Otras lecturas - Carlos Rey - E-Book

Otras lecturas E-Book

Carlos Rey

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Beschreibung

 Un psicoanalista que mira la realidad desde la óptica del drama humano y escruta las desventuras que forman parte esencial del ser humano.   Una obra lograda, gracias a su calidad literaria, ingenio crítico y visión sistemática. Esos son los tres pilares que convierten los comentarios y reflexiones de Carlos Rey en un libro generoso y sugestivo, donde el tempo acompaña la reflexión y facilita el entendimiento de asuntos sobre los que merece la pena detenerse y atreverse a pensar. Un autor convencido de que el lenguaje científico, en materia del alma, tiene sus limitaciones.   A través de sus comentarios de novelas, ensayos y películas, consigue dar forma a un corpus argumental que en sí mismo constituye una alternativa bien fundamentada al discurso hegemónico y se erige en una crítica sólida al pensamiento único que domina el terruño psi.   Literatura y clínica, constituyen dos cordones que se entrecruzan con vistas a iluminar la enrevesada condición humana y favorecer la formación de una psicopatología cuyo centro esté ocupado por el sujeto.   José María Álvarez 

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OTRAS LECTURAS

Literatura y clínica

Carlos Rey

PrólogoJosé María Álvarez

Colección La Otra internacional

Créditos

Colección La Otra internacionalDirigida por José María Álvarez y Emilio Vaschetto

Título original:Otras lecturas – Literatura y clínica

© Carlos Rey, 2023

© De esta edición: Pensódromo SL, 2024

Diseño de cubierta:Cristina Martínez Balmaceda – Pensódromo

Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions.

Editor: Henry Odell

e–mail: [email protected]

ISBN print: 978-84-128042-1-8

ISBN ebook: 978-84-128869-3-1

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Índice

Prólogopor José María ÁlvarezFrasesIntroducciónMohamed Chukri o el mestizaje cultural del otroPara una cultura del exterminio naziLa ley del deseo versus la ley del mercadoDuelo y melancolíaSer en la culpa o no ser. Dos hombres en el limbo del bienestarEl cazador recubierto de cascabeles (1)El cazador recubierto de cascabeles (2)Freud y Dalí en otra escena, el teatroLa profesora de piano y su señora madreLa casa de los náufragos. Boarding homeMaterial dañadoSobre el relato literario de los pacientes (1)Sobre el relato literario de los pacientes (2)Sobre el relato literario de los pacientes (3)Las otras lecturas de FreudSecretos y mentirasEl mito de la identidad colectiva e individualHombre erectus perdiendo altura (1)Hombre erectus perdiendo altura (2)Alegato por cierta anormalidadDescriptivo o despectivoModelo psicosocial de la locuraLa primera mirada moderna de la locuraCausalidad psíquica en un caso de locura (1)Causalidad psíquica en un caso de locura (2)Embarazosa adolescencia y adolescentes embarazadasLocura líquidaSobre el relato literario de los pacientes (4)Síntoma preexistente e insistente y clínica sin sujetoAutoayuda y otras postales navideñasPropiedad privada (1)Propiedad privada (2)Ideas li(e)bres (1)Ideas li(e)bres (2)Padres hiperactivos con déficit de atención a sus hijosIdeas li(e)bres (3)De la repetición a la digresión (1)De la repetición a la digresión (2)Postales navideñas de sátira y éticaSobre la negación de la condición humanaOtra práctica p(si) es posiblePedro Melenas: el falso antecedente histórico del TDAHTontos de capiroteAlegato a favor de la locura histéricaPara un diálogo posible entre el arte y la cienciaSobre el relato literario de los pacientes (5)Contra la reducción cientificista de la condición humanaSapere aude (1)Especialistas del miedoIdeas li(e)bres (4)La histeria y el DSM según Siri HustvedtPropuesta formativa y humanista para clínicos especialistas en incertidumbresDel puritanismo al autoritarismo científico y tiro porque me tocaPara un diálogo posible entre la ciencia y la clínicaAcademia a la boloñesaDiagnósticos con cara y ojosPara una clínica basada en la clínicaLecturas de La Otra psiquiatría/psicologíaSapere aude (2)La Otra versus la UnaPara una clínica con fundamentosLo que los focos no iluminanPara una clínica de la locuraSobre un saber hacer en el trato y tratamiento de la locuraSobre el pathos de la condición humana y su ethosAcerca del autor

Prólogo

por José María Álvarez

Otras lecturas. Literatura y clínica es una amplia colección de escritos sobre muchos libros y algunas películas. El caso es que estos textos tienen algo llamativo, una enjundia que salta a la vista de inmediato. A eso contribuye el hecho de que quien los escribe es un psicólogo clínico, un psicoanalista que mira la realidad desde la óptica del drama humano y escruta las desventuras que forman parte esencial de cualquiera de nosotros. Pero eso no es suficiente para perfilar el atractivo de esta publicación. De hecho, como los virus, los libros psi proliferan por doquier y se publican sin pudor de los editores ni rubor de los autores. Ese no es el caso de Otras lecturas. Literatura y clínica. Al contrario, estamos hablando de una obra lograda, de una contribución que honra a su autor y agradecen los lectores. Y todo ello, además de la mencionada posición clínica del autor, gracias a su calidad literaria, ingenio crítico y visión sistemática. Esos son los tres pilares que convierten los comentarios y reflexiones de Carlos Rey en un libro generoso y sugestivo. Porque no es nada sencillo hablar de destacados libros y películas relevantes y ser capaz de trasladar al lector algún rescoldo de esa valía sin que por el camino se extinga la gracia, sin que, como mínimo, alguna brizna de la pasión que a Carlos Rey se le despertó nos llegue a nosotros sin perderse en el trasiego.

Lector, escritor y clínico —póngase estos términos en el orden que se prefiera— son tres características que aúna, desde hace décadas, el autor de esta obra. Ahora bien, que esas tres particularidades se den juntas es algo infrecuente. Y mucho más insólito es que se den en la actualidad, tan fragmentada en especialidades. El autor se ocupa, analiza y tercia sobre cómo las cosas de siempre se manifiestan en el ahora y aquí. Y no es nada remilgado a la hora de manifestar su opinión ni mantenerse firme en su posición, a menudo comprometida e incómoda. Sin embargo, eso sí, lo hace con la pausa de quien ha pasado infinidad de horas leyendo, escribiendo y escuchando. Y eso se nota en las páginas de esta obra, donde el tempo acompaña la reflexión y facilita el entendimiento de asuntos sobre los que merece la pena detenerse y atreverse a pensar. Cuesta imaginar que se pueda escribir con esa cadencia y no ser un lector de largo recorrido. Eso se nota, cuando Carlos Rey comenta un libro, en la presentación que propone, en la síntesis que aporta, en las citas que trascribe, en la trabazón que teje con sus comentarios y en los flecos que extrae del mundo de la cultura y la clínica, con los que ilumina sus observaciones. Todos podemos garabatear y encadenar algunas palabras, pero escribir no es algo al alcance de todo el mundo. Eso ya salta a la vista, como decía Gabriel García Márquez, en el primer párrafo de un texto. El lector lo podrá comprobar en cada uno de los casi setenta artículos que componen esta obra. Y también podrá comprobar que no está al alcance de todo el mundo decir algo interesante, como sucede en esta obra, aunque se escriba mucho y se lea más.

