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Obligada a casarse… y compartir su lecho. El despiadado magnate Dario Parisi reclamará el legado familiar que le fue arrebatado incluso si para ello tiene que obligar a la nieta de su más acérrimo enemigo a casarse con ella. Alissa Scott no es en absoluto la esposa dócil y sumisa que Dario deseaba, y sin embargo el ardiente deseo que siente por ella lo domina por completo. Por eso, cuando ella intenta cambiar las reglas, él le exige el cumplimiento de sus votos matrimoniales…
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Seitenzahl: 174
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Annie West
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Novia por chantaje, n.º 1972 - noviembre 2021
Título original: Blackmailed Bride, Innocent Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-196-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
ALISSA se bajó del tranvía justo cuando, bajo el plomizo cielo de Melbourne, empezaba a diluviar. No llevaba paraguas. Aquel día el tiempo era la última de sus preocupaciones.
Un trueno rugió tan cerca que por un momento temió que se le abriera la acera bajo los pies. La temperatura había bajado drásticamente en cuestión de minutos y Alissa se estremeció, sintiendo de repente que el frío le llegaba hasta los huesos.
«Es una señal de mal agüero».
Alissa trató de ignorar la voz supersticiosa en su interior. Los meteorólogos llevaban días prediciendo la tormenta y aquello no era más que una coincidencia, se dijo echando a correr.
Había planificado aquella tarde meticulosamente. Nada, ni una tormenta de rayos y truenos ni las dudas que no la dejaban conciliar el sueño por las noches, lograrían detenerla, y menos teniendo en cuenta lo importante que era conseguir lo que deseaba.
Lo único que tenía que hacer era… casarse.
Atarse a un hombre.
Se estremeció de nuevo y se repitió una vez más que la boda había sido idea suya. Que Jason no representaba ninguna amenaza y que el matrimonio sería breve. La vida le había enseñado los peligros de estar en poder de un hombre, y nada podía evitar que sintiera el terror que le helaba las venas cada vez que pensaba en la repetición de aquella posibilidad.
Pero no podía hacer otra cosa. Donna, su hermana, la necesitaba. Y aquélla era su última oportunidad.
Alissa haría cualquier cosa para salvar a su querida hermana pequeña. Ella era la única que podía hacerlo.
Subió las escaleras del gran edificio público donde estaba el registro civil, repitiéndose una y otra vez que todo saldría bien.
Claro que saldría bien. Jason y ella estarían casados seis meses y después se separarían, sin más carga que el dinero que recibirían entonces. El dinero que le salvaría la vida de su hermana.
Sin dejar de correr, entró por la puerta principal al vestíbulo del registro, una espaciosa sala sumida en la penumbra, y tropezó con algo.
–¡Cuidado! –exclamó bruscamente una voz masculina.
Un par de manos enormes la sujetaron por los codos y la apartaron del cuerpo firme y sólido contra el que se había pegado a causa de la inercia. Una sensación de calor la envolvió y Alissa notó que se le aceleraba el pulso al respirar la fragancia masculina que emanaba de las manos que la sujetaban.
Al dar un paso atrás se dio cuenta de que había tropezado con unos zapatos. Enormes, como las manos que la sujetaban con firmeza. Alissa levantó los ojos, y fue subiendo la mirada por la chaqueta cortada a medida, los hombros anchos y fuertes, la mandíbula angular y meticulosamente afeitada. No se le pasó por alto la boca ancha y firme, la nariz larga y recta, entre dos pómulos altos y marcados que le daban un aristocrático aire teñido de desprecio.
Alissa respiró profundamente. El rostro masculino era alargado, duro, arrogante. Con el pelo negro peinado hacia atrás, su aspecto era de una elegancia imposible, pero sus ojos… Alissa se quedó mirando los ojos negro carbón que la contemplaban con expresión de reproche.
No le gustaría estar en la piel de la mujer que sin duda pronto se convertiría en su esposa, pensó ella.
–Perdón… –murmuró cuando logró articular palabra–. Venía corriendo por la lluvia, y no lo he visto.
Silencio.
Las cejas del hombre se unieron formando una expresión de desaprobación.
