Pétalos de amor - Yvonne Lindsay - E-Book
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Pétalos de amor E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

Nadie le decía que no a un Lassiter. Aunque hubieran pasado meses de su apasionado idilio, Dylan Lassiter no dejaba de pensar en Jenna Montgomery. Tal vez porque para el famoso chef y consumado playboy había llegado el momento de sentar cabeza. O tal vez porque Jenna se había quedado embarazada de él. Cuando la atractiva florista se negó a casarse, Dylan decidió emplear todas sus armas de seducción. Pero cuando empezaba a conquistarla salió a la luz el escandaloso secreto que Jenna ocultaba. Ahora Dylan podía perder a la mujer que amaba y al hijo que esta llevaba dentro.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pétalos de amor, n.º 124 - diciembre 2015

Título original: Expecting the CEO’s Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7281-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Jenna se había devanado los sesos en diseñar la corona que una familia le había encargado para el funeral de su abuela el miércoles próximo. La tenía casi lista y solo faltaba que los proveedores le trajeran el tipo de lilas que fueron las favoritas de la difunta.

El timbre de la puerta la avisó de la llegada de un cliente. Esperó a ver si su nueva ayudante, pero el tintineo de la campanilla del mostrador le confirmó que Millie estaba en el cuarto frío al fondo del local o, mucho más probable, hablando con su novio por teléfono en la calle.

Se dijo que tendría una charla con ella y se levantó de la mesa para dirigirse hacia la sala de muestras con su mejor sonrisa profesional.

La sonrisa se le congeló en el rostro al encontrarse con Dylan Lassiter en toda su gloria. Estaba de espaldas a ella, observando los ramos que Jenna conservaba en los expositores refrigerados a lo largo de una pared.

Su reacción fue instantánea: una arrolladora sucesión de calor, deseo y horror. La última vez que lo vio fue en el guardarropa donde se habían escondido para liberar la tensión sexual que amenazaba con quemarlos a ambos. La pasión desatada había sido tan feroz que casi fue un alivio que Dylan volviera a su base en Los Ángeles.

Jenna reprimió el impulso de protegerse el vientre con una mano. Desde el momento en que descubrió que estaba embarazada sabía que tendría que decírselo, pero no había pensado que fuera tan pronto. Al principio le había guardado rencor por no ponerse en contacto con ella desde aquel único e increíble encuentro. Entendía que estuviera demasiado ocupado para llamarla después de que su padre muriera durante la cena del ensayo de la boda de su hermana, pero ¿y después, cuando todo empezaba a volver a la normalidad?

Había conseguido convencerse de que no quería ni necesitaba las complicaciones intrínsecas de una relación. Y menos en esos momentos de su vida y con alguien tan importante como Dylan Lassiter. Jenna se había pasado años intentando reconstruir su maltrecha reputación y había tomado la firme decisión de no llamarlo. Su orgullo femenino se resentía de que tampoco él la llamara, pero iba a tener que superarlo y ocuparse de unos asuntos mucho más acuciantes.

–¿Puedo ayudarle? –le preguntó, fingiendo que no le había reconocido hasta que él se giró y le clavó la mirada de sus penetrantes ojos azules.

Jenna sintió que se quedaba sin aire y que se le cerraba la garganta. Un traje a medida gris azulado le resaltaba los anchos hombros; la camisa blanca y la corbata azul acentuaban su piel bronceada por el sol de California. A Jenna se le hizo la boca agua. Era un atentado contra la naturaleza que un hombre pudiera ser tan atractivo y varonil.

Un mechón de pelo negro y rizado le caía sobre la frente, pidiendo a gritos que Jenna se lo apartara y le acariciara la barba incipiente que oscurecía su recia mandíbula.

Dylan era como una droga para ella. Un subidón instantáneo que le creaba una adicción incomparable. Se había pasado los dos últimos meses y medio sin poder creerse lo que había hecho. Ella, a quien tanto le había costado convertirse en una mujer responsable y prudente, se había quedado embarazada de un hombre el mismo día de conocerlo. Un hombre del que, sin saber apenas nada, sí sabía lo suficiente como para no haber sucumbido a sus encantos.

Había sido una aventura de una noche. El guardarropa era tan estrecho que habían estado de pie. Pero a pesar del limitado espacio su cuerpo aún recordaba todo lo que le había hecho sentir.

–Jenna –Dylan asintió lentamente, sin apartar la mirada de ella.

–Dylan –respondió ella, fingiendo sorpresa–. ¿Qué te trae de vuelta por Cheyenne?

