¿Por amor o por venganza? - La propuesta del jeque - Perlas del corazón - Yvonne Lindsay - E-Book
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¿Por amor o por venganza? - La propuesta del jeque - Perlas del corazón E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

¿Por amor o por venganza? Yvonne Lindsay Shanal se vio incapaz de cumplir con su parte del trato el día de su boda, así que tendría que sacar a sus padres de la terrible situación en la que se encontraban por otros medios. El millonario australiano Raif Masters estaba encantado de ayudar a la novia de su eterno enemigo a escapar. Pero cuando se entregaron a la pasión y esa pasión derivó en un embarazo, Raif tuvo que demostrarle a Shanal que estaba con ella por amor, no por venganza. La propuesta del jeque Fiona Brand Horas antes de anunciar su compromiso con la novia que su padre le había escogido, el jeque Kadin Gabriel ben Kadir se dejó llevar por la tentadora Sarah Duval. Esa apasionada noche desencadenó un embarazo y Gabriel juró que formaría parte de la vida de aquella mujer y del bebé. Pero Sarah quería un alma gemela. ¿Cómo iba a unirse a un hombre que había jurado no dejarse gobernar por el amor? Perlas del corazón Emily McKay La hija de la heredera Meg Lathem necesitaba una operación quirúrgica urgente, de modo que Meg tuvo que pedir ayuda al infame padre de su hija, Grant Sheppard. Grant tenía un motivo oculto cuando se acostó con Meg por primera vez. Sin embargo, ante la noticia de su inesperada paternidad y la enfermedad de su hija, descubrió que sus sentimientos por Meg iban más allá de una mera venganza.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 473 - agosto 2021

 

© 2015 Dolce Vita Trust

¿Por amor o por venganza?

Título original: The Wedding Bargain

 

© 2015 Fiona Gillibrand

La propuesta del jeque

Título original: The Sheikh’s Pregnancy Proposal

 

© 2015 Emily McKaskle

Perlas del corazón

Título original: Secret Heiress, Secret Baby

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y c ualquier p arecido c on

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-958-6

Índice

 

Créditos

¿Por amor o por venganza?

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

 

La propuesta del jeque

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

 

Perlas del corazón

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–Nos hemos reunido aquí hoy para unir en matrimonio a Burton y Shanal…

La modulada voz del sacerdote resonó en la catedral, bañada por la luz del sol que se filtraba a través de las vidrieras.

Shanal, con el ramo de gardenias en la mano, se sintió ligeramente mareada. ¿Era eso lo que realmente quería? Volvió el rostro para mirar al novio. Burton Rogers, tan guapo, tan inteligente y de tanto éxito. Y tan rico. Era un buen tipo. No, era un hombre extraordinario. Le gustaba, le gustaba mucho.

Recordó lo que un año atrás le dijo a su mejor amigo, Ethan Masters: «Tienes la suerte de disfrutar de la clase de amor con la que sueña la mayoría de la gente. Me das envidia. Esa es la clase de amor que yo quiero cuando me case, si es que me caso. Porque te aseguro que no me conformaré con menos».

Unas palabras valientes pronunciadas antes de que su mundo se derrumbase, antes de decidir sacrificar la búsqueda del verdadero amor, antes de agarrarse a la oportunidad que se le presentaba de procurar seguridad económica para sus padres después de que sus vidas hubieran sido destruidas.

¿Era Burton el amor de su vida? No. ¿Había renunciado a su sueño? Sí.

Sus compañeros de trabajo en el laboratorio del Centro de Investigaciones Vitícolas la consideraron una mujer afortunada desde el día en que Burton, su jefe, se fijó en ella. Burton tenía fama de exigir excelencia en todo, y ella había encajado en esa categoría. Ella misma se había considerado afortunada cuando Burton le pidió la mano, lo que suponía una solución a todos sus problemas.

Todos los presentes en la ceremonia creían que aquel era el día más feliz de su vida. Todos menos la persona que había tratado de convencerla de que no se casara. Desvió la mirada, pero no logró divisar a Raif Masters, el primo de Ethan, entre los doscientos invitados, aunque sabía que estaba allí. Había sentido su presencia desde el momento en que comenzó a recorrer la nave de la iglesia acompañada de sus padres, su padre en silla de ruedas.

–Estas dos personas van a unir sus vidas…

Le zumbaron los oídos y se le encogió el pecho. El ramo de flores le tembló en las manos.

–Si alguien tiene alguna objeción a que Burton y Shanal se unan…

Shanal pensó en el amor que sus padres se habían profesado siempre. ¿Podría ser así entre Burton y ella?

–Sí –dijo Shanal con voz quebrada.

Burton se inclinó sonriente hacia ella.

–Cariño, no te toca hablar todavía.

Shanal dejó caer el ramo de flores al pie del altar y se sacó del dedo el anillo de compromiso, un solitario con un brillante de tres quilates. «Digno de una princesa», le había dicho Burton al deslizarlo en su dedo.

Shanal le ofreció el anillo.

–No puedo casarme contigo, Burton. Lo siento –dijo ella con voz ahogada.

Fue la primera vez que vio a su perfecto novio quedarse sin habla. Con perfectos modales, como siempre, aceptó el anillo automáticamente.

Shanal se dio media vuelta y se recogió la falda del vestido.

–Lo siento –dijo mirando a sus padres, que sentados en el banco en frente del altar la observaban estupefactos y preocupados.

Entonces, Shanal salió de la iglesia corriendo.

 

 

Raif Masters había asistido a la ceremonia como favor a Ethan, que estaba de luna de miel. Shanal Peat y Ethan eran amigos de toda la vida, por lo que a Shanal se la consideraba casi como parte de la familia Masters. Por lo tanto, era obligación que un miembro de la familia estuviera en al boda. Pero habría deseado que no le hubiera tocado a él.

Había estado a punto de levantarse al oír al sacerdote preguntar si alguien tenía objeciones respecto a ese matrimonio. Sí, él tenía objeciones. Pero Shanal le había dejado muy claro dos meses atrás que quería que se callara. No había querido escucharle al advertirle que Burton Rogers no era un hombre con el que debiera casarse. Pero, en lo que a Rogers se refería, Shanal había estado ciega, cosa que a Rogers le había venido muy bien.

Incluso antes de los peores momentos entre Burton y él, se había visto en situaciones en las que le habría gustado dar un puñetazo a ese arrogante rostro.

Pero Ethan había insistido en que fuera a la boda, recordándole que con todo lo que estaba pasando con los viñedos y el complejo turístico de la familia, era el único que estaba libre para asistir a la ceremonia. Y aunque había cedido, le había hecho sentirse físicamente mal presenciar que Shanal uniera su vida a un hombre que solo vivía para una cosa: conseguir que su vida fuera perfecta a costa de todo y de todos.

Raif consideraba a Burton responsable de la muerte de su antigua novia, Laurel Hollis, a pesar de lo que el médico forense hubiera dicho. Rogers había logrado que nadie le culpara de nada en el accidente de barranquismo en el que Laurel había muerto. Y aunque él no había presenciado el accidente, estaba convencido de que había algo más de lo que se había dado por hecho… y tampoco había dejado de investigar el suceso.

Sin embargo, de momento, tenía que permanecer ahí sentado viendo a la mujer a la que había deseado desde la infancia casarse con un hombre que ni le gustaba ni en quien confiaba.

