2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
"Te deseo, Natalie. Y no después de las cinco de la tarde. Ahora". Todas las mujeres tienen una fantasía con la que solo se atreven a soñar en el silencio de la noche. Sin embargo, para Natalie Adams, una madre soltera, el hecho de tener una aventura en París con el multimillonario Demitri Makricosta superó incluso sus sueños más salvajes. Demitri se había quedado impresionado con la fogosidad de Natalie. Una noche no le había parecido suficiente, así que para calmar su deseo había insistido en que ella se convirtiera en su amante. Con el fin de que Natalie no hiciera aflorar sentimientos que él había reprimido, la distraía con regalos deslumbrantes y vacaciones lujosas, asegurándose de que no hubiera más entre ellos…
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 215
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Dani Collins
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seducida por él, n.º 2439 - enero 2016
Título original: Seduced into the Greek’s World
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7648-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
AL OÍR aquella risa pura y espontánea, Demitri Makricosta apartó la mirada de la bella mujer italiana que estaba coqueteando con él y buscó de dónde provenía el sonido. Experto conocedor de la risa falsa, la naturalidad con la que aquella mujer se reía le resultó extremadamente atractiva. Era femenina sin ser una risa tonta o juvenil, cálida y sexy sin ser falsa.
Durante un instante, él centró toda su atención en ella. Tenía una melena corta y rubia. Y su tez pálida hizo que él no pudiera evitar pensar en la suavidad que percibiría al besar su mejilla. Se preguntaba cómo olería su piel. Quizá como la fruta de verano. Su perfil era femenino, con la nariz respingona, y las curvas de su cuerpo tremendamente apetecibles.
Encerradas en el uniforme de Makricosta.
«Maldita sea», pensó él, sintiéndose decepcionado.
Observó el uniforme una vez más, deseando no reconocerlo. No llevaba la falda y la chaqueta roja que vestía el personal francés en París, de ser así habría estado una pizca esperanzado.
Por desgracia, los pantalones largos y la chaqueta que llevaba pertenecían a uno de los uniformes canadienses. A los del hotel Makricosta Elite de Montreal. Estaba seguro de ello porque era él quien tenía la palabra final en todas las decisiones de marketing de la cadena hotelera familiar, incluida la imagen de los empleados.
No quería reconocerlo. Ese era el problema. Se sentía muy atraído por aquella mujer.
Y resultaba extraño. Cualquier mujer le parecía adecuada. Nunca se preguntaba quiénes eran o cuál era su historia. Y menos cuando ya tenía una mujer tocándole el brazo y murmurando:
–¿Bello? ¿Qué ocurre?
–Me parece que he visto a alguien conocido –mintió él, sonriendo a su acompañante antes de mirar una vez más a la mujer, su empleada, que estaba riéndose al otro lado del vestíbulo.
Observó que se colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja y, leyéndole los labios, se enteró de que estaban hablando acerca de algo referente a un correo electrónico. Había mucho ruido y no podía oír su voz.
Sintiendo curiosidad por ver qué clase de hombre provocaba en ella aquella mirada radiante, Demitri se apoyó en el respaldo del sofá de terciopelo, separándose de la mujer que iba a ser su pasatiempo aquella noche.
«Gideon».
Al percatarse de que aquel hombre era su cuñado, se sorprendió. No parecía que Gideon estuviera coqueteando con ella, pero Demitri se puso en pie con indignación. Su hermana Adara había sufrido mucho, sobre todo unos años atrás cuando la secretaria personal de Gideon le contó que él mantenía una aventura amorosa con ella. Demitri no iba a permanecer sin hacer nada mientras una mujer coqueteaba con el marido de Adara.
–Ya sé quién es –dijo Demitri–. Discúlpame.
No obstante, cuando él se acercó, Gideon y la mujer rubia ya se estaban despidiendo.
La mujer se dirigió hacia el mostrador de recepción y Gideon levantó la vista a tiempo de ver a Demitri. La expresión de su rostro se endureció al verlo.
Fue entonces cuando Demitri recordó que estaba evitando a aquel hombre.
–Bien –dijo Gideon al ver que se acercaba–. Iba a buscarte antes de marcharme. ¿Asistirás al cumpleaños de Adara? –comentó mirándolo fijamente a los ojos.
