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Reclamar a su inesperada heredera… ¡significa coronar a Avril como su reina! Cuando Avril, asistente personal virtual, conoció en persona a su jefe, el príncipe heredero Isam, se quedó abrumada de deseo. A medida que su relación se iba estrechando, la electrizante pasión que había entre los dos se volvía imposible de resistir. Por eso, cuando semanas después Avril se puso en contacto con él para darle una noticia bomba, se quedó consternada al no obtener respuesta. Un año después, Isam volvió a Londres siendo un hombre distinto: el accidente de helicóptero que le había arrebatado a su padre también le había arrebatado la memoria. Después de que el recién coronado jeque se enterara de que tenía una hija con la cautivadora Avril, tomó una decisión: ¡proteger a su heredera y convertir a Avril en su esposa!
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Seitenzahl: 182
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Annie West
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Recuerdos de pasión, n.º 3129 - diciembre 2024
Título original: Unknown Royal Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410742000
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Su Alteza Isam bin Rafat, príncipe heredero de Zahdar, se levantó de la mesa de reuniones y la bordeó para dirigirse al entrevistado.
–Gracias, señor Drucker. Ha sido una reunión de lo más útil.
Avril disimuló su sorpresa. Como asistente de Su Alteza, su función era llevar a los invitados hasta la suite presidencial antes de las reuniones y luego acompañarlos a la salida.
Drucker, consciente de ello, no pudo disimular la emoción cuando su anfitrión lo acompañó al salir de la sala. El visitante ni siquiera la miró, y mucho menos se despidió, a pesar de que anteriormente a ese día habían mantenido varias conversaciones y él le había estado mirando los pechos con disimulo.
Conteniendo un resoplido de desagrado, Avril se centró en sus notas.
Pasó un buen rato hasta que su jefe volvió a la suite, que ocupaba toda una planta de uno de los mejores hoteles de Londres.
Cuando la puerta se abrió, a ella se le puso la piel de gallina, como siempre que Isam estaba cerca.
Él se había quitado la chaqueta del traje. La mirada de Avril se quedó enganchada en esos hombros anchos y ese cuerpo; unos duros músculos se le marcaban bajo la camisa y los pantalones exquisitamente confeccionados.
Respiró hondo intentando calmar su acelerado pulso. ¡No estaba acostumbrada a estar cerca de semejante perfección masculina! Tenía que salir más.
Qué paradoja. Aunque ahora la muerte de Cilla le había dado más libertad, las últimas semanas había tenido que obligarse a salir de casa. La tristeza y el dolor le pesaban demasiado. Cilla le había dado estabilidad y amor desde que podía recordar. No quería libertad a costa de la vida de su tía abuela. Echaba de menos a la enérgica, delicada y maravillosa mujer.
Tenía las emociones descontroladas.
Por eso se sentía tan inquieta. No era solo por el impacto de estar físicamente cerca de su jefe en lugar de separada por un continente.
Él se soltó la corbata y se desabrochó dos botones de la camisa.
–No te importa, ¿verdad, Avril? Ha sido una tarde larga y no soporto estar encerrado en un traje.
«Pero lo luces muy bien», pensó ella conteniendo las palabras. Que Isam fuera más atractivo incluso en persona que en fotos había sido un impacto del que todavía tenía que reponerse después de días trabajando a su lado.
«Es ridículo. Te paga tu sueldo. Llevas seis meses trabajando para él».
Pero a su cerebro le estaba costando relacionar a ese hombre impresionantemente guapo y carismático con el colega inteligente y exigente, pero a la vez accesible, al que había llegado a conocer y apreciar mediante correos electrónicos, mensajes de móvil y llamadas. El hombre con quien había construido una buena relación e incluso, para su sorpresa, una cierta amistad.
Ella era su única asistente trabajando en remoto. Era el conducto para sus intereses comerciales en Gran Bretaña mientras él vivía en Zahdar o viajaba por el mundo.
Aun así, en ocasiones, cuando él se había anticipado a sus palabras durante una llamada a larga distancia o la había hecho reír con su irónico y perspicaz sentido del humor, Avril había sentido que se entendían de un modo que iba más allá de lo laboral. Últimamente se había sentido más unida a él que a nadie, exceptuando a Cilla.
La invadió un extraño rubor que le recorrió todo el cuerpo y que intentó controlar.
–Claro que no importa, Su Alteza… Isam.
Él había enarcado una oscura ceja en un gesto de fingida severidad, pero cuando Avril usó su nombre en lugar de su título, le sonrió dándole su aprobación.