Ω Ω Ω Ω Ω

Si hay algún denominador común en tan extenso repertorio de reflexiones y comentarios, ese sería la crítica al pensamiento único que domina el terruño psi. Ahora bien, no se trata de una de esas críticas audaces pero sin sustancia, de las que, al cabo de unos días, uno no recuerda ni de qué trataba. No, nada de eso. Al contrario, Carlos Rey se aplica en sus observaciones y argumentos, y los hila con suavidad, testarudo e infatigable. A través de sus comentarios de novelas, ensayos y películas consigue dar forma a un corpus argumental que en sí mismo constituye una alternativa bien fundamentada al discurso hegemónico. Porque él —como muchos de quienes tomamos partido por Otra clínica— está convencido de que el lenguaje científico, en materia del alma, tiene sus limitaciones. De hecho, una de las citas que encabeza esta publicación es de Hermann Broch, cuando dice: «El acceso al alma del individuo siempre fue la literatura» (p. 15). Y unas cuantas páginas más adelante, se ratifica con parecido énfasis:

En el caso de que el pensamiento, la subjetividad y el inconsciente sean declarados oficialmente pura ficción, recurriremos a la literatura y allí nos encontraremos (p. 165).

Literatura y clínica, como indica el subtítulo de esta obra, constituyen dos cordones que se entrecruzan con vistas a iluminar la enrevesada condición humana y favorecer la formación de una psicopatología cuyo centro esté ocupado por el sujeto, una psicopatología —escribe el autor— que «vuelva a ser exclusivamente clínica» (p. 424). A partir de esa articulación se enfocan algunos de los debates habituales de la clínica actual: la artificiosidad de las clasificaciones psiquiátricas, la inconsistencia de los DSM, el forzamiento de la ciencia biológica en su traslación al ámbito de la subjetividad, el abuso y mal uso de los psicofármacos, la improcedencia del TAI (tratamiento ambulatorio involuntario), etc.

Cuanto acabo de comentar se sintetiza en varios artículos que llevan por título «Ideas li(e)bres», los cuales recogen la filosofía del autor y proyectan una clínica con fundamento. Citando a José Bergamín, Rey da a entender que a las ideas, como a las liebres, hay que dejarlas correr y admirarlas por su desenvoltura, vigor y lozanía. Como a las liebres, a las ideas tampoco conviene atosigarlas y perseguirlas demasiado, para no agotarlas. Se trata, escribe el autor, de

[…] reflexiones libres de polvo y paja porque son fruto de la experiencia profesional, y no de las intenciones, por buenas que sean. Y liebres porque van mucho más lejos que el discurso oficial; discurso que pretende ser dominante y enlentecer nuestro pensamiento y acción (p. 235).

A mi modo de ver, la metáfora de la liebre libre y la independencia del pensamiento aglutinan este conjunto de escritos, traten de libros, películas, piezas teatrales o asuntos propios de la profesión. Esas palabras son la carta de presentación del autor y el sello de calidad de la obra.

Ω Ω Ω Ω Ω

Escrito entre 2004 y 2023, el material que compila esta obra es suficientemente amplio como para que, dependiendo del momento en que lo leamos, hallemos más apetecible tal o cual contenido. Con motivo de escribir este prólogo y releer los textos, en esta ocasión he disfrutado especialmente de algunos comentarios clínicos sobre autores que han tenido a bien relatar su malestar. En este sentido, son maravillosas las observaciones sobre Siri Hustvedt, la histeria y el DSM; desgarradoras y verdaderas las que dedica a William Styron, y luminosas por igual las que diseccionan a Unica Zürn y Gérard de Nerval.

Ante la dificultad actual de publicar historiales clínicos, por motivos de secreto profesional, con frecuencia recurrimos a lo que narradores y dramaturgos escriben sobre ciertos personajes, porque ellos, como enfatizó Freud, son «profundos conocedores del alma humana»; en eso, Shakespeare y Dostoievski se llevan la palma. También echamos mano de lo que algunos creadores escriben sobre sí mismos y su propio pathos, y que nuestro autor titula como El relato literario de los pacientes. (Guillermo Rosales, Giuseppe Berto, Marie Cardinal, Fritz Zorn, Gérard de Nerval, Unica Zürn, Janet Frame, Charlotte Perkins Gilman, etc.) Y nos admiramos de su agudeza para perfilar las claves de sus dramas, tormentos, repeticiones y huidas. Uno de los muchos mencionados en esta obra es Fritz Zorn quien, al final de Bajo el signo de Marte, señala que su relato puede ser de alguna utilidad en el plano teórico. Sin duda lo es, en mi opinión, y mucho más que algunas descripciones sobre la angustia y la depresión que leemos en los libros especializados. Al hilo de estas consideraciones, Carlos Rey, en sus pródigos comentarios, añade que Zorn muestra en esa obra

[…] la importancia que tiene la función de la angustia vital, la discriminación de sus tipos, y sobre todo, su manejo terapéutico en la conducción de la cura (p. 103).

Si saco a colación esta referencia, es para ilustrar, tomándola como ejemplo, el tipo de análisis habitual desarrollado en Otras lecturas. Literatura y clínica. Como se puede apreciar, se trata de una obra en la que convergen esas tres facetas difíciles de reunir: el lector, el escritor y el clínico. Carlos Rey encarna como pocos ese singular híbrido, capaz de beber directamente de la fuente de las letras (Flaubert decía que la verdadera experiencia literaria es responder a la pregunta por cómo vivimos), plasmarlo negro sobre blanco y aportar una sugerente luz interpretativa, y además combinar esa dimensión artística con la clínica.

Seguramente necesitamos del arte porque no hay ciencia de lo particular, de la subjetividad, es decir, de la particular subjetividad con la que se vive y sufre la vulnerabilidad y precariedad que anidan en nuestra condición humana. Necesitamos del arte y de la ciencia porque nuestro quehacer clínico es un arte y oficio» (p. 327).

escribe Carlos Rey con vistas a destacar la articulación de esa trenza formada por esas dos tiras, aparentemente heterogéneas, pero necesarias y hasta armónicas.

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Los últimos textos de esta obra se ocupan de la Otra psi. En realidad, Carlos Rey es uno de los promotores más activos de este singular movimiento. Hace ya tres lustros, cuando la Otra era apenas una corriente de opinión desconocida y local, por alguna extraña razón él se percató de esa tendencia emergente y comenzó a reseñar nuestros libros, de tal manera que sus comentarios contribuyeron a darlos a conocer entre la gente del gremio. Más allá del Ebro —como escribió en 2008— está el Pisuerga y sus alienistas:

Ideas de potentes clínicos que nos refieren que otra práctica psi es posible. De manera artesanal han construido una red de profesionales comprometidos que lleva por nombre: La Otra psiquiatría (p. 259).

