Rendida al destino - Clare Connelly - E-Book
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Clare Connelly

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Beschreibung

Pietro Morelli rompió su propia norma al seducir a su esposa virgen. Se suponía que la heredera Emmeline tenía que ser una esposa de conveniencia, pero la intensa química que había entre ellos era demasiado poderosa como para que ninguno de los dos pudiera negarla. Y ya que Pietro ocultaba un secreto devastador, ¿podrían llegar a tener alguna vez algo más que un matrimonio sobre el papel?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Clare Connelly

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rendida al destino, n.º 2686 - febrero 2019

Título original: Her Wedding Night Surrender

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-502-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

A ver si lo entiendo –Pietro miró desde el escritorio al hombre que tenía enfrente, la persona que había idolatrado durante casi dos décadas–. Me estás pidiendo que me case con tu hija, una mujer trece años más joven que yo y a la que apenas conozco. ¿Y por qué esperas que acepte?

Col se revolvió en la silla y lo miró a los ojos.

–Emmeline es una mujer guapa e inteligente. ¿Por qué te ofende tanto mi sugerencia?

Pietro no tenía intención de compartir su escepticismo respecto a aquel tema con su amigo. Ni tampoco pensaba que Emmeline fuera ni excesivamente tímida ni sosa.

–No tengo intención de casarme con nadie –afirmó Pietro desviando la cuestión–. Nunca.

–Mejor todavía. Casarte con Emmeline no va a impedir que tengas aventuras por ahí.

Pietro apretó con fuerza los labios hasta convertirlos en una fina línea. Cuando volvió a hablar lo hizo con aquel tono de mando fuerte como el acero que dejaba petrificados a sus rivales en los negocios.

–No habrá ninguna boda.

Col sonrió. Al parecer, el tono de Pietro no producía ningún efecto en él.

–Te quiero, Pietro. Como a un hijo. Emmeline y tú sois las personas más importantes de mi vida. Y necesito que te cases con ella.

–¿Por qué? ¿De dónde ha salido esta idea? –Pietro se inclinó hacia delante y analizó cada minúsculo gesto del otro hombre.

–Llevo varias semanas pensando en ello.

–¿Por qué? –insistió Pietro.

Col exhaló lentamente el aire y apartó la mirada de su amigo.

–Emmeline quiere ir a la universidad. Ha encontrado un sitio en Roma. Le he dicho que puede estudiar allí con mis bendiciones siempre y cuando se case contigo.

–¿Y ha accedido? –le espetó Pietro con aspereza. Crecía en él la impresión de que Emmeline era una lapa capaz de renunciar a su vida por seguir chupando del bote.

–Discutimos un poco –admitió Col a regañadientes–, pero sí, accedió –sus ojos tenían un brillo desafiante–. Emmeline haría cualquier cosa que le pidiera. Siempre ha sido una buena chica.

«¿Una buena chica?» Pietro tuvo que hacer un esfuerzo para no poner los ojos en blanco. Las buenas chicas eran aburridas. Predecibles. La descripción solo sirvió para reforzar la vaga impresión que se estaba llevando de la hija del senador.

–¿Y? –Pietro se rio con recelo–. ¡Puedo vigilar a tu hija sin necesidad de casarme con ella!

–¡Maldita sea, no es suficiente! –exclamó Col con rabia.

–¿Por qué no? –Pietro entornó la mirada–. Hay algo que no me estás contando.

Col seguía teniendo una mirada desafiante. Pero tras unos segundos de silencio asintió con la cabeza.

–Lo que voy a contarte se quedará en esta habitación. Júramelo, Pietro.

–Por supuesto.

Pietro no sabía a qué estaba accediendo en aquel momento, así que le resultó fácil hacerlo.

–Solo hay dos personas aparte de mí que saben lo que estoy a punto de contarte. Ni siquiera Emmeline está al tanto.

Pietro sintió un escalofrío en la espina dorsal. Permaneció en silencio esperando a que el senador continuara.

–No hay una forma fácil de decir esto. Me estoy muriendo.

Pietro se quedó paralizado.

–¿Qué? –se oyó decir tras un largo instante.

–Me estoy muriendo. Mi oncólogo cree que solo me quedan unos cuantos meses –se inclinó hacia delante–. Y no van a ser unos buenos meses, así que quiero que Emmeline esté lo más lejos posible de mí. Quiero que esté contenta. A salvo. Protegida. Que no sepa lo que me está pasando.

