Reconciliación en Grecia - Sharon Kendrick - E-Book
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Reconciliación en Grecia E-Book

Sharon Kendrick

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Beschreibung

La pasión no podía borrar el doloroso pasado que les había separado Xenon Kanellis no estaba acostumbrado al fracaso y, desde luego, no era un hombre que aceptara el divorcio. Por tanto, cuando se le presentó la oportunidad de recuperar a su esposa y rehacer su matrimonio, no la desaprovechó. Lexi Kanellis necesitaba la ayuda de su esposo, del que estaba separada, aunque ello supusiera representar el papel de buena esposa durante un par de semanas. El sol de la isla de Rodas no era nada comparado con la ardiente pasión que crepitaba entre los dos...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Sharon Kendrick

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Reconciliación en Grecia, n.º 2283 - enero 2014

Título original: The Greek’s Marriage Bargain

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4014-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Por qué no había estado más atenta?

¿Por qué no se había dado cuenta de lo que pasaba al oír el crujir de los pasos en la grava?

De no haber estado pensando en pendientes de plata, de esos que lanzaban destellos cuando la luz se reflejaba en ellos, quizá no hubiera ido a abrir la puerta al oír el timbre. Pero distraída como estaba, abrió y se encontró delante de su marido, del que estaba separada.

La presencia de él era inamovible. Parecía absorber toda la luz a su alrededor, cual papel secante chupando la oscura tinta derramada.

A Lexi el dolor le encogió el corazón. La última vez que lo había visto, él estaba haciéndose el nudo de la corbata con los dedos temblando de ira. Una corbata azul, igual que los ojos de él.

Lexi sintió la llama cobalto de esos ojos recorriéndole el cuerpo. La estaba desnudando con la mirada. ¿No le había dicho él en una ocasión que cuando un hombre miraba así a una mujer se estaba imaginando cómo sería hacer el amor con ella? Y ella le había creído, porque por aquel entonces era inexperta y Xenon, un mago de la seducción.

¿Por qué había ido a verla?, se preguntó con el pulso acelerado.

Le pesó no haberse cepillado el cabello. No porque quisiera impresionarle, sino por amor propio. Pensó que Xenon parecía sorprendido. Desde luego, ella ya no era la misma que cuando se casó con él. En la actualidad, vestía como la mayoría de las mujeres, hacía lo que la mayoría de las mujeres. Nada de alta costura ni coches deportivos. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja. Nada de salones de belleza para ricos.

Mientras que él, por supuesto, presentaba el aspecto de siempre.

Un metro ochenta y siete de estatura y ojos azules. Xenon Kanellis. Un hombre moreno y poderoso cuyo nombre conocía toda Grecia. Un hombre con un rostro de una belleza dura y morena. Un hombre al que no quería volver a ver.

–Xenon –dijo Lexi con un esfuerzo.

–Vaya, menos mal, creía que habías olvidado quién soy.

Lexi estuvo a punto de echarse a reír. ¿Olvidarle? Le sería más fácil olvidar su propio nombre.

Cierto que ya no pensaba en él las veinticuatro horas del día los siete días de la semana, como le había ocurrido los primeros tiempos de la separación, antes de darse cuenta de que así, obsesionada con él de esa manera, no podía seguir.

Al final se había recuperado. Y había pasado y superado cosas peores que un matrimonio que, fundamentalmente, no debería haber tenido lugar.

–No eres un hombre fácil de olvidar, Xenon –declaró ella–. Una pena.

Xenon lanzó una carcajada, un sonido extraño. Quizá fuera porque ya no estaba acostumbrada a la risa de un hombre. Ni a que un hombre llamara a la puerta de su pequeña casa de campo.

Los ojos azules de él la atravesaron.

–¿Es que no me vas a invitar a entrar?

–¿Para qué?

–¿No tienes curiosidad por saber qué es lo que me ha hecho venir aquí? –Xenon, por encima del hombro de ella, dirigió la mirada hacia el acogedor interior de la casa–. ¿No quieres saber qué es lo que me ha hecho salir de Londres para venir a este remoto lugar al que te has venido a vivir?

–Supongo que porque de alguna manera te interesa a ti –contestó ella–. Y, en ese caso, a mí no. No tengo nada que decirte que no te haya dicho ya.

–Eso ya lo veremos, Lex.

