Seducción y misterio - Yvonne Lindsay - E-Book
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Seducción y misterio E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

Un jefe enigmático… Sophie Beldon había empezado a trabajar para Zach Lassiter desde que su jefe había desaparecido, pero Zach llevaba una temporada actuando de manera muy misteriosa y Sophie se preguntaba qué estaba ocultando. ¿Estaría involucrado en la desaparición? El problema era que Sophie se había sentido muy atraída por Zach desde la primera vez que lo había visto. Así que cuando había decidido seducirlo para descubrir sus secretos, tal vez se había engañado a sí misma acerca de sus motivos. Porque la pasión que encontró entre sus brazos hizo que rezase para que sus sospechas fuesen infundadas.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Seducción y misterio, n.º 115 - marzo 2015

Título original: Something about the Boss…

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6105-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Sophie llegó al trabajo cinco minutos más tarde de lo habitual. Odiaba llegar tarde, fuese cual fuese el motivo, pero esa mañana se había despertado tarde y ni siquiera había podido desayunar. Saludó con la mano a la recepcionista y al personal que ya estaba en su puesto de trabajo en el espacio que había justo detrás del mostrador de recepción. Luego fue hacia la zona de dirección mientras se alisaba la melena corta.

Miró hacia el despacho de Zach, cuya puerta estaba abierta. Ya estaba allí. Había vuelto a ganarla y eso no era bueno. Estaba segura de que su jefe ocultaba algo y quería averiguar qué era.

Dejó el bolso en una esquina del escritorio y este cayó al suelo.

–Maldita sea –murmuró Sophie, agachándose a recoger el contenido.

Se sintió culpable por haber hablado así. A pesar de que hacía cuatro años que no vivía con su madre, supo que no le habría gustado oírla. Habían sido pobres, pero su madre siempre había esperado de ella que se comportase como una señorita.

Volvió a colocarlo todo en su lugar correspondiente y pasó la mano por la fotografía que llevaba a todas partes. Habían sido tan jóvenes, tan inocentes… Víctimas de las circunstancias.

En silencio, renovó su promesa de encontrar a su hermanastra. Sabía que estaba cerca y eso era lo que la había mantenido en vela parte de la noche.

Oyó un ruido tras ella y se estremeció.

–Qué niñas tan monas.

Zach le dedicó una de sus atractivas sonrisas y le tendió un café. Sophie intentó que no le temblase la mano al aceptar la taza y resistirse a la incómoda atracción que sentía por él. Llevaban año y medio trabajando en el mismo despacho y no lo había conseguido y desde que, además, era su ayudante, las cosas no habían hecho sino empeorar.

–Se supone que debo ser yo la que te lleve el café –le dijo en voz baja–. Siento llegar tarde.

–No pasa nada. ¿Esa eres tú? –preguntó él, señalando la fotografía que tenía en la mano.

Era una fotografía típica de muchos hermanos. La mayor detrás de la pequeña, con una mano apoyada en su hombro. Ambas con las caras llenas de pecas, sonrisas desdentadas y el pelo recogido en idénticas coletas. Sophie no recordaba el momento exacto en el que se la habían hecho, pero sí la sensación de tener el hombro huesudo de su hermana bajo la mano y el calor del cuerpo de Susannah pegado al suyo.

–Sí, somos mi hermana pequeña y yo.

–Ah, ¿y estáis muy unidas?

–Ya no.

El padre de Suzie, al que Sophie también había adorado, había fallecido repentinamente poco después de que les hubiesen hecho aquella fotografía y después Suzie se había ido a vivir con la hermana de él, que la había recibido con los brazos abiertos. A partir de entonces, se había roto prácticamente todo el contacto entre ellas y hacía veinte años que no se veían. Sophie nunca había dejado de sentirse vacía por dentro a pesar de que conseguía que no se le notase.

Acarició la fotografía y la volvió a meter en su bolso. Estaba haciendo todo lo que podía para restablecer el contacto con su hermana y tenía que sentirse satisfecha por ello.

Guardó el bolso en el último cajón de su escritorio y lo cerró, y Zach, que debió de darse cuenta de que el tema de su hermana estaba zanjado, se centró en el trabajo.

–¿Qué tienes en la agenda para hoy?

Sophie le hizo un resumen de lo que tenía pensado hacer en ausencia de su otro jefe y después preguntó:

–¿Quieres que haga alguna otra cosa? Nada de esto es urgente, sobre todo, mientras Alex no esté.

En realidad, Alex llevaba más de un mes desaparecido como por arte de magia. Cada mañana, Sophie se levantaba con la esperanza de llegar al trabajo y encontrárselo allí, pero por el momento no había ocurrido.

