Rendidos al pasado - Carole Mortimer - E-Book

Rendidos al pasado E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Su regreso le hizo recordar el doloroso pasado Mia Burton creía que nunca volvería a ver a Ethan Black, el hombre que le robó el corazón. Aunque había hecho lo posible por olvidarlo, ¿cómo podía borrar de su memoria al hombre más maravilloso que había conocido en su vida? Pero Ethan le trajo dolorosos recuerdos de su pasado, y Mia se esforzó por mantenerlo a distancia. Lo que no sabía era que Ethan había vuelto a su vida con la intención de hacer cualquier cosa por recuperarla. ¿El motivo? Mia tendría que ir a su mansión en el sur de Francia para averiguarlo…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.

RENDIDOS AL PASADO, N.º 2138 - febrero 2012

Título original: Surrender to the Past

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-469-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

TE IMPORTA si me siento?

–Por supuesto que no. De todas maneras, ya me iba.

Mia pronunció estas palabras con efusiva cortesía antes de alzar la mirada. Su cordial sonrisa se congeló en cuanto reconoció al hombre que estaba de pie junto a su mesa en la abarrotada cafetería.

¿Cómo no iba a reconocer a Ethan Black? Alto. Moreno. Enérgico. Arrogante. De un atractivo magnético. Pero…

Mia respiró hondo mientras lo miraba desafiante. Llevaba cinco años sin verlo. Su cabello seguía siendo tan oscuro como la noche, aunque lo llevaba más corto que antes y cuidadosamente peinado. Seguía pareciendo un modelo, con su rostro amplio, mirada inteligente, penetrantes ojos grises y unos pómulos marcados a ambos lados de una nariz larga y recta. Y luego estaba su boca, traviesa y voluptuosa, rematando una mandíbula firme y cuadrada. Una boca que no sonreía en ese momento…

Aunque esencialmente seguía siendo la misma persona, algo había cambiado en él.

Ethan debía de andar por los treinta y un años, seis más que Mia, y su madurez se manifestaba en la cínica profundidad de su mirada, que en aquel momento tenía el color de un sombrío cielo invernal. Tenía las mejillas más hundidas y sus ojos y boca estaban rodeados de finas arrugas.

Llevaba un traje de chaqueta de diseño, abrigo de cachemir a media pierna y zapatos de piel italianos, todo en color negro. Medía unos treinta centímetros más que Mia, que con su metro sesenta y cinco de estatura, estaba sufriendo de tortícolis.

–Ethan –dijo secamente, sabiendo que su reacción inicial había sido demasiado obvia como para pretender que no lo había reconocido.

Su presencia en la cafetería de Mia no podía ser una coincidencia. Había una dureza en la actitud de Ethan muy en consonancia con los cambios producidos en su apariencia. Una arrogancia que le recordaba al hombre para el que Ethan trabajaba: su propio padre.

Mia alzó las cejas.

–Se supone que tienes que pedir un café y una galleta en el mostrador antes de sentarte.

Él se encogió de hombros con indiferencia.

–¿Y si no quiero café ni galletas?

–Entonces creo que te has equivocado viniendo a un establecimiento que se llama «Coffee and Cookies».

–No me he equivocado, Mia.

–Por supuesto que no –concedió ella–. El omnipotente Ethan Black nunca se equivoca.

Él ignoró fríamente el comentario.

–¿Podríamos hablar en privado? –preguntó paseando la mirada por el recinto, lleno de gente riendo y charlando.

–Me temo que no –respondió Mia al tiempo que cerraba la revista que había estado hojeando antes de la llegada de Ethan–. Mi descanso de la tarde ha terminado y, como puedes ver, estamos un poco liados.

Él se quedó inmóvil, interrumpiéndole el paso.

–Estoy seguro de que la dueña puede tomarse descansos siempre que quiere.

–Entonces está claro que no quiero.

A Mia no le sorprendió en absoluto que Ethan supiera que era la dueña de la cafetería. Si había sabido dónde localizarla un jueves a las cuatro y media de la tarde, también habría averiguado que era la propietaria del establecimiento.