Alissa se llevó una mano al pelo empapado. Un chorro de agua de lluvia le cayó por la espalda. El traje se le pegaba al pecho, a la espalda y a las piernas. Tenía mojados incluso los dedos de los pies. El frío la hizo estremecer.
¿Qué le pasaba a aquel hombre? ¿Por qué parecía tan molesto con ella, por su aspecto, o porque había tropezado con él?
«Un chicote marimacho y descontrolado».
Las palabras resonaron con tanta fuerza en su cabeza que Alissa dio un salto. Pero lo que oyó era la voz áspera de su abuelo. La fría mirada de un desconocido le había devuelto a la memoria un inesperado recuerdo.
Debía estar más nerviosa de lo que creía para oír la voz de su difunto abuelo desde la tumba.
–Perdone, yo…
–¿Siempre entra así a los sitios, como un torbellino? ¿Sin mirar por dónde va?
La voz era grave, profunda y muy masculina, con un deje enronquecido que le puso los pelos de punta, pero esta vez no de temor ni de frío. Era una voz sensual, hecha para seducir a una mujer, con una suave cadencia que alargaba las vocales.
–No he entrado como un torbellino –protestó ella, irguiéndose cuan alta era.
Tirando del brazo, se soltó de él. Por desgracia, apenas le llegaba al hombro, lo que restaba cierta fuerza a su protesta.
–Le pido disculpas por haberle molestado. Le dejaré en paz.
Alissa giró sobre sus talones y se alejó. Sintió la mirada masculina clavada en la piel desnuda de la nuca y en el balanceo de sus caderas, pero supo que no era una mirada de admiración.
Era una mirada penetrante, dura y despectiva.
¿Por qué? No tenía ni idea, pero tampoco iba a preguntárselo.
Quizá estaba esperando a su prometida y la tardanza le había llevado a desahogar su impaciencia con ella.
Alissa levantó la cabeza y se metió por un pasillo. Su boda la esperaba y no tenía tiempo para especular sobre desconocidos.
–¿Que ha dicho qué? –preguntó Alissa atónita con los ojos como platos.
El empleado de registro se encogió de hombros y abrió las manos.
–Que no podía venir.
¿Cómo que no podía ir? ¡Era su boda! La de Jason y ella. ¿Sería una broma?
No, no podía serlo. Jason estaba tan interesado en el matrimonio como ella. O al menos en el dinero que conseguirían cuando heredaran la finca de su abuelo en Sicilia y después la vendieran. De hecho, Jason aceptó la proposición de una boda de conveniencia en cuanto ella se lo propuso. Sin duda su amigo necesitaba el dinero tanto como ella.
Aquello tenía que ser un error. Probablemente se retrasaría, nada más.
–¿Y qué ha dicho exactamente? –preguntó.
–El señor Donnelly –respondió el hombre detrás del escritorio–, ha llamado hace treinta minutos y ha dicho que no podía venir. Que había cambiado de idea.
Las palabras iban acompañadas de una mirada cargada de curiosidad, pero a Alissa lo que menos le preocupaba era sentirse avergonzada por verse abandonada por su novio al mismísimo pie del altar. La noticia era demasiado devastadora para pensar en sentirse humillada. Era un desastre de escala catastrófica.
Tenía que casarse. Si no se casaba en los próximos treinta días, tal y como exigían las condiciones del testamento de su abuelo, tendría que despedirse de la idea de llevar a su hermana a Estados Unidos para que recibiera el carísimo tratamiento que necesitaba para su enfermedad.
Con una forzada sonrisa en los labios, Alissa respiró hondo antes de preguntar:
–¿Ha dicho algo más?
–No –el hombre no pudo ocultar un destello de curiosidad en la mirada–. Eso ha sido todo.
–De acuerdo, gracias.
Alissa le dio la espalda y sacó el móvil. Con dedos temblorosos marcó el número de Jason, pero estaba comunicando. ¿Habría ocurrido algo terrible, o la estaba evitando? Entonces se dio cuenta de que pudo haberla llamado a ella en lugar de hacerlo al registro, así que sí, la estaba evitando.
¿Qué iba a hacer? El pánico empezaba a impedirle pensar.
–¿Señorita Scott?