–No me amenaces, Xenon –Lexi sonrió tensamente–. Te has negado a concederme el divorcio repetidamente. Así que, a menos que traigas contigo los papeles firmados, hola y adiós. Siento que no hayas venido aquí sino a perder el tiempo.

Lexi fue a cerrar la puerta, pero él interpuso un pie entre la puerta y el marco, impidiéndoselo.

Se miraron a los ojos y Lexi se dio cuenta de que no iba a librarse de él por la fuerza.

–Está bien, pasa –dijo ella sin ceremonias.

Por encima del hombro de él vio la limusina, aparcada en la parte baja de la estrecha carretera, a la vista de todos sus vecinos. Rezó por que no estuvieran en sus casas. Estaba cansada de la fama de la que había gozado en el pasado y de la que había tratado de deshacerse. Se esforzaba por llevar una vida normal, por integrarse en la pequeña comunidad en la que vivía y por demostrar que era una más. Lo último que necesitaba era que Xenon Kanellis apareciera y pusiera patas arriba su vida con aquella exhibición de riqueza.

–Tu coche ocupa demasiado espacio.

–¿Quieres que le diga a la chófer que aparque en otro sitio? –Xenon arqueó las cejas–. Puedo decirle que se vaya a dar una vuelta y que vuelva en un par de horas.

–¿Tu chófer es una mujer? –preguntó ella, sorprendida por la punzada de celos que sintió de repente.

–¿Por qué no? –Xenon se encogió de hombros–. ¿No me decías constantemente que debía tratar a las mujeres como a los hombres?

–¿No decías que las mujeres conducían muy mal? No dejabas de quejarte de cómo conducía yo.

–Eso era diferente –Xenon cerró la puerta tras él y esbozó una sonrisa paternalista–. Por tu temperamento, Lex, no eres apta para sentarte al volante. Tal vez se deba a tu naturaleza artística.

Solo llevaba con él cinco minutos, pero Lexi ya tenía ganas de gritar. Bien, enfadarse era buena señal, le subía la adrenalina, le impedía pensar en el doloroso pasado. Le impedía desearle. Y eso era lo peor, que aún lo deseaba.

–Bueno, dime, ¿a qué has venido? ¿A recordarme la suerte que tengo de no tener que soportar tu actitud machista? ¿O se trata de otra cosa?

Xenon no contestó al instante. Se limitó a pasear la mirada por su cuerpo, despacio, reencontrándose con la mujer a la que en otro tiempo había conocido mejor que a nadie. Pero lo cierto era que el aspecto de Lexi le había sorprendido.

La Lexi de la que se había enamorado tiempo atrás era una famosa estrella del pop, una mujer famosa de la que el público no parecía poder saciarse. Sexy Lexi, como solían llamarla los medios de comunicación. Todo el mundo le había advertido que no debía casarse con ella, que esa mujer no era apropiada para un griego que abrazaba los valores tradicionales. Incluso después de que ella abandonara su carrera de cantante y se esforzara por asumir el papel de buena esposa, la gente seguía mirándola con recelo, y los acontecimientos posteriores parecieron confirmar que estaban en lo cierto.

No obstante, la Lexi que tenía delante era una versión edulcorada de la mujer que había hecho volver las cabezas de todos a su paso. El brillante pelo rojo, por el que se la había reconocido, había desaparecido. Seguía llevándolo largo, pero con su color natural, rubio rojizo. Se había despojado de las lentes de contacto, que siempre había estado perdiendo, y ahora sus ojos verdes con matices grises se veían tras los cristales de unas gafas de montura oscura. No creía haberla visto nunca con gafas, que le conferían un aspecto serio y sorprendentemente sexy. La única joya que lucía eran unos pendientes de plata.

Lexi llevaba unos vaqueros y una camisa de algodón, una vestimenta en dramático contraste con la sofisticada ropa que vestía la mujer con la que se había casado. Pero con Lexi no se sabía nunca. Era una mujer complicada, reservada y veleidosa que le había cautivado desde el principio.

–Has cambiado –declaró él.

Lexi se encogió de hombros, aunque no pudo evitar sentirse herida en su orgullo. Porque no se le había escapado la expresión de los ojos de él y sabía lo que había querido decir: la había juzgado y le había defraudado. Y eso le dolió.

De haber sabido que Xenon iba a ir, se habría maquillado y se habría puesto otra ropa. A pesar de ir en contra de sus principios, se habría esforzado por presentar mejor aspecto. ¿Qué mujer no lo haría a sabiendas de ir a encontrarse delante de uno de los hombres más atractivos del mundo?

