2,99 €
Vivian Florey necesitaba desesperadamente conseguir una cuenta publicitaria con la empresa de Lleyton Dexter, pero, ¿tanto como para pasar una semana con él? A Lleyton le parecía un intercambio más que justo. Necesitaba una prometida para evitar que su familia le buscara pareja. Vivian simplemente tendría que representar un papel... Ella no dejaba de repetirse que era un acuerdo comercial. Sin embargo, la tensión que había entre ellos distaba mucho de ser únicamente profesional. Parecía más bien personal, casi como si su fingida atracción fuera real...
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 196
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Lindsay Armstrong
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Novios por una semana, n.º 1183- febrero 2021
Título original: The Hired Fiancee
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-126-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Si te ha gustado este libro…
NINGUNA chica desea ser el melocotón que se encuentra en lo más alto del árbol, donde no se la puede recolectar ni apretar —comentó Lleyton Dexter.
Vivian Florey suspiró discretamente para ocultar las ganas de manifestar una reacción mucho más evidente, como inclinarse sobre el escritorio del Lleyton Dexter y darle un tortazo en la atractiva mandíbula.
—¿Quién ha dicho que así sea? —murmuró ella, conteniéndose todo lo posible, incluso cruzando las piernas como si estuviera muy tranquila.
Tenía los ojos azules y el pelo rubio oscuro. Tras una sonrisa que mostraba la picardía de un hombre de mundo, asomaban unos hermosos y blancos dientes. El resto de él, vestido con unos pantalones de sport y una camisa a cuadros azules y granates resultaba igualmente atractivo, a pesar de que, al ser presidente de la Corporación Clover, Vivian había esperado que fuera vestido más formalmente. La empresa, entre otros productos maravillosos, fabricaba champú.
Era un hombre alto, corpulento pero esbelto. Tenía un aura de poder que resultaba impresionante, a menos que se odiara a aquel hombre, algo que Vivian estaba segura de sentir en aquellos momentos. Cualquier hombre que considerara a las mujeres melocotones se merecía aquel sentimiento.
Cualquier hombre que sometiera a una mujer al escrutinio al que él estaba sometiendo a Vivian pedía a gritos que se le odiara. El único problema era que ella no estaba en posición de enfrentarse a él. El poder de la Corporación Clover era evidente solo en aquel despacho. Además de tener unas vistas maravillosas, era el sueño de todo decorador. Pesadas cortinas de terciopelo azul, alfombras blancas, exquisitas pinturas y objetos de arte, además del enorme escritorio con cubierta de cristal que utilizaba Lleyton Dexter, con solo un teléfono y una agenda. Además, tenía unas fotos que ella había llevado. Por lo demás, no había ni un archivo a la vista ni un ordenador.
A través del cristal de la mesa, él la contemplaba de arriba abajo. Desde el rostro, enmarcado por una melena rizada del color del trigo, hasta su figura, vestida con un sencillo traje turquesa con falda muy corta, para terminar en las piernas, enfundadas en unas finas medias.
El hecho de que, en aquellos momentos, estuviera descalza, era otra desventaja para ella. Y la razón de aquella situación era lo que más le molestaba.
Cuando subía al despacho de Lleyton Dexter, se había quitado los zapatos en el ascensor para aliviarse durante un momento los pies. Sin embargo, el ascensor se había detenido súbitamente entre plantas. Cuando las luces se apagaron, el pánico se apoderó de ella. Por ello, cuando volvió a funcionar normalmente unos segundos después, había salido rápidamente del ascensor, temblando… y sin zapatos. El ascensor había seguido su camino.
Tras apretar frenéticamente el botón de llamada, había conseguido que aparecieran tres de los otros ascensores, pero no en el que ella había estado. Y, por lo que sabía, sus hermosos zapatos color turquesa, a juego con el traje, andaban todavía arriba y abajo de aquel edificio.
Tras explicarle lo que le había pasado a la secretaria, había entrado en el despacho para tener que volvérselo a explicar a aquel hombre. Fue entonces cuando él le dirigió por primera vez aquella pícara sonrisa.
—¿No le parece que, con estas fotografías, está sugiriendo una imagen algo idealizada, señorita Florey? —preguntó Lleyton Dexter, contemplando las fotos.