Nada más preguntarlo lo supo. La inauguración del nuevo restaurante. Pues claro. La cámara de comercio, o mejor dicho, toda la ciudad, esperaba con gran expectación el inminente acontecimiento. Jenna había intentado ignorar todo lo relacionado con los Lassiter, pero era imposible.

Un ruido procedente de la parte trasera les hizo girarse. Gracias a Dios… Millie se había dignado por fin a aparecer y hacer su trabajo.

–Ah, aquí está Millie –dijo Jenna, intentando ocultar su alivio–. Ella te ayudará con lo que necesites. Millie, este es el señor Lassiter. Va a abrir el restaurante Lassiter Grill en la ciudad. Por favor, asegúrate de ofrecerle nuestro mejor servicio.

Le sonrió fríamente a Dylan y se giró para marcharse, pero él la agarró de la muñeca con los mismos dedos que la habían hecho enloquecer de placer.

–No tan rápido –le dijo, haciendo que se girase de nuevo hacia él–. Estoy seguro de que Millie es muy profesional –le dedicó a Millie una sonrisa tan arrebatadora que la impresionable chica se derritió a sus pies–. Pero prefiero tratar contigo directamente.

–Me imagino –respondió Jenna con toda la serenidad que pudo–. Pero en estos momentos no tengo tiempo para ayudarte.

El corazón le dio un vuelco al percibir un atisbo de irritación en sus ojos.

–¿Tienes miedo, Jenna? –le preguntó en voz baja y desafiante.

–Claro que no. Simplemente estoy ocupada.

–Seguro que no tanto como para no ponerte al día con un viejo amigo.

Jenna sintió que se ruborizaba. No eran amigos ni muchísimo menos. No sabía más de él que cuando lo conoció… el día que la atracción prendió entre ellos desde el primer momento, haciendo que del flirteo se pasara a los roces y de los roces a la pasión salvaje en el primer lugar disponible que encontraron.

Justo entonces sintió algo en el vientre, un sutil aleteo que le hizo ahogar un gemido. El momento que llevaba semanas esperando, el primer movimiento perceptible de su hijo, tenía que ocurrir con su padre delante de ella.

–¿Estás bien? –le preguntó él, apretándole la muñeca.

–Sí –respondió ella rápidamente–. Muy ocupada, eso es todo.

–Entonces solo te quitaré unos minutos de tu tiempo –la miró fijamente–. ¿Vamos a tu despacho?

Jenna tuvo que aceptar su derrota.

–Por aquí.

Dylan la soltó y ella sintió la caricia del aire fresco en la piel. Se sorprendió acariciándose el punto donde la había agarrado.

«Deja de comportarte como una tonta», se reprendió en silencio.

Sabía, sin embargo, que no podría evitarlo para siempre. Dylan vivía en Los Ángeles, pero la apertura del nuevo restaurante en Cheyenne sería inevitable que se cruzaran de vez en cuando.

Volvió a sentir una ligera agitación en el vientre, recordándole que había cosas mucho más importantes y apremiantes que Dylan Lassiter y los sentimientos que él le provocara. Por suerte no parecía haber notado los cambios en su cuerpo tras trece semanas de embarazo.

Aún no se lo había dicho a nadie y no pensaba hacerlo en ese preciso instante. Había procurado ocultarlo con prendas más grandes y holgadas que la ropa ceñida con la que solía vestirse.

Entraron en su pequeño despacho y Jenna le indicó la silla frente a la mesa, sentándose ella al otro lado. Pero Dylan ignoró el ofrecimiento y se sentó en el borde de la mesa. Para Jenna fue imposible no fijarse en cómo la tela del pantalón se estiraba sobre sus poderosos muslos y la entrepierna. Se le secó la garganta y se volvió en busca de la jarra de agua y los vasos que tenía en un aparador detrás de la mesa.

–¿Quieres agua? –le ofreció con una voz que sonó como un graznido.

–No, gracias.

Ella se sirvió rápidamente un vaso y lo vació de un trago antes de agarrar un bloc y un bolígrafo.

–Bueno –dijo, mirándolo–. ¿Qué es lo que quieres?

Él alargó el brazo, le quitó el bolígrafo y lo dejó muy despacio sobre el cuaderno.

–Pensé que podríamos charlar un poco… Ya sabes, sobre los viejos tiempos.

Jenna sintió que una ola de calor se le desataba entre los muslos. Echó la silla hacia atrás para poner toda la distancia posible entre ellos.

–Lo siento, pero ya te he dicho que estoy muy ocupada y no tengo tiempo. Si no quieres nada más que hablar… –dudó un momento, molesta por el brillo de regocijo que destellaba en sus ojos–, tendrás que disculparme para que pueda seguir con mi trabajo.