–Casi todos cambiamos, Xenon –respondió ella–, de eso no hay duda.

Pero Lexi pensó que, como de costumbre, Xenon se había salvado, estaba igual que siempre. El mismo denso pelo negro, indomable. La misma elegancia natural, fácil para un hombre de musculatura perfecta. Cuando estaba en Inglaterra siempre vestía con traje y ese día no era una excepción. La única concesión a la calidez del verano había sido ir sin corbata y con los dos botones de la camisa desabrochados.

Le clavó una mirada interrogante, consciente de que debía deshacerse de él lo antes posible.

–Bueno, ¿vas a decirme a qué has venido? Tal vez sea mi día de suerte y hayas traído los papeles del divorcio. ¿O sigues sin decidirte?

Xenon se puso tenso, el impertinente tono de ella le recordó sus diferencias. «Piensa en eso», se ordenó a sí mismo.

–No es una cuestión de decidirme o no, sino de dejar que las aguas sigan su cauce. Ya sabes lo que opino del divorcio, Lex –dijo él–. La mitad de los problemas del mundo se deben a la ruptura del matrimonio.

–Cuando dos personas no pueden vivir juntas, ¿cuál es la alternativa? –preguntó ella–. ¿Destrozarse la vida por no romper una relación que es una pesadilla? Esa no puede ser la solución.

Xenon ignoró el comentario.

–¿No vas a invitarme a sentarme? –Xenon deslizó la mirada por la abarrotada estancia–. ¿Es que no vas a mostrar un cierto grado de hospitalidad y a ofrecerme un café? Mal, muy mal, Lex. ¿Se te ha olvidado lo que aprendiste siendo mi esposa? ¿Has olvidado lo que te enseñé?

Era un ataque a la educación de ella, Lexi lo sabía. Había tocado su punto más vulnerable. Pero no iba a morder el anzuelo porque nadie podía cambiar su procedencia. Lo único importante era la persona en la que se había convertido y a esa persona ya no le deslumbraba la arrogancia de ese multimillonario griego ni su intachable familia.

–No, no se me ha olvidado que vienes de una privilegiada familia, miembro de la alta sociedad –contestó ella con frialdad–. Pero, en fin, comportémonos civilizadamente... aunque los dos sabemos que es algo superficial.

–Dios mío, Lex, te has vuelto muy cínica.

–He tenido al mejor de los profesores –le espetó ella, dejándole de pie en mitad del cuarto de estar mientras se iba a la cocina para preparar café.

Los dedos le temblaban mientras ponía el café. ¿A qué había ido Xenon allí, ahora que ella había conseguido normalizar su vida?

No había sido fácil pasar de ser una famosa cantante de pop a ser la esposa de un magnate. Después, el fracaso de su matrimonio le había resultado insoportablemente doloroso, pero lo había superado. Había sobrevivido.

Pero ahora todo afloraba de nuevo, dolor y temor: la expresión de Xenon, con la mirada dura como el pedernal, al llegar al hospital tras enterarse de que ella había tenido un aborto natural. El mismo resultado con el segundo embarazo. El sufrimiento que ese segundo aborto le había provocado...

Por fin, Lexi volvió al cuarto de estar y dejó la bandeja con el café. Xenon estaba en una silla que parecía demasiado pequeña para él.

–Bueno... –dijo Lexi, ofreciéndole una taza.

Pero no se sentó con él. Se apoyó en el alféizar de la ventana con el propósito de que la altura le diera cierta ventaja psicológica.

–Bueno... –dijo él apartando unos folletos que había encima de la mesa de centro con el fin de hacer sitio para dejar su taza–. Has ido a menos, ¿no?

Lexi no pudo disimular su indignación.

–Esta es mi casa y me encanta –declaró ella–. Al menos, al final del día puedo cerrar la puerta sabiendo que encontraré paz y tranquilidad dentro.

–Pero es pequeña, sorprendentemente pequeña –Xenon clavó los ojos en los dos peces que había en una pequeña pecera. ¿Desde cuando le gustaban los peces a su esposa?–. Sé que todavía no hemos establecido la pensión...

–¡Te he dicho mil veces que no necesito tu dinero!

–Lo que no es verdad, teniendo en cuenta cómo vives.

–¡Me gusta vivir así!

