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Compartir la misma habitación resultaba una dulce tortura… El experto en operaciones especiales Trig Sinclair era un hombre de honor y conocía la regla número uno del código de amistad. Por muy atraído que se sintiera hacia Lena West, la hermana pequeña de su mejor amigo, debía mantenerse alejado de ella. Pero, después de sufrir un accidente en Estambul, Lena perdió la memoria y creyó que estaba casada con Trig. Fue muy difícil enfrentarse a ella después de que descubriera lo que su supuesto marido había estado ocultándole…
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Seitenzahl: 177
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Kelly Hunter
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Pasión en Estambul, n.º 2300 - abril 2014
Título original: What the Bride Didn’t Know
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4302-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Lena West no comprendía la pregunta. Tenía que ver con la fórmula de Euler e incógnitas complejas pero, aparte de eso, no tenía ni idea. Con una mueca, dejó caer el lápiz sobre el cuaderno y trató de concentrarse en sus deberes. Era difícil, cuando tenía el océano justo delante. El verano y los deberes no eran una buena combinación. Menos, cuando tenía la playa a unos pocos metros y su hermano mayor se había ido a zambullirse en el agua nada más llegar a casa del colegio.
No era justo que Jared pudiera hacer los deberes de Matemáticas de cabeza. Tampoco la ayudaba que sus dos hermanos menores fueran genios declarados y pudieran responder preguntas como la que tenía delante en diez segundos. Poppy, la habría ayudado si hubiera estado en casa pero, con solo catorce años, había sido enviada a la Universidad de Queensland, donde seguía un programa especial de Matemáticas para superdotados. Damon, de trece años, tampoco estaba en casa. De nuevo lo habían castigado después de colegio. Damon tenía la teoría de que, si se portaba lo bastante mal, quizá podría evitar ser enviado a una universidad para superdotados. Aunque Lena creía que no tenía muchas probabilidades de salirse con la suya.
Cuando uno era inteligente, la gente se daba cuenta.
Sin embargo, Lena, a sus diecisiete años, no tenía que preocuparse por eso.
Suspirando, volvió a tomar el lápiz. Allí estaba la pregunta número seis, riéndose de ella. Una simple pregunta que todo el resto de su familia podía haber respondido en sueños.
–Idiota –farfulló ella.
–¿Quién? –dijo una voz aterciopela detrás de ella.
Lena se asustó, pues no había oído a nadie acercarse. Enseguida reconoció a Adrian Sinclair, su vecino de al lado y el mejor amigo de Jared desde la guardería.
–¿Por qué no llamas a la puerta? –le espetó ella, aunque sabía que Adrian nunca llamaba. Prácticamente, vivía allí.
–No quería interrumpir tus pensamientos.
–Pues ya lo has hecho.
–Has dicho idiota. Pensé que hablabas conmigo.
–Idiota.
–¿Lo ves?
Era imposible no sonreír ante la alegre mirada de Adrian.
–No vas a conseguir nada con esa sonrisa tuya.
–Eso no es cierto. ¿Está Jared?
–Allí –indicó Lena, señalando al Pacífico. Jared estaba saliendo del agua en ese momento, con su tabla de surf en la mano–. ¿Por qué no estás allí con él? –preguntó.
–Estaba pensándomelo. ¿Y tú?
–Mañana tengo examen de Matemáticas –repuso ella y lo miró un momento pensativa. Adrian había escogido las mismas asignaturas que ella y Jared–. ¿Qué sabes de la fórmula de Euler?
–¿Qué pregunta es la que no entiendes? –inquirió él a su vez, mirando el cuaderno.
–La número seis.
–De acuerdo –dijo Adrian, tomó el libro de texto de Matemáticas y comenzó a ojearlo como si supiera qué estaba buscando.
Tenía fuertes muñecas, manos grandes, dedos fuertes y gruesos. Lena tuvo ganas de tocarlo para medir sus palmas y comprobar lo cálidas y grandes que eran sus manos...
Entonces, Adrian dejó el libro sobre la mesa, a su lado y la rozó con el torso en el hombro, mientras señalaba un párrafo del texto... De pronto, a Lena le subió la temperatura.
–¿Quieres sentarte? –ofreció ella, pensando que, al menos, así se separaría un poco.
–Llevo todo el día sentado. Estoy bien.
Lena se removió en su asiento, notando cómo el aroma de Adrian la envolvía. Olía a limpio con un toque especiado. Era increíble que oliera tan bien después de todo el día en el instituto. Era como si se hubiera dado una ducha antes de ir a ver a Jared, lo que sería muy raro, pues siempre solía terminar bañándose en el mar.