La voz del empleado la hizo volverse con anticipación. ¿Habría aparecido Jason?
No. Allí no estaba más que el empleado y, a su lado, el alto desconocido del vestíbulo.
¿Qué hacía allí? Al mirarlo, se encontró con su mirada implacable y desvió los ojos. Aquel hombre la hacía sentir terriblemente incómoda.
–¿Sí? –preguntó ella dando un paso hacia el empleado.
–El caballero desea hablar con usted.
–¿Conmigo?
Alissa se obligó a levantar los ojos hacia el rostro atractivo y arrogante e ignorar el temblor de consternación que la recorrió.
–Si es usted Alissa Scott.
–Sí, lo soy –asintió ella.
–¿Prometida a Jason Donnelly?
–Así es –a Alissa se le secó la boca.
–¿Nieta de Gianfranco Mangano?
Alissa asintió apretando los labios con una mueca de desprecio al recordar a su difunto abuelo, el hombre que tanto la había hecho sufrir.
–Tenemos que hablar.
–¿Le manda Jason? –preguntó ella, con un extraño presentimiento.
El hombre le hizo una indicación para que lo siguiera, pero no la esperó sino que echó a andar hacia el vestíbulo.
–¿Dónde va? –preguntó ella caminando con pasos rápidos tras él.
–Mi limusina está afuera –dijo él–. Allí podremos hablar sin que nadie nos moleste.
Alissa negó con la cabeza. No pensaba meterse en ningún coche con un desconocido, y menos aquel desconocido.
–Podemos hablar aquí –dijo ella alzando la mandíbula.
–¿Quiere hablar de un asunto privado aquí, en un lugar público?
–Ha dicho que quería hablar –insistió ella sin dar su brazo a torcer.
Prefería pecar de cauta que de ingenua.
Dario contempló el rostro ovalado y volvió a sentir de nuevo la reacción física de su cuerpo. A pesar de todo, de su odio hacia la familia Mangano, de su desprecio hacia aquella mujer, no podía ignorar el impacto que tenía en él. Una punzada de deseo se abrió paso en su cuerpo dejando un rastro ardiente como una llama.
Lo mismo había sentido unos minutos antes, al cruzarse con ella en el vestíbulo, y le había sorprendido su intensidad, mucho más incluso que el asco que sentía.
Aquélla era la mujer que había rechazado sus ofrecimientos, que le había rechazado no una sino dos veces, y que se había negado rotundamente a conocerlo personalmente. Aquello era una ofensa de la que necesitaba vengarse. Ninguna mujer le había negado nunca lo que deseaba. Y menos aún tratar de frustrar sus planes aliándose con el tal Jason Donnelly para evitar que él consiguiera lo que era suyo por derecho.
La mujer lo quería todo para ella. Si hubiera planeado casarse por amor, lo entendería, pero aquello era un intento frío y calculador de arrebatarle lo que era suyo. El castello siciliano que el abuelo de la mujer había robado a la familia de Dario.
Respiró profundamente, tratando de contener el odio.
Aquella mujer representaba todo lo que él despreciaba. Desde su más tierna infancia había tenido a sus pies una vida de dinero y lujo que sin embargo ella echó a perder entregándose a un frenesí de drogas, sexo y alcohol. Hasta el punto de que llegó un momento cuando ni siquiera su abuelo quiso saber nada de ella.
Dario sólo sentía asco hacia ella, y sin embargo…
La piel clara y pálida, los ojos azules y grandes, los labios sensuales y carnosos, las curvas voluptuosas en el cuerpo pequeño… En conjunto formaba un todo armonioso y femenino que resultaba demasiado atractivo y que provocaba en él reacciones indeseadas.
Eso lo enfurecía. Aquello no estaba en sus planes. Dario había trabajado mucho para conseguir lo que tenía, y no tenía paciencia con los que se interponían en su camino.
–Lo que tengo que decirle no es para consumo público –dijo él y respiró profundamente tratando de bloquear la delicada y embriagadora fragancia femenina que estaba causando estragos en su capacidad de concentración–. Vamos, encontremos un lugar más adecuado para esta conversación –añadió.
