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Tenía una propuesta para recuperar a su hijo… y a su esposa olvidada. La boda de conveniencia entre Priya y el playboy Christian Mikkelsen derivó en un placer exquisito. Un accidente de avión al día siguiente dejó a Christian amnésico y sin saber que Priya se había quedado embarazada. Ocho años más tarde, sus caminos volvieron a cruzarse cuando Christian recuperó la memoria y descubrió que tenía un hijo y que Priya quería acabar con su matrimonio. Negándose a que su familia se le escapara entre los dedos, hizo una propuesta inesperada: que vivieran tres meses juntos, como marido y mujer.
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Seitenzahl: 196
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Tara Pammi
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Propuesta inesperada, n.º 2927 - mayo 2022
Título original: Returning for His Unknown Son
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-690-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
DEBERÍAMOS casarnos.
Priya Pillai alzó la vista de su escritorio y miró a Christian Mikkelsen, el genio tecnológico y famoso playboy que, apoyado en su escritorio, la observaba atentamente. El corazón de Priya se aceleró ante la absurda proposición que Christian acababa de hacerle en el mismo tono jovial con el que el día anterior le había pedido que lo acompañara a una conferencia en Suiza. Sus ojos azules, que normalmente brillaban pícaramente, se fijaban en ella con determinación.
Christian era, además de su jefe y director de Modi Mikkelsen Tech, el mejor amigo de su difunto prometido y el hombre que había sido su mayor apoyo en los últimos meses, a pesar de que nunca se había llevado especialmente bien antes de la muerte de Jai, un año atrás.
Con sus largas piernas estiradas y sus anchos hombros ocupando su campo de visión, le resultaba cada vez más difícil ignorar su físico y menos aún su encantadora y juguetona personalidad. Tal y como acostumbraba, llevaba en la mano un trozo de madera y un cincel. Alternando la mirada entre la madera y ella, fue tallando su rostro.
Inicialmente, a Priya le había resultado desconcertante que la observara tan atentamente. Jai le había explicado que Christian tenía ese hobby para mantenerse ocupado y canalizar su energía. Era un genio de los números y los códigos informáticos, capaz de descubrir pautas donde nadie más las veía. Pero cuando Priya vio la talla que Christian había hecho de Jai y hasta qué punto había capturado su personalidad, descubrió una profundidad en él que desconocía: era mucho más que un hombre guapo, encantador y brillante.
Priya sacudió la cabeza y volvió a concentrase en su trabajo. Estaba a punto de identificar la parte del algoritmo que llevaba días bloqueándola. Presionó la tecla Guardar y miró a Christian.
–Es demasiado pronto para bromear –dijo, intentando disimular la creciente fascinación que sentía por él.
Eso no impidió que se fijara en que llevaba la corbata que ella le había regalado las Navidades anteriores y que, a pesar de que llevaba un inmaculado traje gris, no se había afeitado. Un corto vello rubio cubría su barbilla y sus ojos azules estaban enmarcados por ojeras.
«¿Con quién has pasado la noche?», le habría gustado preguntar. «¿Con la supermodelo Stella o con la jugadora de fútbol, Ellen?».
Aunque intentara evitar pensar en ello, había llegado a la conclusión de que Christian no parecía tener un tipo femenino. O mejor, cualquier mujer que le interesara, era su tipo.
–¿Por qué me miras así? –preguntó él, pasándose la mano por el mentón y frunciendo el ceño de una manera que despertó en Priya el deseo instantáneo de suavizárselo con una caricia de sus dedos.
Contuvo un gemido y desvió la mirada. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Desde cuándo tenía pensamientos inapropiados relativos a Christian?
Creía estar superando el problema de tener una madre tan protectora que apenas le dejaba respirar. Su delicada salud y los problemas del corazón que de niña habían exigido numerosas visitas a Emergencias habían convertido a su madre en una carcelera. Y la depresión en la que se había sumido tras la muerte de Jai no había hecho sino empeorar las cosas. Desde entonces, la trataba como si fuera de cristal.
Solo Christian había entendido su duelo y le había dado tiempo para superarlo a su propio ritmo en lugar de intentar que lo ignorara. Y cuando llegó el momento apropiado, también fue él quién la sacó de su agujero y la obligó a retomar su vida
Entonces, se había incorporado a Modi & Mikkelsen Technologies como arquitecta de sistemas, un puesto al que había planeado incorporarse una vez se graduara, antes de que Jai falleciera. También se había mudado de casa de sus padres al apartamento de Christian, a lo que su madre no se había opuesto porque, como era de esperar, confiaba más en Christian que en su propia hija. Incluso había ido a un par de fiestas con amigos de Christian y había conseguido divertirse un poco.