Tres años menor que ella y desde que se conocieron quince años atrás, su relación con Shanal siempre había sido complicada. Y aunque nunca habían intimado, sentía afecto por Shandal y quería que fuera feliz.

Con eso en mente, Raif había ido a verla al poco de que se anunciara su compromiso con Burton Rogers. No creía que Burton fuera capaz de hacer feliz a ninguna mujer, y había ido a decírselo. Pero no había servido de nada. Una vez que Shandal se hubo sobrepuesto de la sorpresa de su inesperada visita, le había dicho que estaba perdiendo el tiempo si pensaba que iba a hacerla cambiar de idea respecto a casarse con su jefe. En realidad, le había dicho que la dejara en paz. Y eso era lo que él había hecho.

Ahora, en la catedral, la incredulidad paralizaba a todos los presentes, incluido él.

Se puso en movimiento al verla salir por las puertas de la catedral. Raif salió en pos de ella y la dio alcance en los jardines al otro lado de la calle, enfrente de la catedral. Shanal había dejado de correr, respiraba con dificultad y su cutis moreno se veía pálido y cetrino. La condujo rápidamente a un banco y la hizo bajar la cabeza para evitar que se desmayara.

–Respira hondo y despacio. Vamos, tranquila, respira –le dijo a Shanal al tiempo que le cubría los desnudos hombros con su chaqueta. En julio en Adelaide no hacía calor, y vestida así Shanal se iba a congelar.

–Yo… tenía que salir de ahí –dijo ella jadeando.

Le sorprendió lo angustiada que Shanal parecía. Ella, que era la calma en persona. Nada la hacía perder la compostura, excepto aquella vez que él le metió una serpiente pitón en el bolso cuando tenía quince años.

–No hables, respira. Vamos, tranquila, no pasa nada.

–Sí que pasa –dijo ella casi con pánico.

–Ya verás como todo se arregla –insistió Raif.

Pero al momento le vino a la mente el semblante de Burton cuando ella le dejó plantado delante del altar. Shanal no le había visto el rostro, menos mal.

Hacía mucho que Raif se había dado cuenta de la avaricia desmedida de Burton, siempre el mejor y lo mejor para él al precio que fuera. Y aunque hacía tres años que no tenía nada que ver con él, sabía que Burton Rogers no soportaba que le dejaran en ridículo.

Shanal se incorporó en el banco y tiró el velo de novia y el ramo de flores al suelo. Después, se volvió hacia él y le agarró ambas manos con las suyas, que estaban heladas.

–Llévame lejos de aquí –le imploró Shanal–. Llévame lejos de aquí ahora mismo.

–¿Estás segura de que eso es lo que quieres? –preguntó Raif sorprendido.

–Sí, por favor, por favor –continuó suplicando ella. Y unas lágrimas asomaron a sus ojos verdes.

Esas lágrimas pudieron con él. Pero tenía el Maserati a unas cuantas manzanas de distancia y ya había gente que había salido de la catedral. Shanal y él nunca llegarían hasta el coche sin que alguien les diera alcance y, cuando eso ocurriera, Shanal se vería obligada a dar todo tipo de explicaciones.

En ese momento, un taxi dio la vuelta a la esquina. Al verlo, Raif agarró la pequeña mano de Shanal y la hizo ponerse en pie.

–Vamos –dijo Raif tirando de ella al tiempo que alzaba la mano para llamar al taxi.

El taxi se detuvo y Raif, después de abrir la portezuela, hizo entrar a Shanal. Después de acomodarse en el asiento, le dio al taxista la dirección de su casa.

Shanal, sentada a su lado, seguía pálida pero tenía mejor color cuando el taxi se puso en marcha. Él lanzó una mirada por la ventanilla y vio ya más gente a la entrada de la catedral. En medio de todos estaba Burton, con los ojos fijos en el taxi. No parecía muy contento.

Raif volvió la cabeza. Shanal y él guardaron silencio durante los cuarenta y cinco minutos de trayecto hasta su casa. En todo ese tiempo, el móvil que llevaba en el bolsillo no dejó de vibrar. Sabía quién era la persona que le estaba llamando, pero no tenía intención de contestar.

–¿Por qué hemos venido aquí? –preguntó Shanal en el momento en que el taxi les dejó delante de la casa de Raif, al borde de los viñedos de la familia–. Este va a ser el primer sitio al que acudirá, ¿no crees? Ha debido vernos juntos en el taxi.

Raif arqueó las cejas.

–No se me ha ocurrido pensar que nos estuviéramos escondiendo de él. ¿Por qué no quieres que sepas dónde estás? ¿No te parece que deberías hablar con él?

Shanal se estremeció.

–No, no puedo. Yo… no puedo.

Raif abrió la puerta de su casa e indicó a Shanal que pasara. Si Shanal necesitaba estar lejos de Burton, lo menos que él podía hacer era ofrecerle su casa para que descansara antes de que se marchara a… adonde fuera que iba a ir.

–¿Te apetece beber algo?

–Un poco de agua. Gracias.

Shanal le siguió hasta la cocina americana. Allí, él sacó una botella de agua del refrigerador, le sirvió un vaso y se lo dio.

–Gracias –dijo Shanal después de beber, y dejó el vaso en la encimera de granito–. Y ahora dime, ¿adónde me vas a llevar? No podemos quedarnos aquí.

¿Llevarla? ¿Por qué pensaba que él la iba a llevar a algún sitio? Shanal le había pedido que la sacara de donde estaba y eso era lo que él había hecho. Punto. No era que no quisiera ayudarla, pero Shanal siempre se había mostrado distante con él.

Al parecer, Shanal se dio cuenta de lo que él estaba pensando.

–Perdona, lo que he querido decir es si… si no podrías ayudarme un poco más. Me encuentro en un callejón sin salida.

Shanal tenía razón. Necesitaba otra ropa que no fuera ese vestido y ni siquiera tenía un bolso ni la cartera.

Raif se la quedó mirando. En el semblante de Shanal se notaba una fuerte tensión, y sus ojos parecían los de un animal acorralado. Y aunque no era su problema, pensó en qué podría hacer para ayudarla.

Maldito Ethan, había elegido el peor momento para casarse con Isobel e irse de viaje de novios.

De repente, una sonrisa asomó a sus labios. Se le había ocurrido una brillante idea.

–¿Qué tal un crucero?

–¿Un crucero? –repitió Shanal sin ocultar su sorpresa.

–Sí, en una embarcación fluvial. Un amigo mío acaba de cambiar los motores y arreglar sus barcazas. Hace poco se estaba quejando de no tener tiempo para poner a punto los motores antes de llevarlos corriente arriba del río Murria. En mi opinión, no te vendría mal un viaje lento y tranquilo por el río; y, además, le harías un favor a Mac con la puesta a punto del motor.

–¿Cuándo podríamos marcharnos?

–¿Lo dices en serio? ¿De verdad quieres hacer eso?

Shanal asintió.

–Déjame que haga una llamada.

Raif se marchó de la zona de estar y fue a su despacho, al otro lado del vestíbulo. Miró su móvil. Sí, tenía varios mensajes, todos ellos de la misma persona, Burton Rogers. Los borró sin oírlos. Frunció el ceño al ver el número del teléfono de los padres de Shanal. Tendría que llamarles para decirles que Shanal estaba bien, pero antes iba a hablar con su amigo.

Raif agarró la tarjeta que su amigo le había dado la última vez que se habían estado juntos y marcó el número de teléfono.

