Sabores mágicos - Nancy Robards Thompson - E-Book

Sabores mágicos E-Book

NANCY ROBARDS THOMPSON

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Beschreibung

Receta para un cuento de hadas Ingredientes 1 mujer bella. 1 atractivo y famoso cocinero. Cantidad ilimitada de pasión desenfrenada. Modo de hacerlo 1. Tomar a la despampanante Lindsay Bingham. 2. Colocarla en el castillo de una exótica isla del Mediterráneo. 3. Añadir un poco de sabor en forma del atractivo y famoso cocinero Carlos Montigo. 4. Convertirlos en los presentadores de un programa de la TV. 5. Provocar que suba la temperatura a causa del deseo. 6. No quemarse cuando explote la pasión. 7. ¡Cocinar hasta que Lindsay y Carlos se enamoren locamente!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Nancy Robards Thompson

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sabores mágicos, n.º 1862- febrero 2022

Título original: Accidental Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-593-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

PODRÍAS ser capaz de conseguir que una chica crea en los cuentos de hadas —Lindsay Bingham colocó un mechón de pelo a su amiga Sophie Baldwin bajo el velo de novia.

Sophie tenía aspecto de princesa. Lo que era. Una verdadera princesa.

La boda era mágica y el banquete era el evento social del año. A Lindsay le costaba creer que Sophie Baldwin, de Trevard, en Carolina del Norte, perteneciera a la realeza.

El año anterior había descubierto que tenía derecho al título por nacimiento y se había trasladado a la isla de St. Michel. Y por si no fuera suficientemente afortunada, acababa de casarse con un príncipe en una preciosa ceremonia en pleno mes de diciembre.

En ese mismo momento, Luc Lejardin, estaba en la pista de baile sosteniendo a otra mujer entre sus brazos. Pero por su forma de mirar a su prometida era evidente que sólo tenía ojos para ella.

Lindsay suspiró. Ella habría renunciado a todo un reino por tener a un hombre que la mirara de esa manera.

—Si sigo tarareando Wish Upon A Star, ¿me convertiré en Cenicienta?

Sophie sonrió.

—Puede, pero puesto que esa canción es de Pinocho, puede que termines con un chico mentiroso en lugar de con un atractivo príncipe.

Chicos mentirosos. La historia de su vida.

—Eso es cierto —admitió—. La canción de la Cenicienta era A Dream Is a Wish Your Heart Makes…

Sophie le guiñó un ojo.

—Soñar un poco nunca hizo mal a nadie.

—Sí, pero de cara al futuro, voy a hacer algo más que soñar. Voy a recomponer mi vida. Pondré en marcha el plan La nueva yo.

Sí, mucho mejor que el plan de autodestrucción. Una estrategia que comprendía ver cuántos años podía aguantar en su trabajo como recepcionista en Trevard Social Services y con cuántos hombres equivocados podía salir en toda su vida.

Ella suspiró al escuchar sus propias protestas. Sinceramente, el plan La nueva yo era mucho más fácil en la teoría que en la práctica. Su trabajo como recepcionista era muy cómodo. Era tan sencillo que podía hacerlo de manera automática. Pero el trabajo no la llevaba a ningún sitio.

Igual que los hombres con los que salía a veces.

Desde su punto de vista, el viaje hacia el amor verdadero se parecía a caminar por una cuerda floja a través de un precipicio. Ella había caminado por esa cuerda en otras ocasiones, sujetando la mano del hombre que amaba y que, según decía, deseaba pasar el resto de su vida con ella. Al final, él, no sólo le soltó la mano, sino que además la empujó hacia el abismo.

Ella había estado a punto de ahogarse en la miseria.

Incluso siete años después, cuando pensaba en el hombre que le había partido el corazón, seguía experimentando dolor.

Para calmarlo, salía con hombres. Pero ninguno de los que había salido era adecuado para el matrimonio.