—No. Sí. Bueno, no se me había ocurrido —confesó ella, frunciendo el ceño—. No estaba del todo segura de a lo que usted se refería con lo de las chicas y los melocotones, señor Dexter, pero, créame, Julianna Jones está encantada de ser la siguiente chica Clover. ¿Es que parece estar descontenta?
—No, pero parece inalcanzable. A mí me parece algo acartonada, si sabe a lo que me refiero. Es muy hermosa, sí, pero parece carecer de esa chispa de feminidad que resulta esencial.
—Porque nunca la han recolectado ni apretado —comentó Vivian, sin poder evitarlo—. Oh… —añadió, para aliviar la impresión causada por el comentario—… por el contrario, su pelo es muy hermoso. Créame, a cualquier chica le encantaría tener ese cabello.
Lleyton Dexter estudio la hermosa melena oscura de Julianna y meditó durante un momento. Entonces, levantó la mirada y sometió a Vivian a otra inspección. Aquella vez, a ella le resultó mucho más difícil mantener la compostura y se sonrojó. Tenía la impresión de que aquella mirada azulada había ido más allá de su traje, su ropa interior. Le pareció que Lleyton Dexter estaba meditando sobre su cuerpo desnudo.
—Creo que preferiría tener su cabello en el anuncio, señorita Florey —dijo él, encogiéndose de hombros—. De hecho, me parece que usted sería la perfecta chica Clover.
—¿Porque sí que parece que a mí me han recolectado y me han apretado? —preguntó Vivian, algo molesta no solo por haberse sentido desnudada por la mirada de aquel hombre sino también por la excitación que se había apoderado de ella por aquella ensoñación—. Señor Dexter…
Entonces, tras llamar ligeramente a la puerta con los nudillos, la secretaria de Lleyton Dexter abrió la puerta y asomó la cabeza.
—Perdón —dijo la mujer—, pero en cuanto a sus zapatos, señorita Florey…
—¿Los ha encontrado? —preguntó ella, girando la cabeza.
—No, lo siento. El portero ha registrado todos los ascensores y ha preguntado en todos los despachos del edificio. Parece que nadie los ha visto.
—¡Entonces, alguien se los ha llevado! —exclamó Vivian, incrédula—. ¿Cómo han podido hacer eso? ¡Oh, espero que le destroce los pies tanto como me los destrozaron a mí!
—Cualquiera pensaría que se alegra de haberlos perdido de vista —murmuró Lleyton Dexter.
—¡Muy gracioso, señor Dexter! —comentó Vivian, volviéndose a mirarlo—. El problema es cómo voy a ir a ninguna parte sin zapatos. ¡Cualquiera habría pensado que se habría parado a pensar en eso!
—Si tiene el coche en el aparcamiento, podría hacer que se lo lleven hasta la puerta principal. Solo está a unos pasos del ascensor.
—No vine en coche. Vine en tren y luego en taxi —explicó Vivian, cansada. Él levantó las cejas, como si considerara aquel comportamiento inexplicable y algo ridículo—. La autopista entre Brisbane y la Costa de Oro era un caos ahora que la están ampliando. Nunca se sabe cuándo va a haber atascos y lo último que quería hoy es llegar tarde. Por ello, el tren me pareció la solución más viable. De hecho, resultó muy agradable, sin contratiempos, tranquilo… Una opción mucho mejor que estar batallando con retrasos, desvíos y atascos.
—¿Puedo hacerle una sugerencia? —preguntó la secretaria a Lleyton Dexter. Él asintió—. Dado que parece que alguien le ha robado los zapatos, podría enviar a una de las chicas a comprarle un par, señorita Florey. Digamos un par de zapatos de un color neutro, no demasiado caros, que pudieran llevarla a casa y evitarle así más apuros.
—Estupendo, señora Harper. Por favor, proceda enseguida —dijo Lleyton Dexter—. Nosotros nos encargaremos de la cuenta.
—Puedo permitirme comprar un par de zapatos —anunció Vivian.
—No, no. Si se los han robado en este edificio, creo que es lo menos que podemos hacer —le aseguró él—. ¿Cuál es su número?
