Salardie - José Fenoll - E-Book

Salardie E-Book

José Fenoll

0,0
3,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¡Descubre “Salardie. La traghoonthydia”, el primer libro de una saga apasionante protagonizada por el enigmático Jean Baptiste Salardie! Sumérgete en una novela que desafía los géneros establecidos y te lleva a través de una mezcla cautivadora de historia, aventura, intriga, ciencia ficción, romance, erotismo, misterio y suspense.

Desde sus inicios hace cientos de millones de años hasta el presente, “Salardie” te invita a explorar un mundo fascinante donde el pasado y el presente se entrelazan en una trama épica. Acompaña a Jean Baptiste Salardie mientras desentraña secretos ancestrales y se enfrenta a desafíos que trascienden el tiempo.

Con una narrativa envolvente y giros sorprendentes, “Salardie” te sumerge en una experiencia literaria única. Descubre los rincones oscuros de la mente humana, explora la conexión entre la realidad y la fantasía, y adéntrate en un universo lleno de posibilidades y revelaciones asombrosas.

Esta novela te transportará a través de emociones intensas y te mantendrá intrigado en cada página. Prepárate para explorar los misterios más profundos, desafiar tus expectativas y sumergirte en una aventura que cambiará tu perspectiva sobre la literatura.

“Salardie. La traghoonthydia” es mucho más que una simple novela: es un viaje fascinante que te llevará a lugares que nunca imaginaste. Únete a esta apasionante travesía y descubre un universo lleno de enigmas y sorpresas que te dejarán deseando más.

No te pierdas la oportunidad de adentrarte en “Salardie” y experimentar una historia única que te cautivará desde la primera página hasta la última. ¡Prepárate para un viaje literario que te dejará sin aliento!

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 © Salardie. La Traghoonthydia

© José Fenoll. 2023

© Rebelión Editorial, 2023 

www.rebelioneditorial.com

Diseño de cubierta e interior: Rebelión Editorial

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso#so previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal) Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita foto#copiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con Cedro a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

A Gloria Martín-Cobos, Manuela Menéndez, Rosa Mª de los Santos, Alfonso Fenoll, Estela y Rafa Fernández-Gallardo, Santiago Almoguera, Philipp Irling y Concha, Gonzalo Menéndez y María Santiso, Ana Reguero e Ignacio Sáenz, Jorge Repáraz, Ramón Arredondo y Marina, Fernando Barroso, Luis Martínez, Jose Ramón Cabañas, Óscar Conde, Tomás Tabalan, Carlos de Frutos, Pilar Alguacil, Fanny Lillo y Emilio García, por su inestimable apoyo en la realización del presente libro. 

 EXCURSUS (Primera Parte)

“Habrás de ser tu propio bastión, tu propio ejército”

Jean Baptiste Salardie, Duque de Besançon

 Es Carnaval en Cádiz. Cerca de las dos de la madrugada, el bestiario diverso bulle en un denso caldo nocturno. Personas, máquinas, luces, brisa marina y aroma a galán de noche, interpretan una sinfonía ambiental de melodía estridente. Envuelta en este entorno de magia incomprensible, la gente, oculta tras sus disfraces, bebe, ama, sufre, envidia, goza, mientras forma parte de una bacanal que destila más ansia que puro hedonismo.

La gran Plaza de Mina se encuentra a rebosar, así como sus bares y terrazas. En la calle Zorrilla, adyacente a la misma, la estrecha calzada se ha convertido en una más de las numerosas tabernas y todo el mundo se mueve a un mismo compás de chirigotas y vocerío. En uno de esos bares, un grupo más recatado que el resto de la clientela, se divierte bebiendo y conversando. A pesar de que sus integrantes no son escandalosos ni van disfrazados, se unen al ambiente festivo. La persona más tímida del grupo es una mujer que, complaciente, ríe las bromas de los demás con expresión comedida, mientras saborea una copa de manzanilla. Su belleza es intensa, pero trata de ocultarla tras unas grandes gafas de pasta oscura. Su larga cabellera morena se muestra recogida en un discreto y elegante moño. Luce un jersey de cuello alto color crema tostada y sus sensuales labios, están pintados en un tono rubí que se diría el menos favorecedor de la gama. Comparte la reunión solo por compromiso. Su mirada resulta amable, pero ausente y su pensamiento se encuentra aún en Londres, a pesar de haber regresado de allí hace unos días. Tuvo que salir de Cádiz repentinamente para asistir al entierro de su madre. Nadie del grupo, formado por compañeros de trabajo, sabe el motivo real del improvisado viaje. Sin embargo, viendo su estado de ánimo a la vuelta del mismo, todos tienen claro que no ha resultado una experiencia positiva para su afable y hermética compañera, Magda McKane. Con la intención de animarle, le ofrecen una y otra vez deliciosas tapas y copas de manzanilla. Ella rechaza casi todos los ricos bocados, pero ninguna de las copas de ese vino dorado de Sanlúcar, que su padre le dio a conocer. Los atentos compañeros le piden con cariño que sonría y ella corresponde a sus peticiones de manera forzada y sumisa.

Súbitamente, aparece por la puerta del bar un hombre alto, de pelo corto y rubio. Ayer era pelirrojo. Va vestido con una chaqueta negra ajustada, de grandes solapas. Luce un llamativo antifaz de color verde brillante con el que disimula una quemadura. No se sabría decir de qué va disfrazado, pero en ningún caso llama la atención, salvo por su corpulencia y el gesto amargo de su boca. Las comisuras de sus labios se curvan hacia abajo casi en ángulo recto. Nadie sabe cómo se llama y casi nadie le conoce, pero su nombre profesional es “Basker”. Él ha tomado su apodo del nombre “Baskerville”, aludiendo al relato de Conan Doyle, cuyo protagonista es un perro asesino. Después de hacer una rápida inspección visual, se dirige hacia la tímida muchacha. Lleva un paso lento, pero firme, como si supiera dónde iba a estar ella, incluso antes de entrar en el local. La mujer, sin darle mayor importancia, ve cómo se va acercando hasta situarse justo a su lado.

El hombre actúa de una manera tan forzada, se sitúa tan pegado a ella, que esta le pregunta si conoce a alguien del grupo, algunos de cuyos miembros comienzan a mirarle de modo severo. Él no contesta, pero Magda, intentando liberar la tensión que ha ido en aumento, le ofrece una copa de manzanilla de su propia mano. Basker, haciendo caso omiso de la invitación, acerca sus labios al oído de la mujer y le susurra: «Hola, Magda, ¿Qué sabes de “Salardie”?» La expresión de la joven se estremece de pronto. Parece que su rostro se estuviese derritiendo. Intenta dar la apariencia de estar confusa, pero realmente se siente conmocionada.