–Entonces esperaré aquí sentado a que acabes tu jornada laboral.

–No si no pides un café y galletas.

–Pues así lo haré –replicó él–. O mejor aún, ¿por qué no quedamos en algún sitio cuando cierres?

Mucho, mucho tiempo atrás, en otra vida, Mia habría estado encantada de quedar con Ethan. En cualquier momento. En cualquier lugar.

Hacía mucho, mucho tiempo…

Sonaba como el comienzo de un cuento de hadas. Probablemente eso había sido su enamoramiento: nada más que una fantasía.

–¿Cómo me has encontrado, Ethan? –suspiró.

–¿Te extraña que lo haya hecho cuando tu padre no lo consiguió después de buscarte durante cinco años?

Los labios de Mia formaron una fina línea.

–Si buscó todo ese tiempo, entonces sí.

–Deberíamos ir a algún sitio privado para hablar de esto, Mia –dijo él haciendo una mueca.

–Te he dicho que no. ¿Te envía mi padre?

–Nadie me envía a ningún sitio, Mia.

–¿Quieres decir que has venido a hablar contigo por tu propia voluntad o que mi padre ni siquiera sabe que estás aquí? –preguntó, escéptica.

–Las dos cosas.

Era obvio que lo último le incomodaba.

–Si no te envía mi padre, ¿por qué has venido?

–Ya te lo he dicho, porque quiero hablar contigo –murmuró en tono cortante.

–¿Y qué pasa si yo no quiero hablar contigo?

–Lo estás haciendo, te guste o no.

Era cierto. Y Mia no tenía intención de seguir haciéndolo.

–Estoy ocupada, Ethan –dijo poniéndose en pie.

Él miró en derredor. La cafetería era tan cálida y acogedora como un cuarto de estar, con cómodos sillones alrededor de mesitas bajas y cuadros en las paredes. Había clientes de todas las edades: una mujer con su hijo pequeño, varios estudiantes de una universidad cercana y unas cuantas señoras mayores charlando y tomando café. El negocio iba viento en popa, comprobó Ethan.

Se volvió hacia la mujer de expresión hosca que estaba junto a él. Mia tenía veinte años cuando Ethan la vio por última vez. Entonces tenía una cara bonita y luminosa dominada por unos alegres ojos verdes, un cuerpo rellenito y un pelo largo y liso del color del maíz maduro.

Pero aquella suavidad había desaparecido. Su cara era ahora angulosa y su cuerpo, delgado y tonificado por el ejercicio. Su cabello, esa melena larga y gloriosa que le llegaba hasta la cintura y que Ethan recordaba cayendo suavemente por su piel desnuda, también había cambiado. Pero tenía que reconocer que el pelo corto favorecía a la sobria belleza de su rostro y hacía destacar el color esmeralda de sus ojos.

Contempló con incredulidad los cambios producidos en ella mientras movía la cabeza de un lado a otro.

–¿Qué te ha pasado, Mia?

–¿A qué te refieres? –preguntó con los ojos entornados.

–A todo. Has cambiado tanto que…

–¿Que ni mi padre me reconocería? –terminó la frase.

–Me imagino que eso era lo que pretendías.

–Por supuesto.

Ethan la observó con ojo crítico.

–Puede que William no te reconociera, pero yo sí. Con ropa o sin ella –añadió.

Mia dio un resoplido.

–Eso que has dicho está fuera de lugar.

–Veo que no te hace gracia que te recuerde que nos hemos visto desnudos.

–Márchate, Ethan. ¡Ahora mismo!

Él la miró inquisitivamente.

–Nunca te habría imaginado trabajando en una cafetería, y mucho menos como dueña de una.

–¿Y por qué no? –preguntó ella secamente–. ¿Creías que a la hija de Kay Burton se le iban a caer los anillos por trabajar?

–Nunca te he comparado con tu madre, Mia.