Ella lo prefería así. Saliendo con chicos malos se aseguraba de que la relación no duraría. Y ella procuraba proteger su corazón. Para que no pudieran partírselo otra vez.

Sophie apretó la mano de Lindsay.

—Creo que es una gran idea que te centres en ti, y para ayudarte, tengo una sorpresa para ti —el rostro de Sophie se iluminó de una manera que Lindsay ya había visto antes. Una manera que indicaba que debía correr en otra dirección, lo más deprisa posible.

—¿Qué estás tramando? —preguntó Lindsay entornando los ojos.

—Te lo contaré enseguida. Primero tengo que saludar a alguien.

Sophie miró a un hombre bajito que se acercaba a ellas.

—Alteza, ha sido una boda maravillosa —el hombre tenía cierto acento italiano. Se inclinó para besar la mano de Sophie—. Ha sido un gran honor estar presente en un evento tan memorable.

Lindsay se volvió hacia Sophie.

—¿Me disculpas un momento?

Sophie sonrió.

—¿Va todo bien?

Lindsay asintió.

—Por supuesto, voy a beber algo. ¿Os apetece alguna cosa?

—Yo no quiero nada —dijo el italiano—. Pero, por favor, permítame que vaya yo.

—No, no, gracias. Quédese aquí para hablar. Yo regresaré enseguida.

—No tienes que marcharte —susurró Sophie.

Ella se había preocupado mucho para que Lindsay no se sintiera fuera de lugar durante su estancia en el palacio. La pobre mujer debía de estar agotada.

—Estoy bien —le aseguró Lindsay—. Te encontraré más tarde.

—Está bien, no te olvides. Tu sorpresa.

Sophie había sido tan generosa con ella que Lindsay no podía imaginar qué más podía ofrecerle. Sobre todo aquella noche. La gran noche de Sophie. Le parecía mal que su amiga ocupara tiempo del día de su boda para ofrecerle algo más. Era la novia la que debía recibir todo tipo de atenciones aquella noche.

Al otro lado de la sala, Lindsay vio a un camarero con una bandeja llena de copas de champán. Ella se acercó, agarró una copa y se volvió para mirar hacia la multitud. En la lista de invitados figuraban varios famosos y Lindsay procuraba ser discreta cada vez que se encontraba con uno. De pronto, posó la mirada sobre un rostro que le resultaba familiar.

Era un cocinero famoso. ¿Cómo se llamaba…?

Mientras se fijaba en su rostro atractivo, con la piel color aceituna, Lindsay repasó varios nombres, pero no consiguió recordarlo.

¿Cómo se llamaba? Solía hacer un programa en la televisión, pero después había sucedido algo. Ella no recordaba el qué. De hecho, ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que lo había visto en la televisión. Y, desde luego, era mucho más atractivo al natural.

«Montigo».

«Carlos Montigo»

«¡Sí! Eso es».

Chasqueó los dedos y, como si él la hubiera oído a pesar de la música y de la conversación, levantó la vista y la miró.

Ella experimentó un extraño nudo en el estómago. Santo cielo, aquel chico era muy atractivo. Pero según decían los titulares de las revistas no era ningún príncipe azul.

Sin embargo, ella no conseguía apartar la mirada.

Ya estaba. El típico chico malo por los que siempre se sentía atraída.

Pero si algo había aprendido era que los chicos malos nunca cambiaban.

En ese momento, Montigo esbozó una sonrisa. Una sonrisa que prometía problemas. La miró de arriba abajo, con una mirada oscura, sexy y de chico malo.

No la miraba de la misma manera que Luc miraba a Sophie. No, era una mirada totalmente diferente. Una mirada que provocó que ella pensara en unas anchas espaldas, en sábanas arrugadas y en mucha más piel de la que él estaba mostrándole en ese momento…

Estuvo a punto de quedarse sin respiración.

