Relatos Cortos VI - Anton Chejov - E-Book

Relatos Cortos VI E-Book

Anton Chejov

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Beschreibung

Encuadrable en la corriente Realista Psicologica, fue maestro del relato corto, siendo considerado como uno de los mas importantes escritores de cuentos de la historia de la literatura. Como dramaturgo escribio unas cuantas obras, de las cuales cuatro son las mas conocidas, y sus relatos cortos han sido aclamados por escritores y critica. Chejov compagino su carrera literaria con la medicina; en una de sus cartas4 escribio al respecto...

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RELATOS CORTOS

TOMO VI

ANTON CHEJOV

INDICE:

1.- Muerte de un funcionario.

2.- Poquita cosa.

3.- Las islas voladoras.

4.- Los mártires.

5.- Los muchachos.

MUERTE DE UN

FUNCIONARIO

ANTON CHEJOV

En una tarde maravillosa, el no menos maravilloso alguacil Iván Dmítrich Cherviakov se hallaba sentado en la segunda fila de butacas y miraba con los gemelos Las campanas de Corneville. Miraba y se sentía lleno de felicidad. Pero de pronto... En los relatos aparecen con frecuencia estos «pero, de pronto». Los autores tienen razón: la vida está llena de imprevistos. Pero, de pronto su rostro se arrugó, sus ojos se pusieron en blanco, su respiración cesó... apartó los gemelos de los ojos, se inclinó y... ¡achís! Como ven, estornudó. En ninguna parte se prohíbe a nadie estornudar. Estornudan los mujiks, los jefes de policía y a veces hasta los Consejeros se-cretos. Todos estornudan. Cherviakov no se azoró en absoluto, se limpió con el pañuelo y, como persona bien educada, miró a su alre-dedor para ver si había molestado a alguien con su estornudo. Entonces le llegó la hora de azorarse. Vio que un viejo, sentado delante de él, en la primera fila de butacas, se frota-ba cuidadosamente la calva y el cogote con un guante, refunfuñando algo. En el viejo Cherviakov reconoció al general del Estado Brizhálov, del Ministerio de Caminos.

« ¡Le he salpicado! - pensó Cherviakov -.

No es mi jefe, pero de todos modos es una situación incómoda. Tengo que disculparme».

Cherviakov tosió, se inclinó hacia delante y susurró al oído del general:

- Disculpe, Vuecencia, le he salpicado... no era mi intención...

- No es nada, no es nada...

- Por el amor de Dios, discúlpeme. Es que... ha sido sin querer.

- ¡Por favor, siéntese! ¡Déjeme escuchar!

Cherviakov se azoró, sonrió estúpidamente y comenzó a mirar al escenario. Miraba, pero ya no sentía felicidad alguna. Comenzó a sen-tirse molesto. En el descanso se acercó a Brizhálov, pasó a su lado y, venciendo su timidez, balbuceó:

- Le he salpicado, Vuecencia... Discúlpeme... Es que... no era para...

- ¡Déjelo ya! Ya lo había olvidado y usted sigue con lo mismo - dijo el general movien-do con impaciencia el labio inferior.

«Lo ha olvidado, pero me mira de mal ojo

- pensó Cherviakov mirando recelosamente al general -. Ni siquiera quiere hablarme. Tendría que explicarle que yo en absoluto quería... que sea ley de la naturaleza. Si no, pensará que quería escupirle. Si no lo piensa ahora, lo pensará después...»

Al llegar a casa, Cherviakov contó su grosería a su mujer. Le pareció que ésta se tomaba el suceso muy a la ligera; sólo se inquietó al principio, pero luego, cuando supo que Brizhákov no era su jefe, se tranquilizó.

- De todos modos, ve y pídele disculpas -

dijo ella -. Si no, creerá que no sabes com-portarte en público.

- ¡Eso es! Yo me he disculpado, pero él estaba tan raro... No dijo ni una palabra sensa-ta. Además, no hubo tiempo para hablar.

Al día siguiente Cherviakov se puso el uniforme nuevo, se cortó el pelo y fue a ver a Brizhánov para explicarse... Al entrar en la sala de espera del general vio a muchos demandantes, y entre ellos, al propio general que ya había empezado a atender las solici-tudes. Tras despachar con algunos demandantes, el general alzó la vista hacia Cherviakov.

- Ayer, en el «Arcadia», quizás lo recuerde Vuecencia - comenzó a exponer el alguacil -, yo estornudé y, sin querer, le salpiqué... Le ruego...

-¡Por Dios! ¡Qué tontería! ¿Qué se le ofre-ce? - preguntó el general al siguiente demandante.

«No quiere hablar - pensó Cherviakov, po-niéndose pálido -. O sea, que está enfada-do... No, esto no hay que dejarlo así... Se lo explicaré...»

Cuando el general terminó de hablar con el último demandante y se dirigía a las salas de dentro, Cherviakov dio un paso hacia él y balbuceó:

- ¡Vuecencia! Si me atrevo a importunar a Vuecencia es precisamente por sentir, puedo decir, arrepentimiento... No fue a propósito...

permítame asegurárselo.

El general puso cara de llanto y agitó la mano.

- Usted se burla de mí, Señor mío - dijo, desapareciendo tras la puerta.