—¿De qué me habla? ¿Por qué sabe mi nombre? —pregunta con desprecio, intentando disimular que su vida entera es un secreto. —Sé quién eres, Magda McKane —contesta el enmascarado inmediatamente. Ella observa que sus compañeros permanecen en silencio e intrigados. El bullicio del local no les permite escuchar el diálogo que mantiene con su acosador, y eso la tranquiliza en parte. Un joven del grupo rompe el silencio y le pregunta si el hombre del antifaz le está molestando, pero ella hace un gesto amable para que se mantenga al margen. Intenta transmitir, en todo momento, un falso control de la situación. Basker insiste, susurrando al oído de Magda en tono frío y acosador: «Quiero tu traducción del “Manuscrito”». Al oír esto, el rictus de Magda se tensa y ahora se muestra amenazante. Mirando con furia contenida a los ojos de Basker, afirma fría y severamente: «No sé quién eres, pero ahora voy a tener que matarte. Estaré a las seis de la madrugada en “La Bella Escondida”».

Magda espera que el inquietante personaje se muestre confuso al escuchar el lugar propuesto para su cita. Sin embargo, contesta inmediatamente: «De acuerdo, en la azotea que da al “Palillero”». Ella queda inquieta por tan rápida y segura respuesta. Gira la cabeza para calmar con un gesto amable a sus amigos, que siguen observando extrañados sin poder escuchar una palabra de su conversación. Al volver la mirada, el hombre ha desaparecido. Magda se siente asustada. Ese sujeto conoce Cádiz inopinadamente mejor que lo haría cualquier supuesto matón recién llegado a la ciudad. “La Bella Escondida” es una torre urbana del siglo XVIII, llamada así porque no puede ser vista a pie de calle. Tan solo desde algunas pocas atalayas de la ciudad trimilenaria. Por su singularidad, es una joya arquitectónica que emerge desde algunas de las azoteas que dan a la Plaza del Palillero. Magda se encuentra angustiada, pero con un brindis por el carnaval, intenta disimular su gran preocupación.

Son las tres y veinte de la madrugada. A Magda le ha costado deshacerse cortésmente de sus amigos que, de buena fe, le han estado atosigando con sus preguntas. Pero ella necesitaba ir a casa y prepararse para su encuentro. Mientras abre la puerta de entrada, temerosa de tener un recibimiento inesperado, recuerda que Salardie le ha advertido muchas veces de que algo así iba a ocurrir tarde o temprano. Pero este es, sin duda, el peor de los momentos. Aún no se ha recuperado de la trágica muerte de su madre, causada hace dos semanas por un voraz incendio en su chalet de las afueras de Londres. No pudo reconocer el cadáver, que quedó calcinado. Pero, al menos, asistió al entierro. Magda tuvo que ir sola. Su padre vive, pero la primera y última vez que estuvo con su madre fue la noche en que se conocieron para engendrarla. Luego, nunca más.

Es cierto que, tanto a su madre como a ella, nunca les ha faltado el dinero, enviado por su padre con frecuencia, siempre dentro de grandes maletas de viaje entregadas por algún mensajero de su confianza. También se ocupó, siendo Magda un bebé, de adquirir la enorme y onerosa villa en la que vivieron juntas hasta que la joven comenzó a viajar por todo el Mundo. Raras veces hablaban entre sí acerca del abandono paterno. Sobre todo, porque Magda, a sus dieciocho años, entabló un vínculo personal con su padre para no perderlo nunca jamás. La relación siempre ha sido un tanto atípica, pero intensa. Desde niña ha tenido muy presente el concepto de predestinación. Es como si sus padres se hubiesen conocido aquella noche del veintidós de noviembre de 1977, solo para concebirla. Esa obsesión por el destino es heredada de su padre, afectado profundamente por el azar durante toda su vida.

Estos son los pensamientos de Magda mientras camina desnuda por su apartamento. Saborea un trago de su whiskey de malta preferido, “Bowmore Cask Strength”. Lo prefiere servido en copa Napoleón y, por supuesto, sin hielo. Tanto los “Traghs” como su padre, le han insistido mil veces en que lleve siempre una pistola consigo. Pero ella nunca les ha hecho caso. Ahora se arrepiente. Recapacita sobre todo aquello mientras está tomando una ducha. La mezcla del vapor y los efluvios etílicos agilizan su mente, llevándola a una cruel deducción. De forma súbita rompe a llorar, y se desvanece bajo el persistente flujo del agua. Acaba de enfrentarse con la idea de que quizás el episodio de esta noche, comenzó en casa de su madre hace dos semanas. Se vacía de llanto, mientras sus manos resbalan sobre la mampara de vidrio. El desconsuelo la abate. Hace solo un instante, Magda estaba desnuda. Ahora, se siente desnuda.

Una vez que la desesperación se ha convertido en ira, con los ojos aún llorosos, se sienta a fumar un último cigarrillo antes de salir de casa. Lo prende con el gran encendedor de caballero de oro macizo que su padre le regaló hace unos años. Solo ellos dos saben que este lo recibió a su vez, durante un viaje a Francia, de manos del mismísimo Jean Cocteau, en el transcurso de una visita al inquietante pueblo de Rennes-le-Château. Es un obsequio interesante. El único que ha recibido de su padre. Magda reflexiona en el hecho de que no hay que ser desagradecidos, mientras inhala el humo lentamente. Se diría que las bocanadas van incrementando su templanza.

Su cita le preocupa. Está segura de que el mejor modo de acudir a su compromiso será caminando por encima de las planas azoteas de Cádiz. Conoce bien la ciudad y sabe que de esa manera evitará un posible encuentro con su enemigo al entrar al edificio. Eso daría lugar a una situación embarazosa y de muy mal gusto.

Se ha vestido con ropa toda de color negro. Un jersey elaborado a base de seda de araña que cuenta con un bolsillo a cada lado, y unos pantalones a juego con refuerzos en codos y rodillas. Va provista de un peculiar calzado de tipo deportivo y a la vez militar, con una suela especial de gran adherencia y refuerzos de kevlar en talones y punteras. Todas las prendas que Magda ha elegido están confeccionadas especialmente para ella, por sus queridos Traghs. En otras circunstancias su atuendo podría llamar la atención, pero es carnaval en Cádiz.

El conjunto se adapta perfectamente al armonioso cuerpo de Magda. Tanto hombres como mujeres se fijarían antes en el contenido que en el envoltorio. En cuanto a su pelo negro y brillante, lo sigue llevando recogido. Esta vez para sentirse más libre de movimientos. En todo caso, ya no es la muchacha recatada y sumisa que Basker ha conocido en el bar de la calle Zorrilla. Ahora, al salir de su casa por una ventana que da acceso al tejado, no aparenta tener los treinta y ocho años que figuran en su documentación. Resulta ser una mujer más joven, indómita, y sumamente atractiva.