Unos minutos más tarde todo estaba arreglado.

Al volver a la zona de estar, encontró a Shanal de pie delante de las puertas de cristal con vistas a los viñedos. Se había quitado la chaqueta del traje de él y se había soltado el cabello, que le caía por la espalda como un ondulado río de seda negra. Deseó acariciárselo. «Estúpido», se dijo. Esa mujer no había dejado de atraerle desde la adolescencia, pero sabía que era mejor no hacer nada. La misma Shanal se lo había dejado claro doce años atrás.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó él.

Shanal suspiró y después sacudió la cabeza.

–No, no me encuentro nada bien. Creo que jamás volveré a estar bien.

–Ya verás como sí. He hablado con Mac y nos deja el barco. Podrás tomarte el tiempo que necesites para relajarte. Ya verás como te sienta bien el viaje. Dispondrás de tiempo para pensar y, a la vuelta, podrás enfocar los problemas con más objetividad.

Shanal esbozó una leve sonrisa.

–No creo que la objetividad me sirva para solucionar mis problemas. De todos modos, gracias por tu ayuda. Dime, ¿cuándo podemos irnos? Por mí, cuanto antes mejor.

Raif reflexionó unos segundos. Les llevaría una hora en coche hasta Mannum, donde Mac tenía la casa flotante esperándoles.

–Necesito cambiarme de ropa primero. ¿Quieres que mire a ver si Cathleen se ha dejado algo de ropa aquí? Luego, por el camino, podríamos parar para que puedas comprarte algo de ropa.

Su hermana menor se había quedado en su casa durante un viaje que él había hecho a Francia. A Cathleen le encantaba vivir con el resto de la familia en The Masters, pero él se había construido la casa en el límite del viñedo más antiguo de la familia en vez de tomar posesión de una de las habitaciones de la casa familiar.

–Sí, gracias –respondió Shanal tirándose de la falda del vestido de novia–. Quiero quitarme esto cuanto antes. Llama demasiado la atención, ¿no te parece?

A Raif le alegró que Shanal no hubiera perdido el sentido del humor.

–Sí, un poco –concedió él con una sonrisa–. Venga, vamos a ver si encontramos algo.

Recorrieron el pasillo en dirección a la zona destinada a los huéspedes y entraron en la habitación que Cathleen había ocupado. Al abrir el armario, se alegró por primera vez de que su hermana hubiera dejado parte de sus cosas allí: unos vaqueros y unas camisetas dobladas en una estantería del armario; una chaqueta colgando de una percha e incluso un par de zapatillas deportivas en una caja en el suelo del armario.

–Tenéis la misma talla, ¿verdad? –dijo él señalando las prendas del armario.

–Más o menos –Shanal asintió al tiempo que agarraba los vaqueros y una camiseta de manga larga y dejaba las prendas encima de la cama–. Pero aunque no sean mi talla exacta, lo prefiero a este vestido. ¿Podrías ayudarme a quitármelo? Los botones son tan pequeños que no puedo desabrocharlos sola.

Raif tragó saliva al sentir la boca seca repentinamente. ¿Ayudarla a desnudarse? ¡Pero si llevaba soñando con un momento así desde que tenía quince años! Cerró la puerta a sus libidinosos pensamientos. No era ni el momento ni el lugar. Lo que Shanal necesitaba era un amigo, nada más. Y, desde luego, no quería ninguna otra cosa de él.

Shanal se volvió de espaldas a Raif y se alzó la melena a un lado. La fragancia de Shanal le sobrecogió. Le hizo inhalar profundamente y tuvo que controlar el impulso de respirar por la boca. No, Shanal no era suya, se recordó a sí mismo.

Shanal acababa de dejar al hombre con el que iba a haberse casado, pero eso no le permitía aprovecharse de la situación. Por el motivo que fuera, Shanal había dejado plantado a su novio en el último momento y estaba nerviosa y disgustada. Lo que menos necesitaba en el mundo era que un tipo al que había rechazado una docena de veces se le insinuara.

Capítulo Dos

 

Shanal cerró la puerta del baño, se quitó el vestido de novia y lo dejó caer al suelo. Se estremeció. El frío le calaba hasta los huesos.

Con rapidez, se puso los vaqueros y metió tripa para subirse la cremallera. Cathleen era más delgada que ella. Inmediatamente se puso la camiseta, sin preocuparse de cómo le quedaba. Tenía cosas más importantes en que pensar.

Se sentía perdida. Le costaba creer lo que acababa de hacer: escapar de todo y de todos.

Burton debía estar furioso. Con razón. Burton y ella habían llegado a un acuerdo y sabía que Burton no soportaba que se desbarataran sus planes, mucho menos que le humillaran en una catedral delante de todos sus amigos y conocidos.

Por supuesto, no creía que Burton fuera a hacerle daño físicamente, eso no era propio de él. Pero ¿cómo iba a explicarle a un hombre, sobre todo un a hombre que, en apariencia, era el sueño de toda mujer, que ya no quería casarse con él? Lo único que sabía era que no podía hacerlo. Necesitaba tranquilidad y tiempo para pensar en cómo superar la situación que ella misma había creado.

Otro temblor le recorrió el cuerpo. Respirando con dificultad, cerró los ojos y trató de calmarse. Cuando se encontró mejor, intentó pensar con lógica, la misma lógica con la que había sopesado la proposición de matrimonio de Burton y que le había llevado a aceptarla a pesar de ser consciente de que no le amaba.

La angustia volvió a apoderarse de ella. No, no podía pensar, estaba a punto de un ataque de nervios. Las dos personas que dependían de ella, sus padres, debían estar muy preocupados. Aparte de los costes médicos que conllevaba la enfermad de su padre, en pocos meses tendrían dificultades incluso para cubrir los gastos de comida. La vida de sus padres iba a verse afectada por lo que había hecho. Pero encontraría una solución, no le quedaba otro remedio.

Y quizá no le costara tanto, quizá lo estuviera viendo todo muy negro debido a la tensión. Lo que necesitaba era marcharse de allí y tomar perspectiva. Raif le había ofrecido ambas cosas sin hacerle preguntas.

¿Por qué? ¿Lo hacía porque quería ayudarla simplemente o porque quería hacerle daño a Burton? Raif había ido a verla a casa de sus padres tres meses atrás, justo después de que se anunciara su compromiso con Burton. Había ido para aconsejarle que no se casara con Burton. Ella le había dejado muy claro que la boda se iba a celebrar pasara lo que pasara y le había echado de la casa sin escucharle. Sabía que Raif no soportaba a Burton, aunque desconocía el motivo, y había supuesto que era por eso por lo que había ido a verla.

Los ojos le escocieron. Debía dejar de darle vueltas al asunto. En esos momentos, le encantaría meterse en la cama, dormir y no despertar en una semana. Pero, con un esfuerzo, se puso un par de calcetines y las zapatillas de deporte de Cathleen.

Al mirarse en el espejo le pareció estar viendo a una desconocida. Normalmente no se maquillaba, pero Burton había insistido en que lo hiciera y ella, al final, había cedido. ¿Habría sido siempre así de haberse casado con Burton, las decisiones de él imponiéndose a las suyas, sofocándola, transformándola en otra persona?

Shanal abrió el grifo y se lavó la cara. En ese momento oyó unos golpes en la puerta.

–¿Estás bien? –le preguntó Raif desde el otro lado de la puerta.

–Puedes entrar –respondió Shanal.