—El treinta y siete, pero…
Lleyton Dexter se levantó y rodeó el escritorio para poder contemplarle mejor los pies.
—¿Cuál sugeriría usted como un color neutro, señora Harper?
—Beige. Tiene el bolso de color beige así que, sí, creo que el beige le iría bien. No demasiado altos. ¿Cree que por eso le hacían daño los otros, señorita Florey?
—Y luego se habla de tener un mal día —dijo Vivian, suspirando más descaradamente aquella vez. Luego, se echó a reír—. ¡No recuerdo haber tenido uno peor! Gracias a los dos. Evidentemente, esa es la única solución, pero insisto en pagarlos. Fui yo la que se los dejó en el ascensor —añadió, tomando el bolso.
—No, a menos que el señor Dexter diga lo contrario —murmuró la señora Harper, antes de marcharse.
Lleyton Dexter regresó a su sillón y se apoyó la barbilla sobre las manos. Vivian cerró el bolso y lo dejó en el suelo.
—¿Es que hace todo el mundo exactamente lo que usted dice?
—Con bastante frecuencia, pero no siempre, por supuesto. Y algunas veces no tan exactamente, pero…
—¿Solo el noventa y nueve por ciento de las veces, tal vez? —sugirió Vivian.
—Me da la sensación que usted podría ser ese uno por ciento restante, señorita Florey.
Entonces, de repente, Vivian recordó lo que le había llevado allí. Trabajaba para una agencia publicitaria y era de vital importancia conseguir la cuenta Clover. De nuevo volvió a concentrarse en las fotos y en los hermosos rasgos de Julianna.
—Lo que ocurre es… De acuerdo. Tal vez los hombres vean a las mujeres de un modo diferente, pero le sorprendería saber que las mujeres se visten principalmente para otras mujeres. Igualmente, son las mujeres las que compran su champú y a mí no me parece que Julianna vaya a molestarlas. Sin embargo, ahora que sabemos lo que tiene en mente, podríamos hacer las cosas de un modo diferente. Un enfoque más divertido en vez de esta belleza tan abrumadora pero, posiblemente, inalcanzable.
—¿Usted, por ejemplo?
Vivian abrió la boca para decirle que no volviera a empezar pero se contuvo.
—Yo nunca he trabajado de modelo, así que me parece que saldría mucho más acartonada que Julianna, señor Dexter. Y ella no es realmente así… Además, le rompería el corazón…
—¿Por qué no mueve un poco el cabello?
—No habla en serio, ¿verdad?
—Claro que sí.
—¿Por qué?
—Me gusta su estilo. Por cierto, ¿puedo invitarla a comer? Cuando sus zapatos lleguen, naturalmente.
Vivian analizó aquel giro de acontecimientos, como si estuviera buscando algo que fuera a saltarle a la garganta.
Lleyton Dexter la observó atentamente, muy divertido. Aquella mujer medía un metro sesenta y cinco aproximadamente y era pura dinamita bajo aquel cuerpo tan esbelto. ¿Sería aquello lo que le había incitado a recitarle la cita sobre las chicas y los melocotones que aparecía en la página de su agenda para aquel día? Luego, por supuesto, había tenido que justificar aquella frase. Desgraciadamente, aquello podría hacer que la desconocida Julianna perdiera un trabajo, aunque, al lado de aquella mujer, efectivamente, parecía algo acartonada.
—¿A comer…? ¿Dónde?
—Hay un restaurante italiano muy agradable al otro lado de la calle. Puedo dar mi palabra sobre la comida y el ambiente. Y también tengo una propuesta para usted, señorita Florey…
—¿De negocios o…? —preguntó Vivian, interrumpiéndose antes de terminar la frase. Sin embargo, estaba muy claro lo que estaba pensando.
—De negocios, naturalmente.
—Perdóneme —dijo ella—, pero una nunca está del todo segura con los hombres.
—Claro —respondió él, muy serio.
—¡Se está riendo de mí! —exclamó ella, tras un momento de silencio—. Se ha estado riendo de mí desde que puse el pie en este despacho… De acuerdo que, seguramente, tenía un aspecto de lo más divertido, pero… ¡ya está bien!
