¿Por amor o por venganza? - Yvonne Lindsay - E-Book
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¿Por amor o por venganza? E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

¿Quién impediría una boda en una catedral repleta de invitados? Shanal se vio incapaz de cumplir con su parte del trato el día de su boda, así que tendría que sacar a sus padres de la terrible situación en la que se encontraban por otros medios. El millonario australiano Raif Masters estaba encantado de ayudar a la novia de su eterno enemigo a escapar. Pero cuando se entregaron a la pasión y esa pasión derivó en un embarazo, Raif tuvo que demostrarle a Shanal que estaba con ella por amor, no por venganza.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Dolce Vita Trust

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

¿Por amor o por venganza?, n.º 2050 - julio 2015

Título original: The Wedding Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6803-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–Nos hemos reunido aquí hoy para unir en matrimonio a Burton y Shanal…

La modulada voz del sacerdote resonó en la catedral, bañada por la luz del sol que se filtraba a través de las vidrieras.

Shanal, con el ramo de gardenias en la mano, se sintió ligeramente mareada. ¿Era eso lo que realmente quería? Volvió el rostro para mirar al novio. Burton Rogers, tan guapo, tan inteligente y de tanto éxito. Y tan rico. Era un buen tipo. No, era un hombre extraordinario. Le gustaba, le gustaba mucho.

Recordó lo que un año atrás le dijo a su mejor amigo, Ethan Masters: «Tienes la suerte de disfrutar de la clase de amor con la que sueña la mayoría de la gente. Me das envidia. Esa es la clase de amor que yo quiero cuando me case, si es que me caso. Porque te aseguro que no me conformaré con menos».

Unas palabras valientes pronunciadas antes de que su mundo se derrumbase, antes de decidir sacrificar la búsqueda del verdadero amor, antes de agarrarse a la oportunidad que se le presentaba de procurar seguridad económica para sus padres después de que sus vidas hubieran sido destruidas.

¿Era Burton el amor de su vida? No. ¿Había renunciado a su sueño? Sí.

Sus compañeros de trabajo en el laboratorio del Centro de Investigaciones Vitícolas la consideraron una mujer afortunada desde el día en que Burton, su jefe, se fijó en ella. Burton tenía fama de exigir excelencia en todo, y ella había encajado en esa categoría. Ella misma se había considerado afortunada cuando Burton le pidió la mano, lo que suponía una solución a todos sus problemas.

Todos los presentes en la ceremonia creían que aquel era el día más feliz de su vida. Todos menos la persona que había tratado de convencerla de que no se casara. Desvió la mirada, pero no logró divisar a Raif Masters, el primo de Ethan, entre los doscientos invitados, aunque sabía que estaba allí. Había sentido su presencia desde el momento en que comenzó a recorrer la nave de la iglesia acompañada de sus padres, su padre en silla de ruedas.

–Estas dos personas van a unir sus vidas…

Le zumbaron los oídos y se le encogió el pecho. El ramo de flores le tembló en las manos.

–Si alguien tiene alguna objeción a que Burton y Shanal se unan…

Shanal pensó en el amor que sus padres se habían profesado siempre. ¿Podría ser así entre Burton y ella?

–Sí –dijo Shanal con voz quebrada.

Burton se inclinó sonriente hacia ella.

–Cariño, no te toca hablar todavía.

Shanal dejó caer el ramo de flores al pie del altar y se sacó del dedo el anillo de compromiso, un solitario con un brillante de tres quilates. «Digno de una princesa», le había dicho Burton al deslizarlo en su dedo.

Shanal le ofreció el anillo.

–No puedo casarme contigo, Burton. Lo siento –dijo ella con voz ahogada.

Fue la primera vez que vio a su perfecto novio quedarse sin habla. Con perfectos modales, como siempre, aceptó el anillo automáticamente.

Shanal se dio media vuelta y se recogió la falda del vestido.

–Lo siento –dijo mirando a sus padres, que sentados en el banco en frente del altar la observaban estupefactos y preocupados.

Entonces, Shanal salió de la iglesia corriendo.

 

 

Raif Masters había asistido a la ceremonia como favor a Ethan, que estaba de luna de miel. Shanal Peat y Ethan eran amigos de toda la vida, por lo que a Shanal se la consideraba casi como parte de la familia Masters. Por lo tanto, era obligación que un miembro de la familia estuviera en al boda. Pero habría deseado que no le hubiera tocado a él.

Había estado a punto de levantarse al oír al sacerdote preguntar si alguien tenía objeciones respecto a ese matrimonio. Sí, él tenía objeciones. Pero Shanal le había dejado muy claro dos meses atrás que quería que se callara. No había querido escucharle al advertirle que Burton Rogers no era un hombre con el que debiera casarse. Pero, en lo que a Rogers se refería, Shanal había estado ciega, cosa que a Rogers le había venido muy bien.