La madre de Mia…

Una anfitriona consumada. Bellísima. Mundana. Hasta el accidente que, nueve años atrás, la había privado, no sólo de su belleza, sino también del uso de sus piernas.

Mia clavó la mirada en Ethan.

–Si no te vas por tu propio pie en los próximos treinta segundos, llamaré a la policía para que te saquen de aquí a la fuerza.

Él compuso una mueca fingida de horror.

–¿Y qué razón piensas aducir?

–¿Que me estás dando la lata en público, por ejemplo? Además, a lo mejor me da por llamar a la prensa. Estoy segura de que a más de un periodista le encantaría hacerle fotos a Ethan Black mientras lo echan a la fuerza de una cafetería –le provocó.

Ethan apretó la boca y entornó los ojos.

–¿Me estás amenazando?

–Probablemente –confirmó ella.

–¿No te das cuenta de que, aunque me marche ahora, volveré en otro momento?

Sí, Mia se daba cuenta… Ahora que la había encontrado, no iba a desaparecer así como así sin decirle lo que había ido a decirle…

Habían pasado cinco años. Cinco años en los que Mia había cambiado hasta el punto de resultar irreconocible, como bien había señalado Ethan. Y no se trataba solamente de cambios físicos.

Cinco años atrás había estado perdidamente enamorada de Ethan. Un interés al que él había correspondido durante un breve periodo de tiempo. La relación terminó de forma brusca cuando la madre de Mia murió repentinamente. Mia tomó conciencia entonces de los frágiles cimientos en los que había construido su mundo, un lugar que siempre le había parecido repleto de posibilidades y que se le antojaba de pronto un espacio incierto y desolado.

–Haz lo que te dé la gana –repuso ella secamente.

–Es lo que suelo hacer.

–Menuda novedad. Después de trabajar para mi padre todos estos años no sólo has acabado pareciéndote a él en aspecto y forma de vestir. También hablas como él, como si fueras Dios Todopoderoso.

–Puedes insultarme todo lo que quieras, pero no metas a tu padre en esto.

–Me parece bien. Te quedan diez segundos de los treinta, Ethan –anunció, impasible.

–Como te he dicho, volveré.

Sus palabras sonaron a advertencia, más que a promesa. Una advertencia que Mia no pensaba tomar en consideración.

–Todavía me acuerdo de cuando te morías por verme –su mirada la recorrió con lentitud deliberada–. Por verme al natural…

Mia se ruborizó al recordar lo íntimamente que había conocido a Ethan en el pasado.

–Te ruego que te marches, Ethan.

Él inclinó burlonamente la cabeza.

–Lo haré, pero sólo por el momento.

Mia vio con frustración cómo Ethan se daba la vuelta y caminaba con seguridad hacia la puerta antes de girarse brevemente para posar su mirada desafiante en ella una vez más. A continuación, salió del establecimiento y cerró la puerta tras de sí.

La valentía de la que había hecho gala la abandonó y Mia comenzó a respirar agitadamente. Le temblaban las rodillas y tuvo que apoyar las manos en la mesa para sostenerse.

–¿Te encuentras bien, Mia? –preguntó con preocupación Dee, la joven camarera de diecinueve años que ayudaba a Mia en la cafetería.

¿Que si se encontraba bien? No, por supuesto que no se encontraba bien. ¡Habían pasado cinco años! Y Ethan aparecía de nuevo en su vida como si nada. Y lo que era aún peor, parecía que no tenía intención de desaparecer hasta haberle dicho lo que tenía tanto interés en comunicarle.

–Creo que tengo que salir fuera a tomar el aire –contestó con una débil sonrisa–. ¿Os podéis quedar solos Matt y tú un rato más?

–Por supuesto –le aseguró Dee de buena gana.

Mia se dirigió a la cocina, se puso la chaqueta de cuero y salió por la puerta trasera. Respiró a grandes bocanadas el fresco aire de septiembre antes de echar a andar apresuradamente.