Pietro sintió como si le hubieran arrojado un cargamento de ladrillos en el pecho que le hubiera dejado sin aire. Su padre, al que tanto quería, había muerto de cáncer veinte años atrás. La idea de volver a pasar por lo mismo le heló la sangre en las venas.

–Eso no puede ser –se pasó la mano por los ojos y volvió a mirar al senador con renovado interés. Tenía el mismo buen aspecto de siempre–. ¿Has pedido una segunda opinión?

–No la necesito –Col se encogió de hombros–. He visto las radiografías. Cáncer por todas partes.

Pietro apretó los dientes. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan impotente.

–Lo siento.

–No quiero tu compasión, quiero tu ayuda. Maldita sea, te lo estoy suplicando.

Pietro gimió por dentro. Haría casi cualquier cosa por aquel hombre. Pero casarse con su hija…

–Seguro que Emmeline prefiere encontrar su propia pareja…

–¿Quién? –gruñó el senador–. ¿Algún cazafortunas? Cuando yo muera heredará miles de millones de dólares. Por no mencionar la hacienda y el pozo petrolífero de Texas. Y no tiene experiencia del mundo. Eso es culpa mía –murmuró enfadado–. Cuando su madre murió quise protegerla, mantenerla alejada de todas las cosas feas. Y lo hice muy bien. Pero ahora me encuentro con una hija de veintidós años que está a punto de quedarse huérfana… y necesito que alguien cuide de ella, Pietro.

–Yo lo haré –le aseguró él. Y lo decía de verdad.

–No basta con que le mandes un correo electrónico de vez en cuando. Necesito que viva bajo tu mismo techo. Necesita que la cuiden,

–¿Y dices que no sabe lo del cáncer?

–No. Ni lo va a saber. Quiero ahorrarle ese dolor.

Pietro sintió que la angustia se apoderaba de él. De todas las cosas que esperaba que le pidiera, aquella no estaba en la lista.

–Es lo único que te he pedido en mi vida, Pietro. Prométeme que harás esto por mí.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

No te caigo bien, ¿verdad?

Emmeline miró pensativa a aquel guapo italiano, se fijó en el traje caro, el abundante pelo oscuro, los ojos castaños y los labios gruesos que parecían hechos para maldecir y besar. Más abajo estaba el hoyuelo de la barbilla, y luego los anchos hombros y el pecho musculoso. Sí, aunque llevara aquel traje sabía que era musculoso.

Un escalofrío le recorrió la espalda y se preguntó cómo diablos iba a pasar por aquello.

¿Casarse con aquel hombre? Eso sí que era un bautismo de fuego. Ninguna experiencia, y ella tenía pocas, podría haberla preparado para eso.

Pietro no respondió. ¿La habría oído siquiera? Había hecho la pregunta en tono susurrado. Aspiró con fuerza el aire y volvió a centrarse en él.

–Te he preguntado que si…

–Ya te he oído.

Tenía una voz grave y misteriosa. Tamborileó con los dedos en el brazo del sillón, unos dedos largos con uñas bien pulidas.

–Es tarde. ¿Te apetece un café? ¿Algo más fuerte?

Emmeline sacudió la cabeza y el largo pelo que le caía por la espalda como una brillante cortina.

–Estoy bien.

Pietro apretó los labios y se puso de pie, moviéndose por la estancia con paso feroz y poderoso. Ella le vio retirar el tapón de cristal de una licorera y llenar una copa de balón con un líquido ámbar. Se bebió la mitad de un trato y luego le dio vueltas a la copa en la mano.

–Sé que esto parece una locura… –murmuró Emmeline mirándole a los ojos.

La fuerza de su mirada la sobresaltó y apartó los ojos rápidamente.

–Un poco –reconoció él con una sonrisa irónica.

–El caso es que no quiero enfadar a mi padre. Nunca he podido soportar la idea de hacerle daño.

Volvió a mirarle, y esa vez le sostuvo la mirada obligándose a ser valiente. Si quería que aquel hombre formara parte del plan, de su apuesta por la libertad, entonces necesitaba hacerle saber que no tenía miedo. Aunque las profundidades oscuras de sus ojos le ponían el estómago del revés, mantuvo el coraje.

–Desde que mi madre murió me ha envuelto entre algodones. Y yo se lo he permitido.

Emmeline se mordió el labio inferior. Mientras daba otro trago de whisky, Pietro se dio cuenta distraídamente de que tenía una boca carnosa.

Ella suspiró.

–Durante años he pensado que debía rebelarme, que debería insistir en tener la misma libertad que cualquier persona de mi edad.