Avanza saltando de azotea en azotea. Salva cada obstáculo con agilidad, mientras camina hacia su destino de un modo inexorable y reflexivo. Magda asume su “cita” como si esta fuese una especie de examen. Desde 2004, su annus horribilis, ha vivido en la clandestinidad, pero sin sobresaltos. Ocupada en la investigación y el estudio. No obstante, durante todo este tiempo su padre y los Traghs le han estado entrenando física y mentalmente, en la defensa y el ataque. Ahora tiene miedo. Piensa que lleva demasiado tiempo sin enfrentarse a una misión con fuego real. Lo cierto es que, hasta el momento, no le ha hecho falta. Eso indica que los miembros de “Spondylus” han sabido mantenerse en el más estricto secreto durante muchos siglos. Pero ahora ella se pregunta qué es lo que ha fallado. Sea quien sea el que ahora la busca, no ha podido llegar a ella a través de su madre. Más bien será al contrario. No les habrá costado mucho averiguar su dirección. Seguro que han preferido tantear primero a la persona más débil. Los ojos de Magda se vuelven a humedecer. Su madre no sabía absolutamente nada de todo esto. Siempre fue celosamente mantenida al margen de cualquier secreto o actividad oculta. Por lo que Magda sabe, ella era para su madre una hija modélica, pero carente de toda habilidad fuera de lo normal. Doctora en Filología, con varias especialidades en la cátedra de “Lenguas Antiguas”. Responsable en su trabajo y muy viajera. Quizás demasiado para el gusto de una madre soltera que adora a su única hija. Sea como fuere, ella nunca hizo preguntas ni mostró signos de sospechar algo.

Un cruel sentimiento de culpabilidad inunda la mente de Magda. De nuevo se pregunta atormentada cuál ha podido ser su momento de distracción. Le aterra un posible brote de traición por parte de algún integrante de Spondylus. Pero por encima de todas, hay una cuestión principal y más inquietante: ¿Qué saben sus perseguidores de ella, de su padre, de los Traghs, de la Organización y sus miembros? Por desgracia, justo lo suficiente como para que su madre haya muerto de una manera cruel. Pero justo ahora, Magda debe concentrarse en el presente inmediato. Tiene que asumir que ha llegado el momento de volver a la acción, aunque le resulte odioso. Al fin, tiene que poner en práctica todo lo aprendido durante los últimos años. Aunque le invadan la tristeza y la inseguridad. Además, está esa detestable predisposición suya a sentirse culpable. Ahora se siente responsable de la muerte de su pobre madre.

Como únicas herramientas contará con su propio cuerpo, la ropa especial que lleva puesta y el mechero de oro que guarda en uno de sus bolsillos junto con un paquete de tabaco. Podría haber cogido de su casa un cuchillo o algo parecido, pero sabe que ese no sería el tipo de arma apropiada para enfrentarse a un profesional como el que la está esperando. No sabe nada sobre él, pero tiene la absoluta certeza de que es, en sentido estricto, un eficiente ejecutor. A Magda le inquieta el hecho de que ahora su propio cerebro está hirviendo de ira y deseo de venganza. Sabe bien que esto jugará en su contra.

Son las cinco y cuarenta de la madrugada y Cádiz viste una luz especial. El amanecer va a tener que abrirse camino a través de unas nubes bajas, densas y deshilachadas. Las ha ido trayendo el viento durante toda la noche. Se diría que quiere ocultar al Sol con un antifaz en tiempo de carnaval. Además, aún es visible la Luna llena que resplandece, velada pero inmensa. La envuelve un cielo que, poco a poco, se va despidiendo de la noche, conservando aún su impronta oscura. Las luces que engalanan la ciudad en fiestas siguen encendidas y ofrecen un resplandor mágico a estas horas previas al amanecer. Una mezcla singular de destellos y claroscuros va acompañando a Magda en su discreta singladura por la piel de Cádiz. Va dispuesta a forzar un destino cruel para su oponente, que satisfaga su necesidad de venganza. El ruido ensordecedor que había hace ya algunas horas, se ha convertido en un coro de letanías y ecos perdidos. Provienen de quienes aún siguen celebrando el carnaval, resistiéndose a volver a sus vidas cotidianas, a ser ellos mismos de nuevo. Mostrándose ebrios de ansiedad porque todo siga siendo un sueño y ebrios también, en el sentido más literal de la palabra.

Finalmente, envuelta en luces y gritos lejanos, la bella silueta negra llega puntual a su cita. Justo cuando sus pies tocan el suelo de la azotea, Magda se percata de que el malnacido ya está esperándola. Se encuentra de pie a su derecha, alejado unos metros de ella. Mientras, a su izquierda, muda y prestante, se alza La Bella Escondida, que va a ser la madrina del duelo. Se recorta sobre un cielo que parece de celofán púrpura, ocultando en parte a la omnipresente Luna. Magda alinea sus piernas con la vertical de los hombros mientras flexiona ambas rodillas. Se trata de una postura defensiva, muchas veces ensayada. El asesino se muestra estático y con las manos metidas en los bolsillos de una gran cazadora negra de piel. Su pose es chulesca y desafiante. Ya no luce el antifaz y amenaza a Magda con su mirada incisiva. Ella sabe que va armado.

Súbitamente, se empieza a escuchar un agudo y molesto zumbido que sube desde la plaza. El ruido es acompañado por un destello de color rojo intenso. Este aparece finalmente tras el peto de la azotea, inundando la escena con un intenso resplandor. Basker ni se inmuta a pesar de que esa inesperada luz ha ido apareciendo por su espalda. No ocurre lo mismo con Magda, que ha movido los brazos para acentuar su posición defensiva. Cuando el intruso por fin se deja ver, resulta ser un pequeño dron de cuatro hélices. El destello rojo es su luz de posición y parece que se trata de un modelo bastante sofisticado. Lentamente, ha quedado suspendido sobre el suelo de la plaza, a la altura de los hombros de Basker. Una vez que se ha detenido en el aire, a su luz roja se suma un nuevo haz. En este caso es horizontal y de un color azul violáceo. Desde la parte delantera del dron alumbra directamente el rostro de Magda, recorriéndolo de arriba abajo. Justo a la altura de su cuello se detiene, e inmediatamente se apaga. Entonces Basker alza su voz: «Acaba de escanear tu bello rostro. Ya perteneces a su memoria. Te seguirá hasta el infierno». Al oír esto, Magda se crispa y reacciona al instante. Cierra los ojos, y lanzando un grito de furia, introduce la mano en su bolsillo derecho, saca el encendedor y lo lanza hacia el dron a gran velocidad. Su técnica, basada en un golpe de muñeca, da resultado. El objeto impacta con violencia contra el frágil dron, derribándolo al instante. Ambos caen al suelo, quedando destrozados sobre el asfalto. El hombre ruge: «¡Maldita Zorra!» Mientras, se asoma a la plaza y comprueba con rabia cómo las ruedas de un coche terminan de pulverizar el aparato. Se vuelve iracundo hacia Magda mientras saca la pistola de su bolsillo y le grita amenazante: «No necesito esa Mierda. Vendrás conmigo y te sacarán la información. Saben cómo hacerlo». Magda replica: «¡Malnacido, sé que estuviste en la casa de mi madre! Ella no sabía nada en absoluto».