Pero lo que estaba pasando…. Era una trampa en la que jamás había previsto que pudiera caer.
No se le había pasado por la cabeza que compartir casa con Christian fuera a dar lugar a una intimidad que por un lado ansiaba y que, por otro, la aterrorizaba. Y menos aun que fuera a convertirla en testigo privilegiada de su vida amorosa. Y no, no se sentía celosa.
Para estar celosa tendría que querer ser el centro de atención de Christian, y ese no era el caso. Menos aun, cuando ver cómo las mujeres entraban y salían de su vida, solo servía para recordarle lo que había perdido al fallecer Jai. Lo único que le pasaba era que se sentía sola, eso era todo.
«Eso demuestra que no estás muerta», le había dicho su prima cuando le había confesado su inexplicable fascinación por Christian. «Tienes veintidós años y sientes deseo. Christian es extremadamente sexy. Es lógico que reacciones así».
–Christian, vete –dijo, frotándose la cara–. Al contrario que tú, yo tengo un jefe que espera que haga mi trabajo.
–¿No te has enterado? Mi abuelo y la junta directiva pretenden despedirme.
–¡No digas tonterías! Jai y tú habéis sido un soplo de aire fresco para la compañía.
Christian se encogió de hombros.
–Según ellos, mis múltiples aventuras están dando mala publicidad a la empresa. En realidad, creo que se trata del viejo Chatsworth. Se está vengando porque dejé plantada a su hija.
Miró a Priya con expresión angelical y esta, a pesar de que permanecía en constante alerta para mantenerse firme, sonrió. Christian siempre le había hecho reír, por mucho que intentara mantenerlo a distancia o incluso conseguir que le cayera mal, tal y como había intentado los dos primeros años después de que Jai los presentara.
–Vamos, Pree; ¿acaso tengo la culpa de que pretendiera que le propusiera matrimonio al mes de salir con ella? Puede que Samantha sea guapa e inteligente, pero debería conocerme mejor. Además, fue ella quien me persiguió.
–Sí, claro –dijo Priya sarcástica.
Mientras que tras el accidente de Jai ella había pasado meses aislada, Christian se había sumergido en una frenética vida social, lo que en su caso, dado que ya tenía una sólida reputación de playboy, había dado lugar a varios escándalos. Era como si al perder la influencia estable y equilibrada de Jai, hubiera perdido el control. Y hasta cierto punto era comprensible que el señor Mikkelsen hubiera amenazado con echarlo de la compañía.
Porque si había algo a lo que Christian estaba apegado, era M.M.T., la compañía tecnológica que Jai y él habían creado en sus años universitarios y que se había convertido en la columna vertebral de Mikkelsen Technologies durante la última década.
–Aunque estoy de acuerdo en que Samantha podría encontrar a alguien mejor –dijo Priya sonriente–, puede que se haya enamorado verdaderamente de ti, Christian. Los milagros son posibles.
–Aprovechas que estoy deprimido para hundirme –dijo él en tono fingidamente dolido, mientras la cálida mirada de sus ojos azules hizo sentirse a Priya como si hubiera ganado un premio–. El caso es que tengo que vencer al abuelo en sus propios términos. Y solo tú puedes salvarme, Pree.
Priya lo miró con incredulidad.
–¿Salvarte? Soy demasiado realista como para creer que es posible.
–Entonces, ¿estás de acuerdo conmigo en que necesito ser salvado?
Hubo algo en cómo hizo la pregunta que desconcertó a Priya; una solemnidad, un anhelo, que no quiso analizar. Podía sentir su mirada escrutándola, como si esperara a ver si mordía el anzuelo.
Priya desvió la mirada hacia el escritorio y trató de llevar la conversación a un terreno neutro.
–Para serte sincera, es verdad que últimamente has estado un poco fuera de control. Entiendo que Ben intente que recuperes un mínimo… equilibrio –carraspeó. Y dado que llevaba tiempo pensando que debía decirlo, añadió–: No sé qué habría hecho sin tu apoyo este último año.
–Habrías sobrevivido.
–Tienes más fe en mí que yo misma –dijo Priya.