De nuevo, alguien volvió a llamar a la puerta, lo que evitó que Lleyton tuviera que responder. Era la señora Harper otra vez, no con una sino con tres cajas.
—Fui yo misma —explicó la mujer—. Hay una zapatería justo al otro lado del puente, en la isla Chevron. Me los prestaron para que usted pueda elegir, señorita Florey. Aquí tiene.
Vivian contuvo el odio que sentía por Lleyton Dexter y empezó a probarse los zapatos de color beige.
—Ande un poco antes de decidirse —le aconsejó la señora Harper—. Bueno, a mí me parece que ese par que se ha puesto ahora es el más adecuado, señorita Florey —añadió, tras unos minutos—. Sencillos y prácticos, pero elegantes. ¿Qué le parece a usted, señor Dexter?
—Personalmente, yo prefiero los que se probó en segundo lugar. Tal vez no sean tan prácticos al llevar el talón abierto, pero le hacían unos pies muy bonitos.
Vivian estaba de pie, en medio del despacho, con las manos en las caderas, preguntándose si se habría metido en un manicomio. De nuevo, aquel hombre se había reclinado sobre su sillón y estaba observándola, como si ella estuviera desfilando para pasar a formar parte de su harem. Y no solo era eso. Estaba consiguiendo que ella fuera muy consciente de su cuerpo, bajo aquel traje de seda. A pesar de la falda corta, no era nada sugerente sino sencillo y elegante y adecuado para trabajar. Entonces, ¿cómo podía haber conseguido que ella recordara la suave curva de sus pechos, de sus caderas y la esbeltez de la cintura solo con mirarla?
Para empeorar aún más las cosas, él la contemplaba con una actitud de experto en las mujeres. Parecía juzgarlas solo por dos características: la perfección física y el comportamiento en la cama. Horrorizada, Vivian pudo imaginarse cómo se la llevaban para bañarla, arreglarla y perfumarla para luego presentarla ante él, temblando de deseo… Aquel pensamiento la turbó tanto que se odió por ello.
—Me quedaré con estos, señora Harper —dijo ella, por fin, decidiéndose por el par que tenía puestos—. Son… son los más cómodos de los tres —añadió, mirando a Lleyton Dexter con un sentimiento de triunfo—. Y gracias por haberse tomado tantas molestias. Le estoy muy agradecida, pero insisto en pagarlos.
—Bueno, dejaré que eso lo decida con el señor Dexter —comentó la señora Harper mientras empezaba a recoger las otras cajas—. Aunque ya están pagados en la tienda. Todos eran del mismo precio. Ahora, haré que devuelvan estos enseguida.
Vivian se sentó y tomó una vez más el bolso, sacando el monedero.
—Vi cuánto cuestan en la caja así que… —insistió ella, contando sesenta y cinco dólares con noventa y cinco centavos y poniéndolos encima del escritorio.
Entonces, el teléfono empezó a sonar. Resultó ser una llamada de por lo menos cinco minutos, durante los cuales ella jugueteó con el dinero y reorganizó las fotos varias veces.
Después de que él hubiera colgado el teléfono, y antes de que tuviera oportunidad de decir nada, la señora Harper volvió a entrar, con un aspecto algo alicaído… y un par de zapatos de ante color turquesa en las manos.
—Alguien los recogió del ascensor, pero no tuvo tiempo de llevarlos al portero hasta hace unos pocos minutos —dijo la mujer, algo agitada—. Y ya he enviado los otros zapatos a la tienda.
—Creo que necesito una copa —musitó Vivian, cerrando los ojos.
—Entonces, vayámonos a comer —dijo Lleyton.
—No es eso lo que he dicho —replicó ella con cautela, abriendo los ojos.
—Todavía tenemos una proposición de negocios por comentar.
Vivian dudó. Luego, se encogió de hombros al recordar lo que le había llevado allí: conseguir el anuncio del champú Clover. También se le ocurrió que estaría más segura del magnetismo que Lleyton Dexter parecía ejercer en ella en un lugar público.
—De acuerdo.