Raif entró en el baño y ella se fijó en los usados vaqueros que se había puesto y en el suéter azul marino. El tejido de lana se ceñía sobre sus hombros.

–Deberíamos marcharnos ya. De camino pararemos para que te compres ropa interior, champú, jabón y esas cosas.

Shanal asintió. Era un alivio dejar que alguien se encargara de ella.

Shanal salió de la habitación detrás de él sin siquiera una última mirada al montón de tul que había dejado en el suelo del cuarto de baño.

–Tengo que llamar a mis padres para decirles que estoy bien, que no se preocupen –dijo Shanal cuando llegaron a la puerta del garaje.

–Ya lo he hecho yo –le informó Raif–. Te han mandado besos.

¿Sería cierto? Después de todo, había destrozado sus expectativas de futuro. Ya no obtendría el dinero que Burton le había prometido cuando se celebrara la boda, y lo más posible era que también hubiera perdido su trabajo.

–¿Cómo están mis padres?

–Estaban preocupados por ti. Pero después de decirles que yo estaba contigo y que me encargaría de ti, se han tranquilizado.

Shanal se tragó un sollozo y Raif se dio cuenta, porque añadió:

–Vamos, Shanal, ya verás como todo se arregla. Has hecho lo que debías hacer.

¿Había hecho lo que debía o simplemente había destruido el futuro de sus padres y también el suyo?

Raif le abrió la puerta del todoterreno y ella se subió al vehículo, rodeó el coche y se sentó al volante.

–Mac está aprovisionando la barcaza con todo lo que puedas necesitar para pasar ahí una semana por lo menos.

–Te pagaré, Raif. Te lo prometo –dijo Shanal con voz quebrada.

–No te preocupes por eso –respondió él–. ¿Por qué no echas hacia atrás el respaldo del asiento y cierras los ojos? Se te ve muy cansada. Intenta dormir un rato.

Shanal hizo lo que Raif acababa de sugerirle, pero la preocupación no le permitió dormir. Oyó la conversación de Raif con Cade, su hermano, menor, al que pidió que fuera a recoger el coche que había dejado aparcado cerca de la catedral. Se sentía culpable por todo lo que Raif había hecho por ella aquel día. Y ahora, además, iba a llevarla a Mannum.

A pesar de que nunca le había tratado muy bien, Raif parecía dispuesto a hacer lo que fuera por ayudarla. Raif, un hombre al que conocía muy poco. Cuando cortó la comunicación, encendió la radio y buscó una emisora de música clásica, a Shanal le sorprendió, había imaginado que a Raif le gustaría el rock o el pop.

Sin embargo, ¿qué sabía ella de Raif, aparte de que era el mejor amigo de su primo? Le conocía de haberle visto en las fiestas de la familia Masters a las que Ethan siempre la había invitado. Pero como Raif era tres años menor que ella, le había parecido siempre un niño.

En la adolescencia había notado que le gustaba a Raif, pero no le había dado la menor importancia. Y había seguido considerándole un niño…

Hasta ahora. Ahora acababa de darse cuenta de que Raif era un hombre. Un hombre con el que podía contar.

Shanal abrió los ojos y lo observó mientras conducía. Era algo más delgado que Ethan, pero se parecían mucho. Alto, un metro ochenta y algo, cabello oscuro peinado hacia atrás, ojos azules penetrantes y, como todos los miembros de la familia Masters, muy atractivo. Siempre moreno por trabajar al aire libre en los viñedos de la familia. Y de él emanaba siempre una energía apenas contenida.

La espontaneidad de Raif era uno de los motivos por los que había continuado pensando en él como en el niño de antaño: impulsivo, atolondrado y dado a actuar sin pensar en las consecuencias. ¿Qué era lo que Ethan había dicho de Raif en varias ocasiones? Ah, sí, que era la clase de persona que saltaba sin saber si abajo había red. Raif no le había preguntado por qué se había negado a casarse, simplemente la había ayudado al pedírselo.

De no ser por él, no sabía qué habría hecho. No era impulsiva, nunca lo había sido, siempre pensaba antes de actuar. Pero ese día… Había salido corriendo de la catedral sin saber adónde ir ni qué hacer. Por suerte, Raif había salido detrás de ella y había tomado el control de la situación.

Comenzó a caer una leve lluvia y Raif puso en marcha el limpiaparabrisas. Shanal volvió a cerrar los ojos y, sin darse cuenta, se durmió.

Cuando despertó, se encontró sola en el coche. Miró a su alrededor sin saber dónde estaba. Entonces vio a Raif saliendo de una pequeña tienda al otro lado de la carretera. Al entrar en el coche, le dio una bolsa de plástico.

–No quería despertarte, así que… espero que sea tu talla.

Shanal abrió la bolsa y vio un paquete con seis bragas de colores y artículos de baño. Enrojeció al instante.

–Gracias, creo que es mi talla. Y gracias otra vez por ayudarme hoy. No sé qué habría hecho sin ti.

Una intensa emoción se apoderó de ella y, al momento, la mano de Raif se cerró sobre la suya. Un sorprendente cosquilleo le hizo apartar la mano y Raif le lanzó una seria mirada.

–De nada –respondió él con calma–. ¿Tienes hambre?

–De momento, no. ¿Y tú?

–Puedo esperar –respondió Raif tranquilamente. Y, después de encender el motor, puso en marcha el coche.

–¿Estamos muy lejos del río? –preguntó Shanal.

–No, a unos diez minutos solo.

Al poco rato llegaron al puerto deportivo. Había dejado de llover, pero corría un viento fresco. Shanal se abrazó a sí misma al salir del vehículo. Debería haber tomado la chaqueta de Cathleen.

–Toma, ponte esto.

Shanal aceptó el plumífero que Raif agarró de la parte trasera del coche y se lo puso. Después, le siguió hasta el muelle, donde un hombre les esperaba.

–Hola, Mac. Esta es mi amiga Shanal.

Mac asintió en su dirección.

–Sube al barco y te explicaré cómo funciona todo.

A Shanal le sorprendió el lujo del interior de aquella casa flotante. El barco, al parecer uno de los más pequeños de Mac, contaba con tres dormitorios y era más grande que el apartamento que ella había alquilado en Adelaida antes de volver a casa de sus padres. De hecho, eran similares, la mayor diferencia era que había un timón cerca de la zona de estar.

–¿Has pilotado alguna vez esta clase de barcos? –le preguntó Mac.

–No, pero estoy segura de que Raif me enseñará.

–Será mejor que te enseñe Mac –interpuso Raif–. Él te dirá qué hacer cuando te encuentres en medio del río.

Shanal notó que Raif no había utilizado la primera persona del plural, lo que le provocó un repentino pánico.

–¿No vas a venir conmigo?

 

 

–Discúlpanos un momento –le dijo Raif a Mac antes de llevar a Shanal a cubierta.

La sintió temblar y eso le impactó.

–Vamos, siéntate –le dijo a Shanal indicándole una de las sillas de hierro.

Raif se puso de cuclillas delante de ella y le tomó ambas manos, que estaban heladas.

–Yo creía que te ibas a quedar conmigo. No me vas a dejar ahora, ¿verdad? –susurró Shanal.

Raif la miró fijamente. La mirada verde de Shanal era suplicante. No, no había tenido intención de ir con ella, no se le había pasado por la cabeza que fuera eso lo que Shanal quería. Lo único que él había hecho era ayudarla a salir de una mala situación y organizar el escape que ella necesitaba.