Incluso antes de los peores momentos entre Burton y él, se había visto en situaciones en las que le habría gustado dar un puñetazo a ese arrogante rostro.

Pero Ethan había insistido en que fuera a la boda, recordándole que con todo lo que estaba pasando con los viñedos y el complejo turístico de la familia, era el único que estaba libre para asistir a la ceremonia. Y aunque había cedido, le había hecho sentirse físicamente mal presenciar que Shanal uniera su vida a un hombre que solo vivía para una cosa: conseguir que su vida fuera perfecta a costa de todo y de todos.

Raif consideraba a Burton responsable de la muerte de su antigua novia, Laurel Hollis, a pesar de lo que el médico forense hubiera dicho. Rogers había logrado que nadie le culpara de nada en el accidente de barranquismo en el que Laurel había muerto. Y aunque él no había presenciado el accidente, estaba convencido de que había algo más de lo que se había dado por hecho… y tampoco había dejado de investigar el suceso.

Sin embargo, de momento, tenía que permanecer ahí sentado viendo a la mujer a la que había deseado desde la infancia casarse con un hombre que ni le gustaba ni en quien confiaba.

Tres años menor que ella y desde que se conocieron quince años atrás, su relación con Shanal siempre había sido complicada. Y aunque nunca habían intimado, sentía afecto por Shandal y quería que fuera feliz.

Con eso en mente, Raif había ido a verla al poco de que se anunciara su compromiso con Burton Rogers. No creía que Burton fuera capaz de hacer feliz a ninguna mujer, y había ido a decírselo. Pero no había servido de nada. Una vez que Shandal se hubo sobrepuesto de la sorpresa de su inesperada visita, le había dicho que estaba perdiendo el tiempo si pensaba que iba a hacerla cambiar de idea respecto a casarse con su jefe. En realidad, le había dicho que la dejara en paz. Y eso era lo que él había hecho.

Ahora, en la catedral, la incredulidad paralizaba a todos los presentes, incluido él.

Se puso en movimiento al verla salir por las puertas de la catedral. Raif salió en pos de ella y la dio alcance en los jardines al otro lado de la calle, enfrente de la catedral. Shanal había dejado de correr, respiraba con dificultad y su cutis moreno se veía pálido y cetrino. La condujo rápidamente a un banco y la hizo bajar la cabeza para evitar que se desmayara.

–Respira hondo y despacio. Vamos, tranquila, respira –le dijo a Shanal al tiempo que le cubría los desnudos hombros con su chaqueta. En julio en Adelaide no hacía calor, y vestida así Shanal se iba a congelar.

–Yo… tenía que salir de ahí –dijo ella jadeando.

Le sorprendió lo angustiada que Shanal parecía. Ella, que era la calma en persona. Nada la hacía perder la compostura, excepto aquella vez que él le metió una serpiente pitón en el bolso cuando tenía quince años.

–No hables, respira. Vamos, tranquila, no pasa nada.

–Sí que pasa –dijo ella casi con pánico.

–Ya verás como todo se arregla –insistió Raif.

Pero al momento le vino a la mente el semblante de Burton cuando ella le dejó plantado delante del altar. Shanal no le había visto el rostro, menos mal.

Hacía mucho que Raif se había dado cuenta de la avaricia desmedida de Burton, siempre el mejor y lo mejor para él al precio que fuera. Y aunque hacía tres años que no tenía nada que ver con él, sabía que Burton Rogers no soportaba que le dejaran en ridículo.

Shanal se incorporó en el banco y tiró el velo de novia y el ramo de flores al suelo. Después, se volvió hacia él y le agarró ambas manos con las suyas, que estaban heladas.

–Llévame lejos de aquí –le imploró Shanal–. Llévame lejos de aquí ahora mismo.

–¿Estás segura de que eso es lo que quieres? –preguntó Raif sorprendido.

–Sí, por favor, por favor –continuó suplicando ella. Y unas lágrimas asomaron a sus ojos verdes.

Esas lágrimas pudieron con él. Pero tenía el Maserati a unas cuantas manzanas de distancia y ya había gente que había salido de la catedral. Shanal y él nunca llegarían hasta el coche sin que alguien les diera alcance y, cuando eso ocurriera, Shanal se vería obligada a dar todo tipo de explicaciones.

En ese momento, un taxi dio la vuelta a la esquina. Al verlo, Raif agarró la pequeña mano de Shanal y la hizo ponerse en pie.

–Vamos –dijo Raif tirando de ella al tiempo que alzaba la mano para llamar al taxi.

El taxi se detuvo y Raif, después de abrir la portezuela, hizo entrar a Shanal. Después de acomodarse en el asiento, le dio al taxista la dirección de su casa.