Tomó la mano de Christian impulsivamente. Sus dedos tenían una leve aspereza que se debía a su continuo trabajo con la madera. Una sensación de calor se asentó en el vientre de Priya, como la boca de una caverna que se abriera en un bostezo pidiendo ser ocupada. Le soltó la mano inmediatamente y añadió:
–Siento no haber sido mejor amiga para ti y no haberme dado cuenta antes de que tú también habías perdido a Jai.
Desviando la mirada, él se pasó los dedos por el cabello. Priya se preguntó si lo habría incomodado. Pero el dolor no era un tema que Christian acostumbrara a esquivar, así que su tensión debía de tener otro origen.
–Tienes mal aspecto, Christian. No me extraña que Ben esté preocupado por ti.
–No soy uno de sus preciados caballos a los que puede domar.
–¿Y si Jai estuviera aquí y te dijera que estás entrando en una espiral destructiva, Christian?
Él se presionó los ojos con la palma de la mano y suspiró.
–No quiero sentar la cabeza, Pree. Solo tengo veinticuatro años –clavó su penetrante mirada en ella–. Pero no bromeaba cuando he sugerido que nos casemos. Resolvería varios problemas.
Como si el universo se pusiera del lado de Christian, el teléfono de Priya sonó en aquel instante y en la pantalla apareció el rostro ansioso de su madre. Priya colocó el teléfono boca abajo y estuvo a punto de gritar mientras esperaba a que el tono de llamada se silenciara. Los dos miraron entonces al teléfono de la compañía que estaba sobre el escritorio y, como si lo hubieran invocado, sonó.
Priya se pasó las manos por el cabello, dejando escapar un gemido de frustración.
–No me digas que no te sientes levemente halagada al saber que eres la primera mujer a la que he pedido matrimonio –bromeó Christian, colocándose entre ella y el escritorio.
Llevándose una mano al corazón y batiendo las pestañas, Priya contestó:
–Dios mío, cómo no me había dado cuenta del honor que supone que el inconquistable Christian Mikkelsen me proponga matrimonio. Debería hacerme una camiseta que lo diga y ponérmela a diario.
–Sería más interesante que lo que llevas –dijo él, refiriéndose a su traje sastre beige.
Priya alzó la mirada y, recurriendo a un teatral susurro, musitó:
–Tu propuesta requiere un mayor esfuerzo. Sigue intentándolo y puede que alguna de las mujeres a las que se lo propongas, acepte.
Christian se dio impulso para separarse del escritorio y con la vibración que produjo, la fotografía de Jai que Priya tenía sobre la mesa, se cayó hacia adelante. Los dos alargaron la mano para levantarla y quedó acunada en sus palmas. Priya sintió un dolor al que ya se había acostumbrado; lo que la tomó por sorpresa fue la sacudida eléctrica que le produjeron los dedos de Christian al deslizarse por su muñeca.
Apartó la mano con el corazón acelerado. Christian se irguió, pero seguía cerca de ella, lo bastante como para que pudiera tocarlo. Podía percibir su aroma y el calor de su cuerpo. La piel le hormigueó con un anhelo que no pudo ignorar. Tragó saliva, preguntándose si había perdido la cabeza.
–Hablo en serio, Priya.
El tono resolutivo de Christian la alivió. Afortunadamente, no se había dado cuenta de la estúpida forma en la que había reaccionado. Durante años, solo había sido para él la tímida y obsesiva novia, más tarde prometida, de su mejor amigo. La atracción que ella sentía por él era inapropiada. Christian era el mejor amigo de su prometido, aunque este hubiera muerto hacía casi un año. Mientras Jai estaba vivo, siempre había tenido la sensación de que Christian la consideraba una especie de hermana o prima irritante a la que tenía que tolerar.
Pero Christian se había convertido en su… amigo.
La sorpresa la sacudió. Sin saber cómo, durante los mese anteriores, Christian se había convertido en una presencia cada vez más importante en su vida. La había obligado a volver al trabajo, había mentido a su madre cada vez que era necesario diciéndole que estaba demasiado ocupada para hablar con ella; le había dejado instalarse en su casa; la había retado profesionalmente presentándole un problema tras otro. La había guiado gradualmente desde su profunda depresión al mundo exterior.
Bajo la fachada de arrogancia e indiferencia que utilizaba tan hábilmente, Christian ocultaba un corazón de oro.
No era extraño que el dolor por la pérdida de Jai los hubiera unido, puesto que ambos lo adoraban. Pero la creciente atracción que sentía por Christian no estaba bien. Y si él se daba cuenta, no dejaría de bromear y torturarla. Solo pensarlo le ardían las mejillas.