Basker contesta, riéndose de manera vulgar y mirando con fijeza a Magda, que tiene los ojos inyectados en sangre: «En Efecto. Por su forma de gemir te puedo asegurar que no sabía nada». Magda, con una mezcla de indignación y tristeza, grita: «¡La torturaste para nada, chacal de mierda!» Él, se justifica con ironía: «Hice mi trabajo. Le saqué toda la información que pude». Rebosando ira, Magda afirma: «Vas a morir lentamente en un día de carnaval, padeciendo un sufrimiento mayor que el de mi madre. ¡Hijo de puta!». Enseguida, Basker asiente con la cabeza burlonamente y le encañona con su pistola mientras grita en tono imperativo: «Hoy no voy a matarte. Te llevaré ante él y le contarás esas putas chorradas que tanto le interesan». Entonces, ambos se enzarzan en un hosco y acalorado diálogo. Magda, fuera de sí, inquiere con furia.

—¿Quién te envía?

—Eso da igual. Vamos, entra al casetón y baja despacio por las escaleras.

—No esperes que lo haga, mono asqueroso. ¿A dónde pretendes llevarme?

—Baja de una vez o te bajo a golpes.

—¿Qué quiere saber tu jefe?

—Ya te lo he dicho. ¿Quién cojones es Salardie, y dónde está ahora?

—No sé de qué me hablas. Te has equivocado de persona.

—¿Dónde tienes tus notas sobre el manuscrito? Sabemos que estuviste catorce meses en New Haven.

—Las guardaba en casa de mi madre, seguro que ardieron con todo lo demás.

—¡Mientes! ¡Vendrás conmigo! Agradece que él quiere tu información. Si no, habrías muerto en ese puto bar.

—¿Quién es “él”? ¡Mátame ya, cabrón!

—Sabes que no lo haré. Te quiere viva. Cuanto antes hables, menos sufrirás. Por curiosidad: ¿Qué es un “Tragh”? En las grabaciones los mencionas.

—¿Qué grabaciones? No tengo teléfono móvil.

—Ya lo sabemos. Te grabaron a distancia, mientras usabas un intercomunicador. ¿Por qué no tienes móvil, como todo el mundo?

—¡Vete a la mierda!

En ese momento la discusión se detiene. Ella se está preguntando aterrada por qué hay alguien que sabe tanto sobre ella. Una vez más el inquietante temor vuelve a castigar su mente. ¿Hay acaso un traidor en Spondylus? ¿Qué es lo que ella ha hecho para despertar el interés de alguien? Pero, enseguida, Magda se da cuenta de que no es momento para tribulaciones. Se concentra, y su estado mental y físico cambian instantáneamente. Respira hondo agachando la cabeza. Cuando la sube, centra la mirada en el asesino de su madre. Repentinamente, se abalanza sobre él para empujarle al vacío. Al abrazarle, sabe que caerá con él. Pero sabe también que los dos no sufrirán los mismos daños. Ese animal indecente no ha sido entrenado por los Traghs. Una fracción de segundo después, ambos cuerpos impactan con fuerza. Él no ha querido disparar porque la necesita viva, pero ha conseguido apartarse a tiempo. Logra que su embestida no le arroje por encima del peto. Ella, debido a su propia inercia, sobrepasa a Basker, pero consigue asirle de las solapas. Le hace girar sobre sí mismo, desplazándole hasta que la mitad de su cuerpo queda por encima del peto, suspendida en el vacío. Basker se mantiene agarrado con gran dificultad. Agita convulsivamente sus piernas, en un intento baldío de impulsarse hasta el suelo de la azotea. Desesperado, grita: «¡Debería haberte matado por placer, y renunciar a mi dinero!». Magda asiente: «Sin duda, deberías haberlo hecho. ¿Qué saben de Salardie, del Manuscrito, de los Traghs? ¿Quién te envía? ¿Te han mandado a ti solo?» El hombre, destilando odio, contesta: «Si yo muero, mañana vendrá otro. Quizás enviado por otros». La mujer, ardiente de rabia, agarra su cabeza con las dos manos y comienza a hundirle los ojos con sus pulgares. Al mismo tiempo, le pregunta con voz de posesa: «¿Por qué hay gente que sabe cosas sobre mí? ¿Existe algún traidor? ¡Contesta antes de que te reviente los ojos!» Él, al límite del sufrimiento, se deja caer al vacío.

Enseguida, ella se asoma a la plaza para ver cómo el cuerpo del sicario se destroza contra el pavimento. Pero en vez de eso, observa con horror como Basker va a salir con vida de una forma imprevista. Un gran cartel publicitario del carnaval, que pende de la fachada, está permitiéndole frenar su caída desde cuatro pisos. Una vez en el suelo, a pesar del intenso dolor, consigue ponerse en pie y comienza a caminar tambaleándose. Por la manera de moverse aún conserva sus ojos, pero se resiente del castigo sufrido. No cabe duda de que es un profesional debidamente entrenado. Magda comprende que tiene que salir tras él para matarlo. Pero además de eso, siente la imperiosa necesidad de hacerle sufrir.

Con una seguridad encomiable, se pone en pie sobre el peto y observa al criminal que ahora se encuentra deambulando errático por la plaza. Basker quiere tomar una decisión, pero el dolor de su cuerpo, y sobre todo de sus ojos, no le permite pensar con claridad. Aunque ha recuperado gran parte de la visión, el sufrimiento es todavía intenso. Súbitamente, en uno de sus patéticos vaivenes, advierte que hay una parada de taxis en la plaza. Solo hay estacionado uno. En su interior, el chofer lee relajado el “Diario de Cádiz”. Sabe que a estas horas hay poca clientela. De pronto, Basker toma una decisión. Va a robar el taxi y huirá por el momento. Sabe que, una vez recuperado, será capaz de volver a dar con la mujer. No importa lo especial que esta sea. Su mirada suele ser penetrante y dura, pero se ha tornado inexpresiva debido al intenso dolor que aún persiste. Además, en la caída se ha golpeado la cadera, lo que dificulta en parte su movilidad. Sin embargo, todo esto le da un aspecto amenazante, cosa que ahora le beneficia.