–¿Alguna noticia del sheriff Battle? –preguntó Zach.

Ella negó con la cabeza. Sophie se había roto la cabeza intentando pensar en algo que pudiese indicar dónde estaba Alex, pero no había encontrado nada fuera de lo habitual. Alex Santiago había desaparecido del mismo modo que había llegado a Royal, Texas. Aunque con mucha menos fanfarria. Era la clase de hombre que lograba que sucediesen las cosas, las cosas no le sucedían a él. Por eso resultaba tan sorprendente su desaparición. Alguien tenía que saber algo, alguien tenía que estar ocultando cosas, y Sophie tenía la sensación de que ese alguien podía ser Zach.

Lo vio apretar suavemente los labios, como si algo lo preocupase, y pensó que si alguien sabía algo de Alex tenía que ser Zach, ya que ambos se habían hecho amigos desde que habían empezado a compartir lugar de trabajo. Zach Lassiter tenía fama de esconder bien sus cartas y mostrar solo lo que quería mostrar.

Nadie sabía nada de él, salvo que había llegado al pueblo con su empresa de inversión hacía dos años y que tenía talento para convertir inversiones de alto riesgo en fortunas. Unos meses después había llegado Alex Santiago y se había asociado con él.

Sophie no había tardado en enterarse de que Zach Lassiter había estado casado, porque su exesposa lo llamaba prácticamente a diario, pero lo que no había logrado era encontrar en Internet ninguna fotografía de ella. También había averiguado que Zach había empezado a tener éxito en los negocios con la fundación, varios años antes, de una empresa de inversión en Midland.

Lo que no sabía era cómo era realmente. Era moreno, guapo y encantador, pero podía ocultar cualquier cosa. Y Sophie quería averiguar si tenía algo que ver con la desaparición de Alex.

–¿Qué ocurre? ¿Tengo algo en la cara? –le preguntó Zach.

Ella se ruborizó y bajó la mirada al suelo.

–No, lo siento. Estaba pensando.

El teléfono que había encima de su mesa sonó y se acercó a responder.

–Despacho del señor Lassiter. Soy Sophie.

–No consigo hablar con Zach. ¿Está ahí? Pásamelo –le exigió una voz de mujer antes de añadir–: Por favor.

–Un momento, por favor. Veré si puede atender su llamada –le respondió Sophie.

Puso la llamada en espera y después le dijo a Zach:

–Es tu ex mujer. Dice que no respondes al móvil. ¿Te la paso?

–Por supuesto –dijo él, tocándose el bolsillo de la chaqueta–. He debido de olvidármelo en el coche otra vez.

Se sacó las llaves del bolsillo y se las dio a Sophie.

–¿Puedes ir a buscarlo cuando tengas un momento?

–Por supuesto –respondió ella, aceptando las llaves y conteniendo la sensación que le había producido el roce de sus dedos en la palma de la mano.

Lo vio entrar en su despacho y oyó que saludaba a su exmujer. No tenía ni idea de cuál era la relación que tenía con ella, pero no conocía a muchas personas que hablasen a diario con sus ex. Que ella supiese, hacía dos años que estaba divorciado de Anna. Sacudió la cabeza. Debía de seguir enamorado de ella, no había otra explicación.

Sophie no pudo evitar sentir envidia y preguntarse cómo sería ser el objeto de devoción de Zach. Le dio un sorbo rápido a su café. No era difícil imaginarse el cuerpo atlético que se ocultaba detrás de sus trajes.

Tenía un físico impresionante, un rostro bien parecido, el pelo negro y los ojos verdes, un conjunto muy atractivo. Y Sophie se había sentido atraída por él desde el primer día. Además de su físico, era un hombre seguro de sí mismo y de su éxito.

No obstante, Sophie sabía bien que en la vida no se conseguía nada sin trabajo y dedicación, así que decidió ponerse inmediatamente manos a la obra, para tenerlo todo hecho por si Alex volvía. Si es que volvía, se dijo a sí misma en silencio.

 

 

Zach terminó la llamada y se permitió apoyar un momento la cabeza en las manos. Estaba preocupado por Anna. Siempre había sido una persona muy nerviosa, pero en esos momentos estaba peor que nunca. Tenía que hacer algo, y pronto, a pesar de que los padres de Anna insistían en que no le pasaba nada y se negaban a aceptar su desequilibrio mental.