–Vuelve, Estornino. Tu mente está vagando –dijo Christian en un tono inusualmente serio.
–No me llames eso –dijo ella automáticamente, tal y como Christian había pretendido.
Era una broma que arrastraba desde la primera vez que se habían visto. Christian usaba a veces el apodo del pájaro pequeño y frágil, consciente de que la irritaba y, con toda probabilidad, porque la describía bien.
–Vale, te llamaré Cuervo si lo prefieres –bromeó él.
Priya esbozó una sonrisa mientras Christian le dedicaba una, amplia y luminosa. Una corriente de emoción cargada de dolor y deseo tendió un puente entre ambos, y Priya desvió la mirada para que Christian no se diera cuenta de que era ella quien la proyectaba.
Había llegado el momento de adoptar una actitud seria.
–No quiero complicar las cosas, Christian.
–No van a complicarse –dijo él, dando un suspiro–. Estoy harto de que la junta directiva utilice cualquier subterfugio para controlarme. Sabes que ya era un problema incluso cuando Jai estaba aquí. Cada vez que queríamos explorar nuevas avenidas, buscaban cualquier excusa para boicotearnos. Y tú…
–¿Qué pasa conmigo? –preguntó Priya airada. Podía aguantar sus bromas y que le tomara el pelo, pero no que la compadeciera–. No tienes que pelear mis batallas, Christian. Ya no.
–¿Ni aunque te sirva de escudo para que te dejen de atosigar?
Priya se puso en pie de un salto.
–¿Mi madre ha venido a verte otra vez? –preguntó furiosa.
–Tus padres han venido a ver a Ben. Ella me ha asaltado cuando iba a mi despacho y me ha dicho que van a cancelar el viaje a India porque no quiere dejarte sola.
Priya golpeó el escritorio.
–Llevan una década planeando esta reunión familiar. Su hermana va a acudir desde Inglaterra y su tía desde Australia… ¿Cómo puedo hacerle entender que estoy bien y que no necesito una niñera?
–Casándote conmigo –dijo Christian, plantándose ante ella–. Mírame, Pree.
Al ver que no lo hacía, Christian la tomó por la barbilla y le obligó a girar el rostro. Priya no supo qué vio en sus ojos, pero hizo que retrocediera un paso y se frotara las sienes.
–¿Confías en mí?
Percibir un soterrado dolor en la voz de Christian hizo que cualquier otra consideración desapareciera. Pero no era posible. ¡Cómo iba Christian a sentirse dolido por lo que ella opinara de él! Y, sin embargo, cuanto más retrasó la respuesta, mayor angustia creyó ver en su mirada.
–Por supuesto que sí –dijo. Y rio para relajar la tensión e impedir que Christian intuyera que era en sí misma en quien no confiaba–. Yo no soy quien tiene un emporio multimillonario a su nombre.
Él la observó, todavía pensativo.
–Entiendo la lógica de tu plan –continuó ella, enterrando su propia confusión–. Es solo que….
–¿Qué, Priya?
Ella se frotó el estómago como si pudiera deshacer el nudo que se le había formado. Finalmente, dijo:
–Está bien. Podemos celebrar un matrimonio de conveniencia. Formaré el acuerdo prenupcial que me presentes.
–Por favor, no me insultes. Los dos sabemos que yo confío en ti plenamente.
Ella asintió. Era verdad que estaba siendo injusta… con los dos.
–En el fondo, lo que me pasa es que… –miró a Christian a los ojos y tuvo la sensación de estar sumergiéndose en algo aterrador y maravilloso a un tiempo, pero que no podía evitar–, no quiero perderte, Christian. Como amigo, quiero decir. No podría soportar que nos peleáramos.
Al contrario de lo que ella esperaba, Christian no se rio, ni le tomó el pelo, ni le dijo que dejara de preocuparse por problemas que ni siquiera se plantearían. Tampoco dijo que nada podría romper su amistad. Simplemente, la estrechó contra sí, tal y como había hecho en el hospital, cuando había colapsado al saber que Jai había muerto.
Priya ocultó el rostro en su cuello y aspiró su aroma. El instinto pudo más que el sentido común y se abrazó a su cintura. Era cálido y sólidamente masculino. Su cuerpo le resultaba familiar y excitante. Porque en aquella ocasión no sentía solo consuelo. Toda ella quería pegarse a él, sentirlo más cerca y dejarse llevar por lo que se parecía peligrosamente a un intenso deseo.