Shanal, sentada a su lado, seguía pálida pero tenía mejor color cuando el taxi se puso en marcha. Él lanzó una mirada por la ventanilla y vio ya más gente a la entrada de la catedral. En medio de todos estaba Burton, con los ojos fijos en el taxi. No parecía muy contento.

Raif volvió la cabeza. Shanal y él guardaron silencio durante los cuarenta y cinco minutos de trayecto hasta su casa. En todo ese tiempo, el móvil que llevaba en el bolsillo no dejó de vibrar. Sabía quién era la persona que le estaba llamando, pero no tenía intención de contestar.

–¿Por qué hemos venido aquí? –preguntó Shanal en el momento en que el taxi les dejó delante de la casa de Raif, al borde de los viñedos de la familia–. Este va a ser el primer sitio al que acudirá, ¿no crees? Ha debido vernos juntos en el taxi.

Raif arqueó las cejas.

–No se me ha ocurrido pensar que nos estuviéramos escondiendo de él. ¿Por qué no quieres que sepas dónde estás? ¿No te parece que deberías hablar con él?

Shanal se estremeció.

–No, no puedo. Yo… no puedo.

Raif abrió la puerta de su casa e indicó a Shanal que pasara. Si Shanal necesitaba estar lejos de Burton, lo menos que él podía hacer era ofrecerle su casa para que descansara antes de que se marchara a… adonde fuera que iba a ir.

–¿Te apetece beber algo?

–Un poco de agua. Gracias.

Shanal le siguió hasta la cocina americana. Allí, él sacó una botella de agua del refrigerador, le sirvió un vaso y se lo dio.

–Gracias –dijo Shanal después de beber, y dejó el vaso en la encimera de granito–. Y ahora dime, ¿adónde me vas a llevar? No podemos quedarnos aquí.

¿Llevarla? ¿Por qué pensaba que él la iba a llevar a algún sitio? Shanal le había pedido que la sacara de donde estaba y eso era lo que él había hecho. Punto. No era que no quisiera ayudarla, pero Shanal siempre se había mostrado distante con él.

Al parecer, Shanal se dio cuenta de lo que él estaba pensando.

–Perdona, lo que he querido decir es si… si no podrías ayudarme un poco más. Me encuentro en un callejón sin salida.

Shanal tenía razón. Necesitaba otra ropa que no fuera ese vestido y ni siquiera tenía un bolso ni la cartera.

Raif se la quedó mirando. En el semblante de Shanal se notaba una fuerte tensión, y sus ojos parecían los de un animal acorralado. Y aunque no era su problema, pensó en qué podría hacer para ayudarla.

Maldito Ethan, había elegido el peor momento para casarse con Isobel e irse de viaje de novios.

De repente, una sonrisa asomó a sus labios. Se le había ocurrido una brillante idea.

–¿Qué tal un crucero?

–¿Un crucero? –repitió Shanal sin ocultar su sorpresa.

–Sí, en una embarcación fluvial. Un amigo mío acaba de cambiar los motores y arreglar sus barcazas. Hace poco se estaba quejando de no tener tiempo para poner a punto los motores antes de llevarlos corriente arriba del río Murria. En mi opinión, no te vendría mal un viaje lento y tranquilo por el río; y, además, le harías un favor a Mac con la puesta a punto del motor.

–¿Cuándo podríamos marcharnos?

–¿Lo dices en serio? ¿De verdad quieres hacer eso?

Shanal asintió.

–Déjame que haga una llamada.

Raif se marchó de la zona de estar y fue a su despacho, al otro lado del vestíbulo. Miró su móvil. Sí, tenía varios mensajes, todos ellos de la misma persona, Burton Rogers. Los borró sin oírlos. Frunció el ceño al ver el número del teléfono de los padres de Shanal. Tendría que llamarles para decirles que Shanal estaba bien, pero antes iba a hablar con su amigo.

Raif agarró la tarjeta que su amigo le había dado la última vez que se habían estado juntos y marcó el número de teléfono.

Unos minutos más tarde todo estaba arreglado.

Al volver a la zona de estar, encontró a Shanal de pie delante de las puertas de cristal con vistas a los viñedos. Se había quitado la chaqueta del traje de él y se había soltado el cabello, que le caía por la espalda como un ondulado río de seda negra. Deseó acariciárselo. «Estúpido», se dijo. Esa mujer no había dejado de atraerle desde la adolescencia, pero sabía que era mejor no hacer nada. La misma Shanal se lo había dejado claro doce años atrás.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó él.

Shanal suspiró y después sacudió la cabeza.

–No, no me encuentro nada bien. Creo que jamás volveré a estar bien.