–Bueno... –dijo él con voz más ronca de lo habitual.
Sí. La pregunta número seis. Lena volvió a centrar la atención en el libro... ¡pero sus ojos se clavaron en aquellas manos de nuevo! La pregunta seis. Debía concentrarse...
–¿Qué estáis haciendo? –preguntó una voz desde la puerta del patio.
Lena también conocía a la perfección aquella voz. Antes de levantar la vista, sabía que era su hermano Jared. Como ella, tenía el pelo rizado y moreno, aunque ella lo tenía mucho más largo y rizado. Él tenía los ojos más azules, pues los de ella tenían un toque gris. Los dos tenían complexiones atléticas. Y ambos estaban frunciendo el ceño.
–¿Qué problema tienes? –preguntó Lena a su vez–. ¿No han acudido bastantes admiradoras tuyas a la playa?
Jared tenía mucho éxito con las chicas. La mayoría de ellas se hacían amigas de Lena para poder acercarse a él. El problema era que, como cambiaba de novia a toda velocidad, muchas dejaban de ser amigas de Lena después.
–Ellas se lo pierden –le había dicho Jared cuando su hermana se había quejado de que sus amigas le duraran tan poco. Después de eso, Jared le había permitido salir con él y sus amigos, aunque hubiera sido solo por compasión.
–He dicho que qué estáis haciendo –repitió Jared con tono helador.
–Trigonometría –respondió Lena, pensando que una respuesta directa igual era lo mejor para calmarlo.
Jared posó los ojos en Adrian y ambos hombres se sostuvieron la mirada un momento.
–Si te molesta algo, Jared, suéltalo.
Jared los miró a ambos de nuevo y, despacio, Adrian se enderezó, mientras un mensaje sin palabras parecía fluir entre él y su amigo.
–Ya conoces las reglas –le recordó Jared con frialdad.
–¿Qué reglas? –intervino Lena.
–Ha pensado que estaba intentando ligar contigo –le explicó Adrian después de un largo y tenso silencio.
–¿Cómo? –balbuceó Lena. Había dos cosas implícitas en aquella sencilla afirmación. La primera era que Adrian podía estar interesado en ella, lo que dudaba mucho. Y la segunda...–. Jared West, ¿es que pretendes espantarme a los chicos? Si es así... –le acusó y afiló la mirada un momento–. ¿Es por eso por lo que Ty Chester no me invitó al baile de séptimo? Iba a hacerlo, sé que iba a hacerlo. Pero no lo hizo.
–No –negó Jared–. Igual pensó que a cambio ibas a pedirle que montara contigo en ultraligero. He oído que le tiene miedo a las alturas.
–Y a los gatitos –añadió Adrian–. Y a su propia sombra.
–Quizá me apetecía probar algo distinto –gruñó ella–. Igual tenía ganas de comprobar cómo vive la gente guapa y tranquila –comentó. Y era cierto. Aunque no fuera valiente, Ty Chester era muy, muy guapo.
–Te lo habrías comido vivo.
–De eso se trataba. Jared, te juro que, si alguna vez me entero de que interfieres en mi vida amorosa, convertiré la tuya en un infierno –amenazó Lena–. Y la tuya, también –le espetó a Adrian, por si acaso.
–La mía ya es un infierno –murmuró Adrian.
Jared lo miró en silencio, una vez más comunicándose con su amigo sin palabras. Lena estaba acostumbrada a eso, pero en ese momento le estaba sacando de sus casillas.
–¿Por qué no os vais y me dejáis tranquila?
–Sí, vámonos –le dijo Jared a Adrian–. La trigonometría no es lo tuyo.
–Si vamos a hacer surf esta tarde, recuérdame que te ahogue –repuso Adrian con una sonrisa.
Los dos amigos se sonrieron, sin moverse.
–Tengo cosas que hacer –les recordó ella, impaciente. Por desgracia, al bajar la vista a su libro, llamó la atención de su hermano sobre el tema.
–¿Desde cuándo necesitas ayuda para hacer los deberes de Matemáticas?
–Desde que se han ido poniendo difíciles. Es una pregunta tonta, ¿no crees?
–¿En serio? ¿No puedes hacer sola operaciones básicas de trigonometría?
–Esta es la razón por la que, a veces, dudo ser su hermana –le comentó Lena a Adrian–. Quizá sea hija del fontanero.
–Sí, pero tienes fuerza de voluntad. ¿Qué más da que tardes un poco más que ellos en terminar un problema de trigonometría? Nunca te rindes.