–Te prometo que no permitiré que nada se interponga entre nosotros –susurró él contra su cabello.
Y antes de que Priya pudiera reaccionar, la soltó y se alejó de ella.
Cuando volvió a mirarla, Priya no vio en su semblante rastro de la emoción que acababa de percibir en su voz, ni señal de la tensión que había notado en sus hombros y en su espalda. Volvía a ser el Christian que todo el mundo conocía: seguro de sí mismo y superficial.
–Pediré la licencia lo antes posible.
Priya asintió sin dejar de buscar en su rostro la emoción que había intuido. Aun cuando su sentido común le decía que lo olvidara, una voz le rugía en la cabeza, exigiéndole que la encontrara.
–No olvides por qué vamos a hacer esto, Pree. Tus padres podrán irse a India sin sentirse culpables. Yo me quitaré de encima a los directivos. Y tú puedes seguir viviendo en el apartamento. Una vez consigamos la cooperación con el equipo suizo, me perderás de vista. Montar la infraestructura y ponerlo en marcha, llevará al menos seis meses.
–¿Y tus novias? –la pregunta escapó de labios de Priya aun antes de que la formara en su cabeza–. Olvídalo. No es asunto mío.
–¿Estás segura? –preguntó él con una dulzura que puso a Priya la carne de gallina.
Asintió aun sin saber a quién pretendía engañar. Christian volvió a mirarla con urgencia, como si quisiera retarla a que le preguntara. Como si supiera lo que pasaba.
–Por supuesto que estoy segura, Christian. Tu vida amorosa no me incumbe.
Durante el resto del día, Priya se dijo que aquella debía de ser la frase más extraña que una mujer podía dirigir al hombre con el que acababa de acceder a casarse.
Ocho años después
Priya Mikkelsen bajó del taxi bajo una lluvia torrencial. Podía sentir la mirada del conductor siguiéndola e imaginó que especularía sobre qué hacía una mujer con tan solo un chal de cachemira como abrigo y aparentemente desequilibrada, aproximándose a una de las propiedades más lujosas de Pacific Northwest.
Decidió que le daba lo mismo. Aquella noche no era la madre que debía presentarse sonriente ante su hijo de siete años. Ni la nieta política de un octogenario que adoraba a su bisnieto y tenía su fe puesta en ella.
Tampoco era la hija que debía calmar la ansiedad de una madre sobreprotectora que podía asfixiarla de puro amor. Menos aun la directora de una de las principales empresas de tecnología del país, que tenía que luchar contra el primo de su difunto marido y la junta directiva para que dejaran de cuestionar su liderazgo.
Solo era Priya. Una mujer de treinta años sumida en la más absoluta soledad y que en aquel momento tenía una pataleta que habría hecho reír a su hijo.
El suave sonido de la verja abriéndose cuando escaneó el pulgar debió de convencer al taxista de que no se trataba de una ladrona
Priya empezó a ascender la empinada cuesta que conducía a la casa, caminando con dificultad sobre sus altos tacones. La lluvia le había empapado el vestido y cada paso que daba suponía un esfuerzo.
Imaginar que su madre la viera en aquel momento le arrancó una carcajada. Asumiría que su hija se había vuelto loca, la vigilaría día y noche y las arrastraría a un terapeuta, además de buscarle pareja, por supuesto.
Priya no tenía nada en contra de las terapias. Pero ninguna podía curar su problema.
Tampoco quería un marido, por más que su madre pensara que era la solución de todos sus males. No se sentía capaz de sobrellevar la angustia y el dolor que representaba una relación. Como no quería que ningún hombre le dictara lo que debía hacer.
Quería coquetear y sentirse deseada. Quería besos y caricias y, sí, también sexo. Pero no el tipo de relación impersonal y furtiva que le habían propuesto aquella noche. Menos aun con un hombre que se había vuelto desagradable en cuanto lo había rechazado. Quería sentirse mujer en lugar de todas las demás funciones que le habían correspondido en la vida.
Quería pasar una noche cálida e íntima, piel con piel con un hombre de hombros anchos y muslos fuertes. Básicamente, quería a un hombre con ojos azules chispeantes, cabello rubio y sonrisa pícara. En definitiva, a Christian. Y no solo físicamente. También añoraba su magnetismo, su energía, sus ansias de vivir.