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Fueron muy variados los temas y asuntos que Ibsen trató en su producción poética. Pero toda ella se vio impulsada por el mismo anhelo de luz y de precisión: los poemas ocasionales, tan gráciles y saludables para cualquier lector, no importan su latitud ni su condición; los poemas de amor y los de libertad y esfuerzo humanos, a través de los cuales se filtra algo telúrico, una visión magmática de la vida; los poemas patrióticos, en los que alienta una épica de la derrota o de la desgracia que desacraliza lo nacional, haciendo de la patria la doméstica comunidad de unas gentes que no desean sino vivir en paz; los poemas satíricos, en los que se revela un hombre que enjuicia por el lado de la risa a sus semejantes, poniendo en ello buena parte de su propio fondo humano; los poemas de la naturaleza, que entronizan la ley de la necesidad, esa geometría del mundo que lo hace tan hermoso y tan trágico al mismo tiempo.
Al fin, el lector puede comprobar ahora por qué a Ibsen se le ha tratado siempre de gran poeta: estos poemas son el testimonio de alguien que se dejó penetrar por la vida para mejor transmitir su flanco de venganza, de crueldad y también de redención.
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POESÍA COMPLETA
Músicos
El consistorio del rey Halcón
Planes de edificación
Flores silvestres y plantas de tiesto
Ornitobalada
En Akershus
Patos de flojel
En la línea de flotación
Pájaro y pajarero
Mineros
Mi vino joven
Fotófobo
Maneras de poeta
La quebrada
Vida de montaña
En canora procesión
Un cisne
¡Loada sea la mujer!
Cuatro de julio de 1859
La escuela
Dolor popular
A los diputados
Salutación a los suecos
A los supervivientes
Al profesor Schweigaard
Canción de cuna
¡Lejos!
El petrel de tempestad
Agnes
Rima de álbum familiar
El poder del recuerdo
Carta abierta (Al poeta H. O. Blom)
A un artista que se aleja
Canción heroica de Ornulf
Recuerdo a Federico Séptimo
¡Un amigo en apuros!
La base de la fe
El edificio del Parlamento
Terje Vigen
Complicaciones
De mi vida doméstica
Una iglesia
En la galería
El coro de los invisibles
Por las mesetas
Oración de las mujeres
Gracias
La muerte de Abraham Lincoln
A mi amigo el orador de la revolución
Sin nombre
A Port Said
A Federico Hegel
Carta en globo
Carta rimada a la señora Heiberg
En una boda
En el álbum de un compositor
Barcos en llamas
Canto de salutación a Suecia
Muy lejos
Carta rimada
En el milenario
Una estrofa
Estrellas en luz trémula
Sentados estaban los dos
Poemas selectos 1848-1872
De noche
Paseo bajo la luna después de un baile
Primavera de vida
En la pinacoteca
Canción junto a la tumba de Ole Vig
Banquete funeral
Canto a mis antepasados
Canto del 17 de mayo
Graznido de gaviota
Canto con motivo de la recepción de los bustos de Wergeland y Wellhaven
Señales del norte
Versos de los últimos años de la vida de Henrik Ibsen
Mi patria
Con ‘Brand’ a una niña de un año de edad
Los últimos versos de Henrik Ibsen
A ella iban mis pensamientos
Cada estival noche luciente;
Mas la senda al arroyo iba
Entre el rocío del aliso.
¡Eh, tú sabes con miedo y canto
De la bella encantar la mente,
Y en grandes iglesias y salas
Ella contigo entrar ansia!
A salir de honda agua exhortéle;
Su violín me apartó a Dios;
Mas cuando erigíme en su dueño
De mi hermano esposa ella fue.
En grandes iglesias y salas
Yo mismo he tocado mi música,
De la cascada el miedo y canto
Jamás huyeron de mi mente.
Tú, viejo salón de gris piedra,
Do los búhos hacen sus nidos,
Cuandoquier te veo recuerdo
Al rey Lear en silvestres breñas.
Dio a sus hijas el real tesoro,
Les dio su posesión más cara;
Y ellas en turbia noche echáronle
A huir por ásperos caminos.
Tú, sala que del tiempo al peso
Cedes, lo mismo sentir debes,
Si a ingrata posteridad diste
Lo más caro que conocías.