–Sí, pero no puedo seguirles el ritmo. Si sigo así, acabarán desheredándome.
–¿Cómo que no puedes seguirnos el ritmo? –preguntó Jared, que nunca había tenido que esforzarse para ser el primero de la clase.
Sin embargo, Lena había tenido que dejarse los codos estudiando para no quedarse atrás. Cada vez más, notaba que la diferencia con sus hermanos se hacía más evidente. Era una maldición ser una persona normal en una familia de genios.
–¿Me excluiríais si me quedara atrás?
Jared se quedó mirándola, confuso y sin palabras.
Sin embargo, los ojos de Adrian sonreían. Era como si él siempre hubiera adivinado las inseguridades de Lena, pero le hiciera gracia que ella las estuviera expresando en ese momento.
–Da igual –farfulló ella.
–No vas a quedarte atrás –repuso Jared al fin–. Yo no te dejaré.
Jared no lo entendía.
–Mira, es mejor que cada uno se conforme con su nivel.
–Nada de eso –negó Jared–. No me gusta que seas tan derrotista.
–Nadie va a dejar a nadie atrás –señaló Adrian para calmar la tensión–. Y nadie va a ser derrotado. Jared nunca va a excluirte, Lena. Es demasiado protector contigo. ¿No has visto cómo se ha puesto solo porque me había atrevido a acercarme a ti?
–Ya. Pero lo hace para protegerte a ti, no a mí –replicó ella.
–Igual os quiero proteger a los dos –apuntó Jared–. ¿No se os había ocurrido?
–Mucho pides tú –murmuró ella y, cuando Adrian asintió para mostrarse de acuerdo, soltó una carcajada que por fin rompió la tensión–. ¿Qué os parece si empezamos la conversación de nuevo? Iré al grano. Me siento como una imbécil bloqueada con la pregunta seis. Necesito ayuda para terminarla y poderme ir a hacer surf.
Así fue como Lena se hizo con dos tutores de Matemáticas durante el resto del curso. Y así fue, también, como Adrian se ganó el apodo de Trig, por su dominio de la Trigonometría.
No era fácil estar todo el día verde de envidia. Y era lo que sentía Lena cuando veía a los demás caminar sin esfuerzo y sin dolor. Aunque intentaba mantener a raya su resentimiento, la envidia solía ir acompañada de lástima de sí misma y rabia. Después de que la hubieran disparado en el vientre hacía diecinueve meses, no había podido dejar de sentirse así.
Debía centrarse en lo positivo, tal y como le había recomendado su fisioterapeuta.
Estaba viva.
Podía caminar.
Y era fuerte, le había dicho el fisioterapeuta, tocándole la cabeza.
Sin embargo, le había recomendado dejar los ejercicios para más adelante y esperar a que su cuerpo se curara.
Lena se había negado con obstinación, a pesar de que lo más probable era que el fisio hubiera tenido razón.
La misma obstinación la había llevado al aeropuerto esa mañana y hasta la sala de espera, a punto de embarcar en el avión.
Con un suspiro de alivio, dejó caer el cuerpo agotado en un asiento.
Lo había conseguido.
Enseguida, estaría en Estambul y, cuando llegara, buscaría a su hermano Jared y lo obligaría a volver a casa por Navidad. Ella podía hacerlo.
Lena se llevó las manos a los ojos y se los frotó. Se había arreglado a conciencia, hasta se había alisado el pelo. Ese día, parecía menos una inválida y más una mujer con una misión.
Entonces, cuando alguien se sentó a su lado, ella lo miró y soltó un gemido. Era Adrian Sinclair, con los ojos clavados en ella.
Adrian era un hombre muy alto y bien proporcionado, con anchos hombros y manos fuertes. ¿Pero a ella qué más le daba?
Lena era de altura mediana y estaba conforme con eso.
–Vete –dijo ella a modo de saludo.
–No. Me han dicho que has suspendido la prueba física para volver al trabajo.
–La haré de nuevo.
–No lo conseguirás.
–¿Vas a impedírmelo?
–Sobreestimas mi influencia –murmuró él–. Lena...
–No –lo interrumpió ella–. No quiero que me digas nada sobre mi estado de salud. No quiero oírlo.
–Sé que no, pero ya estoy harto de no poder hablar –repuso él con la mandíbula tensa–. ¿Cuándo vas a meterte en esa tozuda cabecita que nunca vas a recuperar tu antiguo empleo?
Lena no dijo nada.
–Eso no quiere decir que no puedas hacer otra cosa –prosiguió él.
–¿Detrás de un escritorio?