–¿Y por qué no lo has hecho?

Para Pietro, la mera idea de una vida tan constreñida como la de Emmeline resultaba aberrante. Él había luchado desde niño contra cualquier clase de restricción.

–Es difícil de explicar –reconoció Emmeline–. Tras el suicidio de mi madre se derrumbó. Protegerme se convirtió en una obsesión para él. Y yo no podía soportar la idea de verle sufrir otra vez como cuando ella murió.

Pietro se quedó paralizado y adquirió una expresión tensa.

–Sí –dijo Emmeline respondiendo a la pregunta que no le había hecho–. Sé cómo murió –afirmó cruzando las manos sobre las esbeltas piernas.

–Tu padre hizo todo lo posible para… para protegerte de la verdad.

–Sí –la joven esbozó una sonrisa–. Como te he dicho antes, quiere protegerme de todo. Es su obsesión. Pero yo tenía quince años cuando murió, no cinco. Seguía yendo al colegio y los adolescentes pueden ser muy crueles. Se cayó de un árbol, sí… pero no por accidente.

Sus ojos mostraban toda la emoción que su rostro ocultaba. Tal vez en circunstancias normales Pietro la habría consolado, pero aquellas no eran circunstancias normales ni ella una mujer normal. Si accedía a lo que le habían propuesto, sería su esposa.

¡Como si tuviera elección! El afecto que sentía por Col y la lealtad que le debía, combinados con la enfermedad mortal del hombre, le dejaban poco margen de elección.

–Creo que nunca se recuperó de su pérdida, y le aterra que algo me pueda suceder a mí. Aunque parezca una locura, entiendo lo que quiere –Emmeline se aclaró la garganta–. Así que sí, creo que deberíamos casarnos.

Pietro dejó escapar una risotada que parecía más bien un reproche.

–¿No crees que soy la clase de hombre a la que le gustaría preguntar algo así él mismo?

Ella entornó los ojos y le miró con una seguridad en sí misma que le desconcertó.

–Creo que eres la clase de hombre que nunca le haría esa pregunta a nadie. Nunca –Emmeline volvió a aclararse la garganta–. Si las páginas de cotilleo no mienten, estás más interesado en instalar una puerta giratoria en tu dormitorio que en sentar la cabeza.

La sonrisa que esbozó Pietro estaba cargada de desdén.

–¿Ah, sí?

–Tus… aventuras no son precisamente un secreto.

–No –reconoció él.

Aquella palabra debió servirle de advertencia, pero Emmeline no tenía experiencia alguna con los hombres. Y menos con un hombre como Pietro Morelli.

–No te voy a pedir que dejes de… eh… –agitó una mano en el aire y el aire le revolvió el flequillo.

–¿Ah, no? Vaya, pues qué esposa tan complaciente.

–No voy a ser tu esposa en realidad –se apresuró a recalcar ella–. Quiero decir, que nos vamos a casar pero solo para conseguir un fin. Podemos llevar perfectamente vidas separadas. Tengo entendido que tu casa de Roma es enorme. Seguramente ni nos veamos.

Pietro se rascó la barbilla, en cierto modo molesto por el realismo de la joven a la hora de enfocar el asunto. Al menos no se estaba dejando llevar por la fantasía ni se veía a sí misma como una princesa de Disney conquistada por el príncipe azul.

–¿Y eso no te va a importar? –murmuró deslizando la mirada desde la cabeza de Emmeline hasta las piernas cruzadas.

Era la típica joven estadounidense de la alta sociedad. Aburrida, sin ningún tipo de estilo ni de personalidad. Vestida con pantalones de traje beige, blusa de color crema y perlas en el cuello. ¿Por qué querría una chica de veintidós años vestirse de una forma tan seria?

–Por supuesto que no –aseguró Emmeline sorprendida–. Te lo acabo de decir, esto no va a ser un matrimonio de verdad. Mi padre se sentirá bien sabiendo que nos hemos casado, está chapado a la antigua. Pero no creo que espere una historia de amor. Se trata de un matrimonio dinástico, nada más.

–¿Un matrimonio dinástico? –repitió Pietro.

–Sí, para la gente como nosotros es difícil encontrar a una persona que no esté interesada únicamente en nuestra fortuna.

La joven se encogió de hombros, y Pietro tuvo la impresión de que Col estaba tremendamente equivocado respecto a su hija. No le parecía particularmente vulnerable. De hecho, tenía una visión de la situación que no esperaba.