Saca la pistola y golpea con ella la ventanilla del vehículo sorprendiendo al conductor. El taxista nada más verle queda amedrentado, soltando el periódico y levantando las manos. Sin mediar palabra, el asesino abre enérgicamente la puerta profiriendo un grito de dolor. Consigue agarrar al conductor por el cuello, sacándole a la fuerza del coche para ocupar su puesto. Comprueba que las llaves están en su lugar y encañona con gesto amenazante al confundido taxista, que ahora mismo se encuentra agazapado en el suelo. La intimidación surte efecto y el chofer queda totalmente a su merced, cubriéndose la cabeza con ambas manos. Ese desconocido hijo de puta le acaba de arrebatar su única herramienta de trabajo. Pero al menos, sigue vivo.

Magda, que ha estado observándolo todo, lanza un grito de rabia contenida y opta por seguirle. Pero no tiene tiempo de bajar por las escaleras. Tampoco puede utilizar el sistema de Basker porque este, en su caída, ha destrozado el cartel, así como un toldo que estaba desplegado. Piensa solo un segundo, respira hondo y decide lanzarse desde el peto de la azotea. Caerá en diagonal, paralelamente a la fachada. Luego se irá aferrando a los balcones que sobresalen de la misma. Tras el primer salto, consigue alcanzar una de las barandillas, impactando con todo su cuerpo en el balcón. A pesar del entrenamiento y las protecciones de su traje, lanza un gemido sordo. Dos de sus costillas han estado a punto de fracturarse. Pero, aunque no hay casi nadie por la calle, está obligada a ser discreta y no gritar. Una vez colgada de los barrotes de la barandilla, se da un nuevo impulso con las piernas. Salta, consiguiendo alcanzar un mirador situado dos pisos más abajo. Esta vez han sido sus rodillas las que han absorbido casi todo el impacto.

Sin apenas tiempo para reponerse, Magda ve cómo el taxi conducido por su agresor se dispone a salir de la plaza a toda velocidad. Toma la angosta Calle Feduchi. Ella sabe que va en dirección prohibida, lo cual le acabará frenando de un modo u otro. Pero el ansia por alcanzarle aventa una vez más su cuerpo maltrecho, y consigue llegar firme al pavimento de la plaza. Su calzado especial ha absorbido el golpe, aunque las protecciones de kevlar también han ayudado a Magda a superar el lance. Durante un instante los Traghs, sus eternos protectores, vienen a su memoria. Inmediatamente, lo hace su padre. Sabe que va a tener que darle más de una explicación. Sin duda, prefiere los golpes y moratones antes que sufrir una reprimenda proveniente de él. Sobre todo, como es el caso, si lleva la razón. Pero todo llegará a su debido tiempo. Magda debe ahora sobreponerse, y correr velozmente hacia la calle Feduchi. Sigue confiando en que el taxi se cruce con algún vehículo que, circulando en sentido correcto, dificulte su huida. Aunque espera que ese cabrón no provoque un accidente grave. Entonces ella no podría evitar sentirse culpable otra vez, como en el verano de 2004.

El vehículo circula a máxima velocidad por la corta y estrecha vía. Esta es cruzada en forma de T por la calle Rosario, dando lugar a la pequeña Plaza del Cañón. Basker se ve obligado a girar bruscamente a la derecha, pero ya es demasiado tarde y pierde el control del vehículo. Además, debido a los carnavales, la calle Rosario está cortada al tráfico por cuatro bolardos de fundición, que emergen del suelo. Las ruedas del taxi han perdido la adherencia, pero su velocidad apenas ha aminorado. El frontal del coche impacta con dichos bolardos, como si estos fuesen una barrera invisible para Basker, que aún no se ha percatado de ellos. El encuentro es tan brusco que el coche entero pivota hacia delante, quedando en posición vertical. Tras el impacto, se ha hecho un absoluto silencio. Algunas ventanas de las viviendas adyacentes comienzan a entreabrirse con cautela. Basker no llevaba puesto el cinturón de seguridad y se encuentra con todo su cuerpo tendido sobre el parabrisas. Este aún no está roto, pero se ha resquebrajado por entero dando lugar a un inquietante mosaico. El maltrecho conductor se ha golpeado la cabeza contra el vidrio. Ha quedado aturdido, pero está ansioso por escapar antes de que llegue la policía o su víctima. Esa zorra se ha convertido en perseguidora, y esta reflexión incrementa su desconcierto.

De pronto, un leve desplazamiento del coche deforma toda la carrocería. El parabrisas, totalmente fragmentado, cede al fin bajo el peso del sicario. Este cae como un fardo junto al frontal del coche, envuelto en una fina escarcha de vidrio. Desde el suelo, aprecia con detalle como los bolardos se han empotrado literalmente en el capó del coche. Basker teme ser aplastado porque el vehículo se encuentra en un alarmante equilibrio inestable. El maltrecho asesino se incorpora como puede, mientras se sacude del cuerpo lo que antes era un parabrisas. Entumecido por el dolor, alcanza a ver con desazón a su perseguidora, que llega exhausta al lugar del siniestro. Al verle, se detiene a tomar aire.

El accidentado no se encuentra en condiciones de enfrentarse a Magda, así que sale corriendo torpemente a través de la Plaza Mendizábal. Ella, al verle, vuelve a tomar aire con desesperación y comienza a correr tras él que, intentando zafarse, callejea hacia la Plaza de Sevilla. Al llegar a la enorme glorieta, se detiene al límite de sus fuerzas y comienza a respirar de forma convulsiva. No recuerda haber experimentado nunca un acoso de ese tipo. Se pregunta quién o qué es realmente esa tal Magda. Pero ahora tiene que centrarse en huir lo antes posible. Observa que las puertas del muelle de Cádiz no han sido aún abiertas al público. Se gira a su espalda mirando hacia la estación de tren. No ha comenzado el bullicio, pero seguro que hay mejores lugares para esconderse. Conoce bien la ciudad, así que decide robar otro vehículo y salir de la plaza por la Avenida de los Astilleros, apenas transitada. Le llevará directamente al nuevo “Puente de La Constitución” que será su vía de escape, en dirección a Puerto Real. Solo ha invertido unos segundos en urdir su plan, pero cuando gira de nuevo la cabeza, advierte desolado que Magda está frente a él. Jadeando, agotada, le mira fijamente. Basker, confuso, sigue sin asumir que él mismo pueda ser la presa de alguien.