«Está claro que tienes que salir más si la sonrisa de un hombre te produce mariposas en el estómago».
Aunque llevaba meses llamándolo por su nombre, ahora esa palabra le dejó un sabor distinto en la lengua.
Isam en carne y hueso era un ser mucho más sensacional que el colega sin rostro con el que había ido creando un vínculo.
Solo había tratado con él, no con ninguno de sus otros empleados. Dada su frecuente comunicación y el nivel de entendimiento que había surgido entre los dos, Isam había insistido en que se llamaran por el nombre de pila. Avril se había sorprendido, pero ¿qué sabía ella sobre cómo actuaba la realeza?
Pero lo que había parecido práctico y sencillo cuando él estaba tan lejos se había vuelto complicado cuando trabajaban juntos en su suite privada.
«Porque ahora él no es solo tu jefe. Es el hombre más atractivo que has conocido en tu vida. El primer hombre que ha despertado esos deseos femeninos que estaban dormidos».
Era como si su vida de abstinencia sexual, motivada por sus responsabilidades y por no tener tiempo para un novio, le estuviera pasando factura después de tanto tiempo.
Nunca había tenido unas fantasías sexuales tan vívidas como en los últimos días, desde que Isam había llegado a Londres. La noche anterior se había pasado horas despierta imaginando cómo sería tocarlo, besarlo y desnudarlo.
Incluso ahora, solo estando cerca de él, no podía contener la excitación que le corría bajo la piel. Ni esa desconocida sensación en la pelvis. Deprisa, juntó los muslos y los apretó.
–Ha sido una reunión provechosa, ¿no crees? –dijo con la voz forzada y refugiándose en sus notas, fingiendo estar absorta en lo que había escrito.
Porque temía lo que él pudiera ver en sus ojos. Era vital mantener la profesionalidad, no dejarse afectar por esa sonrisa capaz de derretir huesos.
Isam se sentó en una silla a su lado. Por el rabillo del ojo lo vio girarse hacia ella; vio sus rodillas cerca de las suyas y sus macizos muslos enfundados en una lana extrafina color carbón.
–Muy provechosa. ¿Qué opinas de él?
–¿Yo?
No debería sorprenderle la pregunta. Isam solía pedir su aportación y opinión. Sin embargo, algo en su tono le hizo mirarlo.
Sus ojos grises oscuros la miraban con intensidad. Bajo su nariz recta e imponente, el gesto de su boca sensualmente esculpida se había aplanado. El ángulo de su mandíbula parecía más afilado. No era un gesto de desaprobación, pero tampoco parecía contento.
–No es decisión mía, pero…
–Eso nunca te ha impedido darme tu opinión.
–Yo no lo contrataría.
Algo se encendió en esa mirada color metal, pero Avril sabía que no podría identificarlo.
–Sigue –dijo Isam.
–Sobre el papel, el trato parece prometedor. Pero no estoy segura de que sus prioridades sean las apropiadas, y eso no dice mucho sobre su buen juicio. Inyectó dinero para construir suites ejecutivas en su hotel, pero creo que están infrautilizadas, tal vez por la ubicación. Lo que trae más dinero aquí es el alojamiento más asequible, pero él se niega a interesarse por eso. Además…
Ver a Isam asentir con la cabeza la animó a continuar.
–Ha tratado de soslayo el asunto del bajo sueldo de los empleados. Y, por lo que he podido averiguar, es un problema constante. Más allá de las cuestiones legales, ¿quieres trabajar con alguien que no valora ni recompensa a sus empleados? Si compraras el hotel, yo desde luego no lo mantendría como director ejecutivo.
–Lo he pillado mirándote.
Ella se encogió de hombros, incómoda con el comentario.
–Hay hombres que parecen incapaces de aguantarse las miradas lascivas hacia una mujer.
Incluso hacia una mujer de lo más corriente, con un traje azul marino y una camisa blanca.
–Siento que ese hombre te haya hecho sentir incómoda, Avril. Por eso he interrumpido la reunión. No pienso hacer negocios con él. Pero necesitaba verlo y asegurarme de que estaba tomando la decisión correcta. Este breve encuentro me ha convencido.
¿Isam había puesto fin a la reunión porque su invitado se la había comido con los ojos?
Parpadeó atónita, asimilándolo. Había notado que algo iba mal porque no habían repasado ni la mitad de los temas que ella había preparado.
Miró a Isam de reojo y vio que la miraba con preocupación.