Aunque no han pasado ni veinte años, desde entonces ese movimiento ha adquirido una briosa animación y se ha extendido más allá del Atlántico. Como digo, uno de los artífices de ese despliegue es Carlos Rey. Su contribución a la Otra se ha concretado en reseñar y promocionar algunas de las publicaciones más importantes. Lo ha hecho de forma espontánea y desprendida, mucho antes de que nos conociéramos personalmente. Varias de sus reseñas se pueden leer en la última sección de Otras lecturas. Literatura y clínica. En todas asoma la elegancia y el temple del lector atento, el escritor primoroso y el clínico comprometido. Su contribución a este movimiento alternativo y discreto que es la Otra, es de todos conocida, por todos reconocida y agradecida. Y puesto que estas páginas glosan su libro y su trabajo, me gustaría destacar, de manera especial, el papel que ha desempeñado en el laborioso Vocabulario de psicopatología (Barcelona, Xoroi, 2023), un papel tan discreto como necesario. Pieza fundamental desde que surgió ese proyecto editorial, siempre entre bambalinas, él realizó la primera lectura de los originales, hizo las primeras correcciones y anotó numerosas observaciones y sugerencias. Además, como cinco años ininterrumpidos de trabajo dan para mucho, en las diversas conversaciones que mantuvimos sobre la obra, surgieron, de buenas a primeras, algunas propuestas que finalmente se materializaron. Una de ellas, sin duda muy original, es el doble índice de la obra, esto es, la doble lectura que de ella se puede hacer, bien al modo diccionario (alfabética) o al modo manual (temática).

Para quienes llevamos años dando forma a la Otra psi, la edición de Otras lecturas. Literatura y clínica nos alegra especialmente, tanto por el agradecimiento que sentimos hacia el autor como por la posibilidad de que otros lectores, de este y del otro lado del Atlántico, puedan disfrutar con sus escritos y aprender de las ideas li(e)bres que glosa en sus otras lecturas, las que necesitamos para ampliar la comprehensión de la condición humana: la literatura.

Valladolid, febrero de 2024

Creemos que tiene sentido hablar de análisis poético del ser humano. Los psicólogos no lo saben todo. Los poetas proyectan otras luces sobre él. Método, método ¿qué pretendes de mi? Sabes bien que he comido del fruto del inconsciente.

Gaston Bachelard

Los poetas y los filósofos han descubierto el inconsciente antes que yo: lo que he descubierto es el método científico que permite estudiar el inconsciente. (…) Y los poetas son valiosísimos aliados, cuyo testimonio debe estimarse en alto grado, pues suelen conocer muchas cosas existentes entre el cielo y la tierra y que ni siquiera sospecha nuestra filosofía. En la Psicología, sobre todo, se hallan muy encima de nosotros los hombres vulgares, pues beben en fuentes que no hemos logrado aún hacer accesibles a la ciencia.

Sigmund Freud

El acceso al alma del individuo siempre fue la literatura. La literatura se legitima por la evidencia metafísica que llena al ser humano y hacia la que tiende cuando los medios racionales del pensamiento no le bastan para ello; la literatura ha sido siempre impaciencia de conocimiento, y de hecho una impaciencia totalmente legítima. Esa fue la primera razón de mi dedicación a la expresión literaria y extracientífica, pero al lado había otra razón y en realidad más racional, a saber, la del efecto ético inmediato. (…) El efecto ético debe buscarse en gran parte en una actividad iluminadora, y para ello la obra literaria es un medio muy superior a la ciencia. Esa fue la segunda razón de que me dedicara a la literatura.

Hermann Broch

Si yo fuese un objeto sería objetivo, como soy un sujeto soy subjetivo.

José Bergamín

Introducción

En 2004 Josep Vilajoana, en ese año vicedecano del Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña y conocedor de mi pasión por la literatura y la clínica, me propuso crear una sección cultural en la revista del citado colegio que titulé «Otras Lecturas». Durante ocho años, y hasta que la revista pasó a editarse online, me dediqué a dar la matraca al pensamiento único a través del saber que destila la literatura sobre la condición humana. Una selección revisada de esos artículos mensuales son los editados en este compendio, donde también se incluyen las lecturas de algunos de los potentes y rigurosos ensayos de La Otra psiquiatría/psicología, publicados entre 2016 y 2023.

Otras lecturas, otros autores, otros textos, otros lenguajes: el lenguaje figurado de la literatura, por ejemplo; también el del cine y el teatro.

Pensamientos que piensan separadamente de la ciencia y de nuestros planteamientos teóricos.

Si la razón clásica no alcanza para comprender la diferencia y pluralidad contradictoria de la realidad, será por algo. El lenguaje científico también tiene sus límites a la hora de dar cuenta de ese algo que se le escapa al saber humano y que llamamos subjetividad.

Si de lo que se trata es de profundizar en el conocimiento de la condición humana, la literatura siempre ha estado a la altura de nuestra pregunta: ¿Quo vadis?

Si el arte, tal y como nos lo define Paul Klee «no consiste en enseñar lo visible, sino en hacerlo visible», en este compendio de lecturas se recurre al saber de la literatura para proponer otras lecturas que nos permitan alejarnos del pensamiento único.

Mohamed Chukri o el mestizaje cultural del otro

Para iniciar esta sección que quiere estar abierta a la influencia del saber que destila la literatura y ser mestiza, nada mejor que irnos a la otra orilla de nuestro Mediterráneo y leer el mestizaje del otro: la obra de Mohamed Chukri (Marruecos, 1935-2003). El pan desnudo, Tiempo de errores y Rostros, amores, maldiciones. Esta trilogía autobiográfica es solo un ejemplo, pero es un buen ejemplo de mestizaje. Quizás un primer paso para aceptar nuestro propio mestizaje —lo que tenemos y podemos tener de los otros—, consista en leer qué tienen los otros de nosotros, de nuestra cultura, de nuestra literatura.

El pan desnudo fue escrito y prohibido en Marruecos en 1972. Rápidamente fue traducido al inglés por Paul Bowles y al francés por Tahar Ben Jelloum. Nosotros tardamos un poco más, nos faltó el mediador. Primero fue publicado por la editorial Montesinos en 1982, con más pena que gloria, y luego por la editorial Debate, con mejor difusión, en 1996.

Este relato arranca con el éxodo que provoca el hambre, la sequía y la guerra del Rif de los años cuarenta del siglo pasado, que coincidió con la infancia y adolescencia de su autor. Si sobrevivir a las penosas experiencias que nos relata ya es un milagro, ¿cómo es que logró contarlo, escribirlo? La respuesta la encontramos en su segundo relato Tiempo de errores. Aquí asistimos a la metamorfosis de un paria a escritor. Nada menos que el escritor de Tánger.

Si el primero lo escribí con el estómago —nos dice Chukri— el segundo lo quise escribir con una perspectiva literaria y social. No hay mucha acción, hay más contemplación.

Aunque Chukri escribe en árabe sus frases son cortas, europeizadas, fruto de la influencia de sus lecturas. Su lenguaje escrito se aleja del árabe clásico y se acerca a su cultura popular y eminentemente oral. Subversión lingüística y también social al escribir sobre aspectos que en su tradición siempre se han querido resguardar tras las celosías. La vida de Chukri también es una parte de nuestra propia historia. Y no solo porque se refiera a un tiempo compartido, el tiempo del Protectorado, sino porque también nos habla de un espacio común, ese que traspasa las fronteras: el espacio de la vecindad y de la convivencia diaria entre culturas diferentes. Chukri tuvo por vecinos —en Tetuán, Orán, Tánger y Larache— a gitanos, andaluces y exiliados de nuestra guerra civil. De ellos aprendió el castellano y con ellos compartió la esperanza de una vida menos miserable.