En un arranque de miedo y furia sale corriendo hacia una pareja de amigos que, sentados en sus dos scooters, se disponen a marchar. Basker, convertido en una bestia acosada, sin usar siquiera su pistola que milagrosamente aún conserva, salta encima de uno de los motoristas. Le arrebata el vehículo dejándole inconsciente. El amigo de la víctima ataca al ladrón, pero este le asesta un fuerte golpe en la cabeza, dejándole también abatido. El criminal inicia velozmente su recorrido previsto. En su obcecación, no se ha percatado de que Magda, tras levantar del suelo la segunda moto, ha salido a su alcance atravesando diametralmente la plaza. Esto le ha permitido acercarse a Basker que ya circula por la Avenida de Astilleros. De repente lanza un fuerte grito que nadie ha podido escuchar. Acaba de ver por el retrovisor cómo su implacable perseguidora le sigue en la otra moto, a muy corta distancia. La calle por la que circulan está flanqueada por dos altos muros de color blanco, que no dejan divisar las nubes bajas que ahora saludan al nuevo día. Solo permiten admirar un cielo intenso, de color perlado, que va desde el naranja y el violeta hasta el azul y el gris.

Pero ninguno de los dos, puede permitirse ahora mirar al cielo. Él tiene clara su intención de huir por el momento, para volver a contraatacar más tarde. Se tomará un respiro que le permita encontrar refuerzos. Está resuelto a que su tenaz perseguidora vuelva a convertirse en víctima. Evidentemente, no puede matarla. Si lo hiciera, aparte de sus elevados honorarios, perdería también la vida. Su cliente quiere una información que solo Magda le podría proporcionar y si ella muere, él mismo tiene los días contados. Por otra parte, no comprende que le haya enviado a él solo, para enfrentarse a esta “Filóloga” que parece haber salido de un comando de élite. Seguramente, quien le ha contratado no está al tanto de la situación. No tendría sentido que enviara a la muerte a un fiel colaborador habitual, poniendo además en peligro la vida de su valiosa confidente. Por lo que Basker sabe, el interés que Magda ha suscitado proviene del continuo y estrecho seguimiento al que fue sometida durante su estancia en New Haven, Estados Unidos. Durante más de un año estuvo haciendo diversos trabajos de investigación al amparo de una importante universidad. Sobre todo, su estudio se centró en aquello a lo que la propia Magda se refería constantemente como “El Manuscrito”. Los términos “Salardie” y “Traghs”, son solamente palabras sueltas pronunciadas por ella durante sus conversaciones “privadas”. En definitiva, Basker tiene que impedir por todos los medios que Magda muera, pero no confía en poder evitarlo a tenor del cariz despiadado que está tomando la contienda. Ni siquiera está seguro de poder salir de ella con vida.

Ahora, las dos motos circulan en solitario por la avenida a su máxima velocidad. Mientras, los vientos de levante y poniente están luchando entre sí. En el fragor de la batalla eólica, surgen aleatoriamente rachas y corrientes de aire verticales creando un ambiente desapacible. Los dos elevados muros laterales están protegiendo de las fuertes ráfagas a ambos motoristas, pero solo por el momento. Mientras conduce, la mente de Magda se centra en la idea de vengar la muerte de su madre. Pero no puede dejar de imaginarse a su progenitor, recriminándole por haber eliminado al asesino. Debidamente interrogado, este podría representar una rica fuente de información. Confesaría quién le paga, qué es lo que realmente sabe de Magda y si hay algún traidor en Spondylus. Salardie conoce métodos infalibles, incluso indoloros, para hacer hablar a alguien. Pero, por otra parte, a él no le afecta en absoluto la muerte de Leslee McKane, aunque era la madre de su hija. Un simple afán de venganza no se impondría a su interés por conocer datos vitales para la Organización: El grupo Spondylus al que, por otra parte, la propia Magda pertenece. Es cierto que, a ella en estos momentos le aterra la posible existencia de una conspiración dentro del grupo.

Sin embargo, recapacita en el hecho de que su acosador no ha mencionado la palabra “Spondylus” en ningún momento. Esta es una buena señal, pero no consigue disipar sus dudas. En su cabeza fluyen sin cesar sentimientos encontrados, desasosiego y demasiadas preguntas. En cualquiera de los casos, ella tiene muy claro que no desea que la venganza la convierta, sin quererlo, en una traidora.

Mientras tanto, las dos motos se aproximan a la rotonda del Puente de La Constitución, inaugurado el pasado verano. La mente de Magda se centra de nuevo en la caza. Súbitamente, los motoristas quedan al desamparo de los dos muros que acaban de sobrepasar y un fuerte golpe de viento les hace tambalearse. Basker acomete la glorieta sin apenas poder reducir la velocidad. A pesar de su gran experiencia, la moto que conduce no le acompaña. Por eso, justo al salir de la rotonda, la rueda trasera derrapa haciendo que máquina y piloto se crucen violentamente, arrastrándose sin control sobre el abrasivo asfalto. Tras quedar parado en el inicio del puente, Basker se pone en pie con rapidez. Saca su arma y apunta extendiendo el brazo hacia Magda. Ella se acerca lentamente en el scooter deteniéndose a unos metros y comienza a hablar sin bajar de la moto: «¿Quién es tu jefe?» Basker grita: «Yo no tengo jefe». Magda inicia entonces una tensa conversación. Su voz amenazante no puede ocultar el miedo. Por eso suena temblorosa:

—¿Quién te envía?

—No le conoces.

—¿Qué sabes de mí?

—Casi nada. Solo que debía llevarte ante él. No tienes ninguna cosa que se te pueda robar. Ni carpetas, ni ordenadores. Ni siquiera un teléfono móvil. Solo las palabras en tus conversaciones —Esta afirmación es la sentencia de muerte de Basker.

—¿Qué palabras?

—¡Esas putas palabras! “Traghs”, “Salardie”.

—¿Por qué te han enviado a ti solo? Tu cliente sabe bien que no saldrás con vida de esta.

—No creo que él sepa quién eres realmente. Llamaste su atención por dedicarle tanto tiempo a ese manuscrito de mierda. Primero me envió para espiarte, pero no pudimos sacar nada en claro. Solo esas bobadas que nadie entiende. Después me ordenó que te llevara ante él, para poder arrancarte información. Pero ahora tú lo has complicado todo. Aunque vas a acabar muriendo, en cualquier caso.

Tras oír las palabras de Basker, Magda respira hondo. No saben nada de La Organización. Eso significa que no ha habido un traidor dentro de Spondylus. Cualquiera de los muchos “expertos” en el Manuscrito puede haber sido el delator. Ahora se siente más libre para matarlo. Pero antes va a intentar sonsacarle el nombre de su cliente. Del responsable último de la muerte de su madre. Vuelve a dirigirse al sicario con tono perspicaz.