–No pasa nada. Yo…
–Sí que pasa, como acabo de dejarle claro. Pero gracias por la paciencia que has tenido hoy. Siento que haya pasado algo así.
¿Isam le había llamado la atención a ese tipo por su comportamiento? Avril se recordó que era lo que habría hecho cualquier persona con decencia. Ella misma debería haberlo hecho en lugar de centrarse en su trabajo y fingir que no pasaba nada.
Que él no hubiera ignorado la actitud del hombre y que hubiera hecho algo al respecto hizo que la invadiera una cálida emoción.
«No estás aquí para sentir emociones. Estás aquí para trabajar».
Pero, aun así, no podía contenerlas.
–Organizaré mis notas y te las enviaré.
A pesar de lo largo que había sido el día y de la reunión con Drucker, había disfrutado. Había disfrutado estando con Isam. Le gustaba su forma de trabajar y que valorara sus opiniones.
A una parte secreta y femenina de su ser le entusiasmaba estar con ese hombre carismático y potentemente masculino.
Además, odiaba la idea de volver a la casa vacía que había compartido con Cilla. Isam estaba tan vivo, ¡era tan real y fuerte! Avril ansiaba algo de esa fortaleza. Ansiaba estar con él como un antídoto para la angustiosa soledad de su casa.
–Gracias.
Isam frunció el ceño. El gesto, en lugar de restarles belleza a sus rasgos, realzó su atractivo.
«Cuidado, Avril. Se te nota que te tiene deslumbrada».
–Mañana vuelvo a Zahdar, pero hay unas cosas que aún tengo que solucionar –dijo Isam. Miró el reloj, una elegante pieza que probablemente costara tanto, o más, que la casa de Cilla y todas las de su calle–. Es tarde, pero ¿puedes quedarte a trabajar esta noche?
Avril se tensó, vacilante. No porque le molestara quedarse sin su tiempo libre, sino porque trabajar más rato con Isam en su suite privada no era buena idea. Y es que, aunque Isam era de lo más profesional, lo que ella estaba sintiendo por él era cada vez más caótico.
«¡Admítelo, mujer!» No es caótico. Sabes muy bien lo que es. Excitación. La atracción típica de toda la vida. Lujuria».
–En el hotel preparan unas cenas excelentes y mi conductor te llevaría a casa después.
Estrechó la mirada al añadir:
–A menos que tengas otro compromiso, claro.
La desolación que invadió a Avril socavó cualquier intención que hubiera podido tener de buscar una excusa para evitar pasar la noche encerrada con él. No, no tenía más compromisos que regar las violetas africanas de su tía abuela y terminar el trabajo que había empezado antes: seleccionar la ropa de Cilla para donarla a la beneficencia.
Isam vio la boca de Avril arrugarse un instante antes de formar una sonrisa.
El pecho se le encogió por dentro provocándole un intenso dolor.
Esa sonrisa no era como las cálidas sonrisas que le ofrecía cuando estaba inmersa en el trabajo y disfrutando. Cuando olvidaba que era un príncipe heredero. Era más como la expresión educada que había adoptado al acompañar a Drucker al interior de la sala.
Se recostó en el asiento con brusquedad. No, ¡imposible que lo pusiera al nivel de Drucker! Por muy atraído que se sintiera por su encantadora asistente personal, había tenido el cuidado de no demostrarlo, y todo ello a pesar de que, durante los meses que llevaban trabajando juntos, habían desarrollado una relación de familiaridad, la capacidad de anticiparse a las reacciones del otro y una extraña complicidad que nunca había conocido con ninguna otra mujer.
El desequilibrio de poder que existía entre los dos le impedía dejarse llevar por la atracción. Avril Rodgers estaba fuera de sus límites. Incluso aunque no trabajara para él, Isam sentía que era una mujer hogareña que no tenía nada que ver con sus habituales compañeras sexuales, siempre dispuestas a participar en un fugaz romance.
Isam había pasado los últimos cuatro días, desde su llegada a Londres, recordándose sin parar que Avril era una compañera de trabajo. El problema era que solía pillarla mirándolo con un claro interés sexual que alimentaba su propio deseo y debilitaba sus escrúpulos.
Cuando los ojos marrones de Avril centelleaban como el oro viejo y ella se humedecía el labio inferior con la lengua, mirándolo con una mezcla de entusiasmo y asombro, ponía a prueba todas sus buenas intenciones.
Pero ahora no. Ahora él sabía que pasaba algo, y eso le despertó el instinto protector.
–Avril, ¿estás bien?