A Demitri le gustó ver que Gideon estaba dispuesto a hacer feliz a su esposa. Cuando la secretaria de Gideon empezó a seducirlo, Demitri estuvo a punto de tratar de seducirla a ella para mantener intacto el matrimonio de su hermana. Al final, fue Gideon el que salvó su propio matrimonio despidiendo a la secretaria antes de que sucediera nada más que unas declaraciones falsas y mordaces. A pesar de que Adara estuviera preocupada por la posibilidad de que su esposo le fuera infiel, en realidad, la devoción que él sentía por ella continuó siendo sólida como una roca.
Y Demitri suponía que eso era bueno. No deseaba que su hermana tuviera más problemas de los que ya había sufrido, pero le parecía que estaba demasiado feliz. Y muy decidida a que su esposo también se creyera el futuro de felicidad eterna que ella se había preparado para sí misma.
Demitri no quería pensar en toda la situación de sus hermanos y sus hijos, ni en los secretos que le habían ocultado, así que centró de nuevo la atención en la mujer rubia que amenazaba la felicidad de su hermana y decidió asegurarse de que no intentara nada más con Gideon.
Era mejor que lidiar con las exigencias de Gideon.
–Lo tengo apuntado en mi agenda. Intentaré asistir –comentó Demitri sin darle importancia.
Gideon se cruzó de brazos.
–¿Hay algún motivo por el que no vayas a convertirlo en una prioridad?
Teniendo en cuenta que Gideon había formado parte de su familia durante varios años, Demitri no consideraba necesario explicarle por qué aquellas reuniones que Adara continuaba organizando no le resultaban nada atractivas.
–Haré lo que pueda –mintió.
–¿Lo harás? –preguntó Gideon, sin añadir las palabras «por una vez».
Y ese era el motivo número uno por el que no deseaba estar con su familia. «¿Qué vas a hacer con tu vida? Toma al bebé. ¿A que es precioso? ¿Cuándo vas a dejar de ser un mujeriego y sentar la cabeza?»
Demitri le dedicó una tensa sonrisa a su hermano y se marchó. ¿No era suficiente que él se hubiera implicado cuando Adara se quedó embarazada? El único motivo por el que había pasado a formar parte del negocio familiar era por Theo y ella. Quizá, en un principio, había mantenido su propio horario, pero después iba a trabajar a diario y se dejaba la piel. Desde luego, tenía cero interés en formar una familia y, además, sería un padre terrible, así que ya podían dejarlo tranquilo.
Enojado, miró hacia la bella mujer italiana que lo estaba esperando. Aunque habría disfrutado mucho manteniendo una relación sexual con ella, no tenía ningún interés en invitarla a su habitación. Y eso que el sexo era la mejor manera que conocía para relajarse. Sin embargo, la mujer rubia ocupaba mucho más espacio en su mente.
Quizá su intención no fuera crearle problemas a Gideon, pero Demitri seguía sintiendo hostilidad hacia ella. No era tan inmaduro como para no percatarse de por qué se sentía así. Cada vez que se le presentaba una obligación familiar, la rabia y la rebeldía se apoderaban de él, provocándole pensamientos oscuros que debía controlar.
Normalmente, se decantaba por el amor en lugar de la pelea, obligándose a permanecer al margen de la violencia y evitando así seguir la tendencia de su padre. No obstante, un potente sentimiento de rabia se apoderaba de él cada vez que se enfrentaba al hecho de que la única familia verdadera que tenía, su hermano y su hermana, las dos personas en las que confiaba completamente, le habían ocultado la existencia de su hermano mayor.
¿No confiaban en él? ¿Por qué se lo habían ocultado de ese modo? Aquella traición había provocado que él se distanciara de ellos y que se instalara en él un oscuro sentimiento que no quería destapar por miedo a lo que se pudiera encontrar.
Demitri trató de no pensar en ello y miró de pasada hacia la recepción, centrándose en el despacho de Administración, donde vio a la rubia canadiense sentada muy cerca del director del hotel. El chico no estaba mirando la pantalla del ordenador donde ella señalaba. Su mirada iba dirigida directamente al lugar donde la blusa marcaba sus senos redondeados.
–Tengo que hablar con usted –dijo Demitri.