Sin esperar la respuesta, cruzó el vestíbulo y abrió un par de puertas hasta que encontró un despacho que parecía desocupado. Manteniendo la puerta abierta, esperó a que ella entrara primero.
Cuando Alissa pasó delante de él y avanzó al interior del despacho, los ojos masculinos recorrieron el cuerpo escultural y se detuvieron un momento en el suave balanceo de las caderas y las nalgas redondeadas y firmes que se adivinaban bajo la falda ceñida. Después continuaron descendiendo hacia abajo, hacia las piernas largas y torneadas.
–¿Dónde estamos? –quiso saber ella–. ¿Tenemos autorización para estar aquí?
–Necesitamos un poco de privacidad –dijo él–. Es lo único importante.
Alissa decidió no protestar. Lo mejor sería aceptar la situación para entender cuanto antes lo que estaba ocurriendo.
–Su novio…
–¿Qué le ha pasado? ¿Lo ha visto? ¿Ha visto a Jason?
Había preocupación en su voz, sin duda. Quizá no fuera únicamente un matrimonio de conveniencia, se dijo Dario.
Dario recordó el rostro atractivo pero sin personalidad de Jason Donnelly. ¿Sería la clase de hombre que la atraía? La idea le resultaba inquietante. No tenía ningún interés en descifrar las debilidades de aquella mujer, excepto para explotarlas a su favor.
–Lo he visto esta tarde.
–¿Está bien? ¿Le ha ocurrido algo?
–No le ha ocurrido nada. Su querido Jason Donnelly está perfectamente, aunque me temo que ya no es su querido Jason.
Dario la vio fruncir el ceño con preocupación, y sintió una profunda satisfacción. Ahora era él quien tenía la sartén por el mango, y ella no podía hacer nada más que aceptar lo que él quisiera.
–No lo entiendo.
–El señor Donnelly ha decidido que no desea casarse con usted.
Alissa abrió desmesuradamente los ojos.
–¿Pero por qué? –preguntó perpleja, sin entender nada–. ¿Y por qué no me lo ha dicho él personalmente? ¿Por qué ha tenido que mandar a un desconocido?
–A mí no me ha mandado él. He venido por voluntad propia –le aseguró él mirándola fijamente a los ojos.
Alissa hundió los hombros y se apoyó en el escritorio.
–Por favor, ¿puede decirme de una vez qué es lo que está pasando?
–El señor Donnelly ha tenido una oferta más sustanciosa, una oferta que le ha resultado imposible rechazar.
–¿Una oferta de qué? –preguntó ella sin comprender.
–De dinero, por supuesto. El lenguaje que mejor entienden los dos –declaró él deteniéndose delante de ella con las manos en los bolsillos.
Los labios femeninos se entreabrieron con estupor, dejando atisbar la punta rosada de la lengua.
Dario frunció el ceño. Incluso así, con aquel gesto de incredulidad, la boca carnosa era toda una tentación. Sintió una punzada de deseo, pero rápidamente apretó la mandíbula. Sentirse atraído por aquella mujer no estaba en sus planes. Sus principios no se lo permitían.
–¿Dinero para hacer qué? –preguntó ella incorporándose, con las manos en las caderas y la barbilla alta, en gesto beligerante–. ¿Y quién le ha hecho esa oferta?
Dario se permitió una sonrisa de íntima satisfacción.
–Yo. Le ofrecí dinero suficiente para que olvidara sus planes de casarse con usted.
La verdad era que había sido ridículamente fácil. Si Donnelly y aquella mujer eran amantes, no existía ni un atisbo de lealtad entre ellos. Donnelly había aceptado el dinero encantado, así como la sugerencia de comunicárselo únicamente dejando el mensaje en la oficina del registro.
Las mejillas femeninas se ruborizaron y los ojos azules brillaron con una intensidad nueva.
–¿Por qué lo ha hecho? –dijo ella dando un paso hacia él, mirándolo directamente a los ojos, sin dejarse intimidar.
A Dario le impresionó su valentía. Pero ella todavía no sabía quién era.
–Porque se interponía en mis planes –dijo Dario–. Porque en lugar de casarse con él se casará conmigo.
HABLABA en serio!