Y eso no la ayudaba lo más mínimo. Anna necesitaba ayuda, ayuda profesional, e iba a tener que ser él quien se la encontrase. Zach se puso recto y abrió el ordenador. Poco tiempo después tenía una lista de centros y personas con las que podía contactar. Y seguiría buscando esa noche.

Cerró los ojos y se apretó los párpados con las manos. Se sentía tan responsable… Jamás debía haberse casado con ella. No tenía que haber permitido que el padre de Anna, su entonces jefe, lo convenciese para que saliese con ella.

Era cierto que se había sentido atraído por ella. Era rubia, muy guapa y tenía un aire de delicadeza que había conseguido sacar al cavernícola que había en él, pero no había debido casarse con ella. Anna necesitaba a alguien menos resuelto y más dedicado. Sin duda, a alguien menos práctico. Zach no había tardado en sentirse atrapado. Habían empezado con los procedimientos de la separación y entonces Anna había descubierto que estaba embarazada y no había podido dejarla. Había intentado hacer lo que había pensado que era mejor para ella, al fin y al cabo, había prometido ante Dios seguir a su lado el resto de sus días.

Pero la vida los había golpeado duramente a ambos con la muerte de su hijo y, mientras que él había aprendido a ocultar su dolor, Anna se había sentido culpable por el accidente de tráfico que se había llevado la vida del pequeño Blake con tan solo diez meses y había ido sumiéndose cada vez más en una depresión.

–¿Zach? ¿Estás bien?

Ni siquiera había oído entrar a Sophie.

–Sí, todo bien. Solo estoy un poco cansado.

–He encontrado tu teléfono. Te lo habías dejado conectado al equipo de manos libres.

Se acercó a él con el aparato y Zach vio todas las llamadas perdidas que tenía. De Anna. Suspiró. Esa noche tendría que tomar algunas decisiones. Ya había tardado demasiado tiempo en hacerlo.

–Muchas gracias.

Levantó los ojos y se encontró con los de Sophie, que era un regalo para la vista. Con su melena corta y rubia y aquellos cálidos ojos marrones. Esa mañana había sido la primera vez que no había visto a la Sophie imperturbable de todos los días, y le había gustado verla un poco descentrada. Le había resultado más humana, más accesible.

Su aspecto era siempre impecable, era tranquila y muy eficiente. Como asistente de Alex, siempre había hecho que el despacho funcionase como un reloj y tenía una capacidad admirable para organizar las ideas y la información. De hecho, todo seguía funcionando como si Alex estuviese allí.

Durante el último mes, Zach había decidido aprovechar también su talento. Era evidente que Alex no iba a volver de un día para otro. La policía estaba investigando la desaparición de su amigo mientras que él había asumido parte de su trabajo, aunque, sin Sophie, no habría sido capaz de conseguirlo.

Decidió que debía demostrarle cuánto la apreciaba y, sin pensarlo, dijo en voz alta:

–Sophie, ha sido una bendición tenerte aquí durante las últimas semanas. No habría podido arreglármelas sin tu ayuda. Sé que has estado trabajando muchas horas y me gustaría recompensarte por ello. ¿Qué te parece si te invito a cenar en Claire’s a finales de semana?

–No es necesario, Zach. Solo estoy haciendo mi trabajo, y se me paga muy bien por ello.

–Lo sé, pero estoy muy agradecido y quiero demostrártelo. No aceptaré un «no» por respuesta.

Ella se echó a reír y Zach sintió que se le removía algo por dentro, sonrió.

–En fin, en ese caso, tendré que aceptar. Gracias por la invitación –dijo Sophie.

Él la vio darse la vuelta y salir de su despacho. Se fijó en cómo se le ceñía la falda a los muslos al caminar y sintió tal punzada de deseo que tuvo que obligarse a apartar la mirada. Una cosa era reconocer que Sophie Beldon era una mujer muy atractiva, y otra distinta, actuar en consecuencia. Trabajaban juntos y Zach no quería poner en peligro su relación profesional. Era importante que el despacho siguiese funcionando como hasta entonces hasta que Alex regresase. Además, su última relación había sido un fracaso y no tenía ningunas ganas de volver a pasar por algo parecido.

Había invitado a Sophie a cenar solo para expresarle su agradecimiento. No habría nada más entre ellos, por mucho que su libido insistiese en lo contrario.

Capítulo Dos

 

«¿Gracias por la invitación?». Sophie se preguntó en qué había estado pensando para responderle aquello. ¿Cómo no se le había ocurrido algo más ingenioso o sofisticado? Algo que hubiese conseguido despertar el interés de Zach por ella un poco más.

