando por la cabeza.
–Esto se te da muy bien –dijo Sienna, sacándolo de sus pensamientos.
–¿Bailar?
–Cautivar a las mujeres con tu encanto personal.
La sinceridad de Sienna le hizo sonreír.
–¿Y contigo lo he conseguido?
–¡Ay, no me preguntes eso! Resulta aún más embarazoso si no era lo que pretendías.
Alejandro se rio y Sienna dejó de bailar y se quedó mirándolo. Sus labios carnosos y sonrosados parecían estar pidiendo un beso. Y no un simple beso, sino uno ardiente y apasionado.
–Solo sé que estoy bailando con una joven preciosa –respondió, encogiéndose de hombros.
Sienna palideció, dejó caer las manos y retrocedió, apartándose de él.
Era como si la Sienna vivaz y espontánea se hubiese desvanecido de repente, y Alejandro se quedó aturdido.
–Discúlpame –balbució Sienna con una sonrisa tirante–. Debería ir a atender a mis tías.
Y antes de que él pudiera comprender qué había ocurrido se alejó, abriéndose paso entre la gente con la espalda bien recta, como si tuviese algo que demostrar.
PRECIOSA? Sienna echaba chispas cuando salió del restaurante y se alejó hacia la orilla del Tíber, que fluía lentamente bajo la luna llena. Hasta ese momento Alejandro casi la había engañado. Se había creído su numerito de seductor. Y había creído que de verdad quería bailar con ella. Había creído que la veía tal y como era. Y ella no era preciosa.
No era que estuviese siendo demasiado crítica consigo misma; solo sincera. Desde un punto de vista objetivo, era fácil afrontar la realidad cuando tu madre era Angelica Thornton-Rose y tu hermana Olivia. Era imposible albergar falsas esperanzas con respecto a su aspecto físico que pudiese atraer a ningún hombre. Ella era el patito feo entre dos cisnes gráciles y elegantes. Hacía tiempo que había dejado de soñar con una transformación mágica que la convirtiera en cisne a ella también. Jamás lo sería y no necesitaba que la halagasen con mentiras.
Se quedó mirando el río y trató de serenarse, de poner los pies en el suelo, a pesar de lo tentadora, lo increíblemente tentadora que había sido la fantasía que acaba de experimentar.
–¿Has visto a Sisi?
Alejandro miró a Olivia, que acababa de acercarse a él en compañía de Luca. No acertaba a ver parecido alguna entre las dos hermanas. Olivia era muy hermosa, pero no tenía las adorables pecas de Sienna en la nariz, sus ojos no eran fascinantes y sus labios no eran carnosos ni tentadores.
–Mi hermana –aclaró Olivia, como interpretando por su silencio que no la había entendido.
–Creíamos que estarías bailando con ella –dijo Luca.
–No importa –murmuró Olivia, estirando el cuello mientras paseaba la vista entre los invitados–. En algún sitio tiene que estar.
Luca miró a Alejandro fijamente, como suplicándole que le echara un cable.
–Puedo buscarla yo, si queréis –se ofreció.
–No, tranquilo, seguro que anda por aquí –replicó Olivia–. Es solo que quiero asegurarme de que está…
–Deja que Alejandro se ocupe –la instó Luca–. Ya sabes que Sienna odia que te preocupes en exceso por ella.
Alejandro estaba seguro de que Sienna se encontraba perfectamente y, aunque sus motivos para ir en su busca distaban de ser altruistas, insistió.
–Es el día de vuestra boda –le dijo a Olivia–. Es lo menos que puedo hacer, ya que me he escaqueado de ser el padrino –añadió con una sonrisa forzada, sintiéndose como un lobo con piel de cordero.
La expresión agradecida de Luca lo hizo sentirse aún más rastrero. ¿Qué diría su amigo si supiera que solo iba a buscar a Sienna por su propio interés?
–¡Ah, sigues aquí!
Justo cuando Sienna estaba recobrando la calma, la voz de Alejandro detrás de ella hizo que volviera a llenársele de mariposas el estómago. Se volvió despacio, porque necesitaba un momento para templar sus nervios.
Alejandro le tendió una copa de champán, y cuando ella la tomó sus dedos se rozaron.
–Gracias –murmuró Sienna, llevándose la copa a los labios para tomar un trago. Necesitaba sofocar el fuego que la abrasaba.
Él se encogió de hombros y se acercó un poco más. Sienna, incapaz de seguir fingiendo que estaba calmada, sujetó la copa con ambas manos y se giró hacia el río.
–Has huido de mí –comentó él.
No tenía sentido negarlo.
–Necesitaba un poco de espacio.
–No lo estás pasando bien, ¿no?
En realidad el problema era que sí lo había estado pasando bien. Demasiado bien.
–No, es que… ha sido un día muy largo.
Empezando por el horror de tener que prepararse para la boda con su madre al lado, oyéndola deshacerse en alabanzas a la belleza de Olivia, mientras a ella la criticaba con frases como: «¿No podrías haber escogido para Sienna un vestido de dama de honor que no la hiciera parecer un gnomo rechoncho?». Estaba acostumbrada a sus pullas, pero se había sentido tan bien con aquel vestido vaporoso que le había dolido aún más.
–¿De dónde eres? Eres español, ¿no? –le preguntó a Alejandro.
–Sí, de Barcelona.
–Hablas inglés muy bien.
–Es que estudié en Inglaterra.
–¿Ah, sí? ¿En qué parte?
Él mencionó uno de los colegios privados más prestigiosos del país, en las afueras de Londres. Ladeó la cabeza y lo miró largamente.
–¿Sí? –la instó él, para que dijera lo que estaba pensando.
Sienna tomó otro sorbo de champán.
–Es que… bueno, no pareces un esnob de colegio privado –dijo con una mueca, a modo de disculpa.
–¿Ah, no?
Ella sacudió la cabeza. Alejandro alargó la mano para remeterle por detrás de la oreja un mechón que había escapado de su recogido.
–¿Por qué no? –inquirió, dando un paso hacia ella.
Sus muslos se rozaban y con que Sienna solo se inclinara un poco hacia delante, sus senos rozarían también el pecho de él. El solo pensamiento hizo que sintiera un cosquilleo en los pezones.
–¿Sienna?
Alejandro solo estaba instándola a que le explicara qué había querido decir, pero tuvo la sensación de que había algo más. Era como si estuviera pidiéndole permiso para… ¿para besarla?