La zona empresarial de Evandale, en la zona de Surfers Paradise, no era demasiado grande y tenía áreas ajardinadas y varios bonitos restaurantes. A Vivian le parecía un lugar agradable. El río Nerang fluía por el lado oeste y, al otro lado de la carretera, estaban los edificios de la Costa de Oro.
El restaurante que Lleyton Dexter había elegido tenía una terraza en la acera, rodeada por plantas y bullía de vida, color, además del delicioso aroma de la comida. Había una cola de personas esperando para sentarse, pero a Lleyton lo acompañaron inmediatamente a una mesa sin más dilación. Entonces, él pidió una botella de vino, de la que sirvió dos copas mientras esperaban que llegara el almuerzo.
—Salud —dijo él.
—Salud —respondió Vivian, tomando un sorbo de la copa—. Es un vino muy bueno. ¿Se hubiera podido creer antes que alguien tuviera el día que yo he tenido, señor Dexter? No es que quiera que vuelva a reírse otra vez de mí, pero tiene que admitir que perder los zapatos resulta, por lo menos, algo traumático.
—Efectivamente.
Vivian pensó que lo mejor que podía hacer era entablar una conversación informal, con un poco de sentido del humor y sin hacer referencia a la magnética atracción que, probablemente, era de todos modos producto de su imaginación.
—Entonces, ¿cuál es su proposición? ¿Me perdonará por esperar que me pueda mejorar el día?
—Me gustaría que se hiciera pasar por mi prometida durante una semana, señorita Florey.
Vivian, que estaba tomando otro sorbo de vino, se atragantó.
—Creía… creía… creía que había dicho que se trataba de una proposición de negocios.
—Así es. He dicho «hacerse pasar». Ah, gracias —añadió, refiriéndose al camarero mientras él les colocaba el almuerzo delante.
Vivian contempló fijamente la ternera que había pedido y luego levantó sus ojos castaños para mirar los de él.
—Evidentemente, la he sorprendido.
—Entre usted y su secretaria, por muy agradecida que le esté a esa mujer, se le podría perdonar a uno haber creído que se había caído por la madriguera del conejo, como Alicia. Por no mencionar sus extraños comentarios sobre las mujeres y los melocotones… Sí, efectivamente, así ha sido.
—Ah, tal vez un día se lo explicaré. En cuanto a la señora Harper, es una excelente secretaria y le encanta ayudar a la gente.
—¿Le importaría explicarme por qué quiere que me haga pasar por su prometida?
—Por supuesto. No deje que se le enfríe la comida. Voy a estar en una reunión familiar durante una semana, no porque yo así lo haya querido, créame. Allí, podría convertirme en… bueno, en presa de una variedad de mujeres. Con una prometida a mi lado, tendrían que contenerse, ¿no le parece?
—¿Quiere decir que las mujeres hacen el ridículo por usted?
—No estoy seguro de por qué, pero así es. Desgraciadamente.
—¿Que no está seguro de por qué? —preguntó ella, maravillada—. ¿No cree que tiene algo que ver con el hecho de que es tremendamente rico, atractivo y, además, se encuentra en la flor de la vida?
—Si es así, no parezco haberle causado a usted ninguna impresión. Antes, hubiera jurado que había tenido que contenerse para no abofetearme.
—En eso tiene razón. De hecho, sigue sin caerme bien, por lo menos, fuera del ámbito empresarial.
—¿No le parece que, en ese caso, es una relación ideal para una semana? —sugirió él—. Es decir, no tendría los problemas que tienen las demás. Sería perfecta.
—No, no podría hacerlo —replicó ella, tomando el cuchillo y el tenedor—. ¿Está loco? ¡No me diga que no puede deshacerse de las mujeres usted solo! Ya es lo suficientemente mayor.
—No, normalmente, no estoy loco. Uh… ¿qué le parecería si dijera que esta Julianna Jones, en un contexto más animado, tiene mi visto bueno y… le damos también a su agencia el contrato para la publicidad de los vinos Clover? —dijo él. Vivian se quedó con la boca abierta—. Sería una cuenta muy grande. Estamos pensando en nuevas etiquetas, nueva imagen y también estamos pensando en exportar. ¿Estoy en lo cierto al creer que usted es socia en la agencia?