Natalie levantó la vista y sintió de lleno el impacto de Demitri Makricosta, el hermano más joven de la familia que la contrataba. El hombre que tenía una escandalosa reputación. Lo había visto en persona en otras ocasiones, pero siempre desde la distancia. Nunca de esa manera, paralizándola con la mirada penetrante de sus ojos de color marrón oscuro.
Era tremendamente atractivo y resultaba imposible ignorarlo estando tan cerca.
Ella intentó compararlo con Theo, el hermano mayor. Tenían cierto parecido, pero Theo era más refinado.
Demitri era conocido por su picardía, presente en la forma de sus cejas y en su sonrisa. También por lo poco que le costaba salir con mujeres, y por su indiferencia hacia cuestiones como las normas y los trámites. Griego de nacimiento pero criado en Norteamérica, el tono de su piel mostraba su origen mediterráneo. Vestía con pantalones de traje, camisa y chaleco. La ropa acentuaba la forma de su cintura y sus hombros. Parecía un gánster de los años 20.
«Terrible». Su aspecto era terrible. Lleno de pecado.
Al levantar la vista, Natalie se cruzó con su mirada. Él arqueó una ceja, como retándola al ver que lo miraba. Sin duda, era un tipo de hombre muy diferente a los que ella conocía. Astuto y perspicaz.
«Compórtate, Natalie. Eres madre».
Tratando de disimular su desconcierto, se levantó y miró al señor Renault. Al momento, notó que se le sonrojaban las mejillas.
–Regresaré a mi despacho. Puedes llamarme cuando termines. Me alegro de conocerlo, señor Makricosta –dijo ella, mientras se acercaba a la puerta, esperando que él se apartara a un lado.
–Es con usted con la que quiero hablar, señorita... –le tendió la mano.
Asombrada, ella dudó un instante antes de estrecharle la mano.
–Adams –dijo ella–. ¿Conmigo? ¿Está seguro?
–Estoy seguro –contestó él–. La acompañaré a su despacho –le soltó la mano y señaló hacia el pasillo.
Natalie pasó junto a él y se adelantó por el pasillo para guiarlo hasta el despacho que compartía con otros compañeros. No había nadie en él, algo que le había parecido perfecto a la hora de la comida, cuando había hablado con su hija por Internet. Zoey estaba en casa de su abuela. Lo estaba pasando de maravilla y no echaba de menos a su madre, algo que Natalie agradecía, pero que al mismo tiempo hacía que se le partiera el corazón. Ella había llorado un poco después de colgar con su hija. La echaba muchísimo de menos, y se sentía agradecida de poder manifestarlo en la intimidad. Sin embargo, la ausencia de sus compañeros hacía que también se sintiera aislada en aquel despacho.
Cuando él cerró la puerta, ella sintió que le faltaba el aire.
–No estoy segura de...
–Deje a mi cuñado en paz –dijo él sin más.
–Yo... ¿Qué? –la acusación fue tan repentina que ella lo miró asombrada–. ¿A Gideon? Quiero decir, ¿al señor Vozaras? –tartamudeó ella.
–Gideon –confirmó él.
–¿Qué le hace pensar que hay algo entre nosotros? –estaba tan sorprendida que no podía creer que la acusara de tal cosa.
–No creo que lo haya. Lo conozco, y conozco a mi hermana, pero la he visto coqueteando con él en la recepción y pidiéndole su dirección de correo electrónico. Déjelo tranquilo o la despediré.
–¡Él me mostró una foto de su hijo! El correo es para un asunto de trabajo –se defendió ella–. ¡No intento ligar con hombres casados! Eso es una acusación tremenda. Sobre todo cuando su esposa fue tan amable conmigo al ofrecerme esta oportunidad. Ese es el único motivo por el que él ha hablado conmigo. Ella le pidió que me diera un mensaje acerca de un informe que quiere que escriba. Le dije que esperaba que su hijo se hubiera recuperado del catarro y él me enseñó una foto del niño después de que se hubiera metido en la nevera.
El gesto de desdén que vio en el rostro de Demitri provocó que se enfureciera aún más.
–De todos modos, ¿quién diablos es usted para hacer un juicio de valor así? Todo lo que he oído sobre sus principios morales me ha dejado de piedra, y me parece increíble que pueda cuestionar los míos.