–Desde luego que no quiero tu dinero. De hecho, no quiero nada de ti. Solo la libertad que este matrimonio me ofrece.

¿Por qué le molestó aquello?

–Mi madre querrá tener nietos –se oyó decir Pietro para su propia sorpresa. Tal vez estaba intentando desestabilizarla.

–Pues me temo que tu madre tendrá que vivir con esa decepción. Al menos tendrá la satisfacción de no ver a su hijo en las revistas del corazón todas las semanas por los motivos equivocados –Emmeline se puso de pie y empezó a recorrer la estancia arriba y abajo–. Pero tendrás que ser más discreto. No quiero que me avergüences. El mundo debe pensar que el nuestro es un matrimonio normal. Supongo que tendremos que acudir a algunos eventos juntos para que nos vean en público de vez en cuando… ese tipo de cosas. Pero dentro de las paredes de tu casa podrás hacer lo que te dé la gana y con quien quieras.

–Entonces, si entras en esta habitación y me encuentras teniendo relaciones sexuales con una de mis amantes, ¿no te importaría?

A Emmeline le dio un vuelco el corazón, pero mantuvo la expresión neutra.

–Solo por motivos sanitarios –afirmó–. Mi padre cree que una boda rápida es lo mejor, y si nos casamos este mes tendría tiempo de matricularme en un par de materias en la universidad. Así que ya ves, estaré fuera mucho tiempo y no te molestaré.

–Ahí vamos a tener un problema –murmuró Pietro–. Aunque agradezco tu generosidad al respetar completamente mi vida social, me temo que yo no voy a ser tan tolerante con la tuya. No me casaré con una mujer que salga con otros hombres. Que se quiera acostar con ellos.

Emmeline puso cara de sorpresa. No se le había pasado por la cabeza aquella posibilidad.

–¿Por qué no?

Pietro entornó los ojos.

–Porque eso podría dar la impresión de que no soy capaz de satisfacer a mi esposa. Este punto no es negociable, cara.

Emmeline chasqueó la lengua. No tenía pensado salir por ahí a buscar novio. Ni se le había pasado por la cabeza. Pero ahora, al hablar con él, la injusticia de que él pudiera seguir acostándose con todo el mundo por Roma y que ella no tuviera la misma oportunidad le parecía poco razonable.

–Entonces tú también deberías abstenerte –murmuró.

–Esa no es una sugerencia muy razonable –afirmó Pietro acercándose a ella como si fuera su presa–. Porque a mí me gusta el sexo, soy un hombre de sangre caliente y eso forma parte de mi vida. Si me obligas a renunciar al sexo con otras mujeres, entonces eso te deja solo a ti para…

Dejó la frase sin terminar pendiendo entre ellos.

–Vale, vale –Emmeline alzó las manos en gesto de rendición, pero ya era demasiado tarde para calmar la oleada de sensaciones que se había apoderado de ella–. Nada de sexo. Solo para ti –cerró los ojos–. Y si conozco a alguien que me guste te lo contaré, ¿trato hecho?

Pietro apretó los labios y la observó fijamente. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos muy abiertos. Los labios le temblaban ligeramente. Fascinante. ¿Era porque estaba molesta, o había alguna otra sensación?

–Sí.

Ella dejó escapar un suspiro tembloroso y asintió lentamente con la cabeza.

–Entonces, ¿nos casamos?

–Hay algunos asuntos más que considerar –murmuró Pietro–. Por ejemplo, tu aspecto.

Emmeline se quedó paralizada y le miró a los ojos con asombro.

–¿Qué pasa con mi aspecto?

–Nadie se va a creer que haya elegido casarme contigo –se limitó a decir él.

Lo dijo con naturalidad. Tanta que Emmeline supo que no había sido su intención herirla.

–¿Por qué no? –entornó los ojos con la esperanza de que su rostro no reflejara los efectos de la crueldad de sus palabras.

–Porque no eres el tipo de mujer con el que salgo. Y, como tú misma has comentado, hay imágenes de sobra de mí con ese tipo de mujer por toda la Red.

Emmeline las había visto. Y sí, Pietro tenía un tipo de mujer muy definido: Alta, delgada, voluptuosa e impresionante.

–A mí me gusta mi aspecto –afirmó. Pero era mentira. Había desarrollado hacía años el hábito de ocultar su cuerpo.

–No hará falta mucho esfuerzo –aseguró Pietro recorriéndola con una mirada indiferente.