Era su última noche en St. Michel…

Aunque él no formara parte de su plan La nueva yo, ella no volvería a verlo.

Pero entonces, sucedió algo extraño. El juicio se apoderó de ella.

¿Qué sentido tenía mantener una aventura de una noche, aparte de disfrutar de una noche de sexo?

Su amiga Ida May Higgins, la mujer que conocía a Lindsay desde que nació y la que se había ocupado de ella desde que su madre murió, insistía en que la única forma en la que Lindsay podía solucionar lo que Derrick, su antiguo prometido había destrozado, era tomándose tiempo para estar sola y así llegar a conocerse a sí misma.

Sola.

No con aventuras de una noche.

Además, Sophie todavía tenía que cortar la tarta y tirar el ramo. Y como dama de honor, Lindsay tenía que estar disponible para Sophie y no planificando la manera de liarse con un desconocido.

Esforzándose para no mirarlo, Lindsay se bebió el resto del champán. Dejó la copa en una bandeja y se dirigió hacia la terraza para respirar un poco de aire fresco.

Cualquier cosa para despejar su cabeza.

Si en aquel momento hubiera estado en su casa habría sacado el cuaderno de recetas de su madre. La cocina era su santuario, y cocinar la ayudaba a mantener la cordura.

A pesar de que no tenía recuerdos de su madre, puesto que murió cuando ella era muy pequeña, tenía sus recetas. Y cocinando sus platos, Lindsay se sentía conectada con ella.

Ella se había llevado el cuaderno a St. Michel, pero durante el mes que había estado allí no había estado cerca de ninguna cocina. Así que, puesto que cocinar no era una opción, salió a la terraza.

Varias parejas charlaban a la luz de la luna. Algunas estaban abrazadas y otras se besaban.

Lindsay se dirigió al otro extremo de la terraza para dejarles intimidad y se apoyó sobre la barandilla de hierro. La brisa del océano le acarició el rostro.

Hacía una noche estupenda. En Carolina del Norte habría tenido que ponerse abrigo y guantes para estar fuera en una noche de diciembre. Allí, la noche era fresca, justo lo que ella necesitaba para revivir.

Después de haber pasado un mes en St. Michel, Trevard, en Carolina del Norte, le parecía una mancha en el lejano horizonte. Le resultaba difícil creer que al día siguiente regresaría a casa. Trató de no entristecerse. No quería pasar su última noche allí pensando en ello.

Miró a su alrededor y se fijó en cómo la luna reflejaba sobre el agua, iluminando el cielo con destellos de diamante. Era una noche romántica. Como si el cielo quisiera bendecir la unión de Sophie y Luc en su noche de bodas.

Una estrella fugaz surcó el cielo y ella se estremeció al recordar la conversación que había tenido antes con Sophie. Se frotó los brazos para que se le quitara la piel de gallina, cerró los ojos y pidió un deseo…

Cuando terminó, miró a su alrededor y se fijó en las parejas que estaban en la terraza.

«Bueno, Cenicienta, no vas a encontrar a tu príncipe aquí. Será mejor que regreses dentro».

Al volverse, estuvo a punto de chocarse con alguien. Apenas podía ver su rostro porque estaba a contraluz, sin embargo, enseguida reconoció a Carlos Montigo.

—Hace una noche preciosa —dijo él con un melódico acento hispano.

—Sí, es preciosa. Yo iba…

—Si tienes frío, estaré encantado de dejarte mi chaqueta.

—Te lo agradezco, pero estoy bien.

Él asintió y se acercó a ella.

—La princesa ha elegido una bella dama de honor.

—Gracias. ¿Es amigo del novio o de la novia?

—Soy conocido de Henri Lejardin, ministro de Cultura de St, Michel y hermano del novio. En el pasado me he ocupado del servicio de catering de alguno de sus eventos. Aprovechando que estaba en la ciudad para asistir a otro evento, el Festival de comida y vino de St. Michel, él me ha invitado. Soy Carlos Montigo —le tendió la mano y ella se la estrechó.