Aquello era otra prueba de que los hombres como Zach Lassiter estaban fuera de su alcance. Sophie se reprendió mientras se sentaba delante de su escritorio y se obligó a volver a concentrarse en analizar las cifras del último negocio de Alex. El tema le resultaba muy interesante y estaba deseando hacer el informe, pero fue empezar a meter los datos en el ordenador y volver a pensar en la invitación de Zach.

El pulso se le aceleró de la emoción. Claire’s no era un restaurante cualquiera y la prueba eran sus precios. Ella no había estado nunca allí, solo había hecho reservas para Alex y sus numerosos contactos de trabajo. Sintió ganas de ponerse a gritar de alegría y tuvo que recordarse que era una mujer adulta, de veintiocho años, y no una adolescente. Además, aquello no era una cita, sino una recompensa por su trabajo.

Cuando el teléfono sonó, Sophie agradeció tener que dejar de darle vueltas a aquel tema, sobre todo, al oír la voz que la saludaba al otro lado.

–Lila –le dijo a una de sus mejores amigas–. ¿Qué tal estás?

Lila Hacket había logrado hacerse un hueco como diseñadora de producción en Los Ángeles y Sophie estaba muy orgullosa de ella, ya que había tenido éxito en un mundo tan competitivo. Lila había pasado unas semanas trabajando en el rodaje de una película en Royal y ambas habían tenido la oportunidad de poner al día su amistad.

–Estoy muy bien, gracias –le respondió Lila–, teniendo en cuenta las circunstancias.

Sophie supo que su amiga estaba sonriendo y se dio cuenta de que tenía algo que anunciarle.

–¿Qué circunstancias? Cuéntamelo todo –le pidió–. Te conozco demasiado bien como para que me guardes secretos.

–Tengo una noticia –admitió Lila riendo.

Sophie sonrió de oreja a oreja.

–¿Sam y tú? ¡Lo sabía! Entre vosotros siempre han saltado chispas.

–Y más que chispas, vamos a casarnos.

Sophie gritó de alegría, pero entonces se acordó de que estaba en el trabajo e intentó controlarse.

–¡Enhorabuena! ¿Cuándo?

–El último sábado de este mes. Vamos a celebrar la boda en el Double H. Queremos que sea una ceremonia íntima y sencilla.

–¿Y tu padre está de acuerdo? Porque no es precisamente una persona a la que le gusten las cosas sencillas.

Lila volvió a reírse.

–No, tienes razón, pero esta vez no voy a ceder. Solo vamos a invitar a la familia y a algunos amigos íntimos. Cualquier otra cosa sería demasiado cansado, ahora que estoy embarazada.

Sophie contuvo la respiración al enterarse de aquello. Se sintió muy feliz por su amiga.

–¿Embarazada? Vaya, qué rapidez. Enhorabuena otra vez, es una noticia maravillosa.

–La verdad es que no ha sido tan rápido. Estoy ya de cuatro meses.

–¿Y no me lo habías contado? –protestó Sophie en tono de broma–. Creo que vamos a tener que hablar de esto en persona.

–Por supuesto. Además… van a ser gemelas.

–¡Gemelas! ¿Desde cuándo lo sabes?

–¿Que van a ser dos? No hace mucho. Sí sabía que estaba embarazada, pero necesitaba tiempo para hacerme a la idea y decidir qué quería hacer con mi vida. Ese es uno de los motivos por los que volví a casa el mes pasado.

Sophie sabía que debía de ser difícil criar a un hijo sola. Aunque la situación de Lila, tanto económica como socialmente, no tenía nada que ver con la que había tenido su madre. Intentó apartar aquellos tristes pensamientos de su cabeza para poder seguir alegrándose por su amiga.

–Estoy muy contenta por ti, Lila. Vas a casarte y a tener dos hijas, es estupendo. Por favor, deja que te organice una fiesta para celebrar la llegada de los bebés. Tengo un montón de ideas fantásticas.

–¿No será demasiado? Ahora tienes mucho trabajo.

–No digas tonterías. Será un honor. Déjamelo todo a mí.

–Gracias, Sophie.

–De nada. Es lo mínimo que puedo hacer por ti. ¿Significa esto que vas a venir a vivir a Royal?

–Sam se ha ofrecido a trasladarse a Los Ángeles conmigo y a abrir aquí una oficina de Gordon Construction, pero no tomaremos la decisión hasta que no hayan nacido las niñas –le contó Lila–. Todavía no puedo creer que vaya a ser madre.

–Va a ser genial –le aseguró Sophie–. Aunque ¿estás segura de que estamos hablando del mismo Sam Gordon?