—Sí —dijo ella, con voz ronca—. Bueno, solo de un diez por ciento, pero… No le gustaban mis ideas para el champú, así que estoy algo confusa.
—Si no la hubiera visto a usted, probablemente me habrían encantado. —replicó él. Una vez más, Vivian solo pudo quedarse mirando fijamente—. Me impresionó mucho el anuncio de miel que realizó su empresa. Por eso nos pusimos en contacto con su agencia. Creo que usted participó mucho en la creación de ese anuncio.
—Yo… así fue.
—¿Y es cierto que también se graduó con honores en Diseño Gráfico?
—Veo que hace bien los deberes, señor Dexter.
—¿Cree que una semana sería una imposición tan grande viendo lo mucho que podría ganar?
—¡Pero eso es soborno!
—Bueno, a mí me parece que es una cosa por la otra.
—¡No! —exclamó Vivian—. ¿Cómo puedo saber en lo que me estoy metiendo? Usted podría ser… ¡podría ser cualquier cosa!
—Efectivamente, pero no lo soy. Permítame que le cuente unos cuantos detalles más. Mi hermana va a casarse. La semana antes de la boda va a haber un frenesí de fiestas y cosas por el estilo en la finca de mi familia. Mi madre estará allí, lo mismo que muchas otras personas… Si no quiere, no tendrá que estar a solas conmigo. Y mi madre, es un pilar de la sociedad, créame.
—¿Es así como lo hacen los ricos y famosos? —comentó ella.
—¿Acaso no es así como lo hace todo el mundo?
—No en la «finca de la familia», créame señor Dexter.
—Será muy divertido, Vivian.
—Pero no podremos decir que estamos comprometidos sin demostrarlo en alguna ocasión —objetó ella.
—Estaría dispuesto a respetar tus deseos de no hacer demostraciones de afecto en público. Podríamos decir que, todavía, no es oficial —dijo él, apartando el plato ligeramente para demostrar que había terminado de comer.
—¿Y su madre y su hermana? ¿Cómo van a reaccionar cuando usted les presente una prometida, de la que no habían oído hablar, aunque todavía no sea oficial?
—Mi madre y mi hermana, generalmente, me siguen la corriente.
—¡Eso me lo imagino! Sin embargo, me parece que tiene que haber algo más detrás de todo esto.
—Claro que lo hay. He descubierto que me apetece la idea de hacer que tengas mejor opinión de mí.
Vivian masticó cuidadosamente el último bocado y luego dejó el cuchillo y el tenedor a un lado del plato vacío. A continuación, tomó un sorbo de agua. Deseaba retrasar todo lo posible el momento en el que tendría que mirar los azules ojos de aquel hombre. Aquellas palabras parecían haberle afectado de un modo extraño, provocándole un escalofrío por la espalda. ¿Qué significaba aquello? No podía ser que se sintiera atraída por él.
—Si es así, ¿qué tienen de malo las formas tradicionales de impresionar a una chica, señor Dexter? —dijo ella, por fin—. Creo que son mejores que el soborno.
—Hay dos razones, Vivian. Me gustan los desafíos… y, además, tengo el presentimiento de que a ti no te gustarían las tácticas tradicionales. Sin embargo, lo que podrías llegar a hacer para conseguir un contrato para tu agencia es otro asunto.
—¿Se trata de un trato honrado, señor Dexter? ¿Julianna Jones y los vinos Clover solo por pasar una semana fingiendo ser su prometida? —preguntó ella. Lleyton asintió—. Trato hecho.
—Vivi, ¿cuántos años tienes? —preguntó Stan Goodman, socio mayoritario de Goodman & Asociados a la mañana siguiente.
—Veinticinco, Stan, casi veintiséis… ¡Ya lo sabes!
—¿No te parece que ya eres mayorcita para caer en este tipo de trucos?
—No pude evitarlo —replicó Vivian—. Además, mira lo que va a suponer para la agencia.
—¿Y qué ocurre si no solo te haces pasar por su prometida, sino que acabas en su cama, hablando en plata? —preguntó Stan, mirando por encima de las gafas.
—No hablamos de eso, pero si crees que no me puedo resistir a un hombre durante una semana, Stan, estás muy equivocado.