—Pues yo creo que intuían lo que soy realmente y te han enviado justo a ti para confirmarlo. Sacrificar a un alfil, para medir el auténtico poder de la Reina.

—Basker se muestra pensativo, pero esa hipótesis no le convence. En cualquier caso, prefiere no creerla. Decide mentir a Magda ofreciéndole una salida pactada para esta situación interminable.

—Esa suposición tuya es absurda. Yo te propongo un trato: Te llevo ante él, le cuentas tres mentiras creíbles y yo mismo te garantizo la huida.

Ambos saben que es una trampa. Un cartucho lanzado a la desesperada. Magda se acaba de decidir a poner fin a este martirio. Ya dará en su momento las explicaciones que hagan falta. Respira hondo y orienta su moto hacia Basker, mientras se oculta lo más posible tras el carenado. Súbitamente, acelera a todo gas con la firme intención de atropellarle. Él se aparta instintivamente a la derecha y apunta con su pistola hacia el cuerpo de Magda. Pero al apretar el gatillo la pistola no dispara. Ha perdido el cargador durante la persecución. Magda consigue golpearle con el manillar de su moto, pero a pesar del impacto no caen al suelo. La atacante detiene su vehículo para girar sobre sí misma e intentar atropellarle de nuevo, esta vez a pecho descubierto. Al fin y al cabo, sabe que está desarmado.

Pero justo en ese momento, se dispone a entrar en el puente una camioneta tipo pick-up, de vivos colores metalizados. Pertenece a una empresa de actividades acuáticas y toda ella está rotulada de forma llamativa. Hace publicidad de la firma “Aqua-Vuelo”. Al mismo tiempo que Magda acelera su moto, la camioneta pasa justo detrás de Basker quien, hábilmente, se sube a su parte trasera. Esta va descubierta y está llena de tablas de surf, chalecos de neopreno, cometas para kite-surf y todo tipo de adminículos relacionados con esta línea deportiva. Magda, que ya estaba en movimiento, gira bruscamente su moto en persecución de la pick-up. Su conductor ha frenado en seco al sentir cómo un enloquecido intruso se ha subido en marcha.

En su afán por dar alcance al vehículo, ella no puede evitar el choque contra la parte trasera del mismo. El fuerte impacto hace que Magda salga despedida hacia delante, dando una especie de voltereta y cayendo sobre su espalda encima de un montón de chaquetas de neopreno. Justo en ese momento, el atónito conductor de la camioneta vuelve a arrancar bruscamente con la intención de derribar a su secuestrador. Debido a la fuerte e inesperada aceleración, una tabla de surf sale literalmente volando y golpea con fuerza la cabeza de Magda, quien queda aturdida por unos momentos. Basker, que seguía en pie tras el brusco frenazo, ha caído sobre una cometa de kite-surf. Se reincorpora rápidamente y apunta con la pistola al conductor, a través de la ventanilla trasera de la cabina. Exclama en tono imperativo: «¡Escucha! Si no quieres morir, sigue acelerando al máximo y atraviesa el puente hasta que yo te diga». El indefenso hombre se bloquea al sentirse encañonado. Viaja él solo en el vehículo y no sabe que la pistola está descargada. De modo que cumple sus órdenes al pie de la letra, acelerando con potencia y derribándole de nuevo. Magda, ya recuperada de la breve conmoción, aprovecha esta nueva caída de Basker para incorporarse y atacarle. Salta sobre él con furia, mientras lanza un grito estremecedor. Ahora ya está en situación de dar rienda suelta a su sed de venganza. Quiere causarle un sufrimiento atroz, el cual va a aprovechar para sonsacarle el nombre de esa persona que tanto interés ha mostrado por ella.

El cuerpo atlético de la mujer impacta con ferocidad contra el de Basker, golpeándole con ambas rodillas en el esternón. El asesino gime de dolor. Haciendo un gran esfuerzo, consigue agarrar una pesada herramienta con su mano derecha, y asesta un fuerte golpe en el hombro de Magda. Ella se derrumba vencida por el dolor. El asesino, una vez liberado del peso de su atacante, se levanta a duras penas. Tras unos segundos de reflexión, comienza a ajustarse el arnés de la cometa de kite-surf sobre la que se encontraba. Cuando está en pleno proceso, Magda se vuelve a abalanzar sobre él, dificultándole su cometido. Ambos comienzan a forcejear cuando, súbitamente, son envueltos en un torbellino de aire ascendente que consigue desplegar la cometa. Esta comienza a elevar el cuerpo del inesperado “Ícaro”, que aún no se ha ajustado correctamente el arnés. Agarrándose como puede al mismo, comienza a subir con gran rapidez. Merced al fuerte viento, se dirige a uno de los dos soportes de hormigón que sustentan el puente. Ambos tienen forma de Y invertida, y acaban superiormente en sendos vástagos prismáticos. En estos pilares colosales, se anclan los pares de tirantes que sostienen, a ambos lados, la calzada. En estos momentos circulan por ella unos pocos vehículos. Basker continúa elevándose, mientras hace vanos esfuerzos por ajustarse correctamente el arnés. Sufre el riesgo inminente de soltarse del mismo y caer sobre el asfalto, que ya se encuentra a unos cuarenta metros por debajo de él.

Desde el momento en que el sicario ha salido volando de la camioneta, Magda ha seguido manteniendo su afán persecutorio. Después de tomar “prestada” otra cometa que había junto a ella, se la ha ajustado correctamente y ha subido al techo de la cabina del vehículo. Después de unos cuantos intentos, ha conseguido posicionarla para que sea izada por una de las fuertes ráfagas que azotan el puente. Magda ha salido rápidamente impulsada hacia arriba y enseguida ha tomado altura. Ahora mismo, suspendida en el aire, está siguiendo a Basker que se encuentra por delante a unos cincuenta metros, efectuando giros aleatorios y movimientos desesperados, en su batalla con el arnés. Magda, por el contrario, sigue ahora una trayectoria también ascendente, pero recta. Esto hace que se acerque a Basker a gran velocidad.