¿Por qué quería Shanal que él se quedara con ella? ¿Por qué quería la compañía de un hombre cuando acababa de dejar a su novio plantado a los pies del altar?

–Perdóname, Raif. Ya sé que, después de todo lo que has hecho por mí, te estoy pidiendo demasiado. Es solo que… –Shanal se interrumpió y su mirada se perdió en el río.

–¿Es solo que qué?

–No quiero estar sola, Raif –respondió ella en un susurro.

Le conmovió la vulnerabilidad que notó en ella y se sorprendió cuando Shanal le apretó las manos con fuerza.

–Tienes una bolsa con tus cosas, ¿no? Raif, por favor… Ya sé que es mucho pedir, pero necesito estar con alguien en quien confío.

¿Shanal confiaba en él? Le habría gustado poder decir lo mismo de ella; pero, desgraciadamente, no se fiaba de Shanal. Había tenido tiempo para pensar durante el trayecto. Shanal no había querido escucharle cuando fue a advertirle de que no se casara con Burton, y jamás había tenido en cuenta sus sentimientos. ¿Qué la había hecho cambiar?

Consideró la súplica de ella. No estaba preparado para quedarse con ella; sin embargo, ¿qué mal podía hacerle? Lo bueno que tenía el trabajo en los viñedos era que en invierno había poco que hacer, por lo que podía permitirse el lujo de tomarse una semana de vacaciones para ayudar a Shanal a recuperarse para poder volver enfrentarse al mundo. Además, el barco tenía tres dormitorios.

Notó que Mac les miraba de vez en cuando desde el interior. Debía estar cansado de esperar.

Raif tenía que tomar una decisión. Sabía qué decisión tomaría Ethan en su lugar, y qué esperaría que hiciera él.

–Está bien, me quedaré contigo –declaró Raif por fin.

 

 

Un gran alivio la sobrecogió.

–Gracias. Te debo…

Raif se apartó de ella y se puso en pie.

–No me debes nada.

El distanciamiento de Raif fue como una bofetada. Shanal se llevó la mano a la garganta mientras Raif se dirigía al interior de la barcaza. Qué desastre. ¿Se estaba arrepintiendo Raif de haberla ayudado? De ser así, no podía echárselo en cara. Una cosa era ayudarla a escapar de la catedral y otra muy distinta acompañarla en aquel viaje. Estaba exigiendo demasiado a una persona con la que nunca había tenido una relación profunda.

Consciente de gustarle, siempre había mantenido una cierta distancia con él, intencionadamente, para no dar pie a falsas expectativas. Le había parecido que, a largo plazo, era lo mejor para él… y también para ella. Desde que Raif dejara atrás la adolescencia y se convirtiera en un hombre, algo en él la había hecho sentirse incómoda: demasiado consciente de sí misma y de la reacción de su cuerpo ante la presencia de Raif.

Y ahora iban a pasar unos días juntos y a solas en aquella embarcación. Lo que le hizo preguntarse si pedirle que se quedara no había sido un error.

Aunque Mac y Raif estaban en el interior, pudo oír la grave voz de Raif hablando con su amigo. Al cabo de un momento, los dos hombres se abrazaron y Mac desembarcó.

Raif se puso al timón y puso en marcha el motor. Mac agitó la mano como despedida desde el muelle.

Cuando el barco comenzó a desplazarse por las turbias aguas del río, Shanal comenzó a relajarse. Entonces, se puso en pie y fue adentro.

–Me siento culpable por haberte hecho interrumpir tu vida –dijo ella mirando a Raif a los ojos.

Raif encogió sus anchos hombros.

–No te preocupes. Le diré a mi familia que voy a estar unos días fuera, nada más. No tenía nada importante que hacer en estos momentos.

Shanal se dio cuenta, por la forma como le había hablado Raif, que solo la consideraba la causa de una leve irritación.

–Supongo que te habrás preguntado por qué me he negado a casarme.

Raif volvió a encoger los hombros.

–Eso no es asunto mío.

Shanal buscó las palabras para empezar a contarle. A explicarle la repentina sensación de ahogo y el miedo que se habían apoderado de ella de pie ante el altar mientras escuchaba al sacerdote.

Como esposa de Burton, habría seguido inmersa en sus proyectos de investigación y habría logrado el puesto que llevaba años queriendo ocupar. Durante las negociaciones del acuerdo prenupcial, un documento en virtud del cual se la hacía directora del departamento de investigación de la empresa y se la hacía receptora de una importante cantidad de dinero al celebrarse la boda, solo había tenido una idea en la cabeza: seguridad. No felicidad ni amor, solo la seguridad y la tranquilidad que le había procurado saber que, por fin, iba a poder cuidar de sus padres.

En aquellos momentos le había parecido un trato ventajoso: seguridad económica para sus padres y seguridad en el trabajo para ella a cambio de casarse con un hombre guapo y rico al que, simplemente, no amaba. Pero había pensado que el amor, quizá, vendría después, con el tiempo.

Burton le había dejado muy claro desde el primer momento que le gustaba. Habían salido juntos alguna vez que otra; aunque no en serio, había creído ella. Pero Burton la había sorprendido proponiéndole matrimonio. Ella, que no le amaba, le había dado largas, temiendo que si le rechazaba de plano sus posibilidades de ascender en Burton International se verían frustradas. Entonces, un día su madre habló con ella y le explicó la terrible situación en la que su padre se encontraba.

Shanal había estado al corriente de la denuncia a su padre por negligencia médica cinco años atrás, lo que le había costado mucho dinero. Su padre, un hombre orgulloso, sobre todo en lo referente a su reputación como médico, había ocultado los primeros síntomas de una enfermedad de la motoneurona y, debido a ello, uno de sus pacientes había fallecido. Tras el trágico incidente, su padre se había visto obligado a dejar su consulta de enfermedades cardiovasculares. Nadie quería un cirujano con una musculatura que se debilitaba progresivamente y dado a sufrir inesperados tics nerviosos. Y, por supuesto, nadie iba a acudir a la consulta de un médico cuyo orgullo había costado la vida de una persona.

El seguro de su padre había cubierto parte de la sanción económica que le habían impuesto. Pero, consumido por un profundo sentimiento de culpa y con dinero atado en inversiones a largo plazo, su padre había pedido un préstamo con el fin de pagar por entero la indemnización a la familia del difunto. Había avalado el préstamo con su casa, aunque seguro de que podría devolver el préstamo con el dinero de sus inversiones, pero fue entonces cuando descubrió el estado de estas.

Un amigo suyo del colegio tenía una empresa financiera. Un amigo que, desgraciadamente, era un estafador. Sus padres habían perdido hasta el último dólar que habían invertido y ella había tenido que dejar el piso en el que vivía para irse a vivir con sus padres y ayudarles económicamente.

Aunque cobraba un buen salario y tenía algunos ahorros, era consciente de que no bastaba para que los tres subsistieran. Durante un tiempo habían podido ir pagando la deuda del préstamo y vivir; sin embargo, los gastos habían aumentado más allá de sus posibilidades, sobre todo con el avance de la enfermedad de su padre y el incremento de los cuidados que requería.

En un momento de debilidad, le había confesado a Burton sus preocupaciones. Burton, inmediatamente, había vuelto a proponerle matrimonio y se había ofrecido a ayudarla a solucionar la situación. Para empezar, iba a pagar la hipoteca de sus padres; después, al celebrarse la boda, iba a donarles una considerable cantidad de dinero que solucionaría todos sus problemas económicos. Y ella se había creído capaz de asumir las consecuencias.