¿Sobrevivir para escribir o escribir para sobrevivir? Sea como fuere, en sus recuerdos están mezcladas las canciones de Oum Kultum y Concha Piquer. Como mezclas hizo fumando kif y hachís, y bebiendo nuestro popular coñac Terry. Fueron días de farra en el burdel Las Españolas de Tetuán. Luego se irá a Larache y allí, aprender a leer y a escribir será su obsesión. Entre penurias y humillaciones se esfuerza por descifrar los rótulos de las tiendas y cafés, pues, la mayoría estaban en castellano. Su aprendizaje fue bilingüe y sus lecturas también: «La lectura me absorbe y me aleja del Kif y del vino». Del vino de Jerez, del Moscatel y del fino La Ina.

Después del certificado de estudios primarios irá al instituto y más tarde cursará Magisterio. Larache, Tetuán y otra vez Tánger. Atrás quedará Cristobalina, la del burdel Mari Carmen. «Las chicas de Mari Carmen son españolas. No adoptan esos aires altivos con los marroquíes como las chicas de Madame Simone». Adiós también a la calle Barcelona, la pensión Málaga de Larache y al barrio de San Antonio de Tetuán donde viven su querida y enferma madre y su odiado padre, desertor de los regulares de Franco, encarcelado por ello, y ahora dando gato por liebre en la miel que les vende a los españoles en Ceuta. Chukri se despide del Tetuán de su infancia, antes de hacerse cargo de su destino como maestro: el primer curso de la escuela mixta del Barrio Nuevo en su añorada Tánger.

Doy un paseo por donde estaba el cabaret La Pérgola: el tango y Carlos Gardel, Concha Piquer, el flamenco, las coplas y el baile gitano…»

Y la despedida sigue:

Distribuyo mi tiempo entre la lectura en árabe y en español y las juergas en los bares. El mejor es el Revertito, con sus cabezas de toro disecadas colgadas en las paredes. En el Continental […] hay tres discos de los que nunca me canso, por más que los oiga una y otra vez: Las mañanitas, de Nat King Cole, El reloj de Lucho Gatica y Bésame mucho de Antonio Machín.

Como tampoco olvidará al escritor Mohamed Sebagh, quien le orientó en sus lecturas de poesía en árabe y en castellano:

Gustavo Adolfo Bécquer, los hermanos Antonio y Manuel Machado, Vicente Aleixandre (con quien mantiene correspondencia), Pablo Neruda, César Vallejo, Gabriela Mistral y Rafael Alberti. Por mi cuenta, voy descubriendo la dulzura poética y romántica de las poetisas Rosalía de Castro —en la traducción castellana del gallego—, Emily Dickinson, que leo también su traducción al castellano, Meira del Mar, Susana March, Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni.

Por las conversaciones que tiene con los españoles que conoce en pensiones y bares, Chukri sabrá de la dictadura que se sufre al otro lado del estrecho. Con los republicanos exiliados compartirá penas, alegrías y copas de anís El Mono. La cosmopolita y mestiza Tánger también le permite relacionarse con los escritores Paul Bowles, Tennessee Williams, William Burroughs, Jean Genet, Allen Ginsberg, Juan Goytisolo y Tahan Ben Jelloun. Cuando Chukri vuelve a la pensión La Plata, en Tánger, es el señor Profesor y sus vecinos seguirán siendo españoles. Como Tomas El Rojo, quien «durante el día vende globos a los niños en el bulevar y por la noche lee novelas de los clásicos rusos, franceses, españoles e ingleses». Pero la noche de Tánger de los años sesenta ya no tiene la belleza que lo embrujó de joven. Chukri quiso beber de la noche su sabiduría y nos desvela su error: «Ella arrancó de mí lo que quise adivinar de ella. ¿De quién tomaré, hoy, pues, la sabiduría?» Derrotado física y moralmente Chukri malvende sus libros para gastárselo en bebida. «Pido unos días de baja por enfermedad (psíquica). Solo me quedan Follas Ovas de Rosalía de Castro y Diván de Al-Mutamid Ibn Abad». Por cierto, poeta sevillano del año 1000.

La verdad está en su experiencia vital y allí la descubre: «La disolución del alma en el cuerpo, ese es el mal inexorable que me ha vencido». Chukri se nos confiesa atrapado entre el anhelo del amor imposible y la trampa del amor frustrado. Esta es la confesión de un superviviente. Superviviente al tiempo de sus errores y al espacio del amor efímero que es la noche. La noche, cualquier noche, hasta la de Ceuta le sirve para disolver el alma en el cuerpo.

Yo hermano mi noche con cualquier otra. Mi noche siempre me alumbra por el sendero de la salvación. Mi noche reconoce a sus aliados allí donde estén. París, el Barrio Chino de Barcelona, el del Carmen en Valencia y Bab Marrakech en Casablanca.

Los beres instruidos, ilustrados, pero no integrados

Chukri no tuvo hijos pero sí sobrinos, algunos nacidos a la sombra de la ciudad de la luz: París. Son franceses pero sus padres son emigrantes del Magreb. Son los beres, cuando no moros, paisas, moracos, mustafás, mojamés. En todo caso siempre inmigrantes y emigrantes, depende desde qué orilla del Mediterráneo se los señale con el dedo del rechazo. Nacidos después de Mayo del 68 los hay que han recurrido a la mediación de la literatura para hacerse oír, que no para darse a conocer, ya que han firmado con seudónimo sus relatos. ¿Miedo?… más bien vergüenza y rabia por las constantes humillaciones; la oficial y la cotidiana; el racismo del Frente Nacional y la indiferencia de la tolerancia hipócrita.

Chimo es el seudónimo del autor de La voz de Lila y Paul Smaïl el del escritor de Vivir me mata y Alí el Magnífico. De momento dos títulos traducidos de los cuatro que tiene publicados en francés. El como sí de la ficción y el seudónimo les ha facilitado ser radicales con ganas en sus críticas a la sociedad occidental y a la magrebí. Lo que no han podido ocultar es la vergüenza que sienten al confesar sus dificultades para moverse entre dos aguas, dos orillas, aunque sea del mismo mar. Suspendidos en limbo de las libertades formales, —que no reales— en tierra de nadie, en medio de ninguna parte, constituyen una nueva clase social, una casta inferior. Su reivindicación es clara: quieren ocupar un lugar en la sociedad y no precisamente el de excluidos. Su formación universitaria no les ha impedido sentirse igual de desarraigados en París como en Marrakech. Para ellos la escisión en su ser, en su condición humana, es un hueso mucho más duro de roer. Así habla el protagonista de Ali el Magnífico: «Era yo y no era yo. Era yo y era otro. Mi yo era otro, era otro yo el que actuaba…» Este mismo personaje tiene que luchar contra su paranoia, fruto del seguimiento que le realizan en el centro médico social de su suburbio. Es hijo de Francia pero también es hijo de emigrantes del Magreb, y, por lo segundo: población en riesgo. Si para la policía siempre será sospechoso, para los psicólogos del centro medico social ocupará un lugar en el cajón de sastre de la esquizofrenia.

Con esta novela a los psicólogos franceses les va a sobrar espejo donde verse reflejados. Pero es literatura. Para los puristas realismo urbano o sociología del extrarradio. Pero para sociología sobre el tema ya tenemos la cruda realidad que nos describe Pierre Bourdieu en La miseria del mundo. Y más cerca de nuestra realidad: Los otros y nosotros. Imágenes del inmigrante en Ciutat Vella de Barcelona. Premio nacional de investigación cultural y antropológica de Mikel Aramburu.