—Lindsay Bingham —contestó ella.

Él le besó la mano y la miró a los ojos.

Ella se estremeció y no fue capaz de apartar la mirada. Incluso a pesar de que sabía que debía hacerlo.

Oh, cielos. Estaba en un lío.

En ese momento, él le soltó la mano y posó la mirada sobre sus labios. De pronto, ella sintió que los tenía tan secos que tuvo que humedecérselos antes de hablar.

—¿De dónde eres? —le preguntó.

—De Florida.

—¿De veras? Siempre había pensado que eras europeo.

—¿Siempre? —repitió él, esbozando una sonrisa—. Sin embargo, tú eres norteamericana y, a juzgar por el acento, de algún lugar al sur de Mason-Dixon, ¿tengo razón?

—No. No tengo acento.

Ella se fijó en que sus ojos eran verdes y no marrones como pensaba.

—Sí, cariño, sí tienes acento.

«Oh, cielos». Un chico alto, de anchas espaldas y ojos verdes. Una combinación letal. Y si no tenía cuidado, se metería en un buen lío. Una brisa fresca llegó desde el agua. Ella levantó el rostro y cerró los ojos, confiando en que la ayudara a recobrar el sentido común.

—Mmm, qué agradable, ¿verdad?

—Es el paraíso —murmuró Carlos—. Creo que acabo de encontrar el paraíso, Lindsay Bingham.

—¿De veras? —ella lo miró asombrada—. Y yo creo que acabo de oír el cumplido más falso de mi vida.

Ambos se rieron y él la miró como si fuera a devorarla.

—¿Puedo invitarte a una copa? —preguntó él—. Aprovechando que hay barra libre.

—Sólo si es champán del mejor.

Él sonrió.

—Espera aquí. Traeré una botella.

Sin duda, estaba metida en un lío. Sobre todo porque a los cinco segundos de que él se marchara, ella había empezado a convencerse de que Florida y Carolina del Norte no estaban tan lejos.

Pero eso no significaba que tuviera que acostarse con aquel chico sólo porque él…

Un poco de coqueteo podía sentarle bien. ¿Y por qué no?

Aunque Carlos Montigo era muy tentador, ella estaba cansada. Y si era sincera consigo misma, no tenía energía para jugar. Su instinto le decía que si ponía la mano en el fuego, se quemaría.

—¿Lindsay? Aquí estás —dijo Sophie—. Creía que ibas a volver. Hemos estado buscándote —giró la cabeza para señalar a Carson Chandler, que estaba esperándola en la puerta—. Carson quiere hablar contigo.

¿Para qué quería hablar con ella?

Todo el mundo conocía a aquel hombre. Era un millonario que había convertido una empresa de guías de viaje en un imperio.

Sophie miró a Lindsay y dijo sin voz:

—¡Sorpresa!

—¿Qué? —dijo Lindsay en voz baja.

Pero Sophie la ignoró y se volvió hacia Chandler.

—Carson, ¿me harías un favor?

Él sonrió.

—Sin duda, alteza, sus deseos son órdenes para mí.

—¿Bailarías con Lindsay? Mis ayudantes me reclaman —negó con la cabeza—. No creas que voy a acostumbrarme a tener ayudantes. Ni a la idea de que me tengan que ayudar.

Se volvió y dejó a Lindsay y al hombre mayor a solas. Lindsay se percató de que Carlos regresaría con el champán en cualquier momento. No podía marcharse sin disculparse. ¿Qué clase de sorpresa podía tener Carson Chandler para ella? Era un hombre adinerado y atractivo, sí, pero que podía ser su abuelo. Ella se resistió para no buscar a Carlos con la mirada.

Finalmente, Chandler ladeó la cabeza y le ofreció el brazo.

—¿Bailamos?