–Control de operaciones. En la cumbre del poder. Es divertido.
–Pues hazlo tú.
–¿Qué crees que he estado haciendo los últimos diecinueve meses? Aparte de dejarlo todo muy a menudo para ir a cuidarte, claro. ¿Por qué crees que me di de baja en el programa de rotación?
Lena tuvo la decencia de sonrojarse. Como ella y Jared, Trig había formado parte de una elite de reconocimiento de la inteligencia secreta australiana y, como ella, había amado su trabajo. Había adorado el peligro y la excitación, los subidones de adrenalina. Sin duda, debía de echarlo de menos, adivinó ella.
–¿Por qué te diste de baja? Podrían haberte asignado otro equipo. Nadie te pidió que te sentaras detrás de un escritorio y, menos, que cuidaras de mí.
–Sí, ya –repuso él y estiró sus largas piernas, tratando de ponerse cómodo en el pequeño asiento.
–Trig, ¿qué estás haciendo aquí?
–Damon me llamó. En cuanto pasaste la aduana, te localizó.
–Cielos, odio eso –comentó ella. ¿Quién iba a querer tener un hermano hacker?–. Es imposible tener privacidad.
–Pero es útil. Exactamente, ¿para qué quieres ir a Estambul?
–Para encontrar a Jared.
–¿Qué te hace pensar que sigue allí?
–No lo sé. Es la única pista que tengo. Hace diecinueve meses que no sabemos nada de él. ¿Y si necesita ayuda?
–Si necesita ayuda, la pedirá.
–¿Y si no puede? Tengo la intuición de que está en apuros. No es propio de él dejar pasar tanto tiempo sin ponerse en contacto con nosotros.
–Igual no puede hacerlo para no poner en peligro su operación encubierta.
–Si es tan peligroso, no debería estar allí.
Trig se encogió de hombros.
–Jared quiere respuestas. Las necesita. Si te entrometes, no va a gustarle.
–No voy a entrometerme. No me subestimes.
–No te subestimo, nunca lo he hecho. Aunque eres demasiado impulsiva...
–Y tú eres un machista.
–Nada de eso.
–¿Acaso no planeas agarrarme por la fuerza y sacarme del aeropuerto?
–Sería demasiado llamativo –repuso él y comenzó a pulsar unos botones en su móvil.
Lena apartó la vista. Siempre le habían llamado la atención las manos de Trig. Se preguntaba qué podría hacerle con ellas si se lo propusiera...
Aunque él nunca había intentado tocarla.
–Damon, Poppy y yo hicimos una votación. Decidimos que, si no podía persuadirte de que te quedaras aquí y fueras prudente, iría contigo. Damon me ha comprado un billete. Puedes darle las gracias después.
–Darle las gracias no es exactamente lo que tengo en mente.
–Damon se preocupa por ti, Lena. Ya tiene un hermano desaparecido. No quiere que te pase nada y yo no quiero tener que explicarle a Jared por qué te dejé ir a buscarlo sola. Ya me va a costar bastante explicarle por qué te dejé ir conmigo.
–Apruebas lo que está haciendo –le acusó ella con amargura–. No quieres que esté a salvo. Quieres que descubra quién saboteó las operaciones de Timor Oriental.
–Claro que sí.
–¿Qué hicisteis Jared y tú? ¿Tirar una moneda para ver quién iba y quién se quedaba a cuidar de la inválida?
–No fue necesario. Jared fue. Yo me quedé –repuso Trig, mirándola a los ojos.
Lena apartó la mirada. No había sido muy buena compañía en los últimos diecinueve meses... Había estado demasiado sobrecargada por los calmantes y por la autocompasión como para ser amable. Salir adelante día tras día le había costado demasiado como para tener en cuenta los sentimientos de los demás. Trig se merecía que lo tratara mejor. Y su familia, también.
–Lo siento –se disculpó ella–. Lo siento mucho.
–Lo sé.
Pero, a menos que hiciera algo para cambiar su actitud, pedir disculpas no iba a ser suficiente, pensó ella.
–¿Vas a sentarte conmigo en el vuelo?
Trig asintió, recorriendo a los demás pasajeros con la mirada.
–Damon ha cambiado tu billete. Se ha ocupado de que vayamos en primera clase. Tú vas a necesitar poder estirar las piernas.
En ese mismo instante, el nombre de Lena sonó por el altavoz.
–¿Quieres que vaya yo? –se ofreció Trig.
–No. Yo puedo.
En el mostrador de embarque, le cambiaron a Lena su billete de clase turista por uno de primera.