Ethan…

El hombre con el que había fantaseado durante años y que finalmente le había pedido salir, haciendo realidad todas sus fantasías.

El hombre del que se había creído una vez profundamente enamorada.

¡El mismo hombre que seguía siendo capaz de perturbarla con su sola presencia!

Capítulo 2

PENSÉ que tenías prisa por volver al trabajo. Mia no se había dado cuenta de que la seguían mientras caminaba a paso rápido hacia el parque. Respiró hondo y compuso una expresión de indiferencia antes de volverse hacia Ethan.

–Podía acusarte de acoso –lo amenazó con ojos desafiantes.

A Ethan Mia le había parecido muy diferente en la cafetería. No sólo en aspecto, sino en actitud. Pero ahora advertía reminiscencias de la vieja Mia: en la profundidad de su mirada, en la suave curva de su boca, en la vulnerable inclinación de su barbilla.

–No creo que a la policía le interese que un hombre visite a su hermanastra, a la que hace mucho tiempo que no ve.

–No eres mi hermanastro, Ethan. Renegué de lo que quedaba de mi familia antes de que tu madre se casara con mi padre hace cuatro años y medio.

Ethan calculó que iba a hacer falta más de una conversación para calmar el resentimiento que Mia sentía hacia su pasado.

–¿Podemos empezar de nuevo?

–¿Y por dónde quieres hacerlo? ¿Por cuando era alumna del internado del que era directora tu madre? ¿Por cuando tu madre se lió con mi padre? ¿O quizá por el día en que, oh, casualidad, empezaste a trabajar para Burton Industries, la empresa de mi padre, nada más terminar el doctorado en la London School of Economics?

–Te lo voy a decir sólo una vez más, Mia. Mi madre no conocía a tu padre antes de que te mandaran a Southlands School. Y la amistad que entablaron no tuvo nada que ver con que yo consiguiera un trabajo en Burton Industries. Cuando terminé la universidad me llamaron cazatalentos de varias empresas. La de tu padre tuvo la suerte de contratarme.

Mia tuvo que reconocer que tenía razón. Ethan estaba muy bien cualificado y era ambicioso. Cinco años atrás se preguntaba cómo podía haber tenido la suerte de atraer la atención de alguien como Ethan Black, el típico hombre guapo, alto y moreno que podía tener a la mujer que quisiera.

Mia era la única hija del multimillonario William Burton y su bella y vividora esposa, Kay. Pero, debajo de la ropa de diseño que su madre insistía en comprarle, había una Mia terriblemente tímida, monilla más que guapa, muy diferente a las mujeres por las que Ethan solía sentirse atraído.

Cuando Mia descubrió que la madre de Ethan tenía una aventura con su padre, comprendió la razón de la atracción de Ethan. Grace estaba intentando cazar al padre, y Ethan a la hija. Uno de los dos tenía que salirse con la suya.

–Deja de calificar como «amistad» la sucia relación que entablaron nuestros padres. Fue horrible darme cuenta de que la única razón por la que mi padre eligió aquel internado era que le proporcionaba la excusa perfecta para visitar a su amante.

–¡Deja de hablar así, Mia! –Ethan la tomó por los brazos y la sacudió.

–¡Suéltame, Ethan! ¡Me estás haciendo daño!

La presión de sus dedos aumentó a través de la fina chaqueta de cuero.

–¿Que te estoy haciendo daño? –preguntó mirándola con desprecio–. ¿Tienes idea del dolor que causaste a tu padre desapareciendo como si tal cosa hace cinco años?

–Estoy segura de que a ti no te afectó de la misma manera, ¿verdad, Ethan? –murmuró ella despectivamente.

–¿Me creerías si te dijera que sí?

–No. Dios mío, yo era tan ingenua, tan tonta… –gimió.

–¿Porque te sentías atraída hacia mí?

–¡Porque fui lo suficientemente estúpida como para pensar que tú estabas interesado en mí!

Él frunció el ceño sombríamente.

–Y lo estaba.