—Por favor, no se sienta obligado a entretenerme.

—Bailar con usted, señorita Bingham, será un honor —dijo Carson—. Además, tengo que hablar con usted.

—Oh. De acuerdo, entonces. Pero, por favor, llámeme Lindsay.

Ella lo agarró del brazo y caminó hasta la pista de baile con él. Cuando él sonrió, le recordó a Ricardo Montalbán. Por supuesto. ¿No decían que St. Michel era la isla de la fantasía? ¿Cómo podía haberse olvidado? El lugar donde su mejor amiga se había convertido en princesa y donde Lindsay había podido jugar a la Cenicienta. Durante todo un mes.

Allí estaba, en el baile. Aunque al día siguiente su carroza se convirtiera en calabaza y ella se subiera a un avión con destino a Trevard, había pasado los mejores días de su vida.

Por supuesto, deseaba que su cuento de Cenicienta terminara con un príncipe y una vida feliz.

¿Cuántas mujeres asistían a una boda de la realeza en su vida? Ella debía de estar agradecida por la experiencia, aunque el príncipe no cruzara el Atlántico para ver si el zapato le quedaba bien.

Mientras bailaba con Carson, miró hacia las puertas de la terraza. Se preguntaba si Carlos habría regresado ya. Esperaba que no pensara que había huido de él. Sin duda, la esperaría. ¿No? De pronto, una extraña sensación la inundó por dentro.

Bueno, acababan de conocerse y ella se marcharía al día siguiente. En su plan La nueva yo, no entraba lo de dejarse un zapato en el palacio con la esperanza de que un hombre, Carlos Montigo, lo encontrara y se lo llevara hasta el otro lado del océano.

—La princesa me contó que ha trabajado en televisión, señorita Bingham.

La voz de Carson hizo que volviera a la realidad.

—¿Disculpe?

La música estaba muy alta. Ella no debía de haber oído bien. Él se inclinó hacia ella, acercándose demasiado.

—Es una mujer muy bella. De hecho, no he podido dejar de pensar en usted desde que nos presentaron esta semana. La princesa Sophie me dijo que usted tenía experiencia en periodismo de televisión.

Ella se sonrojó una pizca. Al instante, sintió que un nudo en la garganta le impedía explicar cómo había sido su corta experiencia como periodista. En su memoria apareció el recuerdo del incidente que había truncado el sueño de Lindsay.

—Siento curiosidad por el tipo de trabajo de televisión que ha hecho.

Sophie era una de las pocas personas que sabía lo de su sueño frustrado. ¿Por qué se lo habría contado a Chandler?

—No sé lo que Sophie le ha contado. En la universidad me licencié en periodismo de televisión y durante un corto periodo de tiempo trabajé para una cadena.

—¿Por qué sólo durante un corto periodo? Tengo la sensación de que su rostro quedaría muy bien ante una cámara.

Lindsay se puso tensa. De pronto, se percató de que él tenía la mano sobre su espalda. Nada inapropiado, pero los malos recuerdos que había borrado durante años se apoderaron de su memoria y… Recuerdos de un hombre poderosos aprovechándose de ella…

—Tranquila, señorita Bingham, no es lo que parece. Soy un hombre felizmente casado.

Ella se sintió un poco tonta por haber sacado conclusiones tan deprisa. A pesar de que los hombres de su pasado no habían sido una buena elección, nunca se vendería por un trabajo. Y por eso había abandonado el periodismo de televisión.

—No ha contestado a mi pregunta, señorita Bingham. ¿Por qué ya no trabaja en televisión?

«Oh, Sophie, ¿qué has hecho?».

—No era una carrera para mí.

—¿Y ahora trabaja? —le preguntó, presionando la mano sobre su espalda mientras la guiaba por la pista de baile.

Ella se rió. No pudo evitarlo.