«Si por algo se ha caracterizado Occidente —cito a Francisco Jarauta— ha sido por su incapacidad para pensar al otro, y cuando lo ha hecho ha sido en términos de exclusión o de exotismo. Ex ops, lo que queda fuera de los ojos.» Mohammed Chukri y los beres nos invitan a volverlo a intentar:

La hora del deseo se aproxima. Puede que nos una o nos separe, aunque solo pretendamos rozarnos […] Un paso, es solo un paso, pero quién es capaz de darlo. Cada persona imagina que tiene ante sí un precipicio. Caemos antes dar el paso.

Febrero, 2004

Para una cultura del exterminio nazi

¿Cuánto tiempo necesita una cultura para asimilar el trauma de su historia? El tiempo de elaboración no es un concepto ajeno a nuestra profesión. Un tiempo… y un trabajo de elaboración que, como mínimo, produce un saber, cultiva la memoria y nos cuida del olvido y de la repetición. Esto no quiere decir que exista una elaboración final posible. Estar a la altura de un saber que no se alcanza no significa que podamos comprenderlo todo, y menos justificarlo. El antisemitismo, la xenofobia y el racismo no dejan de ser noticias de cada día y síntomas de lo que nunca se termina de elaborar. ¿Podemos situar el logro de la cultura, al menos, en la renuncia a la solución final de las cuestiones y problemas que nos genera vivir en comunidades plurales?

Holocausto es el término comúnmente utilizado para referirnos al gran trauma del siglo XX, sin embargo no creo que sea un término preciso, ni que haga justicia a las víctimas. La definición de holocausto no deja lugar a muchas dudas. Se trata de un sacrificio religioso entre los judíos (María Moliner y Real Academia de la Lengua). A no ser que los historiadores nos demuestren que los nazis fueron judíos disfrazados, lo que pasó en los campos de concentración y exterminio no fue un asunto entrejudíos. Otra cosa sería llegar a la conclusión de que Hitler era un judío reprimido. Pero eso ya es harina de otro costal. Para ganar en precisión, holocausto, entre los judíos, es un sacrificio religioso en el que se quema totalmente a la víctima (Larousse). Ya sabemos que las palabras tapan tanto como muestran. Otro ejemplo significativo: nazi es la abreviación alemana de un partido político: el Partido Nacionalsocialista. A su vez, el nacionalsocialismo es una ideología que pretende separar al pueblo del socialismo, por considerarlo internacionalista y por lo tanto no nacionalista. Todo lo demás son estrategias para marear la perdiz. A este paso el secuestro y hacinamiento de millones de seres humanos en campos de concentración, y su exterminio, puede pasar a la historia —como dice la canción— como una experiencia religiosa.

Sigamos pues con la definición que nos da María Moliner sobre el término holocausto: «Ofrenda, sacrificio. Renuncia a algo o entrega de algo muy querido o de sí mismo para lograr un ideal o el bien de otros». O sea que el extermino… de ofrenda nada, en todo caso afrenta: ofensa, agravio, castigo consistente en algo que causa vergüenza. Vergüenza propia: la de la víctima y ajena: la nuestra. Y perplejidad: ¿cómo ha podido ocurrir semejante barbaridad en una Kultur tan avanzada? Algo sabemos, como mínimo que no hay cultura sin narcisismo, ni narcisismo sin agresividad. A partir de aquí la paranoia y el delirio de grandeza representan un salto cualitativo y cuantitativo: el genocidio. De ahí que muchos pensadores prefieran el término hebreo Shoah para referirse a la experiencia de la negación radical del otro. Con esta acepción también nos alejamos del término holocausto, ya que Shoah remite a devastación, aniquilación, arrasamiento, exterminio.

De nuevo recurrimos a la mediación de la literatura para saber, en este caso, sobre la experiencia traumática del siglo XX. La literatura como filtro para no quedarnos cegados por el horror ni por las lágrimas del sentimentalismo. La elaboración literaria como lo que es, una elaboración que nos permite asimilar la crudeza de la historia. La literatura como un intento de traspasar los límites del lenguaje y como logro de la representación. En el caso que nos ocupa: la representación del Mal. Destaquemos algunos autores que han desafiado el límite de la escritura, de la escritura de la experiencia. Experiencia que tiene que ver con otro límite: el límite de sus fuerzas. Este es el testimonio de su propia supervivencia. Supervivientes de la experiencia límite a una edad temprana. Primo Levi lo explica así: «Tenía veinticuatro años, poco juicio y ninguna experiencia». Jorge Semprún tenía 19 años, Paul Steinberg, 17, Imre Kertész, 15, Elie Wiesel, 16, Ruth Klüger, 12, Michel del Castillo, 9 años, etc.

A vista de pájaro es observable que no son tantos los libros publicados en nuestro país sobre la experiencia del Mal. Seguro que de otros temas de ¿igual? o menor rango se han escrito y leído más. Por ejemplo sobre la psicología del eunuco, sin ir más lejos. Nosotros tuvimos nuestra propia guerra, cuarenta años de dictadura y una eficiente censura. Ahora estamos en el eje del bien, pero antes estuvimos en el eje del mal. Y donde siempre hemos estado por nuestra condición humana es en la negación: nada queremos saber de la enfermedad ni de la muerte. Y sin embargo, también es observable el aluvión de novedades que se están publicando últimamente sobre el tema del exterminio. Posiblemente, un ochenta por ciento de los libros existentes se han publicado en los últimos tres años. Es para debatirlo, pero creo que el efecto imaginario del cambio de siglo y milenio ha propiciado que se abriera la veda. Al fin y al cabo, todo lo malo que nos ha pasado últimamente ya pertenece al siglo pasado. En el 2000, cuarenta y siete países se reunieron en Estocolmo para debatir el método a seguir para introducir en la enseñanza reglada la Cultura del Exterminio. El mes pasado se celebró en Madrid el I Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo. Coincidiendo con el evento TVE, en Documentos TV, emitía Las fosas del olvido, un reportaje sobre las 800 fosas comunes correspondiente a unas 30 000 personas asesinadas durante la guerra civil y la posguerra. El Premio Nobel de Literatura del 2002 fue concedido a un superviviente: Imre Kertész.

De los diferentes modelos de la representación del Mal, destacamos la literatura autobiográfica de Primo Levi y Elie Wiesel; la autobiografía novelada de Imre Kertész, Michel del Castillo y Wladyslaw Szpilman (gracias a la película de Roman Polanski, El pianista del gueto de Varsovia ha ganado lectores); la elaboración literaria —cincuenta años después de la experiencia traumática— de Ruth Klüger y Paul Steinberg; la investigación histórica y reconstrucción literaria de Erich Hackl; la pura ficción de Soazig Aarón; y finalmente, el lenguaje cinematográfico de Claude Lanzmann. Empecemos por este último. Una de las últimas novedades literarias es precisamente el texto de la película Shoah (1985) de Claude Lanzmann. Película fruto de once años de trabajo de investigación y nueve horas de proyección. Se estrenó en Madrid a finales de los ochenta en sesión única, con la provocación de grupos neonazis y desalojo de la sala por amenaza de bomba. Años más tarde se proyectó en TVE a las dos de la madrugada. Claude Lanzmann protestó formalmente ante el Ministerio de Cultura del Gobierno Socialista por la falta de libertad de expresión. El ministro que tuvo que escuchar sus quejas fue —ironías de la vida— Jorge Semprún, superviviente del campo de concentración de Buchenwald. En Barcelona se estrenó en el 2002 en el Instituto Francés.

Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados, son los libros testimonio más significativos de Primo Levi. Lo mínimo que se puede decir de este autor es que logra condensar el máximo de pensamiento con el mínimo estilo. Tal es su austeridad; y, sin embargo, el frío que describe cala en los huesos al leerlo. En el primero narra su cautiverio en Auschwitz y fue escrito en 1947. En el segundo relata su liberación y los rodeos que tuvo que dar por Europa del Este antes de volver a su Turín natal. En el tercero se aleja de los hechos y nos transmite sus reflexiones, cuarenta años después. El autor considera que los supervivientes no son la regla sino la excepción, de allí que hable sobre la vergüenza y culpa de los salvados.

Crónicas del mundo oscuro es el testimonio que Paul Steinberg escribió cincuenta años después de su traumática experiencia. A lo largo de todo este tiempo no le ha pesado tanto la afrenta que le causaron ni las artimañas para sobrevivir, como la indignidad que sintió al levantarle la mano a un viejo judío polaco. En ese momento y durante toda su vida, se dio cuenta de que habían conseguido deshumanizarlo.

En La noche, Elie Wiwsel —Premio Nobel de la Paz, 1986— nos relata su experiencia en Auschwitz junto a su padre, y de cómo se trasforma la relación entre ellos, justo antes de ser liberados. Este autor tiene más títulos autobiográficos: Todos los torrentes van a la mar y La noche, el alba, el día, pero solo se encuentran en librerías de lance.

Sin destino es la obra más conocida de Imre kertész. En nuestro país este libro iba a la deriva desde 1996, de editorial en editorial, hasta que en el 2002 su autor consiguió el Nobel de Literatura. No cabe duda de que es un premio al testimonio de los supervivientes. En este caso por partida doble, ya que al volver Imre Kertész a su Budapest natal se encontró con otro régimen totalitario y otro lugar, su propio país, del que tampoco podía salir. Un instante de silencio en el paredón es el libro que recoge sus primeras manifestaciones en libertad. Donde primero se le escuchó y se le reconoció el valor de sus reflexiones fue en Alemania.

Tanguy de Michel del Castillo fue publicado en francés en 1957 y en castellano en1959, y con una segunda traducción en 1999. Sin embargo no suele aparecer en las bibliografías sobre el testimonio de los supervivientes. Tampoco se entiende como logró burlar la censura franquista. Su amarga experiencia empieza a los seis años. Su madre, una periodista madrileña comprometida con la República se lo lleva al exilio en Francia. Allí pasará por los campos de concentración para republicanos y extranjeros. Posteriormente será deportado sin su madre a un campo de extermino nazi. Liberado al cabo de tres años y evacuado a España, fue ingresado en el lamentablemente famoso Asilo Durán de Barcelona tres años más, de donde logró fugarse. Años más tarde consiguió volver a Francia, esta vez en busca de su padre francés. Allí se licenció en Psicología y obtuvo el reconocimiento como escritor, aunque no el de su padre. Una parte importante de su obra literaria es un intento por elaborar su experiencia, y un buen ejemplo de lo que conocemos como la novela familiar del neurótico. Tanguy es solo el principio de una serie: De padre francés, Calle de los archivos, Mi hermano el idiota y El crimen de los padres.

Adiós a Sidonie, de Erich Hackl, es el relato de un caso real, la historia personal que encierra un expediente, un número y un agravio. El que vivió la pequeña Sidonie Adlersburg (Austria,1933-1943). Abandonada al nacer, enseguida fue acogida por una familia de trabajadores. Su vida se desarrolló con normalidad mientras su país y Europa entera estaba a punto de saltar por los aires. En ese ambiente los padres intentaron legalizar la adopción pero la Oficina del Menor del gobierno nazi tenía otros planes para ella. La separaron de sus padres preadoptivos con el pretexto de que habían encontrado a su madre biológica, y le dieron un nuevo destino, el destino de los de su raza gitana: los hornos crematorios de Auschwitz. A los pocos días de llegar, dicen que murió de fiebre tifoidea, pero Erich Hackl ha dejado escrito que «murió de agravio».

Lo que se puede considerar una novedad es la aparición de relatos de pura ficción sobre el trauma del siglo XX. Este es un buen indicador para valorar en qué medida la cultura empieza a elaborar su trauma. Tres ejemplos de las poquísimas novelas que se han escrito. Mentiras en tiempos de guerra de Louis Begley (Premio Médicis); una ciudad, Varsovia, desde la ocupación hasta su liberación. Déjame ir madre de Helga Schneider, una mujer abandona a su familia para enrolarse voluntariamente en las SS y prestar sus servicios en Auschwitz; después de más de cincuenta años madre e hija se buscan y se desencuentran. Y El no de Klara de Soazig Aarón (Premio Goncourt); este relato tiene el valor añadido de ser una primera novela y de poder decir, a partir de ella, que la experiencia del trauma, es imaginable; una mujer vuelve a París después de ser liberada de Auschwitz, donde ha pasado dos años, y se enfrenta al dilema de reencontrarse con su hija de tres años. Con esta representación literaria se hace visible que en Auschwitz Dios se hizo humo.

Seguir viviendo, de Ruth Klüger, es el último testimonio de este recorrido. El título lo dice casi todo y es un buen contrapunto a todos los anteriormente citados. Después de cincuenta años dedicados a rehacer su vida en EE. UU. y al estudio de la literatura, Ruth Klüger nos transmite su experiencia en los campos de extermino y sus reflexiones después de ir de superviviente por la vida, sin pretenderlo. Durante ese tiempo, no siempre tuvo el humor para explicar que el número que tenía tatuado en su brazo izquierdo era el número de teléfono de su novio. También le dio tiempo para criticar la ignorancia, la divulgación que rima con banalización, el sentimentalismo y los museos del horror, esos parques temáticos en donde se ahoga la experiencia del Mal. Esta autora nos ayuda a entender algo desde el caso por caso. Estas son sus palabras:

Se dice que los supervivientes estamos entre los mejores o entre los peores. Y la verdad también es aquí, como suele suceder, concreta. El papel que desempeña en la vida el hecho de haber estado en un campo de concentración no es derivable de ninguna precaria regla psicológica, sino diferente para cada individuo, depende de lo que vino antes, de lo que siguió después, y también de cómo era la situación personal de cada uno o de cada una en el campo correspondiente. Cada individuo lo vivió de forma irrepetible.

Por eso es que hay mucho de cierto en lo que dice Imre Kertész:

El campo de concentración solo es imaginable como literatura, no como realidad.