–Por favor, Ethan. Lo que te interesaba era la cuenta bancaria y la empresa de mi padre. ¡A ti y a tu madre, a los dos!

–Yo que tú tendría cuidado con lo que dices, Mia –la advirtió con frialdad.

–Por lo menos, yo tuve el sentido común de apartarme de aquello, mientras que mi padre…

–Te he dicho que no hables así, Mia.

–En cualquier caso, ahora nada importa –continuó encogiéndose de hombros–. Cinco años más tarde, conseguiste lo que querías. Tu madre está casada con mi padre y tú diriges Burton Industries.

–¿De verdad crees que eso es lo que yo buscaba?

–Por supuesto, siempre has hecho lo que te interesaba. Y dejemos clara una cosa: yo no desaparecí hace cinco años: simplemente, me largué. Tenía veinte años y, si no me equivoco, en este país a esa edad se te considera un adulto capaz de tomar tus propias decisiones. Además, le dejé una nota a mi padre.

–«No te molestes en buscarme, porque no me encontrarás» –citó Ethan con indignación–. ¿Te parece bonito dejar esa nota al hombre que te amó y te cuidó desde el día en que naciste?

Mia entornó los ojos.

–Fue más de lo que se merecía. Y lo hice solamente para evitar que denunciara mi desaparición a la policía.

–¿Y qué hay de mí, Mia? ¿Qué me merecía yo? Salíamos juntos, nos acostábamos juntos, cuando decidiste largarte de esa manera.

–No te acostabas conmigo, Ethan, sino con la hija del jefe.

–Eso no es verdad.

–Lo sea o no lo sea, ya no tiene importancia. Saber que eres el hijo de la mujer que se burló de mi madre es razón suficiente para no querer volver a verte jamás.

–Vale, olvidemos nuestra relación, si lo prefieres. Pero William es tu padre…

–Algo que llevo mucho tiempo queriendo olvidar.

Mia se dio la vuelta y echó a andar hacia un banco de madera del parque, donde se sentó. Deseó que Ethan no la siguiera, pero no le sorprendió comprobar que él recorría la misma distancia y se sentaba en el otro extremo del banco.

Los dos permanecieron en un silencio incómodo durante varios minutos.

–No denunció tu desaparición, pero vaya si te buscó. Bueno, te buscamos –dijo Ethan con suavidad, rompiendo el silencio.

–No hables en plural, Ethan –lo cortó ella secamente–. Sé perfectamente que a ti no te convenía que me encontraran. Una vez yo fuera de juego, tu madre y tú podíais camelaros a mi padre.

–Está bien. Veo que es inútil tratar de razonar contigo acerca de mi madre y de mí. Pero ¿y tu padre? ¿Cómo pudiste darle la espalda de esa manera? –preguntó Ethan sacudiendo con impaciencia la cabeza–. William te buscó durante meses. Durante años. Siguió todas las pistas que podían conducirle hacia ti, hasta las más insignificantes.

–Y pensar que nunca me fui de Londres… –comentó Mia sin mirarlo.

–¿Cómo? –preguntó Ethan, incrédulo–. ¿Has estado aquí todo este tiempo?

–Sí –respondió ella con una sonrisa carente de humor–. No pongas esa cara de asombro, Ethan. ¿No sabías que la mejor manera de evitar que el enemigo te descubra es poniéndote delante de sus narices?

–Ninguno de nosotros éramos tu enemigo –la miró con frustración–. ¿Y dónde exactamente en Londres?

–Me alojé en casa de unos amigos los dos primeros meses.

–Pero si nosotros… William se puso en contacto con todos tus amigos para preguntarles si te habían visto o sabían algo de ti.

Ella alzó las cejas.

–Eran mis amigos, Ethan, no los suyos.

–¡Menudos amigos! ¿Y adónde fuiste después?

–Compré un apartamento, hice unos cursos y, hace un par de años, abrí la cafetería.

–¿Cursos de qué? William comprobaba todos los años las listas de estudiantes de todas las universidades para ver si estabas en alguna de ellas –explicó con el ceño fruncido.