–¿En serio? Sigo sin entender por qué dejaste una vida en la que tenías casas por todo el mundo, casas preciosas.

–Esas casas eran tuyas, Xenon, no mías.

–Y ahora, según me han dicho, te dedicas a diseñar joyas.

–¿Según te han dicho? –Lexi alzó una ceja–. No creo necesario preguntarte cómo te has enterado. Supongo que has contratado a algún investigador privado para que me espíe.

–Y yo no creo que enterarme de qué hace con su vida mi esposa sea espiar –respondió él–. Lo que pasa es que no comprendo por qué has elegido el tipo de vida que has elegido. Ganaste una fortuna con tu grupo de música. ¿Qué ha pasado con todo ese dinero?

Lexi respiró hondo, conteniendo las ganas de decirle que no se metiera en asuntos que no eran de su incumbencia. Pero sabía lo insistente que él era, cómo necesitaba estar enterado de todo. Además, se enteraba de todo lo que le interesaba, porque un hombre como Xenon Kanellis podía hacerlo.

–Gran parte del dinero fue a parar a mi... familia.

–Ah, sí, tu familia.

Xenon agarró la taza y bebió, e hizo una mueca de disgusto por lo aguado del café. La familia de ella había sido un obstáculo más en sus relaciones. Lexi procedía de una familia disfuncional, ajena a la experiencia de él. La madre de Lexi había tenido tres hijos con distintos hombres de los que no se conocía el paradero, el hogar en el que Lexi se había criado le había desagradado profundamente, pero no lo suficiente como para mermar su deseo por ella. Al final, haciendo caso omiso de las advertencias sobre la incompatibilidad de su procedencia social, se había casado con ella.

–¿Cómo están todos?

Lexi achicó los ojos, alarmada por la nota extraña que había creído detectar en la voz de Xenon. Él no le preguntaba por su familia y, desde luego, no había conducido trescientos kilómetros para eso.

–Están bien –contestó ella.

–¿En serio?

Lexi le miró a los ojos y suspiró con resignación.

–Bueno, está claro que te traes algo entre manos, así que di lo que tengas que decir.

–He visto a tu hermano –respondió él tras una pausa.

–¿A mi hermano? –repitió ella alarmada, porque eso solo podía significar problemas.

Jason no había causado más que problemas desde el momento en que nació. No obstante, Lexi consiguió evitar que le temblara la voz al preguntar:

–¿Qué quería mi hermano?

Xenon dejó la taza y la miró con cierta exasperación.

–Deja de hacerte la inocente, ¿te parece? No eres tonta, Lexi. ¿Qué crees que quería?

A Lexi se le encogió el corazón.

–Dinero, supongo.

–¡Eso es, dinero! –corroboró Xenon–. Lo que siempre necesita. Un dinero que jamás se ha molestado en ganar por sí mismo a lo largo de su infructuosa vida.

–Por favor, no le insultes.

–Vamos, Lex, ¿no te parece que exageras en tu papel de hermana leal? ¿Desde cuándo decir la verdad es un insulto? ¿O es que llevas tanto tiempo esquivándola que no la reconoces? Y otra cosa, ¿no crees que darle tantos caprichos ha contribuido a que sea como es?

Furiosa, Lexi sacudió la cabeza y le miró. ¿Cómo podía comprenderlo una persona como Xenon? Xenon, que solo había conocido una vida privilegiada. Xenon, que no sabía lo que era llegar a casa del colegio y encontrar el frigorífico vacío. Xenon, que nunca había tenido que hacer un agujero en la punta de los zapatos para sacar los dedos porque le quedaban pequeños.

En la vida de Xenon había habido parientes, demasiados en opinión de ella, y sirvientes dedicados a su bienestar. Él nunca había tenido que ir a una comisaría con dinero para pagar la fianza que permitiría a su alcohólica madre salir del calabozo, que nunca había tenido que mentir a los de los servicios sociales por miedo a que les separasen si la verdad salía a la luz. Xenon nunca había tenido en sus brazos a un niño llorando tras despertarse de una pesadilla y descubrir que el mundo real era infinitamente peor.

–No lo comprendes –dijo ella.

–Creo que sí –dijo Xenon fríamente–. Jason se ha encontrado con que la mina de oro que tú eras se ha agotado. Así que... ¿a quién recurrir sino a su rico cuñado?

–¿Para qué necesita el dinero? –preguntó ella, con el corazón golpeándole las costillas.