Los sensuales labios de Dylan se curvaron en una media sonrisa.

–Has cambiado, Jenna. Hay algo distinto en ti… No sé qué es, pero lo averiguaré.

Ella se tragó un gemido. A aquel hombre no se le pasaba nada por alto. Si no lo sacaba de allí enseguida descubriría lo que había cambiado en ella. Y Jenna no estaba preparada para eso. Necesitaba más tiempo.

–Quiero que te encargues de las flores para la inauguración del restaurante –añadió él sin darle tiempo a responder–.¿Podrás hacerlo?

–Haré que mi personal te prepare unas muestras para el lunes. ¿Estarás todavía aquí para entonces?

La sonrisa de Dylan se ensanchó.

–Sí que estaré por aquí… Y no quiero que se ocupe tu personal de esto. Quiero que lo hagas tú.

–Mi personal está muy cualificado para…

–Te quiero a ti.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire. Jenna podía sentirlas como si le acariciaran el rostro.

–Imposible –dijo en voz baja.

–¿Imposible? Vaya, qué lástima… Tendré que buscar otra floristería.

Jenna sintió un escalofrío. Solo haría falta un día para que el rumor de que había rechazado a un cliente tan importante se propagara por toda la ciudad. No podía permitirlo. Había trabajado muy duro para convertirse en la mejor florista de Cheyenne y no estaba dispuesta a echarlo todo a perder.

No le quedaba otra alternativa que aceptar el encargo. Rechazar a un miembro de familia Lassiter sería nefasto para su negocio. Por el contrario, cuando se supiera que había sido ella la encargada de las flores para la inauguración los beneficios crecerían como la espuma. No había nada que le gustase más a la clase alta de Cheyenne que imitar a la familia Lassiter.

–A lo mejor podría sacar un poco de tiempo –concedió a medias–. ¿Has pensado en algo en concreto?

–¿Qué te parece si lo hablamos esta noche mientras cenamos?

–Lo siento. Tengo planes para esta noche –un largo baño caliente con sales y una sesión de pedicura casera en el caso de que pudiera doblarse para alcanzar sus pies–. Si me dices cómo contactar contigo mientras estás aquí, te llamaré cuando pueda.

Él la miró con los ojos entornados, se levantó y sacó una tarjeta de su cartera. Ella hizo ademán de agarrarla, pero Dylan la sujetó fuertemente contra su cuerpo.

–¿Me llamarás?

–Claro. Mañana no abrimos, pero miraré mi agenda el lunes y te llamaré.

–Estaré esperando tu llamada –dijo él con un guiño, y soltó la tarjeta.

Jenna lo siguió a la sala de muestras. A pesar de haber trabajado allí desde que era joven, seguía embriagándola la fragancia de las flores. Los olores impregnaban el aire con una esencia fuertemente femenina, contrastando con la poderosa virilidad de Dylan Lassiter.

Jenna le abrió la puerta.

–Gracias por venir –le dijo mientras él pasaba junto a ella para salir.

Justo entonces una furgoneta de reparto pasó por la calle. El aire que levantaba le pegó el vestido de manga corta al cuerpo. Dylan recorrió con la mirada sus abultados pechos, su cintura ensanchada y la redondez de su barriga. La miró fijamente durante lo que pareció una eternidad, antes de levantar la vista hacia sus ojos.

Lo que Jenna vio entonces la dejó clavada en el suelo. Había leído cosas sobre el carácter frívolo y despreocupado de Dylan, de su habilidad para mantenerse firme independientemente de las decisiones que tomara y del perfeccionismo que demostraba en la cocina.

La expresión de su rostro, sin embargo, era la de un hombre completamente distinto. Era la cara de un hombre que buscaba una respuesta y que, pensó Jenna con un escalofrío, haría lo que hiciera falta para obtenerla.

–Parece que tendremos otras cosas de las que hablar además de las flores… Creo que sería mejor cenar cuanto antes, ¿no estás de acuerdo?

Se giró sobre sus talones y se dirigió a grandes zancadas hacia un todoterreno negro aparcado calle abajo. Jenna no pudo evitar fijarse en los ágiles movimientos de su cuerpo. Cerró los ojos, pero su imagen seguía grabada en la retina. Y supo, sin lugar a dudas, que no iba a poder seguir ocultando su secreto.

Capítulo Dos

 

Dylan se internó en el tráfico mientras se esforzaba por controlar la ira que le hervía en las venas.

Estaba embarazada. ¿Cómo no iba a asustarse al verlo? Sin duda él era la última persona a la que esperaba o quería ver.