—Bueno, sí. Por supuesto. No todo el mundo pertenece a la realeza, ni tiene mucho dinero. Trabajo para los servicios sociales de Trevard County en Carolina del Norte. Así es como conocí a Sophie.

—¿Desempeñaba el mismo tipo de trabajo que hacía antes la princesa?

—No. No exactamente.

—Bueno, ¿y qué es lo que hace exactamente?

—Soy la directora del departamento.

—¿Y le gusta su trabajo, señorita Bingham?

«No».

—¿Siempre hace tantas preguntas, señor Chandler?

—Sólo cuando intento decidir si voy a ofrecerle a alguien una entrevista de trabajo.

«¿Un trabajo?».

Cesó la música. Carson Chandler guió a Lindsay fuera de la pista de baile.

«¡Espera! ¿Qué trabajo?».

—Gracias por el baile. Señorita Bingham, Chandler Guides tiene un programa de tres minutos que se emite en Food TV entre programas de más duración. Se llama The Diva Dishes y muestra las festividades, y la comida típica de varios destinos. ¿Ha visto los anuncios?

Lindsay asintió. Era adicta a Food TV.

—Los miniprogramas tienen el potencial de incrementar las ventas de nuestras guías de viaje. Pero durante el primer año, el aumento de las ventas no fue lo que esperábamos. Por ese motivo, despedimos a la presentadora. No tenía la chispa que yo buscaba. Ese je ne se sais quoi que cautiva al público.

Hizo una pausa y llevó la mano a la barbilla de Lindsay, mirándole el rostro con detenimiento.

—Tiene unos ojos preciosos, cariño. Seguro que todo el mundo se lo dice.

Lindsay se puso en guardia otra vez. Estaba a punto de retirarse cuando Chandler bajó la mano.

—El lunes, terminaremos las pruebas para contratar a la nueva presentadora. Aquí, en St. Michel. La persona que elijamos empezará inmediatamente porque este fin de semana estamos grabando el Festival de comida y vino de St. Michel. La invito a que se presente a la prueba.

Lindsay se puso tensa. ¿El Festival de comida y vino de St. Michel? ¿No era ése el evento que había mencionado Carlos?

Pero ella no podía hacer la prueba. Se marchaba al día siguiente. Mary esperaba que regresara a trabajar el lunes por la mañana. Además, Chandler había hecho que se sintiera incómoda, provocando que afloraran a su mente malos recuerdos.

Él debió notar que estaba dudando, o quizá no le había dado una respuesta lo bastante entusiasta.

—Lindsay, cientos de personas han hecho la prueba. Si le soy sincero, será la única que hará la prueba el lunes. Estoy seguro de que no tengo que recordarle que la princesa es una gran amiga suya. Ella fue muy generosa a la hora de describirla, y me convenció de que es la diva que estaba buscando.

Cielos, Sophie no bromeaba cuando le dijo que tenía una sorpresa para ella.

Mientras Lindsay buscaba una respuesta para Chandler, el reloj de la torre del castillo anunciaba la media noche. Por el rabillo del ojo, Lindsay vio que Carlos entraba de la terraza y se perdía entre la multitud.

Chandler sacó una tarjeta del bolsillo y se la entregó a Lindsay con una floritura.

—Llame a mi secretaria para que le diga dónde es la prueba. Será una buena y lucrativa oportunidad.

Ella respiró hondo y miró a su alrededor, tratando de localizar a Carlos mientras buscaba la manera de responder a Chandler.

—Gracias por la oferta, señor Chandler. Me siento halagada, de veras. Pero han pasado muchos años desde la última vez que me puse delante de una cámara. Por mucho que me tiente la oportunidad, me temo que no soy la persona que está buscando.

—Oh, yo creo que sí lo es. No me malinterprete, no le estoy ofreciendo el trabajo —sonrió—. Tenemos que ver cómo queda ante la cámara, pero como ya le he dicho, creo que quedará muy bien. Y no suelo equivocarme.