–¿Ah, sí? ¿Cree que una persona que acaba de conocer no puede darle un toque de atención? Pensé que los comentarios personales precipitados eran nuestra especialidad.
Ella se sonrojó al oír sus palabras. Se cruzó de brazos y, armándose de valor, preguntó:
–¿Va a despedirme?
–¿Por qué?
–Exacto –soltó ella, incapaz de contener la respuesta. Se sentía tan avergonzada que no se atrevía ni a mirarlo. Le gustaba el trabajo y lo necesitaba. Su intención era ascender de puesto en la organización para conseguir mayor responsabilidad y mejor salario, lo que se traducía en mayor estabilidad y seguridad para Zoey.
Sin embargo, lo estaba arriesgando todo. ¿Qué era lo que había hecho que reaccionara así? ¿El sentimiento de culpabilidad? ¿Por desear al marido de Adara en secreto, un hombre que evidentemente adoraba a su esposa y a su hijo? Cualquier mujer desearía tener lo que Adara tenía, pero Natalie no estaba dispuesta a robar para conseguirlo.
–¿Cuál es su nombre? –preguntó él.
–Natalie. ¿Por qué? –lo miró de reojo, medio esperando a que descolgara el teléfono para llamar a Recursos Humanos.
Era muy atractivo. Y no parecía nada turbado. De hecho, parecía que se estaba riendo de ella, y Natalie tuvo que mirar hacia otro lado para no enfurecerse.
–¿Qué estás haciendo aquí, Natalie? En París, quiero decir. ¿En qué te ha metido Adara? ¿De qué trata ese informe especial? –le preguntó tuteándola.
Una oportunidad para destacar. Algo que ella imaginaba la ayudaría a dar un paso adelante en la escala corporativa.
–Formo parte del proyecto de mejora informática. Estoy formando a los empleados y tratando de identificar los virus. He estado en Toulouse y ahora estaré en París una semana. Después, iré a Lyon,
–¿Eres un genio de la informática? –preguntó con escepticismo.
–Yo no habría adivinado que usted es un genio del marketing –soltó ella.
–Uno muy creativo –le aseguró él–. Pregunta por ahí si quieres. Aunque parece que ya lo has hecho. ¿Vas a dar formación en todos los hoteles de Europa?
–Yo... Umm –el comentario acerca de que era muy creativo la había despistado–. No, solo hablo inglés y francés y... Bueno, no puedo estar fuera más de tres semanas.
«Zoey no se morirá de hambre si me echan», recordó para tranquilizarse. Ni siquiera perdería la casa. Además siempre tenía la posibilidad de mudarse con su exsuegra, algo que a Zoey le parecería bien porque le encantaba la granja. De hecho, estaba muy ilusionada con la idea de pasar tres semanas con su abuela.
–Siempre había querido viajar, así que... –se aclaró la garganta–. Quieren implementar el proyecto antes de fin de año. Hay un gran equipo. Una única persona no podría hacerlo todo.
–Así que has venido a trabajar y a hacer turismo., No a tener una aventura amorosa. ¿Es eso lo que intentas decirme?
–Sí –se sonrojó–. Por supuesto que estoy aquí para trabajar –era posible que hubiera pensado en la posibilidad de tener una aventura amorosa durante el viaje, aprovechando que no estaba bajo la mirada de su hija, pero era más una fantasía de medianoche que algo que realmente quisiera conseguir. Durante ese viaje podría tener la oportunidad de olvidarse de la responsabilidad que conllevaba tener una hija y actuar como una mujer soltera, en lugar de como una madre cargada de facturas y un ex un poco raro, pero habría elegido tener una aventura con alguien a quien no hubiera conocido de otra manera.
Demitri no necesitaba saber nada de todo aquello.
Seguía teniendo las mejillas coloradas y no le resultaba sencillo mirarlo a los ojos tratando de aparentar que ni se había planteado tener una aventura, y menos cuando él la miraba con brillo en la mirada y los ojos entornados.
–Aunque estuviera buscando una aventura, que no la estoy buscando, no creo que lo intentara con el dueño de la empresa, ¿no cree?
–No lo sé. ¿Lo harías? Cenemos juntos esta noche y hablemos de ello.
Natalie sintió que se le formaba un nudo en el estómago y que se le detenía el corazón.