¿Sería suyo el bebé? Las fechas cuadraban… a menos que Jenna se acostara con cualquiera. Solo de pensarlo se le revolvió el estómago. Tenía que estar seguro de que su breve y apasionado encuentro había tenido consecuencias. Un embarazo, nada menos. Un hijo. Y con ella.

Recordó la atracción que había sentido nada más verla aquel frío viernes de marzo. Un deseo salvaje se había apoderado de él al instante. Recordó verla moviéndose de un lado para otro, revoloteando como un ave exótica sobre los arreglos florales que había diseñado para la cena de ensayo de su hermana Angelica. Una cena que había acabado antes de empezar cuando su padre adoptivo, J.D. Lassiter, falleció al sufrir un ataque cardiaco. La boda se había pospuesto indefinidamente.

Aquel día la sala estaba a rebosar de gente luciendo sus mejores galas, pero Jenna destacaba sobre el resto con sus vivos colores y la radiante energía que emanaba su pequeño cuerpo. Bastaron unas breves palabras para confirmar que era una mujer exuberante y sensual, pero la auténtica locura llegó cuando la agarró de la mano y la llevó a un rincón para besarla y comprobar si era tan excitante como parecía. Ella se apartó en cuanto él dejó de sujetarla, pero su huella se quedó grabada en el cuerpo de Dylan durante las horas siguientes, hasta que no pudo aguantarlo más. Definitivamente no bastaba con un solo beso. Se aseguró de que el personal de la cocina supiera lo que tenía que hacer y abordó de nuevo a Jenna mientras ella le daba los últimos toques a los arreglos florales. La estrechó entre sus brazos con la intención de volver a besarla y nada más, pero el beso se transformó rápidamente en una espiral de pasión desenfrenada que los llevó a meterse en un armario del vestíbulo, donde descubrieron hasta dónde podía llegar el placer compartido.

Dylan nunca había sido el tipo de hombre que esperaba de brazos cruzados a que le llegase una oportunidad. Todo lo contrario. Cuando quería algo no paraba hasta conseguirlo. Y así había sido con Jenna. El arrebato de atracción y deseo los había barrido de tal manera que seguía faltándole el aire cuando lo recordaba. No había sido su primera aventura, ni muchísimo menos, pero tampoco había experimentado nada semejante. Por desgracia, su padre murió aquella misma noche y todo su mundo dio un drástico vuelco.

Apenas se resolvieron los asuntos pendientes en Cheyenne, tuvo que volver a toda prisa a Los Ángeles para continuar su labor como presidente de Lassiter Grill Corporation. No quiso importunar a su hermana Angelica para que le facilitara los datos de la florista que había contratado para la cena de ensayo. Su hermana seguía sufriendo las consecuencias de aquella fatídica noche y lo que menos necesitaba era que alguien se la recordara. Además, el trabajo casi no le dejaba tiempo libre.

Estaba tan absorto en sus divagaciones que poco le faltó para chocar con el vehículo que tenía delante y redujo la velocidad. Maldijo para sus adentros. Dos horas. Le había dado dos horas para que lo llamara y le dijera si aceptaba o no su invitación. Y si no lo llamaba, lo haría él.

Pasaron exactamente cincuenta y ocho minutos hasta que el móvil le empezó a vibrar en el bolsillo. Lo sacó y sonrió al ver el nombre de la floristería en la pantalla.

–Estaba pensando que podríamos vernos esta noche –dijo Dylan sin más preámbulos–. En mi casa, a las siete –Dylan le dio la dirección–. ¿Sabes dónde está?

–Claro. No me costará encontrarla –respondió ella con un ligero temblor en la voz.

–Quizá debería pasar a recogerte, no vaya a ser que cambies de idea en el último minuto. No me gustaría.

–No cambiaré de idea, te lo prometo. Te veo a las siete –colgó sin darle tiempo a decir nada más.

Dylan apretó los labios mientras volvía a guardarse el móvil. Tenía una larga lista de preguntas y no iba a parar hasta que ella se las hubiera respondido todas.

De una cosa estaba seguro: si Jenna llevaba un hijo suyo, él formaría parte de su vida. Sabía lo importante que era la familia, habiendo perdido a sus padres a corta edad y habiendo sido criado por su tía Ellie y su marido, J.D. Lassiter. Los dos se habían empeñado a fondo para que ni a él ni a sus hermanos, Sage y Angelica, les faltase nunca de nada. Y cuando Ellie Lassiter murió, fue su cuñada, Marlene, la que ocupó el papel de madre. Gracias a la familia consiguieron salir adelante.