La realidad, sin embargo, había resultado ser una desagradable sorpresa. Después de acceder a ser la esposa de él, Burton había asumido muchas más responsabilidades que pagar la hipoteca de sus padres. Y un sobrecogedor sentimiento de pérdida de autoestima se había apoderado de ella delante del altar.

Shanal cerró los ojos en un intento por olvidarse de ello.

Al abrirlos de nuevo, sorprendió a Raif mirándola fijamente con esa mirada azul penetrante. Le dio la sensación de que Raif podía leerle el pensamiento, aunque sin poder adivinar el tormento que sufría. Deseó verse libre de esa mirada y decidió hacer algo, cualquier cosa que la ayudara a escapar de los ojos de Raif.

–Voy a preparar un café, ¿te parece? –dijo Shanal con voz engañosamente alegre.

–Buena idea. Lo tomo solo.

Shanal fue a la zona de cocina y encontró con facilidad todo lo que necesitaba para hacer café.

–¿Hace mucho que conoces a Mac? –preguntó ella, decidida a llenar el silencio.

–Unos cinco años.

Shanal esperó a que Raif se explayara, pero en vano.

–¿Cómo os conocisteis? –continuó ella.

–Haciendo paracaidismo y barranquismo.

Shanal sabía que Raif era aficionado a los deportes de riesgo. Hubo una época en la que Raif parecía estar siempre en lo alto de una montaña, en un avión o recorriendo un río en canoa. Esas actividades parecían perfectas para él, un hombre dado a la actividad física, atrevido e impulsivo. Pero el interés de Raif por esos deportes se había disipado tras la muerte de su novia, Laurel, en un accidente de barranquismo.

–¿Conocía Mac a Laurel? –preguntó Shanal sin pensar.

–Laurel era su hija.

–Oh –las manos le temblaron al echar azúcar en su taza de café–. Lo siento.

–No te preocupes –respondió Raif–. Puedo hablar de ella.

Shanal le lanzó una rápida mirada y notó que las manos de Raif agarraban con fuerza el timón.

–Cuando se pierde a alguien, como la gente no sabe qué decir, no dice nada, ¿no te parece? Lo que es terrible.

Raif murmuró algo incomprensible y Shanal terminó de preparar el café, pensando que eso ocurría también con otro tipo de tragedias, como las enfermedades. Nadie quería enfrentar de cara los problemas, por lo que se evitaban en las conversaciones. Al menos, eso era lo que había ocurrido en el caso de su padre. La enfermedad le estaba destrozando el cuerpo, lo que le había hecho perder su independencia y capacidad para valerse por sí mismo. Sus amigos, sin saber qué hacer o cómo ayudar, se habían distanciado de él.

La situación se había agravado debido al orgullo de su padre y a que no soportaba la pérdida de sus habilidades. Se sentía perdido y se había encerrado en sí mismo, asqueado de tener que depender de otros.

Shanal decidió dejar de pensar en eso para evitar que el sentimiento de culpa se apoderara de ella. Había dejado a sus padres en la estacada.

Le pasó una taza de café a Raif y se sentó a su lado.

–¿Hasta dónde vamos a ir en el barco hoy?

–No muy lejos –respondió Raif antes de beber un sorbo de café–. El sol se va a poner dentro de un par de horas. Cuando veamos un sitio que nos guste, anclaremos el barco y pasaremos ahí la noche. Mañana nos pondremos en marcha temprano.

–Me parece bien.

–¿Quieres llevar el timón un rato? –le preguntó Raif.

–¿En serio? Nunca he llevado un timón.

–Alguna vez tiene que ser la primera –respondió él–. Además, solo vamos a siete kilómetros por hora. A esta velocidad no puedes causar ningún problema.

–¿Te refieres a aquella vez que me estrellé con uno de los tractores de los viñedos y acabé metiéndolo en un cobertizo?

Raif sonrió.

–En mi defensa, tengo que señalar que no sabía dónde estaban los frenos de ese cacharro.

–Está bien, lo reconozco. Y ahora, la lección del día.

Raif le explicó cómo funcionaban los controles que tenía delante y la dejó al timón. Una vez que se familiarizó con el manejo del barco, dirigir el timón le resultó sorprendentemente relajante.

Capítulo Tres

 

El sol estaba ya bajo en el horizonte y proyectaba reflejos dorados en las aguas del río cuando Raif le sugirió que se acercara a una diminuta playa. Después de llegar a la playa y de que Raif pusiera una plancha de madera a modo de puente entre el barco y la orilla, fue a tierra y ató la barcaza a unos árboles.

Ella apagó el motor, obedeciendo las órdenes de Raif, y salió a cubierta.

–Sé que es una tontería –dijo Shanal–, pero me siento como si fuéramos las dos únicas personas en este río.

–Sí, aquí se siente uno aislado.

–Gracias por traerme, necesitaba estar en un sitio así.

Raif inclinó la cabeza y entró en el interior de la barcaza. Ella le siguió después de unos minutos. Raif estaba delante del mostrador de la cocina abriendo una botella de vino.

–¿Te apetece una copa? –le preguntó él con un vaso vacío en la mano.

–Sí, gracias.

Raif llenó el vaso de vino blanco y se lo dio.

–¿Es vino de vuestros viñedos? –preguntó Shanal.

–Por supuesto. Mis uvas y la brillantez de Ethan.

Shanal sonrió.

–Hacéis muy buena pareja.

–Igual que nuestros padres.

–¿Tu padre aún trabaja en los viñedos?

Raif bebió un sorbo de vino y emitió un sonido de aprobación.

–Sí, aunque cada vez menos. Mi madre y él tienen pensado ir a Alsacia y a Burdeos el año que viene. Se han pasado la vida en los viñedos, les sentará bien hacer un viaje. Francia les va a encantar.

Shanal bebió un sorbo de vino, saboreándolo.

–Este vino es del viñedo al lado de tu casa, ¿verdad? El que, en parte, sobrevivió al incendio.

La familia Masters había sufrido un gran golpe cuando un incendio destruyó la residencia de la familia, Masters Rise, y casi todos sus viñedos, treinta años atrás. Con el tiempo y mucho trabajo la familia se había sobrepuesto a la tragedia y los lazos de unión entre sus miembros habían resultado inquebrantables. Ahora se encontraban completamente restablecidos y con un negocio de gran éxito, pero las ruinas de la vieja casa se elevaban como un puesto de observación en la propiedad de la familia, solemne testigo de que las cosas pueden desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

–Sí, lo es –confirmó Raif.

–Ethan me ha dicho que te interesan los viñedos de cultivo biológico.

Raif sonrió.

–Es difícil romper con las viejas prácticas, pero creo que, en este caso, vale la pena. Siempre he querido conseguir unos viñedos productivos y, al mismo tiempo, respetuosos con la naturaleza.

–Pues si este vino es un ejemplo de ello, creo que vas por el buen camino.

Raif alzó la copa como reconocimiento del halago.

–¿Te apetece salir fuera? Ponte mi chaqueta si quieres, hace algo de fresco.