Ella parpadeó, ocultando por un instante esa mirada de angustia, y se puso más recta. Sin embargo, sus manos temblorosas la delataron.
–Claro. Solo estaba pensando en esta noche.
–Te he avisado con muy poco tiempo. Entiendo que no puedas…
–Sí puedo. Estoy libre. Puedo quedarme –dijo, y la sonrisa que él vio ahora le resultó más familiar–. Es mucho mejor que terminemos el trabajo que tengas pensado antes de que te vayas a Zahdar.
Isam se recordó que era un hombre disciplinado. No importarían unas horas más cerca de la tentación.
El problema era que no recordaba ninguna tentación como Avril. Competente, organizada e inteligente, era la asistente personal perfecta. Pero había algo más, una calidez, una nobleza que lo atraía. Por no hablar de su encanto sexual, que lo dejaba absolutamente pasmado. Vestía trajes de estilo conservador que dejaban entrever solo un mínimo de piel, pero a pesar de ese aire de integridad…
Mejor no pensar en ello. Ni en que el lascivo interés de Drucker había despertado en él algo parecido a los celos.
«Quieres que Avril te mire a ti, solo a ti».
¿A quién pretendía engañar? Quería mucho más que las miradas de Avril. Se fijó en sus manos, ahora entrelazadas sobre su regazo. Demasiadas veces las había imaginado sobre su cuerpo.
Se levantó y bordeó la larga mesa con las manos metidas en los bolsillos del pantalón en un intento de ocultar su creciente excitación.
–Excelente. ¿Qué te apetece cenar?
Unas horas después, Avril estiraba sus rígidos músculos y se levantaba de la silla. Isam había salido de la sala para atender una llamada privada procedente de Zahdar. Ella había terminado su trabajo. Pronto se marcharía.
¿Volvería a ver a Isam? Probablemente, aunque no por mucho tiempo. Volverían a trabajar distanciados.
Pero eso era bueno. Ella necesitaba esa distancia.
Aunque ojalá…
«¡Ni lo pienses siquiera! Eres demasiado sensata como para suspirar por algo que no puedes tener. Él y tú… ¡Es inconcebible!».
Agarró la copa de vino tinto, prácticamente intacta, y se acercó a la ventana sin molestarse en ponerse los zapatos, que había dejado bajo el escritorio mientras trabajaba.
Aunque en realidad no le apetecía, había pedido vino para acompañar la magnífica cena que le habían servido. Era Cilla, su querida Cilla, a la que le había encantado tomarse un syrah de vez en cuando. Por eso lo habría pedido Avril, por alguna motivación sentimental.
Miró al otro lado de la oscura calle, hacia el frondoso parque que hacía tan deseable esa ubicación en Mayfair. Había llovido mientras trabajaban. Las aceras brillaban recordándole a la noche en la que murió Cilla.
La invadió la melancolía. Sabía que Cilla había estado sufriendo, que marcharse en paz mientras dormía había sido una bendición, una liberación. Su tía no había querido que se dejara abatir por la tristeza, había insistido en ello. Incluso le había hecho redactar una lista de cosas divertidas que quería hacer cuando llegara el momento y tuviera más tiempo para ella.
Había sido una mujer extraordinaria.
Levantó la copa a modo de brindis por ella y dio un largo y lento sorbo mientras saboreaba el dulce toque afrutado del vino. La reconfortó.
Al día siguiente honraría a Cilla repasando la lista, aunque aún no estaba de humor para probar nuevas aventuras.
«A menos que Isam estuviera en tu lista. Entonces sí que estarías lista para la aventura».
–Avril.
Oyó la profunda voz de Isam tras ella, tan cerca que se sobresaltó y se giró.
Justo a la vez, vio el chorro de vino tinto salir de la copa y caer sobre su prístina camisa. Horrorizada, soltó la copa para buscar un pañuelo, pero tenía el bolso al otro lado de la imponente habitación. Las servilletas de la cena ya las habían retirado hacía mucho.
–¿Un pañuelo? –espetó nerviosa.
Un pañuelo de tela grande, planchado y blanco como la nieve acabó en su mano.
–Gracias.
Lo frotó contra la camisa sabiendo que probablemente los estaba estropeando a los dos, pero incapaz de quedarse quieta mientras se extendía la salpicadura. Con la otra mano le desabrochó un botón y después otro.
–Tienes que quitártela ahora mismo. La sal sacará la mancha de vino. O podemos meterla en agua fría.
Bajo los dedos sintió los cálidos músculos de Isam. Entonces un delicado soplo de aire le rozó la frente y se dio cuenta de que era el aliento de él, suave como una caricia.