El concepto de familia había adquirido un significado aún mayor para él desde la muerte de J.D. Su hermano pensaba que se había vuelto loco al darle tanta importancia, ya que la independencia de Dylan y su determinación a valerse por sí mismo habían sido la causa de sus constantes enfrentamientos y desavenencias con J.D.

Por muy unido que estuviera a su familia siempre había querido más. Y parecía que al fin iba a conseguirlo, si el hijo de Jenna Montgomery era suyo.

 

* * *

 

Jenna se preparó de mala gana para ir a la casa de Dylan. Se duchó rápidamente y luego se tomó su tiempo en aplicarse crema hidratante. Se había depilado las piernas, ¿y qué? No lo había hecho por Dylan. Todas las mujeres necesitaban depilarse. Como tampoco se había maquillado para él. Solo lo hacía por ella, así de simple. Si la hacía sentirse bien, fuerte y segura, lo haría y punto. Lo mismo valía para la ropa que había elegido ponerse. El vestido morado favorecía su figura, incluso con las pronunciadas curvas que ya empezaba a mostrar. Igual que los zapatos negros de tacón.

Se detuvo un momento para mirarse al espejo. ¿Demasiado? El cabello, castaño oscuro, le caía suelto y recto tras habérselo alisado. Se giró de lado. Su atuendo contrastaba con la ropa que solía ponerse en las últimas semanas. Y sí, definitivamente era demasiado… Por eso mismo no iba a cambiarse.

Agarró el bolso de la cama y se obligó a calmarse. Solo era una cita para dejarle a Dylan las cosas claras. Le diría lo que había pensado decirle todo ese tiempo y nada más.

No se dejaría deslumbrar por sus increíbles ojos azules o sus alborotados cabellos. Era un hombre arrebatadoramente atractivo, inteligente y dotado de un carisma que podría derretir un glaciar. Pero ella no volvería a caer presa de sus encantos. O al menos confiaba en poder permanecer inmune.

Había tenido mucho tiempo para pensarlo. Durante varias semanas se había convencido de que, aunque Dylan merecía conocer a su hijo, ella iba a cuidarlo por sí sola. Sabía muy bien lo que no debía hacerse cuando se criaba a un hijo. No iba a repetir los errores de sus padres. A su pequeño no le faltaría de nada. Crecería sintiéndose en todo momento protegido y amado por su madre.

Un hombre como Dylan Lassiter, con su despreocupado estilo de vida, una chica para cada día de la semana y una reputación profesional que lo obligaba a viajar continuamente, no encajaba para nada en el planteamiento de Jenna. Había disfrutado enormemente con su lado salvaje, sí, pero en la vida real había que comportarse con más seriedad y moderación. Ella tenía una casa y un negocio de los que ocuparse, y podría hacerlo por sí misma si ahorraba un poco.

Sintiéndose un poco más segura y animada, se subió al coche y buscó en el mapa la dirección que Dylan le había dado, a las afueras de la ciudad.

Las dudas la asaltaron en cuanto pasó entre las grandes columnas rematadas con una elegante L de hierro forjado. El camino de entrada tenía la longitud de varios campos de fútbol. Jenna sabía que la familia Lassiter era muy rica, pero ¿quién mantenía una propiedad tan grande cuando solo la ocupaba un par de meses al año? Al pensarlo volvió a recordar las insalvables diferencias que la separaban de Dylan, y una oleada de nervios empezó a apoderarse de ella.

¿Y si decidía valerse de su fortuna y su posición para ponerle las cosas difíciles? No sabía cómo era realmente. Era un fruto prohibido. El tipo de hombre ante el que ninguna mujer se quedaría indiferente. El tipo de hombre que toda mujer merecía probar al menos una vida en la vida… Pero no el tipo de hombre con quien se pudiera mantener una relación estable.

Casi todo lo que sabía de Dylan Lassiter lo había aprendido por los medios de comunicación y por los rumores que circulaban por la ciudad. Prácticamente había hecho siempre lo que había querido, desaprovechando las oportunidades que su padre adoptivo le brindaba y negándose a ir a la universidad y a participar en los negocios de la familia. Jenna suspiró. ¿Cómo sería ir por la vida con esa despreocupación? Sabía que había viajado mucho, que se había formado como cocinero en Europa y que había vuelto a Los Ángeles, donde se había labrado una merecida reputación como chef y una no menos merecida mala fama por sus desvaríos amorosos.

La educación que había recibido ella era tan distinta a la de Dylan como un ramo de novia de una parrilla. Y desde su punto de vista, por mucho que Dylan tuviera que ofrecer a quien buscase emociones fuertes, como padre no le inspiraba ninguna confianza.