Cuando, sin decir nada, Trig se levantó para ayudarla a volver a su asiento, agarrándola de la cintura, ella no le dio las gracias.
Lena no le agradecía su fuerza. Ni su silencio.
Habían viajado juntos años. Habían compartido mesa e, incluso, habían dormido juntos en playas, en bosques y en zanjas. Lena conocía el olor de Trig, se sabía de memoria cómo era su espalda y sus anchos hombros. Era un hombre fuerte. Ella lo sabía bien por la facilidad con que la había llevado en brazos cuando la habían disparado.
En parte, Lena odiaba no poder estar a la altura de Trig. Su velocidad y agilidad ya no podían competir con la fuerza de él. Pero otra parte de ella anhelaba acurrucarse en su fuerte pecho y dejarse consolar de tanto dolor.
La llamada a embarcar resonó en los altavoces.
–Lena...
–No me digas que reconsidere mi decisión –lo interrumpió ella, adelantándose a sus palabras. No podía soportar que todo el rato le estuvieran recordando lo frágil que era–. Tengo que encontrarlo. Tengo que comprobar que está bien. En cuanto lo vea con mis propios ojos, me iré. Lo prometo. Pero tengo que asegurarme de que está bien y quiero que vea que yo estoy bien.
Trig no dijo nada. Se limitó a agarrar del suelo la pequeña mochila de Lena.
–Yo puedo... –dijo ella, agarrándola al mismo tiempo.
–Lena, si no me dejas llevarte la bolsa, seré yo mismo quien te dispare –le advirtió él–. Quiero ayudar. Necesito ayudarte, de la misma manera que tú necesitas ver a tu hermano y arreglar las cosas con él. Así que déjame la maldita bolsa.
Lena soltó la mochila.
–No creo que pudieras dispararme –murmuró ella al fin–. Aunque tuvieras pistola. Eres un farolero.
–Nada de eso –se defendió él, caminando a su lado–. Soy cruel e implacable y muy capaz de cumplir mis amenazas. Me gustaría que lo recordaras.
Si Lena no lo conociera tan bien, tal vez, lo creería. Lo malo era que ella sabía lo suaves que podían ser aquellas grandes manos cuando tocaban una herida. Sabía que Trig se las cortaría antes de hacer nada que pudiera lastimarla.
¡Pero debía dejar de obsesionarse con sus manos!, se reprendió a sí misma.
En el avión, encontraron sus asientos y Trig colocó las bolsas en el maletero mientras Lena se sentaba. Luego, le tendió una almohada que ella aceptó y se colocó detrás de los riñones.
–¿Tienes algún plan para cuando lleguemos a Estambul? –preguntó Trig, tendiéndole otra almohada.
Lena pensó en arrebatársela de las manos y golpearle con ella, pero decidió ponérsela junto al reposabrazos por el momento.
–Tengo un plan –informó ella–. Y he quedado con Amos Carter dentro de dos días.
–Por favor, dime que no basas todo tu plan en que Carter te diga dónde está Jared –señaló él–. Yo ya lo he probado. Carter creyó verlo en Bodrum, pero no está seguro. Y eso fue hace seis semanas.
–Lo sé. Por eso, si Amos no tiene nada más que decirme, iré a Bodrum para hacer de turista y echar un vistazo. Mis ojos son más atentos que los suyos. Además, conozco los hábitos de Jared y, si está allí, lo encontraré. Si ha estado allí, averiguaré adónde ha ido.
Lena le lanzó a Trig una mirada especulativa, intentando pensar cómo lo haría encajar en su plan.
–Podemos fingir que estamos de vacaciones juntos. Podemos decir que vamos de luna de miel. Sería una buena tapadera.
Trig la observó perplejo.
–No tiene por qué. Bodrum es la meca del turismo y del vicio. Está lleno de fiestas, clubs al aire libre, discotecas. No creo que sea el sitio adecuado para unos recién casados.
–Tienes razón –repuso ella, dispuesta a mejorar el plan–. Podríamos jugar a ser una pareja de sadomaso, con cuero y todo.
–Ya, mejor, no.
Lena sonrió a la azafata que estaba parada a su lado con una cesta con toallitas calientes. Tomó la que le tendía y se frotó con ella las manos y los brazos.
Trig se puso la suya sobre la cara y echó la cabeza hacia atrás.
–Sigo aquí –señaló Lena.
–No me lo recuerdes.
–Al menos, los asientos son cómodos. Hasta te caben las piernas. Estás de suerte.
–Los asientos me dan igual. Lo único que me importa últimamente es prevenir riesgos y minimizar daños.
Vaya, pensó Lena.