Shanal se puso la chaqueta, salió a cubierta y se sentó en uno de los sillones de mimbre que había allí. El sol lanzó los últimos destellos dorados antes de desaparecer y dar paso a una oscuridad que incrementó la sensación de aislamiento. A pesar de los extraños ruidos de la noche, no sintió miedo, debido a la presencia de Raif. Se sentía a salvo con él.

Shanal suspiró y bebió en un agradable silencio compartido. Al cabo de un rato, se sintió obligada a dar explicaciones sobre lo que había hecho.

–Supongo que te debo una explicación –dijo Shanal volviendo el rostro hacia Raif, sentado a su lado con los ojos perdidos en la oscuridad.

–No.

Raif no necesitaba saber qué era lo que había hecho que Shanal recuperara la razón y se hubiera negado a casarse. Además, cuanto menos hablara del novio, mejor.

–Pero…

–Escucha –le interrumpió él–. Burton Rogers y yo fuimos al colegio juntos y puede que, en algún momento, llegáramos a ser incluso algo amigos, pero hace mucho que no lo somos. La verdad es que tengo más curiosidad por saber por qué accediste a casarte con él que el motivo por el que le has dejado plantado delante del altar. En cualquier caso, no me debes ninguna explicación.

Shanal se incorporó ligeramente en el asiento.

–Burton no te gusta nada, ¿verdad?

–Ni me gusta como persona ni me fío de él.

–Eso era lo que querías decirme el día que fuiste a verme después de que anunciara mi compromiso, ¿verdad?

Raif vació su copa.

–¿Te apetece otra? –preguntó poniéndose en pie.

–No, gracias. Creo que la copa que me he tomado se me ha subido ya a la cabeza. Como no he comido nada…

–Ahora mismo caliento la cena. Mac nos ha dejado un guiso de pollo en el frigorífico. Pero a partir de mañana tendremos que hacernos la comida.

Raif fue al interior de la barcaza antes de que Shanal se diera cuenta de que había esquivado la pregunta. No obstante, no había contado con la obstinación de ella.

–¿Qué era lo que no te dejé decirme en aquel momento, Raif? ¿Por qué desprecias a Burton?

–Eso ya no tiene importancia.

–Me gustaría saberlo.

Raif puso el guiso en el microondas antes de volverse a ella.

–Burton mató a Laurel –declaró simplemente.

***

 

 

–¡Raif, eso no es verdad! Sabes perfectamente que le declararon libre de toda responsabilidad respecto al accidente –respondió Shanal alzando la voz y con expresión de incredulidad.

–Suponía que dirías eso, por eso no quería decírtelo, ni entonces ni ahora.

Raif se apartó de ella, agarró los cubiertos y los manteles individuales y los colocó en la mesa.

–¿Sigues con frío? –preguntó él al tiempo que le daba al interruptor del calentador de gas.

–Estoy bien. ¿Qué has querido decir con eso de que imaginabas que yo iba a decir eso?

Shanal había recuperado el color de las mejillas.

–Eras la prometida de Burton y, evidentemente, te ibas a poner de su lado. Además, tú y yo nos hemos pasado la vida discutiendo, ¿no? Normal que no creyeras lo que digo.

Raif, delante de ella, se cruzó de brazos. Poco a poco, la vio perder el aire desafiante del que acababa de hacer gala. Parecía haber encogido.

–Siento que pienses así –dijo Shanal con voz suave y alzando los ojos para clavarlos en él–. Sin embargo, y a pesar de nuestras diferencias de opinión, eres la única persona que me ha acudido hoy en mi ayuda.

¿Cómo iba a decirle que no lo había hecho tanto por ella como por retar a Burton? ¿No había jurado, tras la muerte de Laurel, que iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos para evitar que Burton volviera a hacer daño a otra mujer, sobre todo a una a la que él…?

Sin declarar abiertamente que creía que Burton era un asesino, había hecho lo posible por convencer a Shanal de que no se casara con él. Pero ella no le había prestado ninguna atención.

–Raif…

–Estabas disgustada y quería alejarte de allí. Yo estaba a mano y podía ayudarte, ¿qué otra cosa podía haber hecho? No iba a dejarte sola y permitir que todo el mundo se burlara de ti.

–No, supongo que eso ocurrirá cuando vuelva.

–No tiene por qué. Podrías hacer unas declaraciones en público y luego pedir que respeten tu intimidad –Raif lanzó una amarga carcajada–. O también podrías no volver.

Shanal sacudió la cabeza.

–No es tan sencillo.

–Si quisieras, podría serlo.

Shanal desvió la mirada, pero no antes de que él advirtiera un profundo dolor en sus ojos. Había algo que no sabía…

–En cualquier caso, no tengo prisa por volver –añadió Raif–. ¿Y tú?

Shanal se estremeció visiblemente.

–Tampoco.

–En ese caso, no nos busquemos problemas.

El microondas sonó. Raif sacó la cazuela y la llevó a la mesa.

–Vamos, siéntate a cenar.

Al levantar la tapadera de la cazuela salió un exquisito aroma a pollo con albaricoques. Raif sirvió una generosa ración en un plato y se lo pasó a Shanal.

–Sírvete tú misma la ensalada –dijo antes de servirse.

Cenaron en silencio. Shanal comió más de lo que él había imaginado que comería. En mitad de la cena, volvió a llenar las copas de vino.

–¿Decidido a que ahogue mis penas en alcohol? –le preguntó Shanal con una sonrisa.

–¿Estás triste? –preguntó él.

Shanal le sostuvo la mirada, alzando la barbilla a modo de desafío.

–Triste exactamente, no.

Shanal bajó los ojos y agarró su plato y sus cubiertos.

–Déjalo, yo me encargaré de recoger –dijo Raif.

–No soy una figura de porcelana a punto de estallar en pedazos –protestó Shanal cuando él le quitó de las manos el plato y los cubiertos y los llevó al lavavajillas.

–Vamos, vete a la cama y descansa –dijo Raif con firmeza.

Shanal pareció dolida; luego, algo enfadada.

–Está bien. Me iré a la cama… ya que me lo has pedido con tanta delicadeza.

–He puesto la bolsa con la ropa en la habitación del fondo. Es la más grande.

–¿No vas tú también a necesitar ropa?

–Ya pararemos en algún lugar a comprar lo que vayamos necesitando. Pero, para esta noche, no necesito nada.

Raif siempre dormía desnudo, hiciera el tiempo que hiciese.

–En ese caso, buenas noches, Raif.

Shanal se dio la vuelta, pero él la detuvo agarrándole una mano. La sintió temblar y, en silencio, se maldijo a sí mismo por ser tan bruto.

–Perdona, creo que he sido algo brusco.

–No, no lo has sido –protestó Shanal.

–Sí, lo he sido y te pido disculpas. No debería haber pagado contigo mi frustración. Has tenido un día horrible y no es contigo con quien estoy enfadado.

Raif se quedó perplejo cuando Shanal, de repente, se puso de puntillas y depositó un suave beso en sus labios.

–Gracias –susurró ella.

Shanal se soltó la mano y se marchó a su habitación. Raif se quedó inmóvil hasta que Shanal cerró la puerta. Había pasado la mitad de su vida esperando ese beso. Y ahora acababa de probar, en la vida real, algo con lo que solo había soñado.

 

 

Con el fin de distraerse, Raif limpió la cocina y luego se sirvió otra copa de vino. Quizá el alcohol frenara la tendencia a imaginar a Shanal durmiendo con su ropa al fondo del pasillo.