De algún modo, consiguió recuperar la compostura y preguntó:
–¿Es una prueba? Sé que Theo... Y sí, que sepas que todos nos referimos a los miembros de vuestra familia por sus nombres, cuando no estáis cerca para oírnos –gesticuló con la mano para abarcar toda la planta baja–. Puede que Theo se haya casado con una mujer que antes trabajaba como camarera, pero todos sabemos que eso es una excepción. Yo no tengo esa ambición. Estás a salvo por lo que a mí se refiere, igual que el resto de hombres en tu familia.
Se cruzó de brazos para zanjar el tema.
Él hizo lo mismo y se encogió de hombros.
–Eres muy graciosa –dijo él.
–¡Hablo completamente en serio!
–Lo sé. Eso es lo que me parece divertido. Que consideres una ambición casarse con uno de nosotros es una locura –no se rio. Solo esbozó una irónica sonrisa y ella no pudo evitar fijarse en la forma de sus labios.
Su labio inferior era más grueso que el superior y sus comisuras estaban marcadas de modo que parecía que siempre se estaba riendo de las vidas de los mortales que tenía a su alrededor.
–Cena conmigo, Natalie –repitió él con una amplia sonrisa.
Ella estaba babeando. Y él lo notaba. Por supuesto. Era un artista del coqueteo.
–Tener una cita con compañeros de trabajo no está bien visto –comentó ella, contenta por haber encontrado una excusa y haberla expresado con tranquilidad–. Siento que pensaras que estaba tratando de cazar a tu cuñado, pero conozco muy bien las normas de la empresa y no tengo intención de violarlas, ni aunque él estuviera disponible. Ahora, si hemos terminado, tengo que continuar trabajando.
–¿Sientes que me haya equivocado? Esto es el comienzo de una bonita amistad. Vamos. Ven a cenar. Será mi manera de disculparme contigo –colocó la palma de la mano sobre su torso musculoso.
Ella se fijó en su cuerpo. Parecía que hacía ejercicio. A menudo.
–¿Qué hay de malo en que el jefe saque a cenar a una empleada de otro lugar? Es una manera de establecer contactos –trató de engatusarla.
–¿Eso es lo que sería? –no pudo evitar soltar una risita.
La expresión de Demitri cambió al ver que ella se reía, se volvió menos arrogante y comenzó a mirarla con más interés.
–Mira, es un halago para mí –se apresuró a decir ella, mirando hacia otro lado para que él no viera cómo la afectaba. No estaba preparada para alguien como él–. Sin embargo, he visto a las mujeres con las que sueles salir y yo no pertenezco a ese círculo. Y ese es otro motivo por el que nunca me propondría perseguir a tu cuñado. Gracias por esta conversación tan interesante, pero tengo que continuar trabajando. No quiero que me despidan –añadió.
–¿No perteneces a su círculo? –repitió él, frunciendo el ceño mientras la miraba de arriba abajo.
Ella sintió que todo su cuerpo reaccionaba bajo su mirada.
Antes de salir de Montreal había hecho mucho ejercicio y dieta para asegurarse de que si algún francés sexy se fijaba en ella no tendría de qué sentirse insegura. No obstante, se había sentido un poco insegura cuando él la miró, y preocupada por si no cumplía con sus estándares.
Demitri la miró a los ojos y permitió que viera el deseo que lo inundaba.
Una ola de entusiasmo la invadió por dentro. No sentía seguridad total, pero tampoco incertidumbre.
–Tú perteneces a tu propia élite, Natalie. ¿O estás poniendo excusas para no herir mis sentimientos? Me sorprendería si es así. No pareces el tipo de persona que se tomaría esa molestia. Y menos teniendo en cuenta el nivel de sinceridad al que hemos llegado.
–Tiene razón –dijo ella, conteniendo una risita–, pero léase mi ficha personal, señor Makricosta.
–Demitri –dijo él.
–Yo no vivo tan deprisa como tú, Demitri –trató de parecer tímida y divertida a la vez, pero Demitri era un nombre muy erótico para un hombre con acento norteamericano–. Si pensara que estás ofreciéndome una invitación sincera, y solo para cenar, me tentaría. Mis compañeros de trabajo aquí vuelven a cenar con su familia, así que, para mí sería agradable no cenar sola. Sin embargo, sospecho que te estás burlando de mí. ¿O quizá castigándome por ser sincera?