Marzo, 2004

La ley del deseo versus la ley del mercado

Parece ser que la Conferencia Episcopal es la última detractora de la libertad sexual, aunque no es la única. Salvando las distancias, el escritor francés Michel Houellebecq (1958) es uno de los representantes de una generación ilustrada que se considera víctima de la generación de sus propios padres, la que se atrevió en 1968a arrancar los adoquines del carril de dirección obligatoria y única hacia el progreso. Si en ese momento se gritó ¡Todo ahora!, las generaciones siguientes gritan lo mismo pero en inglés ¡No future! Sesenta años antes del Mayo francés, en 1908, Freud escribió que la nerviosidad moderna era la consecuencia de la moral sexual de la época. (Para abreviar: victoriana). Tanto nerviosismo no podía ser bueno y dos guerras mundiales no calmaron más que una ducha fría. En las protestas por la Guerra del Vietnam se gritó con fuerza a los nerviosos guerreros: ¡Haz el amor y no la guerra! Por lo dicho, las nuevas generaciones tendrían que estar más relajadas. Pero, mientras unos se han quedado dormidos de puro practicar el eslogan, otros están excitaríamos. De esto último es justamente de lo que se queja el polifacético Houellebecq. Tanto en su obra poética, como en sus ensayos y en sus novelas, nos describe el mundo como una gran superficie… comercial, y nuestra sociedad como una Sociedad Limitada. Una sociedad limitada al consumismo de productos publicitarios que generan mucha excitabilidad y pocas relaciones sexuales. El autor nos refiere su personal balance de los efectos que se han producido por el mítico Mayo del 68, sus precursores made in USA, la generación beat, la revolución floral de los hippies californianos de los años sesenta, la revolución sexual de los setenta, el individualismo, el poti poti del movimiento New Age y la ley del mercado y su globalización.

Esta es su tesis:

Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto.

El autor considera que las revoluciones no son puntos de llegada, y aun siendo logros son meros cambios. Reivindica su derecho a no estar de acuerdo con lo acaecido y lo hace citando a Auguste Comte:

Cuando hay que modificar o renovar la doctrina fundamental, las generaciones sacrificadas en las que se opera la transformación siguen siendo esencialmente ajenas a ella, y a menudo directamente hostiles.

Houellebecq ha sido criticado por reaccionario pero también premiado. Casi un premio por libro, y en 1998 el Premio Nacional de las Letras en Francia. Hay quien dice que la obra de Houellebecq es para leer con una sola mano. Pero también se puede leer con la otra el ensayo de Pascal Bruckner: Miseria de la prosperidad. La religión del mercado y sus enemigos. Un ejemplo:

Un estereotipo contemporáneo ve en el liberalismo la fuente de todos los infortunios sentimentales, pues provoca la exclusión de los feos y los débiles. Pero aquí se confunde la causa con la consecuencia: en este ámbito, como en otros, el mercado se limita a exagerar comportamientos inherentes al sentimiento. La dictadura de la belleza, la lección arbitraria de un ser en detrimento de los demás, el rechazo, las afinidades eróticas, el narcisismo de pareja, los pequeños y sórdidos tira y afloja, los conflictos acumulados, no los inventa el mercado, los encuentra activados en la mecánica pasional.

Sin embargo, reconoce que en 1968 «La intención era libertaria pero el resultado fue publicitario: no se ha liberado tanto nuestra libido como nuestro frenesí adquisitivo. Quiero, exijo».

De Houellebecq destacamos su ensayo El mundo como supermercado y sus dos primeras novelas, Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales. Riesgo, brevedad y contundencia son las características principales de su primera novela. Aquí ya están los personajes, la trama y la reflexión que atraviesan las dos novelas. No es que sean complementarias, son la misma novela aunque se disfruta como si fueras dos. De todas maneras el impacto que se recibe en la primera novela, como todo primer golpe, puntúa doble. Además allí se hace visible que la literatura es el arte de la omisión… como en nuestra profesión.

Dos textos y una teoría de la novela en cada título. En la primera novela escribe:

Esta progresiva desaparición de las relaciones humanas plantea ciertos problemas a la novela. ¿Cómo acometer la narración de esas pasiones fogosas, que duran varios años, cuyos efectos se dejan sentir a veces en varias generaciones? Estamos lejos de Cumbres borrascosas, es lo menos que puede decirse. La forma novelesca no está concebida para retratar la indiferencia, ni la nada; habría que inventar una articulación más anodina, más concisa, más taciturna.

Y para defender el cambio de estilo en su segunda novela, el autor dice:

Es un error haber renunciado a ser ambicioso, que las novelas no puedan incluir poemas, pasajes líricos, teoremas científicos, recortes de actualidad significativa…

Y, aunque no lo menciona, también crítica literaria, la que hace de Un mundo feliz y Una isla de Aldous Huxley. Puede ser que la influencia de Huxley sea la causante de la única gran diferencia entre estas dos novelas. Mientras que en la primera hace visible la problemática y malestar de la cultura occidental, y apuesta por seguir luchando para ampliar el campo de batalla, dada la globalización del liberalismo económico, en la segunda se rinde, ve inviable un cambio de mentalidad en el ser humano y opta por una solución técnica: la mutación genética, cambiar la naturaleza humana. Con esta solución nuestro autor pretende eliminar el malestar que genera tener que asumir la diferencia, sea esta sexual, generacional o racial. La propuesta viene de la ciencia-ficción, pero también de un individualismo que desconfía por igual tanto de sí mismo como del vecino. No hay tiempo de espera y se grita que lo que no se ve a la vuelta de la esquina no existe: el futuro. Tampoco esta queja es nueva. Germán Sierra (1960) en su novela El espacio aparentemente perdido decía así:

¿Cómo podemos creer en el futuro si el futuro ya había pasado cuando nacimos? Todo estaba previsto y nada ha salido como estaba previsto. Mi generación, la generación que ha acumulado más bienestar, vive decepcionada porque no acaba de confirmarse la existencia de extraterrestres. Cuando supe lo que era la Luna ya hacía años que el hombre había llegado allí. Se suponía que a mi edad, los viajes turísticos interplanetarios deberían haber sido algo habitual.

Tienen razón. La odisea en el espacio se les prometió para el 2001 y la posibilidad de trabajar de Blade Runner en el 2019. Los nacidos en el boom de los sesenta e intoxicados en el bluff de los ochenta, quizá sean los más JASP [Joven Aunque Sobradamente Preparado] para denunciar la civilización de las promesas. A pesar de que no se les ha educado en la responsabilidad de su propia experiencia vital, algo han aprendido: que la insatisfacción que provoca retozar en el pretérito pluscuamperfecto, es cien mil veces peor que la amarga decepción de no poder huir de la mentira —en tanto que promesa incumplida— de un futuro perfecto. Ray Loriga (1967) me gana en precisión: «Tengo miedo de estar dejando escapar algo y tengo miedo de estar agarrando lo que no es».

También los personajes de Houellebecq son síntomas de la modernidad y encarnan la inhibición y la fuga hacia adelante. O están cansados de estar muertos o se matan.

A un nivel más literario, —dice el autor— siento la fuerte necesidad de dos enfoques complementarios: el patético y el clínico. Por un lado la disección, el análisis frío, el sentido del humor, por otro, la participación emotiva y lírica, de un lirismo inmediato.

¿Son estas las nuevas patologías de base narcisista? En todo caso, este narcisismo herido, que aparentemente trastoca la nosografía clásica de la clínica, nos tiene que remitir, más que nunca, a la ética del tratamiento de las causas y no solo de las consecuencias. La angustia sigue siendo la primera señal de nuestra proximidad con el saber. La lucidez del depresivo de la que habla Houellebecq se la podemos aplicar a él mismo. Él sabe de antidepresivos e ingresos psiquiátricos; y no es menos provocador cuando viene a decir que el deseo sexual es una pregunta sin respuesta, que la realidad y sus respuestas no están a la altura de semejante enigma; que la insatisfacción es inherente al deseo, en tanto que no hay un claro objeto del deseo; que todo objeto es pues un objeto parcial; que el deseo sexual tiene una condición a la cual hay que acomodarse como buenamente se pueda a fin de no caer en la degradación de la vida erótica; que esta precariedad de la sexualidad del ser humano necesita de una mediación; que el deseo es el deseo del Otro y que esa es la ley del deseo.