Cuando ambos han alcanzado la misma altura, se encuentran a muy poca distancia. Ella observa como fuera de control, él se da de bruces contra el anclaje de uno de los tirantes que emergen del colosal prisma. Debido a que volaba desequilibrado, las cuerdas de su cometa se han enredado entre ese tirante y el contiguo. Queda literalmente colgado y contorsionándose, víctima de la desesperación. Se encuentra mirando de frente al abismo y de espaldas al gran pilar de hormigón. La situación de Basker es desesperada, pero la de Magda se adivina también difícil. Se acerca a gran velocidad hacia unos soportes cercanos a aquellos de los que pende la vida de Basker. Este sigue luchando, sin éxito, por girar su cuerpo para poder abrazarse a alguno de los grandes tirantes metálicos. Finalmente, Magda impacta con fuerza contra uno de ellos, que se encuentra sobre el que tiene inmovilizado a Basker. Ver estas enormes piezas tan de cerca, resulta impresionante para ambos. Ninguno de los dos se explica cómo han podido llegar a esa situación. En estos momentos, él se balancea a más de sesenta metros de altura, colgado de uno de los tirantes en el que se ha enredado su cometa. Al mismo tiempo, ella se sostiene subida a horcajadas sobre uno de los soportes, justo en diagonal por encima de Basker. A esa altura el viento es fragoroso. Pero Magda ha conseguido abrazarse a la cometa y plegarla junto a su cuerpo. De ese modo impedirá que se abra arrastrándola consigo.

Ahora tiene su espalda apoyada sobre el frío hormigón y sus piernas tensionadas. Está realizando un gran esfuerzo para no resbalar sobre el soporte inclinado al que se aferra. Afortunadamente, es una buena atleta y está entrenada para realizar este tipo de esfuerzos. Basker, confuso y a merced del viento, es golpeado una y otra vez contra hormigón, tirantes y soportes de acero. Se siente tan agotado que ya no hace ningún esfuerzo por darse la vuelta. La visión constante del abismo bajo sus pies también le ha desmoralizado haciéndole parecer una marioneta que cuelga de un gancho. Magda se encuentra en una situación de gran peligro, pero la de Basker es crítica. A pesar de todo, ella no se ha desviado en absoluto de su cometido inicial. Sigue resuelta a acabar con la vida del asesino de su madre y, si es posible, a torturarle para que confiese quién le ha contratado.

Magda llena sus pulmones para poder gritar al máximo y mira hacia abajo. Dirigiéndose a Basker, le grita: «Yo puedo vengarte». Él, a pesar del rugido del viento, ha podido entender sus palabras, pero no el sentido de las mismas. Le responde gastando las pocas fuerzas que aún le quedan: «¿Vengarme de quién?» Magda contesta: «De tu cliente. Recuerda: Un alfil por una Reina». Basker está desolado. La debilidad le hace dudar de que la suposición de esa “puta víbora” pueda ser cierta. Permanece un momento en silencio. Casualmente, justo acaba de instaurarse el poniente. El viento sopla en una misma dirección, y con fuerza más moderada. Los vaivenes de su cuerpo han cesado y ahora es mecido suavemente en el vacío. Sigue sin contestar a Magda, que espera impaciente una respuesta. Pero comienza a hablar en voz baja para sí mismo. Se pregunta indignado: «¿Vengarme de qué? ¡Menuda zorra “Saltimbanqui”! Ella va a morir también. Como una cucaracha negra sobre el asfalto». Basker vuelve a quedar pensativo. Ya está amaneciendo. El cielo comienza a adquirir un tono degradado que abarca la gama de los rosas, naranjas, azules y grises. Las nubes son opacas, y sus vientres son acariciados por una luz casi horizontal. Abajo, sobre el asfalto del puente, unos cuantos curiosos han parado sus vehículos. Observan atónitos las dos siluetas junto a los lejanos soportes. Aún no ha llegado la policía. El dueño de la camioneta debe seguir acelerando, ya que ha desaparecido por completo. Mientras, en lo alto, las dos figuras permanecen pensativas. Reflexionando en absoluto silencio, totalmente agotadas.

Magda rompe ese mutismo: «No tienes nada que perder. Dime quién te ha enviado. Yo voy a sobrevivir y tú no. Da por seguro que te vengaré de quién te ha conducido a una muerte cierta». Basker, al borde de la extenuación, se pregunta si realmente importa qué es lo que sabe su cliente acerca de Magda McKane. Al fin y al cabo, con o sin intención, le ha enviado al degolladero. En definitiva, no tiene nada que perder. Si la “zorra” se salva, cosa improbable, matará a ese hijo de puta. Basker sabe que no lo hará por hacerle un favor a él, sino por vengar la muerte de la dulce Leslee McKane. Pero también sabe que ella necesita una pista para poder cumplir su cometido. Basker, entumecido por el dolor, mira hacia arriba a su izquierda y grita de nuevo: «¡Oye tú, “Azabache”!» Magda le responde enseguida: «Dime. Te escucho». Él comienza a hablar con dificultad: «Su nombre es “Otto Telleman”. Busca la empresa “Tau Betrieb”, en Hamburgo. Lo que vayas a hacer, hazlo rápido. Su respuesta siempre es inmediata y letal». Tras un breve silencio, Magda responde: «Te garantizo que vengaré tu muerte». Dicho esto, consigue ponerse de pie sobre el anclaje. Luego comprueba que la sujeción de su cometa está bien ajustada y recoge las cuerdas para disponerla alrededor de su cintura. Entonces salta con decisión, hasta aferrarse al arnés de Basker, quién se encuentra a unos tres metros de distancia. El sicario, que no ha podido ver los preparativos de Magda, casi sufre un infarto debido al sobresalto. Ambos quedan frente a frente. Ella le mira a los ojos diciendo: «Acabo de garantizarte tu venganza y no dudes que la cumpliré. Pero ahora yo voy a vindicar a mi madre». Basker, enseguida, se percata de las intenciones de Magda y comienza a gritar: «¡Tú también vas a morir, “grillo asqueroso”! ¡Venga ya, acaba de una vez conmigo!» Magda acomete con agrado la sugerencia de Basker. Aprovechando que los brazos de su adversario están enredados entre las cuerdas de la cometa, la ejecutora comienza a despojarle de su arnés. Resulta una tarea complicada ya que tiene, además, que colgarse de Basker para no caer al vacío. Al mismo tiempo, ha de mantener alejados de su cuerpo los brazos de la víctima, que intenta desesperadamente aferrarse a ella para no caer.

Aunque, llegado este momento, él se conformaría con que ambos se precipitasen al mismo tiempo. Magda va consiguiendo llevar a cabo su tarea, paso a paso. Le reconforta pensar que precisamente en esa lentitud, radica el tormento de su víctima. En un último gesto hábilmente ejecutado, la vengativa mujer despoja a Basker de su arnés. Enseguida golpea su cuerpo con las piernas para separarse de él, evitando con ello ser agarrada. Finalmente, el cuerpo de Basker se desprende de su atadura. Este se precipita al vacío maldiciendo a Magda. Mientras, se va agitando instintivamente en un vano intento de frenar la caída.