–¿Y por qué no iba a querer salir contigo? Eres guapa, divertida, y tienes una risa muy bonita.
La sinceridad que había en su tono de voz hizo que se le acelerara el corazón, tanto, que tuvo que apoyarse en el escritorio para no tambalearse. Eligió el humor para disimular cómo la había desarmado con tan solo un cumplido.
–¿Y te gustaría oír esa risa en la cama? –lo retó.
–¡Ja! –su carcajada era sincera–. Pediré un coche a las siete. En la acera –añadió, mirándola fijamente.
NO TE molestes.
Era todo lo que habría tenido que decir antes de que Demitri guiñara un ojo y se marchara, dejándola sola en su oficina. Ella podría haber ido a buscarlo, pero aunque había estado pendiente de él todo el día, y llena de dudas, no lo había visto. El correo electrónico en red que tenía la empresa era la mejor opción. Ni siquiera tendría que darle una explicación. Lo único que tenía que hacer era escribir: no puedo ir.
Y no lo hizo.
¿Por qué no?
Se le habían ocurrido miles de cosas como «solo es una cena». Se sentía sola y echaba de menos su casa. Viajar por motivos de trabajo no era algo tan interesante como esperaba, sobre todo sin tener a alguien con quien poder compartirlo, y llamar a Zoey dos veces al día no era suficiente. Natalie estaba acostumbrada a que su hija desapareciera durante el fin de semana con su padre, pero pasar diez días sin poder abrazarla era una especie de tortura.
Así que, decidió que tenía derecho a salir una noche a cargo de la empresa que las había separado. Ya había invertido montones de horas extra en ese proyecto y, de todos modos, era probable que Demitri y ella solo hablaran de trabajo. Por supuesto no esperaba que fuera una cita de verdad.
De todas maneras, se depiló las piernas y se puso un conjunto sexy de ropa interior negra que se había comprado en París. También una combinación negra y un vestido de encaje del mismo color. Se calzó los zapatos de tacón negros que había comprado en una tienda de Montreal, y que finalmente había decidido llevar a pesar de que el tacón era tan alto que solo podría ponérselos para salir por la noche. Con unos pendientes de brillantes falsos, el cabello limpio y un poco más maquillada que de costumbre, estaba preparada para una cita.
Después, permaneció diez minutos esperando como una idiota en la acera. «Guau. Todo un príncipe», pensó. Y eso que después de su breve matrimonio había desarrollado un radar contra idiotas. Esa clase de hombres insensibles eran los que habían provocado que se volviera una mujer exigente cuando recibía invitaciones para salir.
Se volvió para regresar al hotel, y atravesó las puertas giratorias justo en el momento en que Demitri las atravesaba desde el interior. Natalie lo ignoró y continuó caminando hasta el recibidor.
–¡Eh! –él entró de nuevo para llamarla–. Natalie. Espera.
–Me has dejado plantada –contestó ella por encima del hombro. Después se volvió y lo miró–. He aprendido la lección. Si esa era tu intención. Buenas noches –se dirigió al ascensor.
–Yo he esperado delante de tu puerta pensando lo mismo.
Ella se volvió de nuevo y vio que él parecía molesto. No quería creerlo. Era consciente de que dar a un hombre el beneficio de la duda podía ser la invitación para que la dejaran tirada.
–Dijiste que nos encontraríamos en la acera –le recordó con frialdad.
–No, dije que el coche estaría allí –se acercó a ella y frunció el ceño–. ¿Con qué clase de hombres has salido que te recogían en la acera?
Natalie se detuvo un instante. A pesar de sus ideales, seguía pensando lo peor de los hombres. A lo mejor debía confiar más en Demitri.
Él le ofreció el brazo y, al cabo de unos segundos, ella se pasó el bolso a la otra mano y se agarró a Demitri. Estaba nerviosa porque no sabía qué pensar. ¿Sería uno de los pocos hombres buenos que existían?
¿Con la fama que tenía?
Él se fijó en el vestido que llevaba bajo el abrigo y dijo:
–Te perdono el hecho de que me hayas infravalorado porque estás muy guapa –comentó él.