Alissa se estremeció y se rodeó el cuerpo con los brazos, mirando con incredulidad al apuesto desconocido que acababa de dar un vuelco a sus planes. Sintió que el mundo se hundía bajo sus pies.
–¿Quién demonios es usted? –preguntó en un susurro apenas audible.
–Me llamo Dario Parisi.
Las palabras del hombre resonaron en su cabeza como una sentencia de muerte. ¿Por qué no lo había adivinado antes? El ligero acento italiano, el rostro atractivo, la actitud arrogante, aquel aire de discreta elegancia que sólo daba el dinero, el odio en los ojos oscuros.
¿Pero quién iba a pensar que el italiano iría hasta el otro extremo del mundo para enfrentarse a ella personalmente? Siempre había sido muy insistente, pero ahora parecía estar obsesionado.
Alissa se mordió el labio. Ya sabía que aquel hombre no tenía sentimientos ni compasión. En el mundo de los negocios tenía reputación de cruel e implacable, y en el del amor era conocido por la interminable lista de mujeres hermosas que habían pasado por su vida.
–Me alegra ver que recuerdas mi nombre, Alissa –dijo él tuteándola con sarcástica familiaridad–. Creía que quizá lo habías olvidado.
¿Cómo podía olvidarlo? Su abuelo se había empeñado en casarla con él, y lo había intentado de todas las maneras, desde alabando sus virtudes hasta amenazándola con todo tipo de castigos si no obedecía a sus deseos. Con un estremecimiento, apretó los labios y se irguió cuan alta era.
–Podías haberme dicho tu nombre desde el principio –dijo ella sin apartar los ojos de la mirada acusadora clavada en ella–. ¿Qué esperabas, que me desmayara al darme cuenta de que estaba en tu presencia?
El hombre frunció el ceño y Alissa sintió una pequeña satisfacción.
–Aunque no me sorprende que recuerdes el nombre del hombre con el que tenías que haberte casado en vida de tu abuelo –dijo él ignorando por completo sus palabras.
–Yo nunca…
–Ya lo creo que sí, Alissa –dijo él, pronunciando su nombre con una cadencia que en sus labios sonó como una lenta caricia–. El trato estaba cerrado.
–No por mí –protestó ella mirándolo con fuerza en los ojos–. Seguro que la opinión de la novia tiene que contar para algo en esas circunstancias.
–No necesariamente –rebatió él con un encogimiento de hombros, en un gesto puramente italiano.
¿Cómo que no necesariamente? ¡Qué arrogante! Aunque aquella actitud resumía perfectamente su carácter machista, manipulador y dominante, a pesar de que todavía rondaba los treinta años. ¿Qué tenía Sicilia para producir hombres como él, machos arrogantes que parecían ser todo testosterona?
–En este siglo, las mujeres opinan sobre las bodas igual que los hombres –le recordó ella–. Y yo no quería casarme contigo.
Unos destellos helados endurecieron los ojos negros del hombre.
–¿Creías que yo quería casarme contigo? –repitió él con desprecio–. ¿Crees que me gusta la idea de casarme con una Mangano? ¿De casarme con una mujer de sangre impura? ¿Una loca irresponsable y caprichosa que…? –se interrumpió y contuvo su rabia–. Sabes perfectamente por qué acepté el matrimonio. Y no tiene nada que ver con el deseo de tener una esposa como tú.
Alissa se sentía en total desventaja, apaleada por la fuerza misma de la personalidad masculina, pero respiró profundamente y, secándose las palmas de las manos en la falda, trató de mantener la compostura.
–No, tú querías el castello siciliano que yo aportaría como dote al matrimonio. Un castello en ruinas y unos viñedos.
Era increíble que Dario Parisi, un magnate con una importante fortuna personal, estuviera dispuesto a un matrimonio de conveniencia con una mujer a la que no conocía, colaborando incluso con Gianfranco Mangano, un hombre al que detestaba profundamente. El sentimiento de desprecio era mutuo, pero los dos hombres se habían utilizado mutuamente para llevar a cabo sus planes.
–No puedo creer que hayas comprado a Jason para apartarlo de mí –dijo ella apartándose de él. Necesitaba alejarse de su cercanía y de la fuerza de su presencia–. Ha debido costarte un dinero.