Se quedó paralizada y los ojos se le abrieron como platos al ser consciente de lo que estaba haciendo. Tenía la mano izquierda sobre el torso de Isam; su fuerte, velludo y dorado torso.
Tragó saliva. Los dedos de su mano derecha rodeaban un botón a medio camino del cinturón.
Fue entonces cuando notó el movimiento del pecho de Isam con cada respiración y el roce de su vello contra los nudillos. Un cosquilleo de excitación le erizó el pelo de la nuca.
–Ya puedo seguir yo.
La voz de Isam sonó tensa, áspera.
Un cosquilleo le recorrió la piel y los pezones se le endurecieron contra el sujetador, haciéndola estremecerse.
–Claro.
Debería levantar las manos, pero las manos no se movían. O tenía el cerebro hecho papilla o su cuerpo se negaba a seguir sus órdenes.
Había soñado con tocarlo, con ver ese poderoso cuerpo, y ahora la realidad resultó impactantemente excitante. Isam había cortocircuitado su capacidad de moverse.
Dos grandes manos tocaron las suyas, pero, en lugar de apartarlas, las envolvieron con sus largos dedos. La respiración de Avril desapareció en un grito ahogado.
Distintas sensaciones la recorrieron mientras captaba su aroma, cítrico y a cálida piel masculina; la delicada fuerza de su roce; una repentina contracción de sus pectorales; el rápido golpeteo de su corazón contra sus nudillos. Tan rápido como el de ella, eso seguro.
–Avril, mírame.
Con reticencia, porque sabía que habría repercusiones, recorrió con la mirada la bronceada columna de su cuello, fuerte y fascinante. Siguió levantando la mirada hacia su rotunda barbilla y tragó saliva mientras observaba la esculpida perfección de su boca y su nariz. Se detuvo al toparse con sus ojos.
Habría apartado las manos de no ser porque él se las sujetó contra su pecho.
Porque lo que vio en ellos era inaudito. La expresión de Isam era sensual, de excitación.
Todo lo que ella había creído imposible.
Por voluntad propia, su cuerpo se acercó, sus pechos presionaron contra su duro torso dejándola sin respiración mientras un intenso calor la devoraba. Unas chispas le recorrieron la piel y sintió como si le hirviera la sangre.
A alguien se le entrecortó la respiración. Debió de ser a ella, pero entonces notó el torso de Isam elevarse, como si estuviera conteniendo el aire en los pulmones.
Avril no encontraba nada coherente que decir. Ningún hombre la había mirado nunca como Isam la miraba en aquel momento, como si quisiera comérsela entera. Como si la deseara tanto como ella a él.
La hizo sentirse distinta, poderosa.
Tragó saliva y se humedeció el labio inferior.
Un fuego iluminó los ojos de Isam y de pronto ya no parecía el hombre civilizado al que conocía. La agarró con más fuerza, con actitud posesiva, y Avril disfrutó con ese cambio de conducta.
–Isam.
En ese momento no tuvo ningún problema en pronunciar su nombre. Salió como un susurro cargado de deseo. Se puso de puntillas, necesitaba acercarse más.
Pero él, con impactante decisión, rompió el valioso momento. Sin soltarle las manos, como si supiera que a Avril le temblaban las piernas, dio un paso atrás.
Su voz sonó más profunda que nunca y con un marcado acento en su antes perfecto inglés.
–Esto no puede pasar.
Pero estaba pasando. ¿Es que él no lo sentía?
–Soy tu jefe. Estaría mal.
Avril lo entendía. Había un desequilibrio de poder entre ellos. Isam no quería aprovecharse de ella, y era de admirar.
Pero ese deseo no era algo malo. No estaba corrompido. Era mutuo y tremendamente real.
Lo necesitaba, lo ansiaba.
–¿No podríamos fingir que no eres mi jefe? ¿Que no soy tu asistente personal? ¿Solo por esta noche?
En cualquier otro momento se habría estremecido ante el brutal deseo que reflejaban sus palabras, pero lo que había entre ellos sobrepasaba toda norma. Nunca, en veintiséis años, había experimentado nada tan visceral.
–¡No! ¡Claro que no!
De pronto a Avril le resultó más sencillo separarse. Se rodeó con los brazos cuando un brusco frío la envolvió.
¿En qué había estado pensando? Había visto fotos de Isam con unas mujeres despampanantes. Todas glamurosas, todas preciosas y, sin duda, desenvueltas en el entorno social de él.