Houellebecq quiere denunciar que la excitabilidad de la ley del mercado no garantiza las relaciones sexuales. Más aún, que sin mediación el deseo sexual puede consumirse hasta desaparecer en el consumismo de la oferta, ya que la oferta pretende crear la demanda.

El amor —dice— como inocencia y como capacidad de ilusión, como aptitud para resumir el conjunto del otro sexo en un solo ser amado, rara vez resiste un año de vagabundeo sexual, y nunca dos.

El que podría ser su hermano pequeño, Frédéric Beigbeder (1965), después de su primera novela: 13’99 euros, (una divertidísima sátira sobre la publicidad), escribió una segunda novela con un título más optimista: El amor dura tres años.

Después de demostrarnos que no hay sexualidad que resista su liberación, Houellebecq considera que la faena quedará rematada cuando la ley del deseo —y las relaciones humanas— quede absorbida, definitivamente, por la ley del mercado. Para impedirlo, el autor recurre a la solución técnica de amputar —modificándola— la naturaleza humana. Muerto el perro muerta la rabia. La rabia y el malestar de la servidumbre sexual que hacen del ser humano un neura. Contra la violación, castración. Ningún delirio nuevo bajo el sol. Mutación y clonación —en este texto de ficción— riman con castración, pero no precisamente con la castración simbólica. Y sin embargo… si la ley del mercado no puede hacer del deseo sexual su ley, es porque no hay producto social que pueda sustituir ni compensar la ausencia ni la precariedad de las identificaciones parentales. Demos la vuelta al guante de la tesis novelada del autor: la imitación social de la información erótico-publicitaria no alcanza para superar la falta y precariedad de la identificación, como proceso psíquico. En la anamnesis de los personajes de Las partículas elementales, es observable la falta de mediación sexual y la precariedad de la libidinización de los protagonistas.

La cuestión es si podemos ayudar a que el ser humano asuma el miedo a la libertad de hacerse cargo de la condición de su propio deseo, o si dejamos que sean las respuestas del mercado quienes le despejen la niebla ancestral que hay en las fronteras de la libertad. «¿Es el Homo consumans el último estadio del Homo sapiens?», se pregunta Bruckner en el ensayo antes citado. Y pone ejemplos:

Adidas nos hace mejores, Danone promueve nuestro bienestar, Levis alienta la libertad (algún día la libertad llegará a todos los rincones del planeta), Nike trabaja para nuestra realización personal, Benetton milita contra el racismo, Apple hace uso de los grandes pensadores (Piensa diferente), Lacoste retoma una frase de Nietzsche (Llega a ser el que eres), Starbuck’s no nos vende café sino una experiencia… […] La economía pretende arrogarse todos los sectores fuera de su jurisdicción… […] Qué mujer querrías ser en las próximas veinticuatro horas?, reza la publicidad de los relojes suizos Patek Philippe. ¿Quién puede creerse esta identidad creada de manera industrial? […] Este tipo de voluptuosidad nos relaja y nos distrae pero su valor pedagógico es nulo.

Efectivamente, si las marcas comerciales no son el concesionario de la identidad del sujeto, para qué desgastarse. La ley del deseo es la marca registrada de una empresa muy familiar —edípica, para más señas— que no concede franquicias, aunque sí reparte todos sus beneficios, así como sus pérdidas, las que se derivan del abandono de las funciones parentales. La ley del mercado y su publicidad, solo pueden hacer leña del árbol caído. Ese es el segmento de su mercado potencial; y contra ese negocio sin escrúpulos, la crítica de Michel Houellebecq es mucho más que justa:

Mi ambición va en contra de los tiempos, que están por la aceleración, por el efecto, por las respuestas inmediatas, como si el sistema intelectual debiera ofrecer nuevas ideas cada temporada, como la moda. El libro es amigo de la reflexión, de la lentitud, necesita de ella. Por eso, porque estoy en contra de mi época admito que soy reaccionario pues hoy toda reflexión ha pasado a ser reaccionaria. […] Si el arte consiguiera reflejar con cierta honestidad el caos actual, ya sería un gran logro; y en realidad no se le podría pedir más. Si uno se siente capaz de expresar una idea coherente, bien está; si tiene dudas, debe comunicarlas también. Personalmente, creo que el único camino es seguir expresando, sin compromisos, las contradicciones que me desgarran; y a la vez sabiendo que lo más probable es que esas contradicciones resulten ser representativas de mi época. […] Dado el discurso casi de cuento de hadas de los medios de comunicación, es fácil hacer gala de cualidades literarias desarrollando la ironía, la negatividad, el cinismo. Pero cuando uno quiere superar el cinismo, las cosas se ponen muy difíciles. Si alguien consigue desarrollar en la actualidad un discurso que sea a la vez honesto y positivo, modificará la historia del mundo.

Nuestro autor ya tiene dictado su propio epitafio:

Alguien, a mitad de la década de 1990, sintió agudamente el surgimiento de una carencia monstruosa y general; como no fue capaz de dar cuenta con claridad del fenómeno, nos dejó algunos poemas en testimonio de su incompetencia.

Abril, 2004

Duelo y melancolía

Duelo

Una pena en observación es un breve relato literario sobre la elaboración del duelo; el que sufriera el escritor británico Clive Staples Lewis (1898-1963) por la pérdida del amor de su vida. A los cincuenta y cuatro años, el autor y su admiradora, la poetisa norteamericana Helen Joy Davidson Gresham vivieron una corta historia de amor (la historia se cuenta en la película Tierras de penumbra, con Anthony Hopkins y Debra Winger como protagonistas). La muerte de Helen, víctima del cáncer, dejó al escritor colapsado por el dolor. De la observación de su pena Lewis nos ha dejado un texto que por su lirismo no acepta ser leído con técnicas de lectura rápida, ni formar parte del consumo de información. Por lo mismo, este texto necesita ser escanciado, saboreado y declamarlo en voz alta como si de un poema se tratara. También es un ejemplo del trabajo de elaboración del duelo. Duelo entendido como proceso, según Lewis:

Creí que podría describir una comarca, elaborar un mapa de la tristeza. Pero la tristeza no se ha revelado como una comarca sino como un proceso. […] El duelo forma parte integral y universal de la experiencia del amor. No se trunca el proceso; es una de sus fases. No se interrumpe la danza; es la postura siguiente.

El proceso de Lewis empezó acusando la muerte de su amada «como un tajo seco al amor». De esta herida narcisista supura toda la sintomatología, las consecuencias: el miedo, la pena, el dolor, la desidia, la rabia, etc. Si la pena es un síntoma normal, «lo que pasa es que confundimos el síntoma con la cosa misma», nos dice Lewis. «Si duele —y claro que duele— hay que aceptar tal dolor como un elemento inherente a esta fase. […] Porque he descubierto una cosa, el dolor enconado no nos une a los muertos, nos separa de ellos». O sea que no hay duelo sin dolor ni dolor que no duela.