Sam siempre había dejado clara su opinión acerca de las mujeres: que debían quedarse en casa cuidando de los hijos. De hecho, había sido una de las personas que más se había opuesto a la apertura de la nueva guardería en el Club de Ganaderos de Texas de la localidad.

–Esto demuestra que todo el mundo puede cambiar si está motivado –respondió Lila–. Ahora, dime, ¿no habrás hecho ninguna tontería en este último mes? Estoy preocupada por ti.

Sophie suspiró y declaró en voz más baja:

–No he tenido la oportunidad. No, no te preocupes, no he podido averiguar nada de Zach Lassiter.

Después hablaron de temas más generales y, cuando Sophie colgó el teléfono, se tomó unos segundos para asimilar la feliz noticia de su amiga. Lila había sido siempre muy independiente y había luchado por tener una carrera. En esos momentos estaba viviendo una nueva aventura. Iba a casarse y a ser madre.

Sophie tuvo que admitir que le daba algo de envidia. Se preguntó cómo sería estar embarazada del hombre al que amabas. Sin darse cuenta, su mirada se posó en la puerta del despacho de Zach. Sacudió la cabeza. No estaba enamorada de Zach Lassiter. Por supuesto que no.

Sí se sentía atraída por él. Y mucho, a pesar de que tenía la sospecha de que sabía más de la desaparición de Alex de lo que había contado. En cualquier caso, Sophie no lo conocía lo suficiente como para pensar en tener un hijo con él, ni siquiera para confiar en él. No obstante, no pudo evitar preguntarse cómo sería ser el centro de su atención y sentir no solo su mirada en ella, sino también sus labios, sus manos y su cuerpo. Zach era un hombre alto y fuerte. Sophie se preguntó de dónde sacaría el tiempo para hacer ejercicio, con todo lo que trabajaba.

Imaginó cómo sería pasar los dedos por las líneas de sus músculos, del hombro al pecho… y más abajo. Notó calor en el vientre y tal deseo que estuvo a punto de gemir en voz alta.

Se levantó de su butaca y fue a la cocina a por un vaso de agua fría. Le dio un buen trago, pero no consiguió que su cuerpo se calmase. Aquello era ridículo. A Zach Lassiter no le gustaban las mujeres como ella. Estaba segura de que le faltaba sofisticación. Aunque, en realidad, nunca se dejaba ver acompañado y era muy reservado en lo relativo a sus relaciones, como en todo lo demás.

Sophie volvió a preguntarse qué sabría de la desaparición de Alex Santiago. Al contrario que el resto del mundo, no había hecho ninguna especulación acerca de dónde podría encontrarse su amigo. ¿Significaba eso que sabía algo y quería mantenerlo en secreto? Sophie sacudió la cabeza. No quería ni pensarlo. No era posible que Zach estuviese ocultando información importante a la policía.

Lo vio aparecer en la puerta con unos papeles en la mano y gesto preocupado.

–¿Me necesitas? –le preguntó ella con voz un poco temblorosa.

Luego se giró a por una taza para que Zach no se diese cuenta de que se había ruborizado, cosa que le ocurría siempre que se sentía incómoda.

–Sí, ¿puedes venir a mi despacho cuando hayas terminado aquí? He estado repasando la presentación que vamos a mandar a nuestros posibles inversores para el proyecto Manson y me gustaría que me ayudases a perfilar algunos detalles.

–Por supuesto. Ahora mismo voy. ¿Quieres un café?

–Sí, gracias –respondió él mientras se alejaba.

Sophie contuvo un suspiro. Zach la necesitaba, sí, pero para trabajar, no para jugar.

 

 

Al final de la semana, Sophie estaba de los nervios. Había trabajado con Zach hasta muy tarde, pero él se había marchado todos los días más tarde que ella y también la había ganado por las mañanas, por lo que Sophie no había tenido la oportunidad de echar un vistazo a su despacho. Era evidente que Lila no tenía de qué preocuparse.

Sophie sabía que era importante que la presentación del proyecto Manson estuviese perfecta. Era algo en lo que Alex había empezado a trabajar antes de desaparecer. Así que, tanto Zach como ella, se sentían obligados a obtener el mismo resultado que habría obtenido Alex de haber estado allí.

Aun así, le sorprendía que Zach estuviese pasando tantas horas en el despacho, muchas de ellas con la puerta cerrada. En varias ocasiones había entrado a hablar con él y lo había visto poner a su interlocutor en espera o cerrar la pantalla del ordenador para que no pudiese ver lo que había en ella. Era evidente que allí ocurría algo extraño, pero Sophie no sabía qué era.