De áurea mies recuerdo nos diste,
Una historia en ricas imágenes.
¿Mas oyóse acaso una voz
Hender con su “gracias” la noche?
Hete allí, cual de Albión el rey,
De salvajes vientos juguete;
Seis siglos de tempestad burla
Han sido tus grises almenas.
Viejo, es alba, tu gente sale;
Reparemos ahora los fallos:
Tu atuendo real remendaremos;
De bufón ya tienes capucha.
Y así, salón de grises muros
Do los búhos hacen sus nidos,
Cuandoquier te veo recuerdo
Al rey Lear en silvestres breñas.
Tan vivo lo recuerdo cual si hoy pasado hubiese,
El día en que en un periódico vi mi primer poema.
En mi cuarto alquilado, yo fumaba tranquilo,
Cigarro en mano, en sueños de placidez sumido.
“Haré un castillo aéreo que en todo el norte luzca,
Dos alas tendrá: grande la una, pequeña la otra.
Habitará la grande un poeta inmortal;
Y en la otra una doncella me servirá a la mesa”.
Yo encontraba en mi plan una hermosa harmonía;
Lástima que surgieran luego en él contratiempos.
Al madurar su dueño, vio el castillo ridículo:
Chica era el ala grande; la pequeña hizo ruina.
“¡Dios mío, no comprendo yo su gusto,
Ni sé dónde le ha puesto Dios los ojos!
¡No es ella una belleza, y se dijera
Que a la frivolidad tiene afición!”.
Cierto que esto más se asemejara
Al aire de los dramas de hoy en día
Si yo buscase un buen ejemplo de ello
Entre señoras de lo más normal.
Cual ornato floral de invierno lucen,
De sus ventanas en el dulce marco;
Como plantas de tiesto en tibia tierra
Al calor de la estufa reverdecen.
Cada rama florida en general
Rejuvenece tras hiemal letargo;
Sí, si sensato fuese elegiría
Una entre cuantas hay que son normales.
¡Ladina sensatez, de qué nos sirves!
¡Asco y náusea infunde en mí tu voz!
¡Y es que es una flor silvestre, y tiene
Diez y seis primaveras de existencia!
Un bello primaveral día
Paseábamos por la alameda;
Atrayente como un misterio
Era aquel recinto prohibido.
Soplaba el viento del oeste
Y azul en extremo era el cielo;
En un tilo estaba una pájara
Gorjeando para sus crías.
Yo hice el papel de agudo vate
Con juguetona opalescencia;
Dos ojos pardos relucieron
Y rieron y me escucharon.
Sobre nosotros oír podíamos
Los susurros y las risitas;
Mas suavemente despedímonos
Y no nos volvimos a ver.
Y ahora, cuando paseo a solas
De un lado a otro de la alameda,
Por la emplumada gentecilla
Nunca siento paz o reposo.
Doña Gorriona nos oía
Mientras paseábamos tranquilos,
Y una balada dedicónos
Por ella misma puesta en música.
En pajariles bocas late,
Pues bajo el techo de las hojas
No hay pico en que no esté ese día
De luminosa primavera.
El velo de la noche estival dulce
Se retrae si la Tierra se despeja;
Estrellas solas, grandes, mudas, pálidas
Arden tranquilas tras sus cortinajes.
El fiordo esponja ahora de su pecho
La angostura con voz hueca y velada.
Escucha, es cual canción de infancia tierna,
De esas que nunca olvídanse del todo.
La vieja Akershus serena otea
A través de la niebla el mar en calma;
Y a veces, confiada, me parece
Que asiente en dirección a Hovedoen .
Tras las altas ventanas de la sala
Un azulenco resplandor tirita.
¿Quién es ése, ferroso caballero
Con ojos de rojizo relucir,
Ése, que, triste, en el salón se sienta
En su sillón, en sí mismo encogido?
¡Sí, claro!, ¿quién va a ser?, ¡es el rey Kristjern
Rugosa frente, débil el mentón;
Su mano la tizona busca en vano,
La vaina ensangrentada está y mohosa.
Cual recuerdo de fúnebre grandeza,
Bella y noble aún a nuestra vista,
Junto al ventanal yérguese una dama,
Sin duda la mujer de Knut Alfsonn.