Pero no funcionó y salió a cubierta a tomar el fresco. Su mirada se perdió en el río bajo un cielo en el que las nubes ocultaban la luna y las estrellas. ¿No se habría equivocado al aceptar acompañar a Shanal en ese viaje?

Aunque durante los últimos años no había pensado en ella y había tenido otras relaciones e incluso había amado a una mujer hasta el punto de considerar proponerle el matrimonio, algo le había hecho contenerse. Hasta el punto de que Laurel, cansada de su reluctancia a comprometerse con ella, había buscado consuelo en los brazos de Burton Rogers. Y, al final, había acabado muerta.

Por accidente o no solo un hombre lo sabía con certeza; quizá dos, ya que en ese viaje había habido un guía. Lo único que él sabía con seguridad era que tres personas se habían hallado en la cima de unas cataratas aquel fatídico día y solo dos habían sobrevivido. Durante el descenso por el precipicio, la cuerda de Laurel había fallado, Laurel había caído y se había ahogado.

Según las declaraciones de Burton, él había dispuesto las cuerdas, pero Laurel había cambiado algo en la suya, culpándola así del accidente. Declaración a la que se había suscrito el juez de instrucción. Sin embargo, una vez sobrepuesto al dolor de la pérdida de su novia, él había dedicado un tiempo a investigar el incidente y había llegado a la conclusión de que quedaban aspectos por esclarecer.

Lo que le llevó a Shanal de nuevo, otra mujer a la que había que proteger de Burton. La ayudaría y la protegería mientras ella se lo permitiera, como había querido hacer con Laurel en aquel viaje.

 

 

Raif se despertó sobresaltado y cubierto en sudor. Había soñado con el accidente, con Laurel. Respiró hondo en un intento por recuperarse de la horrible pesadilla.

–¡No!

Tardó unos segundos en darse cuenta de que había oído el grito de una mujer en la realidad, no en sueños.

Se levantó de la cama y se puso los vaqueros. Después, salió de la habitación y se dirigió a la de Shanal. Al abrir la puerta, vio a Shanal, agitada y gimiendo en la cama con las sábanas enredadas alrededor del cuerpo.

–Shanal, despierta. Vamos, es solo una pesadilla, despierta.

A la luz de la luna que se filtraba por la ventana, la vio abrir los ojos. Shanal, con lágrimas y expresión de sorpresa, se lo quedó mirando.

–Vamos, tranquila, no pasa nada –le aseguró él.

–Esta vez no podía escapar –dijo ella con voz temblorosa–. Él no me dejaba.

Raif tiró de las sábanas enredadas en el cuerpo de Shanal.

–Vamos, tranquila. Deja que te coloque la ropa de la cama.

Shanal se sentó y se pasó una mano por el cabello.

–Ha sido una pesadilla horrible. Tan real…

–Sí, los sueños a veces lo parecen –comentó Raif al tiempo que se sentaba en la cama, al lado de ella–. ¿Quieres contarme lo que has soñado?

–No, prefiero no hacerlo–. Gracias por despertarme.

–De nada. Y ahora, vuelve a dormir.

Raif ya estaba en la puerta cuando la voz de Shanal le hizo detenerse.

–Raif…

–¿Sí?

–Ya sé que te puede parecer raro, pero… –Shanal se interrumpió–. ¿Podrías pasar la noche aquí conmigo? No quiero estar sola.

¿Pasar la noche ahí? ¿Se había vuelto loca?

–Sí, claro.

Raif esperó a que ella se acomodara debajo de las sábanas y él se tumbó encima, al lado de ella.

–Gracias. Ya sé que es una tontería, pero es como si temiera que Burton fuera a aparecer por la puerta en cualquier momento.

–Eso no va a ocurrir. No sabe dónde estamos.

–Menos mal –respondió Shanal, acariciándole el hombro con el aliento–. ¿No quieres meterte en la cama?

No, de ninguna manera, pensó Raif. ¿Acaso esa mujer no sabía lo atractiva que estaba con el cabello revuelto y cubierta solo con una camiseta, su camiseta, por debajo de la cual se insinuaban unos pechos llenos y los pezones?

–No te preocupes, estoy bien. Buenas noches.

Raif cerró los ojos. Iba a ser una larga noche.

Capítulo Cuatro

 

Shanal se sentía muy bien cuando despertó, a salvo y satisfecha. Afuera llovía. Un par de fuertes brazos salpicados de vello oscuro la rodeaban cuando se dio cuenta de que estaba pegada al pecho de Raif.

Un calor sensual le recorrió el cuerpo. A pesar de la ropa de la cama, sintió la erección de Raif. Instintivamente, se apretó contra él… antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo.

Shanal se apartó de Raif ligeramente y alzó la cabeza para mirarle. Los ojos azules de Raif le devolvieron la mirada.

–Buenos días –dijo ella con timidez.

Al momento, se arrepintió de haberle despertado, ya que él la soltó, se sentó en la cama y se frotó el rostro.

–Buenos días. ¿Has dormido bien?

–Como un tronco. Gracias.

–Me alegro.

Raif se levantó y salió de la habitación antes de que ella pudiera decir nada más. Pero… ¿qué iba a decirle? ¿Que se quedara en la cama y volviera a abrazarla? El día anterior había estado a punto de casarse con Burton y ahora quería a Raif en la cama con ella.

Shanal se levantó de la cama y la hizo rápidamente antes de ir al cuarto de baño. Se dio una ducha, se volvió a poner los vaqueros y la camiseta de Cathleen y encima un jersey grueso de Raif que encontró en la bolsa que él había dejado en su habitación. El jersey le quedaba muy grande, por lo que se subió las mangas y se miró en el espejo del cuarto de baño. Bien, no estaba demasiado ridícula. Además, no había ido allí a modelar, sino a aclararse las ideas, a pensar en qué hacer para ayudar a su familia a solucionar los problemas económicos que tenía y a dilucidar qué iba a hacer si al regresar se encontraba con que ya no tenía trabajo.

No creía que Burton le permitiría conservar el puesto de directora del departamento de investigación vitícola de la empresa. Un hombre como él no iba a aceptar de buen grado la humillación pública que ella le había causado.

A Shanal le entusiasmaba su trabajo, lo era todo para ella. Aunque había albergado la esperanza de encontrar el amor, la clase de amor que unía a sus padres o a Ethan y a Isobel, al no encontrarlo se había volcado en su trabajo.

Pero ahora, si había perdido el trabajo, tendría que buscarse otro, lo que implicaría marcharse de Adelaida y dejar a sus padres.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar en el avance de la enfermedad de su padre. Su familia se limitaba a ellos tres, sus padres y ella. No le quedaba más remedio que esperar que Burton fuera lo suficientemente generoso como para no utilizar su influencia e impedir que le dieran trabajo en otra empresa de la zona.

Unos golpes en la puerta la sacaron de su ensimismamiento.

–¿Estás bien?

Shanal abrió la puerta.

–Estoy bien, no te preocupes. Aunque tengo hambre. ¿Te parece que prepare el desayuno?

–Si quieres… Mientras haces el desayuno yo puedo encargarme de encender el motor y poner en marcha la barca.

–Buena idea –respondió Shanal, contenta de tener algo que hacer.

En la cocina, Shanal examinó el interior del frigorífico y la alacena.

–¿Te apetecen unas tostadas francesas y beicon? –le preguntó a Raif, que estaba al timón.

–Mucho mejor que unos cereales –respondió él con una sonrisa que la dejó sin respiración.