–¿Para qué crees tú? Para salir de los apuros que su ludopatía le ha creado.

Lexi cerró los ojos. Había hecho lo imposible por ayudar a Jason a que dejara el juego. Al principio, había hablado con él repetidamente y Jason, todas las veces, había mentido y le había dicho que iba a dejarlo. Ella le había creído, tras firmar un cheque más con el que, supuestamente, Jason iba a rehacer su vida. Tal vez solo había querido creerle. Después, había cubierto los gastos de ingreso en clínicas de rehabilitación, hasta la última de la que Jason fue expulsado por montar allí partidas de póquer.

Abrió los ojos y sorprendió a Xenon mirándola fijamente.

–Espero que le hayas dicho que no y que le hayas mandado a su casa –dijo ella–. No se le debe dar dinero, debe responsabilizarse de sí mismo si quiere cambiar de vida.

–No le mandé a su casa.

–Pero no le habrás dado dinero, ¿verdad? –Lexi alzó la voz, alarmada. Según el psicólogo, debe hacerse cargo de sí mismo.

–¡Me importa un comino lo que diga el psicólogo! –le espetó él–. Me preocupan mucho las consecuencias de sus actos.

Lexi se vio presa de un súbito temor.

–¿Qué quieres decir?

–Jason ha tomado prestado mucho dinero. Mucho. Y nos ha puesto como avales, a ti y a mí, porque seguimos casados –Xenon ignoró la expresión de horror de ella–. Ha acumulado tantas deudas que la cantidad me ha dejado atónito, y eso que estoy acostumbrado a manejar grandes sumas de dinero.

–¿De cuánto estamos hablando?

Xenon se lo dijo y ella estuvo a punto de desmayarse, porque no tenía semejante cantidad de dinero. Ya no.

–Y la gente que le ha prestado el dinero es la clase de gente que... se enfada bastante cuando no le devuelven lo que le deben –añadió Xenon.

Lexi se tapó la boca con la mano.

–¿Qué vamos a hacer?

Xenon asintió sin poder evitar la satisfacción, lo que había dicho Lexi era lo que más sentido había tenido de todo lo que había dicho hasta el momento porque les incluía a los dos, a ellos dos.

–No me va a quedar más remedio que pagar sus deudas.

–Pero...

–No hay alternativa, a menos que tú tengas ese dinero... o que no te importe que le rompan la cara. Esa gente es peligrosa.

Lexi sabía lo que era el peligro, lo había vivido de pequeña. Y eso había sido lo mejor de ser famosa, escapar de esa vida oscura y tenebrosa. Lo que menos quería en el mundo era que Jason volviera a esa clase de mundo, a un mundo en el que no había seguridad. Miró a Xenon y, por su expresión, se dio cuenta de que él estaba ofreciéndose a ayudar.

–Gracias.

–No me las des hasta no haber oído mis condiciones –contestó él–. Pagaré sus deudas; pero esta vez, me aseguraré de que no vuelve a cometer los mismos errores de siempre. Y tampoco va a ir a una de esas clínicas caras en las que utiliza su encanto para engatusar a los psicólogos.

–Entonces... ¿qué propones tú que haga? –preguntó ella–. ¿Que solicite un trasplante de personalidad?

–No, nada de eso. Lo que propongo es muy sencillo: tiene que cambiar sus hábitos de vida. Que se levante temprano y se acueste por la noche como todo el mundo en vez de pasarse las noches en los casinos –Xenon la atravesó con la mirada–. Tal vez quiera cambiar, ya que ha aceptado ir a Grecia a trabajar en la empresa de uno de mis primos.

–¿Lo dices en serio?

–Sí, va a trabajar en uno de los viñedos de la familia. Tu querido hermano ha accedido a realizar un trabajo físico por primera vez en su vida.

Lexi le miró con incredulidad.

–¿Ha dicho que sí?

–La verdad es que no le he dado otra opción –contestó él–. Ha sido la condición que le he puesto por pagar sus deudas.

–En ese caso... En fin, dime, ¿has venido solo para contarme eso? –preguntó ella.

Xenon le dedicó una fría y dura sonrisa.

–¿No se te ocurre nada mejor, Lex? ¿Tan bueno crees que soy como para ayudar a tu hermano a cambio de nada?

Ella le sostuvo la mirada mientras el temor le erizaba la piel.

–Hay un precio, ¿verdad?