–Ya verás como sí. He hablado con Mac y nos deja el barco. Podrás tomarte el tiempo que necesites para relajarte. Ya verás como te sienta bien el viaje. Dispondrás de tiempo para pensar y, a la vuelta, podrás enfocar los problemas con más objetividad.

Shanal esbozó una leve sonrisa.

–No creo que la objetividad me sirva para solucionar mis problemas. De todos modos, gracias por tu ayuda. Dime, ¿cuándo podemos irnos? Por mí, cuanto antes mejor.

Raif reflexionó unos segundos. Les llevaría una hora en coche hasta Mannum, donde Mac tenía la casa flotante esperándoles.

–Necesito cambiarme de ropa primero. ¿Quieres que mire a ver si Cathleen se ha dejado algo de ropa aquí? Luego, por el camino, podríamos parar para que puedas comprarte algo de ropa.

Su hermana menor se había quedado en su casa durante un viaje que él había hecho a Francia. A Cathleen le encantaba vivir con el resto de la familia en The Masters, pero él se había construido la casa en el límite del viñedo más antiguo de la familia en vez de tomar posesión de una de las habitaciones de la casa familiar.

–Sí, gracias –respondió Shanal tirándose de la falda del vestido de novia–. Quiero quitarme esto cuanto antes. Llama demasiado la atención, ¿no te parece?

A Raif le alegró que Shanal no hubiera perdido el sentido del humor.

–Sí, un poco –concedió él con una sonrisa–. Venga, vamos a ver si encontramos algo.

Recorrieron el pasillo en dirección a la zona destinada a los huéspedes y entraron en la habitación que Cathleen había ocupado. Al abrir el armario, se alegró por primera vez de que su hermana hubiera dejado parte de sus cosas allí: unos vaqueros y unas camisetas dobladas en una estantería del armario; una chaqueta colgando de una percha e incluso un par de zapatillas deportivas en una caja en el suelo del armario.

–Tenéis la misma talla, ¿verdad? –dijo él señalando las prendas del armario.

–Más o menos –Shanal asintió al tiempo que agarraba los vaqueros y una camiseta de manga larga y dejaba las prendas encima de la cama–. Pero aunque no sean mi talla exacta, lo prefiero a este vestido. ¿Podrías ayudarme a quitármelo? Los botones son tan pequeños que no puedo desabrocharlos sola.

Raif tragó saliva al sentir la boca seca repentinamente. ¿Ayudarla a desnudarse? ¡Pero si llevaba soñando con un momento así desde que tenía quince años! Cerró la puerta a sus libidinosos pensamientos. No era ni el momento ni el lugar. Lo que Shanal necesitaba era un amigo, nada más. Y, desde luego, no quería ninguna otra cosa de él.

Shanal se volvió de espaldas a Raif y se alzó la melena a un lado. La fragancia de Shanal le sobrecogió. Le hizo inhalar profundamente y tuvo que controlar el impulso de respirar por la boca. No, Shanal no era suya, se recordó a sí mismo.

Shanal acababa de dejar al hombre con el que iba a haberse casado, pero eso no le permitía aprovecharse de la situación. Por el motivo que fuera, Shanal había dejado plantado a su novio en el último momento y estaba nerviosa y disgustada. Lo que menos necesitaba en el mundo era que un tipo al que había rechazado una docena de veces se le insinuara.

Capítulo Dos

 

Shanal cerró la puerta del baño, se quitó el vestido de novia y lo dejó caer al suelo. Se estremeció. El frío le calaba hasta los huesos.

Con rapidez, se puso los vaqueros y metió tripa para subirse la cremallera. Cathleen era más delgada que ella. Inmediatamente se puso la camiseta, sin preocuparse de cómo le quedaba. Tenía cosas más importantes en que pensar.

Se sentía perdida. Le costaba creer lo que acababa de hacer: escapar de todo y de todos.

Burton debía estar furioso. Con razón. Burton y ella habían llegado a un acuerdo y sabía que Burton no soportaba que se desbarataran sus planes, mucho menos que le humillaran en una catedral delante de todos sus amigos y conocidos.

Por supuesto, no creía que Burton fuera a hacerle daño físicamente, eso no era propio de él. Pero ¿cómo iba a explicarle a un hombre, sobre todo un a hombre que, en apariencia, era el sueño de toda mujer, que ya no quería casarse con él? Lo único que sabía era que no podía hacerlo. Necesitaba tranquilidad y tiempo para pensar en cómo superar la situación que ella misma había creado.

Otro temblor le recorrió el cuerpo. Respirando con dificultad, cerró los ojos y trató de calmarse. Cuando se encontró mejor, intentó pensar con lógica, la misma lógica con la que había sopesado la proposición de matrimonio de Burton y que le había llevado a aceptarla a pesar de ser consciente de que no le amaba.