Le llegó el recuerdo distante de la primera vez que la vio y el deseo instintivo y rápido que se apoderó de su cuerpo antes de recordar lo joven que era. Era una belleza natural. ¿Por qué lo disimulaba?

El fuego y la rabia ardieron en las venas de Emmeline.

–No.

Pietro apretó los labios.

–Si voy a pasar por esto espero que empieces a vestir como si tuvieras figura y presupuesto para ropa. Eso es lo que la gente esperará de mi esposa –afirmó–. Esto es Roma. Busca una boutique y dedícate al culto al cuerpo. Entonces me lo plantearé.

Su arrogancia y su prepotencia la enfurecían, pero tenía al alcance de la mano su sueño y la puerta a la libertad y no iba a permitir que su aspecto la detuviera.

–Muy bien –los ojos le brillaron con determinación.

Pietro asintió y sacó algo de la cartera. Algo pequeño y blanco. Luego se lo pasó y ella vio que era la tarjeta de visita de una mujer: Elizabetta Ronimi.

–Es el número de mi secretaria. Ella se encargará contigo de los detalles de la boda y tu traslado a la villa. A mí me viene bien cualquier momento del próximo mes. ¿De acuerdo?

–Sí –murmuró Emmeline.

–Bien.

Se lo quedó mirando unos segundos hasta que se dio cuenta de que la estaba echando. Se le sonrojaron las mejillas y se acercó a la silla para agarrar el bolso.

–Le diré a Remi que te lleve a casa –Pietro la detuvo en el umbral y le puso la mano en el codo. Emmeline sintió una oleada de calor por todo el cuerpo–. Es mi chófer, y pronto será también el tuyo. Ve con él.

Emmeline no quería discutir. Quería marcharse de allí lo más rápidamente posible.

–Gracias.

–Non ce di che –respondió él en voz baja–. Hasta pronto, señora Morelli.

Emmeline cerró los ojos mientras salía de su despacho. Una única pregunta le rondaba por la cabeza.

¿A qué diablos acababa de acceder?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El sol estaba alto en el cielo y caía sobre Roma, pero Emmeline apenas lo sentía. Tenía frío hasta el centro de su ser y mucha angustia.

Al final habían hecho falta cinco semanas para hacer todo el papeleo, incluida una solicitud de visado para Italia. Su apellido la ayudó en gran medida a abrir varias puertas, como de costumbre.

Pero ¿quién era aquella mujer que la miraba ahora? Se le formó un nudo en el estómago mientras observaba su reflejo.

–¿No te alegras de que hayamos tirado por lo romántico? –preguntó Sophie pasándole a su mejor amiga el brazo por los hombros–. Estás espectacular.

Emmeline asintió lentamente. Sophie tenía razón. El vestido era espectacular, un guiño al glamour de los años veinte de manga corta, ajustado y con pedrería. Se había peinado también con un estilo vintage, con el pelo colocado a un lado y ligeramente ondulado, sujeto con un pasador de diamantes que había pertenecido a su abuela Bovington. Llevaba un pequeño collar de diamantes y pendientes a juego. El maquillaje era una especie de milagro, porque la mujer que estaba mirando a Emmeline era… guapa. Sí, guapa.

–Creo que deberíamos salir ya.

–Sí, bueno, vamos un poco tarde… pero esa es tu prerrogativa el día de tu boda, ¿no?

Emmeline torció el gesto y alzó la cabeza.

–Cariño, vas a tener que ensayar la cara de felicidad –murmuró Sophie–. Tu padre va a pensar que esto es una tortura para ti si no te alegras un poco.

–No es una tortura –se apresuró a decir ella.

Aunque había guardado el secreto de aquel matrimonio, Sophie la conocía lo suficiente como para sumar dos y dos y hacerse una idea.

–Más te vale. He visto a tu novio antes y… guau. Está como un tren.

Emmeline no lo dudaba. Pietro Morelli era el ser humano más atractivo del mundo en un día normal, así que el día de su boda… bueno, si había dedicado la mitad de tiempo y dinero que ella, entonces más le valía estar preparada.

Estaba tomando la decisión correcta. Estaba a punto de conseguir la libertad que tanto anhelaba, aunque a un precio algo caro, y su padre estaría tranquilo y contento. Y a la larga se divorciaría de Pietro y todo estaría bien.

–Vamos allá –dijo con un brillo renovado de decisión en la mirada.

Sophie abrió la puerta del habitáculo situado al fondo de la antigua capilla, asomó la cabeza y asintió.

Comenzó a sonar la música, alta y bella. Una mezcla de órgano, cuerda y viento. El Canon