–Me apunté a una conocida escuela de cocina aquí en Londres –anunció con satisfacción.

–¿Una escuela de cocina? ¿Es que eres tú la que hace las galletas en Coffee and Cookies?

Estuvo a punto de reírse de la incredulidad de Ethan, pero no lo hizo. Aunque le encantaba la idea de haber dejado estupefacto al arrogante Ethan Black no tenía ganas de risas. Ni tampoco de decirle que no sólo hacía las galletas que servía en su cafetería, sino que también las vendía a dos selectas tiendas de alimentación de Londres.

–Mi abuela materna no sólo me dejó en herencia un importante fideicomiso que mi padre me cedió al cumplir los dieciocho. También me enseñó a hacer tartas y pasteles. Y se me da bien –añadió en tono defensivo al ver que Ethan no le quitaba la vista de encima.

–No me cabe la menor duda –asintió él lentamente–. Pero no tiene nada que ver con la carrera de económicas que empezaste antes de marcharte.

–Eso fue decisión de mi padre, no mía.

–¿Porque esperaba que algún día te hicieras cargo de Burton Industries?

–Probablemente. Qué suerte tuvo de que llegaras tú y llenaras el vacío.

–No va contigo eso de ser retorcida y mordaz, Mia.

–No soy retorcida y mordaz, sino realista.

–Cerraste tu cuenta bancaria dos días después de marcharte. Todos pensamos que te habías marchado al extranjero.

Mia se encogió de hombros.

–Eso es lo que quería que creyerais.

–Fue increíblemente cruel, Mia.

Sus ojos centellearon.

–¡No tienes ni idea de lo que significa esa palabra!

–Pues lo estoy aprendiendo rápidamente, créeme –repuso él, taciturno.

Mia se quedó callada. Observó a la gente que pasaba por el parque: algunos paseaban a sus perros; otros llevaban a sus hijos a casa tras el colegio. Gente corriente haciendo su vida normal. Y, sin embargo, la presencia de Ethan, hacía que para ella aquel día fuera todo menos normal.

Se giró para mirarlo. El corazón se le encogió en el pecho al advertir la expresión sombría con la que él correspondió a su mirada.

Tenía que reconocer que estaba más atractivo que nunca. Los signos de madurez se combinaban con su arrogante confianza en sí mismo y le daban un aire peligroso.

–Olvidaba darte la enhorabuena –dijo alzando la barbilla–. Hace unos meses leí en el periódico que te habían nombrado consejero delegado de Burton Industries.

Él la miró con los ojos entornados.

–¿Y leíste también las circunstancias que me llevaron a aceptar el puesto?

Mia se giró para evitar su penetrante mirada.

–Mi padre tuvo un ataque al corazón.

–¿Sabías que William estuvo enfermo? –preguntó con incredulidad.

–Sí –confirmó ella en tono neutro.

–¿Y aun así no fuiste a verlo?

Ethan no hizo ningún esfuerzo por ocultar su repulsión. Mia había sabido todo ese tiempo lo del ataque al corazón y ni siquiera se había molestado en telefonear a su padre, por no hablar de ir a visitarlo…

–Obviamente no lo hice –suspiró ella.

–¿Y si hubiera muerto y no hubieras vuelto a verlo nunca más?

Mia controló un escalofrío. Por mucho daño que su padre le hubiera hecho, no estaba completamente segura de haber hecho lo correcto. Pero Ethan no tenía por qué saberlo.

–No tengo intención de volver a verlo nunca más –anunció encogiéndose de hombros.

–¿Y si te dijera que sufrió el ataque al corazón porque creyó haberte visto?

–Han pasado cinco años, Ethan. No trates de hacerme sentir culpable.

–Cinco o cincuenta, da igual. ¡Tu padre nunca dejará de quererte, ni de buscarte!

La expresión de Mia continuó imperturbable.

–No soy responsable de las acciones de mi padre.