Danesa flota en el fiordo aguarda;
Su marido, en defensa, inerme, vino
Del paterno terruño, y aceptando
De Gyldestjerne la hospitalidad.
Yacente le remaron a la orilla
Sin cánticos ni cirios; en la frente
De Knut Alfsonn ahóndase una brecha
Que de Noruega en el corazón sangra.
Ved a ese hombre atado, en capa envuelto.
Fácil paréceme acertar su nombre;
Un centenar de armados paladines;
Hay que salvar a Herlof Hyttefad.
Arde el fuego en el patio de las sierpes;
Florece sangre en fantasmal ropaje;
Cuatro donceles guardan la camilla,
Kristjern, tras las cortinas, lo contempla.
¡Potente campeón que alzó la espada
Por su pueblo en cadenas, te loamos!
¡Más dulce que el incienso es la humareda,
Humo de sangre, que la hoguera exuda!
¡Sangre de mártir, fuerte cual simiente,
Germen del día horrible de Noruega,
Que, tras trescientos años, reflorece
En Eidsvolds Verk un día primaveral!
¡Vedlo, pues! ¡No, todo esto se ha esfumado!
“¡Adelante!”, nos dice el centinela;
De su sudario Akershus prescinde,
Y ahora un traje de diario porta.
De Noruega habitante, pato de flojel;
Fiel siempre al fiordo gris y plomo.
Con el pico arráncase el plumón del pecho,
Que caldeará su muelle nido.
Mas firme y duro es el pescador del fiordo;
Todo el plumón del nido roba.
Si cruel el pescador, cálida es el ave;
Su seno vuelve a picotear.
Si desnúdase es para vestir su nido
De nuevo en algún rincón lueñe.
Pero el tercer despojo será el último,
Y una noche de primavera
La niebla henderá con pecho ensangrentado;
¡Al sur, a caldeada costa!
Mira, amor mío, lo que aquí te muestro:
Una flor de alas blancas.
Por silentes torrentes conducida
Nadaba en verno grave como el sueño.
¿Quieres acaso tú darle refugio?,
En tu regazo dáselo, amor mío;
Quizá bajo sus pétalos se esconde
Callada y quieta ola.
Niña, observa del lago la corriente,
¡Peligroso es soñar con ella!,
Finge el genio fluvial allí dormir;
Por encima juguetean los lirios.
Tu regazo es del lago la corriente,
Peligroso es soñar con ella, niña;
Por encima juguetean los lirios;
Finge el genio fluvial allí dormir.
Mozo ávido, con astillas
Hice una trampa de pájaros,
Y antes de hasta diez contar
Vi caer un pájaro en ella.
Llevéla con brutal gozo,
A mi cuarto de jugar,
Donde asusté al prisionero
Con amenazas y burlas.
Tras así pasarlo bien
Y mi crueldad saciar,
Dejé la trampa en la mesa
Y la entreabrí con cuidado.
¡Ay, cómo agita las alas!,
Vida y libertad le ofrezco;
Al aire quiere lanzarse,
Pero cae al fondo… ¡roto!
¡Ave en trampa, estás vengada!,
También ahora cayó el chico
En un cerco donde sólo
Perplejo agitarse pudo.
También él ahora mira
Con espanto entre barrotes,
Esto aterra su sentido;
De pies a cabeza tiembla.
Y cuando entreabierta piensa
Ver ventana al aire libre,
Cae brusco, sus rotas alas,
De su cerrado camino.
¡Rocosa faz, de trueno y viento herida
Bajo mis fuertes martillazos! Hacia
El fondo deben ir mis pasos, tengo
Que oír sonar al fondo el mineral.
Del monte al fondo en desolada noche
Me hace señales el tesoro pingüe,
Piedras preciosas y diamantes, entre
Rojizas vetas de oro serpenteantes.
En lo más hondo, empero, la paz reina
Desde la eternidad, paz y trabajo;
¡Ábreme paso, tú, fuerte martillo,
Hasta la oculta cámara profunda!
Otrora, de muchacho, jubiloso,
Bajo el cielo estrellado yo sentábame,
Pisé vernales sendas florecidas,
De mi feliz niñez en posesión.
Mas olvidado había el diurno fausto
Del pozo en la tiniebla nocturnal,
Y el canto y el rumor de la cosecha
En los pasillos negros de la mina.
El primer día en que descendí a ella